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Psicumex

versión On-line ISSN 2007-5936

Psicumex vol.12  Hermosillo ene./dic. 2022  Epub 30-Mayo-2022

https://doi.org/10.36793/psicumex.v12i1.392 

Artículos

Contacto y distancia social al narcotráfico en adolescentes rurales y urbanos

Contact and Social Distance to Drug Trafficking of Rural and Urban Adolescents

José Roberto González Navarro1 
http://orcid.org/0000-0002-0834-3222

Ma. del Rocío Figueroa Varela2  * 
http://orcid.org/0000-0003-0858-383X

1Universidad Autónoma de Nayarit

2Universidad Autónoma de Nayarit, Unidad Académica de Ciencias Sociales, Ciudad de la Cultura s/n, Tepic, Nayarit.


Resumen

La aceptación del narcotráfico deriva en un problema importante en México, pues es visto por amplios sectores como una oportunidad de ascenso social. El objetivo de la investigación fue comparar el grado de exposición y aceptación del fenómeno en adolescentes en sus espacios de socialización. La presente investigación, de tipo transversal y correlacional, comparó el contacto y distancia social al narcotráfico en dos grupos de adolescentes (urbanos y rurales) de Nayarit a través de la escala de proximidad psicosocial al narcotráfico. Los resultados indicaron menor distancia social con narcotraficantes en adolescentes rurales, patrones distintos en el contacto con producciones de narco-cultura y correlación positiva entre nivel de contacto, distancia social y contacto con información o producciones culturales del narcotráfico. Esto sugiere que, además de la interacción real con narcotraficantes, la exposición a la información y producciones relativas al narcotráfico influye en la intención de contacto con sus agentes

Palabras clave: adolescentes; distancia social; estudio comparativo; proximidad psicosocial; narcocultura

Abstract

The drug trafficking acceptance is an important problem in Mexico. It is seen, by broad sectors, as an opportunity for social mobility despite its consequences. The aim of this investigation was to compare the exposure and acceptance degree of the phenomenon in adolescents in their socialization spaces. The present cross-sectional, correlational research compared contact and social distance to drug trafficking in two groups of adolescents (urban and rural) in Nayarit, using the Psychosocial Proximity to Drug Trafficking Scale. The results showed less social distance with drug traffickers in rural adolescents; different patterns in contact with narcoculture productions and positive correlation between level of contact, social distance and contact with information or cultural productions of drug trafficking. This suggests that, besides current contact with drug traffickers, information and contact with productions related to drug trafficking could influence the intention to contact their agents

Key words: adolescents; social distance; comparative study; psychosocial proximity; narcoculture

Introducción

La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) describe al narcotráfico como la forma más lucrativa en que se manifiesta la delincuencia organizada internacional. Esta actividad se vincula con factores como la pobreza y la corrupción, desalienta la inversión extranjera y aumenta la desigualdad económica (UNODC, 2017), colocándose como fuente generadora de violencia que tiene costos humanos. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) reporta que en lo que va del siglo XXI el crimen organizado ha provocado las mismas muertes que todos los conflictos armados del mundo; así, el 19 % del casi medio millón de homicidios ocurridos en 2017 fue provocado por estos grupos. América Latina concentra el 37 % de las muertes ocurridas ese año (Kander, 2019; ONU, 2019).

En América Latina, el narcotráfico necesita ser analizado no solo desde los procesos de seguridad, sino abordar las políticas de los Estados, así como las relaciones de poder y costos de transacción de los crímenes para poder entender las sinergias y estructuras de los narcotraficantes (Niño et al., 2020). En Perú, por ejemplo, se está revisando la integración de funcionarios del Estado en las redes del narcotráfico, se habla incluso de “narcoindultos” en algunos niveles del gobierno con una doble moral de persecución y solapamiento (Zúñiga, 2020). Con esto se da cuenta de que no hay solo una vía para este problema.

Ahora bien, en México el panorama violento se refleja también en una escalada en la violencia; durante el sexenio de Felipe Calderón (2006 - 2012) las cifras por muerte violenta se incrementaron hasta alcanzar 27 213 para el 2011 (Proceso, 2013). Información del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) evidencia un posterior aumento en homicidios, pasando de 20 762 en 2015 a 35 954 en 2018 (INEGI, 2019). Datos de la organización Semáforo Delictivo indican que, del total de las muertes registradas durante 2018, el 80 % corresponden a ejecuciones relacionadas con grupos criminales, más concretamente con el narcotráfico (Miranda, 2019).

Para 2019, se dio un incremento acumulado en cuatro años de más del 70 % en la tasa de homicidios, pasando de 6.68 en 2015 a 11.59 homicidios por cada cien mil habitantes. Estas cifras superan ya a los datos de los años más sangrientos del sexenio del expresidente Felipe Calderón, donde la tasa más alta fue de 9.75 en 2011 (Ángel, 2019). Este aumento en la violencia se encuentra estrechamente asociada al aumento de los conflictos entre carteles de la droga por mercados locales (Infobae, 2019); situación que se presentó en el estado de Nayarit.

Para Hernández Cruz (2019), la violencia derivada del narcotráfico llegó a Nayarit en el 2009, a partir de una disputa territorial entre el cártel de Sinaloa y los Beltrán Leyva, la cual provocó 587 asesinatos en 2011. A pesar de que esta violencia fue disminuyendo en años posteriores, se consolidó en forma de historias de despojos, torturas, desapariciones forzadas, robos y una serie de violaciones a los derechos de la población. En el año 2017, las ejecuciones del crimen organizado finalizaron con un recuento extraoficial de más de 500 asesinatos. A estos hechos se suman una oleada de desapariciones y el descubrimiento de fosas clandestinas, que evidencian la huella del narcotráfico en Nayarit (Cancino, 2017; Dávila, 2018).

Sin duda, plantear la problemática del impacto social del narcotráfico permite advertir el alto derramamiento de sangre resultado del enfrentamiento entre cárteles y el estado. Es posible comprender la violencia del narcotráfico como consecuencia (y causa) en contextos donde las necesidades básicas no están cubiertas. De esta manera, el narcotráfico dialoga y se justifica a través de la violencia cultural y estructural en donde hay exclusión y vulnerabilidad.

