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Cultura y representaciones sociales

versión On-line ISSN 2007-8110

Cultura representaciones soc vol.6 no.11 Ciudad de México sep. 2011

 

Artículos

 

Marcos y ciudades: del orden del discurso a la acción en situación

 

Lilian Mathieu*

 

Director de investigaciones en Sociología en el CNRS, miembro del laboratorio GRS (CNRS/ ENS, Lyon; ver http://recherche.univ-lyon2.fr/grs/index.php?page=97&id_membre=52). Es autor de las siguientes obras, entre otras: Mobilisations deprostituées (2001), Comment lutter? Sociologie et mouvements sociaux (2004) y Les années 1970, un âge d'or des luttes? (2010). Es miembro del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA).

 

Resumen

El artículo se propone examinar críticamente dos perspectivas teóricas —que en nuestros días gozan de amplia aceptación— para el análisis de los movimientos sociales: la de los "marcos" de la experiencia contestataria, desarrollada principalmente por David Snow y sus colegas en los Estados Unidos, y la de la gramática de las "ciudades", elaborada inicialmente en Francia por Thévenot y Boltanski. Se señalan los escollos a los que están expuestas ambas perspectivas, que se reducen fundamentalmente a la tentación de privilegiar el análisis interno de los discursos de los movimientos sociales dentro de una visión intelectualista, y se sugiere que, para fortalecer su potencial heurístico, se deberían tomar más en cuenta los contextos de la acción contestataria y articularse con una perspectiva más estructural y más atenta a la diferenciación social.

Palabras clave: marcos, ciudades, movimientos sociales, Thévenot, Boltanski.

 

Abstract

Frames and cities: from the order of discourse to action in situation The purpose of this article is to examine critically two theoretical perspectives -that nowadays enjoy wide acceptance - for the analysis of social movements: that of the "frames" of rebellious experience, developed principally by David Snow and his colleagues in the United States, and that of the grammar of the "cities", initially elaborated by Thévenot and Boltanski in France. The obstacles that both perspectives face, which are related fundamentally to the temptation of favoring the internal analysis of social movements discourse from an intellectual point of view are pointed out; it is also suggested that, to strengthen their heuristic potential, they should consider the contexts of rebellious action and be articulated to a more structural and attentive perspective to social differentiation.

 

Introducción

Involucrarse en un movimiento social equivale a involucrarse en una acción crítica, ya que implica expresar pública y colectivamente una protesta con respecto a un orden de cosas injusto, exigiendo que se le ponga un término. Dos operaciones se conjuntan en esta actividad: por un lado la evaluación de un estado de cosas a la luz de principios de justicia, y por otro la expresión pública de un desacuerdo con ese estado de cosas. Ambas operaciones son eminentemente sociales: en efecto, no sólo estos principios de justicia deben ser aceptados y compartidos por el público al cual se dirige la expresión de la indignación para que sea reconocida como válida, sino que su misma expresión debe conformarse a reglas de enunciación socialmente definidas so pena de ser invalidada.

La conjunción de estas dos operaciones explica el éxito que obtuvo la asociación de dos perspectivas teóricas que surgieron, sin embargo, de tradiciones de investigación diferentes: la de los "marcos" (frames)1 de la experiencia contestataria y la de la gramática de "ciudades".2 La primera es una extensión del enfoque elaborado por Erving Goffman para el análisis de los movimientos sociales en su obra Los marcos de la experiencia (Goffman, 1991), tal como fue desarrollada en Estados Unidos bajo la batuta de David Snow, y apunta a estudiar el potencial movilizador de los discursos que las organizaciones de movimientos sociales dirigen al público. La segunda surge en Francia de una articulación original entre la economía de las convenciones y la filosofía de la justicia y, en una fase ulterior, la sociología pragmática. Esta articulación permite reconocer cierta originalidad a la sociología de las movilizaciones de lengua francesa.3

Las dos perspectivas serán examinadas aquí críticamente y en forma sucesiva, lo que nos permitirá localizar un escollo al que ambas están expuestas: el de reducir su ambición a un análisis internalista de los discursos producidos por los movimientos sociales, en lugar de inscribirlos en la práctica real contestataria. La conclusión sugerirá pistas de desarrollo de estos enfoques con el fin de superar este escollo por medio de una atención más viva a los contextos de acción y a las dimensiones estructurales de los procesos contestatarios.

 

Los marcos de la experiencia contestataria

La perspectiva de los "marcos (frames) de la experiencia contestataria" apareció a principio de los años 1980, como una reacción contra el utilitarismo estrecho e indiferente de las "ideas", "discursos" o ideologías de los movimientos sociales, tal como son tratados dentro de la perspectiva de la "movilización de los recursos", dominante en los años 1970-1980. La perspectiva de los "marcos" tuvo su expresión más influyente bajo la pluma de David Snow y de sus colaboradores; a partir de ellos, el vocabulario de los "marcos" (frames) y del "enmarcado" (framing) impregna una parte importante de la literatura internacional sobre las movilizaciones.

La fuerza de convicción de los buenos encuadres

Inspirados en la sociología de Goffman, los analistas de los movimientos sociales fijaron su atención primero en las interacciones cara a cara. Es así como David Snow se interesó primero en las interacciones en las cuales y por las cuales se opera el reclutamiento en un movimiento, mostrando que, combinada con otras variables como la existencia de contactos previos o la integración a redes de sociabilidad concurrentes, la comunicación directa entre el reclutador y el reclutado era más eficaz que otros procedimientos (Snow, Zurcher y Eckland-Olson, 1980). El término micromovilización designa las interacciones cara a cara durante las cuales los individuos se proponen convencer a otros a sumarse a la protesta colectiva que tratan de levantar.

