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Cultura y representaciones sociales

versión On-line ISSN 2007-8110

Cultura representaciones soc vol.11 no.21 Ciudad de México sep. 2016

 

Artículo 1. Teorías y métodos

El significado del marco epistémico en la teoría de las representaciones sociales

The meaning of the epistemic frame in social representations theory

José Antonio Castorina* 

* Profesor Consultor de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Investigador del CONICET. Profesor Titular de la Universidad Pedagógica Nacional.


Resumen:

En este artículo se busca elucidar el significado de los supuestos filosóficos relacionales que subyacen a la elaboración de la teoría de las representaciones sociales, diferenciándolos de los presupuestos escisionistas que han orientado buena parte de las corrientes psicológicas; luego, se indagan las modalidades de intervención del marco relacional sobre la formulación de los problemas, la caracterización de las unidades de análisis, las elecciones metodológicas, así como la naturaleza de la definición de representación social. A continuación, se trata la problemática de la intervención de los valores no epistémicos en la investigación y su relación con la cuestión de la objetividad del conocimiento. Finalmente, se examina críticamente el problema de la vinculación entre RS y la realidad, incorporando las discusiones con la psicología discursiva.

Palabras clave: representaciones sociales; presupuesto escisionista; presupuesto relacional; valores no epistémicos; representación social y realidad; marco epistémico; problemas filosóficos

Abstract:

The purpose of this article is to elucidate the meaning of the relational philosophical assumptions underlying the theory of social representations by distinguishing them from the split assumptions which have been guiding a great deal of psychological theories. The article also explores modes of intervention of the relational framework in the formulation of problems, the characterization of analytic units, the methodological strategies, as well as the nature of the definition of social representation. The issue of the role that non-epistemic values play on research and its relationship with knowledge objectiveness is also discussed. Finally, from a critical perspective, the connection between SR and reality is examined, including the arguments coming from discursive psychology.

Key Words: social representations; split assumptions; relational assumptions; non-epistemic values; social representations and reality

Introducción

Desde luego, hay diferentes enfoques acerca del “análisis epistemológico o metateórico” del conocimiento en las ciencias humanas y sociales, así como diferentes argumentos para justificarlos. Se pueden encontrar estudios inspirados más o menos directamente en la filosofía analítica, las corrientes de la epistemología feminista, la filosofía dialéctica hegeliana, el pensamiento crítico marxista, el constructivismo y la hermenéutica contemporánea. Para examinar la teoría de las representaciones sociales (en adelante TRS) se ha apelado a algunas de estas versiones de la filosofía, en función de la diversidad de dimensiones problemáticas, incluso a ideas epistemológicas de algunos científicos, como Einstein.

En primer lugar, resulta de gran importancia la explicitación de los presupuestos ontológicos y epistemológicos que subyacen a la propia TRS, buscando precisar su significado para la actividad científica y las modalidades de su intervención en las investigaciones de la TRS, (Castorina, en prensa). Esta tarea está influenciada por los enfoques de raigambre marxista y del pensamiento crítico de las ciencias sociales. En segundo lugar, los análisis meta teóricos consisten en el examen de la propia teoría, de la articulación de las hipótesis o las proposiciones de la teoría, la claridad o vaguedad con que se definen los conceptos principales, la identificación de las debilidades lógicas de los argumentos de los investigadores, o la discusión del tipo de explicación que se propone para las RS. Este tipo de estudios reconoce parentescos con los trabajos de los filósofos analíticos, pero también con aquella explicitación de los supuestos filosóficos. En tercer lugar, se puede examinar cómo los supuestos filosóficos se encarnan en valores no epistémicos, y cuáles son sus consecuencias para el ciclo metodológico de las investigaciones y para interpelar a la objetividad de la investigación del TRS. En este sentido, la epistemología feminista y post emprista son antecedentes fundamentales para esos análisis. Finalmente, hay ciertas preguntas clásicas de la filosofía de la ciencia, todavía plenamente vigentes que se pueden plantear a propósito de las RS, referidas a sus relaciones con la realidad (Putnam, 1987). Así, cuando se asume que ellas son en algún sentido estructuraciones del mundo social, se plantea si son el reflejo de este último o si se establece una diferencia continua.

A lo largo del despliegue de su obra, Moscovici dio una gran importancia a estos análisis, y lo mismo puede decirse de sus discípulos más relevantes, al punto de convertirse en un genuino nivel de la propia investigación psicológica. Básicamente, porque responden a la necesidad de rigorizar y problematizar aspectos conceptuales de la producción de conocimientos en la TRS, así como legitimarla en el contexto del pensamiento filosófico y de las ciencias sociales. De ahí que los trabajos más relevantes de la TRS, han incluido a las tres instancias que se reconocen inherentes a la investigación, en un dinámico y difícil equilibrio: el nivel empírico, el nivel teórico y el nivel meta teórico.

En este sentido, cabe recordar que la principal crítica al mainstream de la investigación psicológica -incluyendo la psicología social cognitiva- ha sido el notorio desequilibrio entre aquellos niveles, donde claramente predomina la elaboración de investigaciones empíricas, con prácticamente muy escasa elaboración teórica y principalmente reflexión meta teórica (Machado, Lourenzo y Silva, 2000). Vale la pena señalar que aquel equilibrio dinámico entre los niveles de la investigación psicológica, es fundamental para el avance epistémico de la TRS, aunque no siempre se mantuvo en su historia. Muchísimos trabajos se han ocupado exclusivamente de identificar, por la investigación empírica, las representaciones de los fenómenos sociales, utilizando los métodos pertinentes, desdeñando las cuestiones propiamente conceptuales, y dando lugar a una visión parcializada de la investigación psicológica.

A este respecto cabe señalar que los grandes psicólogos, como Piaget, Vigotsky, Bruner, Lewin, Bartlett, o Valsiner, han construido sus teorías dando gran relevancia a los análisis sobre el objeto de investigación, las tesis filosóficas que justificaron sus elecciones metodológicas o sus modelos explicativos. En el caso de Moscovici, desde su obra fundamental ([1961]/1976) enfocó las cuestiones epistemológicas que fueron decisivas para la legitimación de la TRS, mientras realizaba su investigación empírica y elaboraba su teoría. Entre otros análisis, Moscovici (1988; 2007) examinó el origen de la TRS en el entrecruzamiento de diversas disciplinas, justificó el politeísmo metodológico, en contra del unicismo posistivista; y respondió a las críticas de vaguedad y ambigüedad de la definición de RS (Jahoda, 1988; Moscovici, 1988), lo que ha sido reconsiderado por Howarth (2005) Voelklein y Howarth (2005) o Marková (2000; 2008). Estrechamente asociado a esta problemática se encuentra el problema de identificar al concepto de RS, distinguiéndolo de otros conceptos, lo que exige diversos análisis conceptuales para identificar lo distintivo de las RS, una especificación de su significación en comparación con categorías de las ciencias sociales y la psicología cognitiva: habitus, mentalidad histórica, conceptos cotidianos, imaginario social, mito e ideología (Castorina et al., 2005; Castorina y Barreiro, 2014).