A pesar de estas implicaciones, en el narcotráfico participan amplios sectores, pues representa oportunidades laborales e inclusión social. Esta actividad es percibida como rentable y se ha convertido en un modelo aspiracional para la juventud, que comienza a percibirla como una opción atractiva e incluso válida de trabajo, lo cual puede deberse a sus promesas de ascenso social, sea cual sea la actividad que se realice en el proceso. Aunque la realidad refleje todo lo contrario (Baca Zapata, 2017; Ovalle, 2010).

En el estudio realizado en Perú por García Durand y Quispe Motta (2020) en adolescentes escolarizados, se informa que el narcotráfico se ha normalizado y es parte de las expectativas y proyecto de vida de estos jóvenes aun siendo ilegal. Por otra parte, la investigación realizada por Rocha (2020) en Argentina da cuenta de que para los varones pertenecer a las redes narcotraficantes deriva en el consumo de sustancias ilícitas, violencia y muerte en un contexto precarizado. En otro estudio realizado en Colombia, Barceló Martínez (2007) expuso que el desplazamiento forzoso de comunidades producía pobreza y precarización de la salud entre los adolescentes, situación que fue aprovechada por los cárteles para integrar jóvenes a sus filas.

La Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) estima que en México hay por lo menos 30 000 menores que participan en la delincuencia organizada en actividades que van desde la extorsión y el tráfico de personas hasta la piratería y el narcotráfico (Comisión Interamericana de los Derechos Humanos [CIDH], 2015). La facilidad para reclutarlos, su utilidad para desempeñar funciones de apoyo, su obediencia y manejabilidad (Comisión Nacional de Derechos Humanos [CNDH] y Universidad Autónoma de México [UNAM], 2019) los convierte en un objetivo, atractivo y accesible, para estas organizaciones. Por lo tanto, son víctimas de la explotación del crimen organizado y de la violencia que opera desde la estructura social, alejándolos de la posibilidad de incorporarse a contextos favorables en el país (Baca Zapata, 2017). Por lo tanto, resulta primordial poner atención a los sectores en mayor desventaja, como es el caso de la ruralidad, en la cual viven más de la mitad de las personas en condición de pobreza extrema en el país, como lo advierte la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura en 2018.

La relación entre la ruralidad y el narcotráfico tiene su origen en las malas decisiones políticas que han desfavorecido a este sector. Algunos ubican su intensificación a partir del impacto negativo que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) trajo al sector agropecuario nacional. Por la imposibilidad de conseguir empleo en la ciudad y de acceder a la educación, los hijos de campesinos no encuentran otras alternativas más que migrar o involucrarse en el narcotráfico como una vía hacia el éxito (Hernández Navarro, 2009).

La migración en contextos rurales se coloca como una estrategia de subsistencia ante las dificultades económicas, las consecuencias del deterioro ambiental, la precariedad laboral y la falta de recursos y medios para las tareas agrícolas, características de estos entornos (Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria, 2018). El narcotráfico como ocupación no se desvía mucho de esta lógica de subsistencia, pues para el campesino mexicano resulta más económico y redituable comerciar marihuana y amapola que hacerlo con maíz (Fregoso, 2015).

A este panorama precario se suma la influencia sociocultural que ha provocado la actividad constante y progresiva del narcotráfico. Mondaca Cota (2014) observa que la presencia histórica del narcotráfico, que se extiende a más de un siglo en territorio mexicano, ha permeado en la estructura social y cultural del país, dando lugar a una diversidad de manifestaciones y componentes que han logrado configurar una narcocultura. Este fenómeno, de origen campirano en la sierra sinaloense, adquiere una identidad particular durante la década de 1940, pero es hasta la década de los años 80 donde, ya habiendo traspasado los límites de la ruralidad y a través de procesos de legitimación y deslegitimación, que la narcocultura se establece como una institución legítima (Sánchez Godoy, 2009).

¿Qué es la narcocultura?

La narcocultura puede ser entendida como un proceso sociocultural de expresiones asociadas al narcotráfico, que se desarrolla en paralelo a una cultura dominante y se expresa a través de la arquitectura, la vestimenta, música (narcocorridos) y mitos. Gira en torno a un universo simbólico y un sistema de valores dentro de los cuales destacan el honor, la valentía, la lealtad, protección, venganza, generosidad, hospitalidad, nobleza y prestigio; hábitos de consumo, como drogas, joyas, o demás objetos materiales; patrones de comportamiento que exacerban la búsqueda de poder, el hedonismo y el prestigio social; una visión fatalista y nihilista sobre la vida y formas diversas de objetivar el imaginario social (Mondaca Cota, 2014; Sánchez Godoy, 2009). Algunos de estos elementos son compartidos por personas vinculadas directa o indirectamente con el narcotráfico y se han popularizado debido a la interacción de los actores del narcotráfico con la sociedad (Ovalle y Giacomello, 2006; Reynoso González et al., 2018).

Un elemento importante en los contextos narcoculturales donde se desarrollan los jóvenes es el de la cercanía o el contacto con miembros del narcotráfico. Azaola (2014) observa que este contacto podría jugar un papel importante en la conducta criminal, por ejemplo, en zonas donde la intensidad de las actividades del narcotráfico es alta y/o el fenómeno ha permeado social y culturalmente. La realidad da cuenta de lo próximos que se encuentran los grupos delictivos de este sector. En una consulta realizada por el Instituto Federal Electoral (IFE) a 500 000 menores, se encontró que el 10 % en edad de 13 a 15 años han sido invitados a unirse al crimen organizado, además, se descubrió que esta invitación aumenta con la edad, que es mayor entre varones (13.5 %) que en mujeres (7.8 %), así como en quienes no asisten a la escuela (22 %) que en quienes sí lo hacen (10 %) (CIDH, 2015).

