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México y la cuenca del pacífico

versão On-line ISSN 2007-5308

Méx.cuenca pac vol.3 no.9 Guadalajara Set./Dez. 2014

 

Opinión Invitada

La fragilidad de la paz: los vientos que soplan desde la ONU, Estados Unidos, Asia-Pacífico y México

Abelardo Rodríguez Sumano1 

1 Profesor-investigador del Centro de Estudios de América del Norte, Departamento de Estudios del Pacífico, Universidad de Guadalajara. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores; doctor en Estudios Internacionales por la Universidad de Miami. Correo electrónico: ceean_ars@yahoo.com.mx


A poco más de un siglo de iniciada la Primera Guerra Mundial, los vientos que soplan desde la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) dejan claro que la humanidad no ha podido superar la tensión entre la guerra y la paz. Insuficientes han resultado dos guerras mundiales, una guerra fría y una guerra global contra el terrorismo para vislumbrar la paz y el desarrollo de forma permanente y plena en el mundo.

De igual forma, insuficientes han resultado la creación de un orden multilateral en la seguridad (ONU), el sistema financiero internacional (FMI y BM), el desarrollo y la integración regional, por referir algunos (América del Norte, Unión Europea y Asia-Pacífico) para atenuar la sombra de la confrontación militar, ideológica y religiosa en el siglo XXI y menos aún, el de la pobreza y la injusticia.

En la actualidad no existe una superpotencia o estructura multilateral capaz de generar orden y cooperación en las zonas en conflicto sin el recurso de la fuerza. Tensiones regionales que cuestionan la fortaleza de un sistema internacional en asecho: Israel-Palestina, Rusia-Ucrania, el Estado Islámico, y las dos Coreas sacuden las coordenadas de un mundo incierto y asisten al resquebrajamiento de los límites transfronterizos.

Amenazas no convencionales como el ébola en el occidente de África y conflictos interregionales por los minerales en el Congo, o bien la barbarie de la violencia en México son ejemplos sobresalientes del caos y la incertidumbre de nuestro tiempo y que fluctúan entre la agonía de crisis locales con alcances globales. En el primer caso, por la rápida dispersión de la diáspora humana, y en el caso de México, por la tortura y la violación flagrante de la Carta universal de derechos humanos, cuya acción ha dado la vuelta al mundo.

En este breve escrito me quiero referir al papel volátil y global de Estados Unidos en los últimos años, a la tensión nuclear entre Seúl y Pyongyang, a un cambio de doctrina en materia de seguridad y defensa en Japón y, por último, a la contradicción de México en Naciones Unidas y el ascenso de la violencia en el país.

A pesar de que la administración Obama intentó conformar una visión general del estado de cosas que guarda el sistema internacional desde Naciones Unidas en septiembre de 2014, la realidad es que no puede articular esfuerzos en un mismo frente debido a que se yuxtaponen conflictos antiguos así como nuevas tendencias de manera múltiple.

Una de ellas es la rivalidad histórica entre el Norte y Sur de Corea. Estados que nunca firmaron la paz desde 1953. En este sentido, la prioridad central en materia de política exterior, seguridad y defensa de Seúl es la existencia de un vecino con un sistema de defensa nuclear y convencional capaz de dislocar el rápido desarrollo económico de Corea del Sur y abrir una confrontación de alcances regionales y globales sin parangón en la historia (con excepción del lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y en Nagasaki en 1945).

La tensión gravita en la cercanía geográfica entre las dos naciones y el hecho de compartir las fronteras terrestres, el espacio aéreo y marítimo, que pone en el corazón de la relación bilateral una amenaza permanente de conflicto que podría alcanzar la confrontación directa si los cálculos políticos no resultan.

Los vecinos lo saben a pesar de que sea contraproducente e inviable. No es fortuito que en la región la escalada nuclear sea una constante desde 1946: Rusia, China, India, Pakistán y desde luego Corea del Norte poseen armas de destrucción masiva. Las memorias del pasado forman parte de los ingredientes que le dan cuerpo a las doctrinas de política, seguridad y defensa a los países en cuestión. Incluso durante la guerra entre las dos Coreas (1950-1953) existieron amenazas desde Estados Unidos respecto al uso de la bomba nuclear sobre Pyongyang de no cesar las hostilidades en contra de Seúl. Sin embargo, la respuesta de Moscú fue tajante: "nosotros también responderemos". Esa beligerancia y esas memorias del pasado permanecen frescas en los coreanos el día de hoy.

Desde entonces, las bases militares de Estados Unidos en Corea del Sur y Japón forman parte del oblicuo equilibrio de seguridad, ya que ninguna de ambas naciones posee capacidad nuclear. Asimismo, su presencia en Tokio y en Seúl es para proveer capacidad de respuesta ante posibles amenazas del exterior: Rusia, China y Corea del Norte, eventualmente, lo que ha generado una tensa "paz."

Las pruebas nucleares del año 2013 impulsadas por el nuevo liderazgo de Pyongyang se han convertido en la prioridad número uno del presidente Park Geun Hye, desde su toma de posesión hasta su más reciente mensaje ante el pleno de la Asamblea General de las Naciones Unidas: la desnuclearización de Pyongyang y la eventual unificación entre las dos Coreas (algo inaceptable para Corea del Norte). De igual forma, como parte del proyecto global en materia de política exterior e inversión de Seúl se encuentra una pujante planta productiva muy activa en las cadenas de valor en el Este Asiático, América Latina y Europa.

