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Cultura y representaciones sociales

versão On-line ISSN 2007-8110

Cultura representaciones soc vol.1 no.2 Ciudad de México Mar. 2007

 

Artículos

 

De los secretos familiares a los institucionales

 

Fernando M. González

 

Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Su último libro publicado en 2006: "Marcial Maciel, la Legión de Cristo: testimonios y documentos inéditos." México, Tusquets.

 

Resumen

En este texto, intentaré —a partir del abuso sexual— explorar algunas de las complejas relaciones entre el secreto, los pactos y las leyendas institucionales.

 

Eso que no puede decirse, no puede callarse.
Davoine y Gaudilliére, 2006.

Decible e indecible, la cuestión del secreto

Si el inconsciente en el sentido de un indecible para el sujeto no fuera, al mismo tiempo, un decible a pesar de él, no habría inconsciente sino en un sentido negativo e indefinible (lo no consciente) [...] No hay que atribuir al inconsciente una voluntad de ocultar [...] ni tampoco al sujeto una voluntad de reprimir. [...] El inconsciente no es un fenómeno de voluntad sino un fenómeno de enunciación [es...] el secreto perdido por el sujeto que habla (Descombes, 1977: 78).

De ahí que hablar de secreto implique la introducción de algunas aclaraciones elementales que ayuden a situar parte de la problemática a la que nos introduce dicha cuestión. En la vasta región que va de lo decible a lo indecible no habría que afirmar que todo lo que aparece como no dicho estaría efectivamente incapacitado para pasar por la palabra.

Por otra parte, hay un límite inherente a lo decible; aquél que Jacques Lacan denomina lo real, definido como "eso que no cesa de no escribirse". Pero antes de poner todo bajo este ángulo y declarar a la falta —manque— como soberana, nos podemos permitir la exploración del estatuto del secreto, tratando de diferenciar algunos aspectos. Entre otros, los siguientes:

No se pueden reunir en un [sólo] género cosas de las cuales el sólo punto de vista común es el de participar del silencio. Porque el elemento común negativo no garantiza que ellas sean homogéneas, que ellas tengan propiedades comunes [...] Nosotros no podemos considerar como secreto eso que marcha sin ser dicho (implícito) porque es obvio que ha sido dicho sin que hubiera necesidad de mencionarlo. [...] Existe secreto a condición de que yo me imponga el interrumpir un proceso discursivo, lo cual me obliga muy seguido a ocultar esta ruptura, hablando de otra cosa o hablando de otra manera de la misma cosa (Descombes, 1977: 49).

Por lo tanto, no hay que confundir el secreto con el inconsciente, pues —como ya quedó dicho— éste es lo que se enuncia "a pesar del sujeto" y a condición de que exista otro para escucharlo; tampoco con lo implícito, ni menos con lo que permanece silenciado, pero "a vistas" —como en el relato de "La carta robada"1 de Poe. O, incluso, cuando en la secuencia de una acción las partes permanecen separadas y los oficiantes de ésta —en la medida que no tienen acceso al conjunto— quedan fuera de la lógica que lo sustenta. No existe secreto porque no hay voluntad de interrumpir o disfrazar la información.2

Tampoco habría que confundir el secreto con aquello que Pierre Bourdieu describe como el tabú de la explicitación, que se da —entre otros lugares— en los momentos de intercambio de dones. En ellos, ambas partes saben que el regalo tiende a parecer como puro don gratuito, pero no ignoran que en realidad incluye una reciprocidad; la cual implica, a su vez, un precio equivalente, un tiempo y una ocasión fijados culturalmente para restituirlo. De no cumplirse esto, una de las partes lo consideraría una majadería.

No obstante, lo interesante del asunto es que sería también de mal gusto explicitar todo el juego del intercambio de dones porque lo destruiría, de ahí que se instaure el tabú de la explicitación. Muchos de nuestros actos sociales están jugados bajo la lógica de este tabú.3 Sin embargo, dentro de ciertas corporaciones —como es el caso de la Iglesia católica— se da un tipo de tabú de la explicitación que no se confunde sin más con el que acabo de describir —aunque no deja de tener parentescos con éste— y que particularmente me ha tocado palpar más de una vez.

Me refiero a cuando me hacen partícipe de una serie de confidencias —en general, de orden sexual o de poder— que circulan sin tapujos a lo largo y ancho de las congregaciones y curias episcopales, pero que se cuidan de filtrar abiertamente al exterior. En cambio, a un externo a ella —como es mi caso—, en ciertas circunstancias y en confianza, le relata situaciones para que eventualmente sean publicitadas, sin que quienes las comparten queden personalmente comprometidos.

Este tipo de actos de palabra tiene características singulares que se podrían describir así:

... yo, como sacerdote o religioso, no hablaré casi nunca críticamente ante la opinión pública contra mi congregación, otras congregaciones o de la curia de mi diócesis, porque inmediatamente seré tratado como traidor y proscrito. Sin embargo, hay cosas que no me parecen o me duelen éticamente; por tanto, estaré dispuesto —en ciertos casos— a decírselo a ciertos sujetos externos a mi institución o las instituciones eclesiásticas, con la condición de que no usen mi nombre, pero sí la información.

