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Cuadernos de Lingüística de El Colegio de México

versión On-line ISSN 2007-736X

Cuad. Lingüíst. Col. Méx. vol.5 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2018

https://doi.org/10.24201/clecm.v5i2.121 

Reseñas

Reseña a Calvet, Louis-Jean. 2017. Les langues: quel avenir? París: Editions CNRS.

Review to Calvet, Louis-Jean. 2017. Les langues: quel avenir? Paris: Editions CNRS.

Eguzki Urteagaa 

aUniversidad del País Vasco. eguzki.urteaga@ehu.eus.

Calvet, Louis-Jean. 2017. Les langues: quel avenir?. París: Editions CNRS


Louis-Jean Calvet acaba de publicar su última obra titulada Les langues: quel avenir? (Las lenguas: ¿qué porvenir?) en la editorial CNRS. Conviene recordar que el autor, tras obtener su doctorado de Estado, con una tesis dedicada al sistema de siglas en francés contemporáneo, se convierte en catedrático de lingüística por la Universidad de París V y, posteriormente, por la Universidad Aix-Marseille. Calvet es uno de los máximos representantes de la sociolingüística francesa, reconocido a nivel internacional gracias a la novedad de sus tesis, las estancias realizadas en varias Universidades extranjeras y la traducción de sus obras en unas veinte lenguas. Asimismo, ha sido durante numerosos años director de la colección Langages et Sociétés en la editorial Payot y colaborador del semanario Politique hebdo, donde ha abordado los fenómenos culturales y las minorías étnicas y lingüísticas. Ha recibido el Sociolinguists Worlwide Award en 2012 y el Prix Georges Dumezil de la Academia francesa por su obra La Méditerranée, mer de nos langues (Calvet, 2016).

Desde sus primeras investigaciones, analiza las relaciones entre el discurso lingüístico y el discurso colonial sobre las lenguas a través del concepto de “glotofagia” (Calvet, 1974), antes de interesarse por los vínculos que mantienen lengua y poder (Calvet, 1987) y el rol de la lengua en el espacio urbano, siendo uno de los impulsores de la sociolingüística urbana (Calvet, 1994); sin olvidar su apuesta por una ecología de las lenguas (Calvet, 1999). A su vez, en colaboración con Jean Véronis, ha trabajado sobre el análisis del discurso político en Francia, centrándose en las campañas presidenciales (Calvet y Véronis, 2006) y en los discursos de Nicolas Sarkozy (Calvet y Véronis, 2008). Ha reflexionado igualmente sobre la política lingüística, proponiendo la distinción entre política lingüística y politología lingüística (Calvet, 2005), sabiendo que la primera corresponde a los decisores políticos mientras que la segunda incumbe a los sociolingüistas. A su vez, en colaboración con Alain Calvet, ha elaborado un “índice de las lenguas del mundo”, es decir una clasificación basada en el tratamiento estadístico y multifactorial de un cierto número de variables discriminantes a nivel lingüístico.

En la introducción de su última obra, el autor realiza una analogía entre lenguas y mercados, recordando que Ferdinand de Saussure fue el primero en comparar lenguas y monedas “para definir el valor del signo lingüístico” (p.11). Como los Estados tienden a considerar que el nombre de un país, de una ciudad y de una lengua proceden de un mismo paradigma, “las monedas están [...] vinculadas a un país, a una nacionalidad y, por lo tanto, a una lengua” (p.9). En ese sentido, “las monedas [...] funcionan como signos identitarios” (p.9). A la luz de la metáfora monetaria, observa “una tendencia a la devaluación de las lenguas maternas y a la cotización al alza de las lenguas [estatales], de las lenguas de grupos de Estados y de las lenguas vehiculares” (p.10). Tanto en el mercado de las monedas como en el de las lenguas, no hay una paridad fija: “pueden menospreciarse, ser devaluadas, o, al contrario, ganar valor. Así, hoy en día, el inglés tiene un valor superior a las demás lenguas” (p.11).

Ante semejante panorama, Calvet se pregunta si “¿podemos romper ese vínculo entre las lenguas y la ley del mercado, por una parte, y, entre la moneda y la lengua, por otra parte?” A su vez, se pregunta ¿cuál es el vínculo entre la globalización y las lenguas, y cómo podemos intervenir sobre esa relación a través de las políticas lingüísticas? (p.12). La respuesta a estas preguntas exige interesarse por el estado lingüístico del mundo y su futuro (p.12). Según el autor, la politología lingüística nos permite analizar la globalización a través de su vertiente lingüística, elaborar hipótesis sobre la evolución de esta situación y explorar posibles modalidades de gestión (p.12). En ese sentido, el presente libro se organiza en tres partes. La primera presenta lo que pretende ser la politología lingüística y cuáles pueden ser sus instrumentos. La segunda analiza el discurso político-lingüísticamente correcto (PLC) y le opone elementos concretos extraídos del estudio sincrónico y diacrónico de las lenguas. Y, la tercera se centra en la vertiente lingüística de la globalización (p.12).

