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Intersticios sociales

versão On-line ISSN 2007-4964

Intersticios sociales  no.26 Zapopan Set. 2023  Epub 23-Out-2023

 

Sección general

El transhumanismo y el imaginario social postmoderno. La escatología cientificista que anuncia el fin de la especie humana y la hipotética génesis de las tribus génicas

Transhumanism and the postmodern social imaginary. The scientific eschatology that announces the end of the human species and the hypothetical genesis of the gene tribes

*Universidad del Valle de Atemajac, SNI I, México. Doctor en Antropología Social, Centro de Investigaciones y Estudios Sociales en Antropología Social, México. fabian.acosta@univa.mx


Resumen

Este trabajo describe algunas de las predicciones que filósofos y antropológos han planteado sobre el futuro de la raza humana. No pocos han imaginado que los recientes adelantos de la biotecnología les brindarán a los seres humanos oportunidades y ventajas en materia de salud y mejoramiento físico. Donde algunos futurólogos y transhumanistas vislumbran un salto evolutivo inducido; otras mentes, más pesimistas, auguran la desaparición de la especie y el comienzo de las tribus genéticas. La mitología, la ciencia ficción y la cultura pop en general ha especulado con estas ideas; sobre sus aportes a la discusión hago también un breve recuento; en la medida que las visiones de estas manifestaciones culturales se han anticipado en muchas ocasiones al mañana. No pretendo vaticinar el futuro; pero si esclarecer que el progreso tecnocientífico orientado hacia la eugenesia puede seguir, de forma intermitente y simultánea, las directrices de los dictados del mercado o la economía o sujetarse a los intereses igual económicos, políticos y hasta militares de los gobiernos como ocurrió, por ejemplo, con los totalitarios, de corte fascista, y con las democracias actuales de cariz capitalista. Finalmente, en el trabajo se señala que hay una escuela filosófica, el Transhumanismo que busca darle una orientación a dicho progreso atendiendo precisamente las pautas de un nuevo humanismo más existencial y menos esencialista.

Palabras clave: eugenesia; poshumano; transhumanismo; introgénesis; exogénesis; inteligencia artificial (AI)

Abstract

This work describes some of the philosophers and anthropological's predictions that have been raised about the future of the human race. Many have imagined that recent advances in biotechnology will provide the opportunities and benefits humans in health and physical improvement. Where some futurists and transhumanists envision an induced evolutionary leap; other minds, more pessimistic, predict the disappearance of the species and the beginning of genetic tribes. Mythology, science fiction and pop culture, in general, have been speculated about these ideas; it's contributions to the discussion also make a brief summary; to the extent that the visions of these cultural events are often anticipated the early tomorrow. I do not pretend to predict the future; but if to clarify that the techno-scientific progress oriented towards eugenics can intermittently and simultaneously follow the guidelines of the dictates of the market or the economy or be subject to the equal economic, political and even military interests of the governments as it happened, for example, with the totalitarians, of a fascist nature, and with the current democracies of a capitalist nature. Finally, in the work it is pointed out that there is a philosophical school, Transhumanism that seeks to give an orientation to said progress, attending precisely to the guidelines of a new more existential and less essentialist humanism.

Keywords: eugenics; posthuman; transhumanism; intro-genesis; exo-genesis; artificial intelligence (AI)

Una breve reflexión inicial: la fascinación por la distopía

Imaginemos un mundo de ficción y de encantamiento tecnológico donde son realidad los genes modificados empleados como fármacos o utilizados en el rediseño embrionario; uno de prótesis cibernéticas y órganos artificiales que reemplazan a los naturales. La pregunta es: ¿vamos rumbo a un futuro donde el desarrollo biotecnológico nos procurará una vida sin enfermedades ni vejez? Quizás ese futuro, sin advertirlo, pronto nos alcanzará.

Mientras tanto, adelantando centurias o tal vez décadas, las lucubraciones o profecías de un Aldous Huxley, publicadas en 1932, en su célebre novela Un mundo feliz, nos bosqueja una sociedad de seres humanos genéticamente diseñados para ocupar un lugar y desempeñar una función dentro de una jerarquizada sociedad monótona y confortable. Tiempo después, el autor redactó un ensayo, intitulado Nueva visita a un mundo feliz, donde reflexionó sobre su distopía:

En el Mundo Feliz de mi fantasía, la eugenesia y la disgenesia se practicaban sistemáticamente. En una serie de botellas, los huevos biológicamente superiores, fecundados por esperma biológicamente superior, recibían el tratamiento prenatal mejor posible y quedaban finalmente decantados como Betas, Alfas y Alfas Pluses.1

Adicción a la tecnología y una fuerte necesidad de comprar y consumir innovaciones o nuevos adelantos: así describe Huxley a la sociedad moderna. La manipulación del individuo y lograr su obediencia o subordinación al sistema no requiere de la intimidación; el modelo económico social tiene tácticas más sutiles: indaga acerca de los temores, deseos y ansiedades inconscientes de la masa clientelar y luego le ofrece, en un interminable e inacabado portafolio de mercancías, la materialización de sus apetitos y aspiraciones.2

Herbert Marcuse concuerda con Huxley y desde la Teoría crítica también advierte sobre el peligro de una dominación que avanza al compás del progreso. La tecnología ya no es el mero instrumento de control dada la importancia que ha cobrado; ella legitima el poder político y tiñe la cultura. La sociedad moderna se mantiene expectante y ansiosa en torno al perfeccionamiento de las máquinas; dependemos cada vez más física y emocionalmente de nuestros rudimentos tecnológicos; estos han dejado de ser accesorios para transformarse en una extensión de nosotros: celular en mano salimos todas las mañanas a interactuar con el mundo. Para autor de El hombre unidimensional la tecnología nos liberó de las fatigas del trabajo físico; pero, el precio a pagar ha sido la pérdida gradual de nuestra autonomía:

Porque esta falta de libertad no aparece ni como irracional ni como política, sino más bien como una sumisión al aparato técnico que aumenta las comodidades de la vida y aumenta la productividad del trabajo. La racionalidad tecnológica protege así, antes que niega, la legitimidad de la dominación y el horizonte instrumentalista de la razón se abre a una sociedad racionalmente totalitaria.3

En su ensayo Reglas para el parque humano, Peter Sloterdijk, polemizando con Martín Heidegger; analiza el humanismo poniendo la tónica acerca de cómo las civilizaciones han orquestado mil formas y maneras para domesticar al hombre; en prospectiva divisa como estas estrategias podrán irse refinando, en el sentido de Huxley y Marcus, incidiendo en la naturaleza humana de forma más invasiva hasta trastocarla; habla de una antropotecnología que logrará: “una inversión del fatalismo del nacimiento que lleve al alumbramiento opcional y la selección prenatal”.4

Al comienzo de la humanidad, en una mítica época, refiere Sloterdijk, los hombres estaban bajo el cuidado del único y original Pastor verdadero, Dios; pero lo divino decayó en formas subjetivas, tomó múltiples personalidades y rostros; el linaje de infinitos dioses bregó sobre su inquietudes y deseos desentendiéndose del ser humano. Este quedó al cuidado de los sabios.5 Los sabios ya no son escuchados. Los hombres de ciencia les han tomado la estafeta en la conducción de la civilización, según lo anuncia el transhumanismo.