Se trata, en buena medida, de una especie de espasmo tipo "erupción de lava" con visos éticos que ayuda a que el cuerpo institucional tenga salidas periódicas de presión y no se vea seriamente amenazado de extinción. Es como jugar a querer guardar un seudo secreto estentóreo ocultando la fuente —incluso ante los de adentro— y disfrazando la emisión de lo dicho. A diferencia del secreto clásico, la información que no debe ser sabida por un tercero se transforma aquí en una información que sí se debe saber, pero no el origen de ella.

Más aún —como lo señala un experto conocedor de este mecanismo eclesiástico, en la medida en que fue sacerdote por un periodo de veinte años—,4 se trata, en general, de aludir eludiendo, de "nombrar algo, pero sin terminar de hacerlo del todo". O de dejar que la información circule sin sentir la necesidad de sacar ninguna consecuencia de lo relatado. Por ejemplo, se dan casos en que un sacerdote, siendo homosexual, defiende la doctrina homofóbica de su Iglesia —en la que claramente se dice que ser homosexual es tener una naturaleza "objetivamente desordenada"—.5

A ese grado de disociación se someten algunos sujetos con tal de intentar realizar esa especie de oxímoron —por lo tanto, insoluble— que dentro de la Iglesia católica significa ser homosexual y, a la vez, ejercer el sacerdocio. Me ha tocado asistir a un debate en el cual un ex-sacerdote heterosexual hablaba sobre la imposibilidad de la institución eclesiástica en afrontar con honradez la cuestión de la sexualidad y, más concretamente, la de la homosexualidad y la pederastía de su clero; y, del otro lado de la mesa, un sacerdote homosexual responderle que no es cierto, que la Iglesia —de un buen tiempo para acá— las ha afrontado con toda apertura. Cada uno sabía de qué y de quién hablaba. No obstante, para el segundo —ateniéndose a su habitus más enraizado— se trataba de sostener que "basta con que algo no deba existir para que no exista".6 O, si se quiere, utilizando el juego de lenguaje de manera performativa: "es suficiente con emitir lo que debe ser para que así sea". Manteniéndose en esa posición, es muy difícil abrir el secreto e, incluso, el pacto que se da en el tabú de la explicitación —más cargado del lado de lo alusivo-elusivo—.7

Por otra parte, existen secretos virtuales, como el de la novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa. En ésta, el monje Jorge de Burgos oculta en otros dos libros el texto que no debe llegar a manos de ciertos lectores e intérpretes sabios porque podrían sacar la consecuencia de la risa, que puede terminar atentando contra Dios. Dicha ironía ni siquiera está dicha tal cual en el texto, pero podría ser deducida por un lector perspicaz. En el acto del citado personaje existe la voluntad de interrumpir algo y borrar las huellas de la doble operación: la del ocultamiento y la de la posibilidad virtual.

Finalmente, y sin pretensión de exhaustividad, existen cosas...

... que no se pueden decir desde un punto de vista moral, porque entonces serían inconfesables, sino desde un punto de vista físico, porque no pertenecen al orden del decir, sólo pueden ser hechas, y no existen sino bajo [esa modalidad] que, por otra parte, no se oculta (Deleuze, 1977).

Esto último nos introduce al dominio de lo que Bourdieu llama la lógica de la práctica (Bourdieu, 1972).

 

Testimoniar efectos traumáticos de un acontecimiento

Si un hombre vive en el pasado, se roba el presente.
Kun Fu

Siempre queda un margen de incertidumbre sobre la credibilidad que hay que prestarle a todo testimonio, y más aún desde que el psicoanálisis freudiano introdujo la noción de sujeto escindido y trastocó las plácidas seguridades de la apuesta positivista.

En la famosa carta de Freud a Fliess del 21 de septiembre de 1897 —en la que aquél le anuncia: "no creo más a mi neurótica"— se produce un doble movimiento que va a tener efectos determinantes en el territorio de la clínica psicoanalítica. Por una parte, la conformación del territorio del fantasma y de un inconsciente que carece de "índice de realidad" y que, por lo tanto, puede producir —a partir de las fantasías que lo constituyen— efectos tan determinantes como los de lo efectivamente ocurrido y, por la otra, el casi borramiento de lo real del trauma. Es decir, en la medida en que la teoría de la seducción de los padres —u otros familiares— a las hijas se piensa como pura fantasmática, se tiende a perder de vista los casos en donde esta seducción traumática efectivamente se ha producido.

