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Cuadernos de Lingüística de El Colegio de México

versão On-line ISSN 2007-736X

Cuad. Lingüíst. Col. Méx. vol.5 no.1 Ciudad de México Jan./Jun. 2018

https://doi.org/10.24201/clecm.v5i1.100 

Artículos

Presencia y distribución de la lengua maya yucateka en la península de Yucatán del clásico al posclásico tardío

Presence and distribution of the Yucatek Maya language in the Yucatan peninsula from the Classic to the Postclassic

Alexander W. Voss1 

1Universidad de Quintana Roo voss.uqroo@gmail.com


RESUMEN

La presencia y distribución de los hablantes de la lengua maya yucateka en la Península de Yucatán del clásico temprano hasta el momento de contacto con los españoles son estudiadas mediante un análisis de las inscripciones jeroglíficas bajo los planteamientos de la teoría de la semiótica integracional. Siendo la lengua escrita un producto cultural que sirve como medio de comunicación alterno a la lengua hablada, una hipótesis que plantea que una lengua hablada en cierta área geográfica tiende a dejar sus rasgos particulares en el código de las inscripciones debe de considerar, aparte de los aspectos lingüísticos de la lengua bajo estudio, los factores biomecánicos, macrosociales y circunstanciales que interfieren en su manifestación gráfica-visual. Complementando los avances de la lingüística histórica y epigrafía o gramatología en el campo de los jeroglíficos mayas con la información lingüística, geográfica, histórico-cultural y social documentada en las fuentes coloniales se elabora una propuesta integral para el proceso de la expansión de los hablantes del maya yucateko en la época prehispánica.

Palabras clave: Lengua maya yucateka; teoría de la semiótica integracional; lingüística histórica; epigrafía; gramatología; Península de Yucatán

ABSTRACT

The presence and distribution of speakers of the Yucatekan Maya language in the Yucatan Peninsula from the early classic until the time of contact with the Spaniards are studied through an analysis of hieroglyphic inscriptions under the approaches of the theory of integrational semiotics. Since written language is a cultural product that serves as an alternative means of communication to the spoken language, a hypothesis that a language spoken in a certain geographical area tends to leave its particular features in the inscription code must consider, apart from linguistic aspects of the language under study, biomechanical, macrosocial and circumstantial factors that interfere in its graphic-visual manifestation. Complementing the advances of historical linguistics and epigraphy or grammatology in the field of Maya hieroglyphs with the linguistic, geographical, historical, cultural and social information documented in colonial sources, an integral proposal is elaborated for the process of the expansion of the speakers of the Yucatekan Maya language in pre-Hispanic times.

Keywords: Yucatekan maya language; theory of integrational semiotics; historical linguistics; epigraphy; grammatology; Yucatan Peninsula

1. INTRODUCCIÓN

La presencia y distribución de hablantes de la lengua maya yucateka durante la época prehispánica en la península de Yucatán es el tema de este artículo.1 La península yucateca es parte del área que se designa con el término tierras bajas mayas donde existió la cultura arqueológica maya (Thompson 1971; Figura 1) cuyo rasgo más significativo para la presente investigación es una script realizada mediante una notación glótica con caracteres jeroglíficos (Harris 1999). Esta notación, que a la vez representa fonogramas y morfogramas (Rogers 2005), representa una de las fuentes más antiguas sobre las lenguas que fueron habladas en el área cultural mesoamericana y su desciframiento ha permitido trazar la existencia de alguna forma de lengua maya de las tierras bajas desde mediados del preclásico tardío hasta el momento de contacto con los europeos en el siglo XVI. Al mismo tiempo, permite vincular la cultura material de las tierras bajas mayas por un periodo considerable, del clásico temprano hasta el momento de contacto con los españoles -aproximadamente 200 a 1550 d.C.-, a un grupo de lenguas mayas específicas: chol, tzeltal, wasteko y yucateko (Lacadena & Wichmann 2002; 2005; Robertson & Houston 2003; 2015; Voss 2015).

Figura 1 Mapa de la península de Yucatán mostrando una división cuadripartita para las lenguas mayas durante el clásico tardío y terminal (650-1000 d.C.). Dibujo: A. Voss, basado en Lacadena & Wichmann (2002; 2005), Voss (2015)  

En los últimos veinte años la gramatología maya, denominación introducida hace solo algunos años atrás para situar la epigrafía maya en un contexto teórico oportuno, se ha enfocado en buena parte en la reconstrucción de la fonología y la morfología de los jeroglíficos. La incorporación del método comparativo de la lingüística histórica (Lehmann 1969; Campbell 1999) al proceso de desciframiento de las inscripciones mayas ha permitido la identificación de variedades lingüísticas tanto a nivel de la fonología, el léxico, la morfología verbal y la sintaxis nominal (Houston et al. 1998; 2000; Stuart et al. 1999; Lacadena & Wichmann 2004; 2005). Para el desciframiento de las inscripciones mayas del clásico se empleaban inicialmente las lenguas chol y yucateka en su conjunto, pero actualmente se observa la tendencia a favorecer exclusivamente las lenguas chol (Robertson 1998; Houston 2000). Con un argumento elaborado a favor del chol oriental (cholti clásico y/o proto-cholti) como lengua franca de las inscripciones jeroglíficas, se asignó un papel secundario a las otras ramas lingüísticas mayas en su elaboración (Houston et al. 2000; véase Law et al. 2009).

A partir de la hipótesis de la lengua franca en las inscripciones jeroglíficas del clásico, Lacadena & Wichmann (2002) (véase Houston et al. 1998) opinan que una lengua hablada en cierta área geográfica tiende a dejar sus rasgos particulares en el código común de las inscripciones, sea a nivel de morfología, léxico o sintaxis. Mediante la hipótesis de diglosia, las formas del maya yucateko en las inscripciones se revelan como lengua vernácula (Lacadena & Wichmann 2002). En los códices posclásicos las diferencias léxicas se acentúan (Bricker 2000; Vail 2000) y se observa una diglosia o un bilingüismo más marcado (Lacadena 1997; Bricker 2000; Hofling 2000; Vail 2000). Según Grube (2003: 356, 357), la presencia del maya yucateko en las fuentes epigráficas se dio para resolver tensiones entre grupos sociales y clasifica esta mezcla de la presunta lengua de prestigio con lenguas populares como proceso de vulgarización.

Con base en la distribución espacial de morfemas gramaticales que reconstruyen de los textos jeroglíficos clásicos que identifican como elementos vernáculos o regionalismos mediante los vocabularios y diccionarios coloniales y modernos disponibles, Lacadena & Wichmann (2002; 2005, Figura 1) proponen una división lingüística cuadripartita de la Península de Yucatán para las lenguas chol oriental (proto-cholti), chol occidental, tzeltal y yucateka en las tierras bajas mayas durante el periodo clásico tardío, y terminal a las que se suma el wasteko (Voss 2015) como se muestra en la Figura 1.

Mientras que el chol, en sus variantes oriental y occidental, es de uso común en todas las inscripciones, el tzeltal y el yucateko muestran patrones de distribución geográfica muy marcados. Tomando las divisiones territoriales actuales como referencia, el tzeltal se identifica en inscripciones localizadas en la parte noreste de Chiapas y el yucateko en el noroeste de la península yucateca, específicamente en el norte de Campeche y casi todo el estado de Yucatán, una presencia que es congruente con la ubicación de los hablantes de estas lenguas en el momento del contacto con los españoles.

No obstante estos alegatos, para poder asociar la aparición de rasgos lingüísticos específicos de una lengua maya particular en el repertorio gráfico-visual de los jeroglíficos mayas con la presencia física de los hablantes de esa misma lengua en un área geográfica específica se requiere, en primer lugar, una reflexión crítica más a fondo acerca del fundamento teórico que sustenta esta equiparación de lengua escrita con lengua hablada. Un enunciado oral no solo se distingue de un texto escrito en el modo y el tiempo de formar, procesar e interpretar la información, sino también en el contexto sociocultural y la situación específica en que se emplean uno y otro (Harris 1999). Un texto escrito, a diferencia del habla, es un objeto estático que puede ser reprocesado y no requiere la presencia física de un hablante de la lengua, siempre y cuando la información para procesarlo -no solo lingüísticamente- esté disponible (Harris 1999). Esto conlleva, necesariamente, considerar todos aquellos parámetros que participan en aquellas situaciones en que se realiza la comunicación de información mediante una notación glótica, es decir, un texto escrito.