Snow ha seguido analizando lo que se juega en las micromovilizaciones interesándose especialmente en la recepción del mensaje militante por parte de los reclutas potenciales, y utilizando para ello otro modelo goffmaniano, el de los marcos de la experiencia. Un marco es para Goffman lo que "permite en una situación dada atribuir un sentido a tal o cual de sus aspectos, ya que de otra manera estarían desprovistos de significado" (1991, 30). En la mayoría de las situaciones de la vida cotidiana, la actividad de enmarcado (framig) se realiza bajo el modo de lo evidente. Pero otras situaciones son menos fácilmente comprensibles, y se exponen a lo que Goffman llama una falla del enmarcado (cuando uno se equivoca sobre el sentido de la situación), lo que permite que algunos individuos puedan dedicarse conscientemente a manipulaciones del "marco" (lo que Goffman llama fabricaciones), tales como las farsas o las estafas.

La micromovilización, en la perspectiva desarrollada por Snow y sus colegas, se convierte en la interacción en el curso de la cual se realiza el alineamiento de los marcos que utilizan respectivamente, para dar sentido a una misma situación, un militante y la persona a quien éste intenta reclutar para su organización. Dicho de otra manera, el alineamiento de los marcos designa la relación que se establece entre las...

... interpretaciones de las situaciones por los individuos y por las organizaciones de movimientos sociales, de manera tal que algunos intereses, valores y creencias de los individuos, y ciertas actividades, metas o ideologías de los movimientos sociales, resulten congruentes y complementarios (Snow et al., 1986, 464);

... constituye, según los autores, una "condición necesaria de la participación en un movimiento, cualquiera que sea su naturaleza o su intensidad" (ibíd.)

En esta perspectiva, el interés del sociólogo se inscribe en el trabajo realizado por los militantes para acoplarse a las percepciones de los individuos que intentan reclutar o para modificar estas percepciones con el fin de convencerlos para participar en la acción colectiva. Snow y sus colegas identifican cuatro tipos de alineamientos capaces de provocar el reclutamiento de nuevos militantes. El primero es la conexión de marcos, que designa el trabajo realizado por una organización con respecto a personas que comparten su punto de vista, pero que no lo conocen; el objetivo para la organización es darse a conocer ante este público potencial, sin modificar sus convicciones. El segundo es la amplificación de marco. Consiste en clarificar o en desarrollar un esquema interpretativo ya existente en los individuos, insistiendo en valores o creencias preexistentes, pero que no han desembocado en una voluntad de compromiso; se trata igualmente de permitirle al individuo relacionar sus preocupaciones cotidianas con los objetivos del movimiento. La extensión de marco interviene cuando los individuos no comparten los valores u objetivos de la organización: ésta debe entonces extender su discurso integrando elementos que a priori no forman parte del mismo, pero que son pertinentes para su "blanco" de reclutamiento. La transformación del marco, finalmente, consiste en la búsqueda de una especie de conversión para modificar radicalmente los puntos de vista, creencias o valores de los individuos de manera que se ajusten a los de la organización.

Posteriormente Snow y Benford afinaron su modelo alegando que el alineamiento de los marcos no puede por sí solo provocar un compromiso efectivo; el marco propuesto por la organización debe ante todo entrar en "resonancia" con las creencias y los valores del recluta potencial, es decir, debe parecerle creíble y pertinente. Esta necesidad de credibilidad impone que el marco propuesto por la organización conlleve tres elementos (diagnóstico sobre la situación problemática, propuesta de solución y motivación para la acción) suficientemente coherentes y, de modo más amplio, se ajuste al sistema de creencias propias del grupo o de la sociedad en las que se despliega, para producir un compromiso efectivo (Snow y Benford, 1988). Los mismos autores propusieron llamar "marco dominante" (master frame) a todo marco con un poder movilizador tal que pueda ser empleado por el conjunto de los movimientos constitutivos de un mismo ciclo de protesta (Snow y Benford, 1992).

El interés de este enfoque es el de complejizar la relación entre representaciones individuales y compromiso para participar en una acción colectiva. La simple existencia de un descontento no es una condición suficiente para lograr ese compromiso; todavía hace falta que éste sea percibido e interpretado a través de marcos de interpretación pertinentes. Es igualmente necesario, para producir un compromiso de participación, que la percepción de la propia situación como desdichada o injusta encuentre eco en un colectivo que encarne un grado superior de generalidad, y a este título sea apto para conferirle credibilidad y legitimidad. Sin embargo, esta perspectiva se expone, cuando se utiliza de manera no rigurosa, a una serie de escollos. El primero es el desequilibrio entre la acción de las organizaciones militantes, que parecen las únicas activas en las micromovilizaciones, y la pasividad supuesta de los reclutas. Un sesgo utilitarista tiende a reducir los marcos construidos con recursos simbólicos a simples instrumentos de propaganda al servicio de los manejos de agentes reclutadores calculadores e incluso manipuladores, descuidando de este modo las consideraciones morales, éticas o jurídicas que deben regir el compromiso de los contestatarios (Cefaï, 2001, 2007). Es así como la perspectiva se rebaja a un modelo de acción racional, mientras que el enfoque inicial de Goffman consideraba al enmarcado como una actividad cognitiva ampliamente pre-reflexiva.

De los discursos a las interacciones

Pero otro sesgo, en el que deseamos insistir aquí, radica en la pendiente idealista de la perspectiva de Snow y de sus colegas o discípulos. La primera dificultad tiene que ver con el presupuesto de una congruencia necesaria —implicada en la idea de alineamiento— entre las representaciones de los militantes y las de aquellos a los que reclutaron. Tal homogeneidad de representación está lejos de estar asegurada, y podemos imaginar que algunos individuos se adhieren a un movimiento por motivos ajenos a los manifestados en su discurso público. La sociología electoral ha mostrado desde hace tiempo que la simpatía por un partido político, el voto por el propio candidato e incluso una adhesión formal no permiten en ningún caso inferir que se comparte o se comprende plenamente su ideología o su programa, y no vemos por qué el campo de las movilizaciones contestatarias escaparía a efectos similares.