No obstante, esta preocupación no es ya prioritaria para la administración Obama en 2014, por la relajación de la tensión en la Península, pero sobre todo por el brote de varios conflictos regionales que demandan su atención inmediata. Sin embargo, el dilema de seguridad en la Península Coreana es que ambas naciones permanecen en guerra desde 1953 y sus diferencias estructurales no han sido resueltas. Esa tensión conforma un sistema de seguridad extremadamente hermético y tenso, al grado de que es preferible no hablar de ello para los ciudadanos ordinarios y dejar esas estructuras al escrutinio de los encargados del mismo, lo cual es entendible por el tamaño del riesgo y las memorias y heridas del pasado.

Al respecto, una gran novedad en Japón que se coloca en el marco de una agenda cargada por los temas de seguridad y defensa impulsada por la administración del primer ministro Abe, de cara a un contexto geopolítico que presenta tensiones con China, amenazas de Pyongyang e incluso reclamos de Seúl que datan de la Segunda Guerra Mundial, es el surgimiento del Consejo de Seguridad Nacional (CSN), similar en estructura al estadounidense y la aparición de la flamante Doctrina de Seguridad Nacional a finales de 2013. El CSN agrupa una visión de conjunto en torno al primer ministro y los ministerios de relaciones exteriores y defensa el grueso de una respuesta de Estado a las tendencias geopolíticas en Asia-Pacífico a pesar del profundo pacifismo nipón.

Japón busca refrendar su relación estratégica con Washington e intenta buscar una nueva aproximación de colaboración con Seúl para adelantarse a un contexto bélico. No queda clara la forma en que ese país podría superar las últimas tendencias de seguridad y defensa regional que trastocan la esencia del artículo 9 de su Constitución -la cual renuncia a la guerra-, aunque se prevé el uso de la fuerza para la defensa exterior. En cualquier caso, estos asuntos son de las áreas más sensibles junto con el uso de la energía nuclear, ya que se remontan a las heridas de la Segunda Guerra Mundial. El dilema: el pacifismo histórico de Japón navega en aguas que se alistan todos los días para la guerra.

Qué paradoja: la tensa calma en Asia-Pacífico, así como los diversos conflictos en Gaza, Ucrania y Siria pasaron a un segundo plano en la lista de prioridades de la Casa Blanca y, en menor medida, la tensión entre las dos Coreas. En la actualidad, la prioridad de Obama es la destrucción del Estado Islámico. Más aún, las omisiones y circunstancias han obligado al presidente demócrata a coordinar esfuerzos para una coalición multinacional en contra del Estado Islámico y coordinar los ataques aéreos, para posteriormente apoyar a Ucrania y la "pacificación" entre Palestina e Israel.

Respecto a la tensión con Moscú, tras el bombardeo de una aeronave en el espacio aéreo de Ucrania, las discusiones en el Congreso estadounidense y el Pentágono presentan un dilema de fondo que es más estructural que coyuntural. Existen demasiados frentes para un presidente que buscaba evitar la guerra: Iraq, Afganistán, Siria, Libia, Ucrania, Corea del Norte y, por si fuera poco, el ascenso de China. En el caso de Putin en particular, el debate es que la expansión de la OTAN y la Unión Europea debe ser contenida para no provocar de más a Moscú, ya que está ocasionando un acercamiento que en Europa y Estados Unidos no agrada mucho: China y Rusia juntos ante la presión de Occidente.

Indudablemente, el hecho de que los conflictos referidos anteriormente no sean parte de la prioridad de la agenda de Naciones Unidas y de la administración Obama, bajo ningún punto de vista quiere decir que ya no existan o que bien, hayan desaparecido. Todo lo contrario, se posponen y acumulan. Lo incierto será su desenlace.

Ahora bien, la guerra contra el Estado Islámico ha concentrado los esfuerzos de la Casa Blanca por el momento, así como la denuncia de los extremismos fundamentalistas en el mundo árabe-musulmán y ha abierto la puerta para un conflicto de proporciones globales y tensiones regionales sin la suficiente atención y enfoque para gestionar la paz y hacer posible un desarrollo perdurable. Pero ¿es posible que sea de otra forma?

Por último, el reciente anuncio presentado por la administración de Enrique Peña Nieto, el 24 de septiembre de 2014, en la Asamblea General de Naciones Unidas de participar en las misiones de paz de los Cascos Azules ha causado revuelo en México por la reticencia histórica de formar parte en ese tipo de eventos en el concierto internacional y porque la doctrina mexicana de guerra, así como la Doctrina Estrada y la base de la seguridad nacional actual se refieren al papel de las Fuerzas Armadas en la seguridad interior.

No obstante, el anuncio se refiere a una práctica cotidiana de las Fuerzas Armadas en ayuda humanitaria en distintas latitudes del orbe, pero principalmente en Centroamérica. Empero, la noticia ha causado sorpresa en México por la reciente consignación de miembros del Ejército mexicano tras la muerte de varios civiles en Tlatlaya, Estado de México, y por la crisis de inseguridad en Iguala, Guerrero, con el asesinato y la desaparición de normalistas en Ayotzinapa que ha cimbrado al país por lo obvio de la ejecución y la debilidad de la autoridad, que ha ahogado a la justicia y desnudado un Estado en plena descomposición en diferentes entidades federativas, como Michoacán y Tamaulipas. La contradicción consiste en que México es incapaz de generar certidumbre, paz y seguridad en sus municipios; ¿cómo lo hará en el mundo?

En suma, los vientos que soplan desde la más reciente Asamblea General de las Naciones Unidas son atajados por la incertidumbre en México y el sistema internacional, que nos recuerdan la fragilidad de la paz a un siglo de iniciada la Primera Guerra Mundial. Y nos permiten ponderar que Estados Unidos sigue siendo un actor crucial en cada uno de ellos, lo cual requiere un escrutinio y análisis al más alto nivel en nuestro país, entre otras razones por la tremenda interdependencia económica y social con la potencia que sigue siendo la principal relación de México en un mundo altamente globalizado.

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