SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número17Instrumentos económicos para la protección ambiental en el derecho ambiental mexicanoPorfirio Díaz y su legado político-extractivista. A propósito de la etapa neoliberal de la minería en México índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Sociedad y ambiente

versión On-line ISSN 2007-6576

Soc. ambient.  no.17 Lerma Campeche jul. 2018

 

Reseñas

Naturalezas desiguales. Discursos sobre la conservación de la biodiversidad en México.

José de Jesús Hernández López* 

*Doctorado en Antropología Social por el Centro de Estudios Antropológicos de El Colegio de Michoacán, México. Profesor-investigador en el Centro de Estudios de Geografía Humana de El Colegio de Michoacán, México. Líneas de interés: paisajes bioculturales, ecología cultural política, denominaciones de origen. Correo electrónico: yacatzo@colmich.edu.mx

Durand, Leticia. 2017. Naturalezas desiguales. Discursos sobre la conservación de la biodiversidad en México. ., Universidad Nacional Autónoma de México, Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, Colección Estudios Socioambientales, Cuernavaca, Morelos: 1ª edición, 157p. ISBN: 978-607-02-9138-8.


A diario nos llegan noticias sobre la destrucción de la naturaleza: la tala indiscriminada de bosques o su reconversión en huertas aguacateras, el aumento de la actividad minera y su enorme impacto ecológico, la contaminación de cuerpos de agua por descargas urbanas e industriales, así como por el uso indiscriminado de pesticidas, o la muerte de animales causada por manejos inadecuados de residuos orgánicos e inorgánicos y sus lixiviados. Todas estas acciones tienen como común denominador el factor antrópico, cuyo desarrollismo tiene consecuencias lamentables en nuestra “Casa Común”, como la denominó el Papa Francisco en la Encíclica Laudato Si’.

¿Acaso lo anterior se relaciona con la forma en que percibimos y conceptualizamos la naturaleza? En el libro Naturalezas desiguales, la bióloga y antropóloga Leticia Durand analiza los discursos predominantes en México con respecto a la conservación de la naturaleza. ¿Por qué los discursos y no las prácticas? Porque desde el planteamiento que la autora adopta, naturaleza y biodiversidad no son preexistentes a su conocimiento -claro está que no significa un regreso al siglo XVIII a la tesis del obispo George Berkeley Esse est percipi- sino que son resultado de prácticas de significación, o lo que es lo mismo, de contextos particulares en los cuales se crean esas concepciones discursivas, que luego condicionarán las acciones, así como la forma de llevarlas a cabo.

Dado que son diversos los actores y grupos de interés que desde sus contextos construyen discursos, a veces contrapuestos entre sí, distintas naturalezas son producidas, y todavía más, como lo califica la autora desde el título: desiguales; adjetivo que, de entrada, invita a tener presente la Crítica del programa de Gotha, en cuya glosa Marx afirmaba que el trabajo no era la fuente de toda riqueza sino más bien la naturaleza, como verdadera fuente de los valores de uso, y en un grado semejante al trabajo humano que también es una fuerza natural. Pero además dentro del texto se explicita la inevitabilidad de construcciones discursivas atravesadas por relaciones de poder de tipo foucaultiano: el poder no sólo destruye, también produce formas de hablar y significar, de entender la realidad y de entenderse en ella. Esto es, no hay discursos inocentes ni objetivos, “las afirmaciones de la naturaleza dicen tanto sobre quien las elabora o manifiesta, sobre sus intereses y posturas políticas, como sobre la naturaleza en sí misma”.

El argumento principal del texto es desarrollado en cinco capítulos. En las primeras páginas la autora explica que, desde el postestructuralismo, la relación entre significante y significado es diferente, ya que no corresponde a un reflejo de la realidad pues “no está dada”, sino que responde a una construcción sociohistórica. La finalidad no es juzgar cuál discurso es mejor, sino explorar los patrones y las consecuencias que cada discurso tiene, y los efectos de verdad que generan.