Pensadores como Francis Fukuyama desconfían de estos modernos “prometeos de bata blanca” y lanza la voz de alarma. Desde una posición bioconservadora, el que fuera miembro del Consejo del presidente George Bush advierte del peligro que conlleva el “jugar a ser dioses” interviniendo lo que él denomina el “factor X”, al que podemos definir como el común denominador de lo humano el cual nos faculta nuestra dignidad, igual y derechos como miembros de la especie.6

Soy de la opinión de que no existe únicamente una intención utilitarista, o quizás maquiavélica, en la eugenésica aspiración de reinventar la naturaleza humana; maquinada por los pastores platónicos (calificativo utilizado por Sloterdijk para referirse a los guías o líderes de la humanidad). Sostengo que, desde siempre, los seres humanos hemos sido capaces de imaginar o incluso desear nuestra transformación a partir de concepciones religiosas e incluso mágicas que describen nuestra esencia como polimorfa a razón de su origen espiritual o divino. Como lo explicaré más adelante, algunas mitologías reseñan la génesis del hombre como obra divina y accidental a la vez. Fue el monoteísmo el que sentenció la perfección humana al ser obra de un único y verdadero Dios.

La secularización de las sociedades occidentales y el progreso científico y tecnológico dieron el campanazo que despertó viejas fantasías, de un pasado antiguo; que articularon con las creaciones de la cultura de masas -conformada por seres de ficción como los superhéroes, los extraterrestres, los mutantes- en la ilusión de hacer posible la reinvención de los seres humanos, al antojo y deseo de cada individuo.7

Ecos y reminiscencias antiguas de la reinvención humana

La tradición teísta occidental habla de un deus creador. El mundo y con él todos los seres de la naturaleza, incluido el hombre, son sus obras. Desafiar a Dios; equipararse con él en la praxis creacional califica como blasfemia. Para tradiciones orientales, como el taoísta o el hinduismo, nada existe en el mundo que no tenga su correlativo en el hombre: esto significa que todos los elementos que componen la multiplicidad de la manifestación están presentes, en esencia, en el ser humano: bajo esta idea ambas tradiciones hablan de un Hombre Universal: entendiéndolo como la perfección y la esencia humana pura y arquetípica que ha modelado el mundo.8 El filósofo de las religiones, René Guénon, define al hombre como el principio de toda la manifestación: “esto es por lo que todas las tradiciones concuerdan al considerarlo efectivamente como formado por la síntesis de todos los elementos y de todos los reinos de la naturaleza”.9

Por tanto, desde esta perspectiva, el ser humano tiene un potencial infinito: ninguna forma existente y por existir le es ajena; todas están presentes él, en estado latente y análogo; de tal suerte que puede asumirse o manifestarse como lo que desee dado que todo cualidad, apariencia y forma realizada por la natura le ha sido otorgada a esta, metafísica y cosmológicamente, por homo según el tao y el hinduismo.

Si llevamos estas ideas a los terrenos de la bioética, la alteración del fenotipo humano, la modificación del cuerpo y el cerebro del hombre en aras de un criterio de perfección o simple capricho, no sería una trasgresión, en el sentido dado a esta por el teocentrismo, por el contrario, califica como un acto de elección de la individualidad humana consciente de la condición polimórfica de su esencia arquetípica. Dicho sea de paso, la creencia de que cierto grado de “conocimiento mágico” puede otorgarle a ciertos individuos capacidades metamórficas, como las atribuidas a los chamanes o nahuales, encaja o es afín, en apariencia, con la aspiración o el deseo de darle licencia a la ciencia y a la tecnología de intervenir ―profanar diría el teocentrismos― la naturaleza humana ―naturaleza que no sería única o definitiva, sino el simple jirón temporal de las azares afortunados de la evolución―.10

En los sistemas religiosos politeístas más antiguas, como el sumerio-babilónico, nos topamos con una antropología antitética a la teoría del hombre universal, que da márgenes a la idea de que hombre puede ser alterado pues, como se menciona en el poema de la creación, Enuma Elish, la génesis humana fue meramente accidental y no el designio de un Dios todopoderoso y bondadoso, como el descrito por la teología judeo-cristianismo.

En la inteligencia de que la humanidad fue creada por una necesidad y por no un impulso de amor Divino, como lo sostiene el creacionismo teísta, el poema afirma que los anunnakis, dioses avecindados en la tierra, gobernados por Marduk, le ofrecieron a este, su soberano y héroe vencedor de Tiamat, construirle un santuario al que sumaron más edificaciones hasta conformar la ciudad de Babilonia. Para liberarlos de sus faenas, Marduk instruyó a Enki ―señor de la tierra que, además, gobierna el mundo acuático― para conformar con la sangre de Kingu ―dios lunar y consorte de Tiamat― una suerte de esclavos eficientes ―inteligentes, pero no inmortales― llamados hombres:

Le ataron (a Kingu) y le mantuvieron cogido delante de Ea (Enki). Se le infligió su castigo: se le cortó la sangre. Y con su sangre (Ea) formó la humanidad. Impuso sobre ella el servicio de los dioses.11

Desde esta lógica, la creación de los seres humanos parte de una decisión utilitarista y teológicamente nihilista; de tal suerte que, sin la reticencia laboral de los dioses, y la condescendencia de los capataces divinos, la génesis humana hubiera sido menos que imposible. La neomitología ufológica, inspirada en los sumerios, sostiene la teoría de una panspermia urdida por una civilización extraterrestre que empleando medios tecnológicos sembró la vida y la inteligencia en la tierra. De tal suerte, que el desarrollo biotecnológico alcanzado por la ciencia contemporánea sería, en cierto sentido, una reminiscencia de esa supuesta ciencia alienígena que obró el milagro antropogónico.12

Si la ciencia nos creó; es lícito y justificable, según la creencia ufológica, que la ciencia nos recree, pero a nuestro gusto y no al capricho de seres “superiores”, ingenieros ancestrales y celestiales.

La Religión egipcia describe la génesis de la humanidad como un hecho, en apariencia, no deliberado, casi fortuito, el Dios Ra envió a uno de sus ojos a vigilar a sus nietos, Nut, el cielo, y Geb, la tierra, quienes permanecieron trenzados hierogámicamente; al regresar al ojo le desconcertó el atestiguar que en la cuenca que dejo vacía la ocupaba un nuevo ojo. Ese ojo de Ra, extraviado, lloró y sus lágrimas dieron existencias a la humanidad. A diferencia del mito sumerio-babilónico, el relato antropogónico egipcio enlaza al hombre con su creador en términos casi poéticos: del llanto del todopoderoso nació el hombre y la mujer; no obstante, más allá de desciframientos simbólicos, el nacimiento de los seres humanos, en la literalidad del relato, sigue pareciendo accidental.

En un mito más cercano a la civilización occidental, el de Pandora, persiste esta idea de la accidentalidad antropogónica: en él, la manufactura divina del hombre, decidida por el padre Zeus, fue intencionalmente defectuosa. Cumpliendo las órdenes del señor del Olimpo, el titán Epimeteo repartió los dones entre las criaturas; pero se olvidó del hombre. El desacato de otro titán, Prometeo, hermano de Epimeteo, corrigió la iniquidad creacional. En represalia, Zeus le otorgó a Epimeteo “un regalo”; le dio a la primera mujer, Pandora. Con ella tuvo una vida feliz. Portada ella una ánfora que tenía prohibido abrir. Vencida por la curiosidad, la destapa saliendo de su interior todos los males; logró cerrarla y en su interior quedó únicamente la esperanza.

Es fácil, deducir, desde este imaginario mitológico, que el hombre, cuya principal arma es la esperanza, está facultado y tiene la obligación, por su génesis, de remendar su defectuosa naturaleza: aunque en el intento incurra en un sinfín de errores como los cometidos por Dédalo, el desafortunado inventor, que dotó de alas a su hijo, Ícaro y este, joven e imprudente, quiso alcanzar el sol derritiendo las prótesis de cera y plumas que le permitían volar.