No deja de ser llamativa la manera en que Freud, al dejar fuera al que hasta entonces consideraba como el agente seductor activo —es decir, el padre—, aluda poco después en otra carta a Fliess —del 3 de octubre de 1897— que, en su caso, "el viejo [no ha jugado] ningún papel activo". Y, finalmente, Freud —recordando al niño que fue—, viendo a su madre desnuda —a la que distanciándose denomina, usando el latín, matrem nudam—, no se siente el blanco de la posible seducción de aquella. En síntesis, si él no tuvo problemas con el "viejo", entonces, nadie los tuvo.

Muchos años después, Jean Laplanche contribuirá —con su teoría de la seducción originaria, producto del encuentro asimétrico del inconsciente parental con el del niño— a teorizar la idea de una situación estructural que permitirá denegar cualquier irrupción de lo real del trauma.

Sandor Ferenczi tendrá el honor de recuperar el lenguaje de la pasión8 y el de los efectos de la seducción traumática. Uno de los primeros efectos será lo que Monique Schneider denomina insonorización, cuando señala que la teoría psicoanalítica, al haber casi desalojado a lo real traumático de la teoría y al volver dominante la apuesta fantasmática, termina por redoblar el efecto de insonorización. Añade Schneider que otro de los efectos producidos por una seducción traumática es el de...

... un escamoteo en el nivel de la inscripción de eso que ha tenido lugar [...] La lesión porta en primera instancia sobre la posibilidad de creer (Schneider, 1993: 43).

Ferenczci añade que...

... el comportamiento de los adultos respecto del niño que sufre traumatismo forma parte del modo de acción psíquica del traumatismo (Ferenczi, 2006: 36).

Los testimonios de los sujetos en análisis —y no sólo ahí—, en muchos casos, están marcados por el suspenso y la vacilación hacia aquello que, en principio, demanda ser creído. En ese caso, se trata de un tipo de testimonio no sólo incompleto y siempre en perspectiva, sino fundamentalmente herido por lo incierto, y algunas veces enmarcado por una oscilación que lo mantiene en una especie de limbo, en el que nunca se termina de optar por alguna de las posibilidades. Lo cual trae por consecuencia que el pasaje de lo inverosímil a lo verosímil, y de éste a lo efectivamente ocurrido, resulte problemático y no necesariamente seguro. En ese sentido, lo no metabolizado por el otro adulto, lo no nombrado y lo reprimido repercuten en el sujeto, el cual aparece —de alguna manera— expropiado de una parte fundamental de su discurso.

Debo aclarar que al introducir algunos postulados de la teoría y clínica de la seducción traumática no busco colocarme en una disyuntiva en la cual las teorías de la fantasía y el fantasma quedarían descalificadas, sino que más bien se trata de pensarlas conjuntamente en los casos que tienen que ver con la irrupción de acontecimientos con posibles efectos traumáticos. No se trata, pues, de arrojar de nuevo al niño junto con el agua de la bañera, aduciendo —esta vez—: "ya no creo en las fantasías de mis neuróticos".

Para afirmar esto último, me apoyo en Piera Aulagnier cuando señala que para que se produzca un conflicto psíquico de envergadura, es necesaria la intersección "e interpenetración entre un fantasma fundamental, un acontecimiento, y un enunciado" (Aulagnier, 1986: 36) —o la carencia de un enunciado, podríamos añadir—. Entonces, cualquier intersección de este tipo se da en una red contextual.

Es de la realidad de los acontecimientos que se revelan fúente y causa de afectos, de donde la psique toma prestados los materiales que se supone que dan razón de la historia que ella vive y que el yo escribe [...] y está en poder de la psique infantil interpretar ciertos acontecimientos de manera de dotarlos de una acción psicotizante que "en sí" no tenían y religar otros acontecimientos a interpretaciones casuales que le permiten desactivar el poder psicotizante que poseían. Posición ésta que, a mi parecer, no relega el interés que es preciso conceder a la realidad histórica... (op. cit. p. 36 nota 9).

Hechas estas aclaraciones teórico metodológicas, pasemos a relatar un testimonio que ha pasado por el filtro de, mínimo, tres personas, lo cual lo vuelve aún más problemático que de costumbre.

Un sacerdote católico es sujeto de una confidencia relatada por un anciano con un cáncer terminal, quien desea aligerar su conciencia de un supuesto suceso traumático que le ocurrió en su primera juventud. El mencionado anciano autoriza al sacerdote a utilizar lo relatado, si considera que puede servir a terceros que hayan sufrido un trance parecido.

Se trata de un señor casado y con hijos ya muy mayor, de mínimo 80 años, y originario de Cotija (Michoacán, México), que me relató hace unos tres años —2003— poco antes de morir de un cáncer, una experiencia sufrida por él y el padre Marcial Maciel.9

Me dijo que "él no podía con eso". Me lo cuenta para descargar su conciencia, pero no en confesión. Es por esa razón que te lo puedo relatar. El me dijo que esto lo había ya hablado antes con otro sacerdote, pero que la carga que pesaba sobre su conciencia no terminaba de descargarse.