Implicaciones psicosociales de la narcocultura

Los diversos estudios sobre posicionamiento ante el narcotráfico y narcotraficantes en México coinciden en que suele existir una tendencia al rechazo hacia estos, lo cual es posible evidenciar en términos de intención de contacto con narcotraficantes, como en el caso del estado de Sinaloa (Moreno Candil, 2014; Moreno Candil y Flores Palacios, 2015); actitudes hacia el narcotráfico, mediante estudios en los estados de Sonora y Jalisco (Echevarría et al., 2014; Reynoso González et al., 2018); y en Tamaulipas, con investigaciones sobre representaciones sociales del narcotráfico (Almanza Avendaño et al., 2018) en distintas poblaciones. En este sentido, algunos estudios hechos en Nayarit sugieren que jóvenes y adolescentes identifican con claridad al narcotráfico como una actividad delictiva y transgresora (Becerra Romero, 2020; Hernández Cruz, 2019) cuyas consecuencias tienden a ser negativas incluso para quienes las realizan (Almanza Avendaño et al., 2018), trayendo consigo violencia, muerte o corrupción (Reyes-Sosa et al., 2017), calificándole como un problema de seguridad pública, reprobable e incluso como un crimen contra la juventud, documentado esto último en un estudio con la población de Tijuana (Ovalle, 2005).

A pesar de lo anterior, los resultados de estas investigaciones también reportan aspectos positivos o de aceptación relativa al narcotráfico. Ejemplo de ello es que no existe un consenso por parte de las poblaciones exploradas a evaluarlo desde una posición de rechazo absoluto o disociada de justificaciones económicas, sociales o de otro tipo, existiendo siempre matices donde la actividad se describe como un medio para obtener recursos económico-materiales y sociales, a pesar de sus aspectos negativos (Almanza Avendaño et al., 2018; Becerra Romero, 2020; Ovalle, 2005; Reyes-Sosa et al., 2017).

Estos resultados coinciden con otras investigaciones (Moreno Candil y Flores Palacios, 2015; Reynoso González et al., 2018) en las que se descubre cierta proporción de participantes que no rechazan categóricamente la actividad ni a sus agentes (en los términos de cada investigación). Por su parte, Moreno Candil y Flores Palacios (2015) encontraron que el contacto con narcotraficantes se correlaciona positivamente con una mayor aceptación de los narcotraficantes en términos de distancia social.

La distancia social, definida por Bogardus como los niveles de comprensión y simpatía existentes entre grupos sociales, mide la disposición o intención a interactuar o relacionarse con miembros del exogrupo, en este caso los narcotraficantes (Arteaga y Lara, 2004); esto indica que, a mayor contacto con narcotraficantes, mayor disposición a relacionarse con estos. Moreno Candil (2014) encuentra, además de la distancia social, otros elementos que se relacionan positivamente con el contacto con narcotraficantes, como los sentimientos de seguridad ante su cercanía y probabilidad de contacto con estos, y el contacto con información o producciones culturales del narcotráfico. La investigación sobre los efectos del contacto intergrupal en la percepción del exogrupo (narcotraficantes) es diversa (Bombelli et al., 2011; Fernández Rodríguez y Calderón Squiabro, 2014; Morgades-Bamba y Huici, 2013; Robles-Reyna et al., 2017; Senra-Rivera et al., 2008) y confirma el efecto positivo de dicho contacto en diferentes poblaciones y entre diversos grupos sociales. Un elemento de interés en Moreno Candil (2014) es la exposición y consumo de producciones culturales del narcotráfico, ya que, como señala, más allá del contexto sinaloense, la proximidad con el narcotráfico y narcotraficantes puede ser distinta y presentarse más el contacto con estas producciones.

En el estado de Nayarit -vecino estado de Sinaloa y, por ende, con vínculos socioculturales fuertes- donde es notorio el gusto por los narcocorridos (Becerra Romero, 2020), resulta relevante explorar el contacto con el narcotráfico por medio de la narcocultura. Por medio de los narcocorridos se difunde el discurso y los sucesos que acontecen en el narco, como los hechos violentos, y se enaltece el estilo de vida del narcotraficante y la pertenencia a grupos criminales como un medio para obtener bienes materiales y reconocimiento social, favoreciendo el carácter “positivo” (de éxito y triunfo) de seguir el camino del narcotráfico (Baca Zapata, 2017; Mondaca Cota, 2014; Reynoso González et al., 2018).

Becerra Romero y Hernández Cruz (2019) observan que ahí donde las instituciones tradicionales fallan, las industrias culturales se convierten en algo más que espacios de entretenimiento y pasan a ser referentes de los cuales tomar elementos para construir proyectos de vida. En el ámbito de la investigación del consumo y apropiación narcocultural, se sugiere que los narcocorridos, en estas condiciones, sirven como referentes para interpretar al narcomundo y adoptar un posicionamiento frente a este. Por medio de la narcocultura los jóvenes descubren elementos asociados al poder que pueden adoptar y reproducir para ganarse visibilidad en sus espacios, más allá del nivel económico, género y la participación o no participación en el narcotráfico.

Otros elementos importantes en la apropiación (narco)cultural, y posterior construcción identitaria, son los procesos comunicativos que se presentan en la socialización con los pares, donde se suscitan mecanismos que permiten dar sentido a los elementos culturales disponibles y convertirlos en referentes identitarios, es decir, referentes que les permitan definirse a sí mismos, interpretar la realidad y guiar su conducta (Mercado Maldonado y Hernández Oliva, 2010). Becerra Romero y Hernández Cruz (2019) coinciden en esto, pues afirman que los imaginarios en torno al tráfico de drogas derivan, además del contexto social, de elementos simbólicos que se producen y reproducen en la sociedad. De este modo, la narcocultura abarca narrativas sobre formas de vida, de interrelación y socialización que representan referentes identitarios de pertenencia a sectores transgresores.

