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Cultura y representaciones sociales

versión On-line ISSN 2007-8110

Cultura representaciones soc vol.3 no.6 Ciudad de México mar. 2009

 

Artículos

 

La ciudad y los nuevos procesos urbanos

 

Patricia Ramírez Kuri

 

* Investigadora, Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Resumen

Este artículo reflexiona sobre la importancia de los procesos globales que se producen en forma segmentada en el territorio y que transforman la forma, la estructura y las funciones urbanas de las ciudades contemporáneas en su dimensión local y regional. La primera parte se ocupa de los fenómenos que distinguen a los "nuevos" procesos urbanos y del significado de la ciudad global en el contexto de cambios en la relación entre Estado, sociedad y economía. La segunda parte se sitúa en el contexto de la ciudad de México para discutir su inserción en la dinámica global mediante el tránsito de ciudad industrial a ciudad de servicios ocurrido en las últimas décadas que marcan el cambio del siglo veinte al veintiuno. Se plantea que este proceso ha profundizado la segregación urbana que se expresa en el entorno construido y en las formas desiguales de acceso a bienes públicos.

Palabras clave: ciudad de México, procesos urbanos, ciudades globales.

 

Abstract

This paper is an exploration of the importance of global processes studied in their segmented territorial dimension, affecting the form, structure, and urban functions of contemporary cities on local and regional scales. The first part contemplates those phenomena that distinguish the 'new' urban processes, and the meaning of the global city in the context of changes in relation to the state, the society, and the economy. The second part is situated in the context of Mexico City to discuss its insertion in the global dynamics through its transit from an industrial to a service city. This transformation occurred during the last decades, which mark the change from the twentieth to the twenty-first centuries. It is argued that this process has emphasized the urban segregation, which expresses itself in the constructed environment, and in unequal forms of access to public goods.

 

Résumé

Cet article réfléchit sur l'importance des processus globaux étudiés dans leur dimension territoriale segmentée qui affectent la forme, la structure et les fonctions urbaines des villes actuelles à l'échelle locale et régionale. La première partie traite des phénomènes propres aux "nouveaux" processus urbains ainsi que du sens de la ville globale dans le contexte des changements de rapports entre état, société et économie. La seconde partie se place dans le contexte de la ville de México pour discuter son insertion dans la dynamique globale qui la fait passer de ville à vocation industrielle à ville vouée aux services. Cette transformation correspond aux années de passage du XXème au XXIème siecle. Il s'avère que ce processus a augmenté la ségrégation urbaine entre les différents quartiers ainsi que les formes inégales d'accès aux biens publics.

 

Lo nuevo de los nuevos procesos urbanos

La transformación profunda del orden urbano, particularmente en la segunda mitad del siglo veinte, se manifiesta no sólo en la relación conflictiva entre espacio, ciudadanía e instituciones en la escala macro-geográfica y local de la ciudad, o en el significado cambiante de los lugares donde habita la gente y donde se construyen o debilitan los lazos sociales, sino también en las tensiones entre espacios públicos y privados, dimensiones de la vida social donde emergen las luchas y disputas por el acceso a recursos sociales y por la apropiación y control del espacio urbano.

La sociología urbana contribuye al estudio de estas cuestiones problemáticas así como de las interacciones sociales que las producen, y aporta elementos para entender la ciudad como contexto para la acción social y política, y para pensar el espacio como elemento material y simbólico inherente a la composición, búsqueda y explicación de la vida social en contextos históricos específicos (Lefebvre, 1994). En convergencia con esta línea de reflexión sobre la espacialidad de la vida social, el territorio se valora como lugar de inscripción de la cultura y como soporte de la memoria colectiva que reúne elementos geo-simbólicos e identitarios inscritos en el entorno construido (Giménez, 2000).

Durante este periodo, las ciudades grandes y pequeñas experimentaron cambios notables en cuanto a su imagen, su estructura y las actividades humanas que se desarrollan en su ámbito. Estos cambios expresan el tránsito hacia una sociedad urbana post-industrial productora de servicios, hacia un nuevo orden económico neo-liberal y hacia una forma diferente de relación entre Estado, sociedad y territorio. En el espacio construido de la ciudad, estos cambios se hacen visibles a través de formaciones físico-sociales sin precedentes que abarcan desde las grandes corporaciones de servicios financieros y comerciales, hasta las diversas manifestaciones y prácticas cotidianas de la informalidad en los espacios públicos centrales y periféricos. Estas formaciones exhiben en las calles de la ciudad las diferencias y las desigualdades socio-culturales, políticas y económicas existentes en la sociedad urbana.

¿Qué procesos sociales han impulsado estos cambios urbanos? En el contexto histórico actual podemos identificar el desarrollo de tres procesos —articulados entre sí— que en opinión de muchos han transformado a las ciudades asignándoles "funciones centrales" (Saskia Sassen) en la reorganización socio-económica mundial, en las interacciones urbano-regionales y en la estructura social y simbólica de países y continentes donde se producen.

