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Cultura y representaciones sociales

versión On-line ISSN 2007-8110

Cultura representaciones soc vol.2 no.3 Ciudad de México sep. 2007

 

Artículos

 

Las fronteras de los Estados Unidos en el siglo XXI*

 

Robert Fossaert

 

Economista y sociólogo

 

Resumen

Las fronteras norteamericanas son muy diferentes de las europeas. En Europa, las delimitaciones fronterizas entre Estados y dentro de cada Estado —fronteras regionales, provinciales, aldeanas, etcétera— tienen un espesor histórico y son resultado de luchas incesantes que se prolongaron durante siglos. Las fronteras norteamericanas, en cambio, son recientes y de poco espesor histórico. Las fronteras interestatales fueron trazadas desde lejos por los Congresos mediante meridianos y paralelos, mientras que la frontera internacional con México fue impuesta mediante la invasión y el avance de un frente pionero hacia un Far West móvil. Al final de la Segunda Guerra Mundial, la liberación de Europa por los ejércitos norteamericanos y la formación de un vasto sistema de alianzas militares, económicas y comerciales generadas a raíz de este hecho contribuyeron a la globalización de una especie de nuevo Far West norteamericano del que Europa forma parte y, en nuestros días, el mundo entero.

 

Abstract

The North-American frontiers are not like the European. In Europe the country borders and the inner borders (regions, provinces, villages) result from a dense and thick historical process of continuous fightings for centuries. The North-American limits, on the contrary, are recent and tenuous, with less historical background. The inner borders within the states were outlined from afar by the Congress following meridians and parallels, whereas the Mexican borderline was imposed as result of invasion and war, according to the progress of a pioneer front towards a mobile Far West. After the Second World War, the liberation of Europe by the American armies and the formation of a vast system of military, economical and commercial alliances contributed to the globalization of a kind of new American Far West which includes Europe and, nowadays, the whole world.

 

Résumé

Les frontières nord-américaines ne ressemblent pas aux européennes. En Europe, les frontières extérieures et intérieures (régionales, provinciales, villageoises) jouissent d'une notable épaisseur historique et sont le résultat de luttes incessantes qui se sont prolongées pendant des siècles. Les frontières nord-américaines, au contraire, sont récentes et de faible épaisseur historique. Les frontières entre les Etats de l'Union furent tracées de loin par les Congrès en fonction des méridiens et parallèles, tandis que la frontière internationale avec le Mexique fut imposée par une invasion et la guerre qui s'ensuivit, en fonction de l'avancée d'un front pionnier vers un Far West mobile. A la fin de la seconde guerre mondiale, la libération de l'Europe par les armées américaines et la formation d'un vaste système d'alliances militaires, économiques et commerciales qui en découlèrent, ont contribué à la mondialisation d'une sorte de nouveau Far West américain qui recouvre l'Europe et, de nos jours, le monde entier.

 

Si exceptuamos a los indígenas, destinados a la masacre y a las reservaciones —y a los africanos importados como esclavos—, la población de los Estados Unidos fue por mucho tiempo de extracción europea. Pero las fronteras norteamericanas no tienen nada de europeo. Para sopesar esta afirmación hay que recordar que las fronteras no se reducen a aquello que las fuerzas armadas protegen, ni a lo que los servicios de Aduanas y de Inmigración tienen por misión controlar; las fronteras no tienen la pulcra simplicidad de las líneas trazadas en los mapas políticos y administrativos, pero tienen un espesor histórico en la memoria de los pueblos a los que circunscriben, del mismo modo que en los archivos de los diplomáticos y de las fuerzas armadas.

En Europa se requirieron varios milenios —o por lo menos, muchos siglos— para fabricar las fronteras actuales. Esta larga duración de un asentamiento poblacional continuo y rápidamente densificado terminó por diseñar un fino reticulado de aldeas sobre un territorio inervado por una red de ciudades. El mosaico de las dominaciones políticas no ha dejado de redistribuirse sobre este espacio, bajo la autoridad efectiva o evanescente de soberanos distantes. Entre el escalón más bajo de las pequeñas propiedades de bienes raíces, rurales y urbanas —en suma, el escalón de los catastros—, y las cumbres de la soberanía política, se estableció un vínculo que convierte al poder en un sublimado de la propiedad, y que asigna a los escalones intermediarios —los de los terruños (pagi) y provincias— funciones por las que, poco a poco y de manera sinuosa, el todavía-propietario cedió su lugar a lo ya-administrativo. En todos estos niveles han coexistido límites emparentados e interdependientes, al mismo tiempo que muy escasos frentes pioneros avanzaban hacia el este y sobre todo hacia las áreas forestales. Siguiendo, al hilo de los siglos, los circuitos de recaudaciones en especie, de leva de hombres, de levantamiento de rentas y de censos, de aranceles y de impuestos, etcétera, se podría describir las transformaciones correlativas de la propiedad y del poder en un espacio europeo cuya diversidad jurídica no ha sido reabsorbida, como tampoco su diversidad lingüística (y, por lo tanto, cultural).