El imaginario mitológico con sus seres zoomórficos: faunos, tritones, centauros, ángeles… nos revela la añeja inquietud del género humano de reinventar imaginativamente su apariencia. No obstante, esas reinvenciones quiméricas filtran la advertencia de que no siempre el entremezclar naturalezas resulta bien; por el contrario, puede ser el resultado de una maldición, de un funesto hado, como el padecido por el rey Minos que, por conservar el toro de Poseidón, su esposa, Pasifae, terminó engendrando con aquella bestia un ser imposible llamado el Minotauro:

[…] Pasifae deberá ocultarse en el interior de una ternera de madera, un enorme juguete con ruedas. Y ese juguete será empujado hasta el prado de Gortina, donde pace el toro deseado. De su conjunción nace una criatura que jamás podrá volver a ser bestia ni hombre. Es un híbrido para siempre. Y de la misma manera que el artífice había inventado un objeto inanimado para exponer a la madre, deberá inventar otro objeto, el laberinto para ocultar al hijo. [Al final] Se dará muerte al Minotauro.13

La maldición y condena de mezclar el germen humano con el de otros seres superiores o inferiores reverberó en el monoteísmo judío cristiano; en su literatura, tanto ortodoxa como apócrifa, se habla de una la raza de gigantes, hijos de los Vigilantes o ángeles caídos, y de mujeres de su gusto o elección. Según el libro de Enoc estos seres megamorfos nacieron del deseo impuro y prohibido de estos ángeles insurrectos:

[…] y los Vigilantes, hijos del cielo las vieron y las desearon, y se dijeron unos a otros: ‘Vayamos y escojamos mujeres de entre las hijas de los hombres y engendremos hijos’. Entonces Shemihaza que era su jefe, les dijo: ‘Temo que no queráis cumplir con esta acción y sea yo el único responsable de un gran pecado’. Pero ellos le respondieron: Hagamos todos un juramento y comprometámonos bajo una anatema a no retroceder en este proyecto hasta ejecutarlo realmente.14

El Texto refiere que concretaron su intención de intimidar carnalmente con las mujeres de su elección: “comenzaron a entrar en ellas y a contaminarse con ellas, a enseñarles la brujería, la magia y el corte de raíces y a enseñarles sobre las plantas”.15 De aquella unión prohibida, de ángeles caídos y aprendices de brujería nació una raza de gigantes de unos tres mil codos de altura. Insaciables en su apetito, el esfuerzo humano no logró abastecerlos; entonces, brutos e ingratos, como sus similares de los cuentos de hadas, satisficieron su hambre con la carne y sangre de los hombres.

En su confrontación con el mundo pagano, el teísmo semita maldijo a estos y a todos los seres quiméricos y los redujo a manifestaciones del mal; fenómenos concebidos en la “matriz de la anatema” que contravenían el orden natural y el divino. Del catálogo pagano de personajes zoomórfico, el judaísmo, el cristianismo y el islam solo toleraron a los ángeles. En resumen, la tradición judeo-cristina esgrimió una condena sobre el resto de estos seres anotándolos en su inventario de demonios ―como lo hizo Dante en su Divina Comedia ―. El caso más típico fue sin duda, Satanás al quien los judíos recrearon, iconográficamente, empalmando en su representación partes emblemáticas y simbólicas de dioses paganos:

Todo esto entrelazado con las otras ideas que los judíos estaban tomando acerca de un Satanás personal. Los cuernos y las características peludas del dios griego Pan, el tridente de Poseidón y las alas de Hermes fueron todas incorporadas en la idea común judía acerca de este ser 'satánico'; y esto, a su vez, influyó en los malentendidos e imágenes de este ser legendario.16

Las posturas cristianas más fundamentalistas ―como la Tridentina― sentencian que únicamente Yahvé, el verdadero y único Dios, por medio de su hijo primogénito, Jesús, puede renovar la naturaleza humana, pervertida por el pecado original. El bautismo obra la restauración de la inocencia y pureza extraviada por el desacato de Adán y Eva. Es casi un sobreentendido que la purificación de la naturaleza humana es de tipo espiritual y no tanto física. El cuerpo poco importa y nada bueno se espera de él pues actúa como instrumento del pecado al permitir que la mácula, producida por el desacato y ambición de los primeros hombres, se filtrara en la parte inmortal de los seres humanos; por tanto, su escarnio natural, la enfermedad, y el deliberado, la penitencia, se vuelven necesarios e incluso deseables en la intención de purificar y restablecer el estado de gracia en la criatura.

No obstante, el cuerpo tendrá su redención; pues según la escatología cristiana, al final del Apocalipsis vendrá la resurrección y con ella una especie de eugenesia divina donde serán separados los fieles de los pecadores; los puros de los pervertidos. Los habitantes de la Civitas Dei serán recompensados con el cielo; los irredentos, moradores de la Civitas Mundi terminarán condenados, por la eternidad, en el infierno.17

Solo en el hermetismo, que conservó mucho del saber y de las ciencias antiguas, persistió la insinuación de esa pagana idea de que el hombre era un ser de artificio, hechura accidental de dioses sin pretensiones de exclusividad ni descrédito a otras divinidades. Herederos de esta tradición, los alquimistas formulaban y ensayaban experimentos para dar vida a seres antropomórficos como los homúnculos, para encontrar la panacea que curaría todos los males o el elixir de la eterna juventud. Sobre esta continuidad del saber y de las ciencias antiguas en el Hermetismo y en sus disciplinas derivadas: la alquimia y la astrología, Titus Burckhardt comenta:

La palabra alquimia deriva de la voz árabe al-k, que, a su vez, proviene, al parecer, del egipcio keme y designa la tierra negra, que puede ser tanto la denominación del propio país Egipto como el símbolo de la materia prima de los alquimistas… Sea como fuere, los apuntes alquímicos más antiguos que se conservan se hicieron sobre papiros egipcios […] El llamado Corpus Hemeticum, que abarca todos los textos atribuidos a Hermes-Thot (ha) llegado hasta nosotros en lengua griega, y redactado en un estilo más o menos platónico.18

Durante Renacimiento, el viejo teocentrismo, que por mil años enseñó y obligó a la Europa cristiana a obrar y pensar en torno a la concepción de un Dios todopoderoso, perdió fuerza en particular entre ciertos artistas, científicos y filósofos cuya inercia creativa los condujo a darle al hombre centralidad y protagonismo; el genio renacentista repudió la condición creatural y se embarca en un redescubrimiento de la geografía corporal y terráquea; el ayuno de Dios, que conllevó un desapartarse de la experiencia numinosa, le despejó los ojos y el entendimiento a estos exploradores para recrear y amar el misterio y belleza del mundo. El propio cuerpo, oculto por pudor y temor religioso, se desnuda para ser admirado y replicado estéticamente por pintores y escultores; a la par, protocientíficos, naturalista y anatomistas se aventuran a investigar su intrincado funcionamiento haciendo uso del bisturí. La perfección como ideal ya no respondía a ningún designio providencial. El genio y el hombre bicentenario encarnaron la exaltación de las facultades humanas. Este antropocentrismo, no exento de matices teístas, es apenas insinuado por Pico della Mirándola en su manifiesto humanista:

Para ti, en cambio, no habrá coerción irremediable, pues será tu propio arbitrio, que he puesto en tus manos, el que predefinirá lo que serás. Te he puesto en medio del mundo para que desde allí contemples, con comodidad, todo cuanto éste contiene. No te he hecho ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, para que seas tú mismo, como árbitro y honorable escultor y modelador, quien puedas darte la mejor forma que elijas. Podrás entonces degenerar a la condición inferior de bruto, o podrás regenerar en la condición superior que es divina, extraída del juicio de tu ánimo.19

Anticipándose al propio Teilhard de Chardin, señala la obligación del ser humano de mejorarse a sí mismo y como esta aspiración distaba de ser una blasfemia pues, en esencia, no transgredía los designios del Creador. ¿No estaba hecho el hombre a imagen y semejanza de Dios y no es Él por esencia un inventor, un arquitecto…? La visión antropocéntrica de Pico della Mirándola era una prematura anticipación de los sueños transhumanistas; sueños que los avances tecnológicos, como la “lámpara que cumple todo deseo”, amenaza con hacer realidad.