En la primera parte del libro, dedicada a la política y a la politología lingüísticas, Calvet constata que, en los últimos años, la noción de política lingüística se encuentra en el centro de numerosas reflexiones y prácticas. Esto resulta de situaciones objetivas, tales como situaciones lingüísticas particulares en las cuales los decisores estiman que conviene cambiar la forma y las funciones de las lenguas, sabiendo que estas situaciones son el producto de la historia (p.15). Las políticas lingüísticas constituyen “intervenciones sobre la lengua y sobre las relaciones entre las lenguas, pero no son las únicas. Un Estado puede intervenir en el debate sobre la ortografía, hacer aprobar una ley de protección de la lengua, decidir el estatus de las lenguas regionales, etc. [...] Pero hay otro tipo de acciones, no estatales, efectuadas por individuos o grupos” (p.16). Es la razón por la cual, las definiciones más corrientes de las nociones de política lingüística y planificación lingüística son ciertamente útiles pero limitativas. Son útiles porque permiten distinguir el ámbito de los representantes políticos, que toman decisiones, y el de los técnicos, que las implementan. “Pero, son limitativas porque excluyen otras intervenciones sobre la lengua y sobre las lenguas que no dependen de las instituciones públicas sino de individuos o grupos” (p.17).

Por intervenciones sobre las situaciones lingüísticas, el autor entiende “cualquier comportamiento [o] práctica consciente [susceptible] de cambiar, bien la forma de las lenguas, bien las articulaciones [entre] las lenguas y las relaciones sociales, bien [...] las relaciones entre las diferentes lenguas ante una situación dada” (p.17). A pesar de la diversidad lingüística prevalente en el mundo, los problemas de incomunicación se resuelven cuando existen lenguas aproximativas o lenguas mixtas, aprendiendo la lengua del otro, abandonando la suya o utilizando lenguas vehiculares. De hecho, “las lenguas pertenecen a los hablantes, son sus productos, responden a sus necesidades y las transforman según sus necesidades. [En ese sentido], la historia de las lenguas y de las situaciones lingüísticas es, ante todo, la historia de los locutores” (p.18).

A su vez, “las relaciones entre grupos que hablan lenguas diferentes generan [...] fenómenos identitarios: en el reconocimiento de la especificidad lingüística del otro se fundan unas identidades que descansan en la conciencia de pertenecer a una misma comunidad lingüística” (p.18). Además, precisa el autor, “la lengua que hablamos y la manera en que la practicamos, revela [...] nuestra situación cultural, social, étnica, profesional, [así como] nuestra edad, origen geográfico, etc.” (pp.18-19). En otras palabras, expresa nuestra diferencia. “Esta afirmación de sí mismo a través de la lengua en situaciones plurilingües vale igualmente en el seno de una misma lengua” (p.20). Estas identidades, asociadas a lenguas, están directamente vinculadas a hechos políticos y sociales. Así, cualquier intento para crear, transformar, promover e idealizar una comunidad lingüística “constituye la traducción lingüística de un proyecto político” (p.20).

Ciertas intervenciones sobre las situaciones lingüísticas pasan por las leyes y los decretos que permiten al poder legislativo incidir sobre su evolución. Esa gestión es generalmente considerada como una política lingüística que alude a acciones o intervenciones diferentes (p.21). En ese sentido, “una política lingüística está constituida por una serie de elecciones de las que se esperan resultados; elecciones que pueden concernir la forma de las lenguas [...] o las relaciones entre las lenguas [y] sus formas” (p.21). Dispone para ello de varios instrumentos: 1) puede dotar una lengua de un sistema de escritura o modernizar el sistema existente, de cara a “preparar la lengua a asumir nuevas funciones” (p.21); 2) puede crear nuevas palabras para luchar contra los préstamos a otras lenguas (p.22); 3) puede intervenir sobre el entorno lingüístico (p.22); y, 4) puede legislar “para fijar las funciones de las lenguas, su ámbito de utilización, etc. (p.22).

Calvet distingue la política, que consiste en “el arte y la práctica del gobierno de las sociedades humanas”, y la politología que es la ciencia política, lo que lo conduce a distinguir la política lingüística y la politología lingüística (p.24). El objeto de estudio de la politología lingüística está constituido por “las intervenciones sobre las situaciones lingüísticas”, lo que engloba las nociones de ordenación, planificación y política lingüísticas (p.24). Concierne igualmente los conceptos de normalización y glotopolítica (p.25). La política lingüística, en cambio, es definida como “una serie de elecciones conscientes en materia de acción sobre el corpus y el estatus de las lenguas, elecciones que son puestas en práctica por una operación de planificación” (p.25). Pero, esa definición es insuficiente, ya que “la conciencia puede no cubrir todas las implicaciones de las elecciones” (p.25).

La politología lingüística quiere ir más allá al tratar de determinar ¿qué política se esconde detrás de la política lingüística? Para responder a esa pregunta, el autor privilegia dos orientaciones: por una parte, una perspectiva comparatista que propone una tipología de las intervenciones humanas sobre la lengua o las lenguas; y, por otra parte, un enfoque analítico que propone una síntesis que revela los procesos subyacentes a unas acciones de política lingüística, así como sus determinaciones ideológicas (p.28). En otros términos, se trata de describir y de mostrar las elecciones ideológicas y políticas detrás de las intervenciones lingüísticas para comprender lo que está en juego y evaluar los resultados de estas intervenciones (p.28).