Por su parte, Duveen ha defendido con ahínco una posición constructivista en la teoría del conocimiento, de inspiración piagetiana, respecto de la elaboración de las RS (Duveen, 2003). Otros trabajos se han ocupado de las relaciones entre los programas de investigación: sea la compatibilidad o incompatibilidad con la psicología del desarrollo (Castorina, 2010; 2016; Psaltis y Zapiti. 2014) o la controversia con la psicología discursiva respecto de los conceptos fundamentales y los compromisos filosóficos: Wagner (1994; 2005), o Castorina (2007 y 2013). Incluso la toma de distancia fundamental con la psicología social cognitiva y sus estudios, como las actitudes (Moscovici, 1976; Howarth, 2006). Además, es de gran importancia epistémica la elucidación del modelo de explicación, tanto por el análisis de su estructura, influenciada por la filosofía analítica (Wagner, 1998; Wagner, 2005); Wagner y Flores-Palacios, 2010), como por su relación con el marco epistémico (en adelante ME) que los condiciona. Esta última temática no será abordada en este artículo, por razones de espacio.

La principal reflexión epistemológica de Moscovici (1976; 2003) arranca del cuestionamiento a las tesis dualistas de la psicología social cognitiva, llegando a formular un enfoque relacional para sostener a la TRS, en términos de la naturaleza dialogal y ternaria de la relación ontológica entre sujeto, objeto y alter. Esta argumentación fue expandida particularmente por Marková (2003; 2008). Una problemática filosófica significativa para precisar la naturaleza de las RS es la referida a sus vinculaciones con la realidad, tratada desde diferentes perspectivas (Jodelet, 1989; Wagner y Hayes, 2005). Por último, Marková (2012) y otros autores (Howarth, 2006; Howarth, Andreoli y Kessi, 2014) han identificado los valores éticos y políticos en la investigación, y las modalidades de su intervención en la elaboración de la TRS.

En cualquier caso, las tesis epistemológicas de los psicólogos sociales, aunque inspiradas en corrientes de la filosofía y la epistemología de la ciencia, no se dedicaron a la “aplicación” de estas últimas a la TRS desde fuera del campo disciplinario, sino que partieron de la propia producción de conceptos y experiencias del campo. Hicieron una actividad reflexiva sobre la ciencia que se “hace”, contribuyendo al mejoramiento de la metodología, de los niveles de conceptualización y abriendo nuevos problemas, informadas por las perspectivas filosóficas. A lo dicho, puede añadirse que la reconstrucción de las controversias meta teóricas, particularmente con la psicología social cognitiva, con la psicología discursiva, aun con la psicología del desarrollo, dieron lugar a precisar las ideas centrales de la teoría, y en algunos casos a su revisión (de Rosa, 2001; Castorina, 2007).

Este trabajo se ocupará sólo de algunas cuestiones epistemológicas. Primeramente de elucidar el significado de los supuestos filosóficos relacionales que subyacen a la elaboración de la TRS, diferenciándolos de los presupuestos escisionistas que han orientado buena parte de las corrientes psicológicas; luego, se indagan las modalidades de intervención del marco relacional sobre la formulación de los problemas, la caracterización de las unidades de análisis, las elecciones metodológicas, así como la naturaleza de la definición de RS; a continuación, se tratará la problemática de la intervención de los valores no epistémicos en la investigación y su relación con la cuestión de la objetividad del conocimiento; finalmente, se examinará críticamente el problema de la vinculación entre RS y la realidad, incorporando las discusiones con la psicología discursiva.

El marco epistémico relacional

La categoría de marco epistémico (ME) involucra tesis filosóficas de orden ontológico y epistemológico que subyacen a la práctica de las ciencias, con su trasfondo social. Se trata de una concepción del mundo que expresa relaciones sociales y culturales, en una situación histórica, y constituye el sentido común de los investigadores en dicha situación, orientando la actividad científica (Piaget y García, 1982; García, 2002). Desde un enfoque algo distinto, pero compatible, Overton (2006; 2012) postula la tesis de la meta teoría, como un conjunto interconectado de principios subyacentes a la investigación psicológica, que describen y prescriben lo que es significativo y lo que no lo es como teoría y método en una disciplina científica. Por su parte, Valsiner (2006; 2012) ha señalado que la interpretación del investigador está ensamblada bajo la guía de una concepción dominante en la sociedad a la que pertenece el psicólogo. Así, si el sistema de creencias sugiere o enfatiza el foco sobre el auto análisis introspectivo y su explicación dramática, el investigador puede priorizar los fenómenos intra psicológicos. Los factores históricos y socio-políticos abren y cierran temporalmente a la psicología para determinadas investigaciones (Valsiner, 2012).

Aquellas tesis básicas implican estándares de juicio y evaluación, y hasta de valoración; también trascienden los métodos y las teorías, en el sentido en que definen el contexto en el cual los conceptos teóricos y los preceptos metodológicos se construyen. De este modo, es la fuente de la consistencia y coherencia de las teorías porque establecen las categorías y constructos más básicos del campo. Se puede considerar que un ME (el término que vamos a emplear) es omnipresente, porque todas las teorías y métodos en la investigación psicológica operan y son formulados dentro de alguna meta teoría; es, además, silencioso en el sentido de que por lo general se impone a los investigadores como “su sentido común académico”, sin que sean reconocidos en la ciencia que se hace día a día; con todo, no es seguido ciegamente, entre otras razones, porque las vicisitudes específicas del proceso de investigación promueve su aceptación o su modificación. Un ME se sitúa en el “ciclo metodológico” de la investigación psicológica (Valsiner, 2006), donde interactúa con las teorías, los métodos, los objetos de conocimiento, las unidades de análisis o los modelos explicativos. Básicamente, forma una parte esencial del núcleo duro de una tradición de investigación y ha sido fundamental en la formación y despliegue de las corrientes en psicología. Sin embargo, no determina unívocamente los resultados de una investigación, los que dependen de la pertinencia de los métodos y del trabajo de análisis de los datos, desde el recorte del problema hasta la elección de los métodos y las unidades de análisis (Castorina, en prensa). Recíprocamente, los avatares de las investigaciones, o los cambios en los componentes del “ciclo” y las controversias con otras corrientes pueden dar lugar a la revisión de ciertas tesis del núcleo del programa de investigación de la TRS (Castorina, 2007) Ello evita el riesgo de hacer depender exclusivamente el despliegue investigativo de los supuestos adoptados (Markova, 2008).