En este contexto se deben también examinar las categorías de lengua franca, lengua vernácula o popular, diglosia, bilingüismo, regionalismo y lengua de prestigio por ser los términos técnicos lingüísticos empleados para caracterizar la formación, función e importancia social que los autores referidos confieren a la lengua escrita plasmada en las inscripciones jeroglíficas mayas. Las suposiciones hipotéticas vigentes sobre la filiación lingüística y la jerarquización de las lenguas en los textos jeroglíficos han sido objeto de revisión. Se cuestiona, primero, que existió una sola lengua escrita a la par con varias lenguas regionales; segundo, que se da más importancia a los aspectos gramaticales (Lacadena & Wichmann 2002) que a los aspectos léxicos (Teufel 2004); y, tercero, que las palabras provenientes del maya yucateko son tratadas como préstamos (Bricker 1986; Chase et al. 1991).

El tema a tratar requiere de un estudio que se aproxima a los hablantes del maya yucateko en la época prehispánica no solo desde la perspectiva lingüística sino desde una perspectiva intregracional, para realmente poder relacionarlos con los textos jeroglíficos. Los planteamientos de la gramatología y la lingüística histórica maya sobre la distribución de las lenguas de las tierras bajas mayas en las inscripciones jeroglíficas prehispánicas no consideran las variables que participan en la comunicación escrita; es decir, hablar y escribir no se conciben como dos formas distintas de la comunicación humana. Los factores biomecánicos para crear y reproducir un mensaje gráfico-visual, los factores macrosociales como prácticas culturales e instituciones establecidas en una comunidad, y factores circunstanciales como contextos y actividades reales involucradas (Harris 1999) son tratados como aspectos laterales o incidentalmente (por ejemplo, Stuart 1989; Coe & Kerr 1998; Closs 1992).

La ausencia de estas interrogantes se debe en buena parte a las categorías y nociones en el discurso científico de la cultura de Occidente sobre lo que es y lo que debe ser entendido por escritura (Hamann 2008). Desde Aristóteles (384−322 a.d.n.e.) hasta la fecha se ha mantenido el precepto de que solo aquella notación que representa una lengua es realmente escritura (Harris 1999). Hamann (2008), siguiendo a Derrida, señala que Ferdinand de Saussure, quien, a su vez, retoma ideas de Jean-Jacques Rousseau, reafirma esta posición al concebir el signo escrito como mera representación del habla: el primero solo está en función subordinada del segundo, sin el cual no existiría, y la única diferencia entre ambos es que uno es visual y el otro auditivo (Harris 1999).2

Bajo los planteamientos de la teoría de la semiótica integracional (Harris 1999), que considera la lengua escrita como una forma de comunicación alterna a la lengua hablada -aunque una de sus funciones puede ser la transmisión de información glótica-, es posible relacionar de forma sistemática los resultados que se han obtenido en el campo de la gramatología maya (véase por ejemplo Johnson 2013 para el estado del arte) y la lingüística histórica maya (Kaufman 1976; Campbell & Kaufman 1976; 1985) con los contextos histórico, cultural, social, geográfico y demográfico relacionados a las lenguas mayas de las tierras bajas para poder recrear el panorama lingüístico que existió en tiempos prehispánicos en la Península de Yucatán. Un acercamiento cultural y sociolingüístico al desarrollo de la lengua maya yucateka facilitará establecer algunos de los vectores socioculturales y geodemográficos que ayudan a entender la complejidad de los procesos históricos que condicionaron el devenir de aquellas lenguas mayas que hoy se hablan en la península de Yucatán.

2. CONSIDERACIONES METODOLÓGICAS

Estudiar la expansión de los hablantes del maya yucateko a partir de las inscripciones jeroglíficas requiere vincular, de alguna manera, la notación glótica de las lenguas mayas yucatekas de las inscripciones jeroglíficas con la presencia de hablantes de esas lenguas en el mismo tiempo y espacio geográfico. Una reconstrucción que se aproxime a las dinámicas sociales y lingüísticas en la Península de Yucatán del clásico temprano hasta el posclásico tardío deberá considerar, aparte de los aspectos lingüísticos de la lengua bajo estudio, los factores biomecánicos, macrosociales y circunstanciales que interfieren en su manifestación gráfica-visual (Harris 1999).

Los autores que identifican las variedades lingüísticas del chol, tzeltal y yucateko en los textos jeroglíficos reconocen que las inscripciones no necesariamente muestran la situación de las lenguas habladas (Houston et al. 1998; Lacadena & Wichmann 2002) pero también opinan que la lengua de las inscripciones sí es la representación gráfica de una lengua hablada que realmente debió haber existido como tal (Houston et al. 2000), para luego cambiar su opinión a que la lengua escrita no representa la(s) lengua(s) hablada(s) (Houston et al. 2001: 18). Esta situación confusa es, en buena medida, el resultado de la ausencia de un fundamento teórico explícito sobre el vínculo entre lengua hablada y lengua escrita en los estudios sobre jeroglíficos mayas, a pesar de que en la gramatología o lingüística de la escritura se debaten tres hipótesis en torno a esta relación (ver Đurović 2010 para un resumen).

La hipótesis de dependencia considera la lengua escrita como secundaria y dependiente de la lengua hablada, la posición tradicional asumida en Occidente (Aristóteles, Rousseau, Saussure). La hipótesis de autonomía parte de la suposición de que lo hablado y escrito son dos formas distintas de lengua pero con funciones equivalentes. Escribir y leer no necesariamente se refieren a una lengua hablada, ya que la lengua escrita es independiente de su pronunciación, como lo demuestran algunas lenguas extintas que solamente perduran en su forma escrita (latín, egipcio, acadio, babilonio, sumerio etc.). La lengua escrita puede visualizar signos de entonación e interpunción a la vez que posee una función documental y se vierte en memoria cultural. La hipótesis de interdependencia busca conciliar las dos posiciones anteriores, reconoce la independencia relativa de ambas formas de lengua pero también los vínculos que existen entre ambas. Postula que la literalidad es una forma de comunicación independiente de la oralidad, pero también afirma que la oralidad es el modelo en que se basa la literalidad. Los cambios en una lengua hablada también se realizan en su forma escrita, pero mientras que son más fáciles de detectar en el habla, son más obvios en lo escrito, donde se manifiestan de forma más duradera.

Para el presente estudio se parte de la hipótesis de interdependencia, que señala que existe una intersección entre oralidad y literalidad pero también aspectos que los distinguen significativamente en cuanto a formación, procesamiento e interpretación (Harris 1999). Esta posición concuerda con los planteamientos de la teoría de la semiótica integracional, que reconoce la escritura como una forma de comunicación aparte del habla (Harris 1999), siendo la lengua hablada una forma primaria de la comunicación humana, basada en una capacidad biológica de la especie humana, y la lengua escrita un producto cultural adquirido a la postre como medio de comunicación alterno. La creación de un código gráfico para una lengua es una convención social y su posterior aplicación y preservación son competencias y habilidades secundarias que requieren de una coordinación de procesos motrices, visuales y cognitivos aprendidos bajo los criterios socioculturales respectivos.

Bajo estas premisas, la escritura glótica es un sistema de marcas gráficas que sirve para hacer visibles las manifestaciones acústicas de una lengua y, como tal, es un sistema de comunicación que puede representar una lengua pero en sí no es una lengua hablada (véase Harris 1999; Rogers 2005). Su función primordial no es la representación exacta de la lengua hablada sino la transmisión de la información que se pretende comunicar. Esto implica, para el presente estudio, que los textos jeroglíficos deben responder a tres preguntas antes de poder avanzar sobre la propuesta integral del proceso de expansión de los hablantes del maya yucateko en la Península de Yucatán en la época prehispánica:

  1. ¿Qué información (con)textual proporcionan los mensajes escritos?

  2. ¿A quién están dirigidos los mensajes escritos?

  3. ¿Quién escribe los mensajes y para o por quién los ejecuta?