Respecto a Maciel, señaló que en su infancia era una persona muy "frágil" y "fina", con un montón de hermanos y con un papá muy duro. Inmerso en un mundo de rancheros y sobreprotegido por su madre. Un día, el padre de Maciel le dijo a su hijo: "en mi casa no va a haber jotos —homosexuales—, te voy a mandar seis meses con los arrieros para que aprendas a ser hombre".

A continuación, el anciano añade, sin más prolegómenos, que a él y a Maciel, los rancheros los abusaron varias veces cuando se los llevaban al cerro.

Me decía el anciano: "Padre, yo no me puedo morir con esto. Porque tengo desde mi niñez cargando con esto. Pero nunca lo quise platicar públicamente porque estaba implicado este señor [Maciel]. A los dos nos lo hicieron, pero no en el mismo momento. Las veces que me acercaba a platicar con él, se cerraba. O me decía que le rezara a la Virgen. Y luego yo fui viendo que fue sacerdote y todo. Y ya me fui enterando de lo que fue saliendo de su vida y pensé: "yo creo que ahí fue en donde se inició todo".

[El ahora anciano lo habló] con un sacerdote cuando tenía 18 años y luego cuando se iba a casar. Y añade que cuando Maciel tenía alrededor de 11 años, le dijo: "si mi padre se entera, me mata. Porque me mandó aquí para que me hiáera hombre y va a decir que yo los provoqué... Quisiera ahorcarme" 10

En el relato del anciano, pasado por la oreja del sacerdote —que llega a quien esto escribe—, se dibuja una asfixiante atmósfera compuesta de un machismo paradójico, articulado a un catolicismo visceralmente homofóbico. Atmósfera que tiende a colocar en un callejón casi sin salida a los que tienen la desgracia de sufrir este tipo de experiencias tan violentas en su primera juventud. El fundador de la Legión de Cristo —Marcial Maciel—, al parecer, fue uno de ellos.

Aceptemos que este relato —contado por alguien que está en vías de morir y que se siente profundamente implicado en el asunto que narra— tiene un grado de verosimilitud, sin confundir necesariamente a lo verosímil con lo verdadero. Este relato nos enfrenta a las desesperadas y desgarradas palabras que supuestamente Maciel le comunica a su, por entonces, joven interlocutor, en las que no cabe descentrarse del suceso doloroso, ni tampoco la crítica más elemental respecto de los prejuicios vehiculados por su padre, ni para los actos perpetrados por los arrieros violadores.

El padre de Maciel parece quedar como alguien intocado e imposibilitado de ser encarado respecto a su responsabilidad en el asunto que devasta a su hijo. Más aún, su posición queda cristalizada en la de juez implacable e inapelable de quien acaba colocado como el que terminó fallándole en lo que más le podría doler —tener un hijo "maricón"—, quintaesencia de la devaluación en ese feroz y patético universo cultural en el que la homosexualidad está proscrita como una aberración de la naturaleza. Feroz universo que la Iglesia católica se precia — sin desfallecimiento— de mantener hasta el día de hoy.

El acto violento sufrido por Maciel es dotado por éste de un tipo de trastocamiento inaudito, ya que se convierte en una ofensa para su padre. Desde esa perspectiva, la autoridad parental queda no sólo exenta de cualquier crítica, sino que, incluso, se le deben disculpas, que —a la postre— quedarán en la condición de impagables, en la medida en que se vuelven inconfesables. Y, por lo tanto, conminan al individuo a instaurar un secreto que, posteriormente, tendrá graves consecuencias.

En cuanto a los arrieros, si éstos toman parte activa en el acto pederasta ejercido en grupo no sólo no son considerados maricones, sino que incluso esta acción colectiva sirve, aparentemente, para exaltar su virilidad. De ahí que lo denomine machismo paradójico. Sólo el que ha sido pasivizado —a su pesar o no— es considerado como un invertido —como se les nombraba en los años treinta a los homosexuales—.

Existe un dicho que condensa parte de este machismo paradójico y que reza así: "macho calado, macho probado"11 y que se refiere a que si un varón —después de haber sido objeto de abuso— sigue permaneciendo heterosexual, es realmente un "macho probado". Los varones que calan —como se hace con las frutas— a los elegidos en esa especie de rito de iniciación parecen estar por encima de toda sospecha de falta de virilidad.

Existe, pues, una especie de complementariedad entre la mentalidad que vehicula el padre de Maciel12 y la acción de los arrieros, aunque ésta haya tenido una salida contraria a lo que manifiestamente buscaba aquél. Se puede suponer —ya entrados en especulaciones— que el padre de Marcial Maciel sabía cuál era el estilo de vida de los arrieros porque él mismo poseía recuas de muías con las que hacía largos viajes por diferentes estados de la república y, por lo mismo, estaba al tanto del tipo de representación de hombría que esos rancheros manejaban. ¿Por qué, entonces, arriesgar al hijo mandándolo sin defensa a ese medio? No creo que a estas alturas lo podamos saber, una vez que el padre de Maciel descansa ya en la nada misericordiosa.