Ante todo, evocamos el ME de la escisión, propio del pensamiento moderno (Taylor, 1995) aún hegemónico en la psicología contemporánea, y que separa ontológicamente a la representación y al mundo, a la mente del cuerpo, o al individuo de la sociedad; y desde el punto de vista epistemológico, disocia la observación con respecto de la teoría, los juicios fácticos de los valores y en ocasiones, promueve explicaciones causales lineales de la adquisición de las ideas. Considerando solamente la relación ontológica entre individuo y sociedad, la psicología social cognitiva se caracteriza justamente por una posición individualista, atomística y descontextualizada del conocimiento social, una psicología cognitiva aplicada a los objetos sociales. Y, aunque desde los años noventa del siglo pasado se han utilizado otras metáforas como “la sociedad de la mente”, el foco de los estudios sigue centrado en un individuo solitario, y en gran medida, puramente cognitivo. Y desde el punto de vista epistemológico, aquella psicología ha adoptado la tesis fundamental del positivismo, que disocia la teoría de la experiencia, y que fundamentalmente considera a la colección de hechos empíricos como preexistentes al conocimiento y como orientadores de las investigaciones.

Por el contrario, Moscovici (1984), Duveen, (2001) Markova, (2003; 2008) o Jovchelovitch (2007), han rechazado cualquier dualismo entre individuo y sociedad, hecho y teoría, o entre variables independientes y dependientes, elaborando explícitamente el ME que preside su propia investigación. La TRS se puede considerar inserta en un contexto metateórico que articula dialécticamente los componentes de la experiencia social con el mundo, disociados en la psicología cognitiva. Esta perspectiva es, en un sentido más amplio, compartida por otras corrientes en la psicología y las ciencias sociales contemporáneas. Por un lado, Piaget y Vigotsky asumieron una perspectiva relacional que integró dinámicamente al sujeto y objeto, individuo y sociedad, o naturaleza y cultura. Otros psicólogos del desarrollo continuaron esta orientación (Valsiner (2006); Thelen y Smith, 2006). De modo similar y con sus propias peculiaridades, el estructuralismo genético de la investigación social (Elias,1983; Bourdieu, 1988) articula dinámicamente al individuo y la sociedad, la práctica social y la representación simbólica. Más aún, estos convergen con las ideas “de sistema abierto” en la termodinámica, en la biología de la autorregulación, incluso en la teoría de Marx. Y los sistemas abiertos de intercambio con sus medios particulares implican, cada uno, una diferente clase de relaciones de intercambio y cuáles son sus objetos.

En el caso de la TRS, siguiendo la tesis de Einstein de que la ciencia consta de relaciones dinámicas entre fenómenos, Moscovici (1992) postuló que las RS son construidas por el sujeto y por el otro (individuo, grupo, clase, etc), respecto de un objeto, por la acción comunicativa de interlocutores en un contexto social y dentro de un horizonte temporal. El carácter dialógico de las RS las coloca en un marco de relaciones, lejos de las disociaciones cuestionadas. El conocimiento social es co-construido, y sobre esta idea se propuso el triángulo semiótico dinámico (Ego-Alter-Objeto) donde las interdependencias entre Alter y Ego suponen asimetrías y también relaciones de tensión y distensión. Las acciones de los individuos son significativas sólo con respecto a los contextos socio culturales en los que tienen lugar. En la misma perspectiva relacional, Markovà (2008) ha propuesto una epistemología de la interacción que tiene una clara significación ontológica: la interacción -como el concepto de campo electromagnético en la física de la relatividad- constituye una nueva realidad. Los componentes se definen unos a otros como complementos, sean instituciones respecto de grupos, o un grupo respecto de otros, en términos generales el Ego y el Alter, lo que también determina su relación con un objeto de conocimiento. Este último (o lo que es lo mismo, la RS) es generado conjuntamente por el Ego y el Alter. De este modo, se formula una presuposición básica de ME relacional que se distancia claramente del ME escisionista que subyace a las teorías que colocan al yo (ego) como independiente del objeto y del alter.

El modus operandi de los presupuestos

Un ME interviene específicamente en las diversas instancias del “ciclo metodológico”, posibilitando y restringiendo la actividad de producir conocimiento:

1) Por un lado, los supuestos ontológico y epistemológico fijan los límites de lo que se hace “visible” o “invisible”, de lo que se vuelve pensable para los investigadores. En el caso de la psicología cognitiva, en cualquiera de sus manifestaciones, sólo pudo abordar las actitudes como procesos de un individuo descontextualizado, dados sus presupuestos dualistas. Y si se intenta darle un espacio de socialización, ello no resulta exitosamente porque requiere un cambio radical de perspectiva (Howarth, 2006). Por su parte, la formulación de los problemas por parte de los psicólogos sociales de la TRS depende del trasfondo relacional o la epistemología interaccionista: se puede pensar a la génesis de las RS, sus transformaciones o su articulación con las prácticas sociales. Desde la perspectiva del triángulo de las relaciones entre el sujeto -el objeto- y otro, se puede plantear cómo emergen las RS en un proceso de creación y reconstrucción, en agudo contraste con la epistemología cartesiana o con el individualismo ontológico, donde tales cuestiones no se pueden plantear. También, la pregunta por la “subjetividad” de las RS solo se puede formular desde aquel trasfondo epistemológico que no parte de una concepción del sujeto separado del mundo social, sino de un sujeto dentro de una colectividad, en un sistema de relaciones.