Los textos escritos son objetos físicos y estáticos, “no pueden iniciar espontáneamente ni responder a nuevas demandas comunicacionales” (Harris 1999: 49 y también 226). Mediante el contenido y la ubicación (superficie) de los textos será posible saber en y para qué situaciones concretas (asuntos) se crearon los mensajes escritos. La segunda interrogante aportará información respecto al perfil del lector del mensaje. Un indicador para determinar al destinatario primario es el tipo de registro -términos y acepciones como modismos, giros y frases- utilizado en la redacción del mensaje que caracteriza el ámbito comunicacional, porque refleja la(s) relación(es) social(es) entre escritor y lector. Esto conduce a la tercera pregunta sobre las personas involucradas en la manufacturación de los textos y permitirá fijar el rol y la función social de quienes se comunican por escrito. La fomación (escritura) y el procesamiento (lectura) del signo escrito (textos jeroglíficos) siempre habrán sucedido en momentos distintos (Harris 1999), por lo menos en el caso considerado en la presente investigación, y la posibilidad de reprocesarlos (Harris 1999) convierten la ubicación del texto y el tiempo en dos factores importantes para poder determinar quiénes contribuyen cuándo, dónde y de qué manera a un texto escrito. Los datos obtenidos de estas interrogantes aportarán información inmediata o indirecta sobre el vínculo que tienen los hablantes del maya yucateko con la respectiva presencia de su lengua en los textos jeroglíficos.

La información extraida de los (con)textos jeroglíficos será complemetada por información lingüística, sociocultural y geodemográfica registrada en las fuentes coloniales del área peninsular. Mientras que el periodo clásico maya proporciona información exclusivamente autóctona sobre la presencia de alguna lengua maya a través de los jeroglíficos, del posclásico maya solo se conservan los códices y unos cuantos textos jeroglíficos de Mayapán, estado de Yucatán, y a lo largo del litoral caribeño, cómo Cobá, Playa del Carmen y Tancah en Quintana Roo, que caen en este lapso de tiempo. La información retrospectiva sobre este periodo proviene de las fuentes coloniales que dan algunas pautas acerca de las poblaciones en la península yucateca. Mediante la interpolación de estos datos será posible recrear un panorama aproximado de la situación lingüística para el maya yucateko del posclásico.

En cuanto a la notación jeroglífica, es necesario señalar de forma concisa algunas dificultades relacionadas con su funcionamiento. Existe cierta polémica respecto a cómo reconstruir el sistema fonológico de los textos jeroglíficos. En esencia, toda la discusión deriva de la instrumentalización de la vocal muda <V> que se hace visible en las transliteraciones alfabéticas, es decir, el cambio de la notación jeroglífica a la notación alfabética, cuando los morfemas cerrados de tipo CVC y CVCVC de las lenguas mayas son “deletreadas” con sílabas3 del tipo <CV>: CVC → <CV-C(V)>; CVCVC → <CV-CV-C(V)> (Houston 1997; Gronemeyer 2011). Knorosov estableció como regla que esta última vocal no se pronunciara (Knorosov 1958; 1967; Kaufman 2003), pero en la epigrafía maya se sigue insistiendo que esta vocal ociosa no es arbitraria y debe tener alguna utilidad lingüística (véase Harris 1999).

Los investigadores que abogan por una reconstrucción fonológica exacta plantearon en unas cuantas propuestas cautivadoras que la vocal superflua de las sílabas finales se empleaba para modificar y regular los rasgos secundarios de duración y tono vocálico de la vocal de la raíz léxica representada (Houston et al. 1998; Lacadena & Wichmann 2004; 2005) pero no consideran cuestiones como “deletreos” incompletos (Bricker 1986; Mora-Marín 2003), preferencias gráficas en el “deletreo” (Mora-Marín 2003), y aspectos históricos, como el origen foráneo de la script (Justeson 1986; Justeson et al. 1985; Wichmann 1995; 2006a) y el desarrollo diacrónico de las lenguas mayas representadas (Teufel 2004).

Otra propuesta de reconstrucción se relaciona con la inversión de sílabas <CV> a <VC> para integrar la vocal “sobrante” al sufijo de una palabra cuando se enlazan un logograma de tipo <CVC> y una sílaba de tipo <CV> (Houston et al. 2001): CVC-CV → <CVC>-¿?-<C(V)> ⇒ CVC-CV → <CVC-VC>. Este procedimiento es artificial: la inversión de grafemas glóticos es un principio que solo es posible en el contexto de la transcripción alfabética, en los signos jeroglíficos las dos marcas discretas <C> y <V> del alfabeto son gráficamente inexistentes y conceptualmente invisibles (Wichmann 2006b; Gronemeyer 2011).

Estas propuestas sobrevaloran la función de la escritura como representación fidedigna de la lengua hablada (Harris 1999; Rogers 2005) y parten implícitamente de la hipótesis de dependencia entre lengua hablada y escrita. A la vez, no consideran la contradicción que surge entre la posición teórica y la práctica de lograr aquella reconstrucción fonológica exacta. En la teoría se postula que los textos jeroglíficos fueron redactados en una forma temprana de las lenguas chol que solo poseen vocales cortas (Kaufman & Norman 1984; Mora-Marín 2009) pero en la práctica se aplica la reconstrucción de vocales largas y reiteradas a todos los textos disponibles. Consta que estos rasgos vocálicos solamente existen en la maya yucateca (Schumann 1971; Smailus 1975; Barrera 1980; Sobrino 2013; Kaufman 2015).

En resumen, la escritura no depende exclusivamente de cuestiones lingüísticas sino también de factores supragrafémicos, como la disponibilidad de espacio, valores culturales y estéticos, reglas ortográficas y el proceso de enseñanza (ver §3) que implican técnicas de memorización visual y procesos cognitivos audiovisuales para poder restituir valores fonológicos y recuperar la información codificada (véase Gronemeyer 2014).

Independientemente de las propuestas analizadas, las posibilidades para detectar las diversas lenguas de las tierras bajas mayas en los textos jeroglíficos son favorables. Se opera a nivel grafémico con el empleo de diferentes signos gráficos en contextos conocidos en jeroglíficos cuyo significado es aceptado (véase Grube 2004). Las diferencias “fonológicas” se establecen considerando a cada representación de consonante <C> y de vocal <V> como la presencia de cualquier rasgo secundario posible de esa consonante y vocal. Esta lectura simplificada también permite identificar diferencias a nivel de morfemas, sintaxis y discurso.

A partir de la Colonia se representa el maya yucateco colonial mediante una notación alfabética. No obstante, la representación inadecuada de los rasgos fonológicos perdura y también se manifiesta en las vocales. Para una vocal corta los autores coloniales tempranos usaban una letra simple <V> y una duplicada <VV> para una vocal con cualquier rasgo secundario. Esta práctica cayó en desuso en textos tardíos donde la misma palabra puede aparecer, hasta en la misma frase, con una o dos vocales. Aquí, los grafemas indican la presencia de cualquier fonema vocálico posible (Smailus 1989).

3. CONTEXTOS DE LOS JEROGLÍFICOS MAYAS

Los jeroglíficos fueron aplicados a un sinfín de superficies de materiales diversos. Aquí están los textos esculpidos sobre monumentos ubicados en espacios abiertos -estelas y altares- y elementos arquitectónicos -escalones, tableros, paredes, bancas, jambas, columnas y pilares-. Otros fueron plasmados en pinturas murales o moldeados en argamasa sobre los muros de edificios. Diversos objetos portátiles de cerámica, piedra, hueso, concha y madera fueron provistos de textos pintados o grabados. La mayoría de estas inscripciones del clásico son textos dedicatorios y registran en parte o en su totalidad la propiedad o la fabricación del soporte físico del mensaje, como son, por ejemplo, las inscripciones de las estelas, que suelen conmemorar la colocación de estos monumentos en fechas de cierre de periodos, y los textos sobre cerámica (y otros objetos portátiles), que indican la función, el contenido y el nombre del propietario (Stuart 1998).

El registro formal de estos comunicados se refleja en una estructura estandarizada. La narrativa es sobria y factual y le confiere al discurso una apariencia que en la cultura occidental es prototípica en informes. Los textos se refieren generalmente a asuntos de índole ritual. Se redactan casi siempre en tercera persona, el plural es opcional y usualmente omitido. En casos contados este estilo formulaico se rompe con el uso de los pronombres personales de la primera y segunda persona. Las partes que más espacio ocupan son los datos del oráculo calendárico, el tiempo y los nombres de las personas involucradas en los hechos.