Para Calvet, “analizar las políticas lingüísticas implica caracterizar precisamente las situaciones sobre las cuales intervienen” (p.29). Existen diferentes configuraciones lingüísticas. El modelo gravitacional constituye una de ellas y tiene como fin poner orden en un panorama aparentemente desordenado. “Partiendo del principio que las lenguas están vinculadas entre sí por los bilingües y que los sistemas bilingües están jerarquizados y están determinados por relaciones de fuerza [...], llegamos a una representación de las relaciones entre las lenguas del mundo en términos de gravitaciones ordenadas en torno a lenguas pivotes de niveles diferentes” (p.30). Así, tenemos una lengua hiper-central, el inglés, que constituye “el pivote del conjunto del sistema [y] cuyos locutores manifiestan una fuerte tendencia al monolingüismo” (p.30). En torno a ella gravitan una decena de lenguas super-centrales, como el español y el francés, cuyos locutores, “cuando adquieren una segunda lengua, aprenden el inglés u otra lengua super-central. Son, a su vez, pivotes de la gravitación de entre cien y doscientas lenguas centrales en torno a las cuales gravitan cinco o seis mil lenguas periféricas” (p.30).

No obstante, esta configuración no es la única posible, ya que, a pesar de ser la más englobante y poderosa, al tener en cuenta todas las lenguas del mundo, convive con otras tres configuraciones: la configuración genética, que descansa en el parentesco genético entre las lenguas; la configuración vehicular, que se basa en los fenómenos vehiculares; y, la configuración política, que se fundamenta en las lenguas utilizadas para la gestión estatal (p.31). “Estas configuraciones pueden aplicarse al análisis, tanto de la situación lingüística mundial como de la situación de una región, de un país y de un conjunto de países de un continente” (p.32). Algunas de ellas están incluso interrelacionadas. Así, las configuraciones genéticas y vehiculares están vinculadas, dado que “la lengua vehicular dominante es un espacio dado [y] proviene frecuentemente del grupo lingüístico dominante en ese mismo espacio” (p.34). Estas configuraciones, que son evolutivas y en constante interacción, mantienen relaciones de producción, conflicto, contradicción y convergencia (p.35). Y, si las tres primeras configuraciones son de carácter sociolingüístico, la cuarta constituye un interfaz entre la lingüística y la política. Prueba de ello es que “los sub-espacios que genera no coinciden necesariamente con los sub-espacios generados por las [...] precedentes configuraciones” (p.35). Por lo tanto, estas configuraciones, es decir “estas organizaciones heurísticas de las relaciones lingüísticas, nos permiten [...] adoptar sucesivamente unos puntos de vista diferentes [y mejorar nuestro conocimiento] de las situaciones; conocimiento que es la condición necesaria a la determinación de una política lingüística” (p.36).

En cuanto a la teoría de las decisiones, Calvet constata que surge un problema de juego cuando existen varios centros de decisión. Así, las políticas lingüísticas, cuando conciernen varias lenguas practicadas en un mismo territorio eco-lingüístico o en varios espacios lingüísticos, implican diferentes decisores o distintos actores que pueden ser considerados como jugadores (p.36). En todas las situaciones en las cuales los jugadores tienen intereses diferentes, es preciso considerar dos factores: la cooperación y la lucha, “que se [conjugan] para dar lugar, según [el hecho de] que sus intereses converjan o diverjan, a unos juegos de cooperación, de lucha o de cooperación y de lucha” (p.37). En los juegos de cooperación, nos dice el autor, “los jugadores tienen intereses convergentes ante un adversario único [y] pueden adoptar una estrategia común que [persiga] un fin común” (p.37). En los juegos de lucha, al contrario, “los jugadores no tienen ningún interés convergente, ningún fin común, y se ven involucrados en duelos” (p.37). En los juegos de lucha y cooperación, “los jugadores tienen a la vez intereses convergentes y divergentes” (p.37).

En semejantes situaciones, “el jugador debe construirse un modelo que represente la situación real, teniendo en cuenta las posibilidades que le son ofrecidas así como las que son ofrecidas a otros jugadores. En ese modelo, deberá integrar las consecuencias de las decisiones que tomará y las que tomarán los demás jugadores. Para ello, deberá considerar cuáles pueden ser sus preferencias, las de los demás, y si existen alianzas posibles, es decir convergencias de preferencias [...]. Cuando habrá elegido una estrategia, el jugador deberá considerar sus posibles resultados en función de las estrategias de los demás jugadores, tales como puede imaginarlos y buscar un punto de equilibrio que dé a cada uno de los jugadores una esperanza satisfactoria de ganancia” (p.37). En las situaciones de duelo, se distinguen los duelos finitos, en los cuales los jugadores gozan de un número determinado de tácticas, y los duelos infinitos, en los cuales al menos uno de los jugadores dispone de un número infinito de opciones.

Si consideramos las lenguas o los grupos lingüísticos como jugadores, podemos analizar sus relaciones como un juego. El problema consiste entonces en saber sobre qué puntos puede haber cooperación y qué puntos pueden generar duelos (p.38). Las intervenciones lingüísticas son prácticas que se inmiscuyen entre las lenguas y la sociedad. Se manifiestan a través de dos tipos de rasgos: “sus efectos sobre las lenguas y [...] las situaciones [lingüísticas], por una parte, [y] las declaraciones de intenciones de sus autores, por otra parte, es decir los textos, discursos, manifestaciones, etc.” (p.39). En el primer caso, “se comparará el estado del corpus y del estatus de las lenguas antes y después de la intervención” (p.39). En el segundo caso, “se analizarán unos textos [y] unos discursos sobre las lenguas, sobre las políticas lingüísticas y sobre las relaciones entre estas lenguas, estas situaciones y la política [entendida] en un sentido amplio” (p.39). Para ello, se analizará la técnica del análisis de discurso (p.39).