2) Desde el punto de vista de las unidades de análisis, claramente la TRS no estudia las RS “en la cabeza” de los sujetos, ni en su “exterioridad” social, sino que se elige un grupo social y el objeto (la creencia o RS), y el contexto de prácticas en que el grupo social construye su RS. De esta manera, una RS como objeto de estudio de una investigación se construye en un sistema que podemos llamar dialéctico entre objeto (al que constituye la representación); el sujeto (integrante del grupo que reconstruye significativamente ese objeto) y el contexto (situación socio-histórica y cultural particular propia de ese grupo). La unidad de análisis no es la mera relación entre sujeto y objeto, sino la conexión semiótica entre sujeto-objeto-alter. Por su parte el estudio de las actitudes deja muy clara la diferencia de unidad de análisis con la TRS: las primeras son estudiadas como un atributo del individuo, mientras que las RS son estudiadas enfocando al individuo en una unidad sistémica de significado.

Sin embargo, en la TRS sigue habiendo un problema: los presupuestos pueden no guiar las actividades de los investigadores, aunque se declame su acuerdo, ya que es frecuente una cierta reificación de lo social o de lo individual que impide su articulación. Es decir, se examina el campo social como colectivo, mirando las RS o los discursos, pero no siempre se logra situar al individuo en aquel sistema, o al revés, el investigador ocupa del individuo que se apropia de la RS, pero no puede describir los significados sociales. La superación de dicha separación sigue siendo un desafío para los investigadores (Sammut, 2015).

3) Moscovici (1986) caracterizó a las RS como una organización relacional y dinámica del conocimiento del sentido común, como una elaboración de un objeto social por la comunidad con el propósito de comportarse y comunicarse; siguiendo a Jodelet (1989) es una forma de conocimiento, socialmente elaborado y compartido, que tiene una orientación práctica y que concurre a la construcción de una realidad común para un conjunto social. Nos enfrentamos aquí con una cuestión propiamente epistemológica: ¿Cuáles son las exigencias para que una definición en una ciencia psico social sea justificada?; más aún, ¿es esperable que se pueda efectuar tal definición?

Por una parte, Moscovici (1988) prefirió una cierta vaguedad para el concepto, lo que se debe entender en el contexto de la historia de la psicología social, ya que se puede mostrar que cada vez que la precisión de las definiciones ha sido buscada obsesivamente se ha pagado el costo del compromiso con el fenómeno social. Esto es, los conceptos suelen adquirir rigor formal en la caracterización, como en el caso de las actitudes, pero pierden el sentido del fenómeno social. Más aún, la extrema claridad formal lleva por su parte a la vaguedad de aquello a lo que pretende referirse. Por otro lado, él no estaba interesado en aplicar una definición que fuera demasiado restrictiva, en tanto los complejos fenómenos sociales no pueden ser reducidos a simples proposiciones empíricas. Es decir, que en lugar de un modelo hipotético-deductivo que formula muy claras orientaciones para testear y operacionalizar una teoría, él siguió una aproximación más inductiva y descriptiva en el estudio de las RS. Se rechazó la definición operacionalista de las TS propia del empirismo epistemológico de Brigdman (1929), que reducía los conceptos a los procedimientos de observación y medición (Marková, 2008). Se puede pensar, entonces, que la correspondencia entre aquel complejo de relaciones que caracterizan a las RS y la medición de datos observables carece de todo sentido (Jovchelovitch, 2007). Obviamente, esta tesis antiempirista para pensar la definición no se contradice con operacionalizar variables o conceptos en tanto procedimiento metodológico en la investigación de las RS.

Como se ve, la cuestión de la definición también depende de los presupuestos ontológicos asumidos. Según la perspectiva relacional es más aceptable caracterizar (o definir de modo abierto y laxo) en lugar de definir en sentido estricto a las RS, debido a su inherente dinámica, al ser fenómenos del cambio social -sea en la conversación, en la interdependencia entre individuo y sociedad, etc.- en lugar de ser objetos estáticos (Markovà, 2000). En otras palabras, al estar situada en la tríada asimétrica del sujeto, el otro y el objeto, las RS pueden ser algo volátiles y se transforman en el tiempo. En este sentido, los intentos de suministrar una definición exhaustiva de tales fenómenos suponen una incomprensión de su naturaleza (Voelklein y Howarth, 2005).

Finalmente, la exigencia de una definición estrictamente rigurosa de las RS revela otra incomprensión sobre su estatuto teórico: en cualquier ciencia social aquella caracterización no corresponde al punto de partida sino al punto de llegada de una laboriosa tarea. De hecho, muchas investigaciones de la TRS muestran una continuada interacción entre el conocimiento teórico y los datos producidos que contribuye a refinar las notas del concepto. Por lo demás, la variedad de definiciones elaboradas por los discípulos de Moscovici no indican un déficit inherente a dicha producción teórica, sino niveles de elaboración vinculados con diferentes problemas de investigación.

4) La posición ante los problemas del enfoque metodológico se hace patente respecto de la naturaleza de la verificación empírica, y de la vinculación entre variables dependientes e independientes. Ambas están fuertemente vinculadas al ME que se pone en juego en las investigaciones.

En la versión clásica del positivismo contemporáneo, las hipótesis se verificaban o refutaban por medio de experiencias o por experimentos, lo que daba lugar a la aceptación o no de la teoría de la que derivaban. Además, suponía que los hechos existían antes del conocimiento. Sin embargo, esta posición fue duramente cuestionada por la llamada tesis de Duhem-Quine (Quine, 1962). Según ésta, es imposible una prueba experimental independiente de las hipótesis, ya que éstas son parte de un complejo sistema teórico estructural. En verdad, no hay experimento de control para cualquier hipótesis aislada, sino siempre de todo un grupo de hipótesis. Cuando una experiencia está en conflicto con las predicciones, solo se puede afirmar que al menos una de estas hipótesis debe ser aceptada o modificada, pero no puede sin embargo concluirse qué tipo de conjetura es falsa. En síntesis, no pueden existir normalmente “experimentos cruciales” para decidir cuál de dos teorías competidoras es correcta, dada la naturaleza sistémica de las teorías; y los datos disponibles no suelen seleccionar una única teoría como la correcta (es lo que se conoce como subdeterminación de las teorías). Como es sabido, Quine (1962) llegó a sostener que cualquier proposición de una teoría se puede considerar verdadera si se hacen ajustes drásticos en otro fragmento del sistema. Moscovici (1992) cuestionó a la psicología social cognitiva por atenerse, justamente, a los criterios del positivismo, mediante la verificación experimental de hipótesis aisladas o por la puesta a prueba de hipótesis alternativas dentro de una misma teoría.