El logocentrismo como vía a la reinvención humana

Líderes ultramontanos, neo conservadores, como el ya referido Fukuyama, lanzan la voz de alarma: hay que tener cuidado de aquello que se desea, pues, puede hacerse realidad. La cuestión a ser resuelta es: ¿el poder, la capacidad, la posibilidad que nuestras invenciones y saberes nos otorgan también nos confieren el derecho o incluso la obligación de cambiar y rehacer el mundo y el aparente orden natural, máxime si está de por medio el avance de nuestro conocimiento y desarrollo industrial? Si la respuesta es afirmativa, entonces, la biotecnología, en la medida que eficiente su capacidad de alterar el ADN humano, o de entremezclarlo con el de otras especies, en esta lógica deberá de tener, de manera inversamente proporcional, menos reparos o recelos en sus experimentos, en atención a los lineamientos de una ética pragmatista defensora del progreso.

El antropocentrismo no otorgaba el convencimiento suficiente para vislumbrar la osadía de alterar la naturaleza humana; se requería de un nuevo paradigma totalmente emancipado de prejuicios y remilgos morales: uno consustancial al avance de una ciencia libre de toda tutela religiosa. Este paradigma ya no coloca al hombre y menos a Dios en el centro de la atención; el principio y el fin del empeño humano los facultan la razón, o mejor dicho el Logos.

Rene Descartes planteó la disociación entre res cogita (razón) y res extensa (cuerpo); la primera desbroza dudas y orientada metódicamente para alcanzar la verdad. La segunda, armada con sus sentidos, no puede menos que errar y caer en equívocos y engaños. Ese mismo logos, retomado por el cientificismo, en un sentido simbólico, discurre por la historia en su inacabado propósito de lograr la perfección. Es este logos, al que apelan, conscientes o no, los corifeos del cientificismo más exaltado.

La utopía sin Dios, el paraíso no como descubrimiento en tierras extrañas, sino como pináculo de la civilización moderna es maquinado en el pensamiento del hombre racional; del hombre capaz de imaginar la arquitectura de un mundo nuevo diseñado de tal forma para que no tengan cabida en él las eventualidades ni los accidentes; este mundo requerirá de habitantes apropiados, a la altura de su perfección y orden. Ambas: la ciudad y el ciudadano ya tienen sus respectivos mitos o modernas profecías. Francisco Bacon nos habló de una Nueva Atlántida, que sería gestada por la ciencia moderna; y el filósofo mexicano, José Vasconcelos, vislumbró en La raza cósmica a la humanidad, bella y fuerte, que emergería del crisol de todas las etnias como el epítome de todas las virtudes y cualidades.

La argamasa tenía que ser arrebatada al alfarero divino, secularizada por sentencia de la diosa razón; como lo hizo el médico francés Julián Offray de la Mettrie, en su obra el Hombre Máquina, al definir y describir al cuerpo humano a una compleja estructura de engranajes y resortes fisiológicos, donde no había ningún halo divino, espíritu o alma en el sentido teológico que unifiquen y dignifiquen aquel todo orgánico:

El hombre es una máquina tan compleja que resulta imposible formarse primero una idea clara al respecto y luego definirla en consecuencia. Por eso todas las investigaciones que los más grandes filósofos han hecho a priori, es decir, queriendo servirse en cierta manera de las alas del espíritu, han sido vanas. Así, únicamente a posteriori o tratando de discernir el alma a través de los órganos del cuerpo, se puede, no digo descubrir con evidencia la naturaleza misma del hombre, pero sí alcanzar el mayor grado de probabilidad posible sobre este tema.20

La desacralización del hombre vino a completar la Teoría de la evolución. Para el Darwinismo no existen especies en un sentido aristotélico ni creacionista; toda forma de vida está en tránsito evolutivo conducida por leyes naturales que les dan prevalencia a los individuos mejor adaptados al entorno. De tal suerte que son estas leyes naturales, y no la voluntad divina, y menos los caprichos de dioses antiguos, las que juegan con las formas de vida, esculpiéndoles rasgos eventuales que mutarán con las circunstancias y el tiempo.

En una conclusión preliminar puedo afirmar que la presunción de la licencia para intervenir sobre la naturaleza humana requirió la disección de la condición tripartita del ser humano: espíritu, alma y cuerpo. Al perder fuerza y hegemonía el paradigma teocéntrico, el espíritu, como esencia divina del humano, dejó de ser un obstáculo, una advertencia contra la profanación de la más perfecta de las criaturas de Dios. Las partes restantes no fueron negadas, sino desacralizadas: el cuerpo ya presentaba el estigma de ser el instrumento de la corrupción humana, así, que no resultó difícil demeritarlo; el alma reducida a la conciencia y a la razón, fue rescatada y exaltada logocéntricamente: de esta dicotomía, alma-cuerpo, surgieron el sujeto y el objeto implicados en la praxis transhumanista. El logosciencia, es el nuevo Prometeo que, como el titán benefactor de la humanidad, permanecía encadenado; pero tras lograr salvarse de su divino confinamiento desea reencontrarse con aquellos de quienes se compadeció antes de ser condenado para otorgarles, eugenésicamente, nuevos dones.

Dos ejemplos de pasos eugenésicos dados por la modernidad rumbo a los ideales transhumanistas

Los caminos para otorgar dichos dones, para hacer aflorar el potencial del cuerpo humano son dos y los explico mediante los conceptos: exogénesis e introgénesis. El primero implica un renacimiento o incluso reinvención de la fisonomía y fisiología humana empleando en el cambio un catalizador o un injerto biogenético o cibernético, o ambos; el segundo, procura la perfección del ser humano esculpiendo o mejorando, eugenésicamente, las cualidades humanas ya dadas por la naturaleza. En la exogénesis hay una reinvención; en la introgénesis un mejoramiento de la vitalidad, la inteligencia y la salud para llevarlas a su estado de perfección máximo.21

La introgénesis, como tendencia histórica eugenésica, puede fundamentarse en la remembranza de la vieja creencia antropogónica acerca del arranque semidivino del hombre; en la idea de una raza de oro que devino en la humanidad degenera actual. En los Trabajos y días, Hesíodo describe a dicha raza y refiere como vivía:

De oro fue la primera raza de hombres perecederos creada por los Inmortales, moradores de las mansiones olímpicas. Existían en tiempo de Crono, cuando este reinaba en el cielo. Igual que dioses vivían, con el corazón libre de cuidados, lejos y a salvo de penas y aflicción. La mísera vejez no les oprimía, sino que, pies y manos siempre inalterables, se gozaban en festines, exentos de todos los males. Morían como vencidos del sueño. Bienes de toda índole estaban a su alcance: la fecunda tierra, por sí sola, producía rica y copiosa cosecha: ellos, contentos y tranquilos, vivían de sus campos entre bienes sin tasa.22