El contacto con información o producciones del narcotráfico, y los procesos comunicativos que vehiculizan los elementos citados, puede estar favoreciendo una familiarización con el narcomundo, que se traduce en una mayor aceptación al narcotráfico y los narcotraficantes, como lo sugieren algunos estudios en donde se evidencia que un mayor conocimiento sobre un exogrupo y sus miembros se relaciona con actitudes más positivas y una mayor intención de contacto (Turner et al., 2007, citado en Morgades-Bamba y Huici, 2013; García Sicilia, 2016; García Jiménez et al., 2016).

A esto se suma que las significaciones sobre la narcocultura más evidentes para los jóvenes son aquellas que se asocian a su condición juvenil y de género estructurada por sus espacios de desarrollo, en la que se encuentran socialmente desfavorecidos e imposibilitados para salir del contexto adverso por medio de las instituciones tradicionales. Por lo tanto, se ven forzados al éxito personal y expuestos al valor social de las experiencias y aspiraciones producidas desde contextos de narcotráfico, en donde se destacan aspectos como el poder para acceder a experiencias emocionantes, comodidades, lujos, controlar y decidir sobre la gente y, principalmente, para posicionarse socialmente (Becerra Romero, 2020; Becerra Romero y Hernández Cruz, 2019).

Tras todo lo anterior, se delineó como objetivo de la investigación comparar el posicionamiento y aceptación al narcotráfico y narcotraficantes en conjunto con la distancia social, el contacto con sus productos culturales y con sus agentes, por parte de adolescentes, en dos contextos de Nayarit, uno rural y otro urbano.

Con los resultados de este trabajo se espera lograr una propuesta adecuada en cuanto al manejo de la percepción social del fenómeno, pues si bien la reducción de la distancia social puede ser vista como algo positivo cuando se refiere a menor prejuicio y discriminación, no es el caso cuando se refiere a mayor aceptación del narcotráfico (Moreno Candil, 2014; Moreno Candil y Flores Palacios, 2015). Aunque es fundamental garantizar el cumplimiento de los derechos de las y los menores de edad, la realidad nacional sugiere que estos no se benefician uniformemente de los desarrollos sociales, y son orillados a tomar decisiones que vulneran su propio desarrollo (CNDH, 2017). Por ello, visibilizar factores de riesgo asociados a su cotidianidad podrá impedir la reproducción y normalización de conductas violentas, así como la elaboración de estrategias de atención a las necesidades del sector adolescente en sus contextos de desarrollo, lo cual es una de las prioridades y retos que enfrenta el país en la actualidad (CNDH, 2017), especialmente en Nayarit, en donde los índices de violencia relacionada al narcotráfico se registran en aumento (Cancino, 2017; Dávila, 2018).

Metodología

La investigación adoptó un enfoque cuantitativo de tipo no experimental, con un diseño transversal de alcance comparativo de dos grupos muestrales (Hernández Sampieri et al., 2014).

Decisiones muestrales y criterios éticos

Se eligieron a conveniencia dos escuelas secundarias del estado de Nayarit: una escuela secundaria pública en contexto urbano de Tepic con 560 alumnos y una escuela secundaria pública en contexto rural, ubicada en la localidad de Mecatán, Municipio de San Blas, con 130 estudiantes. Se calculó un tamaño de muestra representativo de 95 % de significancia para ambas poblaciones, así se obtuvo un cálculo de 230 y 97 adolescentes urbanos y rurales, respectivamente. El tipo de muestreo fue no probabilístico incidental, incluyéndose a aquellos estudiantes de los que se obtuviera autorización para la realización de una investigación con menores de edad y el asentimiento informado para menores de edad; por ello, la muestra total integrada fue de 216 adolescentes, conformada por un grupo de 121 estudiantes urbanos y 95 participantes del área rural. Del total, 83 (38 %) fueron hombres y 109 mujeres (50 %), habiendo 24 casos en los que no se reportó el sexo por parte de los participantes. La edad promedio fue de 13 años (σ= 1.023), en un rango de 11 a 15 años, en 13 casos no se especificó edad; 77 (36 %) adolescentes cursan el primer grado de secundaria, 43 (20 %) el segundo y 96 (44 %) el tercero.

Instrumentos

Para analizar el contacto y la distancia social al narcotráfico, se emplearon 17 reactivos que corresponden a dos dimensiones de la escala de proximidad psicosocial al narcotráfico (Moreno Candil, 2014), de la cual Moreno Candil y Flores Palacios (2015) reportaron una fiabilidad de .851. Los primeros siete reactivos empleados corresponden a la dimensión de distancia social al narcotráfico (DDSN), la cual obtuvo una consistencia interna alta en este estudio (α= .914); y los diez siguientes a la de contacto con información o producciones culturales del narcotráfico (DCIPCN), que obtuvieron α= .869 de consistencia interna. Las opciones de los ítems de estas dimensiones se responden en una escala Likert que va de Nunca a Siempre (con valor de 0 a 5) para evaluar la frecuencia con que se presentan los sucesos que plantean.

La DDSN tiene por objetivo evaluar el nivel de intención de contacto con narcotraficantes; en otras palabras, mide la disposición a relacionarse, en los distintos espacios, con personas que se dediquen al narcotráfico. A mayor puntaje en sus ítems, mayor aceptación al contacto. La DCIPCN tiene por objetivo evaluar el nivel de contacto con información sobre el narcotráfico y productos del mismo. Es decir, qué tanto se tiene contacto con noticias y discusiones sobre el narcotráfico en los espacios de socialización, y con producciones del narcotráfico (como es el caso particular de los narcocorridos); es semejante a lo que se reconoce como narcocultura (Becerra Romero, 2020). Un mayor puntaje en los ítems de esta dimensión supone un mayor contacto con información o producciones culturales del narcotráfico (Moreno Candil, 2014; Moreno Candil y Flores Palacios, 2015).

También se empleó el ítem adicional de la escala, propuesto por Moreno Candil y Flores Palacios (2015), para evaluar el nivel de contacto con narcotraficantes, el cual tiene opciones de respuesta que van del 0 al 5 y se expresan en diversos niveles de contacto, del que se obtuvo una consistencia de α= .904, en este estudio.