Para Marcial Maciel no fueron necesarias las palabras paternas o maternas explícitas para guardar silencio. Al haber sufrido abuso quedó, al parecer, inapelablemente colocado ante su padre como un cómplice solícito de los arrieros. Maciel no parece tener duda de si le iba a creer o no que no quiso "provocarlos".

Lo dramático es que —alrededor de 15 años después— él estaría en el lugar del abusador frente a uno de sus discípulos y un padre furioso que decía que no lo mataba porque era sacerdote —"que si no..."—. Lo cual le permitió constatar parcialmente que se podía ser padre de una manera distinta a la que él había imaginado, sería la reacción del suyo. Y digo constatar parcialmente porque a veces la vida no se adecúa a lo que uno espera. Me refiero a que este padre furioso —que defiende a su hijo más pequeño—, en otro acto sorprendente, decide dejar en manos de Maciel al hijo mayor para que se logre como sacerdote. ¡Vaya!, lo deja bajo la tutela del pederasta en ciernes para que continúe la prometedora carrera que apenas iniciaba.

Esos dos padres —el de Maciel y el de estos dos jovencitos aspirantes a legionarios de Cristo—, que deciden lo que deben ser sus hijos sin medir las consecuencias, le muestran al fundador de la Legión que existe un capital de confianza en muchos fieles católicos que depositan ciegamente en el investido como sacerdote, al cual tienden a concebir como asexual. Capital al que sólo será cuestión de saber explotar y administrar.

Corrección posible para la primera teoría de la seducción freudiana: si no todos los padres son efectivamente seductores, algunos utilizan a terceros para que lo sean.

 

La transmisión de un doble secreto y una leyenda

Se termina siempre asesinado por aquello que se reprime [o suprime].
Cuando ustedes niegan su parte nocturna, aquella de sus fantasmas y
mitos de origen, ustedes se arriesgan a terminar sumergidos por ella.
Debray, 2006: 96.

El borramiento de la violencia sexual de la que fue objeto Marcial Maciel en su infancia y la que éste activamente inflingiría a numerosos de sus discípulos, se sostiene en un pacto que exige el secreto. Primeramente, el de Maciel con su propia familia y, posteriormente, con los que serían sus discípulos. Cuando pasa a ejercer la violencia sexual con algunos de sus pupilos configurará ese segundo pacto de silencio a partir de lo que denominará voto de caridad.13

El acto que causa el sufrimiento de los colocados en posición de abusados será la correa de transmisión privilegiada para instituir un tipo específico de relación de sometimiento y, a la vez, de privilegio,14 lo cual consolidará el pacto de silencio en la institución legionaria. Muy pronto, dicho pacto traerá aparejada una leyenda que sostendrá que existe un complot contra la Legión y su fundador. Dicha leyenda del complot forma parte del intento de eliminar la pederastía del fundador y su adicción a las drogas.15 Se podría decir que la leyenda paranoica que pone a circular en su defensa la Legión de Cristo se basa en la identificación con las víctimas, y que con ella intentan...

... una caución de moralidad y de prueba de verdad. Si alguien me persigue, si yo termino por ser de una u otra manera una víctima, entonces, eso da testimonio indirectamente de la verdad y el valor de mi posición y de mi discurso (Delfour, 2001: 278).

El pacto y su leyenda funcionarán tanto para quienes están dentro —que ni siquiera sospechan que esto pudiera ocurrir— y, obviamente, para los de fuera. Además, este pacto de secreto termina configurando una relación institucional en la que se instaura una zona de silencio protegida por la inverosimilitud. Zona traumática por excelencia.

Sin embargo, la edad en la que los jóvenes son abusados no les permite borrar en ellos las huellas de lo sucedido. El problema será qué hacer con lo que les ocurrió a mansalva por quien consideraban como su ideal y santo en vida. Romper el pacto —tal como lo hizo el primer abusado ya mencionado— o sucumbir a una disociación en lo individual y a la constitución de una cripta en lo institucional, con leyenda incluida —modelada en el complot—, cuando comience a drenar "a cuentagotas" la información hacia las instancias exteriores de autoridad. Para la mayoría de los abusados, esta segunda opción fue la que asumieron a regañadientes.

Las maneras de transmitir en las instituciones tienen sus lugares, objetos, rituales, palabras-contraseña que condensan el asunto y trayectorias privilegiadas; por ejemplo, los relatos fundacionales y las hagiografías de los fundadores. No obstante, simultáneamente, también se insinúa en ellas aquello otro que no circula o lo hace con filtros. De esta manera, en las leyendas fundacionales se pueden leer —sintomáticamente— lagunas, elusiones, suturas apresuradas, saltos en la cadena argumentativa o desapariciones de personajes modelo "censura rusa".16

El caso Maciel ejemplifica lo que hacen muchos pederastas — quienes antes fueron abusados sin que su deseo fuera voluntariamente puesto en juego—: hacer sufrir a la siguiente generación de la misma violencia, logrando que su deseo se manifieste de manera paroxística y activa para compensarlos de la situación en la que estuvieron a merced de los otros. Marcial Maciel —como buen perverso narcisista— se sitúa ahí en donde todo es cuestión de relaciones de poder, y actúa a la manera clásica de este tipo de patología, es decir...