Para los hierofantes del supremacismo blanco, dicha raza no está extinta del todo, sino soterrada en el entramado genético de ciertos pueblos que aún conservan cierta pureza étnica arcaica. Por tanto, basta una labor eugenésica de introspección depurativa para hacerla renacer tomando como simiente individuos seleccionados por su fenotipo. El resultado de la selección y depuración será la traída de vuelta del genotipo humano arcaico original: el esculpido por los dioses y limpio de la contaminación producida por el mestizaje y las condiciones de vida plácidas y carentes de heroísmo.23

La restauración del perfil racial primario implicó el uso de la arqueología y la antropología mítica ayudada por el empleo de innovaciones científicas. Así, en estos términos puede ser descrito el plan eugenésico nacional socialista: cuya inspiración debe buscarse en Charles Galton y en Arthur Gobineau y más en específico en el libro el Mito del siglo XX del filósofo nazi, Alfred Rosenberg.24

En su intento de arqueología genética, los nazis pretendían remover muchos escombros antes de llegar a los “tesoros raciales” soterrados en el ADN puro y superior, poniendo en práctica dos tipos de eugenesia: una negativa que conllevaría la eliminación de los individuos menos aptos impidiendo o inhibiendo su procreación.25 La otra, de tipo positivo, y como tal más censurada, implicó favorecer la reproducción de personas con fenotipos calificados como idóneos como ocurrió con la organización Lebensborn, creada por Heinrich Himmler, jefe de las SS.26 La organización daba cumplimiento al anhelo de los jerarcas nacionalsocialista de preservar y expandir la raza aria; cuya nueva simiente serían los oficiales y las esposas de la SS. Guardadas las proporciones, este anhelo sigue presente, como lo refiere Glenn McGee en los padres que, disponiendo de los recursos monetarios, emplean métodos de reproducción asistida y compran o adquieren gametos de donantes extremadamente seleccionados para garantizar la salud y belleza de su descendencia.27

El gobierno de los Estados Unidos también cayó en la tentación eugenesia y su cultura de masas filtró algunas de sus intenciones de mejoramiento humano, que obedecían también a los miedos y fobias mutuas desatados por la Guerra Fría. La idea de manufacturar un supersoldado a partir de un suero experimental que pelearía en el ejército estadounidense por la libertad y la democracia dista de ser una simple ficción destinada a infundir algo de chauvinismo a la niñez y juventud estadounidenses. Detrás existe un deseo, una aspiración del Imperio del águila calva de manufacturar sus propios pretorianos, sus combatientes de élite: eficaces y totalmente confiables, en lo operativo y en lo moral.

El supersoldado de los comics y el superhombre ario de los nacional socialistas son ejemplos de visiones eugenésicas dictadas por el Estado. En ambos, los intereses políticos y económicos de la clase gobernante pautan la agenda del programa eugenésico. Estaríamos entonces ante un transhumanismo no muy distinto al descrito por Aldous Huxley en un Mundo feliz que pretendería un reinvención del ser humano en atención a los dictados de la ideología y del modelo socioeconómico.28

Génesis y expectativas del transhumanismo

El Estado posee los recursos, dispone de la tecnología y existe el riesgo de que pueda crear una raza de autómatas al servicio del poder político. Suena a ciencia ficción. Pero en parte, esta alarma, este miedo y otras preocupaciones, hicieron reaccionar a intelectuales, científicos y filósofos acerca de la necesidad de marcarle una directriz al desarrollo biotecnológico y genético centrada en el optimismo; pero, también en la sensatez acerca de las posibilidades y bondades que el progreso científico y los avances tecnológicos podrían acarrearle a los individuos. Si era posible soñar con autómatas humanos mejorados en laboratorio, bajo la planificación rigurosa de una introgénesis, leales a sus creadores; también cabía la posibilidad de imaginar una nueva humanidad beneficiada en todos los aspectos por los milagros de una exogénesis capaz de facultarle una vida sin enfermedades, de eterna juventud, feliz y confortable.

En mi opinión, el transhumanismo prevé los peligros de una eugenesia dirigida por el Estado que restringiría y condicionaría el dispendio de las panaceas biotecnológicas con arreglo a sus intereses y presupuestos. Pero también no ignora los riesgos de abandonar al capricho y gusto clientelar el avance de incidir y alterar la naturaleza humana. Ni el mercado ni el Estado deben tomar la batuta en los criterios de uso del poder eugenésico en todas sus expresiones: cibernética o genética. Las interrogantes que surgen son entonces: ¿Quién? ¿Por qué? ¿Cómo? La idea es que sea la comunidad epistemológica conformada por los científicos, filósofos e intelectuales transhumanistas quienes asuman esta existencial y vital encomienda. Pero, como se apunta en el libro, La condición postmoderna, el conocimiento es la riqueza más ambicionada en la presente época. Genera riqueza y poder.29

La biotecnología capaz de alterar la naturaleza humana se califica como uno de los conocimientos más codiciados por las naciones y las corporaciones. Resulta un tanto utópico creer que los dueños de los laboratorios, las instituciones, privadas o gubernamentales que pagan los proyectos y los sueltos de los científicos que exploran el genoma humana, que potencializan la inteligencia artificial o que construyen órganos y prótesis artificiales estén dispuestas modificar sus agendas corporativas; a reorientar sus pretensiones o fines económicos o políticos en atención a los ideales y sueños de un grupo de expertos y de intelectuales: inspirados por un credo logocéntrico, fundado en una concepción del progreso y el desarrollo forjada en los albores de la ciencia moderna.

El inspirador e intelectual que lidera este credo logocéntrico es Nick Bostrom. Bostrom escribió un ensayo intitulado: Una historia del pensamiento transhumanista. Como su nombre lo anticipa, este texto señala la génesis de las ideas de esta corriente de pensamiento. El autor comienza explicando el origen del término. El primero en utilizar la palabra transhumanismo fue Julian Huxley, hermano de Aldous Huxley, quien brilló por cuenta propia. Destacado biólogo, fue el primer director general de la Unesco y fundador del Fondo Mundial para la Naturaleza. En su obra: Religión sin revelación comenta que estamos en los albores de una nueva religión laica y humanista que conjunta la conciencia de seres humanos que sueñan con trascender su naturaleza. El término que utiliza para definir a esta nueva creencia es transhumanismo.30

Como lo explica Bostrom, el transhumanismo no se reduce a la eugenesia; las claves futurista de esta aspiración y visión van más allá; contemplan de igual manera el desarrollo exponencial de la inteligencia artificial como lo narran ciertas novelas y películas de ciencia ficción (como Metrópoli) en las que supercomputadores logran replicar y mejorar los procesos de la mente humana; esta posibilidad cobra factibilidad gracias a los desarrollos crecientes de la tecnología informática y computacional. En este tenor, los transhumanistas vislumbran un mimetismo dual: la maquinización del hombre, el cyborg, y la humanización de la máquina, la AI (o inteligencia artificial, por sus siglas en inglés). La Ley de Moore, citada por Bostrom: estima que la tecnología computacional incrementa al doble su capacidad en el plazo de 18 meses a dos años.31