Procesamiento de datos

Se utilizó el paquete estadístico SPSS v. 21 para el procesamiento de la información. Se sumaron los puntajes (que van de 0 a 5) obtenidos en los ítems de cada dimensión (DDSN y DCIPCN) y se dividió dicha sumatoria entre el puntaje máximo posible para cada una de ellas, siendo para la DDSN el puntaje máximo posible 35, y para la DCIPCN, 50; lo que resultó en un valor que va de 0 a 1, donde 0 equivale a nula proximidad, y 1, a total proximidad en los términos de cada dimensión. Así, se obtuvieron el índice de distancia social al narcotráfico (IDSN) y el índice de contacto con información o producciones culturales del narcotráfico (ICIPCN).

Para evaluar el nivel de contacto con narcotraficantes (NCN), inicialmente los resultados con puntuación en 0 se consideran contacto nulo; 1, 2 y 3, contacto moderado; y, 4 y 5, contacto alto, de acuerdo al procedimiento identificado por Moreno Candil (2014). Sin embargo, para fines prácticos, los resultados se dividieron en quienes reportaron nula proximidad al narcotráfico (= 0) y aquellos con algún grado de proximidad (> 0).

Al no cumplir los datos con una distribución normal, se realizaron pruebas no paramétricas para determinar diferencias intergrupales en los resultados, utilizándose la U de Mann Whitney para muestras independientes, comparando las medianas (Me) de los índices y los rangos promedio (RP) de las puntuaciones en ítems (Rivas-Ruíz et al., 2013). Se realizaron algunos análisis descriptivos y el cálculo del tamaño del efecto para las diferencias estadísticamente significativas, utilizando la prueba de probabilidad de superioridad estadística (PS est ) (Caycho et al., 2016), que se interpretó siguiendo la clasificación incluida en Erceg-Hurn y Mirosevich (2008): efecto nulo (≤ = 0.50), pequeño (≥ 0.56), mediano (≥ 0.64) y grande (≥ 0.71).

Para el nivel de contacto al narcotráfico, se utilizó la prueba de chi cuadrada y se empleó la prueba rho de Spearman para encontrar correlaciones entre las variables, la cual no exige criterios de distribución normal (Mondragón Barrera, 2014) y se tomó en cuenta para su interpretación la clasificación contenida en Hernández Sampieri et al. (2014) para indicar la fuerza de la correlación.

Resultados

Tras dicotomizar los índices de cada dimensión, para que los puntajes señalaran a quienes reportaron nula proximidad al narcotráfico (en 0) y a aquellos con algún grado de proximidad (> 0), se encontró que el 48 % de los adolescentes no rechazó el contacto con narcotraficantes y el 98 % tuvo algún grado de contacto con información o producciones culturales del narcotráfico (ver Tabla 1). La evaluación en NCN indicó que el 30.6 % de los adolescentes expresaron un contacto moderado, mientras que sólo el 3.2 % un contacto alto, y más de la mitad (66.2 %) reportaron no tener ningún tipo de contacto con narcotraficantes.

Tabla 1 Proporciones de adolescentes con distancia social o contacto con narcotraficantes y producciones culturales sobre el narcotráfico 

IDSN

ICIPCN

Rechazo total (= 0) No rechazo (> 0) Total Contacto Nulo (= 0) Algún grado (> 0) Total
% 51.4 48.6 100 1.4 98.6 100
f 111 105 216 3 213 216
Nivel de Contacto con narcotraficantes

Nulo M Moderado Alto Total

% 66.2 30.6 3.2 100 %

f 143 66 7 216

Nota: f = frecuencia. IDSN= índice de distancia social al narcotráfico; ICIPCN= índice de contacto con información o producciones culturales del narcotráfico.

Fuente: elaboración propia.

Contrastes entre estudiantes urbanos y rurales

Dado el objetivo de la investigación de comparar dos tipos de estudiantes, se realizó la búsqueda de diferencias significativas en los puntajes índice entre adolescentes rurales y urbanos, lo cual arrojó que estas existen en el IDSN, siendo los primeros (adolescentes rurales) quienes reportaron una mayor aceptación al contacto con narcotraficantes (Me Rurales (n= 95) = .0286; Me Urbanos (n= 121) = .000; U= 4833.5; p= .031). Sin embargo, el tamaño del efecto para esta diferencia es nulo (PS est = 0.42), lo cual evidencia que sí hay más adolescentes rurales que tienen mayor aceptación al narcotráfico, pero no es relevante la diferencia con respecto a los adolescentes urbanos.

Respecto al ICIPCN, no se encontraron diferencias significativas entre ambos grupos (Me Rurales (n= 95) = .3800; p= .882; Me Urbanos (n= 121) = .3600; U= 5680; p= .882; PS est = 0.49), esto significa que los dos grupos tienen el mismo acercamiento a las producciones culturales relacionadas al narcotráfico.

La búsqueda de diferencias significativas entre las respuestas de los ítems de las dimensiones arrojó, según se muestra en la Tabla 2, que en los siguientes ítems de la dimensión de distancia social al narcotráfico sí hay estas diferencias: “Me agradaría conocer a alguien…” (Rp Rurales = 116.68; Rp Urbanos = 102.07; p= .042) y “Aceptaría que un familiar se dedicara…” (Rp Rurales = 117.66; Rp Urbanos = 101.31; p= .012). En ambos casos, los rangos promedio más altos correspondieron a los adolescentes rurales, lo cual indica que aceptan más su contacto social al narcotráfico en esos indicadores.

En relación a la DCIPCN, que es la dimensión en donde se evalúa qué tanto están cercanos a producciones de la narcocultura, se encontraron diferencias estadísticamente significativas en los ítems “Me gusta leer acerca…” (Rp Rurales = 98.96; Rp Urbanos = 115.99; p= .041), “Mi familia platica sobre…” (Rp Rurales = 96.11; Rp Urbanos = 118.23; p= .008), “En mi ciudad se habla acerca…” (Rp Rurales = 93.71; Rp Urbanos = 120.12; p= .002), siendo los adolescentes urbanos los que puntuaron más alto, a excepción del ítem “Yo escucho narcocorridos” (Rp Rurales = 119.36; Rp Urbanos = 99.97; p= .017), no obstante,

también se encuentra un tamaño del efecto nulo (PS est ≤ = 0.50) para estas diferencias (ver Tabla 2).