... produciendo perplejidad, parálisis, desvalorización, sentimiento invasivo de culpabilidad en su víctimas, las cuales terminan por aceptar todos los compromisos en detrimento de su autoestima, e incluso aceptando autodestruirse o justificando actos contrarios a su propia moral (Eiguier, 2001: 109-110).

Hacia 1983, en la primera obra apostólica de la Legión —el Instituto Cumbres—algunos alumnos y alumnas empezarán a sufrir los efectos de la red de pederastía que se fue incubando en la Legión de Cristo y la situación será más difícil de controlar. De hecho, fue explicitada en la prensa por un corto periodo. Un sacerdote legionario y un laico estuvieron implicados. Otro caso se dio en una escuela de Legionarios —el CEYCA, en Tlalpan—,17 en el que se acusó a otro sacerdote de la citada congregación, pero logró ser silenciado y no llegó a hacerse público. Y, nuevamente, en una escuela bajo el mando del Regnum Christi18 —el Colegio Oxford en el DF—, en octubre de 2006, se dio el caso de un abuso a un niño de 3 años, cometido por un profesor de deportes.

En este caso, la violencia de los actos pederastas conforma una cadena intergeneracional de larga duración que incluye una sólida base institucional en su consolidación.

 

Diversos destinos de los que fueron abusados sexualmente

En la relación del pederasta con la víctima elegida, cuando aquél sorprende a ésta con un acto impensable e inesperado, logra el establecimiento de un tipo de complicidad que produce, a su vez, una gran confusión en la víctima, pues le provoca un cúmulo de sentimientos contradictorios. Sentimientos en los que la culpa se vuelve un elemento central, debido a que el pederasta no se responsabiliza de la violencia de su acto asimétrico —que introduce un tipo de relación sexual y de poder a la fuerza— y que —para colmo— puede llegar a producir placer en el sorprendido, al mismo tiempo que repulsión, y dejarlo inerme ante lo acontecido.

Una mujer adulta relata así el abuso que sufrió —cuando tenía cinco años— por un familiar:

Creo que sentí rechazo, asco, curiosidad y miedo a ser culpable. Nunca me cupo que el culpable pudiera ser él hasta el día en que se lo conté, años más tarde, a la muchacha de la casa, pero bajo la consigna de: "júrame que no se lo vas a decir a nadie".19

Estas palabras condensan el entreveramiento contradictorio de sentimientos que "quema el alma". La primera confesión a una tercera persona todavía está marcada por el hecho de hacerse cargo culposamente de este tipo de relación de poder y por el intento de proteger al adulto que la sometió a su pesar. Siendo un familiar, ¿cómo compaginar el cariño que se le tiene con el desconcierto que provoca la acción que rompe de manera brutal la relación de confianza básica en el adulto? La testimoniante añade:

Me robaron la posibilidad de ser protegida y cuidada en una edad en la que uno más lo necesita, y con eso afectaron mi capacidad de amar y mi vida sexual. Es como si los hombres hubieran quedado en deuda conmigo: quisiera poder entregarme a uno en el sentido de poder pensar en vivir con él para toda la vida, aunque esto después termine por diversas razones, y no porque yo pongo permanentemente un límite a la entrega (ibid).

En este caso no hay identificación con el agresor, como sí pasó en los de Marcial Maciel. Lo que se instaura es ese dolor a destiempo —como ella lo denomina—, esa ruptura de confianza que marca la entrega a los hombres de su vida.20

Los destinos del amor y de la relación sexual no necesariamente desembocan en una sola posibilidad cuando se ha sufrido la violencia pederasta. El sujeto que sufrió la misma agresión que el padre Maciel, al parecer tomó otro camino. En síntesis, la bisexualidad que habita a todos los humanos no se resuelve de manera unívoca.

De todas estas historias marcadas por la violencia y el dolor, surgen algunos interrogantes. Entre otros, los siguientes: ¿existen diferencias en los destinos de varones y mujeres que han sido abusados sexualmente?, ¿por qué casi nunca se habla de pederastía femenina?

Veamos, brevemente, algunos casos ¿Qué pensar, por ejemplo, de esa mujer que entre llorosa y arrepentida le cuenta a su médico la repulsión que su marido le inspiraba y cómo le dejaba a la hija de un año para que le hiciera compañía y éste la manipulara introduciéndole los dedos en su vagina? Esta acción incluía el consiguiente pacto de silencio entre ambos cónyuges. ¿Cómo entender las acciones de una abuela que manipula a su nieta, que le ha sido confiada por la hija mientras ésta sale a trabajar? Dichos actos enfrentaron a la hija con su madre y la llevaron a que se alejara, llevándose a la niña. ¿Qué decir de esas madres que parecen no enterarse de nada de lo que ocurre entre su marido y sus hijas o hijos? En esos casos, el tipo de satisfacción y de posición activa parece parcialmente delegarse en un tercero.