Una buena parte de las inscripciones se ubica o fue encontrada en lugares de difícil acceso, lo que dificulta o imposibilita su lectura por el ser humano. Stuart (1995) especula que los textos sobre las paredes y objetos portátiles colocados en tumbas pudieron haber sido diseñados para los difuntos o sus ancestros, pero no da respuesta para los textos sobre tapas de bóveda, en la parte inferior de jambas o en depósitos rituales. El más notable indicio sobre el (o los) lector(es) de los mensajes viene del texto de los tableros del Templo de las Inscripciones de Palenque. En una sección extensa se lee que durante los ritos en la fecha de cierre del periodo del duodécimo k’atun (672 d.C.), Janab Pakal, el gobernante del clan de los Bak (k’uhul bak ajaw) en Palenque (lakamtun), entrega (y-ak’aw) diversos objetos a sus dioses (tu k’uhul). El texto en el tablero oeste comenta que con esta acción “él aplaca el anímo [la ira] de sus dioses” (Figura 2a): <u-ti-mi-wa yo-OL-la u-K’UH-li>, u-timiw y-ol u-k’uhil.4 En el pasaje consecutivo se registra bajo la misma fecha el siguiente comunicado (Figura 2b): “[En el agüero] 10-Ajaw [del día] 8 Yaxk’in [de] la puesta de la piedra, [estando] frente a vosotros [ustedes], él aplaca vuestros ánimos [airados]”, <10-Ajaw TZ 8 Yaxk’in HB CHUM°TUN-ni i-chi na-i-ki u ti-mi he-la a-OL-la>, 10-Ajaw 8 Yaxk’in chumtun ichin-a-ik u-timhel a-ol.5

Figura 2 Texto del tablero oeste del Templo de las Inscripciones de Palenque: a) Bloques A7-A8; b) Bloques B8-B12. Dibujo: A. Voss 

El contexto y curso de la narración indican que un lector humano no pudo haber sido el destinatario primario del escrito. Quedan como receptores de la declaración solo los tres dioses mismos, quienes fueron apaciguados con los regalos. El texto completo resulta ser un testimonio escrito posterior a los hechos, ya que en la última parte de la inscripción se señalan la muerte y el entierro del gobernante Janab Pakal. Este manifiesto póstumo puede, entonces, ser releído por los dioses a manera de informe. Por lo tanto, es necesario considerar si, efectivamente, todas las inscripciones mayas fueron dirigidas a los dioses. Si este es el caso, entonces un texto escrito funge esencialmente como un recordatorio con que los hombres dan constancia de su servicio a los dioses,6 con quienes se comunican (también) a través del medio escrito (Voss & Koechert 2016), y no alguna activación política, social o ritual del objeto o monumento mismo como plantea Stuart (1998).

No obstante, el soporte más importante fueron los códices. Estos consistían de hojas rectangulares hechas a partir de tiras de papel amate plegadas a manera de mamparas abatibles que se cerraban entre dos tablas. Las superficies fueron cubiertas de ambos lados con una delgada capa de argamasa blanca, sobre cuya superficie pulida se aplicó la escritura. Debido a las condiciones perecederas del material soporte, solo se han conservado tres de estos manuscritos del posclásico tardío.

Los códices de Dresde, París y Madrid también pertenecen al contexto ritual, pero su propósito es distinto a las inscripciones. Los llamados “libros de sus ciencias” (Landa 1994 [1566]: 98) o, en el caso del centro de México, “el libro de sus suertes y calendario” (Durán 1995 [1579]: 232, tratado 3°, cap. II) servían de memorias, prontuarios y manuales para la enseñanza, los pronósticos y ritos (Thompson 1972). Según la Relación de las cosas de Yucatán, los sacerdotes tenían la función de dar consejos a los señores (Landa 1994 [1566]), atender el servicio de los templos, “enseñar sus ciencias, y escribir libros de ellas” (Landa 1994 [1566]: 96 [énfasis añadido]). Las ciencias transmitidas eran el calendario, las fiestas y ceremonias, los ritos, la adivinación y la historia (Landa 1994 [1566]). Y es ciertamente “su manera de letras y sus cuadernos y tratados de sus idolatrías y falsa religión” la razón por la cual “el sacerdocio y culto y religión de Yucatán era grandemente tenido y estimado por todos los comarcanos […] por ser tenidos los sacerdotes yucatanos por gente mas religiosa, entendida y sabia y mas extremados en ceremonias y ritos y de mas gravedad” (López Medel 1990 [1570]: 234, cap. 20). Según un mito mexica del posclásico tardío reproducido por Gerónimo de Mendieta, fueron los dioses mismos quienes le dieron al hombre el libro del oráculo de suertes, para que se rigiese por este y reconociera a los dioses que gobernasen en fechas específicas del calendario (Mendieta 1997 [1595]: 210-211, lib. II, cap. XIV). Estos libros son, por lo tanto, uno de los medios que usan los dioses para comunicarse con el hombre (véase Kremer 2007; 2013).

Todo esto deja muy poco espacio para pensar que la literalidad era conocida y practicada por una población extensa. En el presente contexto, escribir y leer confieren estatus y poder político a aquellos que poseen esta habilidad cultural y están, por ende, restringidos a un grupo social privilegiado (Harris 1999). Identificar quiénes son las personas que realmente transmiten el sistema de escritura dará respuesta a cómo las diversas lenguas mayas llegaron efectivamente a manifestarse en la escritura jeroglífica.

En el caso de los mayas del noroeste de Yucatán durante el posclásico tardío, los sacerdotes heredaban sus conocimientos y la escritura a sus propios hijos y a los hijos segundos de los señores (gobernantes y principales). En aquella época, los nuevos sacerdotes eran examinados y ordenados por un gremio de sacerdotes y provistos de sus libros para luego ser enviados a los pueblos que carecían de un sacerdote (Landa 1994 [1566] ). Este apunte señala que el uso y la transmisión de la escritura estaban restringidos al estamento de la nobleza maya. Estos almehenob estaban emparentados entre sí e integraban las familias y los linajes distinguidos (véase Closs 1992).

En el clásico la situación social fue parecida. Ante la ausencia de un sacerdocio formalmente establecido, los gobernantes y sus parientes más cercanos asumían la función del especialista religioso, que se refleja en los términos k’inich y aj k’in ‘adivino’ y/o ‘sortílego’ integrados a sus nombres (Voss 2005; Voss & Koechert 2016), mientras que la tarea de confeccionar los textos jeroglíficos estaba a cargo de aquellos nobles, tanto hombres como mujeres (Closs 1992), que sabían leer y escribir. Estos aj tz’ib ‘escribas’ y aj uxul ‘escultores’ eran adjuntos de las sedes de gobierno. El escriba conocido como Aj Maxam (Stuart 1989; Reents-Budet 1994) elaboró una serie de vasijas del señorío de Naranjo, El Petén, Guatemala, en la segunda mitad del siglo VIII. El escriba ¿Waywal? Ik’ Balam, cuya madre también tenía el mismo oficio, trabajó para un ajaw del clan Mutul -no necesariamente Tikal- (Closs 1992).7 Uno de los escultores de la Estela 1 de Bonampak, Chiapas, estaba afianzado al linaje regente de Yaxchilan y “firma” el monumento con su nombre, oficio y afiliación: “Aj Matun, el aj nab del ajaw de Pachan [Yaxchilan]”, <a-ma-TUN-ni ya-na-bi-li AJAW-paºCHAN>, aj matun y-aj nabil pachan ajaw (Sheseña 2008: 5). Y también está Hun Witzil Chak Chakhalte, el escultor del Dintel 45 de Yaxchilan y la Estela 1 de Dos Caobas, Chiapas (Cougnaud et al. 2003), quien estuvo activo durante el gobierno de Itzamnaj Balam II de Yaxchilan alrededor del año 732 d.C. (Martin & Grube 2000). Al parecer, los escribas y escultores confeccionaban trabajos para sus señores y eran enviados a sitios vecinos con que se tenía algún vínculo político y/o social.