El desarrollo de la IA desembocará, posiblemente, en lo predicho por I. J. Good en el surgimiento de una máquina ultrainteligente capaz de diseñar y crear, como en la película Autómata, mejores máquinas que las logradas por el hombre. Este radicalismo logocéntrico trae aparejado la advertencia de la creación de una máquina ultra inteligente que cerrará el ciclo inventivo de los seres humanos. O como lo subraya Verno Vinge (también citado por Bostrom) la génesis de la inteligencia artificial suprahumana marcará el ocaso de la humanidad. Esta expectativa, un tanto fatalista, conocida como singularidad, contempla la redención o salvación de lo humano, sino en su totalidad, al menos, sí de su parte más ponderable, según la filosofía cartesiana, su res cogita, o conciencia.32

Bostrom imagina que en un futuro la ciencia será capaz de transferir la conciencia humana a una computadora; esto equivaldría, en el lenguaje religioso, a la trasmigración artificial del alma humana a una especie de paraíso virtual residente en el disco duro de una computadora. Esta pretensión requerirá de un Super-TAC:

[…] que registre la totalidad de procesos neuronales […] y los transfiera, a modo de revival ingenieril de la transformación del alma, a un hardware no biológico. Cuando la muerte aceche… uno será el elixir: la transbiomorfosis, descarga el escaneado de la mente en el ambiente virtual de un ordenador, no lugar algorítmico donde los dobles digitales de los otrora carnosos vivirán sempiternamente […].33

La transbiomorfosis es consonante con un tipo de sociedad secularizada y habituada a un estado de permanente fascinación ante las innovaciones tecnológicas; en esta expectación florecen las utopías cientificistas que, intentando trascender el viejo materialismo, le apuestan a un gnosticismo transhumanista en el cual, después del transhumano ―el humano alterado― devendrá el poshumano ―el nacido artificialmente― y finalmente migraremos al paraíso del ciberespacio. Los creyentes de esta utopía bien podrían afirmar que las religiones tenían razón; pero, se equivocaron de actores: no es Deus, sino el Logos, la res cogita emancipada de homo, la que obrará la “salvación” primero de los creyentes y elegidos: los trashúmanos; luego creará al nuevo hombre, al redimido, el poshumano; y finalmente, transmigrará las conciencias a un cielo virtual emanado de la inteligencia artificial.

El advenimiento de esta utopía tecnológica pseudorreligiosa o, en otros términos, la gestación de este credo, gnóstico cientificista, tuvo, obviamente, un comienzo. Como lo reseña Bostrom, todo inició con la fundación del Extropy Institute por parte de Max More y Tom Morrow. Él dio cabida y foro a un sinfín de pensadores y soñadores, a futurólogos de las más distintas disciplinas, que imaginaban un mañana de felicidad y progreso para la humanidad enganchado este en el tren del progreso científico-tecnológico. More y sus seguidores instalaron su instituto en California, la tierra de las revoluciones culturales alternativas; como otros exploradores de las sendas alternativas a la verdad, los extropianos asumían una postura libertaria y optimista plasmada en aforismas como: expansión sin límites, la autotransformación, el optimismo dinámico, la tecnología inteligente y el orden espontáneo. Estas voces, estos gritos, de pubertad ideológica, se matizaron con el tiempo. Como lo explica Bostrom, el propio gurú de este grupo de futurólogos, More, en años posteriores, dejó el concepto de orden espontáneo y lo reemplazó por el de sociedad abierta.34

Bostrom por su parte fundó a principios de 1998, junto con David Pearce: la Asociación Mundial Transhumanista. La organización redactó un documento, consensuado entre sus miembros más destacados, que esclarecía los principios y objetivos del movimiento: este manifiesto se intituló Las Preguntas Frecuentes (FQAs).

Además de los ya mencionados sueños transhumanistas de lograr revertir el proceso de envejecimiento, de facultar la salud, mental y física, por medio de los logros de la ciencia; estos futurólogos, en particular, Bostrom, también sueñan con la posibilidad de una expansión de la conciencia de forma distinta a la prometida por la espiritualidad oriental: por medio de las mejoras y modificaciones al cerebro humano. Mentes potencializadas biotecnológicamente desarrollarán una nueva filosofía no concebible para las limitaciones naturales de nuestras actuales capacidades intelectuales.

El propio Bostrom no descartó una serie de peligros; los denomina: riesgos existenciales implicados en la inteligencia artificial y en la nanotecnología que bien podrían, en un caso extremo, aniquilar la vida en todas sus formas si no se toma las previsiones éticas y morales pertinentes. Estos riesgos son lo que pondera o destacan los opositores más fervientes del avance de la genética y de la biotecnología en general. Entre ellos destaca, el antiguo asesor de George Bush, Francisco Fukuyama; quien con su influencia logró frenar, hasta la llegada al poder de Barack Obama, la investigación gubernamental de los Estados Unidos en asuntos como la clonación y la experimentación con células madre. El conservadurismo bioético exige una exacerbada prudencia y fiscalización sobre los programas de desarrollo biotecnológico, en particular sobre aquellos que impactan directamente sobre la naturaleza interna del ser humano.

Detener deliberadamente la investigación biotecnológica; esa es la consigna que exhala el temor tecnofóbico de los conservadores. En sus filas corre la alarma. Los progresos en genética, cibernética e inteligencia artificial destaparon la “caja de Pandora”. La humanidad, advierte Fukuyama, corre peligro. Su aniquilamiento será el resultado de un desmedido logocentrismo que contempla, como únicas metas deseables: el poder y la acumulación de conocimiento y riqueza.

Transhumanistas y conservadores escenifican un debate de sordos. En ambos bandos hay radicales: unos afirman que nada ni nadie debe atreverse a frenar el avance de la ciencia y el progreso de la tecnología; los otros, en contrapunto, sostienen la necesidad de vencer la luciferina tentación de querer ser como Dios; en su teocentrismo defienden la perfección de la creación divina. ¿Quién es el hombre para atreverse a alterar la obra de un ser trascendente y perfecto? ¡Vaya blasfemia, anatema!, gritan estos conservadores partidarios del creacionismo. El resultado de intervenir, replicar, en fin, de profanar la esencia humana culminará en la maldición apocalíptica de crear un ser con forma humana; pero, sin alma: pues el alma es un don Dios y no de las criaturas.

Dejando los argumentos fatalista y optimistas acerca del sueño o pesadilla, según sea el enfoque, acerca de la posibilidad de alterar la naturaleza humana; el principal problema que advierto en toda esta cuestión es el referente al criterio de pertinencia sobres las modificaciones eugenésicas y sobre el asunto, no menos grave, acerca de quién tomará las decisiones. Me explico. Los avances biotecnológicos en materia de alteración o replicación de la naturaleza humana son costosos. El Estado o los grandes corporativos tienen los cursos para financiarlo; pero, invertir no es un acto altruista sino una apuesta que contempla la obtención de algún dividendo. Por tanto, en el caso del Estado es de esperarse que dirija su agenda transhumanista como lo ha hecho desde siempre a la confección de individuos útiles y serviciales a sus intereses. Las empresas del ramo, por su parte, intentarán comercializar y sacarle dividendos a sus descubrimientos e innovaciones y para esto sondearán el mercado, les preguntarán a sus clientes o, como lo señala Herbert Marcus, crearán las necesidades de consumo.

