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Sociedad y ambiente

On-line version ISSN 2007-6576

Soc. ambient.  n.18 Lerma Campeche Nov. 2018

 

Reseñas

A Critical Approach to Climate Change Adaptation. Discourses, Policies and Practices.

Verónica Vázquez GarcíaI 

I Doctorado en Sociología por la Universidad de Carleton en Ottawa, Canadá. Profesora-investigadora del Colegio de Postgraduados, campus Montecillo, México. Líneas de interés: género, medio ambiente y desarrollo rural sustentable. Correo electrónico: vvazquez@colpos.mx

Klepp, Silja; Chávez-Rodríguez, Libertad. 2018. A Critical Approach to Climate Change Adaptation. Discourses, Policies and Practices. Routledge, Londres y Nueva York: 301p.


¿Eres de las personas que piensan que el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, por sus siglas en inglés) tiene la última palabra sobre los principales conceptos que atañen al cambio climático (por ejemplo, mitigación, adaptación), pero sientes que es difícil ponerlos en práctica y no entiendes muy bien por qué? ¿Estás convencido/a de que los efectos del cambio climático se manifiestan día con día en diversas partes del mundo, y que las soluciones al problema no llegan a las comunidades que más las necesitan, a pesar de la retórica de gobiernos nacionales y agencias internacionales que sostienen lo contrario? Si respondiste de manera afirmativa a al menos una de estas dos preguntas, es altamente recomendable que añadas el volumen que aquí reseño a tu lista de lecturas.

El libro está compuesto por quince capítulos distribuidos en seis secciones que van desde la discusión y reconceptualización de términos básicos que ya dábamos por conocidos (adaptación, vulnerabilidad, riesgo, resiliencia), pasando por la relación entre adaptación y mitigación desde una mirada crítica, para cerrar con una renovada agenda de investigación sobre la adaptación al cambio climático. Las más de las veces, esta discusión se ilustra a través de estudios de caso, por lo que el libro aporta no sólo contenido teórico sino también empírico proveniente de los cinco continentes del mundo: África (Tanzania), América (Canadá, México, Guatemala, Colombia), Europa (Alemania, Rusia), Asia (Rusia, Indonesia) y Oceanía (Islas del Pacífico, Indonesia).

Más que resumir cada uno de los quince capítulos, tarea tan difícil como inútil por lo limitado del espacio, he decidido resaltar cuatro principales aportes que de alguna u otra forma aparecen en todos ellos. Esto no quiere decir que el libro haga sólo cuatro contribuciones; mi mirada está sin duda condicionada por el momento actual en el que me encuentro en mi largo e inacabable proceso de formación en el tema del cambio climático.

El primer aporte tiene que ver con la necesidad de replantearse la utilidad del concepto de adaptación tal y como lo hemos conocido hasta ahora, ya que con el transcurso del tiempo se ha convertido en un recetario aplicado en comunidades del sur global por profesionistas generalmente formados en el norte global. Hay una constante llamada de atención a lo largo del libro en torno al hecho de que dicho recetario suele estar compuesto por medidas técnicas que rara vez trastocan los orígenes sociales de la desigualdad, y que las más de las veces terminan naturalizándola. En este recetario, la adaptación es entendida como un reto biofísico que requiere mejoras de infraestructura. Las personas a cargo de diseñarlas e implementarlas no son originarias del lugar y tienen escasos conocimientos del contexto y las necesidades locales. Las propuestas que surgen de esta visión reproducen la tajante separación entre lo biofísico y lo social, dando prioridad a lo primero y dejando de lado la capacidad de las personas afectadas por el cambio climático de cuestionar las contradicciones creadas por el uso intensivo de energía de parte de poderosos agentes económicos. En pocas palabras, se trata de una adaptación hecha a la medida del estatus quo, en la cual determinados sujetos con poder discursivo hablan en nombre de grupos silenciados sin que haya cambios reales en la vida de estos últimos. El primer capítulo (escrito por las coordinadoras del libro, Silja Klepp y Libertad Chávez-Rodríguez, pp. 3-34) es particularmente útil para entender las diversas aristas de esta importante discusión.