Tabla 2 Diferencias entre adolescentes urbanos y rurales en la Distancia Social al Narcotráfico (DSN) y el Acercamiento la narcocultura (DCIPCN) 

Dimensión

Ítem

RpUrbanos (n= 121)

RpRurales (n= 95)

U

z

PSest

DDSN

Me agradaría vivir en la misma colonia que un narcotraficante.

107.28

110.05

5600

-0.499

0.49

Me agradaría que un amigo se dedicara al narcotráfico.

108.01

109.12

5688

-0.189

0.49

Me agradaría que mi pareja se dedicara al narcotráfico.

105.14

112.78

5341

-1.812

0.46

Me agradaría conocer a alguien que se dedique al narcotráfico.

102.07

116.68

4970

-2.037*

0.43

Me agradaría vivir en la misma ciudad que un narcotraficante.

105.66

112.12

5404

-0.1013

0.47

Aceptaría ser vecino de un narcotraficante.

103.43

114.96

5133

-1.709

0.45

Aceptaría que un familiar se dedicara al narcotráfico.

101.31

117.66

4877

-2.512*

0.42

DCIPCN

Me gusta leer acerca del narcotráfico.

115.99

4841

-2.043*

0.42

En mi casa escuchan narcocorridos.

103.03

115.47

5085.5

-1.535

0.44

Mi familia platica sobre el narcotráfico.

118.23

96.11

4570

-2.657**

0.40

Me gusta hablar sobre el narcotráfico.

108.9

107.99

5699.5

-0.11

0.50

Yo escucho narcocorridos.

99.97

119.36

4715

-2.376*

0.41

En mi ciudad se escuchan narcocorridos.

112.68

103.18

5242

-1.137

0.46

En la colonia que vivo se escuchan narcocorridos.

107.19

110.17

5588.5

-0.354

0.49

Mis amigos platican sobre el narcotráfico.

104.73

113.31

5291

-1.03

0.46

Me gusta escuchar o ver noticias sobre el narcotráfico.

107.24

110.1

5595.5

-0.339

0.49

En mi ciudad se habla acerca del narcotráfico.

93.71

4342

-3.140**

0.38

Nota: *p≤ .05; **p≤ .01.

Fuente: Elaboración propia.

Los contrastes en el nivel de contacto con el narcotráfico (NCN) no reflejan diferencias significativas entre un grupo y otro, resultando con proporciones muy similares: contacto nulo: urbanos= 66.8 %, rurales= 65.3 %; contacto moderado: urbanos= 30.6 %, rurales= 30.5 %: contacto alto: urbanos= 2.5 %, rurales= 4.2 %.

Por otro lado, los contrastes entre los índices arrojaron (tabla 3) que los adolescentes con algún grado de contacto con narcotraficantes son quienes puntuaron más alto en IDSN e ICIPCN (IDSN: U= 3416; Me GCN Nulo = .000; Me GCN Alguno = .0571; p= .000; PS est = 0.33; ICIPCN: U= 2497.5; Me GCN Nulo = .3000; Me GCN Alguno = .5000; p= .000; PS est = 0.24); y los que no rechazaron el contacto puntuaron más alto en ICIPCN (U= 3249; Me Rechazo total(n= 111) = .3000; Me No rechazo(n= 105) = .4600; p= .000; PS est = 0.29). El tamaño del efecto (PS est ) obtenido para estas diferencias significativas fue nulo (PS est ≤ = 0.50).

Tabla 3 Porcentaje de adolescentes por nivel de contacto al narcotráfico y su Índice de Distancia Social al Narcotráfico y el Índice de contacto con producciones culturales relacionadas a la narcocultura 

IDSN* ICIPCN

Rechazo total (= 0) No rechazo (> 0) Total Contacto nulo (= 0) Algún grado (> 0) Total
NCN Nulo (= 0) % 61.5 38.5 100 2.1 97.9 100
f 88 55 143 3 140 143
Alguno (> 0) % 31.5 68.5 100 0 100 100
f 23 50 73 0 73 73

Nota: *p≤ .001, Phi= 0.284. NCN: nivel de contacto al narcotráfico; IDSN: índice de distancia social al narcotráfico; ICIPN: índice de contacto con información o producciones culturales del narcotráfico.

Fuente: Elaboración propia.

Asociaciones de variables relacionadas a la aceptación del narcotráfico

La búsqueda de relación entre las variables arrojó una correlación media positiva y significativa (Hernández Sampieri et al., 2014) del NCN con el IDSN (rho= .321; p= .000) y el ICIPCN (rho= .436; p= .000). Además, fue posible advertir una correlación media positiva más importante entre el IDSN y el ICIPCN (rho= .448; p= .000). Las demás correlaciones no resultaron significativas.

En cuanto al nivel de contacto con narcotraficantes (NCN), tras analizarse con la prueba chi cuadrada, se encontró que del total de adolescentes que reportaron algún grado de contacto con narcotraficantes (f= 73), el 68.5 % no rechazó el virtual contacto con estos; en contraste, del total de adolescentes que no reportaron contacto alguno (f= 143), el 38 % no rechazó el virtual contacto (X 2 = 17.448; p= .000; Phi= 0.284) (ver Tabla 3), lo que se interpreta como una mayor proporción de aceptación en aquellos adolescentes con algún tipo de contacto social con narcotraficantes.

Aunque el 100 % de quienes sí reportaron grado de contacto reportó también algún grado de contacto con información o producciones del narcotráfico, los datos no muestran diferencias significativas entre ellos (X 2 = 1.553; p= .288; Phi= 0.085); la exposición a estos elementos de la narcocultura fue una constante independientemente del grado de contacto con narcotraficantes.