El autor ilustra concretamente estos principios teóricos a través de la presentación y el análisis de dos casos de política lingüística, a saber, la revolución lingüística turca y los problemas lingüísticos a los que se enfrenta la Comisión Europea; a los que añade “un ejemplo de intervención sobre la lengua en Argentina durante el siglo XIX y reivindicaciones sucesivas que conciernen la lengua corsa” (p.41).

Prosiguiendo su reflexión, Calvet observa que hay, en el mundo, un número limitado de países que han elaborado e implementado una política lingüística, con éxitos variables, y un gran número de países que se enfrentan a problemas de gestión de situaciones lingüísticas, pero que no han hecho ninguna elección o que están a punto de hacerla (p.79). No en vano, “si la formulación de una política lingüística depende […] de los decisores, los criterios que fundan sus decisiones dependen del análisis sociolingüístico” (p.79). Conviene, por lo tanto, elaborar una tipología de las situaciones lingüísticas y de las intervenciones sobre estas situaciones partiendo del análisis crítico de lo que se ha hecho. Se trata, por una parte, de reunir una documentación de todas las situaciones sociolingüísticas del mundo “que podrían ser interrogadas desde diferentes puntos de vista”; y, por otra parte, de crear un sistema experto que, ante una situación determinada, presentaría “las situaciones similares en todo el mundo; las políticas lingüísticas que han eventualmente [sido implementadas] en esas situaciones; los éxitos y los fracasos de estas políticas; [y, las] propuestas [realizadas en materia] de políticas lingüísticas, indicaciones y direcciones” (p.80). Es cuestión de poner “la politología lingüística al servicio de las políticas lingüísticas proponiendo a los decisores [...] un conocimiento de las situaciones [...] utilizable para la determinación de sus objetivos” (p.80).

Para analizar las situaciones lingüísticas, ciertos lingüistas han propuesto tipologías:

  • Charles Ferguson (1959) ha propuesto el modelo de la diglosia en el cual existen dos variedades de una misma lengua: la variedad alta, utilizada en las esferas formales, y la variedad baja, empleada en los ámbitos informales (p.81). Intentará posteriormente traducir en fórmulas las situaciones plurilingües de diferentes países, distinguiendo tres categorías de lenguas y siete funciones lingüísticas (pp.81-82).

  • Joshua Fishman (1967) amplía ese modelo considerando que existe una diglosia cuando se manifiesta un reparto funcional en la práctica de dos lenguas (p.81).

  • William Stewart (1968) analiza esta cuestión de manera diferente partiendo de cuatro atributos (estandarización, autonomía, historicidad, vitalidad) cuya combinación define siete tipos de lenguas. Y, añade tres funciones a las siete propuestas por Ferguson (provincial, capital, literaria) y reparte las lenguas de un país en seis clases según el porcentaje de la población que habla esa lengua (p.83). A partir de estas variables, elabora una ficha que indica la lista de las lenguas, su tipo, su función y su uso.

  • Ralph Fasold (1984) aborda esta problemática desde otra perspectiva. A su entender, “existe una predictibilidad de las funciones que pueden asumir las lenguas, [ya que] cualquier lengua no puede asumir cualquier función. Retomando las nociones de atributos y funciones, considera [...] que, para poder asumir una función dada, una lengua debe poseer determinados atributos” (p.86).

  • Robert Chaudenson (1991), por su parte, sugiere una manera de medir y de comparar el estatus y el corpus de la lengua francesa en los países francófonos, situando sobre un gráfico de dos dimensiones los diferentes países en función de su estatus y de su corpus (p.86). Visualizando así los resultados de un análisis, se puede reflexionar sobre la situación respectiva de los diferentes países sobre las agrupaciones entre países, etc. (p.86).

Estas tipologías y estos modelos no agotan lo que es preciso conocer sobre una situación para definir una política lingüística. En efecto, si permiten integrar datos cuantitativos, dejan de lado otras informaciones importantes, tales como las representaciones lingüísticas, los conflictos entre lenguas o las políticas educativas (p.89). Además, “las propuestas de Ferguson, Stewart y Fasold ofrecen una visión estática de las situaciones, cuando la determinación de una política lingüística debe necesariamente tener en cuenta las evoluciones vigentes” (p.89). Esto ha llevado el autor, junto con Alain Calvet, a elaborar una tipología de las situaciones lingüísticas nacionales partiendo de dos nociones: el estatus y el corpus, con cinco posibilidades para el estatus (de A a E) y cuatro posibilidades para el corpus (de A a D) (p.89). Esa tipología “no tiene como único [objetivo] la descripción y la comparación de situaciones sociolingüísticas nacionales, [sino que] quiere, [además, prestar] una ayuda a la decisión en materia de política lingüística, [partiendo de la hipótesis de que], si dos o tres países tienen el mismo perfil sociolingüístico, pueden tener el mismo tipo de problemas y pueden imaginar unas políticas lingüísticas similares o comparables” (pp.93-94).