En este punto, en particular, se difuminan todas las fantasías transhumanistas. Desde mi perspectiva, se antoja difícil el darle un uso logocéntricamente sabio a la biotecnología y a la cibernética; o al menos uno pautado por ideales elevados y expectativas respetuosas de la libertad e individualidad. Echar a andar una terapéutica y una eugenesia transhumanista a gran escala inmaculadas de razones de estado o de intereses corporativos es menos que imposible. Pues como dije, ninguna de estas dos instancias, el estado y las empresas, están dispuestas a comprometer su capital o presupuesto sin otro interés que ayudar a la ciencia o a la humanidad. Eso, por un lado, por el otro, no hay que perder de vista, que la mentalidad y los imaginarios sociales están cambiando, las generaciones que heredaran “la tierra” tienen una familiaridad y afinidad con las máquinas mayor a la presente en la clase adulta dominante. Los productos culturales que consumen: series de televisión, videojuegos, películas, animaciones, comics, etcétera, los preparan para aceptar, sin mayores reticencias, la industrialización de la naturaleza humana o la tan satanizada singularidad, entendida como el mimetismo tecnológico -o artificial- de las procesos mentales e incluso emocionales humanos hasta la confección de computadoras pensantes, autónomas, capaces de tomar decisiones, entre otros.

Estas generaciones albergan un imaginario social, colectivo, moderno donde residen íconos, representaciones culturales y neomitologías que alimentan fantasías y aspiraciones que estos hijos de la postmodernidad podrían concretar gracias a la genética y la cibernética, sin ninguna reticencia ética o moral; dado que están habituados, como ya lo mencioné, a presenciar y desear a seres de ficción que califican perfectamente de transhumanos o poshumanos.

Cuando la generación que nació sin Internet ni celulares se extinga casi por completo: ¿qué les impedirá a estos niños y jóvenes nacidos en el siglo XXI el realizarse, según sus deseos y preferencias, todas las modificaciones de su fisiología o alteraciones de su apariencia? Traigo a colación sobre esta tendencia el auge de las cirugías plásticas el cual no puede explicarse sin esta creciente y generalizada proclividad a reducir el ser o la esencia a la apariencia y al cuerpo. La posibilidad de reinventarse, de tomar la apariencia o incluso, vaya el salto imaginativo, la fisiología y poderes del personaje de serie, videojuego, película… admirado será una tentación para la cual el mercado, ávido de compradores, no pondrá trabas: al público lo quiera y sobre todo lo que pueda pagar. Como lo refiere Troy Duster ya está en camino una eugenesia encubierta en la que médicos satisfacen las demandas de clientes anhelantes de mejoras biotecnológicas que les den ventajas a ellos y a sus descendientes. De marcarse una tendencia en este sentido, podría en un futuro cumplirse la distopía huxleriana bosquejada en la película de Gattaca, experimento genético, una sociedad estratificada genéticamente, donde las diferencias económicas se acentuarán dado que las clases pudientes no tendrán ningún reparo ético en alterar su humanidad visitando las boutiques de productos genéticos o cibernéticos.35 En tales circunstancias, es muy probable que el Estado tenga que intervenir y reglamentar dicho mercado:

[…] Cabe la posibilidad de que la sociedad y el gobierno intercambien papeles, de modo que el gobierno sea el que intervenga en las decisiones privadas para preservar la libertad y el bienestar de aquellos cuyos genes presentan una amenaza de enfermedad o discapacidad.36

Como en la película animada Las semillas de la manzana (Appleseed), me aventuró a visualizar una humanidad que paulatinamente se ira desdibujando; perderá su perfil esencial y natural y este estallará en una pluralidad de nuevas razas de diseño confeccionadas por la exogénesis y la introgénesis guiadas por una eugenesia dejada al capricho del mercado y a las leyes de la oferta y la demanda. Pienso en un mundo poblado por tribus genéticas diseñadas previamente por en el imaginario social moderno y después replicadas, hechas en serie, por las corporaciones o emporios tecnológicos.

Siguiendo el anterior argumento y llevándolo a sus últimas consecuencias, podemos imaginar, que en ese futuro transhumanista, algunos clientes del mercado génico y cibernético optarán por transformaciones radicales que los convertirán en seres de ficción y otros, en cambio, se decidirán por algunas mejoras y ventajas que optimicen su salud y vitalidad como la inmunidad a ciertas enfermedades y mantenerse jóvenes y bellos indefinidamente.

La anterior especulación suena delirante. Pero algo tiene de verdad. La transformación y trascendencia de la condición humana es un anhelo que ha existido desde siempre, en los sueños y las figuraciones mitológicas de todos los pueblos. En un futuro dicho anhelo puede convertirse en una realidad y en ese futuro, una nueva generación estará sin duda más predispuesta a renunciar a su naturaleza humana.

Conclusiones

El presagiado fin de la humanidad es una posibilidad que se presenta de facto distante en sus alcances y metas respecto a los presagios y visiones apocalípticas de la antigüedad; más que la extinción, como especie avanzamos progresivamente a la reinvención primero estética o existencial y posteriormente ontológica.

No obstante, la idea de reinventar nuestra estructura fisonómica o incluso, la pretensión más ambiciosa de cambiar la esencia que nos define como lo que somos dista de ser nueva u originaria de la cultura contemporánea. Los sistemas mitológicos antiguos nos ofrecen una extensa galería de personajes zoomórficos que transgreden el fenotipo humano o lo conducen a los parámetros estéticos de lo monstruoso.

El cristianismo anatemizó y cerró la fábrica de seres quiméricos, confinándolos, como lo ilustra la Divina comedia, al infierno junto con todas las “aberraciones” paganas en materia de fisonomía. El surgimiento de un nuevo paradigma, el logocéntrico ―gestado durante la Ilustración― facultó la superación y sustitución del viejo modelo teocéntrico. La reducción esencialista del ser humana, operada por la duda metódica cartesiana, le restó importancia a su parte corpórea al sobreestimar su res cogita o inteligencia; esta operación dejó en calidad de objeto de estudio y de experimentación al cuerpo humano; primero para fines terapéuticos y después eugenésicos.

La eugenesia “científica” quedó desprestigiada cuando el Nacional Socialismo la convirtió en un fin ideológico y en praxis social encaminada a la creación de la raza superior. En la actualidad, la eugenesia, como anhelo inveterado de reinvención, reaparece encaminada por las pautas de un progreso lineal y ascendente normado por la inteligencia de la mejora constante y exponencial a toda costa; ante ella surge una corriente filosófica llamada Transhumanismo que sueña con darle encause al desarrollo biotecnológico y cibernético, para impedir que la lógica de la ideología y los intereses del mercado tomen la batuta en la génesis del individuo poshumano. Al final, así como ocurrió con el negocio de las cirugías estéticas, si para los inversores y los gobiernos ―impulsando proyectos como el del supersoldado― resulta rentable y redituable los proyectos eugenésicos estos seguirán más allá de todo idealismo y romanticismo transhumanista. El ideal transhumanista de darle encause al progreso tecnocientífico en materia eugenésica, por loable que sea, no deja de ser utópico; tanto como el sueño de Platón de una república gobernada por un rey filósofo. Sirva mi presente trabajo para seguir investigando y reflexionando sobre un tema tan trascendente como lo es la reinvención del ser humano como una visión y posibilidad a mediano y largo plazo.

Referencias

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1 Aldous Huxley, Nueva visita a un mundo feliz (Madrid: Sudamericana, 1998), 19.

2 Huxley, Nueva visita, 56.

3 Herbert Marcus, El hombre unidimensional (Madrid: Planeta-Agostini, 1993), 186.

4 Peter Sloterdijk, “Reglas para el Parque Humano”, Revista Observaciones Filosóficas 5 (2007), 16, disponible en http://www.observacionesfilosoficas.net/ (fecha de acceso: 20 de febrero del 2020).

5 Sloterdijk, “Reglas para el Parque Humano”, 19.

6 Nick Bostrom, “Historia del Pensamiento Transhumanista”. En Argumentos de Razón Técnica No. 14, (Sevilla: Universidad de Sevilla, 2011), 185.