El primer proceso es la reestructuración del capitalismo y la interdependencia global de las sociedades, lo que introduce una forma diferente de relación entre Estado, economía y sociedad (Castells, 1997). La globalización, entendida aquí como un proceso histórico y geográfico desigual, no es un fenómeno nuevo, sino un proceso que se inicia en el siglo XV, articulado al desarrollo del capitalismo, no obstante que antes ya existían transacciones que iban más allá de las fronteras entre Estados y culturas (Harvey, 2005). En la actualidad, este proceso se caracteriza tanto por el predominio de nuevas y múltiples formas de interrelación entre Estado y sociedad, como por la centralidad de las ciudades que cumplen un papel estratégico a través de su interconexión en forma de una red mundial (Castells, 1997, Taylor, 2004, Sassen, 2002). Estas formas de interrelación son muy distintas de las que caracterizaban al Estado-nación inscrito en la modernidad globalizadora, pero bajo el presupuesto de que la interrelación se da entre espacios cerrados y lugares recíprocamente delimitados. ¿Bajo qué aspectos son distintas? Por una parte, el proceso de interdependencia global actual, al intensificar las relaciones sociales a nivel mundial, articula y coordina en forma fragmentada y selectiva ciudades, regiones y localidades distantes. Esta condición de globalización y de globalidad, propia de lo que se ha denominado segunda modernidad, genera un entramado de espacios y de actores transnacionales vinculados a través de flujos y redes sociales de comunicación y de mercado. Por otra parte, al cruzar y desbordar las fronteras territoriales del Estado nacional, limita su poder de control sobre la dimensión política, social, económica, cultural, ecológica y jurídico-normativa, lo cual implica diferenciación, competencia, nuevas relaciones de poder así como conflictos, crisis y guerras (Giddens, 1999, Castells, 1997, Beck, 1998). De este modo la geografía social y urbana de territorios y regiones se modifica drásticamente, y en este proceso las ciudades condensan los efectos de estos cambios.

Cabe notar que durante el siglo XX los Estados nacionales fueron actores clave dentro del sistema político interestatal, en la medida en que actuaban como proveedores principales de la forma de organización requerida para canalizar los flujos e intercambios a través de las fronteras. Pero esta situación, como lo explica Saskia Sassen, cambia dramáticamente desde los años ochenta como resultado de la privatización, de la desregulación, de la apertura de las economías nacionales a empresas extranjeras y de la participación creciente de actores económicos nacionales en los mercados globales. En este nuevo contexto, se observa el debilitamiento —parcial— de la dimensión nacional, en virtud de un cambio en la escala de los territorios estratégicos articulados por el nuevo sistema, lo que genera condiciones para el surgimiento de otras unidades y escalas. Entre estas escalas destaca de manera notable, por un lado lo subnacional, representado por ciudades, regiones y regiones trans-fronterizas que incorporan dos o más entidades subnacionales; y por otro, las entidades supranacionales, como son los mercados globales electrónicos y las regiones de libre comercio. Los procesos situados en estas diversas escalas pueden ser en principio regionales, nacionales y globales. De aquí resulta una proliferación de circuitos globales especializados para las actividades económicas que constituyen estas nuevas escalas (Taylor, 2004, Sassen, 2002).

El segundo proceso es el surgimiento de la sociedad informacional y de nuevas condiciones científico-tecnológicas. Se trata de una forma diferente de organización social y de un nuevo modo de desarrollo que afecta a todas las sociedades, y que se caracteriza por la lógica de la interconexión de tal modo que...

las fuentes fundamentales de la productividad y el poder estriban en la tecnología de la generación del conocimiento, en el procesamiento y transmisión de la información y en la comunicación de símbolos (Castells, 1997:43-44)1.

En la sociedad del conocimiento, las transformaciones científicas, tecnológicas y organizativas en la estructura productiva se expresan a través de innovaciones sin precedentes en la informática, en las telecomunicaciones, en la micro-electrónica y en la ingeniería genética. Estos son aspectos centrales de la nueva economía en la que se inscriben formas flexibles y desterritorializadas de producción estructuradas a través de redes y de empresas-red descentralizadas, basadas en un modelo flexible de relaciones laborales (Castells 1997). En estas condiciones, las ciudades adquieren importancia estratégica al proporcionar entornos favorables para el establecimiento de sedes de actividades globales hegemónicas: terciario superior, tecnología de punta y servicios especializados. Como se trata de sistemas complejos de relaciones socio-culturales, políticas e institucionales, desempeñan un papel activo en la articulación local-global. De acuerdo con Taylor, las interconexiones son la razón de ser de las ciudades, y por ello el retorno a la ciudad y su revalorización tiene que ver con la comprensión de esta su "segunda naturaleza". Coincidimos con este autor cuando afirma que ya no existe una ciudad que opere en forma aislada; hoy en día las ciudades se relacionan entre sí formando grupos, y una parte de la investigación urbana ha buscado conocer cómo se organizan tales grupos. Por eso las llamadas "ciudades mundiales" se definen ante todo por sus relaciones externas transnacionales, cuyos nodos, insertos en ciertas porciones del territorio urbano construido, envían y reciben trillones de mensajes a través del ciberespacio (Taylor, 2004).