En la segunda parte, centrada en lo político-lingüísticamente correcto y la “tanatofobia”, el autor recuerda que la lingüística no ha escapado a la tendencia de usar el lenguaje políticamente correcto cuyos efectos pueden ser notables, en la medida en que crea tabúes, induce comportamientos perniciosos y orienta políticas lingüísticas. “Esa tendencia toma cuerpo en una serie de afirmaciones y de procedimientos retóricos frecuentes en los discursos [...] político-lingüísticamente correctos (PLC)” (p.98). Ese discurso PLC se presenta como una serie de principios que pretenden ser universales y sobre los cuales se funda la profesión de lingüista (p.98). Dicho discurso “se ha consolidado en torno a propuestas repetidas a menudo y que son difíciles de cuestionar hoy en día” (p.98). Sin ser necesariamente falso, pretende aludir al sentido común. Pero, cuando se enfrenta a situaciones concretas, avanza falsas evidencias y aparece como una “naturalización de la cultura y de la ideología” (p.99). Según el autor, existe un procedimiento propio al discurso PLC: “la reificación de las lenguas. Las lenguas valen por sí solas [y] tienen una existencia independientemente de sus locutores” (p.101).

De manera general, el origen del discurso PLC se encuentra en el estructuralismo, que, “ante la necesidad de [legitimar] su objeto de estudio, ha [...] robado al [ser humano] sus lenguas [y] lo ha des-responsabilizado ante ellas” (p.101). Al convertirse en un objeto en sí, las lenguas han sido heredadas y padecidas por los individuos (p.101). Pero, la realidad es que las personas gozan de cierta libertad y tienen, por lo tanto, alguna responsabilidad hacia las lenguas. En función de su apego, necesidad y utilización de la lengua, contribuyen o no a su vitalidad. Más aún, sabiendo que la lengua no es un objeto estructurado, sino “una serie de prácticas cambiantes [y] una [...] variable de la que los locutores producen variantes” (p.102). El problema, según Calvet, es que el discurso político-lingüísticamente correcto, que santifica la lengua, incide en la formulación de las políticas lingüísticas (p.102). De hecho, en lugar de analizar las lenguas en términos de funciones sociales, el discurso PLC, “al considerar las lenguas como [componentes del] patrimonio [y] como monumentos históricos cortados de los locutores y de sus prácticas, niega cualquier pertinencia de los criterios sociales en las políticas lingüísticas” (p.103).

Todo ello se produce en el contexto de la globalización que implica diferentes tipos de comunicación, “del círculo familiar al espacio mundial, dado que cada individuo se encuentra en el centro de diferentes redes que podríamos representar a través de una serie de círculos concéntricos que corresponden, diacrónicamente, a la adquisición de diferentes registros, variedades o lenguas, y, sincrónicamente, al uso de esas variedades en función del contexto” (p.104). El paso de un registro a otro es progresivo y puede, a nivel lingüístico, “corresponder, bien a una adaptación por cambio de registro, bien a un cambio de lengua” (p.104). Esa visión, “atravesada por un movimiento continuo/discontinuo de adaptación lingüística, [permite mostrar] que las necesidades lingüísticas de los individuos y de los grupos varían según las situaciones” (p.105). En ese sentido, Calvet defiende un modelo tri-funcional en el cual cada individuo debería poder practicar al menos tres tipos de lenguas: “una lengua internacional para sus relaciones externas”; una lengua estatal que permita implicarse “en la vida pública de su país”; y una lengua identitaria para su uso local (pp.105-106). “Esa traducción individual del modelo gravitacional, en el cual las diferentes funciones pueden ser asumidas por [lenguas dispares o por distintos] registros de una misma lengua, [...] constituirá, sin duda, el equipamiento lingüístico básico del ciudadano de mañana” (p.106).

Simultáneamente, “las políticas lingüísticas son a menudo objeto de discursos tan numerosos como ineficaces” (p.111). Para el lingüista galo, si todas las lenguas son iguales y merecen ser descritas, sea cual sea su estatus, su expansión y su reputación, “el análisis de las situaciones lingüísticas del mundo nos muestra que las lenguas son profundamente desiguales” (p.112). Son desiguales desde el punto de vista estadístico, ya que algunas son más habladas que otras; social, dado que algunas están dominadas y relegadas mientras que otras son dominantes y utilizadas para asumir funciones institucionales; y, cultural, puesto que las representaciones de las que son objeto difieren, al ser algunas más prestigiosas que otras (p.112). La globalización, “que multiplica las redes de comunicación, incrementa esas desigualdades entre las lenguas, refuerza la lengua hiper-central, el inglés, y las lenguas super-centrales, en detrimento de las lenguas periféricas” (p.112). Si Calvet considera necesario reflexionar en términos de “muerte de las lenguas”, considera crucial analizar “las condiciones en las cuales las lenguas han dejado de ser utilizadas (p.115).

Según el autor, para decidir defender, proteger o promover una lengua, conviene, ante todo, preguntarse ¿cuál es su utilidad para los locutores? y ¿cuál es su función social? “Debemos preguntarnos sobre las necesidades lingüísticas de las poblaciones y sobre las funciones sociales de las lenguas que utilizan: la gestión política de las lenguas [exige] el análisis de sus funciones prácticas y/o simbólicas” (p.119-120). En ese sentido, se aleja de la visión de Crystal (2000) según la cual es necesario preocuparse por la desaparición de las lenguas por varias razones: “porque necesitamos diversidad, porque las lenguas expresan [identidades], porque son el testigo de la historia, porque contribuyen [al] saber humano, y porque son en sí mismas interesantes” (p.116). Al contrario, para Calvet, la prioridad consiste en “analizar las lenguas en sus entornos lingüísticos y sociales, estudiar a la vez las funciones sociales y las necesidades lingüísticas de la sociedad, describir los efectos lingüísticos de la globalización y reflexionar sobre las intervenciones posibles de las políticas lingüísticas sobre estas situaciones” (p.122).