Vinculado a lo antes expuesto, la epistemología de la psicología social dependiente del ME escisionista disoció de la teoría los hechos dados en el comportamiento y los consideró como entidades aisladas, asociándolos por medio de la relación entre variables independientes y dependientes (Marková, 2008). De otro modo, propuso la unicidad del método “científico” en términos experimentales, lo que supone la relación excluyente entre variables independientes y dependientes, así como un tratamiento fuertemente cuantitativo de los datos producidos en las investigaciones, para sancionar la “objetividad” del conocimiento alcanzado. Por el contrario, en una perspectiva relacional -asociada con Einstein-, para Moscovici (1992), lo principal desde el punto de vista metodológico es centrarse sobre el entramado genético de las significaciones que constituyen a las RS, en oposición al aislamiento de las entidades empíricas y su vinculación como variables dependientes e independientes. Por ello, el estudio del entramado relacional en la TRS se opone a la tesis positivista del aislamiento de variables dependientes e independientes en la investigación (Markovà, 2008). En una dirección análoga, Wagner (2015) ha cuestionado el recurso a la relación entre las variables como una relación causal, del tipo “las creencias mentales, en tanto variables independientes, causan el comportamiento”, o que las RS tienen el status de variables independientes respecto de los comportamientos de los individuos. Pensar en los términos de esta secuencia es erróneo porque en la TRS no hay tal orden temporal, ya que en varios casos estudiados, la conducta o la actividad puede preceder a las RS, y recíprocamente. Así, un maestro puede ordenar los bancos de un aula según su representación de “educabilidad”, pero luego al encontrarse los alumnos con dicho orden, se producen conversaciones entre ellos y disputas con el maestro. De este modo, la actividad tiene consecuencias sobre la emergencia de una nueva RS. En consonancia con el ME relacional, se alcanza una integración dinámica entre la actividad y las RS, entre la creencia y los comportamientos, durante la micro-génesis (Kasanen, Räty y Snellman, 2001), en lugar de una relación lineal de causa a efecto.

Los valores y la objetividad

Hasta aquí hemos considerado a los ME como sistemas de principios epistemológicos y ontológicos, pero ya que son inseparables de las condiciones socio históricas en las que se han elaborado, es preciso anclarlos en los valores no epistémicos, asociados a los grupos sociales, entendiendo por valores a los “vectores para la acción” encarados positivamente por una comunidad histórica y que influyen sobre las decisiones de los actores sociales, en este caso los investigadores (Gómez, 2014). Se plantea, entonces, la discusión en torno del dualismo entre hechos y valores que ha caracterizado al pensamiento filosófico positivista y a las corrientes del mainsteam de la psicología social actual. En primer lugar, el positivismo lógico ha sostenido que la ciencia es libre de valores o debería serlo, ateniéndose solamente a enunciados fácticos bien diferenciados de los enunciados valorativos. Mantener tal dualismo es una condición indispensable para alcanzar alguna objetividad, esto es, se puede defender la imparcialidad y neutralidad de la investigación científica, como notas imprescindibles de dicha actividad. A lo dicho cabe añadir que esa tesis se asoció con la búsqueda de la objetividad, pensada en términos de un modo de conocer hechos ya dados, por métodos únicos. Había entera confianza en acceder a un mundo por completo existente fuera de nosotros, de modo compartido y desinteresado. Estos procedimientos involucran, por lo tanto, la eliminación de todos los valores sociales e intereses del proceso de investigación. En la psicología social cognitiva, se cree alcanzar la objetividad en la ciencia sólo si se basa en el conocimiento de los hechos, sin presuponer juicios prácticos, que estarían por fuera del oficio del científico.

Por el contrario, hay suficientes argumentos epistemológicos para derrotar dicha tesis en el pensamiento actual, dados especialmente por Putnam (2002), quien ha rechazado de modo convincente la tesis de la separación tajante entre hechos y valores, para interpretar cualquier conocimiento científico, mostrando el carácter confuso de tal distinción, o la imposibilidad para el empirismo de dar una noción satisfactoria del concepto “hecho”. Su tesis positiva es la no separabilidad o imbricación entre hechos y valores, que permea hasta el propio vocabulario científico. Por su lado, Marková (2013) coincidentemente con Moscovici (2011), ha cuestionado para la TRS dicha tesis de la neutralidad de los hechos en la vida social, postulada por muchas teorías psicológicas, y promotora de las escalas y cuestionarios que examinan hechos, como si los participantes expresaran pensamientos sin compromisos valorativos. Inclusive la racionalización de las relaciones interpersonales, bajo reglas objetivadas, testimonian aquella dualidad de valores y hechos. Por el contrario, la TRS sostiene que las elecciones éticas basadas en juicios personales o en intereses sociales son vigentes en los investigadores de las ciencias sociales.

En este sentido, la psicología social cognitiva de la atribución individual, marcada con el sesgo social, supone el individualismo como un valor orientador de las indagaciones; por su parte, la TRS contextualizada en el ME dialéctico, si es consecuente, adopta los valores de solidaridad o de reconocimiento de los otros. Ahora bien, en la propia teoría de las representaciones es relativamente reciente la preocupación por los conflictos de los grupos subordinados, aunque ya Moscovici proponía estudiar las representaciones en esos contextos, interpretando a las representaciones de un grupo estigmatizado como una resistencia a la representación dominante, como una articulación de identidades (Howarth, 2006). Sin duda, han sido relativamente escasos los estudios que vinculan a las representaciones sociales con la ideología y el poder. Mientras se concentraron en el contenido y la estructura de las representaciones, no se ocuparon de su proceso social y de su función, no los situaron en los conflictos sociales, con su implicancia política, y a la vez, el no hacerlo habla de una aceptación del mundo tal como es o con sus módicos retoques (Voelklein y Howarth, 2005).

Se puede postular que siempre hay “tendencias para la acción” no epistémicas que presiden las investigaciones en la TRS. Por un lado, se puede adoptar una posición contemplativa, aún predominante en las investigaciones, y que no cuestiona el orden social existente (Howarth, 2006). Por otro lado, hay psicólogos que toman partido por los sectores sociales marginales o sometidos a la desigualdad, desafiando a las relaciones de poder. Cuando ellos realizan intervenciones sobre la subjetividad, la interacción social o la esfera pública e ideológica (Jodelet, 2008), ayudan a cuestionar las representaciones hegemónicas. Tal defensa de los sectores sociales postergados o estigmatizados, orienta las investigaciones y puede conducir a que los psicólogos sociales influyan sobre la calidad de vida de esos grupos sociales. Así, se va más allá de mostrar cómo la realidad puede ser estructurada por un grupo, y se pretende contribuir a su transformación. Y esto, habida cuenta de los instrumentos disponibles para intervenir en los procesos de legitimación o de resistencia, de consenso o de disputa de los significados sociales. Se puede aspirar a promover una conciencia crítica de la desigualdad como componente fundamental de la teoría de las representaciones sociales, con el compromiso del psicólogo en la desalienación de grupos y personas, en la transformación del saber de sí alcanzado por los grupos sociales.