El tercer proceso es la formación de mega ciudades y el desarrollo del "espacio de flujos" (Castells), lo que implica la producción de nuevas formas y dinámicas espaciales. En efecto, los procesos y prácticas sociales impulsados por la sociedad informacional inciden sobre el entorno urbano construido, produciendo espacios reales y virtuales sin precedentes. Este es el caso del "espacio de flujos", que constituye la lógica espacial dominante en la vida económica, política y simbólica de la sociedad contemporánea. De acuerdo con Manuel Castells, el espacio de flujos "interconectado y ahistórico", tiende a imponerse frente al espacio de los "lugares de experiencia", alterando su dinámica y su significado (Castells, 1997: 445 y 461). Explica este autor que,

... en un mundo de flujos globales de riqueza, poder e imágenes, la búsqueda de identidad colectiva o individual, atribuida o construida, se convierte en la fuente fundamental del significado social (1997: 29-vol. 2).

Por ello la comprensión y la transformación del mundo actual, multicultural e interdependiente requiere de "una perspectiva plural que articule identidad cultural, interconexión global y política multidimensional" (Castells, M. 1997:53). Las ciudades son parte del "espacio de flujos", como son los espacios del capital, de la información, de la tecnología y de la interacción organizativa, así como también de las imágenes, sonidos y símbolos. Estos flujos generan la sociedad-red y constituyen a las ciudades como procesos de interconexión que rebasan los límites de los países donde se ubican, convirtiéndolas en centros de servicios avanzados dentro de una red de ciudades mundiales. Esta lógica espacial marca una nueva fase en el desarrollo urbano debido a que las ciudades son producto de actividades en red y componentes de jerarquías globales.

Los tres procesos urbanos considerados son muy distintos de aquellos que dieron la pauta para el desarrollo de la ciudad industrial, definiendo su morfología urbana e influyendo en la construcción del sentido de la ciudad. Entre otras cuestiones, ponen de manifiesto que lo global y lo local no son excluyentes, y que se desarrollan a partir de relaciones de oposición y de complementariedad definiendo la vida social contemporánea. Sin embargo, la articulación coordinada del ámbito local de la ciudad con la dinámica global ha sido selectiva, en la medida en que incorpora espacios que se vuelven centrales como sedes de funciones dominantes, mientras que otros espacios participan en esta dinámica de manera periférica, subordinada y residual.

Los efectos desestructurantes, fragmentadores y excluyentes de estos procesos son perceptibles en la dimensión local de las mega ciudades, interconectadas a través de redes con porciones de sus países y con el mundo global "y desconectadas en su interior de las poblaciones locales que son funcionalmente innecesarias o perjudiciales socialmente desde el punto de vista dominante" (Castells, 1997: 438). Este puede ser el caso del denominado "ambulantaje" y de la proliferación de diversas prácticas informales particularmente en los centros y lugares históricos en la ciudad de México. En efecto, la "desconexión interior" implica la exclusión de grupos en condiciones socio-económicas y culturales desventajosas frente a las exigencias impuestas por los nuevos procesos urbanos que han alterado la función y el significado de las ciudades, impulsando cambios no previstos en la manera como la gente se relaciona habitualmente con los lugares.

En el contexto latinoamericano, ciudades-capitales como la nuestra comparten la forma socialmente segmentada y segregada en que se producen y se localizan los procesos globales. Se ha señalado que esto ocurre

... mediante los desplazamientos humanos provocados por la destrucción de viejas formas productivas y la creación de nuevos centros de actividad, incrementando el desarrollo desigual entre regiones y países e introduciendo una diversidad creciente en la estructura social urbana (Borja y Castells, 1997: 111).

En efecto, los cambios en la estructura productiva mundial han generado desindustrialización y terciarización en los espacios urbanos locales, profundizando la desigualdad social pre-existente. Estas tendencias se observan a través de la inequidad en el ingreso, del deterioro de la vivienda y servicios urbanos, del aumento del desempleo y sub-empleo, de la falta de oportunidades y, finalmente, del incremento de la inseguridad y de la violencia urbana. Ante esta situación, en distintas ciudades emergen reacciones defensivas de distintos grupos sociales que se concentran en barrios como forma de protección y de afirmación de su especificidad frente a grupos hegemónicos, pero sin dejar de afrontarse también entre ellos mismos. Todo esto desemboca en la exclusión de una parte importante de la población y en el debilitamiento de la capacidad de la ciudad para generar formas de integración socio-cultural (ibíd: 121).

En el espacio público de la ciudad se expresan y adquieren visibilidad algunos de los efectos de estas transformaciones que no sólo han acentuado la diferenciación social, la exclusión y la segregación urbana, sino que también han provocado la separación "entre significación simbólica, localización de funciones y apropiación social del espacio en el área metropolitana" inscrita en la relación global-local (Castells, 1997: 436). La tendencia a la desconexión entre lógicas espaciales diferentes y las dinámicas socio-culturales que producen plantea problemas para la organización social del espacio urbano. Estos problemas tienen que ver con la marginación socio-económica, con la crisis de las actividades tradicionales y con el redimensionamiento de "los lugares referenciales productores de identidad" (Borja y Castells, 1997: 184). En la ciudad de México, podemos citar como ejemplos Santa Fe, en un extremo, y la colonia Morelos en el otro.

 

¿Qué significa "ciudad mundial"?