De hecho, con la globalización, el mercado es dueño de los valores, “fija los precios, se impone a los consumidores y se extiende cada vez más para alcanzar [la totalidad] del planeta, reduciendo [paulatinamente] el sector público en beneficio del sector privado. La multiplicación de los movimientos de capitales [y] la división internacional del trabajo, son los elementos más [significativos]. Esta perspectiva es perfectamente trasladable a la situación de las lenguas. Simultáneamente, es cada vez más difícil analizar separadamente un cierto número de fenómenos que están vinculados entre sí (p.125). El fortalecimiento de estos dos fenómenos ha propiciado la reactivación del discurso sobre la muerte de las lenguas y la defensa creciente de las lenguas en vía de desaparición frente a la amenaza que representa el monolingüismo anglófono y la pérdida de diversidad lingüística y cultural (p.127). Esto se acompaña de una defensa del plurilingüismo que se ha convertido en la ideología oficial de la Unesco y de la Unión Europea (pp.128-129).

En la tercera parte, consagrada a la vertiente lingüística de la globalización, Calvet subraya que dos consecuencias lingüísticas de la globalización son fácilmente perceptibles: por una parte, la organización de un mercado de las lenguas en el cual un número limitado de ellas asume todas las funciones; y, por otra parte, el lugar central ocupado por el inglés (p.131).

Sobre las 7.000 lenguas existentes en el planeta, 8 lenguas tienen más de 100 millones de locutores, 82 lenguas tienen más de 10 millones, 304 lenguas más de 1 millón, 943 lenguas más de 100.000, 1822 lenguas más de 10.000 y el resto menos de 10.000 (p.159). A su vez, el 0,1% de las lenguas del mundo son practicadas por el 40% de la población mundial y el 1% de las lenguas son utilizadas por el 39% de la población. Además, el 5% de las lenguas del mundo concentran el 94% de la población mundial. “Correlativamente, el 95% de las lenguas son habladas por el 6% de la población mundial” (p.160).

Varios factores inciden en la evolución de las lenguas, entre los cuales figura la urbanización que es, hoy en día, “el fenómeno demográfico más significativo en la superficie [terrestre]. [...] Ese fenómeno tiene importantes [implicaciones] sobre las situaciones lingüísticas: todos los estudios muestran que la integración en la ciudad pasa, para los migrantes del interior, por la adquisición de una lengua vehicular y, lentamente, por el abandono de su lengua de origen, es decir por la no-transmisión de esa lengua a sus hijos” (p.161). De hecho, los continentes más ricos en lenguas, es decir África y Asia, son los menos urbanizados, mientras que, el continente más urbanizado, a saber, Europa, es el más pobre en lenguas (p.162). La desaparición de las lenguas resulta igualmente de las guerras, conquistas e imperios que imponen sus lenguas y culturas. Pero, ese proceso se ha acelerado con la globalización (p.162). En efecto, “la globalización, que multiplica y acelera los intercambios, fija el valor de las lenguas [e] incentiva el aprendizaje de nuevas lenguas, crea un ambiente propicio a esas desapariciones” (p.163).

La ONU reconoce seis lenguas internacionales que son sus lenguas oficiales: el inglés, el árabe, el alemán, el chino, el español y el francés (p.164). En general, se consideran como lenguas internacionales aquellas utilizadas por los organismos internacionales, lo que resulta de la historia y de las relaciones de fuerza (p.164). “En el seno de las lenguas oficiales [de estos organismos], otra relación de fuerza explica la elección de las dos lenguas de trabajo: el inglés [...] es la lengua de la primera potencia mundial y el francés es la primera lengua diplomática” (p.166). Esta situación ha provocado la protesta de países cuyas lenguas oficiales son practicadas de manera notable a nivel mundial, como el portugués, el hindi o el malayo. Otras quejas provienen de los países francófonos ante un uso creciente del inglés (p.169). Por lo tanto, la situación de las lenguas en la ONU resulta de tres relaciones de fuerza entremezcladas: 1) la elección de cinco y, posteriormente, de seis lenguas oficiales resulta de la relación de fuerzas al finalizar la Segunda Guerra Mundial, ya que se trata de las lenguas de los países vencedores; 2) la elección del inglés y del francés como lenguas de trabajo resulta de una ventaja adquirida; y, 3) la dominación creciente del inglés es la consecuencia de la situación actual de esta lengua en el mundo (p.176).

A nivel estatal, el sistema educativo ilustra las elecciones realizadas por los locutores en el mercado lingüístico. Los padres eligen las lenguas en las cuales estudiarán sus hijos o las lenguas extranjeras que aprenderán. En ambos casos, “estas elecciones están dictaminadas por representaciones lingüísticas y proyectos vitales detrás de los cuales se perfilan el mercado y sus leyes” (p.177). En el caso francés, las lenguas se adquieren a través del sistema educativo o de la transmisión familiar. La preferencia por el francés es manifiesta en ambos casos. En cuanto a las demás lenguas, los directivos transmiten en mayor medida el inglés, mientras que los obreros y empleados transmiten preferentemente su lengua materna cuando no se trata del francés (p.181). Esta misma tendencia se observa en las elecciones de los padres a la hora de elegir modelos lingüísticos u optativas en el sistema educativo, con un claro predominio del inglés (p.183).