Una segunda dificultad proviene de la dimensión intelectualista de la perspectiva cuando postula que el marco de inteligibilidad de una situación propuesta por una organización de movimiento social será tanto más eficaz cuanto más "robusto", "consistente" y "no-contradictorio" (Snow y Benford, 1988, 199). Sin embargo, es dudoso que la capacidad movilizadora de un discurso organizacional sea tanto mayor cuanto más coherente, completo y refinado sea dicho discurso. El ejemplo de las sectas, cuyos discursos raramente brillan por su coherencia, y que le proveen a Snow su principal terreno de estudio, debería, sin embargo, haberlo puesto en guardia contra esta pendiente. No solamente nada permite postular que los discursos mejor elaborados o los más sofisticados estén dotados de una capacidad movilizadora superior, sino que podemos incluso preguntarnos si no ocurre, en realidad, lo inverso: los discursos vagos y ambiguos bien podrían ser más movilizadores, por ser susceptibles de una multiplicidad de interpretaciones y de apropiaciones. De igual manera, analizar los desacuerdos entre organizaciones que intervienen en un mismo terreno de lucha en términos de frame dispute, como lo hace Robert Benford (1993), revela posiblemente una aprehensión intelectualista que autonomiza abusivamente el ámbito de los discursos con respecto a las demás dimensiones de la realidad social, y especialmente, en este caso, de las lógicas de competencia (por la captación del apoyo de los simpatizantes, el reconocimiento de los poderes públicos, la atención de los medios, etc.) que atraviesan los universos militantes.

Un tercer problema, ligado al precedente, proviene del postulado de que la elaboración de un "marco" y el hecho de que sea compartido constituyen las condiciones preliminares para la movilización. Sin embargo, un estudio cuidadoso de las dinámicas contestatarias indica que la producción de un discurso militante más o menos elaborado es más bien un producto antes que una condición de la acción colectiva. Dentro de y por la movilización, a través de sus debates internos y en respuesta a las preguntas, protestas o refutaciones de los observadores o adversarios, es como un grupo movilizado define sus quejas y reivindicaciones; pero no es un "programa" el que incita a los agentes a unirse a la protesta sólo por la fuerza de su coherencia o "resonancia".4 Los trabajos de Danny Trom (1999) o de Yves Dutercq y Claudette Lafaye (2003), por ejemplo, muestran hasta qué punto el hecho de exponerse al reproche de no defender más que los intereses singulares de tipo NIMBY5 constriñe a los movimientos sociales a formular sus reivindicaciones de modo que les permita refutar las sospechas de este orden.

Sumemos a estas dificultades el hecho de que el éxito de la perspectiva de los marcos de la experiencia contestataria ha contribuido a embrollar el estatuto analítico de sus principales conceptos. En efecto, el término "marco" ha llegado a designar uniformemente cualquier registro de discurso desplegado por un movimiento social, sin que se sepa exactamente cuál es su modo de existencia o su aporte heurístico. Si un movimiento apela a la justicia, se remitirá su recurso al "marco del derecho"; si otro denuncia el autoritarismo de un régimen, se le atribuirá el "marco de la democracia"; y si un tercer movimiento reivindica la libertad para practicar el aborto, se movilizará el "marco de la libre elección" para codificar sus tomas de posición. La perspectiva señalada ha sabido dotarse de instrumentos eficaces, puesto que utiliza programas informáticos de análisis textual que permiten determinar, por medio de la marcación de términos supuestamente vinculados con ellos, los diferentes "marcos" privilegiados por un determinado movimiento en su comunicación pública. De este modo se confiere una apariencia de cientificidad —ya que se la presenta objetivada en números y gráficas— a un análisis de contenido incapaz de integrar las condiciones contextuales de producción de los discursos que analiza.

Vale la pena señalar un último desarrollo del modelo de los marcos, en tanto que atestigua la pendiente intelectualista seguida por su aplicación en el estudio de las movilizaciones: la de la "estructura de las oportunidades discursivas", iniciada por Ruud Koopmans y Paul Statham (2000). Esta perspectiva postula que, así como los movimientos sociales están constreñidos por el contexto político, y especialmente por la configuración institucional a la que se enfrentan (y que los analistas designan como "estructura de las oportunidades políticas"), ellos deben tomar en cuenta también, en la expresión de sus reivindicaciones, el contexto cultural en el que se inscriben, el cual puede mostrarse más o menos receptivo a sus posiciones. Dicho de otra manera, un discurso militante corre el riesgo de no encontrar más que indiferencia u hostilidad si se encuentra en desfase con respecto a la manera en que la cuestión en juego se halla "enmarcada" en el seno de una sociedad. Éste es, por ejemplo, el procedimiento que adoptaron Florence Passy y Marco Giugni (2006) en su estudio comparativo de los movimientos de inmigración en Francia y en Suiza: mientras que en el primer país los movimientos tienen que avenirse con un imaginario de nación "universalista", en el segundo domina una concepción "etnocultural" de la misma. En este caso el idealismo tiende hacia el culturalismo, puesto que se defiende una concepción homogeneizante —dotada de una coherencia excesiva— de las representaciones mentales.

De manera paradójica para una perspectiva surgida del interaccionismo simbólico, el análisis de los "marcos de la experiencia contestataria" se desinteresó progresivamente de los contextos de la elocución para tratar al discurso por y en sí mismo: dicho de otro modo, el orden de la interacción se esfumó ante el orden del discurso, y el estudio del "trabajo de la significación", promovido inicialmente por Snow, se redujo a un análisis interno de los discursos militantes, ampliamente desconectado de los demás intereses presentes en la práctica contestataria. Esta evolución se debe sin duda al hecho de que, mientras que Goffman se interesaba por la actividad dinámica del enmarcado en situación, los especialistas de los movimientos sociales inspirados en él han retenido sobre todo el concepto de marco, del que hicieron un uso empobrecido, por tratarlo en forma estática.6 Sin embargo, Los marcos de la experiencia (de Goffman) invitaban a otros usos más fructíferos, al ofrecer un modelo de aprehensión de los resortes cognitivos del compromiso y de sus evoluciones en el tiempo.