Asimismo, los linajes nobles se caracterizaban por extensas redes sociales y una alta movilidad. Los textos del clásico documentan que sus vínculos personales cubrían básicamente todas las tierras bajas mayas (Schele & Mathews 1991; Martin & Grube 2000). Los monumentos de El Resbalón y Okop en Quintana Roo (Martin & Grube 2000), y Edzná, en Campeche (Grube 2003), registran, por ejemplo, las visitas del linaje Kanal realizadas desde Dzibancha y, más tarde, Calakmul. Algunos objetos de piedra verde o “jade” con inscripciones del periodo clásico indican que también hubo visitas a Chichén Itzá. En el Cenote de Sacrificios se hallaron piezas personalizadas procedentes de Ikil, Yucatán (Proskouriakoff 1974), Jaina, Campeche (Graña-Behrens 2006), Piedras Negras, Petén, Guatemala y posiblemente Palenque, Chiapas (Proskouriakoff 1974). Una pieza de Calakmul se encontró en un depósito del Castillo (Institución Carnegie 1937). Y tampoco hay que olvidar la dispersión y el desplazamiento de los linajes gobernantes. Un buen indicador son los GLIFOS EMBLEMAS (Berlin 1958). En el siglo VII los Bak gobiernan simultáneamente en Palenque y Tortuguero, los Mutul originan en Tikal y luego aparecen también en Dos Pilas (Martin y Grube 2000) y los Kanal trasladan en el siglo VII su sede de Dzitbanche a Calakmul (Gozawa 2009).

Este esbozo del contexto social en que se desarrolla la escritura en las tierras bajas mayas permite un acercamiento a los cánones que subyacen al sistema grafémico. Dos conceptos se emplean al respecto: estandarización y normativización (Brody 2004). Según Coulmas (2003: 227), la estandarización es “el proceso de interferir conscientemente en el desarrollo de una lengua con la finalidad de determinar una norma y asegurar su cumplimiento mediante una institución, como academias, escuelas y obras de referencia. Estandarización presupone grafización [el proceso de la creación del sistema escriturario de una lengua] y una sección literata de la comunidad de habla”. Pero normativización significa la convergencia orgánica y no reglamentada a lo largo del tiempo para establecer criterios y convenciones. La normativización puede reducir, pero no necesariamente eliminar, la variación (Brody 2004).

En el caso de los textos jeroglíficos mayas, ambos procesos estaban vigentes, pero el estándar de la escritura dependió siempre de la institución de los escribas y escultores, que a la vez operaba bajo las normas vigentes de su respectivo contexto social (clan, familia, linaje) a lo largo del tiempo. Hay que tener presente que, con base en los datos arqueológicos disponibles, la escritura jeroglífica ya estaba desarrollada al inicio del preclásico tardío (400/300 a.C.) cuando llega a las tierras bajas mayas (Justeson 1986; Saturno et al. 2006), por lo cual debió haber existido un mecanismo de control para garantizar su transferencia y su (relativa) uniformidad. Esta organización social no pudo haber sido muy diferente a la que existió en el área maya del clásico, es decir, control a través de redes sociopolíticas y lazos familiares. Finalmente, surge en el posclásico el sacerdocio formalmente institucionalizado pero que conservó este elemento familiar y/o clánico para controlar el acceso a la escritura. Esto habla de un mecanismo sociocultural aprobado que se extendíó por lo menos a lo largo de unos dos mil años (véase Closs 1992; Voss & Koechert 2016).

Los cambios que surgen en el sistema gráfico y que se observan a partir del preclásico tardío son paulatinos pero constantes. Las modificaciones gráficas no afectan los tipos de grafemas con que se codifica la información glótica, pero si la selección e innovación de las marcas gráficas que se usan para trasmitir un mensaje. Según el estudio de Wichmann & Davletshin (2006), se observa, por ejemplo, un constante aumento de signos silábicos en las inscripciones monumentales a lo largo del tiempo que se manifiesta particularmente en el noroeste de Yucatán. Otro caso son las sílabas en posición final que terminan en <e> en vez de <i>, que pueden ser el producto de una preferencia gráfemica por parte de los escribas y no la existencia del enclítico -e’ en frases nominales, como sugieren Lacadena & Wichmann (2002) para los textos del noroeste de Yucatán, partiendo de una propuesta hecha por Hofling (1989).

En resumen, el escriba y/o escultor se convierte en la pieza clave para el tema bajo estudio. La habilidad cultural de escribir y leer se heredó a lo largo de las generaciones de aquellos linajes y/o familias que a la vez sostenían las redes de poder en la sociedad maya prehispánica. La institución de los escribas y escultores velaba sobre el estándar de la lengua escrita al mismo tiempo que la enseñanza personalizada propiciaba las diveras tradiciones escrituarias a nivel local y/o regional de las tierras bajas mayas. Así, la presencia y distribución de la lengua maya yucateka en los textos jeroglíficos dependía del conocimiento individual del escriba y/o escultor mediado por su grupo social de pertenencia, es decir, resulta de un contexto familiar en que se hablaba el maya yucateko o de un contexto social en que se aprendió posteriormente esta lengua y de una decisión, propia o por instrucción, de incorporar estas nuevas formas lingüísticas a los textos.

La lengua maya escrita con jeroglíficos es, en sentido estricto, una lengua literaria que se generó y empleó para la comunicación no verbal en el contexto ritual. El registro formal sirve al hombre para enviar (escribir) comunicados de corte informativo a sus dioses por medio de las inscripciones y recibir (leer e interpretar) mensajes divinos mediante los códices. No hay evidencia que el estilo de la lengua ritual de los jeroglíficos sea reflejo de los rituales referidos, pero la terminología ritual es usada en los dos ámbitos (véase Josserand & Hopkins 2001; Sheseña 2015).

Hablar en este contexto de una lengua franca como lo plantean Houston et al. (2000) carece de fundamento. Lo contrario es el caso, el uso de la lengua ritual escrita se restringe a aquel segmento de la población que sabía escribir, leer e interpretar los mensajes. La presencia del maya yucateko señala, entonces, la afiliación lingüística del grupo de poder al que pertenecen los especialistas y no la adaptación de los marcadores de una presunta alta civilización a los patrones locales o la mezcla de una lengua de prestigio con lenguas vernáculas para resolver tensiones entre grupos sociales como alega Grube (2003). Y en vez de hablar de una vulgarización debe de pensarse en un proceso de transformación, ampliación y extensión de la lengua ritual a partir de la incorporación controlada de nuevos grupos de poder al segmento dominante de la sociedad maya. Esto explica la dinámica que subyace a la lengua literaria jeroglífica: el formulismo de los textos favorece que se mantengan hasta formas lingüísticas “arcaicas” de la rama proto-chol-tzeltal pero a las cuales se van sumando, con el paso del tiempo, formas nuevas (Gronemeyer 2014; compárese Law 2014), que, a la postre, también generaron el patrón de regionalismos literarios que observan Lacadena & Wichmann (2002).

A partir de los años cuarenta del siglo XVI la península de Yucatán quedó formalmente integrada al dominio español y su población fue sometida a la evangelización. Para este proceso de conversión los franciscanos crearon abecedarios, catecismos y diccionarios del maya yucateco colonial. Sin embargo, esto no fue posible sin la participación activa de los linajes nobles mayas, cuyos hijos fueron (re)educados por los franciscanos (Bolles 2003). Y una vez establecida la nueva grafía para la representación de la lengua autóctona, su empleo se extendió a todos los ámbitos culturales (jurídico, religioso, económico y político) aunque quedó (casi) siempre reservado a las élites de la nueva sociedad, tanto española como maya.

4. EL DESARROLLO HISTÓRICO DEL MAYA YUCATEKO

El contexto sociocultural que propicia en tiempos prehispánicos la incorporación del maya yucateko a la lengua literaria de los textos jeroglíficos, permite identificar a los escribas como integrantes de los grupos de poder de ascendencia yucateka -por darles un nombre- en el noroeste de la península de Yucatán como hablantes de esta lengua. Ellos revelan su identidad a partir de las diferencias entre las lenguas mayas chol y yucateka. Su presencia se marca a nivel de una fonología propia, léxico alterno, formas gramaticales diferentes, sintaxis nominal modificada (Lacadena 2000; Lacadena & Wichmann 2002), grafías sustituidas (Lacadena & Wichmann 2002) y en un registro divergente del calendario, conocido como el método yucateco (Thompson 1971; Graña-Behrens 2002), que representa un regionalismo cultural del noroeste de Yucatán y es el precursor inmediato de las fechas escritas en los libros del Chilam Balam de la época colonial (Graña-Behrens 2002).