La segunda contribución del libro es el análisis de los vínculos entre mitigación y adaptación, el cual resulta particularmente incisivo en dos capítulos: Salvador Aquino (Klepp y Chávez, 2018: 129-150), quien escribe sobre la operación de la ENAREDD+ (Estrategia Nacional de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación Forestal) en Oaxaca, México; y Jonas Hein e Yvonne Kunz (Klepp y Chávez, 2018: 151-168), cuyo capítulo versa sobre la expansión de la palma de aceite en Indonesia. El primero demuestra cómo el gobierno mexicano ha asumido acríticamente el marco de política climática propuesto a nivel global, aplicándolo en un esquema vertical de intervención que transforma ecosistemas vivientes en objetos regulados por contribuciones monetarias. Se trata de medidas de mitigación que extraen valor de comunidades rurales para transferirlo a la economía global a cambio de servicios ambientales subsidiados por prácticas indígenas de conservación. Esta manera de proceder afecta de manera negativa las demandas de autonomía indígena de largo cuño en el país.

Algo similar ocurre en Indonesia, donde el exclusivo énfasis en mitigación de gases de efecto invernadero (GEI) en beneficio de una humanidad abstracta, pone en riesgo las posibilidades de adaptación de las comunidades rurales de ese país. No es de sorprenderse que esto suceda ya que, como se dijo arriba, son determinados sujetos con poder discursivo los que planean y ejecutan las medidas de mitigación y adaptación para países que no suelen ser los propios. Hein y Kunz muestran cómo la expansión de la palma de aceite (atribuible a políticas europeas) ha ocasionado la escasez y contaminación del agua, así como la creciente falta de acceso a zonas tradicionalmente dedicadas a la producción de alimentos para la población local. El autor y la autora argumentan que los actores marginados se ven sometidos a una triple exposición que aumenta su grado de vulnerabilidad: a) la crisis climática global; b) la globalización neoliberal; c) cada vez más, la obligación de poner sus territorios y recursos naturales a disposición de la comunidad internacional para aplicar medidas globales de mitigación. En palabras de un/a informante anónima, su “casa” no tiene por qué ser “el baño de carbón de los países ricos” (Klepp y Chávez, 2018: 160).

La tercera contribución que quiero resaltar es el preocupante vacío que existe en la formación de recursos humanos para contrarrestar esta situación. Resultó muy inspirador encontrar algunas alternativas en dos de los capítulos al final del libro: el de Susan A. Crate dedicado al Ártico ruso y canadiense (Klepp y Chávez, 2018: 241-255), y el de Sarah Louise Hemstock y cols., para el caso de las Islas del Pacífico (Klepp y Chávez, 2018: 256-271). El primero describe un proceso participativo de elaboración de un atlas digital de cambio comunitario con el fin de que sean las mismas comunidades las que monitoreen perturbaciones climáticas y diseñen respuestas culturalmente adecuadas ante ellas. En el proceso se involucraron distintas generaciones; las más jóvenes fortalecieron conocimientos de su propia cultura, así como sus capacidades de expresión a través de medios digitales de comunicación. Por su parte, Hemstock y cols. realizaron un diagnóstico de necesidades de capacitación para la región del Pacífico, indicando las áreas que hay que atender, que son prácticamente todas: detección de riesgo y avisos oportunos a la población; administración de proyectos (desde su elaboración hasta su evaluación); medidas de adaptación relacionadas con la acuacultura y la agroforestería. Los y las autoras se involucraron en un proceso de diseño curricular destinado a formar recursos humanos capaces de responder a las comunidades afectadas, evitando así la aplicación de recetarios. Ambos capítulos ofrecen herramientas muy creativas para el empoderamiento comunitario y el desarrollo de capacidades desde abajo que tendrían que ser llevadas a otros contextos.