7El concepto cultura de masas es definido por Humberto Eco en su célebre libro Apocalípticos e integrados donde le presta especial atención al personaje de Superman como todo un fenómeno de dicha cultura, Humberto Eco, Apocalípticos e integrados (Ciudad de México: Tusquets, 2011).

8Sobre el tema se puede revisarse tanto la obra de Kristofer Schipper intitula El cuerpo taoísta. En ella el autor describe, desde el imaginario chino y de forma paisajista, el cuerpo humano conformado por valles, bosques, lagunas y habitado por animales y aldeanos; con un soberano reinando desde su Ming Tang, Kristofer Schipper, El cuerpo taoísta (Barcelona: Paidós, 2003), 158. También se puede consultar la obra de Rene Guénon, El simbolismo de la cruz, en ella, citando distintas culturas: china, hindú y árabe se describe la diferencia entre el hombre verdadero (que ha alcanzado la sabiduría y está por convertirse en un buda) y el hombre universal o arquetípico, René Guénon, El simbolismo de la cruz (Barcelona: Obelisco, 1987).

9 Guénon, El simbolismo de la cruz, 25.

10En los años setenta del siglo pasado la cuestión de la brujería ancestral mesoamericana (rebautizada como tolteca), las plantas de poder y el nahualismo ganó aceptación incluso dentro de corrientes psicológicas, como la Transpersonal, a raíz de los libros publicados por el antropólogo peruano-estadounidense-mexicano Carlos Castaneda. El primero de sus libros: Las enseñanzas de Don Juan, fue prologado por Octavio Paz y lo publicó el Fondo de Cultura Económica, Carlos Castañeda, Las enseñanzas de Don Juan (Ciudad de México: FCE, 1974).

11 Federico Lara Peinado (Trad. y Ed.), Enuma Elish. Poema babilónico de la creación (Madrid: Trotta, 2008) ,78.

12Sobre estas neomitologías, uno de los textos clásicos es Planeta 12 de Zecharia Sitchin. En el capítulo referente a la creación del hombre refiere el autor que: “Es bastante probable que, antes de recurrir a la creación de un ser con su propia imagen, los nefilim intentaran resolver el problema con un «sirviente manufacturado», experimentando con otras alternativas, como la creación de un híbrido animal-hombre-simio. Algunas de estas criaturas artificiales quizás sobrevivieron por un tiempo, pero, ciertamente, debieron ser incapaces de reproducirse. Es posible que los enigmáticos hombres-toro y hombres-león (esfinges) que adornaban los templos del Oriente Próximo de la antigüedad no fueran sólo el producto de la imaginación de un artista, sino criaturas reales que salieran de los laboratorios biológicos de los nefilim -experimentos fallidos, conmemorados en el arte y en forma de estatuas-”, Zecharia Sitchin, Planeta 12 (Barcelona: Obelisco, 1976), 230.

13 Roberto Calasso, Las bodas de Cadmo y Harmonía (Madrid: Círculo de Lectores 1991), 20.

14 Enoc, El Libro de Enoc (Buenos Aires: Seminario Internacional Teológico Bautista, 2008), 6 disponible en https://www.derechopenalenlared.com/libros/el-libro-de-enoc.pdf (fecha de acceso: 30 de febrero del 2020).

15 Enoc, El Libro de Enoc, 7.

16 Duncan Heaster, El verdadero diablo (Nueva Delhi: Carelinks Publishing, 2009).

17Los términos de Civitas Dei y Civitas Mundi fueron utilizados por San Agustín en su libro La ciudad de Dios para referirse, respectivamente, a la comunidad de los fieles, de los bienaventurados por las gracias y los que forman parte del rebaño de los irredentos, de los pecadores.

18 Titus Burckhardt, Alquimia. Significados e imagen del mundo (Barcelona: Paidós, 1994), 18.

19 Giovanni Pico della Mirandola, Oración de la dignidad del hombre”, Revista de Santander, disponible en http://www.uis.edu.co/webUIS/es/mediosComunicacion/revistaSantander/revista5/dignidadHombre.pdf (fecha de acceso: 10 de marzo de 2020).

20 Julián Offray de la Mettrie, El Hombre máquina (Buenos Aires: Eudeba, 1962), 35.

21Representación simbólica, hermética-alquímica del andrógino. Platón se refiere a ésta tercera raza en su Diálogo del Banquete. En su descripción la bosqueja como circular y con los dos sexos, masculino y femenino, yuxtapuestos. Poseían un gran vigor e intentaron retar a los dioses, osando escalar los cielos para invadir el Olimpo; a su atrevimiento Zeus respondió con su trueno que los hizo precipitarse al suelo, divididos y mortales, Platón, Obras completas, tomo 5 (Madrid: Edición de Patricio de Azcárate, 1871), 320.

22 Hesíodo, Los trabajos y los días, traducido por Antonio González Laso (M. Aguilar, 1964), 3 disponible en https://metodologia2012.files.wordpress.com/2012/08/82926141-hesiodo-los-trabajos-y-los-dias-trad-a-gonzalez.pdf (fecha de acceso: 15 de marzo de 2020)

23Propaganda nacional socialista que exalta el fenotipo racial ario o nórdico.

24 Alfred Rosenberg, El mito del siglo XX (Madrid: Ediciones Wotan, 1992).

25 Glenn McGee, El bebé perfecto. Tener hijos en el nuevo mundo de la clonación y la genética (Barcelona: Gedisa 2003), 34.

26Propaganda soviética que promovía la supremacía atlética de los hombres y niños criados bajo la “utopía comunista”.

27 McGee, El bebé perfecto, 35.

28El personaje de ficción el Capitán América es un producto de la cultura de masas que recrea esa idea de manufacturar un súper-hombre destinado para la guerra. El personaje nació a finales de los años 1940 del genio de Joe Simon y Jack Kirby. Pronto se convirtió en un icono popular de la lucha contra la Alemania Nazi. Dentro del universo de ficción de Marvel comic (casi editorial dueña del personaje) el Capitán más que un metahumano con grandes poderes, es un humano con todas sus habilidades físicas al límite que las vio incrementadas por someterse voluntariamente a un programa eugenésico de su gobierno que desarrollaba el famoso suero del súper-soldado. El Capitán América, en lo imaginario, y Gagarin, en lo real, son dos buenos ejemplos de lo que intento definir como introgénesis ninguno de los adquiere o incrementa facultades distintas a la codificadas en el genoma humano. En la exogénesis el genoma, la fisiología o simplemente la fisonomía humana reciben la incorporación de una cualidad, facultad o elemento nuevo o contemplado en la naturaleza humana.

29 Jean-François Lyotard, La condición postmoderna Informe sobre el saber (Buenos Aires: Cátedra, 1991).

30 Bostrom, “Historia del Pensamiento Transhumanista”, 165.

31 Bostrom, “Historia del Pensamiento Transhumanista”, 167.

32 Bostrom, “Historia del Pensamiento Transhumanista”, 168.

33 Francisco Martorell Campos, “Al infierno los cuerpos: El transhumanismo y el giro postmoderno de la utopía”, Thémata. Revista de Filosofía 46 (2012): 493.

34 Bostrom, “Historia del Pensamiento Transhumanista”, 173.

35 Daniel Wilkler, “¿Podemos aprender de la eugenesia?”. En Los desafíos éticos de la genética humana (Ciudad de México: FCE, 2005), 45.

36 Wilkler, “¿Podemos aprender de la eugenesia?”, 45.

Recibido: 10 de Marzo de 2022; Aprobado: 30 de Junio de 2023

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