En el contexto de los nuevos procesos urbanos pareciera que todas las ciudades se globalizan, que en todas se producen de manera directa o indirecta al menos algunos de los fenómenos y efectos derivados de las nuevas formas de interconexión mundial. Hace más de una década se hablaba de dieciséis ciudades globales y centros financieros internacionales. Taylor considera que son veinte, entre los que se encuentra la ciudad de México.2 Sin embargo, sólo cuatro de estas ciudades son reconocidas por todas las autoridades como ciudades globales, siendo las dos primeras hegemónicas: Londres, Nueva York, París y Tokio. Esto contrasta con el señalamiento de alrededor de setenta y ocho ciudades más que han sido referidas también como mundiales. El contraste pone de manifiesto las limitaciones de los conceptos empleados para su clasificación (Taylor, 2004). Esta ambigüedad prevalece no obstante que la investigación sobre ciudades mundiales se ha ampliado en la primera década de nuestro siglo con estudios de grandes ciudades capitales en distintos continentes, particularmente en Latinoamérica, donde se identifican cinco ciudades mundiales: la ciudad de México, Buenos Aires, São Paulo, Santiago de Chile y Bogotá. En esta perspectiva se plantean algunas cuestiones que también interesan directamente a la ciudad de México: ¿en qué grado y cómo se globalizan las ciudades en contextos sociales diferentes y con marcadas desigualdades en su interior?; ¿en qué condiciones se articulan a la red de ciudades mundiales?; ¿qué funciones cumplen dentro de este sistema de jerarquías?; ¿y qué nuevas realidades urbanas emergen al interior de sus territorios?

Terciando en el debate sobre las ciudades mundiales y su significado, Taylor argumenta que existe una crisis mundial en la literatura a este respecto y un déficit en la investigación. Un efecto de esta crisis es la ausencia de acuerdo para definir cuáles ciudades son ciudades mundiales y cuáles no lo son. Señala, por ejemplo, que mientras Friedman plantea la hipótesis de que la ciudad mundial es la organización espacial de la nueva división internacional del trabajo, vinculando procesos de urbanización y fuerzas económicas globales, Saskia Sassen pone énfasis en la producción de servicios financieros y comerciales, en el poder de las grandes corporaciones y en las interconexiones entre firmas (Taylor, 2004:22).

Según Taylor, las ciudades mundiales se definen por su naturaleza relacional, y ésta se expresa en la actualidad a través de una red de ciudades interconectadas que, como explica este autor, ha generado una nueva meta-geografía distinta de la que correspondía a la ciudad industrial en tiempos de la modernidad consumista. En esta nueva geografía, Londres constituye el centro más importante de poder-recursos, capitales, redes y flujos, y se perfila como la ciudad más emblemática de la globalización en el mundo occidental y en el hemisferio norte. En condiciones casi equivalentes se encuentra Nueva York, seguida por Chicago y Los Angeles en América del Norte y, en Asia, Tokio y Singapur. En Latinoamérica, la ciudad de México y São Paulo han sido clasificadas como las principales, seguidas por Caracas, Buenos Aires y Santiago de Chile (Taylor, 2004).

Poner atención en las ciudades permite reconocer la articulación de múltiples procesos e interacciones dentro de una red de lugares. En su indagación sobre la arquitectura organizacional de los flujos derivados de los cambios en la escala y en los vínculos entre ciudades, Saskia Sassen (2002) explica que, por una parte, en la actualidad los agentes clave incluyen no sólo a los Estados nacionales —que cumplen un papel central como facilitadores de operaciones mundiales— sino también a las empresas y a los mercados, que son agentes con operaciones globales facilitadas por las nuevas políticas; y por otra parte, que un rasgo central de la arquitectura organizacional radica en que contiene tanto la capacidad para una enorme movilidad y dispersión geográfica, como para las concentraciones territoriales de recursos y servicios requeridos para el manejo de dicha dispersión y movilidad. Por ello la conducción de gran parte del sistema económico global se realiza a través de una red cada vez más extensa de ciudades globales o de ciudades que pueden ser descritas mejor como sedes de funciones globales. El crecimiento de estas funciones globales ha generado a su vez una ampliación de las áreas urbanas centrales y ha contribuido a reposicionar las ciudades a nivel nacional y mundial, no obstante que amplias porciones de estas ciudades se caracterizan por la agudización de la pobreza y el decaimiento en infraestructura y servicios.3

 

La ciudad de México ¿ciudad mundial-ciudad local?

Históricamente, la ciudad de México se ha ido transformando de manera continua bajo el impulso de procesos locales, regionales y mundiales. En la segunda mitad del siglo XX, la producción del espacio urbano en la ciudad de México resulta de dos procesos macro-sociales que transforman la estructura social y urbana. El primero está representado por la industrialización, que desde la década de los años cuarenta y hasta finales de los años setenta impulsó el rápido crecimiento urbano de la capital del país, en el contexto del fortalecimiento del Estado social y corporativo. El segundo está representado por la terciarización económica, en el contexto de la globalización, del capitalismo flexible y del predominio del modelo neoliberal que durante las últimas tres décadas introduce modificaciones en la relación entre Estado, sociedad y economía. Este proceso impulsa el desarrollo y reproducción de actividades comerciales de distinto género y de servicios especializados que se localizan en los espacios centrales de la metrópoli.