Este es el camino que siguieron Gamson y sus colaboradores en lo que constituyó la primera tentativa de aplicar el aparato conceptual de Goffman a los fenómenos contestatarios —desafortunadamente con una posteridad menos numerosa que la de Snow. Vale la la pena recordar aquí su modo de proceder (Gamson et al., 1982). Éste consistió en provocar artificialmente, para estudiarla directamente, una movilización de resistencia contra una "autoridad injusta". El experimento comenzó con el reclutamiento, por medio de un pequeño anuncio publicado en la prensa local por una empresa de consultores, de un pequeño grupo de individuos ordinarios. Estas personas fueron reunidas con el fin de constituir un grupo testigo ante el cual los consultores afirmaban querer probar sus estrategias comerciales. Pero en realidad los participantes fueron invitados para prestarse a un falso testimonio filmado en video, con el fin de ayudar a una sociedad a ganar un proceso (judicial). Por supuesto, la empresa de consultores era una invención de Gamson y de sus colegas, y el proceso una pura ficción. Pero este experimento les permitió estudiar en el nivel más fino la manera en que los individuos, sometidos a la conminación emitida por una autoridad para cometer un acto que choca con su sentido de justicia, se resisten a esta conminación, tratan de sustraerse a la misma o de discutirla, y procuran enrolar a los demás miembros del grupo en su revuelta. El experimento permitió a los autores distinguir no solamente las diferentes etapas que pueden conducir de la aceptación de la autoridad a la revuelta abierta, sino también varios "cursos de rebelión", diferentes según su intensidad y la rapidez de emergencia de la protesta. Gamson y sus colegas subrayan la importancia, en el proceso de oposición a la autoridad, del reenmarcado (reframing), por parte de los participantes en el experimento, de la situación que ellos viven como vinculada a la injusticia, es decir, la adopción de un "marco de injusticia". Éste, sin embargo, no permite justificar la oposición a la autoridad más que bajo la condición de ser colectivamente compartido —una condición que a su vez depende de la solidaridad y de la lealtad entre los diferentes miembros del grupo. Aquí es realmente la acción colectiva en situación la que se estudia a través de las interacciones y de las percepciones de los agentes.

 

El modelo de las "ciudades"

Lo que se llama modelo de las "ciudades" constituye una de las empresas más originales que ha conocido recientemente la sociología francófona. Indisociable de los nombres de Luc Boltanski y de Laurent Thévenot, que le dieron con Les economies de la grandeur7 su impulso decisivo a finales de los años 1980, esta perspectiva inicialmente centrada en la actividad crítica logró un fuerte desarrollo en virtud de su extensión hacia una serie de terrenos, entre los cuales la acción colectiva contestataria. Nos detendremos primero en los trabajos fundadores de esta perspectiva, que ya contienen en sí mismos un aporte significativo para el estudio de los movimientos sociales, y luego en la perspectiva pragmática bajo la cual experimentaron una prolongación.

Denuncia y justificación

Señalemos en primer lugar que un trabajo anterior de L. Boltanski representa ya un aporte sustancial para la comprensión de las movilizaciones: el consagrado a la denuncia pública (Boltanski, 1990). Se trata de un análisis de los correos que diferentes individuos dirigen al periódico Le Monde para denunciar un hecho que estiman escandaloso. Pues bien, en este análisis y en la identificación que allí se hace de las reglas a las que debe conformarse dicha denuncia para ser percibida como creíble, también se ponen de manifiesto las condiciones que deben reunirse para que una movilización "prenda", es decir, para que otros se adhieran a la misma. Se sabe que es la "generalidad"8 de los actantes comprometidos en la situación denunciada la que determina la receptividad de la denuncia, mientras que las cartas que destacan la singularidad del caso presentado o de los individuos concernidos son descalificadas. Este enfoque que se interesa en las movilizaciones fallidas porque nadie las siguió —que son los correos no publicados por el diario—, nos recuerda que llegar a dotarse de una dimensión colectiva es un objetivo obligado, y no necesariamente de los más fáciles de alcanzar, para los individuos que desean hacer escuchar una protesta.9

Esta cuestión de la "elevación en generalidad" (montée en généralité) está en el centro del modelo de la justificación (de Boltanski y Thévenot, 1995). Ella reviste interés para una reflexión sobre la actividad contestataria en la medida en que toma por objeto las disputas públicas, y más precisamente, las "capacidades que los actores ponen en juego cuando tienen que justificar sus acciones o sus críticas" (ibíd., 26) y las formas del acuerdo entre diferentes actores, apoyadas en los principios de generalidad y de órdenes de valor (grandeur) que permiten dirimir las controversias. Boltanski y Thévenot plantean que, cuando se desarrollan en una escena pública, los diferendos ordinarios exigen, para ser resueltos, que sus protagonistas "se eleven en generalidad", es decir, que se alejen de la situación concreta y de los motivos directos de sus desacuerdos para invocar los grandes principios de legitimidad —a los que denominan "principios superiores comunes"— compartidos por los demás miembros de la colectividad. Estos principios provienen de diferentes registros que Boltanski y Thévenot llaman "ciudades", las cuales son seis, y se refieren a concepciones diferentes del bien común y de la justicia. Se distinguen las ciudades: inspirada, doméstica, de la opinión, cívica, industrial y mercantil. En consecuencia, un mismo individuo o una misma acción serán evaluados de manera diferente (y serán o no "justificados") según que sean juzgados a la luz de los principios de justificación de una u otra ciudad: una práctica como la del "tráfico de influencias" (piston), por ejemplo, será juzgada negativamente —y conducirá a una condición de "pequeño"— en la ciudad cívica (regida por la voluntad colectiva y la igualdad), pero será acogida positivamente en la ciudad doméstica que valoriza las relaciones de confianza o de servicio entre allegados.