Calvet identifica seis factores que condicionan la evolución de las situaciones lingüísticas: la tasa de transmisión de las lenguas, su apropiación por las poblaciones que no la tienen como lengua materna, la urbanización en los países plurilingües, las políticas estatales, el carácter vehicular y la presencia en Internet (p.200).

Así, “se puede prever el aumento o la disminución de los locutores [de una lengua] partiendo de la evolución posible de las poblaciones [...]. Pero, la importancia demográfica de una población no es suficiente para asegurar el estatus de su lengua” (p.188). Paralelamente al factor demográfico, la evolución de una lengua depende de su nivel de transmisión intergeneracional. De hecho, en algunas comunidades lingüísticas, “los locutores no transmiten a sus hijos la lengua que les ha sido transmitida por sus padres. Esta no-transmisión resulta, a su vez, de diferentes factores en los cuales las representaciones lingüísticas juegan un rol central” (p.189). En efecto, se tiende a transmitir una lengua en menor medida si se considera que se trata de una lengua inútil, minorizada y condenada a desaparecer. Así, existe una tendencia “a poner las lenguas identitarias del lado de la tradición, del subdesarrollo, de la pobreza cultural, y, los de la aculturación, del lado de la modernidad, del enriquecimiento cultural y del desarrollo” (p.192). No en vano, razones “identitarias [conducen], a veces, [ciertas] personas, durante la adolescencia o la edad adulta, a aprender la lengua que sus padres no les han transmitido y que consideran como [parte] de sus raíces” (p.190).

La apropiación de una lengua “por las poblaciones nuevamente independientes es igualmente un indicador importante de la evolución de las lenguas, tanto en su estatus como en su corpus” (p.193). En estos casos, la lengua no es únicamente aprendida, sino que es “adoptada y lentamente transformada [y] adecuada a las condiciones locales” (p.193). Las políticas públicas pueden también decidir favorecer una lengua y promoverla, dejando de lado el apoyo prestado a otras lenguas, lo que condiciona su evolución. En ese sentido, “la multiplicación de los Estados es de naturaleza a multiplicar las lenguas” (p.196). Asimismo, el carácter vehicular es, sin duda, el indicador más evidente de la expansión de las lenguas, sabiendo que “una lengua vehicular es una lengua utilizada en la comunicación entre personas o entre grupos que no tienen la misma lengua [materna]” (p.197). Por último, las nuevas tecnologías están en el centro de los temores expresados sobre las consecuencias de la globalización sobre las lenguas. “Temor, en primer lugar, de que las industrias de las lenguas se transformen en un boulevard realmente ocupado por la lengua inglesa [...]. Temor, en segundo lugar, de que Internet se convierta en una inmensa red monolingüe” (p.199). La realidad es más compleja, ya que el uso del inglés en Internet es, hoy en día, inferior al 50%, cuando su presencia era ampliamente dominante hace diez años (pp.199-200).

En esa tesitura, la idea de lengua universal se ha convertido en una amenaza por diferentes razones (p.205). Hoy en día, la dominación internacional del inglés aparece como un obstáculo para la diversidad y pone en peligro las lenguas periféricas, además de dificultar la difusión de otras lenguas (p.108). La globalización propicia igualmente la “dialectalización” de las lenguas, es decir el “fenómeno por el cual una lengua toma formas regionales diferenciadas” (p.209). Esto implica una unidad a partir de la cual se manifiesta (p.209). Es a partir del momento en que se ha difundido ampliamente y ha entrado en contacto con otras lenguas que la lengua inicial se ha transformado y diversificado. En ese sentido, “la explosión es el fruto de la expansión” (p.209). Esta diversificación plantea la cuestión de la norma, aunque la fuerza de la misma sea relativa. Y, “sea cual sea la importancia de las instituciones de las que dispone, no puede oponerse al movimiento general de ‘dialectalización’ y de aclimatación al que están sometidas las lenguas de gran difusión” (p.213).

En un plazo de 20 o 25 años, nos dice Calvet, ciertas evoluciones serán previsibles: 1) “el inglés conservará sus funciones actuales, incluso si su [carácter vehicular] universal [puede] generar un estallido dialectal” (p.216); 2) las alianzas entre grandes conjuntos lingüísticos limitarán la expansión del inglés, consiguiendo instaurar una diversidad horizontal (p.216); 3) en 2036, habrá ente 500 y 1000 lenguas menos en el mundo (p.217); 4) la disminución drástica de las lenguas hará que habrá una sola lengua por país o por región (p.217); y, 5) las nuevas tecnologías utilizarán preferentemente algunas lenguas dominantes y solamente unas políticas voluntaristas permitirán reducir su hegemonía (p.218).