a) De ciudad industrial a ciudad de servicios

Entre 1940 y 1980, la industrialización generó una urbanización acelerada que transformó de manera profunda el espacio social preexistente, cuyo resultado fue el predominio de la sociedad urbana. Desde los años cincuenta, la industrialización, al estar localizada principalmente en el territorio de la ciudad de México, produjo la readecuación del espacio urbano a las exigencias de la urbanización capitalista (Ziccardi, 1991, 1998). En el contexto nacional, este proceso fortalece la posición central y dominante de la ciudad capital en lo económico, en lo social, en lo político y en lo cultural. Es precisamente en esta década cuando la "ciudad interior" empieza a perder importancia relativa con respecto al "área urbana", lo que se expresa en la paulatina reducción en la participación demográfica de la primera. La dinámica interna de la industrialización genera desplazamiento y expulsión de población del centro hacia la periferia, así como un cambio en el patrón de usos del suelo (Garza y Damián, l991, Garza, 2000).4

Durante este periodo, el proceso de urbanización en México estuvo acompañado por un incremento en las desigualdades regionales debido a que las áreas metropolitanas reunieron una serie de condiciones para absorber población, recursos naturales y recursos financieros del resto del país. Al acelerarse el proceso de industrialización del país paralelamente a la ampliación de la red financiera, y al tener este proceso como centro principal al Distrito Federal, la ciudad de México representó un espacio sumamente atractivo para el capital y para la población urbana y rural, la cual se incorporó al mercado de trabajo urbano-industrial (Ziccardi, 1991). La ampliación del mercado interno impulsada por este proceso generó las condiciones para la expansión del sector terciario y para la reproducción de las nuevas corrientes migratorias, elementos que en su conjunto retroalimentaron la concentración territorial (Hiernaux y Lindón, 1991).

En este proceso intervino el Estado, la sociedad y el capital privado, a través de distintos actores que modificaron el entorno construido y los usos públicos, privados y sociales: nuevas elites políticas y profesionales; grupos empresariales industriales, financieros, comerciales e inmobiliarios; instituciones centrales y federales; organizaciones sindicales, migrantes rurales y urbanos; sectores populares y grupos sociales medios y altos; profesionales y planificadores urbanos. La participación del Estado fue fundamental en el proceso de modernización y de expansión urbana asociado a la reproducción de funciones del núcleo central hacia la periferia. Al actuar como impulsor y promotor de la creación de infraestructura y servicios, el Estado generó condiciones favorables para el crecimiento y el desarrollo urbano. Este proceso estuvo asociado a fenómenos especulativos y mecanismos legales, ilegales e irregulares en el acceso al suelo, vivienda y servicios urbanos (Garza y Damián, 1991, Duhau, 1991, Schteingart, 1991, Ziccardi, 1991 y 1992).

En este contexto, la urbanización en la ciudad de México muestra grandes diferencias en cuanto a los mecanismos de acceso al suelo y a la vivienda por parte de los habitantes de la ciudad. Podemos señalar que, en el caso de los mecanismos denominados "legales", ha predominado la intermediación de empresas desarrolladoras, promotores inmobiliarios, agentes financieros y, en menor escala, la participación del Estado en el caso de políticas y programas de vivienda de interés social. En el caso de los mecanismos "ilegales", la autogestión impulsada por sectores populares ha sido el mecanismo común de acceso al suelo, recursos urbanos y bienes públicos (Schteingart, 1991 y 2001; Duhau, 1991).

Las nuevas formaciones físico-sociales que surgen en la ciudad en estos años reproducen y diversifican las funciones y las actividades urbanas en espacios y localidades fuera del núcleo central, y contribuyen a introducir cambios en los modos de vida y en los patrones de consumo, lo que estuvo asociado a la expansión de las clases medias. Por un lado se destaca el surgimiento de los supermercados y de los primeros grandes centros comerciales que aparecen en zonas sub-urbanas; se crean nuevos y modernos edificios para la administración pública proyectados en las principales vías de comunicación intra-urbana; y se llevan a cabo acciones de renovación del centro histórico de la capital, orientadas a recuperar algunas zonas deterioradas para uso habitacional de sectores medios. Por otro lado surgen alternativas funcionales al problema de la vivienda que introducen el concepto de grandes unidades habitacionales tales como el conjunto Nonoalco-Tlatelolco, el multifamiliar Miguel Alemán y el Benito Juárez, entre otros. En las décadas que abarcan de 1950 hasta finales de los años setenta, la ciudad se expande hacia el norte y poniente, con usos del suelo industriales y la incorporación al mercado urbano de amplias áreas destinadas a usos habitacionales a través de la creación de fraccionamientos, conjuntos y unidades habitacionales principalmente hacia el nor-poniente y sur de la ciudad. Quizás el fenómeno más notable —que emerge paralelamente a la ampliación del mercado urbano del suelo asociado a la expansión de los grupos sociales de ingresos medios con mayor capacidad de consumo— sea la "urbanización popular", impulsada por la participación de migrantes rurales y pobres urbanos en el desarrollo de formas autogestivas y en acciones colectivas de acceso a suelo, vivienda y bienes públicos en la ciudad (Azuela, 1989 y 1997, Duhau, 1991, Ziccardi, 1991).

Los procesos modernizadores y de expansión urbana requirieron el desarrollo de importantes obras públicas destinadas a la ampliación de la estructura vial que interconectara a la ciudad, tales como la Avenida Universidad, el Anillo Periférico y la Avenida Insurgentes, entre otras. Juntamente con la imagen de desarrollo y modernidad, crece la pobreza urbana, aparecen múltiples espacios periféricos ocupados por asentamientos irregulares que se incorporan a la imagen urbana de la ciudad constituyendo colonias populares, ciudades perdidas, tugurios y cinturones de miseria. Algunas de éstas se localizan al norte en Tlalnepantla, Ecatepec y Atizapán, al oriente en Iztapalapa y ciudad Nezahualcóyotl y al sur en Los Pedregales de Coyoacán.