Esta perspectiva se define como una sociología de la crítica, es decir, un análisis de la manera en la que los individuos ordinarios de nuestra sociedad manejan su protesta frente a una situación determinada, y se plantea en ruptura con la sociología crítica (cuya principal expresión es la teoría de Pierre Bourdieu), a la que se le reprocha el hecho de no explicitar los fundamentos normativos de la crítica que formula. Considerando que nuestra sociedad es una "sociedad crítica" cuyos miembros disponen de capacidades mínimas para criticar las situaciones que les parecen surgir de la injusticia, el enfoque...

... apunta a clarificar los principios de justicia en los que se apoyan las personas cuando proceden a hacer críticas o justificaciones, y a explicitar las operaciones por medio de las cuales asientan lo bien fundado de sus aserciones, vinculándolas con la realidad por medio de pruebas (Boltanski y Thévenot, 1991, 61-62).

Se trata de un "Modelo de competencia", es decir, "de la puesta en forma de la competencia que los actores ponen en juego cuando actúan en relación con la justicia" (ibíd., 67), y se presenta como una sistematización, y por lo tanto como una clarificación de los principios de equivalencia en los que se apoyan los actores en sus operaciones.

Se comprende que tal modelo teórico represente un aporte sustancial para toda reflexión sobre una práctica como la acción colectiva contestataria, necesariamente portadora de una dimensión crítica. La obra en cuestión —De la justification— fue objeto de numerosos comentarios que nos abstendremos de mencionar aquí. Nos contentaremos con señalar dos dificultades salientes de su aplicación al estudio de las movilizaciones. La primera fue señalada por Michel Dobry cuando puso en duda que las denuncias y justificaciones ordinarias se apoyen en principios superiores tan generales y también comúnmente compartidos, como los presentados en De la justification. Para él, dado que nuestras sociedades están compuestas por sectores fuertemente diferenciados, cada uno de ellos movido por lógicas y referencias propias,

... debemos renunciar (...) a la idea de que existen principios de legitimación superiores, comunes para el conjunto de la sociedad.

(...) Las legitimidades ordinarias son ante todo locales: son legítimos los actos, las denuncias y las justificaciones que hacen referencia en primer lugar a lógicas sociales específicas de cada sector diferenciado (Dobry, 1995, 28).

Ciertamente, L. Boltanski reconoce que "en las situaciones concretas de la vida ordinaria, las personas raramente llevan a su término el trabajo consistente en remontarse al principio de justicia que fundamenta sus argumentos" (1990, 62), y por lo tanto, que los discursos que profieren cuando se involucran en disputas están lejos de tener la coherencia y la integralidad de los principios superiores comunes de cada "ciudad"; pero él sigue sosteniendo que a pesar de ello, "la justificación es portadora de una pretensión de universalidad" (ibíd., 75). Podemos preguntarnos en todo caso si —debido a la intención loable de rehabilitar las competencias de actores ordinarios a veces tratados con displicencia por los sociólogos— el modelo no tiende a conferir a sus controversias cotidianas cierta grandeza filosófica, o por lo menos una pretensión de generalidad tal vez excesiva.

La segunda dificultad está cerca de una de las ya señaladas más arriba con respecto a la teoría del enmarcado, y se refiere al uso del modelo para el análisis de los materiales empíricos recolectados en el curso de la investigación. Estos materiales existen frecuentemente, cuando se estudia un movimiento social, bajo la forma de discursos: tomas de posición de los portavoces, circulares, periódicos militantes, reportes en la prensa, etc. Entonces es grande la tentación de utilizar el modelo de las "ciudades" como un esquema de análisis interno de estos discursos, con el fin de detectar los "principios superiores comunes" mayormente movilizados, en vista de lo cual el vocabulario se codifica según que remita a tal o cual "ciudad". De este modo las "ciudades", como todos los marcos, son reducidas a registros de discursos y a tonalidades de vocabulario militante, desconectados de su contexto de solicitación y de actualización por los actores.

La "dimensión situada" de las disputas se borra aquí nuevamente en beneficio de un orden del discurso abusivamente dotado de una lógica autónoma, y esto a pesar de que en De la justification esa dimensión se consideraba como esencial:

El modelo reconoce en primer lugar la existencia de personas que actúan dentro de situaciones. Se trata de un modelo orientado ante todo a tomar en cuenta las constricciones que limitan las posibilidades de acción que se le ofrecen a las personas cuando se colocan en régimen de justicia (Boltanski, 1990, 68).

Afortunadamente, otros desarrollos ulteriores de la perspectiva iniciada por De la justification supieron mantener una fuerte atención a la situación; en lo que sigue nos proponemos someterlos a examen.

El enfoque pragmático de los regímenes de acción

L. Boltanski ha defendido un enfoque pluralista de la acción humana desde L'amour et la justice comme compétences (El amor y la justicia como competencias), señalando que la justificación no es más que un modo de compromiso en situación entre otros. Al lado de los "estados de disputa", —en el curso de los cuales los individuos pueden ya sea comprometerse en la justificación, ya sea caer en la violencia— existen "estados de paz": la situación de justicia (en la que las equivalencias no son cuestionadas y el orden de las cosas permanece estable), y el ágape, que se sitúa más allá de la equivalencia al fundarse en el don sin esperar un contra-don.

Así extendido, el esquema de análisis se desplaza de manera que permita...

... concebir la manera en la que la gente puede colocarse bajo diferentes modos y también la manera en la que puede moverse de un mundo a otro, de acuerdo a secuencias que (...) pueden ser de muy corta duración (Boltanski, 1990, 110).