Considerando el contexto sociocultural de la escritura y tomando los datos cronológicos proporcionados por los textos jeroglíficos mismos, es posible plantear un proceso de expansión geográfica de los escribas-escultores como hablantes y literatos del maya yucateko. Usando la fecha más temprana asociada a cualquier rasgo cultural y lingüístico como evidencia de la presencia de, por lo menos, un escriba-escultor hablante y literato del yucateko en un sitio arqueológico, es posible dividir la distribución del maya yucateko en cuatro fases: la primera entre 662 d.C. hasta 725 d.C., la segunda de 725 d.C. hasta 775 d.C., la tercera de 775 d.C. hasta el siglo X y el posclásico a partir del siglo XI hasta el siglo XIV como se aprecia en el Cuadro 1.

Cuadro 1 Distribución temporal de rasgos del maya yucateko en las inscripciones jeroglíficas de las tierras bajas del norte. Elaboración: A. Voss 

● Posible forma arcaica no relacionada con el maya yucateko (y-atot)

▲ Fecha modificada (véase Graña-Behens 2002: 401-402, Tafel 176)

■ Forma no necesariamente relacionada con el maya yucateko (kusew>kasew)

Voss y Lizárraga (2015)

▼ Se opta por la fecha tardía (Graña-Behrens 2000: 350, Tafel 181)

► Trazo de los códices posclásicos y cerámica vinculada al occidente de la península.

4.1. El maya yucateko clásico

Los textos jeroglíficos del clásico tardío -siglos VII a X d.C.- que combinan las formas literarias más tempranas del maya yucateko clásico o proto-yucateco (Lacadena & Wichmann 2002) con las formas literarias chol se concentran en el noroeste de la Península de Yucatán en un área circunscrita por un arco que va de Champotón, Campeche, hasta Ek Balam en el oriente del estado de Yucatán. A los trece sitios que se listan en el trabajo original de Lacadena & Wichmann (2002) se suman Acanceh, Kabah, San Pedro Dzitbalché, Sayil y Xcombec. En base a Graña-Behrens (2002), se identifican 27 lugares que emplean el método yucateco pero se excluyen Hobomo y Tohtok en Campeche por el mal estado de conservación de las fechas.

Para la primera fase -el preámbulo- solo Edzná, Jaina, Oxkintok y Xcochá proporcionan evidencia de formas literarias que no corresponden al “canon” de las inscripciones de las tierras bajas mayas. Estos cuatro sitios arqueológicos se ubican en las planicies y llanuras campechanas del norte que bordean la zona Puuc de lado oeste. No es hasta el segundo periodo que se manifiestan, de pronto, las formas yucatekas en un espacio definido: las llanuras occidentales del Puuc. Entre los nueve sitios identificados destaca Xcalumkin, no solo por la concentración de rasgos del maya yucateko clásico (728-753 d.C.), sino también por su ubicación céntrica en relación con las otras localidades. Al parecer, los grupos de poder que hablan el maya yucateko se establecen y toman el control en el Puuc occidental a partir de Xcalumkin.

En la tercera fase se observa una expansión del registro literario del maya yucateko clásico. Salta a la vista que los primeros sitios que documentan rasgos yucatekos en sus inscripciones fuera del Puuc occidental son Ek Balam, Dzibilchaltún y, posiblemente, Acanceh en las planicies yucatecas. Después inicia una difusión más generalizada hacia el Puuc oriental con sitios como Uxmal, Kabah, Labná y Sayil. En esta etapa se localiza también la gran mayoría de los textos de Chichén Itzá, que, a su vez, muestra la mayor concentración de formas yucatekas (Figura 3).

Figura 3 Mapa del noroeste de la península de Yucatán mostrando la expansión del maya yukateco durante el clásico tardío y terminal (650-1000 d.C.). Dibujo: A. Voss, basado en Graña-Behrens (2002) y Lacadena & Wichmann (2002)  

Aparte hay textos jeroglíficos que documentan formas literarias yucatekas pero que se ubican fuera del área noroccidental de la península de Yucatán. Estos sitios son Palenque, Chiapas, Dos Pilas y Machaquilá, Petén, Guatemala. El vocabulario y los temas verbales de los textos de Palenque han sido catalogados como chol occidental (Houston et al. 2000; Lacadena & Wichmann 2002; véase MacLeod 1984; Macri 1988; Stuart 2005), pero en algunas ocasiones se emplean formas lexicales yucatekas. En Dos Pilas y Machaquilá, catalogados como sitios con fuerte presencia de rasgos gramaticales del chol, se usa el sustantivo yucateko pach, <pa-chi> ‘espalda’, en vez de la forma pat de las lenguas chol. En la Estela 8 de Dos Pilas se documenta que Itzam K’awil realiza su ascenso al poder sobre [a espaldas de] un palanquín, <pa-chi-AJAW-PIT-ta>, pach pit ajaw, y en la Estela 11 de Machaquilá es parte del nombre de la señora Yax Ixik Pach K’uk’, <YAX-IXIK-pa-chi-K’UK’>, ‘[la] primera mujer [que tiene en la] espalda [un] quetzal’ (Cuadro 2).

Cuadro 2: Léxico del maya yucateko en las inscripciones jeroglíficas de las tierras bajas del sur. Elaboración: A. Voss 

Stuart (2000) interpreta los datos de Palenque como indicio de un contacto estrecho entre las lenguas chol y yucateka en las tierras bajas mayas del sur durante el clásico (véase Kaufman y Norman 1984; Justeson et al. 1985) antes que la presencia de hablantes de una lengua maya yucateka en el área de Palenque, pero en el contexto histórico bajo estudio se habrá requerido en algún momento de un contacto cara a cara entre hablantes y/o escribas-escultores para explicar los yucatekismos en los textos de Palenque, Dos Pilas y Machaquilá.

La alta movilidad que caracterizó el estamento de los nobles permite pensar en la existencia de una “casa de asiento de mercadería” para fines de contratación (comercio) en estos sitios, parecida a las que existieron durante el posclásico tardío en Nito, Honduras. Cortés (2005 [1526]: 298299, 309) narra en su Quinta Relación que en aquel lugar había un barrio de mercaderes nobles del tipo pochteca originarios de Acalan (Mactun), la parte sur de Campeche, que movían mercancía entre Honduras y Tabasco. En este tipo de exclaves o barrios pueden haber residido linajes y/o familias de habla yucateka. Al ser el comercio de larga distancia un privilegio reservado a la nobleza, es posible pensar que existían literatos entre aquellos y que estos prestaban sus conocimientos a los linajes gobernantes de Palenque, Dos Pilas y Machaquilá.

4.2. El maya yucateko en el periodo posclásico

El posclásico de la cultura maya prehispánica se extiende del siglo XI hasta los años cuarenta del siglo XVI. En términos literarios podemos hablar de la edad obscura de las tierras bajas mayas, marcada por la falta y/o desaparición de las inscripciones jeroglíficas. Los códices son el referente autóctono más importante de este periodo, pero carecen de un contexto histórico-geográfico preciso. El códice de Dresde se fecha hacia el siglo XIV (Bricker & Bricker 1992) con un posible origen en Chichén Itzá (Thompson 1972) o la isla de Cozumel donde, al parecer, fue sustraído por Cortés en 1519 (Kremer 1995). El códice de París se sitúa cronológicamente hacia 1450 (Love 1994) y, según un comunicado reciente de Chuchiak (2015), fue confiscado por un sacerdote en Champotón, Campeche. Thompson (1971: 26) ubica el códice de Madrid a mediados del siglo XV, fecha corroborada por las investigaciones realizadas en la Universidad de Tulane que sitúan la elaboración de algunos almanaques de este códice entre 1436 y 1437 d. C. basándose en datos astronómicos e iconográficos (Bricker 1996; Graff 1996). Según Chuchiak (2004), el códice Madrid pertenece con mucha probabilidad a los manuscritos mayas confiscados en 1607 por Pedro Sánchez de Aguilar, en aquel tiempo comisario de la Santa Cruzada, en la región Chancenote-Cehac, actualmente ubicado en el oriente del estado de Yucatán.

