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México y la cuenca del pacífico

versión On-line ISSN 2007-5308

Méx.cuenca pac vol.9 no.27 Guadalajara sep./dic. 2020  Epub 22-Dic-2020

https://doi.org/10.32870/mycp.v9i27.710 

Opinión invitada

La relación China-Estados Unidos en el contexto de la COVID-19

The China-United States relationship in the context of COVID-19

Roberto Hernández Hernández1 
http://orcid.org/0000-0002-9145-5865

1Universidad de Guadalajara, Departamento de Estudios Internacionales del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades. Av. Parres Arias 1045, Col. Belenes, Zapopan, Jalisco, México. Correo electrónico: rhernand@csh.udg.mx


El sorpresivo surgimiento del coronavirus está planteando enormes desafíos a los líderes mundiales, así como al resto de la sociedad internacional. Los más significativos se centran en la salud pública, la reactivación de las actividades económicas sin poner en peligro la vida de las personas, la adquisición de insumos médicos ante la escasez en la oferta mundial, y el descubrimiento y distribución de una cura o vacuna contra el virus. Frente a esta emergencia de alcance mundial con efectos previsibles, las manifestaciones de política pública global más evidentes de Estados Unidos y China han sido la competencia y la acusación mutua sobre el origen y la dispersión del virus. La cooperación internacional como uno de los bienes públicos fundamentales es muy contrastante en ambos países; en el caso de Estados Unidos es prácticamente inexistente, y en el de China se caracteriza por la donación y venta de equipos médicos básicos con un amplio despliegue propagandístico.

En las semanas recientes los medios de comunicación han dado una amplia cobertura a las acusaciones de varios actores internacionales sobre el origen del coronavirus, la causa de su dispersión y las políticas erróneas para hacerle frente, con el claro intento de evadir responsabilidades. El hecho es que la desinformación y los sentimientos negativos (la confrontación) sólo agravan el problema, en lugar de solucionarlo. Esto está quedando claro en los casos de Estados Unidos y China, que en lugar de propugnar la cooperación para solucionar el problema del coronavirus, están dañando a su propia población y al resto del mundo.

Con anterioridad a la actual administración estadounidense, durante hace varios decenios, líderes de Estados Unidos y de China habían elegido el camino del acercamiento y la búsqueda de intereses complementarios, los cuales habían reportado resultados beneficiosos para ambos. Esta estrategia logró un cierto equilibrio entre la competencia y la cooperación para propiciar una coexistencia saludable y de beneficio mutuo, a pesar de las diferencias entre los dos países.

Antes del estallido del coronavirus las relaciones entre Estados Unidos y China habían estado bajo fuerte tensión debido a la guerra comercial que se había extendido al terreno de la tecnología. Unos días antes de conocerse el problema del coronavirus, ambos países habían logrado la firma de la “fase uno” de un acuerdo comercial y la facilitación para la realización de inversiones. Sin embargo, el brote del coronavirus creó las condiciones para tensar de nuevo las relaciones bilaterales, la falta de seriedad de las acusaciones al convertir el tema en una nueva bandera de campaña del presidente Trump.

La de China ha sido una respuesta similar, aunque frecuentemente con argumentos sin sustento. Sin embargo, las falsas interpretaciones sobre el origen y el desarrollo de la pandemia de COVID-19 no han sido externadas solamente en China; en el exterior, los medios de comunicación han dado cuenta de justificaciones sesgadas y erróneas por parte de Estados Unidos y otros actores importantes del sistema internacional. Por ejemplo, es un hecho que el brote del coronavirus se dio en la ciudad china de Wuhan y que el gobierno central de China inicialmente manejó mal el brote del virus al retrasar su respuesta durante semanas y retener la información durante algunos días; sin embargo, los errores en la forma de enfrentar la pandemia por parte de la mayoría de los países, en especial Estados Unidos, no es imputable a China. Beijing, por su parte, una vez que dimensionó el alcance del problema de salud pública, enfrentó la pandemia con medidas draconianas, las cuales han sido criticadas pero que han demostrado su efectividad.

Funcionarios de Estados Unidos y de China han preferido lanzar acusaciones mutuas sobre el origen y los efectos del coronavirus, haciendo a un lado las posibilidades de cooperación para resolver el problema de la pandemia en los niveles nacional, regional y mundial. En Washington las impugnaciones incluyen los rumores frecuentes y la filtración selectiva hacia los medios de comunicación y comentaristas en particular, que señalan que el patógeno comenzó en un laboratorio de armas biológicas; Beijing, por su parte, se ha defendido con la versión fantástica de que el ejército de Estados Unidos pudo haber llevado el virus a los juegos militares internacionales en Wuhan.

Con el objetivo de contrarrestar la imagen negativa que sobre China se ha difundido en los medios masivos, China está llevando a cabo una estrategia de cooperación internacional con el envío de equipo médico hacia el resto del mundo. Estas acciones corresponden con la política de apertura y de ayuda internacional que Beijing ha venido aplicando en los últimos decenios. Aunque algunos países, incluyendo a Estados Unidos, consideran que estos esfuerzos de China por ayudar a los países que necesitan desesperadamente de equipo médico es un nuevo intento por ganar preeminencia y ampliar la influencia maliciosa de China en el mundo.