De este modo el autor se aleja de la filosofía política que impregnaba al modelo de las "ciudades" para inscribirse en la filiación de la sociología pragmática, es decir, una sociología re-centrada sobre "lo que hace el hombre, lo que hace de sí mismo y de los demás: las acciones que emprende y asume, los discursos que formula y apoya" (Benatouil, 1999, 293). La reflexión se centra particularmente en la identificación de los modos de coordinación entre actores, y más precisamente, en las formas de ajuste que, en el transcurso de su acción, operan entre ellos y con su entorno. Estos ajustes se realizan principalmente, como sostiene Nicolas Dodier, por medio de apoyos convencionales de los que disponen las personas, es decir, "el conjunto de recursos que permiten elaborar una comunidad, aunque sea mínima, de perspectivas para coordinar las acciones" (Dodier, 1993, 65-66).

La prosecusión de este programa de investigación conduce lógicamente a la identificación y a la formalización de los diferentes modos de compromiso en la acción, designados como regímenes de acción, o regímenes de participación (Thévenot, 2006). El programa exige la combinación de diferentes métodos, y particularmente la articulación entre un procedimiento etnográfico que lleva al investigador a seguir a los actores para observar su práctica, y entrevistas para recolectar sus informes sobre esta práctica, así como también, en algunos casos, la lectura de obras de filosofía destinadas a proveer "gramáticas" (en el sentido de explicitaciones formales de sus modalidades y de sus intereses en juego) del régimen considerado. Sin pretender proporcionar una lista exhaustiva, citemos rápidamente algunos de estos regímenes. El "régimen de familiaridad" fue modelizado por L. Thévenot para dar cuenta de situaciones de ajuste armónico del cuerpo con un entorno de cosas, situaciones en las que los actores realizan su acción de manera pre-reflexiva, en un sentido cercano a lo que Bourdieu llamaba sentido práctico (Thévenot, 1994); su estudio ha sido desarrollado y enriquecido por el trabajo de Marc Breviglieri (2006) sobre las formas de habitar, así como también, con Luca Pattaroni y Joan Stavo-Debauge, sobre su declinación en el trabajo social bajo la forma de un régimen de proximidad (Breviglieri, Pattaroni y Stavo-Debauge, 2003). El "régimen de hospitalidad" fue propuesto por N. Dodier a partir de una etnografía de los servicios de urgencias en el hospital, mostrando cómo éstos deben combinar la atención a las personas y las restricciones de disponibilidad que imponen una jerarquización de las prioridades (Dodier, 1997). Philippe Corcuff y Nathalie Depraz se apoyaron en la filosofía del rostro de Lévinas para modelizar el "régimen de la compasión", como el hecho de ser invadido, en la práctica y de manera no necesariamente reflexiva, por un sentimiento de responsabilidad hacia la difícil situación de los demás, en el cara a cara y la proximidad de los cuerpos (Corcuff, 1996).

Un régimen que puede interesar particularmente a los análisis de los movimientos sociales es el régimen táctico-estratégico (Corcuff y Sanier, 2000). Modelizado a partir del Príncipe de Maquiavelo, este régimen proporciona a los actores un espacio de cálculo articulando tres polos: un horizonte estratégico lejano asociado a un interés colectivo públicamente justificable, escenas públicas en las que ciertas restricciones pesan sobre lo argumentable, y escenas oficiosas dentro de las cuales los medios y los argumentos utilizados son más flexibles. Apunta sobre todo a abordar la manera en que ciertos actores pueden captar las oportunidades —no todas públicamente justificables— que se les presentan para actuar en vista de la obtención de un bien común.

Este enfoque de las conductas tácticas y estratégicas es de gran interés para todo estudio de la acción contestataria. En primer lugar, al plantear que la estrategia es un régimen de compromiso en la práctica, pero no el único, tiende a relocalizar y a especificar su ámbito de validez. Esto es muy beneficioso para el análisis de los movimientos sociales, marcado durante largo tiempo por el utilitarismo de Olson, y más beneficioso todavía en el seno de una ciencia política donde los análisis se basan a menudo, aunque implícitamente, en una antropología del actor estratega. En segundo lugar, el régimen táctico-estratégico ofrece los medios para abordar de manera más sutil la cuestión de las oportunidades. Como ya lo señalamos más arriba, éstas han sido consideradas durante mucho tiempo por los analistas en términos de estructuras: la relativa apertura o cierre del sistema político, la estabilidad o inestabilidad de los alineamientos políticos, la presencia o la ausencia de aliados del movimiento en el seno de la "élite", y la capacidad y propensión represivas del Estado, han sido considerados, por ejemplo, como los principales componentes de la estructura de las oportunidades políticas (McAdam, 1996) que determinan las probabilidades de éxito o de fracaso de los movimientos sociales. Esta concepción tan objetivista ha sido objeto de numerosas críticas,10 que condujeron al abandono progresivo del vocabulario de la estructura en beneficio de una aprehensión situada (es decir relacionada con una coyuntura determinada) y subjetiva de las oportunidades —aprehensión que precisamente el régimen táctico-estratégico permite aclarar.

Si bien el régimen táctico-estratégico permite especificar esta aptitud particular —la virtù, en el vocabulario de Maquivelo— para identificar las oportunidades que ofrece la fortuna, le plantea, sin embargo, una dificultad a la sociología de los regímenes de acción. En efecto, no se ha concedido a todos la habilidad para leer las evoluciones del contexto con ojo de estratega, para evaluar el estado de una relación de fuerza, para identificar las oportunidades de actuar y para saber "aprovechar la oportunidad"; para todo esto se requiere una habilidad particular, un "sentido práctico táctico-estratégico" adquirido principalmente en y por la conducción de las luchas (recordemos que El príncipe estaba destinado a ayudar a Lorenzo de Médicis a adquirir esa virtü). Ahora bien, la sociología pragmática planteó en sus primeros desarrollos que la capacidad de comprometerse en los diferentes regímenes forma parte del equipamiento de base de los actores en nuestras sociedades: se trata entonces de un modelo de competencia compartida que los investigadores desarrollaron inicialmente (Boltanski, 1990, 69), prefiriendo dejar de lado por el momento el examen de los modos de adquisición de estas competencias (que de hecho aparecen implícitamente naturalizadas en sus trabajos, aun cuando se mencione su carácter histórico) y del desigual acceso a los diferentes regímenes. Sin embargo, las investigaciones empíricas realizadas hicieron cada vez más insostenible esta indiferencia a las desigualdades, como lo reconoce N. Dodier:

Las investigaciones permiten describir de manera frecuentemente muy fina las formas de compromiso, así como también presentir las diferencias entre actores. Pero carecen de herramientas metodológicas y teóricas adecuadas para dar cuenta de estas variaciones (Dodier, 2005, 20).