Se acentúa la presencia de formas yucatekas en los textos jeroglíficos. Los temas gramaticales que marcan el pasivo y el antipasivo para intransitivos derivados presentan formas reducidas respecto a las que han sido reconstruidas para el clásico (Lacadena & Wichmann 2002; Grube 2003) y corresponden a aquellas documentadas en las gramáticas coloniales y/o modernas del maya yucateco (Lacadena 1997; Smailus 1989; Bricker 2000). En el posclásico el uso del léxico yucateko es más marcado en los códices en comparación con las inscripciones del clásico tardío (Bricker 2000; Vail 2000). Esto habla a favor de un proceso continuo de incluir formas yucatekas en los textos jeroglíficos a partir del siglo VIII y no de un marcado bilingüismo. El género literario al que pertenecen estos textos rituales utiliza un registro especializado que no necesariamente forma parte de la lengua hablada, pero indica que los respectivos escribas fueron familiares de los grupos en el poder, quienes hablaban maya yucateko y que se habían convertido ya en la comunidad sociopolítica dominante en el norte de la península de Yucatán.

La expansión de la comunidad de hablantes del maya yucateko, siempre mediada a través de la lengua escrita con jeroglíficos, continúa de la planicie yucateca hacia la costa caribeña. En este periodo, la mayoría de los textos eran pintados sobre el acabado de argamasa aplicado a las paredes de edificios y, dada su continua exposición a la intemperie o destruccíon intencional, la respectiva evidencia física escasea (Gann 1900; Lombardo 1987). En Playa del Carmen, Estructura 1 del Grupo C, se conservó una fecha escrita con el método yucateco que data del año 1376 d.C. (Hartig 1979; Mayer 2004). También se considera a Cobá, aunque no hay elementos literarios que se asocian con el maya yucateko. La inscripción del arquitrabe de la entrada al edificio superior de la Estructura 1 de Las Pinturas (Grupo D) reproduce el trazo de los códices posclásicos mientras que la cerámica asociada a la construcción data del posclásico tardío (1200-1400 d.C.) y muesta más vínculos con los materiales del occidente de la península de Yucatán que con la costa oriental (Barrera 1987).

4.3. El maya yucateco en las fuentes coloniales

Las fuentes coloniales del siglo XVI que se refieren de manera retrospectiva al noroeste de la península de Yucatán proporcionan información contextual que no es posible extraer de los textos jeroglíficos. Aquí se mencionan diferentes lenguas que estaban en uso en la península de Yucatán y varios movimientos demográficos que posiblemente modificaron de forma duradera el paisaje lingüístico en el posclásico. Para fines del siglo XVI, Antonio de Ciudad Real (1976 [1591], II: 320, cap. CXLIII y 366, cap. CLIII) refiere que en toda la provincia franciscana de San José de Yucatán, es decir, la Península de Yucatán, se hablaba una lengua que se llamaba mayathan, excepto en Campeche, donde se hablaba canpechthan, que difiere en el uso de los pronombres independientes y en algunos vocablos de la anterior (Acuña 2001: XXXII; Ciudad Real 2001 [1584]) y por la villa de Salamanca de Bacalar había hablantes de la lengua de huamil, que era casi como la de Campeche y que pudo haber sido un precursor del mopan que se asocia con los dzul uinicob, hablantes del maya yucateko y originarios del norte de Yucatán (Jones 1998; Voss 2015).

La información aportada por diversos documentos muestra que el maya yucateko posclásico o maya yucateco colonial poseyó por lo menos tres variedades. Acuña (2001: XXV) supone por razones estadísticas que la mayor parte del léxico del Calepino de Motul provino de la provincia de Cehpech. La segunda variedad se asocia a los habitantes del litoral septentrional de la provincia de Chikinchel, quienes, según Landa (1994 [1566]: 92-93) y los encomenderos que redactaron la Relación de la villa de Valladolid en 1579 (De la Garza et al. 1983, II: 11, 32), poseían cierta diferencia en los vocablos y el tono de hablar y que en su trato y lengua eran más pulidos. La tercera variedad es de la provincia de Tutul Xiu o Maní donde se observan cambios vocálicos en algunos términos (véase, por ejemplo, Ciudad Real 1984 [1584], II: f.369r, f.382r).

Estos datos permiten establecer cierta correspondencia entre las variedades identificadas y los espacios que ocuparon poblaciones de hablantes mayas específicas. En el caso de los Xiu de Maní y Tekax es probable que las diferencias se deban a su origen chiapaneco y que hablaban una lengua similar al maya yucateco colonial (Landa 1994 [1566]: 96-97). Landa (1994 [1566]: 96) menciona el éxodo del clan de los Tutul Xiu de Chiapas y su arribo al asentamiento de Mayapán pasando por los despoblados de Yucatán, que pudo ser a partir de fines del siglo XII hasta principios del siglo XV (Kremer 2005).

Otro movimiento demográfico es la llegada del clan de los Canul a la península de Yucatán. En el Códice de Calkini hay indicios que permiten suponer que los Canul eran oriundos del Petén guatemalteco y que habían llegado al oeste de la península de Yucatán abriéndose paso por caminos antiguos que habían sido obstruidos (Okoshi 1992). Después de la destrucción de Mayapán (1421/1441 d.C.) se asentaron en lo que actualmente es la parte norte del estado de Campeche, provincia que se conoce en la literatura como Ah Canul del Sur (Roys 1957). También su venida debe haber sido entre fines del siglo XII hasta principios del siglo XV. Es probable que en un principio hablasen alguna lengua chol y posteriormente adoptasen el mayathan colonial.

El vocabulario de la lengua de Campeche o canpechthan ciertamente contenía formas choles que los Canul de Calkiní aportaron al yucateko. Su inserción a la población ya establecida en la parte norte de Campeche también parece haber modificado la entonación y el ritmo de habla. Aparentemente, esta diferencia en la prosodia de la lengua se mantuvo cuando la canpechthan se convirtió durante el transcurso del siglo XVII en una variedad del maya yucateco colonial que se conoce actualmente como variedad cantadito de la zona de los Chenes y Camino Real Alto (Pfeiler 1998).

Tambien las poblaciones hablantes de las otras dos variedades del mayathan tienen distribuciones geográficas muy marcadas. El yucateco colonial que se hablaba en el territorio de la provincia de Cehpech, alrededor de Mérida y los pueblos de Conkal y Motul, se convirtió en la variedad prototípica del maya yucateco colonial al ser fijada en el Calepino de Motul y se vincula con el clan de los Pech que toma esas tierras a partir del posclásico tardío (Nakuk Pech 1882; 1936 [1562]). En la costa norte de la península, la ría Lagartos, tenemos la variedad de la provincia de Chik’inchel que era hablada por los pobladores del asentamiento de Chawak Ha (Chauac Ha / Chuaca). Estos hablantes pertenecen al clan de los Chel (del poniente) que tiene su origen en Mayapán (Figura 4).

Figura 4 Mapa de la península de Yucatán mostrando algunas migraciones y la distribución de las diferentes lenguas mayas y de sus variedades durante el posclásico (1100-1550 d.C.). Dibujo: A. Voss, basado en Smailus (1975), Okoshi (1992), Landa (1994 [1566]) y Jones (1998)  

Para completar el cuadro, se dará también un breve vistazo al sur de la península. En su Quinta Relación, Cortés (2005 [1526]: 299, 302-303) narra que a principios de 1525 atravesó los territorios de los Cehach (Mazatlan, Quiatleo y Guiache) en las montañas del centro y sur de Campeche y de los itzaes (taiza) con su “rey” Kanek’ (Canec) al sur de los lagos centrales del Petén para dirigirse a Nito. Y aunque no da información sobre la afiliación lingüística de estos grupos, sus nombres y ubicaciones espaciales se mantienen hasta finales del siglo XVII. Los documentos indican que los itzaes hablaban maya yucateco (Ximénez 1931 [1720]: 52, 56, lib. V, cap. LXIV) y los Cehach una variante muy similar (Thompson 1977: 21-23; Voss 2015: 86, 88-89). Es factible que la presencia de los itzaes esté relacionada con dos movimientos de expansión de hablantes del maya yucateko, el primero asociado con la presencia del léxico yucateko en las tierras bajas mayas del sur entre 692 d.C. y 741 d.C. a lo largo de la cuenca de los ríos Usumacinta y Pasión y el segundo con el descenso de los dzul uinicob o mopanes desde Bacalar y Belice en el posclásico tardío.