Por último, se plantea una cuestión epistemológica central: ¿el reconocimiento de los valores elimina el logro de la objetividad de las investigaciones, o son una condición indispensable de ella? ¿Puede el conocimiento psicológico alcanzar un nivel de objetividad estando orientado por valores no epistémicos?

Para la epistemología feminista (Harding, 1996; Longino, 2002) los valores no epistémicos han guiado la construcción del conocimiento psicológico y muy especialmente la búsqueda de evidencia empírica. La intervención de un contenido evaluativo en el recorte del objeto de investigación, por ejemplo, no impide que se pueda guiar legítimamente la investigación empírica, sin que dicho contenido pueda garantizar el logro de la evidencia ni de su fundamentación. La utilización de esos valores es legítima o no según se formulen de tal manera los problemas que se evite o no que las evidencias socaven los juicios apoyados en valores. Para identificar esa u otra utilización es fundamental que la indagación guiada por valores no lleve hacia una conclusión predeterminada

En este sentido, un diseño de investigación tiene que ser formulado de un modo que la evidencia pueda falsar la hipótesis sugerida o provocada por aquellos valores, de lo contrario, el rol de estos últimos es ilegítimo. Y la ilegitimidad se puede corregir si se usa la misma clase de precauciones metodológicas que son aceptables para investigaciones guiadas por otras presuposiciones. Se puede inferir que los valores, como antes se propuso para los ME, condicionan o modulan el proceso metodológico de producción del conocimiento, pero no determinan lo que se va a encontrar.

De acuerdo a lo dicho, para que la intervención de los valores no cognitivos tenga reconocimiento en la investigación hay que asumir una concepción de la objetividad diferente de la tradicional, basada en la representación de un mundo único, o en la captura de los hechos anteriores al conocimiento (Gómez, 2014); una objetividad que deriva de las prácticas de la investigación psicológicas limitadas por el mundo real, que resiste o no a las hipótesis propuestas. Las indagaciones son adecuadas o inadecuadas empíricamente, o son conceptualmente consistentes, a la vez que están fuertemente cargadas por aspectos normativos y valorativos. Ellas dependen de la interacción de los investigadores, se basan en los acuerdos y desacuerdos en la comunicación e intercambio no arbitrario, de métodos y resultados. Su naturaleza es social y resulta de una actividad crítica entre los miembros de un programa de investigación e incluso por sus consecuencias sociales (Longino, 2015), se vincula a una clase de intersubjetividad. Dicha validación intersubjetiva se opone a cualquier tipo de realismo representativo que tienda a fundar la verdad en la adecuación de “la cosa y la mente” (Bourdieu, 2002). Y siguiendo este carácter social e histórico, la objetividad es “para adelante”, consiste en una trabajosa conquista del conocimiento, no le es anterior. Hasta se lo puede considerar objetivo en la medida en que ha sobrevivido a las objeciones y es capaz de sostenerse, hasta cierto punto, frente a las objeciones futuras. En síntesis, en un racionalismo histórico, la objetividad se alcanza durante los procesos de elaboración contextualizada de los conocimientos, según los criterios de legitimidad producidos históricamente por las comunidades científicas.

Resulta fundamental afirmar que en las investigaciones de la TRS hay una relación de ida y de vuelta entre los valores no epistémicos y la búsqueda de la objetividad; ésta no puede ser solamente un ejercicio de procedimientos técnicos o metodológicos. Aquí aparece un punto crucial para la evaluación de las investigaciones: la actividad crítica de las condiciones sociales de la práctica de una ciencia social es un componente de la elaboración de su objetividad, como lo han señalado Longino y Bourdieu. Es, entonces, imprescindible incluir a la contraposición de los valores que forman parte del proceso de conocimiento. No se juzgan los valores -el control de las conductas, la solidaridad, el individualismo, o la igualdad- como a componentes que se independizarían de la objetividad, sino como parte de su elaboración. También cabe recordar que los propios juicios de valor pueden ser cuestionados por juicios fácticos: las ciencias sociales pueden hacer afirmaciones como resultado de investigaciones empíricas que muestran la naturaleza y funciones de las creencias valorativas de los científicos sobre el curso de sus procedimientos científicos. A la vez, los juicios fácticos no se aíslan de los juicios valorativos. Por otra parte, se pueden dar argumentos bien fundados para cuestionar los valores no epistémicos, por ejemplo, la creencia de los psicólogos en un mundo político que sucede sin nuestra participación y que es valorado negativamente. Esto conduce a su inmovilidad, por ejemplo, frente a la estigmatización de ciertas minorías étnicas.

En el caso de las RS y bajo el supuesto de que una investigación no es desinteresada, se busca ahondar en las nuevas orientaciones en la disputa y los conflictos en el origen de las representaciones, lo que expresa valores políticos del punto de vista del investigador, y otro tanto debería ser dicho de aquellos psicólogos que permanecen ajenos al tema. De aquí se plantea una disyuntiva de valores: ¿hay que soportar o cuestionar el orden social, consolidarlo o transformarlo? Prestar mayor atención a los conflictos inherentes a la constitución y transformación de las RS no es ajeno a los valores que presiden las investigaciones: se aspira a cambiar las condiciones sociales, en lugar de limitarse a describirlas (Raudsepp, 2005). Tal como lo formuló Moscovici (2011), la psicología social es una ciencia moral humanitaria, en condiciones de dar respuesta a problemas vinculados al empoderamiento de los sectores dominados para lograr su liberación. No se trata meramente de estudiar la reproducción de la realidad social, sino cómo puede ser transformada, hay que tematizar la resistencia colectiva y el cambio social, tanto como la opresión y la reproducción social (Elcheroth, Doise y Reicher, 2011). Y lo que es crucial, el compromiso con ideales políticos no se contradice con la búsqueda de la objetividad del conocimiento psicológico.