Por otra parte, ¿qué pasa con algunas mujeres que han sido abusadas? Algunas presentan vaginitis, frigidez o una actividad sexual desenfrenada, pero sin amor de por medio, al igual que la de muchos hombres abusados. Como si éstos buscaran compensar el haber sido el desconsiderado objeto de un adulto. De esta manera, surge un campo de reflexión clínica que debe ser explorado de manera más pormenorizada.

 

Diferentes pactos de silencio

Ya no basta con conocer el pasado, hay que preguntarse también por qué
ha tenido que callar. [...] Si no se ajustan las cuentas con el pasado,
las generaciones venideras se incorporarán o incorporarán un tipo de
(in)humanidad colectiva que conserva(rá) los gérmenes de donde proceden.

Mate, 2004

Otro tipo de consideraciones tienen que ver con el tipo de silencios que se dan en relación al abuso sexual. Se pueden detectar diferentes maneras de instaurar el silencio en este tipo de relaciones —desde el padre abusador de su hija, quien la convence de que su acto es estadísticamente mayoritario ya que "todos lo hacen" y que, por lo tanto, rehusarse sería un insulto, hasta aquellos que amenazan y dicen: "cuídate de hablarlo porque te mato", o lo modulan de esta otra manera: "no le digas nada a tu madre porque la matarías y, de todas maneras, nadie te creería"— (Solaire, 2002: 32).

Atenazados por la culpa y la inverosimilitud, y por los daños presumibles a un tercero —en caso de romper el pacto de silencio o incluso por la amenaza a su vida—, los infantes abusados quedan constreñidos a una sobrevivencia que los mutila subjetivamente.

La vergüenza se transforma así en un poderoso obstáculo para la ruptura del pacto perverso; vergüenza no solamente de haber sido marcado con algo infamante sino, sobre todo —como relata una mujer abusada por su padre—, por haber cedido al chantaje y no haber podido defenderse cuando se le trató como un objeto.

Lo peor es la vergüenza. ¿Usted conoce la vergüenza?, ¿la verdadera humillación? ¿Aquella de haber participado, incluso a pesar de uno, en una cosa horrible que no se osaría hablarlo con nadie? (ibíd: 59).

Hacer que estalle la situación insostenible conlleva —para los abusados—atreverse a trastocar el arreglo que ha instituido el sistema familiar o el institucional para mantener en sordina lo ocurrido. Para el caso de la familia, ésta debe mantener la apariencia de que permanece intacta.

Interiormente desestructurada, la madre está presta a todos los compromisos y a todas las denegaciones para hacer creer y hacerse creer que todo marcha bien, que su familia es normal [...] Muy seguido, la madre no se da cuenta de que rechazando los propósitos del niño lo reenvía a la nada en la cual lo ha sumergido su padre. Este rechazo del traumatismo sufrido por la víctima es una de las formas más patógenas de la negación del sufrimiento [ibíd: 68).

El acto pederasta en la familia —al tocar el corazón de la filiación y del orden genealógico— desestructura al que lo sufre y le arrebata sus referentes más elementales para devenir sujeto. El padre o la madre, al mezclar los lugares y los papeles, agujerean y violentan la configuración simbólica y la confianza básica en la que se aposenta el infante. Y si esto ocurre en lo referente a la filiación, en lo que respecta a las afiliaciones institucionales, en las que circulan muchas veces un orden simbólico similar al de familia espiritualizada —como es el caso más común en la Iglesia católica—, los mecanismos para tratar de mantener la apariencia también funcionan "a tambor batiente".

En este caso específico existen mecanismos institucionales muy aceitados para mantener intacta a la razón institucional por encima de las personas, ya que una de las actividades centrales de dicha Iglesia es la de la producción y administración de las representaciones inmaculadas —por ejemplo, aquellas que tienen que ver con figuras ejemplares, sacralizadas y virginales—.

Por lo tanto, cualquier situación o acción que contradiga esta configuración representacional será condenada a la inexistencia o —en caso de que esto no sea posible— a circular por los vericuetos del derecho canónico y sus mecanismos de control para que haga el menor daño posible a la imagen institucional. Esto porque ante todo hay que proteger a los fieles católicos del escándalo, en la medida en que éstos son siempre considerados eternos menores de edad y con pocas luces en el intelecto. La Iglesia católica —con su derecho canónico paralelo y la sacralización de sus ministros, cultivada a ciencia y conciencia— se vuelve un lugar especialmente apto para convertirse en un santuario privilegiado de la perversión sexual.

Como se podrá comprender, son demasiadas cosas de las que se tiene que hacer cargo quien ocupa la posición más vulnerable, tanto en la familia como en la institución eclesiástica y educativa. Por ello, este tipo de relaciones y acontecimientos tardan tanto tiempo en aclararse; más aún cuando existe adicionalmente un pacto perverso.