En la década de 1980, en el contexto de la globalización y del agotamiento del Estado benefactor y regulador, emergió el Estado neoliberal como modelo político-económico alternativo. Con distintas modalidades, la mayoría de los países del mundo desarrollado y aquellos en vías de desarrollo adoptaron este modelo que, privilegiando las fuerzas del libre mercado, introdujo cambios económicos, políticos, sociales y culturales. Lo hizo a partir de la instrumentación de medidas monetaristas, de políticas de ajuste orientadas a reducir o eliminar políticas sociales y redistributivas previas que hasta entonces habían significado un acuerdo social entre el Estado y la sociedad. Los recortes en programas de vivienda y bienestar social, la reprivatización de instituciones económicas y sociales, y la disolución de movimientos sociales son algunos ejemplos. Este proceso estuvo acompañado por innovaciones en la ciencia, la técnica, el arte y el conocimiento, que se reprodujeron en distintas ciudades impulsadas por la dinámica de la sociedad informacional, modo de organización social dominante distinto del que tuvo como referente hegemónico al Estado-nación.

En el contexto de América Latina, la década de los ochenta condensa la aguda crisis económica del capitalismo, derivada del desgaste del modelo de desarrollo vigente hasta fines de los setenta. Esta situación generó el incremento de la deuda externa y el empobrecimiento creciente de la población como efecto de la aplicación de programas y políticas de ajuste estructural y de medidas de austeridad inscritas en las estrategias político-económicas neoliberales (Ziccardi, 1998). Es también en estos años cuando se impulsa la propuesta descentralizadora, inscrita en la dinámica de cambios del mercado expresados, entre otras cosas, en la liberalización y en la privatización. En México, la crisis económica y social del sistema político que arreció en estos años, marca la transición hacia un nuevo modelo de país y hacia su redefinición para vincularse a la dinámica social, económica y política mundial en circunstancias de globalización acelerada. La crisis sin precedentes ocurrida en esta década repercutió en las políticas de atención social, incrementando fuertemente los costos de la vivienda de interés social, y disminuyendo, además, el acceso al crédito del Estado por parte de los sectores de menores ingresos para la adquisición de vivienda. Disminuyó, por consiguiente, su promoción en el Distrito Federal, y aumentó en el Estado de México. La adopción de la política neoliberal tuvo importantes repercusiones en la vida social urbana del país y de la capital, expresadas en una fuerte reducción de los niveles de bienestar social y de calidad de vida, lo que afectó a los grupos medios y a los populares.

Municipios y Delegaciones Metropolitanos 2000. Zona Metropolitana de la Ciudad de México

b) Mega-ciudad con funciones globales

La dimensión urbano-regional de la capital del país es un territorio sin límites precisos que rebasa la escala metropolitana y se interconecta de manera segmentada con distintas regiones y ciudades del país y del mundo. En el último cuarto del siglo XX la ciudad se transformó en un subsistema urbano en la región Centro del país, convirtiéndose en una megalópolis que abarca el Distrito Federal y diversos municipios de los estados de México, Hidalgo, Tlaxcala, Puebla y Morelos (Garza, 2000).5 Esta mega-ciudad se encuentra estructurada a través de un complejo entramado de lugares, de redes sociales, de interacciones y de actividades locales y mundiales; de flujos de población, de capital, de comunicación, de información y de imágenes. En este universo urbano, social y espacialmente diferenciado, se sitúa la metrópoli en una superficie estimada que rebasa los cuatro mil quinientos kilómetros cuadrados, donde habitan más de dieciocho millones de personas.

El Distrito Federal, capital del país y sede del gobierno federal, ocupa aproximadamente la tercera parte de este territorio y concentra poco menos de la mitad de la población metropolitana distribuida diferenciadamente en dieciséis delegaciones que representan las subdivisiones político-jurídicas básicas de la organización territorial de la capital del país.

Podemos afirmar que la ciudad de México es una ciudad con funciones globales, porque en el contexto del nuevo orden económico, la capital del país es el lugar donde se globaliza la economía y la cultura, donde se articulan, se organizan y se controlan los flujos de capital, de mensajes y símbolos, así como la producción para exportación. Bajo estas condiciones, la pérdida de empleo manufacturero ocurrida en las últimas décadas del siglo XX sugiere que la des-industrialización resulta de una nueva división del trabajo en la cual la ZMCM se especializa en funciones comúnmente atribuidas a ciudades globales, mientras que en otras ciudades ubicadas en el centro de México o en la frontera con Estados Unidos se expande la manufactura. Pero la elevada concentración de sedes empresariales en el Distrito Federal no significa concentración de producción y de empleo (Garza, 2000 y 2005).