La lógica de la situación tiende a borrarse de nuevo, aunque no totalmente, y esta vez de manera pertinente, ya que esto ocurre en beneficio de una indagación sobre la historia de las personas, en el transcurso de la cual han adquirido —o no— las competencias que exige el compromiso en un régimen particular. De este modo se plantea de inmediato la cuestión de los modos de transmisión y de adquisición de estas competencias, y los investigadores han tenido que recurrir a esquemas de análisis disposicionales11 —que sin embargo fueron execrados cuando se inició el modelo de las "ciudades"— para dar una respuesta.12

El aporte del modelo de las "ciudades" y de sus extensiones para el análisis de las movilizaciones no se limita a este aspecto. Otros trabajos de L. Boltanski proponen herramientas de reflexión sobre los móviles y las formas de diferentes críticas, particularmente las referidas a lo humanitario y al capitalismo (Boltanski 1993; Boltanski y Chapello, 1999), mientras que Francis Chateauraynaud y Didier Torny estudiaron a los lanzadores de alerta al principio de algunas movilizaciones (1999); L. Thévenot, por su parte, se interesa en el papel de la "familiaridad de experiencias cercanas" en la constitución de colectivos militantes basados en la proximidad (Thévenot, 2006, cap. 8). Los trabajos de Eric Doidy muestran cómo la crítica contestataria articula diferentes regímenes, algunos de los cuales (como la violencia o la compasión) pueden comprometer el éxito de la acción planificada por los militantes (Doidy, 2004). También atentos al pluralismo de las formas de compromiso en el mundo y a sus posibles contradicciones, los trabajos de Luca Pattaroni (2007) sobre el movimiento squat insisten, además, en la definición de bienes comunes que exige la legitimación pública de una acción realizada bajo la forma de ocupación de propiedades privadas.13

Pero sin duda, son los trabajos de Daniel Cefaï y de Danny Trom los que constituyen la principal contribución de la sociología pragmática en este ámbito de investigación. El primero muestra que la formulación de las quejas debe plegarse a una gramática de la vida pública —que reviste, por ejemplo, formas de dramaturgia y de retórica específicas—, para poder ser acogida como legítima. En este caso, los modelos de la competencia y del enmarcado son articulados entre sí con el fin de dar cuenta de las capacidades de los actores para...

... producir acciones prácticas y [para] formular enunciados lingüísticos coherentes y pertinentes, así como también para improvisar, orientarse e intervenir en los asuntos públicos, sobre el fundamento de las restricciones de publicidad (Cefaï, 2001, 78).14

El segundo concibe las movilizaciones como un tipo particular de performances (es decir, como realización de una acción compleja en contexto), resultante de la conformación política de un colectivo. Aquí se retoma de nuevo el concepto de gramática para señalar que las movilizaciones deben inscribirse en un orden de motivos específico, capaz de activar un sentido de lo justo y referido a un bien común, a través del cual se expresa prácticamente su dimensión normativa (Trom, 2001). Este enfoque inspirado en C. Wright Mills (1940) rechaza considerar que las ideas (por ejemplo, el conocimiento y el reparto de las reivindicaciones de un movimiento) constituyen una condición previa para el compromiso en la acción colectiva; más bien considera que estas ideas —y más precisamente su formulación y su expresión en forma de discursos públicos— son componentes de esta acción, como se infiere de un estudio en situación.

 

Conclusión

Los dos enfoques teóricos revisados, el del enmarcado y el de las "ciudades", representan para el estudio de las movilizaciones a la vez fuentes de inspiración heurísticas y trampas temibles. Ambos se exponen, en efecto, a un mismo escollo: el de una aprehensión intelectualista de los procesos contestatarios que reduce las lógicas de compromiso solamente a la "fuerza de las ideas" que difunden las organizaciones de movimiento social, y limita su actividad a la producción de discursos. El acento puesto en la "robustez", la "coherencia" o la resonancia de los discursos, programas y otras razones de actuar que estas organizaciones dirigen hacia un público de simpatizantes o de militantes potenciales, entraña el riesgo de conferir a este "trabajo de la significación" una preeminencia sumamente dudosa en los hechos. Al mismo tiempo, cada uno de ellos llama la atención sobre lo que la práctica militante le debe a su carácter situado. Un enfoque de enmarcado más apegado a su inspiración interaccionista invita a reconstruir el contexto directo en el que los agentes definen una situación como susceptible de un compromiso, mientras que el procedimiento pragmático exige seguir a estos mismos agentes en las diferentes situaciones por las que atraviesan para identificar las diversas competencias que exige la práctica contestataria. Para robustecer su potencial heurístico, estos dos enfoques deberán voltear hacia esta dirección, que reclama una metodología basada más en la observación etnográfica directa que en programas de análisis del discurso; por sus propuestas metodológicas, la última obra de D. Cefaï (2007) aporta pistas útiles para el estudio —en curso de elaboración— de la acción contestataria bajo esta perspectiva.