La cuarta y más importante contribución del libro consiste en convencer a los y las lectoras de la necesidad de hacer de la política de adaptación una herramienta de gobernanza climática que contribuya a la justicia social. El convencimiento se incrementa a medida que se avanza con la lectura, de manera que una acaba el libro con la idea de que es urgente desnaturalizar el término de adaptación y desaprender todo lo aprendido. Los y las autoras de los distintos capítulos nos invitan a mirar a la adaptación como un proceso, más que como un fin en sí mismo, y a considerar a la política de adaptación como una “idea viajera” que debe inspirar reflexión, interpretación y prácticas innovadoras en función de cada situación. El “enfoque ciudadano” de la adaptación enfatiza la necesidad de problematizar los factores estructurales que contribuyen a la vulnerabilidad social, porque incluso la migración, que suele implicar la violación de derechos humanos, ha sido considerada una estrategia de adaptación exitosa desde la lógica neoliberal. Sybille Bauriedl y Detlef Muller-Mahn, autores del último capítulo (Klepp y Chávez, 2018: 275-287), proponen incorporar al bagaje conceptual de la adaptación, algunas miradas críticas sobre la sustentabilidad basadas en formas no occidentales de concebir a la naturaleza. El mejor ejemplo de que esto es posible es el capítulo de Astrid Ulloa dedicado a los pueblos indígenas de Colombia (Klepp y Chávez, 2018: 222-238). La autora argumenta que la asignación de valor monetario a la naturaleza no corresponde con la interrelación de lo divino, lo humano y lo natural presente en la cosmogonía indígena. Esta constatación obliga a replantearse cualquier política climática que no incluya nociones de reciprocidad entre estos tres elementos.

No quiero terminar esta breve reseña sin antes comentar otros conceptos de mucha utilidad que se encuentran en diversas partes del libro. Destacan las tres maneras de entender a la adaptación (de ajuste, reformista y transformadora) que se explican por sí mismas (Klepp y Chávez, 2018: 8), además del preocupante hecho de que sólo 5 % de las propuestas de adaptación que se aplican en Estados Unidos caen dentro de la última categoría (Klepp y Chávez, 2018: 61); la urgente agenda “intercultural y post-imperial” de derechos humanos que pueda dar voz a entidades sin posibilidad de defenderse, por ejemplo, la naturaleza o futuras generaciones (Klepp y Chávez, 2018: 22); la definición de ciertas poblaciones del sur global como “deficientes para la adaptación” (Klepp y Chávez, 2018: 39), justificando así el “imperativo de la adaptación” dictada por practicantes del desarrollo del norte. El concepto de la “otredad étnica” ilustra la situación de crisis e indefensión en la que se encuentran grupos sociales vulnerables que quedan atrapados en medio de distintas agendas de adaptación que nunca son las propias (Klepp y Chávez, 2018: 45). Asimismo, el concepto de “naturaleza carbonizada” (Klepp y Chávez, 2018: 225) ilustra de manera ejemplar las prácticas de despojo territorial aplicadas en contra de pueblos silenciados, y el de “efecto cascada” muestra cómo la “doble exposición” al cambio climático y la globalización neoliberal genera múltiples factores de estrés que aumentan la vulnerabilidad de dichos pueblos (Klepp y Chávez, 2018: 243).

Cierro mencionando dos limitaciones del libro que no son graves pero que sí dejan deseando más. La primera es la baja representación de África, continente donde se concentra buena parte de la “ayuda internacional”. Asia, continente de enorme extensión donde se ubican países sumamente importantes, también pudo haber estado mejor representado, además de Sudamérica que sólo incluye a Colombia. La otra limitación es el título. El libro toca muchos temas que van más allá de la adaptación, y sólo en las conclusiones se proponen los principales contenidos de lo que sería “un acercamiento crítico a la adaptación al cambio climático” (Klepp y Chávez, 2018: 275-287). De todas formas, me cuesta trabajo pensar en otro título que haga más justicia a tan relevantes y diversos contenidos. Por eso mismo, prefiero terminar diciendo que este es un libro imprescindible para quienes creen saberlo todo, o bastante, sobre el cambio climático. Este volumen debe ser parte de toda biblioteca universitaria del país, y ojalá que pronto se presente la oportunidad de tenerlo en español para que llegue a mayores audiencias.

Recibido: 12 de Septiembre de 2018; Aprobado: 30 de Septiembre de 2018

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