No hay discontinuidad entre los litigios relativos a las posesiones limítrofes y a los deslindes —que ocupan una gran parte del Código civil napoleónico— y las dos guerras mundiales del siglo XX originadas en Europa, en la medida en que han sido frecuentes los conflictos de vecindario, las querellas entre aldeas, las guerras territoriales y provinciales y los enfrentamientos inter-estatales. Todas las delimitaciones europeas han sido regadas con sangre y lágrimas. Las fronteras, convertidas en lineales después de la Revolución francesa, no han tenido, bajo este aspecto, más que el privilegio de haber sido objeto de disputas en una época en que la industria amplificaba las capacidades mortíferas de las fuerzas armadas, a la vez que la conversión de las poblaciones estatales en naciones galvanizaba los patriotismos. O, para decirlo en términos más positivos, fue necesario un largo trabajo local, urbano, provincial y estatal para pacificar poco a poco a los pueblos europeos, trabajo que se prosigue a través de la difícil Unión Europea y de las intervenciones de la OSCR1, todas ellas moderadoras de los Estados. Hay que subrayar todavía que en las zonas donde el reflujo de los imperios ruso y turco es reciente, el acotamiento de los Estados sigue siendo una tarea por realizar.

Las fronteras norteamericanas son de naturaleza completamente diferente. Ellas son recientes y no deben casi nada a los indígenas, masacrados o cazados, ni a los escasos colonos presentes desde Texas hasta California en la época de la anexión del Noroeste mexicano. Generalmente fueron impuestas desde lejos, tanto por los fundadores de las colonias inglesas del litoral atlántico, como por los Congresos generadores de "territorios" y de Estados, desde el momento en que se cumplían ciertos criterios de asentamiento poblacional. Frecuentemente fueron trazadas según los meridianos y los paralelos. Tienen poca relación con la formación de terruños en un país que carece de poblaciones de arraigo (fuera de ciertas reservaciones indígenas) y sin campesinos fincados en la tierra por generaciones. Son fronteras que no han sido regadas por la sangre derramada en las guerras, ni en ocasión de la Secesión del sur, ni en ocasión de la "conquista" del Oeste.2 Más bien marcan el avance de un frente pionero volcado hacia un Far West móvil. Resumiendo, en los Estados Unidos la propiedad, casi desprovista de raíces territoriales, es abstracta como un título de bolsa. El distante Estado federal ha permanecido igualmente abstracto, por lo menos hasta los años 1940, época en la que la Casa Blanca era todavía sólo la residencia del presidente. En fin, el espacio americano no está fraccionado por ninguna barrera lingüística, pese a la variedad de los acentos regionales y de los lenguajes de los inmigrados.

Si se deja a un lado la doctrina Monroe, las concepciones europeas y americana de la frontera entraron en contacto en ocasión de las dos guerras mundiales del siglo XX. La primera ofreció la ocasión de una ingenua adhesión wilsoniana al "derecho de los pueblos a la autodeterminación" que complicó la redacción del tratado de Versalles.3 La segunda —que fue la continuación de diez años de rebatinga de las fronteras europeas— tuvo por resultado una rápida connivencia de los vencedores de 1945 para amplias rectificaciones fronterizas acompañadas por transferencias masivas de poblaciones en el centro y el este de Europa. Además, poco después de 1945 el límite entre los dos campos de la guerra fría fue absolutizado, es decir, virtualmente cerrado a todos los intercambios, mientras que las fronteras europeas, en el seno de cada campo, fueron "relativizadas".

Por lo que toca a la Europa occidental, la liberación por los ejércitos americanos y, más tarde, el plan Marshall y la formalización de la OTAN crearon una situación tal que la mayoría de los Estados se comportaron frente a los Estados Unidos como aliados agradecidos y sumisos. De este modo Europa devino, no sólo un mercado progresivamente abierto a sus productos y empresas, sino también un campo de intervenciones "anticomunistas" orientadas a alejar a las "izquierdas" del poder. Después, el neo-liberalismo que los Estados Unidos propulsaron —a escala mundial— prevaleció claramente sobre las políticas mediante las cuales los Estados europeos trataban, de manera no siempre coherente, de recuperar su autonomía (Mercado común, Unión de la Europa Occidental, OSCR, etc.) La liberalización de los intercambios y de los movimientos de capitales, la facilitación incesantemente ampliada de la circulación de "productos culturales" (cine, mass-media, Internet, etcétera) y la perennización de las alianzas militares controladas por los Estados Unidos (OTAN, Japón, Corea, etc.) han mundializado una especie de nuevo Far West americano, del que Europa forma parte, incluso después de la implosión de Rusia y de la reunificación de Alemania.