 

El tercero y el secreto en el pacto perverso

Como ya sabemos, una de las características del pacto perverso tiene que ver con la manera en la que el tercero entra en la relación.

La ruptura eventual de tales contratos tiene otro sentido [...] que el fracaso amoroso entre sujetos neuróticos. El hecho que ellos sean secretos, que sus términos así como su práctica no sean conocidos sino por los interesados, no significa que el tercero esté ausente. Al contrario: es la puesta aparte [de éste] lo que constituye la pieza mayor de este extraño contrato. Este tercero que está necesariamente presente para firmar o para confirmar la autenticidad de un lazo amoroso normal deberá aquí ser excluido, o más exactamente estar presente en una posición en donde sea necesariamente un ciego, un cómplice o un impotente.

Es por eso que una ruptura [...] de una relación perversa es muy diferente a la ruptura de una relación amorosa [...] para el perverso, en la medida en que el "secreto" frente a los terceros constituye el fundamento mismo del contrato [...] la denuncia del secreto será la manera de poner al corriente a [los excluidos], es el escándalo el que constituirá la ruptura (Clavreul, 1967: 98).

Por ello, este tipo de pactos sólo pueden romperse radicalmente haciendo público lo hasta entonces silenciado. El primer paso —el de la denuncia— explícita la posición de la víctima compelida a ser, al mismo tiempo, cómplice, y la posición de aquellos que fueron colocados como testigos de la relación,21 así como también las de aquellos que se enteraron parcialmente de ésta y no tuvieron la fuerza o la posibilidad de enfrentarla y denunciarla. Por esa razón, Jean Clavreul habla del tercero como ciego, cómplice o impotente. El segundo paso es lograr despegarse de la denuncia y tratar de entender el tipo de intersección que se dio con el abusador y los efectos en la subjetividad y en los pactos institucionales.

Concluyo estas breves reflexiones que intentaron relacionar el secreto, los pactos y las leyendas institucionales con el abuso sexual y algunas de sus consecuencias. Espero haber logrado, en alguna medida, este propósito.

Enero de 2007, México, DF.

 

Referencias

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Notas

1 O en "Sufrimiento", según la lectura que realiza Jacques Derrick.

2 Un ejemplo de esto último se puede encontrar en el capítulo IV de mi libro (González, 1991).

3 Para un desarrollo más pormenorizado de esta cuestión, ver Bourdieu, 1977.

4 Alberto Athié Gallo.

5 "La particular inclinación de la persona homosexual aunque en sí no sea pecado, constituye, sin embargo, una tendencia más o menos fuerte hacia un comportamiento intrínsecamente malo, desde el punto de vista moral. Por este motivo, la inclinación misma debe ser considerada como objetivamente desordenada" (Ratzinguer, 1987: 4).

6 Entrevista de Fernando M. González a Alberto Athié, del 30 de setiembre de 2006.

7 Porque en el pacto del don a la Bourdieu la alusión-efusión está mucho más sutilizada.

8 Lenguaje que, por cierto, Freud nunca perdió.

9 Fundador de la congregación religiosa denominada La Legión de Cristo (1941).

10 Entrevista de Fernando M. González al sacerdote GX, el 4 de octubre de 2006, México, DF.

11 Se lo debo a la doctora Alejandra de la Garza, con quien discutí el caso.

12 Que no es un producto original de él, sino de la inserción acritica a su medio.

13 Voto específico instituido por Maciel en la Legión de Cristo para evitar cualquier crítica a los superiores y, sobre todo, al superior general de todos ellos, o sea, Marcial Maciel.

14 Ser elegido como efebo del fundador. Y, por lo tanto, formar parte de su exclusivo círculo rojo.

15 Específicamente, a la dolantina, un derivado de la morfina.

16 Un caso de este modelo es presentado por el novelista Milan Kundera en las primeras páginas de El libro de la risa y del olvido (Editorial Sex Barral, Barcelona, 1982).

17 Barrio del DF.

18 Organización fundada por la Legión de Cristo, en la cual existen las consagradas y un conjunto de organizaciones que incluyen a los diferentes grupos de laicos.

19 Testimonio de ZY ofrecido a FMG.

20 En otras mujeres se manifiesta —en la vida adulta— frigidez y repulsión ante la sexualidad.

21 El ex-legionario de Cristo Francisco González Parga ofrece un ejemplo nítido de este tipo de relación cuando testimonia que después de haber pasado la noche con Marcial Maciel, éste último —en el desayuno con los novicios, sin dejar de mirarlo— comenta que en la Legión de Cristo existen ciertos miembros que no tienen el valor de salir de la institución cuando comprenden que no tienen vocación y, entonces, deciden difamar a sus superiores. Los novicios asisten a la reafirmación de un pacto que deja a González Parga en una posición tal que —de entrada— lo descalifica para emitir cualquier crítica creíble sobre el fundador de la Legión. Para un análisis más pormenorizado, ver González, 2006.

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