Discusión

El objetivo del estudio se centró en comparar dos grupos de adolescentes, uno habitante en un contexto rural y otro en uno urbano. El análisis de resultados permite apreciar que los puntajes en los índices no resultaron ser altos en ambos grupos, y en el caso de la distancia social, fueron relativamente bajos. Esta tendencia al rechazo al narcotráfico ya ha sido observada con anterioridad en estudios sobre distancia social (Moreno Candil, 2014; Moreno Candil y Flores Palacios, 2015) y sobre actitudes hacia el narcotráfico (Reynoso González et al., 2018) en adultos y jóvenes, coincidiendo así los resultados con los presentados en este estudio.

Es necesario reflexionar el papel que jugó la deseabilidad al contestar los reactivos en distancia social al narcotráfico y contacto con los narcotraficantes, ya que se tiene evidencia de estudios sobre representaciones sociales en los que jóvenes y adolescentes identifican con claridad que la actividad del narcotráfico es un delito que se diversifica en otras actividades delictivas, cuyas consecuencias tienden a ser negativas incluso para quienes las realizan (Almanza Avendaño et al., 2018), trayendo consigo violencia, muerte o corrupción (Reyes-Sosa et al., 2017), calificándole como un problema de seguridad pública reprobable e incluso como un crimen contra la juventud (Ovalle, 2005).

Al respecto, algunos investigadores sugieren que la imagen negativa del narcotráfico puede tener una función defensiva de la propia imagen en los adolescentes, colocando al “nosotros” como los buenos, y al “ellos” (los narcotraficantes) como los malos (Almaza et al., 2018). Otro factor que pudo haber influido es que el estudio se realizó en adolescentes escolarizados, lo cual representa un factor protector ante la influencia del narcotráfico y la narcocultura (Reynoso González et al., 2018).

A pesar de esta tendencia al rechazo, los resultados indican que el 48 % de todos los adolescentes no rechazaron el contacto con narcotraficantes y el 98 % expresaron haber tenido algún grado de contacto con información o producciones del narcotráfico y hay un claro señalamiento de que los adolescentes, independientemente de donde vivan, tienen contacto con grupos asociados a esta actividad o, más aún, que están inmersos en producciones culturales en donde se normaliza el hablar, discutir o incluso aceptar esta actividad.

Por un lado, los adolescentes rurales manifestaron una mayor disposición general a aceptar el contacto con narcotraficantes, particularmente en la disposición a conocer a un narcotraficante y aceptar que un familiar se dedicara al narcotráfico, además de un patrón mayor de consumo de narcocorridos que los del contexto urbano. Por su parte, los urbanos se caracterizaron por una menor disposición general a aceptar el contacto con narcotraficantes, con patrones más acentuados en el contacto con información sobre el narcotráfico a modo de predilección por leer sobre el tema, de exposición a pláticas en la familia y en su entorno más amplio sobre el narcotráfico.

Estas diferencias en distancia social radican en que existen distintas formas de significar al narcotráfico en los contextos rural o urbano. En este sentido, Becerra Romero (2020) y Becerra Romero y Hernández Cruz (2019) afirman que las significaciones que los jóvenes tienen sobre la narcocultura se encuentran en relación estrecha con su condición juvenil y de género estructurada por los entornos en que se desarrollan. En contextos desfavorecidos socialmente, donde los jóvenes se encuentran imposibilitados a salir adelante mediante las instituciones tradicionales y expuestos al valor social de las aspiraciones producidas por el narcotráfico, suelen existir significaciones sobre la narcocultura que destacan las comodidades, lujos y, sobre todo, posicionarse socialmente (Becerra Romero, 2020; Becerra Romero y Hernández Cruz, 2019). En este orden de ideas, cobra relevancia que sean los adolescentes rurales quienes más consumen narcocorridos personalmente y pudiera ser indicio de que estos elementos están influyendo en su acercamiento a esta actividad, independientemente de que se conozcan los riesgos de la misma.

La correlación positiva entre el IDSN y el ICIPCN sugiere una generalización en la influencia que tiene el contacto con información y productos culturales del narcotráfico. En la narcocultura, los jóvenes descubren elementos asociados al poder que pueden adoptar y reproducir para ganar visibilidad en sus espacios, algo que va más allá del nivel económico, género y la participación o no participación en el narcotráfico, y que tiene que ver más con el deterioro de las instituciones tradicionales, hecho que convierte a las industrias culturales en referentes para proyectos de vida situados en contextos de violencia.

Por otro lado, la correlación media positiva entre el NCN, el IDSN y el ICIPCN coincide con los resultados de Moreno Candil (2014) y Moreno Candil y Flores Palacios (2015), así como con los estudios sobre los efectos del contacto intergrupal en la medida en que este se asocia a la disminución de la distancia social, el prejuicio y el rechazo exogrupal (Bombelli et al., 2011; Fernández Rodríguez y Calderón Squiabro, 2014; Morgades-Bamba y Huici, 2013; Robles-Reyna et al., 2017; Senra-Rivera et al., 2008) y al aumento de la proximidad psicosocial (Moreno Candil, 2014).

Los resultados concuerdan con los informados por Moreno Candil (2014) en la medida en que un mayor contacto con narcotraficantes se relaciona con mayor disposición para aceptar relacionarse con estos y, a la vez, con un mayor contacto con información o producciones asociadas al narcotráfico. Si bien no se puede establecer causalidad, (Moreno Candil, 2014; Moreno Candil y Flores Palacios, 2015) este fenómeno se explica por medio del contacto prolongado con narcotraficantes, como ha sucedido en Sinaloa, entidad vecina a Nayarit y con gran coincidencia de rasgos culturales como se mencionó anteriormente.

Los hallazgos sugieren que el contacto con el fenómeno del narcotráfico puede existir no sólo en función del contacto con narcotraficantes y la narcocultura, también deriva de los procesos comunicativos cotidianos en donde se atribuye sentido a las narrativas que abarca la narcocultura, convirtiéndolas en referentes para interpretar la realidad, guiar la conducta y definirse como individuos (Becerra Romero y Hernández Cruz, 2019; Mercado Maldonado y Hernández Oliva, 2010).