En el caso del coronavirus la reacción generalizada del resto de los países se ha centrado en una visión nacionalista, impulsando la competencia en lugar de la cooperación, situación que han manifestado de manera fehaciente y emotiva los representantes de los organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Específicamente, Estados Unidos ha tenido grandes pérdidas en vidas humanas, y económicas debido a la actitud de incredulidad ante la COVID-19 y el desprecio por las instituciones internacionales que han advertido de sus consecuencias. Y no es sorpresa ahora, como no lo ha sido en otras ocasiones, que la administración Trump prefiera culpar a otros por su negligencia e interés en desconocer las dimensiones del problema de salud pública.

Es obvio que tanto para Estados Unidos como para China la salud pública, el bienestar económico y la seguridad nacional están fuertemente entrelazados. La cooperación debe predominar sobre las diferencias y las confrontaciones que, si bien podrían reportar beneficios personales o grupales, perjudican a los ciudadanos de ambas naciones e inciden sobre el resto de la comunidad internacional.

Las contradicciones entre Washington y Beijing han incrementado la presión sobre los organismos internacionales, en especial sobre la OMS. Por un lado, la administración de Estados Unidos prefiere enfocarse en atender aspectos particulares de la perspectiva político-electoral, que atender las necesidades urgentes de hoy. Y la diplomacia de la ayuda médica internacional, con el envío de equipos de sanidad y personal médico con un alto despliegue propagandístico no contribuye a reducir la tensión. En ambos casos se minimizan las posibilidades de cooperación, que podría reducir los tiempos y los costos en vidas humanas y económicos en beneficio de millones de seres humanos.

La OMS ha quedado atrapada en la controversia Estados Unidos-China sobre el coronavirus y se ha convertido en tema de la lucha política por la presidencia de Estados Unidos. La negligencia o complicidad de la Organización y su Director sobre el surgimiento del coronavirus y su difusión, ha sido documentada por algunos medios informativos internacionales; circunstancia que ha utilizado el presidente Trump para incluirlo como tema de su campaña por la reelección, iniciando, además, las gestiones para retirar (después de 72 años) a Estados Unidos de este organismo. Joe Biden, por su parte, se propone desconocer esta iniciativa si obtuviera el triunfo en las elecciones de noviembre próximo. Al margen de lo que pudiera suceder en un año -dado que la separación tendría vigencia hasta julio de 2021-, el hecho es que esta situación agrega un elemento más a la falta de unidad y cooperación en el combate a la COVID-19, además de la incertidumbre y falta de gobernabilidad internacional en otros temas de importancia mundial.

Hay que tener en cuenta que Estados Unidos ha sido el artífice del orden internacional que ha predominado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, sobre el cual, hasta ahora, ha mantenido su primacía. Sin embargo, con la política de “America First” de la era Trump, Estados Unidos ha cambiado sus funciones de arquitecto en jefe, a demoledor de la estructura. La nueva narrativa estadounidense es de victimización, a manos de todos, pero especialmente de los chinos, y Washington parece querer quemar todo el edificio. Si, en cambio, Estados Unidos retomara su papel de liderazgo y mantuviera una mente clara sobre China, podría ayudar a dar forma al entorno global en que los líderes chinos, y los del resto del mundo, deben maniobrar.

En síntesis, la confrontación entre China y Estados Unidos frente a la pandemia de COVID-19 en lugar de propiciar la cooperación para desarrollar estrategias de asistencia global, tal como lo proponen los representantes de la ONU y la OMS, está alterando los mecanismos tradicionales de apoyo diseñados en la estructura del sistema internacional creado después de la Segunda Guerra Mundial con el liderazgo de Estados Unidos y sus aliados.

En términos de la política interna de la Unión Americana, durante las últimas semanas ha habido acusaciones mutuas en las campañas de Donald Trump y de Joe Biden, de que ninguno de los equipos cuenta con las habilidades suficientes para manejar las relaciones con China.

La pandemia y la velocidad a la que se ha difundido a lo largo y ancho del mundo ha puesto de manifiesto la interconectividad y el grado de interdependencia de las naciones en todos los campos del acontecer internacional; y al mismo tiempo ha hecho evidente que el mejor método para enfrentar esta pandemia y sus consecuencias, así como las subsiguientes que amenazan a la humanidad, es la cooperación y no la confrontación.

En el contexto de relaciones internacionales, la relación China-Estados Unidos tiene varias lecturas y múltiples interpretaciones; entre las lecturas tenemos: la confrontación ideológica que nos lleva a comparar la funcionalidad del sistema democrático frente al dictatorial y la eficiencia en el control de la pandemia misma, la cooperación internacional, el cambio climático, entre otros temas.

La pandemia de COVID-19 ha puesto de manifiesto lo que muchos teóricos de las relaciones internacionales han planteado: a) el mundo es anárquico, dado que carece de una estructura jerárquica funcional; b) los organismos multilaterales son insuficientes para regular las relaciones entre las naciones; c) el interés nacional predomina sobre los esfuerzos de cooperación regional; d) los grandes jugadores internacionales determinan la dinámica del sistema internacional y las políticas, económicas, estratégico-militares y de salud que inciden sobre el resto de los países.

Esta nueva era de incertidumbre sin precedentes en la historia de la humanidad, por sus alcances en términos de salud pública, economía, política, geografía y demografía, demanda de líderes visionarios, con capacidad para comprometerse sabiamente con la nueva realidad y que puedan equilibrar la competencia y la cooperación para permitir una coexistencia saludable y nuevos éxitos, a pesar de las diferencias de los países que integran la comunidad internacional.

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