Considerar el mundo entero como el Far West de los Estados Unidos puede parecer no razonable sólo a quien no razona. Una red mundial de alianzas y de bases de donde parten intervenciones e incursiones;4 una circulación de productos, de capitales y de ciudadanos norteamericanos cada vez con menos trabas; una benigna indiferencia hacia las reglas que las autoridades estatales locales procuran aplicar, a no ser que sus ardores "exagerados" sean canalizados por intermedio del FMI, del Banco mundial y de algunas otras instituciones "internacionales" más disciplinadas que la ONU;5 es así como los Estados Unidos se sienten "como en casa" en todas partes.

Para los ciudadanos norteamericanos, poco inclinados a abandonar su vasto país a no ser por razones de negocio o para hacer un poco de turismo, el mundo se ofrece efectivamente como un vasto Far West vagamente familiar y un poco peligroso. Se encuentran por todas partes los McDo, los blue-jeans y el CNN de la vida cotidiana. Son raros los rincones donde los nativos no comprendan el inglés, y más raros todavía los comerciantes que no acepten el real money en dólares. Y si esta familiaridad es perturbada por extrañas costumbres locales o por leyes ininteligibles, el consulado protector nunca está muy lejos, y tampoco carece de poder. Por lo demás, el State Department publica casi cada semana advertencias que designan los cantones de este Far West donde no hay que aventurarse por el momento.

Naturalmente, los diplomáticos son más precavidos. Ellos reconocen evidentemente las fronteras internacionales, y saben que son más consistentes que las fronteras entre los cincuenta Estados "unidos" que ellos representan, por lo menos en Europa6 y en las pocas regiones donde reinan Estados poderosos o rogue States.7 Es así como se esfuerzan por utilizar al máximo las alianzas militares y las demás instituciones internacionales donde su influencia es preponderante, para arropar sus decisiones con un consenso lo más amplio posible y para eludir los rechazos y las reticencias mediante los rodeos que se ofrecen en este reticulado: por ejemplo, contentándose con un acuerdo de la OTAN o de la OSCE en los casos en que Rusia o China pudiesen bloquear una decisión solicitada al Consejo de Seguridad de la ONU.

Pero, precisamente, estas contorsiones conducen al corazón de la contradicción norteamerican. Por un lado, el Far West mundial (en gestación muy avanzada) necesita un mínimo de autoridad mundial para precisar sus normas financieras (FM) y comerciales (OMC) y para disciplinar a sus rebeldes (OTAN y otras alianzas), pero ningún G8,8 y ningún Consejo de Seguridad acepta desempeñar este rol en forma permanente y de modo disciplinado —es decir, conforme a los desiderata de los norteamericanos. En efecto, por otro lado todos estos organismos —y otros más como los Tribunales internacionales—9 podrían convertirse en generadores de un orden mundial, si las decisiones se tomaran siempre en conformidad con los estatutos que sus tratados fundadores han establecido y si todos los Estados signatarios de dichos tratados se sintieran obligados a respetar sus decisiones. Ahora bien, los Estados Unidos no son partidarios de asumir tal actitud salvo con respecto a las decisiones que ellos aprueban, pero rechazan estar ligados por las decisiones que desaprueban.

De hecho, los Estados Unidos, potencia hegemónica en el mundo actual, no pueden aceptar un orden mundial cuyos rasgos estuviesen diseñados por una mayoría de otros Estados, sin su consentimiento. Su comportamiento es de soberbia soberanía, porque las autoridades locales del Far West no pueden imponer su ley al Estado central. El derecho de veto y las artimañas de los embargos permiten ignorar a la ONU cuando no obedece. Los votos y las abstenciones de voto del Senado y de sus comisiones permiten mantener en suspenso los tratados no gratos para ellos y racionar los recursos de las agencias internacionales indisciplinadas. Las leyes votadas por el Congreso pretenden a veces regir actividades que se realizan fuera del territorio norteamericano y comportan sanciones que las jurisdicciones norteamericanas (o ciertas agencias administrativas) imaginan válidas fuera de este mismo territorio. La coordinación de los bancos norteamericanos —pilotados por la FED10 y el Tesoro norteamericanos— administra las intervenciones del FMI y decide las recetas que deben acompañar a las mismas. Y así por el estilo: las instituciones políticas norteamericanas, construidas para proteger a los Estados federados contra las ingerencias excesivas del Estado Federal, se aplican de maravillas a este mismo Estado, cuando se confronta con su nuevo Far West mundial.