Resumiendo, la presencia y distribución de los hablantes del maya yucateko y de sus variedades en tiempos prehispánicos se refleja de manera indirecta a través de los textos jeroglíficos. Son los escribas y/o escultores de ascendencia yucateka adjuntos de las sedes de poder que hacen visible este proceso cuando empiezan a introducir de manera paulatina pero constante elementos lingüísticos y culturales propios del maya yucateko al registro literario de las inscripciones y los códices. La expansión inicia en la segunda mitad del siglo VII en la zona costera del norte de Campeche y llega hasta la costa caribeña a finales del posclásico tardío, momento en que interrumpen los españoles en la península yucateca. Así, los hablantes del maya yucateko se convierten paso a paso y mediante los literatos descendientes de sus linajes nobles en la comunidad de habla dominante del norte de Yucatán.

Esta expansión no es aleatoria. Los documentos coloniales permiten establecer que siempre existió un vínculo estrecho entre familia o clan y distribución espacial de una lengua o variedad de una lengua. Esto indica que la transmisión de la forma específica de habla de una lengua y de sus manifestaciones literarias fue mediada por el grupo social que habitaba en un espacio definido durante un periodo determinado. Hablar de una lengua o variedad de una lengua en la época prehispánica implica, entonces, pensar en una comunidad de hablantes mayas que pertenecían a una misma red familiar o, en estos casos, a clanes específicos.

5. CONCLUSIÓN

La presencia y distribución de los hablantes del maya yucateko en la Península de Yucatán en épocas prehispánicas permite vincular la presencia de los hablantes de esa lengua con el respectivo registro escrito. La propuesta de Lacadena & Wichmann (2002), que una lengua hablada deja sus rasgos particulares en el código común de los textos jeroglíficos es fundada siempre y cuando se considera la hipótesis de interdependencia de la gramatología que propone una intersección entre oralidad y literalidad, pero también aspectos que los distinguen en cuanto a formación, procesamiento e interpretación como lo plantea la teoría de la semiótica integracional (Harris 1999).

Aquí, el contexto macrosocial de la escritura se vuelve relevante (Harris 1999). El análisis de textos jeroglíficos y fuentes coloniales permite determinar que los escribas y/o escultores que conocen y/o hablan el maya yucateko son los autores intelectuales del proceso paulatino pero constante de la incorporación de formas yucatekas a los textos jeroglíficos. Estos literatos fueron integrantes de las familias nobles y constituyen aquella institución social que controlaba el acceso a la escritura jeroglífica. Y como adjuntos de las sedes de poder visibilizaron mediante los textos jeroglíficos la dispersión progresiva del maya yucateko sobre la parte norte de la península de Yucatán, siempre y cuando se considera que los respectivos linajes gobernantes a quienes se afiliaban también eran hablantes de la lengua maya yucateka.

Un argumento a favor de este razonamiento es la regularidad con que se efectuó la expansión de las formas yucatekas en el espacio geográfico. Las fechas de las inscripciones marcan que este proceso inició en las tierras bajas del norte de Campeche entre 662 d.C. hasta 725 d.C y alcanzó en tres etapas consecutivas la costa norte de Quintana Roo en la segunda mitad del siglo XIV. Este avance de occidente a oriente concuerda con la situación lingüística que describen los españoles en la segunda mitad del siglo XVI.

En este escenario vale también considerar la presencia del léxico yucateko en las tierras bajas mayas del sur entre 692 d.C. y 741 d.C. Su distribución al oeste y sur de los lagos centrales del Petén tampoco parece accidental. Su presencia coincide con la primera y el inicio de la segunda fase de expansión del maya yucateko en el noroeste de Yucatán y pudo haber dado paso al establecimiento del primer núcleo de hablantes del maya yucateko en la región del Petén, que para finales del posclásico fue controlada por la población de los itzaes.

A partir de estas observaciones surge la pregunta acerca de las posibles causas que favorecieron la aparición de las formas yucatekas en las inscripciones. Un factor que ciertamente contribuyó a este desarrollo fue sin duda el cese de Teotihuacán como centro de culto a mediados del siglo VII, y que provocó una dispersión de su población y la creación de centros ceremoniales a nivel regional, que en el área maya culminó con la instauración de Chichén Itzá en el último cuarto del siglo IX. Un acelerador para la segunda fase de expansión del yucateko pudo haber sido la erupción del volcán El Chichón (Chichonal) alrededor de 779-788 d.C. (Tilling et al. 1984; Espíndola et al. 2000). La explosión de magma con flujos piroclásticos y depósitos significativos de piedra pómez en el noroeste de Chiapas provocó no solo el abandono de las planicies aluviales de la Chontalpa y el sur de Campeche, sino también el traslado de los habitantes a zonas adyacentes como los altos de Chiapas, el Petén guatemalteco y el norte de la península de Yucatán. Pero adentrarse a esta compleja temática deberá ser reservado para futuras investigaciones.

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1 Es una práctica común en las publicaciones escritas en español que tratan temas de la lingüística histórica maya la de hispanizar las denominaciones anglosajonas acuñadas para las diferentes lenguas, protolenguas y ramas del tronco maya. En el presente texto se opta por mantener una morfología estrictamente castellana. No obstante, se introducen modificaciones a nivel grafémico para distinguir las lenguas habladas en la actualidad de los nombres de las ramas lingüísticas, formas históricas y/o protolenguas: yucateco (lengua actual) vs. yucateko (rama/protolengua) y ch’ol (lengua actual) vs. chol (rama/protolengua). Se prescinde de acentuar las palabras originarias de las lenguas mayas pero se mantiene la forma hispanizada de los topónimos vigentes de estas lenguas en apego a las sugerencias para tales casos de la Real Académia de la Lengua Española.

2 La escritura es un producto cultural, pero entenderla exclusivamente como representación gráfica-visual del habla la hace una categoría básica de la lógica cultural (cultural logic) occidental (véase Enfield 2000: 36, 40). El no reconocer cultura como un sistema de interpretación de la realidad (Mossbrucker 2001) se vierte en ceguera cultural cuando se le ignora en el contacto con o el estudio de sociedades que operan bajo preceptos culturales diferentes (véase, por ejemplo, Hamann 2008).

3 En la epigrafía maya los grafemas del tipo <V> y <CV> son llamadas sílabas y los demás, <CVC>, <CVCV> y <CVCVC>, se denominan logogramas.

4 Para las transliteraciones epigráficas se aplican las reglas fijadas durante la Conferencia de Albany en 1979 (Fox & Justeson 1984) y por George Stuart (1988) pero que originalmente fueron establecidas por la Asiriología para los epígrafes en escritura cuneiforme.

5 La expresión ichin-a-ik tiene su correspondencia en el tzotzil de finales del siglo XVI, donde corresponde a ‘ichon ‘frente de cualquiera cosa’. El sufijo -a-ik es la 2ª persona plural del absolutivo ‘vosotros/ustedes’ (Laughlin 1988, I: 85, 143). En a-ol se emplea la 2ª segunda persona singular a- pero por el contexto se refiere al plural ‘vuestros’.

6 La cultura maya es politeísta. En esta mentalidad todo acontecimiento social y fenómeno natural y que es percibido como incontrolable por el ser humano, incluyendo el tiempo, es considerado un dios (Kremer 2013; Voss & Koechert 2016 para un resumen).

7 La lectura ofrecida por Michael Closs es obsoleta. Es un texto sin predicado verbal que inicia con un signo introductorio (bloque 13), continúa con el nombre del escriba (bloques 14 a 16) y señala sus relaciones sociales. El texto indica que él es un funcionario (u-sajal, bloque 1) de un gobernante del linaje de los Mutul (bloques 2 a 7) y su madre era una noble y escribana (bloques 9 a 12).

Recibido: 13 de Agosto de 2016; Revisado: 15 de Mayo de 2017; Aprobado: 26 de Octubre de 2017

Cómo citar: Voss, Alexander W. 2018. Presencia y distribución de la lengua maya yucateka en la península de Yucatán del clásico al posclásico tardío. Cuadernos de Lingüística de El Colegio de México 5(1). pp. 225–285.

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