Más aún, el cuestionamiento de ciertos valores no epistémicos puede ayudar al logro de la objetividad en el ciclo metodológico, cuando obstaculizan el planteo de ciertos problemas, o el logro de conocimientos verificados, o dan lugar a consecuencias en la práctica psicológica que son cuestionables desde otros valores no epistémicos en juego, en una discusión basada en buenas razones. Sería, entre otros, el caso del control de las conductas de sujetos, el individualismo, o dejar sin tocar a una sociedad caracterizada por relaciones de dominación. Es preciso un ejercicio crítico sobre dichos valores. En este sentido, el cuestionamiento de las condiciones sociales de la investigación -que abarcan las preferencias políticas o morales- se puede llevar a cabo recurriendo a las ciencias sociales, por la interacción crítica entre los miembros de una comunidad científica, o entre diversas comunidades. No está en juego, claramente, alguna autoridad epistémica por encima de estos protagonistas (Longino, 2015).

Las RS y la realidad

Este trabajo ha subrayado que la TRS está orientada por un ME relacional. Sin embargo, para la psicología discursiva y para la psicología constructivista social (Potter y Edwards, 1999; Ibáñez, 1994 y 1997) la TRS, aunque afirme lo contrario, no habría sido consecuente en su crítica al pensamiento dualista cartesiano. Básicamente, sería prisionera de la tesis clásica según la cual hay una realidad pre representada, a la que corresponde como su imagen especular, o afirma una serie de entidades “internas” que se ponen en lugar de las cosas (aunque sean cosas sociales) (Mc Kinnley, Potter y Whetethrells, 1993) Al propugnar la TRS que las RS son elaboradas en una relación del sujeto con el objeto, ha permanecido en la estrategia intelectual de la escisión (Potter y Edwards, 1999). Ello es así, a pesar de la tesis según la cual se construye tanto el objeto como el sujeto en sus interacciones con un alter, como vimos antes.

Al utilizar el concepto de representación, se disocia “lo que cuenta como realidad” y lo “que la realidad es”; los objetos son considerados como independientes del sujeto, en cuanto “el único rol que se atribuye a los sujetos está en el campo representacional” (Ibáñez,1994: 377). Aunque se postule una actividad social en la producción de las imágenes, los sujetos “son enteramente pasivos respecto a la naturaleza del objeto en sí mismo” (Ibáñez, 1994: 377). La disociación señalada nos pone en el camino de la “objetividad”, en el sentido de que hay RS que corresponden mejor que otras al objeto (sea construido o no) (Ibañez, 1997). Los problemas de las RS -entendidas como imágenes-, antes mencionados, derivan de un supuesto ontológico asumido: el dualismo radical entre representación y mundo representado. Los intentos de tender un puente entre ellos han fracasado sin remedio (Potter y Edwards, 1999).

En ocasiones, los psicólogos de la TRS, según sus detractores, pretenden evitar dicho dualismo afirmando que lo único que cuenta son las RS y no lo real en sí mismo, al que podemos suspender, ya que finalmente nuestra conducta es orientada por las representaciones. Sin embargo, no se puede evitar -como le sucedió a Kant- el retorno de la realidad, principalmente porque una vez constituidas, las RS “se colocan en el lugar de la realidad”. Esto significa que la realidad representada “llega a ser cosificada y nos constriñe como si fuera una realidad pre-representada” (Ibáñez, 1994, pág. 373).

¿El realismo representativo expresa adecuadamente el pensamiento de los psicólogos de la TRS? Un examen de la TRS pone en cuestión semejante tesis. Un grupo (sea una clase, un grupo profesional o una etnia) construye “su mundo” a través de las interacciones de sus miembros. En otras palabras, la TRS es constructivista en el sentido de que el S y el O son correlativos y co-constituidos (dentro de la triada en la que hemos insistido) y rechaza que esos términos designen entidades independientes. Gracias al ME dialéctico o relacional, el mundo conocido, para los grupos, es producto de una serie de estructuras socio-psicológicas a través de las cuales ha sido construido, estando restringido por las estructuras disponibles que lo estructuran simbólicamente.

Los psicólogos de la TRS nunca han sostenido, en contra de lo que han afirmado los críticos (Castorina, 2007; 2013) la tesis de un realismo representativo, en el sentido que las RS sean un reflejo más o menos distorsionado de la realidad, ya que no se dirigen a la realidad en sí misma, sino a su reconstrucción por medio de la actividad simbólica. Cuando se habla de un evento constructivo, se está refiriendo a un evento en el curso del cual algo es nombrado y equipado con atributos y valores, e integrado a un mundo socialmente significativo. Éste llega a ser un objeto social dentro del sistema de sentido común del grupo y en el curso de las interacciones en las cuales los actores comparten una RS (Wagner, 1998).

La acción humana demarca el límite entre el mundo de “algo” (lo real) y el mundo de los objetos domesticados, creado a través de la elaboración y la puesta en acto de representaciones. Un objeto es siempre un objeto para un grupo, sociedad o cultura. Se trata de un mundo para un grupo específico, al mismo tiempo que es la razón que le da especificidad a dicho grupo y es “la realidad” para ese grupo. Gracias al discurso y a la actividad pública de los sujetos sociales, se construyen los eventos, lo que es lo mismo que decir que los objetos sociales alcanzan una existencia. Desde el punto de vista ontológico la RS es el objeto (o lo constituye) y el mundo domesticado simbólicamente es el universo “local” de las representaciones (Wagner, 1998; Wagner y Hayes, 2005), existe en la actividad mental y en las prácticas de los miembros de un grupo. En este sentido, hablar de un objeto independiente de la RS, tal como decir que hay varias RS de un mismo objeto X podría no tener sentido, ya que RS y objeto son ontológicamente idénticos.

En una versión algo diferente, Jovchelovich (1996) ha sostenido que la actividad representacional tiene una función simbólica, ya que por su intermedio un mismo objeto social adquiere diferentes significados, según los sectores sociales y en contextos específicos. Se rechaza explícitamente que haya algún conocimiento en que la realidad se dé por sí misma o de modo inmediato. En la TRS la mediación simbólica otorga significado a la realidad para los grupos sociales y en tal sentido se puede hablar de construcción de realidades, en tanto son experimentadas por los actores sociales.