Una vez establecido el marco de análisis, la autora pasa revista a diferentes concepciones de naturaleza: desde el medioevo, cuando se concebía que la naturaleza y el ser humano eran producto de la voluntad divina; para seguir por la idea mecanicista de la modernidad, la cual permeó en muchos viajeros y exploradores, pues suponía que a mayor conocimiento de las fuerzas de la naturaleza y de sus componentes, mayor poder predictivo y de aprovechamiento de sus elementos.

En términos epistemológicos la modernidad trastocó la visión de la naturaleza como contenedora del ser humano; en su lugar, éste -como si fuera un pintor frente a un paisaje- la observa desde fuera. La naturaleza es una realidad preexistente, es un obiectus para un sujeto. Más aún, durante la época colonial, lo natural se equipara con lo incivilizado, y en consecuencia debe ser dominado, o lo que es lo mismo: debe tener un dominus, un propietario con poder para extraer sus riquezas, y andando el tiempo, para artificializarla al grado de desconocerla, como sucedió con la industrialización. En contraparte, renació un romanticismo por los espacios deshabitados, wilderness.

Más recientemente el término que ha tenido una difusión y apropiación mayor ha sido el de biodiversidad, el cual fue mencionado por primera vez en un foro organizado por el Instituto Smithsoniano en Washington, y con mayor fuerza en Río en 1992. Es un concepto científico para referirse a la variedad de formas de vida en el planeta en diferentes escalas: genes, especies, poblaciones, comunidades y ecosistemas, y aparece coincidentemente 500 años después del “descubrimiento de América”, en un contexto de crisis por la degradación ambiental, misma que se conecta con el cambio climático.

Empero, de pronto algo cambia -una cuestión que hace relevante el título y sentido de la encíclica papal Laudato Si’-, pues la naturaleza como “Casa Común” deja de ser una preocupación, y en su lugar aparece la necesidad de alejar el avance depredador de la civilización deciertos espacios: hay áreas que pueden ser contaminadas, pero otras es mejor protegerlas. Este asunto será abordado del capítulo dos al cuatro, primero con un recuento histórico de las etapas por las que ha transitado la conservación en escala planetaria (capítulo dos), después identificándolas en los enfoques de la conservación de programas y políticas públicas en México (capítulo tres), y por último en la pequeña escala, aunque no menos importante, en las concepciones que tienen funcionarios e involucrados en proyectos de conservación en el país, muchos de ellos biólogos (capítulo cuatro). Durand sintetiza de manera interesante cuatro respuestas históricas a la pregunta ¿qué debe conservarse?

  1. En Estados Unidos, luego de la expansión industrial, se adoptó la política de proteger Parques Nacionales, como los de Yosemite (1864) y Yellowstone (1872). Alejar lo humano para protegerciertanaturaleza de su degradación, se tradujo en la expulsión de quienes con sus prácticas culturales habían contribuido a crear esas naturalezas. Estos grupos humanos modificaron sus dinámicas dejando de ser cazadores, recolectores, leñadores, agricultores y pastores, para convertirse en invasores, talamontes, cazadores furtivos, nos dice la autora.

  2. En la década de los ochenta del siglo pasado, la respuesta a la pregunta se centró en la protección de especies de macrofauna en peligro de extinción. Una de las estrategias fue la creación de áreas naturales protegidas, con ciertas zonas de transición o amortiguamiento entre lo permitido y lo protegido. Ese periodo, como se mencionó, coincidió con la celebración del V centenario del descubrimiento de América, entre cuyas consecuencias se encuentra la visibilización del mundo indígena, así como la revalorización de sus saberes ancestrales, de sus prácticas de bajo impacto ecológico, y de su comprensión cósmica de la naturaleza, como sugieren Víctor Toledo y Narciso Barrera enLa memoria biocultural(2008). Con ello, se comprendió que la exclusión de los habitantes de las áreas protegidas había tenido consecuencias sociales, pero también ecológicas: ¡las comunidades locales son creadoras de paisajes diversificados!