Esta contradicción, realmente central para el mundo actual, no se va a resolver ni por la sumisión duradera del mundo entero a las voluntades norteamericanas, ni por la conversión súbita de los Estados Unidos a una sana concepción de la ley internacional. Ella tendrá que ser tramitada y negociada a través de crisis repetitivas que probablemente se agudizarán con el tiempo: crisis ligadas al ascenso en poder de China, de Rusia, del Japón, de Corea, de la India, del Brasil, y, puede ser de México, a los que se unirán más o menos pronto otros Estados emergentes —o arruinados por el juego actual de las finanzas internacionales y del mercado mundial; crisis ligadas igualmente a los sobresaltos de una Europa que, más allá de un mercado liberal, se ha dotado de una moneda única, trata de constituir un ejército no o poco "otanizado", comienza a defender con los dientes y las uñas sus "particularismos culturales", en suma, que ve madurar su necesidad de autoridad política propia.

¿Qué vendrá después? Será cuestión de relaciones de fuerza. Como en el Far West.

 

Nota

* Intervención presentada en el coloquio "Peuples, nation, lien social", organizado en honor de Elisa Marienstrass, París, Junio de 2000.         [ Links ] Robert Fossaert es economista y sociólogo, y es conocido por su obra monumental La Soríeté, en ocho volúmenes, cuyo contenido puede consultarse en un resumen elaborado por el propio autor y disponible en su sitio electrónico: www.macrosociologie.com. También es conocido por sus escritos sobre los sistemas mundiales, que él analiza desde el punto de vista de la macrosociología. El presente texto ha sido traducido por Gilberto Giménez, y su publicación ha sido autorizada por el autor.

1 Esta Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa fue creada en 1975 por el tratado de Helsinki. Tiene por misión garantizar todas las fronteras europeas, incluidas las de los Balcanes, donde las mediocres delimitaciones territoriales de 1920 y 1945 son cuestionadas.

2 Naturalmente, con excepción de la frontera del Río Bravo, con México, que sí fue impuesta a sangre y fuego por la invasión norteamericana entre 1846 y 1848, que llegó hasta la ciudad de México en septiembre de 1847. Y aunque no se trate de guerras formales al estilo europeo, no se puede olvidar que las "guerras indias" en los Estados Unidos constituyeron verdaderos etnocidios.

3 Acerca de esta doctrina —que merecería una discusión especial— sólo diré que sus utilizaciones variadas en los siglos XIX y XX jamás fueron acompañadas por un debate político serio sobre el arte de encuadrar a millares de pueblos en sólo algunas decenas de Estados, que se elevaron a dos centenas a finales del siglo XX. La conclusión de este debate debería ser la búsqueda de medios para asegurar a cada pueblo el derecho a ser incorporado en un Estado de derecho respetuoso de sus particularidades.

4 Por ejemplo, los bombardeos casi cotidianos padecidos por Irak desde 1991.

5 Fondo Monetario Internacional (FMI); Organización Mundial del Comercio (OMC); Organización de las Naciones Unidas (ONU).

6 Aunque escuchamos, otrora, al Presidente Clinton emitir la idea de que Kosovo y todas las demás provincias independentistas de esta región podrían disfrutar de un estatuto semejante al de Delaware o de Massachussets...

7 Estos "Estados bandidos" se reconocen por el hecho de no respetar las voluntades norteamericanas, aún cuando son golpeados por un embargo o un bombardeo (Corea del Norte, Irán, Irak, Libia).

8 Ampliado desde 1994 por la (supuesta) presencia decorativa de Rusia, el G7 o grupo de siete potencias económicas principales (Estados Unidos, Canadá, Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia) fue creado en 1974 para "coordinar" las políticas económicas de dichas potencias, pero no tardó mucho en desbordar su marco económico, aunque sin lograr del todo soslayar al Consejo de Seguridad.

9 Los Estados Unidos rechazan la mayor parte de estas jurisdicciones desde el momento en que súbditos norteamericanos, principalmente militares, pudieran estar implicados en ellas, aunque fuera como testigos.

10 Banco Federal de Reserva de los Estados Unidos.

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