Ahora bien, se asiste a una curiosa situación: básicamente, cuando se habla de las RS como siendo objetos socialmente elaborados, que son construidos en las acciones concertadas, hay también “algo” no estructurado o no domesticado por un sistema representacional de los grupos. Es preciso evocar que lo real es algo extraño, que se convierte en amenazante para un grupo social, y que testimonia la intervención de lo que existe más allá de la “domesticación” producida por la construcción social de significados. Aquello no familiar puede chocar duramente con ese mundo local (RS) y obligar a renegociar los significados (como los cañones de Pizarro para los pueblos originarios, a los que ni siguiera podían nombrar, o el SIDA para los grupos sociales de los años ochenta).

En otras palabras, las tesis epistemológicas constructivistas implican que lo real es más amplio que lo estructurado simbólicamente, hasta se lo puede considerar como lo que aún no ha sido domesticado, en un sentido semejante al término “hecho bruto” de Searle (1997). Algo en el mundo llega a ser lo que socialmente es para un grupo, tal o cual RS (AID -Síndrome de Déficit Atencional-, o inteligencia de los alumnos, etc.) sólo por virtud de un hacer individual y colectivo. Ahí recibe un nombre (es categorizado) y se provee de los atributos que son relevantes para un grupo específico. La epistemología constructivista establece que la TRS es una descripción del mundo social de los grupos, no del mundo de lo “no domesticado”, el que quizás sea representado por otros grupos sociales o por la ciencia.

De este modo, la TRS no adopta un realismo representativo para las RS, porque sin duda el marco epistémico epistemológico constructivista rechaza la dualidad entre el sujeto y el objeto, o entre lo representado y la realidad. Cualquier versión de la TRS negaría una “aproximación” a lo real en el proceso social de construcción de las RS, a lo sumo se sostendría su reconstrucción por medio de la actividad simbólica. Se puede, en cambio, afirmar un realismo ontológico, según el cual el mundo no simbolizado existe con independencia de nuestras representaciones (los “algo” no domesticados) o como hechos brutos en el sentido de Searle. Se puede hablar de un realismo ontológico, pero no de un realismo epistémico, incluso de un realismo crítico epistémico, que es sustentable para el conocimiento científico (Putnam, 1987), pero para nada es pertinente para las RS.

Por otra parte, no es razonable suponer que algunas RS sean más “objetivas” que otras, respecto de un mundo preexistente, como sostienen los críticos, porque no se puede plantear su comparación con ese mundo preexistente. En verdad, este tipo de comparación tampoco se puede proponer para una teoría científica, aunque haya otro significado para la objetividad, como se ha mostrado más arriba. Si las propias RS no se aproximan inacabadamente a la realidad, ¿cómo se puede plantear para el conocimiento científico? Para hacer inteligible su propia génesis hay que asumir la diferencia entre la construcción social y lo real social. Este último suscita la producción de las RS porque trasciende cualquier representación poniendo límites a su simbolización. Alguna diferencia entre las RS y lo real es constitutiva de la construcción social de las creencias y se la puede interpretar considerando la historia de cada RS en términos de su variación cultural. Por ejemplo, la representación que posibilitaba -y lamentablemente, aún posibilita- considerar a las mujeres como naturalmente inferiores a los hombres (punto de vista de los dominadores) puede ser cuestionada gracias a la historia de las RS de género en nuestra sociedad. De este modo se rechaza la identidad entre construcción simbólica y lo real, justamente por la interpretación de aquella diferencia (Castorina, 2007).

Conclusiones

Respecto del ME, la filosofía se dedica a explicitar los supuestos ontológicos y epistemológicos de la elaboración teórica y empírica de la TRS, y aclarar -sobre todo- el modo en que intervienen sobre el proceso de investigación, desde la formulación de los problemas, pasando por las unidades de análisis, hasta las elecciones metodológicas. Incluso, la problemática de los valores y la objetividad de las investigaciones está asociada a los ME, al punto de ser sustentable que los valores de solidaridad y de defensa de los sectores estigmatizados presidan las investigaciones. Y ello sin conspirar contra la objetividad del conocimiento, siempre y cuando esta última sea reformulada respecto a las tesis del positivismo. Por tanto, la presencia de los valores en la elaboración investigativa sugiere que no se trata solo de describir las creencias sobre la realidad social, sino cómo ésta puede ser transformada, al tematizar la resistencia colectiva y el cambio social, tanto como la opresión y la reproducción social (Elcheroth, Doise y Reicher, 2011), tomando partido en las disputas por el sentido, dentro de la desigual sociedad capitalista. Finalmente, respecto de las relaciones con la realidad, hay razones filosóficas que justifican un rechazo del realismo representativo para las RS, a la vez que se esclarece la diferencia con lo real, sin lo cual sería muy difícil interpretar las modificaciones históricas de las RS.

Este trabajo ha puesto de relieve que el examen de algunos problemas meta teóricos en la investigación de las RS se debe articular con los niveles empírico y teórico. Su fertilidad reside especialmente en que se ocupa de una teoría “en plena elaboración”, desde el interior del proceso de “hacer ciencia” de lo social. La lección de las reflexiones de Moscovici y otros investigadores de la TRS, lo que hemos expuesto para el conjunto de los investigadores, es que los análisis meta teóricos son indispensables para el avance de los conocimientos en el campo. Esta actividad la llevan a cabo los propios investigadores, para lo cual tienen que contar con las herramientas que provienen de las epistemologías contemporáneas.

Como consecuencia de lo expuesto en este trabajo, es necesario mejorar el rigor conceptual y metodológico de la TRS, por medio de una reflexión sobre su estructura y dinámica. De este modo, la integración teórica y la problematización ayudan a evitar la fragmentación y en ocasiones, la reiteración injustificada de un modo de trabajar los temas de estudio. Pero “rigorizar las RS” no tiene nada que ver con lo que Moscovici y Marková (2006) llamaron la “victoria del método”, y que se traduce en el virtuosismo en la aplicación de técnicas (Valentim, 2013) y la seducción de los procedimientos de medición, o en la creencia de que para investigar RS es suficiente con utilizar el impresionante arsenal de métodos disponibles. Se trata de asumir el “politeísmo metodológico”, que es irreductible a la “acumulación y análisis de los datos” y necesita de la reflexión teórico-conceptual, que es una actividad previa o que acompaña a la investigación empírica. En verdad, la cuestión central es cómo asumir los tres niveles de indagación empírica, teórica y meta teórica, para alcanzar la consistencia del “ciclo metodológico”, entre el ME, las teorías, los métodos específicos y los fenómenos que se construyen (Valsiner, 2006).

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