Al abordar el caso de la ciudad de México, Parnreiter (2002) plantea la hipótesis de que para estudiar las relaciones entre la nueva dinámica de la economía y las funciones globales hay que comenzar analizando de cerca los patrones de localización de las empresas más importantes ubicadas en México. Los resultados apuntan a que, cuanto más grande es el volumen de ventas de una firma y más fuerte son sus vínculos con la economía global (exportaciones, importaciones y capitalización extranjera), es más elevada la probabilidad de que su sede esté en el Distrito Federal. Además, según este autor las compañías dominadas por el capital internacional son más proclives a localizarse en la ciudad de México que aquellas de capital privado mexicano. Por ejemplo, en 1998, de las 500 empresas más importantes en ventas, el 42% se localizaba en el Distrito Federal y el 50% en la ZMCM; y de las 10 más grandes en ventas, con 50% de capital extranjero, el 80% se localizaba en el Distrito Federal y la misma proporción en la ZMCM (Parnreiter, 2002: 157).

Es digno de notarse que en las últimas tres décadas las grandes compañías han extendido su producción por diversas ciudades en el país, conservando segmentos específicos en la ciudad de México. Si bien sabemos que los flujos de capital —de inversiones globales a usos locales— representan uno de los vínculos más importantes entre la economía mexicana y la economía mundial, se requiere mayor investigación acerca del tipo de inversión, producción e impacto socio-económico, por ejemplo en el mercado de trabajo y de empleo formal e informal. Parnreiter señala al respecto que mientras en 1989 el Distrito Federal concentraba el 51.7% de la inversión extranjera en el país, en 1999 la proporción se eleva al 60.3%. En este mismo año, el 27.1% del Producto Interno Bruto (PIB), en la categoría de "servicios financieros, de seguro e inmobiliarios" provino del Distrito Federal, y en la ciudad en su conjunto ascendió a 36.8%. Hay que señalar, sin embargo, que no todo el capital que entra en el Distrito Federal se invierte aquí: en muchos casos se redistribuye por todo el país. Los centros de control y servicios se ubican en la capital, pero los centros de producción pueden ubicarse en cualquier parte del país (ibíd., 2002: 161-162).

En esta línea de análisis, observamos que en la última década esta tendencia concentradora se mantiene e incluso se acrecienta. Las cifras disponibles para el 2007 acerca de las 500 empresas comerciales más importantes en México, muestran que de las 403 compañías registradas que no son filiales, 268 se concentran en el Distrito Federal, lo que equivale al 66.4%. Estas compañías generaron el 75% de las ventas totales y 66% de los empleados, lo que equivale a 1.7 millones de trabajadores (Aránguiz, 2007).6 Al consultar la información sobre la inversión extranjera directa en el país, en un periodo de ocho años que abarca de 1999-2007, se observa que el Distrito Federal acumuló el 57.2% del total invertido, seguido en proporción mucho menor por el estado de Nuevo León, el estado de México, Chihuahua, Baja California, Jalisco, Puebla y Tamaulipas.7 Al considerar un periodo de doce años, que abarca de 1994 a 2006, se manejan proporciones hasta del 66% de inversión extranjera acumulada en la capital del país.8 Por otra parte, al buscar los vínculos con países y regiones, se descubre que cerca del 60% de la inversión extranjera en México proviene de América del Norte, donde Estados Unidos concentra el 56.9% mientras que Canadá absorbe sólo el 2.8% del total. De la proporción restante, la Unión Europea absorbe el 33.55%, con la participación principalmente de España (13.8%), Holanda (11.3%) y en menor escala el Reino Unido (2.5%). Y por último, la inversión proveniente de países asiáticos y latinoamericanos no rebasa el 7%. Del total de esta inversión, el Distrito Federal absorbe el 57.2% (Secretaría de Economía, 2007).

En este contexto, el modelo de ciudad con funciones globales que emerge en los años ochenta y que se impone en la década de los noventa, se apoya en estrategias de reordenamiento urbano que se distinguen por ser resultado de negociaciones, acuerdos y acciones público-privados. En particular, la flexibilización del uso del suelo y la transferencia de potencial, además de proporcionar recursos a la ciudad, resultó en un auge inmobiliario sin precedentes. A través de inversiones de capital privado en el entorno urbano e incorporando operaciones de financiamiento bancario mediante créditos hipotecarios, una parte de la ciudad y las localidades que la integran fueron incorporadas al impulso modernizador. Estas estrategias urbanas estimulan el desarrollo de grandes proyectos urbanos como son, por un lado, los mega-centros comerciales y corporativos, entre los que destaca Santa Fe; y por otro, los proyectos urbanos de rescate histórico-patrimonial del Centro Histórico de la ciudad de México, el de la Alameda Central y el de rescate ecológico de Xochimilco, que juntamente con el primero fue declarado Patrimonio de la Humanidad por las Naciones Unidas.

Quizás el proyecto urbano público-privado más importante en términos económicos e inmobiliarios durante este periodo fue el desarrollo de Santa Fe, que inicialmente incorporó 900 hectáreas a la urbanización y al mercado inmobiliario. Localizado en porciones colindantes de las delegaciones Alvaro Obregón y Cuajimalpa, en el poniente del Distrito Federal —en la zona de minas de arena y de tiraderos de basura— el metro cuadrado del suelo pasó de un valor de treinta centavos a finales de los años setenta, a un rango de entre mil cuatrocientos y dos mil dólares, precio de mercado en 2007.9 En la actualidad, este espacio habitado originalmente en forma irregular por los más pobres de los pobres urbanos, constituye probablemente el centro corporativo, comercial y de negocios más importante de la capital y de la metrópoli, donde se concentran noventa y nueve de las empresas más grandes. Se afirma que en este espacio —considerado como un proyecto de primer mundo— el impuesto predial es el más alto de la ciudad, y que dentro de su ámbito habitan siete mil familias, concurren quince mil estudiantes, trabajan alrededor de diez mil personas más, y se conjugan problemas de saturación vial y de provisión de infraestructura y servicios básicos que no se materializaron en el desarrollo del proyecto original (Sánchez, 2007).