Prosiguiendo su análisis, el autor recuerda que el hecho de hablar la misma lengua o de tener una lengua común no garantiza ni la paz, ni la convivencia, ni la cohesión social (p.222). La globalización transforma un fenómeno coyuntural en fenómeno estructural, a saber que existe un mercado en el cual las lenguas están jerarquizadas: algunas, situadas en el centro, están muy demandadas, mientras que otras, ubicadas en la periferia, están lentamente abandonadas (p.222). Además, “la globalización tiende a hacer el vacío entre el centro y la periferia” (p.222). Al lado de esta configuración gravitacional, “la configuración genética nos ofrece otra imagen de la situación lingüística del mundo, complementaria de la precedente” (p.223). De hecho, las lenguas presentan similitudes y diferencias entre sí. “Hay familias de lenguas cuyos miembros presentan un cierto número de similitudes, y, otras, al contrario, [que presentan] grandes diferencias fonológicas, sintácticas y semánticas. Estos parentescos genéticos pueden favorecer aproximaciones, en el marco de integraciones regionales” (p.223). Al contrario, “la configuración política nos revela posibles focos de resistencia ante estos efectos de la globalización” (p.224).

Para terminar, según Calvet, la metáfora del mercado de las lenguas ha mostrado su eficacia de dos maneras: por una parte, en el sentido bursátil, es decir que “las diferentes lenguas del mundo tienen valores extremadamente diversificados [y] cotizan”; y, por otra parte, en un sentido más cotidiano, ya que se puede elegir su lengua y apropiarse las que se consideran más apropiadas, sabiendo que “la libertad teórica de elección en el mercado [...] de las lenguas está fuertemente obliterada por el mercado bursátil” (p.247). Se puede hablar de elección forzosa o, al menos, de sometimiento a tendencias, modas y relaciones de fuerza, de modo que “no elijamos realmente nuestras lenguas” (p.247). De hecho, la lengua materna es transmitida por los padres a sus hijos. Posteriormente, el contexto sociolingüístico orienta las personas, en función de las situaciones, hacia una lengua del entorno cercano o hacia una lengua vehicular regional o hacia la lengua del poder. Por último, el aprendizaje de la lengua internacional se antoja ineludible (pp.247-248).

Ante esta situación, “la tendencia dominante de las políticas lingüísticas se aparenta al liberalismo económico, [es decir] a dejar hacer la ley del mercado [y] a considerar que la competencia satisfará los locutores al menor coste: por lo tanto, sería económico aprender el inglés, puesto que todo el mundo lo aprenderá y todo el mundo podrá comprenderse” (p.248). Ese sistema conduce, en la práctica, al aplastamiento de las lenguas más débiles (p.248). De la misma forma que el Estado “desempeña un rol regulador, reactiva el consumo utilizando la creación monetaria o la intervención sobre las tasas de interés, y favorece, [en última instancia], a los [más] fuertes [...], juega [un rol] en el mercado de las lenguas [al no] cuestionar a las más fuertes. Interviene sobre la oferta [...] pero no sobre la demanda” (p.248).

Frente a esa configuración, existen diferentes opciones: la imposición por la administración pública de diferentes lenguas o el desarrollo de la diversidad lingüística, a través de la enseñanza sistemática de dos lenguas en el sistema educativo (p.249). Se pueden igualmente modificar las prácticas internacionales, invitando los organismos internacionales a respetar y a promover la diversidad lingüística en sus senos (p.250). Asimismo, es posible “responsabilizar a los locutores, en lugar de culpabilizarlos [...]. Esa responsabilización implica que los locutores asuman estos problemas e imaginen ellos mismos sus soluciones” (p.251).

Al término de la lectura de Les langues: quel avenir?, es necesario reconocer, además de la originalidad del objeto de estudio elegido por el autor, la fuerte cohesión interna y la notable sistematización del razonamiento desarrollado por Calvet a lo largo de su libro, que gira en torno a la noción de configuración y se inscribe en el paradigma de la ecología de las lenguas. Ilustra sus tesis a través de ejemplos concretos que las fundamenta y refuerza su capacidad de convicción. Además, al tratarse de un estudio sobre el futuro de las lenguas en el mundo, no duda en escoger casos de los cinco continentes. A ese propósito, hace gala de un perfecto dominio de situaciones lingüísticas muy dispares, confiriendo a su libro una dimensión enciclopédica y global, en una época marcada por el nacionalismo teórico y metodológico. Asimismo, se trata de una obra muy densa y documentada, pero cuya lectura es propiciada por el uso de un lenguaje asequible y de un estilo fluido.

No en vano, y de cara a matizar la valoración positiva que merece ese libro, conviene subrayar que prioriza una visión funcionalista que concede una importancia excesiva a las funciones sociales de las lenguas sin detenerse suficientemente en los factores que han conducido a ese reparto funcional entre distintas lenguas utilizadas en un mismo territorio. A su vez, aunque sea consciente de los riesgos inherentes a ese planteamiento, su analogía entre las lenguas y las monedas y su análisis en términos de mercados lingüísticos, conduce, en la práctica, a asumir la desaparición de las lenguas más débiles y la prevalencia de las lenguas que denomina “hiper-centrales” y “super-centrales”. Por último, en su afán por denunciar los efectos perversos del discurso político-lingüísticamente correcto (PLC), llega a conclusiones criticables que pueden llevar a cuestionar la igualdad de las lenguas.

En cualquier caso, la lectura de uno de los principales sociolingüistas europeos y mundiales se antoja ineludible para comprender la realidad y evolución de las lenguas en un contexto de globalización.

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