Sin embargo, por saludable que sea, no es seguro que esta atención a la dimensión situada, ciertamente decisiva, de la práctica contestataria sea en sí misma suficiente. El orden de la situación o de la interacción no agota el sentido de lo que allí está en juego, y el mismo Goffman recordaba que, en lo que atañe al análisis de la estructura de la vida social, su perspectiva no trataba "más que de lo que es secundario" (Goffman, 1991, 22). La articulación de estos dos enfoques situacionales con una perspectiva más estructural, y más atenta, de modo particular, a la diferenciación de nuestras sociedades en una multiplicidad de universos sociales dotados de normas y de modos de funcionamiento propios (Dobry, 1995), podría constituir, bajo este punto de vista, un aporte sustancial; en primer lugar porque permitiría la localización de sitios y contextos de interiorización de las competencias, disposiciones y apetencias relativas a las diversas prácticas militantes. En otro lugar (Mathieu, 2007) se propuso llamar espacio de los movimientos sociales a la zona del mundo social en el seno de la cual se adquieren, dentro de y por la práctica contestataria, y de manera desigual según el grado de integración de los agentes, un conjunto de saberes y de habilidades, esquemas de percepción y formas de ser, específicas para la conducción de las movilizaciones. Esta perspectiva, atenta a las desigualdades de las competencias para la acción colectiva, a sus modos de aprendizaje, así como también a los contextos de su adquisición y de su actualización, tiene precisamente el propósito de articular enfoques interaccionistas o pragmáticos con análisis más estructurales. No hay espacio, al término de este artículo cuyo propósito se centra en la discusión de modelos dotados de un alcance heurístico autónomo, para detallar las modalidades de su engarce en una teoría de la diferenciación social, y esto tanto más cuanto que no se nos escapa que se trata sólo de una de las vías posibles, entre muchas otras, para superar la oposición clásica entre "estructura" y "acción" (Sewell 1992).

 

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Notas

** Traducción de Dominique Menkes Bancet. Este artículo fue publicado inicialmente en francés en la revista Swiss Journal of Sociology, (34), 2008, 55-77.

*** Se autoriza la copia, distribución y comunicación pública de la obra, reconociendo la autoría, sin fines comerciales y sin autorización para alterar, transformar o generar una obra derivada. Bajo licencia creative commons 2.5 México http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/mx/

1 El concepto de "marco" (frame) fue introducido inicialmente por Erving Goffman en su obra Frame analysis (1974), y designa aproximadamente el conjunto de claves que orientan la lectura, la interpretación o la recepción de los mensajes, sean estos verbales o visuales (Nota de la traductora).

2 Metáfora utilizada por Boltanski y Thévenot en su obra conjunta De la justification (1991) para designar los diferentes regímenes de argumentación según los diferentes principios básicos invocados y compartidos por la gente en las controversias y en las disputas públicas. Así, por ejemplo, ambos autores distinguen las siguientes "ciudades": la ciudad cívica (donde se argumenta con base en el principio de la representatividad); la ciudad doméstica (donde rige el principio de autoridad basado en la relación de dependencia afectiva o sentimental); la ciudad industrial (principio superior común: la eficacia); la ciudad de la opinión (donde se invoca como principio el prestigio social o la celebridad de las personas); la ciudad inspirada, en la que el principio superior común es la creatividad; y la ciudad mercantil, en la que el valor supremo es el interés o la codicia. Esta lista de "ciudades" no es exhaustiva y puede enriquecerse. Por ejemplo, los autores han introducido recientemente una nueva "ciudad", la ecológica, en la que se argumenta con base al principio de la conservación y la salvación del Planeta (Nota de la traductora).

3 La precisión lingüística se impone por el hecho de que si bien el modelo del framing se impuso tanto en América como en Europa como una referencia central para los analistas de las movilizaciones, el modelo de las "ciudades" no ha traspasado las fronteras de la francofonía. Precisemos igualmente que aquí sólo discutiremos sobre la aplicación de estos dos marcos teóricos al análisis de los movimientos sociales, y dejaremos por lo tanto de lado los desarrollos importantes que cada uno de ellos ha conocido en otros campos de investigación.

4 Olivier Fillieule subraya que "a veces la movilización precede a la creación de un marco y (...), a menudo, éste se forja en la acción, definiéndose notablemente en las interacciones entre grupos movilizados y con los objetivos y el poder' (2005, 208).

5 NIMBY son unas siglas inglesas que significan Not In My Back Yard (no en mi patio trasero). Consiste en la reacción que se produce entre determinados ciudadanos que se organizan para enfrentarse a los riesgos que supone la instalación en su entorno inmediato de ciertas actividades o instalaciones que son percibidas como peligrosas o debido a sus externalidades (http://es.wikipedia.org/wiki/NIMBY) consultada 27 de agosto 2011 (N.E).

6 Se puede encontrar en francés otros elementos de discusión de esta perspectiva, en Cefaï et Trom (2001), Mathieu (2002) y Contamin (2005); en inglés, Johnston y Noakes (2005) propusieron un balance prospectivo.

7 Título original del libro publicado en PUF en 1987, el cual fue reeditado en 1991 bajo el título: De la justification.

8 Es decir, el hecho de compartir "principios superiores comunes". Ver más adelante (Nota de la traductora).

9 Los trabajos de Elisabeth Claverie sobre la "forma asunto" también merecen ser citados entre los aportes sustanciales de esta corriente para la reflexión sobre las movilizaciones: cf. Claverie (1994) así como el abanico de investigaciones propuestas en Boltanski, Claverie, Offenstad, Van Damme (2007).

10 Ver en francés Fillieule (2005) y Mathieu (2002).

11 El autor se refiere al análisis en términos de disposiciones o habitus, a la manera de Bourdieu, rechazado por Thévenot y Bolstanski en su obra De la justification, a pesar de haber sido colaboradores cercanos de Bourdieu. (Nota de la traductora)

12 Como las investigaciones de Barbot (2002) y Dodier (2003) cuando abordan las reconversiones de los actores involucrados en la lucha contra el sida, o las de Beviglieri (2006) sobre las aptitudes desiguales para ocupar una vivienda.

13 La noción próxima de "bienes en sí" también es desarrollada por Dodier (2003) para designar los objetivos defendidos en el ámbito de la lucha contra el sida.

14 La insistencia de Cefaï sobre la coherencia y la pertinencia de los enunciados indica sin embargo que los enunciados pragmatistas que propone no están tampoco exentos de cierta pendiente intelectualista.

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