 

Nota final

El impulso modernizador y de reorganización espacial de las últimas décadas introduce profundas modificaciones en la fisonomía y en la estructura social urbana de la capital del país. El perfil moderno de la ciudad, que se expresa en sus nuevas centralidades urbanas, coexiste con características y fenómenos sociales provenientes de décadas anteriores. Estos fenómenos se reflejan, entre otros aspectos, en la desigual concentración del ingreso, en la precarización del empleo y en la expansión del empleo informal. También se manifiestan en el entorno construido a través de formas de segregación urbana, de mercantilización de los espacios públicos, de proliferación de periferias sociales y de enclaves de pobreza. Las políticas y estrategias urbanas puestas en práctica facilitaron la activación de la economía urbana al atraer capitales especulativos y comprometer intereses privados en lugares centrales y estratégicos, de fácil acceso, de buena comunicación y de atractivo potencial inmobiliario. Los lineamientos del libre mercado se impusieron en el curso de este proceso que tuvo un impacto innovador y a la vez fragmentador en la imagen, en la función y en la estructura social urbana. El redimensionamiento de los lugares que son referentes de identidad en la ciudad se lleva a cabo bajo condiciones en las que el fenómeno de la desigualdad social se expande, asociado a problemas de disolución social, de masificación y de mercantilización, los cuales revelan, entre otras cosas, la tensión entre dos lógicas distintas: el "espacio de flujos" y el "espacio de lugares". La conflictividad que caracteriza al espacio urbano de la ciudad pone de manifiesto el papel activo que puede tener el espacio de lugares frente a los procesos dominantes impulsados por la globalización, la flexibilización y la desterritorialización de las dinámicas productivas. Esta situación que distingue a ciudades como la nuestra, plantea el desafío de definir políticas que logren articular y generar alternativas auténticas frente a la heterogeneidad, la diferenciación y la inequidad que caracterizan a las metrópolis contemporáneas.

 

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Notas

1 De acuerdo con este autor, en este proceso "uno de los rasgos claves es la lógica de la interconexión de su estructura básica, que explica el uso del concepto de sociedad red' (Castells, 1997:47).

2 Londres, Nueva York, París, Tokio, Hong Kong, Singapur, Chicago, Milán, Los Angeles, Toronto, Madrid, San Francisco, Amsterdam, Sydney, Frankfurt, Bruselas, São Paulo, ciudad de México, Zurich, Taipei (Taylor, 2004)..

3 Sassen (2002:8-9) explica que las formas específicas asumidas por la globalización en la última década han creado exigencias organizativas particulares. El surgimiento de mercados globales para finanzas y servicios especializados y el crecimiento de la inversión como un tipo mayor de transacción internacional han contribuido a la expansión de funciones centrales y a la demanda de servicios especializados para empresas. Las funciones centrales no sólo aluden a funciones de gerencia, sino también a funciones financieras, legales, contables, de publicidad, ejecutivas, de planeación y gestión del más alto nivel y necesarias para conducir una organización corporativa en múltiples países.

4 Gustavo Garza (2000), señala que en 1941, "la ciudad central del Distrito Federal se subdividió en 12 cuarteles y el resto en 12 delegaciones". No fue hasta finales de 1970 cuando la Ley Orgánica "transformó los 12 cuarteles en cuatro delegaciones más, para constituir las 16 existentes a finales del siglo XX".

5 De acuerdo con Gustavo Garza (2000), este subsistema urbano incluye las 16 delegaciones del D.F., 40 municipios del Estado de México, 1 de Hidalgo, 22 de Puebla-Tlaxcala, 6 de Toluca, 6 de Cuernavaca, Morelos, y 2 de Pachuca, Hidalgo.

6 Se encuentran entre estas empresas: Petróleos Mexicanos, América Móvil, Teléfonos de México, Wall-Mart de México, General Motors de México, Daimler Chrysler de México, Grupo Financiero BBVA-Bancomer, Grupo Modelo, Grupo Carso, Grupo México, Ford Motor Company. Véase Revista Expansión, 500 las empresas más importantes de México. Revista Expansión, Junio 25, 2007.

7 Estos siete estados absorben el 26% de la inversión extranjera total mientras que poco más del 15% restante se distribuye de manera dispersa y en muy pequeñas proporciones en el resto de las entidades federativas. (Secretaría de Economía, 2007).

8 zVéase artículo de Raúl Llanos Samaniego, "Captó el DF 66% de la inversión extranjera directa de 1994 a 2006", La Jornada, lunes 5 de marzo de 2007. Con base en informe de la Secretaría de Economía.

9 Se menciona en la fuente consultada que en 1988 Juan Enríquez Cabot —exfuncionario de Servimet— compró 2,095 hectáreas con la idea de realizar un proyecto urbano equiparable a La Défense, en París (Véase: Sánchez, 2007).

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