  3. Además, la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro no sólo fue el contexto en el que se habló de biodiversidad; también se habló de desarrollo sustentable, un eje rector para el diseño de políticas públicas que motivó un cambio desde el proteccionismo del ambiente, a una preocupación por el desarrollo humano. Una vez más: sin los grupos humanos que usan, habitan y aprovechan un ambiente, es imposible conservarlo. En México, como lo muestra Leticia Durand en el capítulo 3, desde la segunda mitad del siglo XX, y particularmente entre las décadas de los sesenta y setenta, Gonzalo Halffter y Arturo Gómez Pompa habían manifestado su oposición a los proyectos colonizadores como los del trópico húmedo, tanto por la degradación ambiental como por las consecuencias sociales que tenían. Efraím Hernández Xolocotzin y Ronald Nigh, entre otros más, demandaron también el rescate de los conocimientos indígenas.

  4. Una siguiente concepción es la que caracteriza la conservación neoliberal, a saber, la que busca conciliar la eficiencia del mercado con los objetivos de la preservación ambiental. De acuerdo con este discurso, la construcción de la naturaleza y su conservación como mercancía, a cambio de la cual se obtiene un pago, es una motivación más para que individuos, comunidades y las ONG, se preocupen por mantener y hasta mejorar las condiciones de ciertos manchones o áreas protegidas. Así, en lugar de volver ciertas tierras productivas, el pago por servicios ambientales, lo mismo que el ecoturismo, garantizan otra forma de aprovechamiento conservacionista, con “esquemas más rentables”.

  5. Es decir, desde otro punto de vista, en el mismo contexto histórico que venimos relatando, México se articula con fuerza en la economía global de corte neoliberal. De ahí que la otra cara de la moneda sea la de definir la naturaleza por su convertibilidad en dinero, esto es, como capital natural. Esto atrae inversionistas, organizaciones no gubernamentales, y aumenta el número de áreas protegidas en el país. Casi 15% del territorio nacional se encuentra bajo alguna figura de protección.

  6. Más recientemente, una vez reconocida la imposibilidad de restaurar los ecosistemas para retornar al estado prístino en que se encontraban -que es un discurso semejante al del wilderness-, los posnaturalistas buscan mejorar las condiciones de vida de agentes humanos y no humanos, dada la imposibilidad para establecer dónde comienza lo social y termina lo natural. Se trata de ensamblajes heterogéneos que de nueva cuenta invitan a pensar en la conexión entre lo local y lo global.

Una de las impresiones que queda de la narrativa desarrollada en los capítulos dos y tres, es que finalmente los diferentes discursos sobre la naturaleza y su conservación van transitando de una oposición entre el wilderness y el desarrollo, hacia modelos sustentables, “holistas”, soportados en una lógica del “ganar-ganar” donde tanto la biodiversidad como la sociedad y la economía se vean beneficiados.

El capítulo cuatro, basado en 52 entrevistas abiertas, realizadas entre 2009 y 2012 a personal involucrado en programas de conservación, en 33 diferentes instituciones, lo mismo públicas que privadas y organizaciones no gubernamentales, muestra cómo se aterrizan las concepciones previamente analizadas. Durand, haciendo uso de programas informáticos de análisis de datos cualitativos, sistematiza, identifica y luego propone la existencia de tres discursos de “lo que es conservación para quienes hacen conservación”: I) el que estima importante conservar la integridad ecológica, II) el que se interesa por conservar las relaciones con el entorno, y III) el enfocado en la viabilidad del desarrollo,que como se colegirá, es una combinación de las cuatro respuestas históricas al problema de la naturaleza, sobre todo de la segunda y la tercera ya reseñadas.

  1. Conservar la integridad ecológica, desde luego que es un discurso de especializados en biología y ecología, quienes conciben la naturaleza como una entidad objetiva, ante la cual hay que asumir actitudes éticas de responsabilidad y de salvaguarda de la biodiversidad. Desde esta perspectiva, una estrategia para conseguirlo es a través de las áreas naturales protegidas, que si bien no forman parte del esquema “no tocar” característico del preservacionismo de los parques nacionales ya referidos, nos pone en una compleja situación en la cual son los expertos en biodiversidad y conservación los que deben decidir “qué tocar” y hasta dónde tocar. En otras palabras, para quienes se ubican en este discurso, las comunidades locales tienen poco que decir al respecto.