Ahora, ¿Es posible entonces que la calidad o carácter de la información o contenidos que se consumen respecto al narco incida directamente en la aceptación al contacto con narcotraficantes? O específicamente: ¿pueden esta información y producciones estar aumentando el conocimiento (positivo) sobre los narcotraficantes y sus actividades, y, por lo tanto, estar contribuyendo a la disposición al contacto?

Investigaciones como la de Turner et al. (2007, citado en Morgades-Bamba y Huici, 2013), García Sicilia (2016) y García Jiménez et al. (2016) brindan evidencia que confirma que, a mayor conocimiento sobre el exogrupo y sus miembros, mayores actitudes positivas y una mayor intención de contacto. Por su parte, se encuentra también que los procesos de consumo y apropiación narcocultural funcionan como medios para interpretar el narcomundo y resaltar su carácter positivo (Becerra Romero y Hernández Cruz, 2019; Mondaca Cota, 2014; Reynoso González et al., 2018).

Este tipo de contacto con el fenómeno del narcotráfico podría complementar los efectos del contacto directo, brindando elementos que inciden en la representación y, por lo tanto, promoviendo actitudes positivas entre los adolescentes, para quienes juega un papel importante la apropiación de repertorios culturales, valores, normas, creencias, y pautas comportamentales (Mercado Maldonado y Hernández Oliva, 2010). Bajo estos supuestos, cobra suma importancia prestar atención a la calidad o carácter de la información que los jóvenes consumen respecto a las actividades delictivas y sus consecuencias; y desde luego, a la oferta cultural disponible que afecta sus proyectos de vida.

El presente estudio cuenta con varias limitaciones, entre las que se encuentra el tamaño y la falta de representatividad de la muestra, pues el estudio se realizó sólo comparando dos centros educativos. Por esta razón, no se pueden generalizar los resultados a toda la población. Además, se realizó con financiación propia, por lo que estuvo limitada en tiempo y recursos que hubiesen contribuido en un desarrollo investigativo más extenso. Respecto a la herramienta para recolección de datos, al centrarse en aspectos particulares asociados a distancia social, contacto real o virtual con narcotraficantes, deja de lado otros que podrían complementar las respuestas dadas. Esto podría solventarse con otras técnicas o análisis sobre representaciones sociales, actitudes, el consumo, apropiación y significación de elementos narcoculturales (Almanza Avendaño et al., 2018; Becerra Romero, 2020; Becerra Romero y Hernández Cruz, 2019; Echevarría et al., 2014; Ovalle, 2005; Reyes-Sosa et al., 2017) cuyas aproximaciones pueden utilizarse para integrar un enfoque más extenso que complemente los vacíos del presente estudio.

A pesar de las limitaciones de este estudio, se invita a reflexionar en los resultados y su importancia relativa, más allá del nivel de los puntajes, de la significancia estadística y el tamaño del efecto, a la luz de las aportaciones de otros estudios pasados o futuros. También se invita a reflexionar sobre el 3 % de adolescentes de esta muestra que reportaron un contacto alto con agentes del narcotráfico y que quizás sean los más proclives a integrarse a esta actividad de riesgo. Finalmente, desde los estudios de la psicología social en el contexto universitario nayarita, este trabajo contribuye a generar propuestas, intervenciones y políticas que coadyuven a generar nuevos escenarios sociales; puesto que aporta evidencia sobre la influencia de la exposición a la narcocultura respecto a la disposición al contacto con los narcotraficantes

Conclusiones

En la presente investigación, se evalúo el contacto y la distancia social al narcotráfico en adolescentes de una zona urbana y otra rural del estado de Nayarit. Los resultados de los contrastes intergrupales indican que los adolescentes rurales tienen una mayor disposición general a aceptar el contacto con narcotraficantes, principalmente, en la disposición a conocer a un narcotraficante y aceptar que un familiar se dedicara al narcotráfico, además de un mayor consumo de narcocorridos. Los adolescentes urbanos se caracterizaron por una menor disposición general a aceptar el contacto con narcotraficantes, pero con una mayor tendencia a informarse y conversar acerca del tema con las personas de su entorno. Sin embargo, se obtiene un nulo tamaño del efecto entre las diferencias.

Se propone que la información y producciones de la narcocultura, como lo son los narcocorridos y la información que se socializa en los procesos comunicativos e identitarios, son consumidas, apropiadas y resignificadas de maneras distintas por los adolescentes según los contextos urbanos o rurales donde se desarrollan, deviniendo en posicionamientos ante el narcotráfico distintos, expresados, por ejemplo, en mayor o menor distancia social. De esta manera, se deja a futuros trabajos indagar en este campo de investigación con enfoques mixtos y la variedad de técnicas que existen para complementar las aproximaciones sobre el posicionamiento ante el narcotráfico.

Se resalta la importancia de investigar la imagen construida por los sectores vulnerables sobre actividades delictivas, partiendo del compromiso que como investigadores y sujetos sociales se tiene hacia nuestros contextos, con la finalidad de identificar factores facilitadores de conductas riesgosas para su integridad y desarrollo, así como la creación de políticas públicas para impedir la reproducción y normalización de conductas violentas que tanto sufrimiento provocan directa o indirectamente en la sociedad.

Conflicto de intereses

Se declara no tener ningún conflicto de intereses.

Financiamiento

La investigación estuvo financiada con recursos propios.

Agradecimientos

Agradecemos a las autoridades escolares por las facilidades para el estudio, así como a los grupos de adolescentes que participaron con interés y disponibilidad.

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Cómo citar este artículo: González Navarro, J. R., & Figueroa Varela, M. del R. (2022). Contacto y distancia social al narcotráfico en adolescentes rurales y urbanos. Psicumex, 12(1), 1-19, e392. https://doi.org/10.36793/psicumex.v12i1.392

Recibido: 15 de Septiembre de 2021; Aprobado: 02 de Noviembre de 2021; Publicado: 01 de Abril de 2022

*Autor para correspondencia: Ma. del Rocío Figueroa Varela. rocio.figueroa@uan.edu.mx

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