  2. Conservar las relaciones con el entorno es una visión más representada por académicos y miembros de organizaciones no gubernamentales, con una fuerte veta antropológica, ya que en lugar de una preocupación por mantener ecosistemas, lo que hay que garantizar, según su visión, son las formas de interacción entre grupos humanos y sus territorios, ya que éstos son su sustento, pero a la vez las prácticas culturales, caracterizadas por la agrobiodiversidad y bioculturalidad, tienen efectos importantes en la naturaleza. Esto es, el uso y manejo que ciertos grupos hacen de la naturaleza contribuye a la creación de naturaleza, y de naturaleza artefactual. En este apartado Durand expone varios proyectos ubicados geográficamente del centro al sur de la República mexicana, que muestran la importancia del control local de los recursos naturales, algo que recuerda los planteamientos de Elinor Ostrom (2000).

  3. La conservación de la viabilidad del desarrollo está más representada por funcionarios, por ejemplo, los de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, con una tendencia más científica hacia la biodiversidad. Pero de manera interesante, hay un predominio del pragmatismo conservacionista: algo es importante en tanto es útil, y si se mantiene es porque contribuye al desarrollo; en consecuencia no es difícil suponer que esta forma de pensar se alinea con la comodificación de la naturaleza, el pago por servicios ambientales, pero también con la promoción del comercio justo, la compra de orgánicos o el ecoturismo. Una conclusión es que hay que incrementar el “capital natural”, hay que restaurar, la degradación sucede por ignorancia, y aunque no se dice se infiere que es “ignorancia local”; en consecuencia, deben ser los expertos los que deben establecer “qué tocar, qué conservar”, sin tomar en cuenta a los actores locales. El dato es revelador porque insinúa que esos mismos personajes desconocen procesos históricos relevantes para explicar por qué ciertos grupos, como los indígenas de Yellowstone, se volvieron “salvajes” que depredaban el wilderness, para no ir más lejos, a principios del siglo XVI por ejemplo.

En ese tenor, Durand concluye que mientras en nuestro país quienes toman las decisiones y están involucrados en la conservación, no consideren las condiciones sociales que producen el deterioro y olviden a los grupos humanos expuestos tanto a la degradación como a las iniciativas de conservación, los discursos seguirán produciendo y reproduciendo la desigualdad. Una manera de salir de este bucle es reconocer este hecho desde las propias concepciones y narrativas.

El libro es estimulante. Además, para estudiosos de fenómenos socioambientales y etnoecológicos, la selección acuciosa y abundante de bibliografía, vuelven el documento una referencia de cabecera. Un ligero reclamo a la metodología es que los indígenas y comunidades comprometidas con la producción de naturaleza, que son mencionados o inferidos en la exposición del argumento, sólo tengan voz en el documento a través de otros, es decir, siguiendo la lógica de las epistemologías representacionales. Pero por todo lo demás, se agradece que se compartan los resultados de un proyecto de investigación, así como la manera tan quirúrgica de esquematizar los diferentes discursos.

Referencias

Papa Francisco (2015). Laudato Si’. Carta encíclica sobre el cuidado de la casa común. Ciudad del Vaticano: Librería Editrice Vaticana. [ Links ]

Marx, Carlos (1875).Crítica del programa de Gotha. Recuperado dehttp://www.190.186.233.212/filebiblioteca/Ciencias%20Sociales/Karl%20Marx%20-%20Critica%20del%20programa%20de%20Gotha.pdfLinks ]

Ostrom, Elinor (2000).El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva .México: Fondo de Cultura Económica, 395 pp. [ Links ]

Toledo, Víctor M., y Barrera-Bassols, Narciso (2008). La memoria biocultural. La importancia ecológica de las sabidurías tradicionales. España: Icaria editorial, 232 pp. [ Links ]

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons