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Intersticios sociales

On-line version ISSN 2007-4964

Intersticios sociales  n.20 Zapopan Sep. 2020  Epub Nov 20, 2020

 

Reflexión teórica

Los intelectuales y la producción de hegemonía

Intellectuals and Hegemony Production

Mónica Eugenia Moreno Rubio1 
http://orcid.org/0000-0001-5220-7618

1 Universidad Autónoma de Querétaro, México. monica.moreno.rubio@gmail.com


Resumen

El término intelectual se caracteriza por tener una multiplicidad de definiciones que dificultan la aclaración del panorama sobre los intelectuales: quiénes son, qué hacen, si son cercanos o no al Estado, cuáles son las actividades que los definen y, sobre todo, la cuestión de que son quienes producen saberes o creencias dominantes. Además, con respecto a este último punto, poco se ha profundizado sobre cómo producen hegemonía en términos microsociales. En este artículo se pretende examinar distintas definiciones para el concepto de intelectual. Adicionalmente, se propone que ciertos mecanismos sociales pueden explicar la producción de hegemonía por parte de los intelectuales y, en términos de dicha producción, sugerimos que podría explicarse el cambio o permanencia de cierto estado de cosas en la medida en que tal estado puede estar asociado a dichos mecanismos y a la hegemonía resultante. Finalmente, se delinea una definición de dicho concepto que, consideramos, podría resultar más integral para futuras investigaciones.

Palabras clave: intelectuales; hegemonía; legitimación; creencias; mecanismos sociales

Abstract

The concept of intellectual has many different definitions tending to hinder the outlook as for who they are, what they do, whether they are close or not to the State, what kind of activities define them and, most importantly, that they are responsible for the production of dominant knowledge or beliefs. Additionally, and regarding the latter feature, there is a lack of depth in how hegemony is produced in micro-social terms. In this article, different definitions of intellectual are reviewed; some social mechanisms are proposed to explain the production of hegemony by intellectuals and, in terms of said production, we suggest that change or continuity of certain way of things could be explained inasmuch as such way of things could be associated to said mechanisms and the resulting hegemony. Finally, a definition to this concept is outlined which may result -as we hope- more comprehensive for future research.

Keywords: intellectuals; hegemony; legitimation; beliefs; social mechanisms

Introducción

Toda sociedad compleja se caracteriza por tener ciertos actores sociales que destacan de entre las masas. Unos pueden ser dirigentes políticos o religiosos; otros, académicos renombrados o artistas. Pero cuando las coyunturas sociohistóricas se vuelven controvertidas, una de las figuras públicas a las que más se recurre en busca de información u opinión es la del intelectual.

Este actor social ha estado presente en la historia de México por lo menos desde el siglo XIX y se le atribuye la creación de hegemonía mediante los discursos que distribuye frente a un público constante. Sin necesariamente atribuir a los intelectuales la autoría o idea primigenia de cierto orden social predominante, sí es de interés analizar cómo logran que una idea o discurso se vuelvan hegemónicos. ¿Es simplemente porque están relacionados con el poder político? Sostenemos que dicha relación, sea de enfrentamiento o legitimación, es condición necesaria pero no suficiente para la producción de hegemonía. Por un lado, analizaremos las distintas definiciones del concepto de intelectual; por otro, expondremos que, por lo menos teóricamente, la producción de hegemonía se relaciona directamente con la concatenación de diversos mecanismos sociales. Para sostener lo anterior, realizaremos una revisión del trato conceptual que se le ha dado al término intelectual y expondremos algunos ejemplos sobre cómo funcionarían los mecanismos sociales entre los intelectuales.

El concepto de intelectual es polisémico y transita, ciertamente, desde su relación con el sistema político, su identificación con el Estado,1 su posición en diversas esferas de la vida social, hasta la profesión y la clase. Este trabajo no centrará su atención en qué es la hegemonía, sino que abordará el problemático concepto de intelectual; en específico, expondremos quiénes podrían considerarse como intelectuales, cuáles son sus características, qué actividades desempeñan, su relación con el Estado y con las diversas ideologías, cómo es que en algunos casos se sobreentiende que el intelectual es opositor al poder, cuando en otros casos se le coloca actuando con la connivencia de la élite dirigente.

Al investigar sobre algunas posibles definiciones de este concepto, nos topamos con frecuencia que los autores hacen sistemáticas referencias a Antonio Gramsci y sus Cuadernos de la Cárcel para definir qué es un intelectual desde su tipología. Después de él siguieron muchos más que centraron su atención en estos actores, sin que se diera una idea clara de qué actividades son desempeñadas por el intelectual como productor de hegemonía -es decir, ¿cómo lo hace?-; pero sí se encontró la constante de considerar al intelectual irremediablemente asociado con el poder político en cuanto sistema.

Tal como veremos en este documento, el intelectual no produce hegemonía exclusivamente desde un partido político o desde un escritorio en una secretaría de Estado. El intelectual se comunica con el público de manera constante; legitima símbolos, valores e identidad desde diversos frentes, como los medios de comunicación -radio, televisión, prensa, redes sociales y arte, por citar algunos ejemplos- y no está necesariamente relacionado con el Estado de manera directa ni con una profesión académica u oficio, mucho menos con un nivel socioeconómico.

De forma intencional y provisional, dejamos fuera de este trabajo la observación a los intelectuales como una agrupación o bloque, como si fuera un colectivo homogéneo, no porque no sea concretamente identificable, cuando en efecto lo es. Se debe más bien a la intención de parsimonia, puesto que, para explicar cómo el intelectual es capaz de crear hegemonía, es necesario que nos centremos en el actor en particular relacionado con sus pares, a veces en consenso y a veces en oposición.

La cuestión que se expondrá en este trabajo se centrará precisamente en qué mecanismos sociales permiten que los intelectuales generen discursos o saberes que a la vuelta del tiempo se legitiman y alcanzan el estatus de hegemónicos. En este sentido, un grupo de sociólogos contemporáneos se ha dado a la tarea de describir en términos microsociales cómo es que una acción puede colectivizarse, comenzando en lo individual, sea dicho acto orientado a obtener mayor o menor equilibrio en la sociedad; igualmente, en este trabajo consideraremos la adopción de creencias a partir de un actor, su posterior legitimación y colectivización, y su modificación en su caso.

Algunos de estos mecanismos sociales se agruparon, como se expondrá, en el modelo DBO propuesto por Peter Hedström, quien incluye a los mecanismos denominados pensamiento desiderativo, formación de deseos impulsada por la disonancia, imitación racional, profecía que se cumple a sí misma y otros más. Incluiremos en este trabajo otro mecanismo denominado reducción de la disonancia expresiva mediante la revuelta y explicaremos brevemente en qué consisten; asimismo, ofreceremos algunos ejemplos de cómo podría verse operando cada uno de los mecanismos que pueden explicar la creación de hegemonía por parte de los intelectuales.

Finalmente, dado que este trabajo está limitado a la reflexión teórica, abordaremos un fenómeno psicosocial que tiene relación, ya no con la producción de hegemonía, sino con su conservación: analizaremos la posibilidad de que la obediencia a cierta idea, discurso o creencia hegemónica pueda explicarse a través de un mecanismo de formación de deseos impulsada por la disonancia en la medida en la que la identificación con la persona a quien se obedece hace que los deseos de esta se vuelvan los mismos para los demás, influyendo en sus creencias y llevando a otros a actuar en la forma prescrita por el discurso hegemónico, aun cuando no estén totalmente de acuerdo.

Intelectual: un concepto polisémico

El trabajo analítico sobre un concepto en específico conlleva una tarea de reflexión profunda e implica, en el caso del término intelectual, su cuidadosa contextualización en el sentido de que su definición ha estado sujeta a diversos escenarios y distintos marcos temporales. Encontramos que disciplinas como la ciencia política, la sociología y la historia han estudiado a los intelectuales desde diversas perspectivas y han ofrecido una gran cantidad de definiciones que, la más de las veces, deben ajustarse a un modelo teórico previamente establecido y obedecen a un contexto específico. Por esta razón, son las áreas en las que con más frecuencia se ha utilizado el concepto de intelectual; estas áreas resultan relevantes para observar de qué forma se ha entendido a este tipo de actores. De la gran diversidad de definiciones proveniente de dichos campos disciplinarios encontramos que puede llegar a coincidir en ciertos aspectos; por ejemplo, que los intelectuales forman un grupo de élite que ejerce poder y hace sentir su influencia en el sistema social.

Sin embargo, a pesar de que el intelectual es un actor que pertenece a la sociedad en general, aparentemente se le relaciona de manera inmediata -o más frecuentemente- con su quehacer en el sistema político, las influencias que como actor generador de consensos puede ejercer sobre las distintas organizaciones y que es utilizado por las élites con el fin de crear hegemonía,2 concepto definido por Immanuel Wallerstein como la

concatenación estable de la distribución social del poder [la cual] requiere y a la vez genera “legitimidad”, si por ella entendemos el sentimiento de los principales actores políticos (incluyendo grupos amorfos como las “poblaciones” de diversos estados) de que el orden social es un orden que ellos aprueban o bien de que el mundo (la “historia”) avanza firme y rápidamente en una dirección que ellos aprueban.3

También se ha abordado al intelectual y sus actividades dentro del partido político,4 como actores inscritos en un campo cultural en el cual trabajan hacia la legitimación de las prácticas democráticas5 de manera adaptativa -es decir, dependiendo del contexto- y relacionados de una u otra manera con la política en términos formales.

Es probable que esa relación conceptual inmediata -y no siempre empírica- entre el intelectual y la política provenga de las tradiciones gramscianas, las cuales estudian a los intelectuales porque, para este gran teórico italiano, era necesario distinguir, en primer lugar, entre la sociedad civil (“organismos privados”, en palabras del autor) y la sociedad política o Estado, donde a cada uno de estos grupos le corresponde un “plano superestructural”. Es a la sociedad política a la que corresponde el gobierno, el dominio y la hegemonía; ahí los intelectuales tendrían la función “subalterna” de generar esta hegemonía y de llegar a consensos que alcancen a los grupos disidentes y que vayan según la “orientación imprimida a la vida social por el grupo dominante fundamental”.6 En este sentido, es necesario exponer que, en primer lugar, Gramsci explica a estos actores en el contexto propio y sería pertinente trasladar a los intelectuales a épocas más recientes; en segundo lugar, relacionado con lo antes dicho y tal como veremos más adelante, el intelectual no solo es utilizado para crear hegemonía desde el sistema político; puede no haber militado en partido alguno y probablemente su relación con el Estado haya sido, si acaso, indirecta. Estas continuas referencias a Gramsci podrían, entonces, explicar por qué la noción generalizada sobre el intelectual se refiere a alguien letrado que trabaja por encargo de un grupo social dominante y tiene relación con el gobierno político influyendo en la población.7 Adicionalmente, el autor sostenía que los intelectuales se clasificaban en dos tipos: tradicionales y orgánicos. Los primeros serían aquellos que existían antes de la creación de una nueva hegemonía; los segundos serían parte de la élite que asciende al poder y que son utilizados para -otra vez- crear nuevos saberes y discursos, legitimándolos y haciéndolos hegemónicos ante las masas.

Sobre esta correlación inmediata que encontramos con frecuencia, si bien es cierto que el término política es más bien polisémico porque parece no haber esfera alguna de la vida social que no se relacione con el ser político (como interés en la vida social y búsqueda del bien común), el sentido o panorama ontológico bajo el cual se ha estudiado al intelectual en fechas recientes no deja de ser relacionado con el sistema político en cuanto partidos: Estado, gobierno, democracia y poder.

Algo se deja fuera: el intelectual, como apuntamos arriba, ejerce el poder como parte de una élite, pero puede servir para generar creencias hegemónicas desde otro sistema, como el religioso o el educativo, mediante la prensa u otros medios de comunicación. Si un grupo de intelectuales monopoliza la elaboración de la memoria histórica, esto tendría sin duda efectos sobre el sistema político; pero la hegemonía del pensamiento y del discurso histórico no se creó exclusivamente desde este sistema. No obstante, el acuerdo generalizado es la relación del intelectual con el Estado, sea de oposición o de consenso, y siempre utilizado para la producción de hegemonía.

La denominación de intelectual se utilizó inicialmente, según Octavio Rodríguez Araujo, para señalar a individuos específicos de la Francia decimonónica como resultado del incidente Dreyfus,8 en el cual ciertos personajes con preparación científica y cultural tomaron una postura identificada con las ideologías de oposición al nacionalismo, la xenofobia y el antisemitismo. Debido a ello, la palabra intelectual como sustantivo se utilizó para designar individuos y grupos con una clara oposición al poder, al statu quo. Francisco José Paoli Bolio les asigna ciertas características:

El intelectual realiza una serie de funciones que pueden sintetizarse así: reproduce, preserva, sistematiza, distribuye y aplica el sistema cultural de una nación. En la actualidad, los intelectuales influyen no sólo en su nación, sino que con el desarrollo comunicativo, sus ideas y hallazgos penetran en ámbitos mayores.9

Aunque Paoli Bolio tiene razón sobre el quehacer del intelectual y su influencia en el sistema cultural, se deja en el aire cómo logra semejante empresa, porque, además de las funciones señaladas, existe un requisito consistente en mantener una sana distancia de quienes ejercen el poder, en un intento por conservar autonomía y objetividad con respecto a la autoridad, lo cual nos lleva a cuestionar más aun la forma en la que logra tal tarea si, como dicen, está realmente distanciado:

Esta distancia crítica es elemento fundamental constitutivo de los intelectuales como categoría social crecientemente reconocida de las sociedades modernas, que asume roles específicos, cada vez más necesarios para el funcionamiento y desarrollo de las sociedades. Desde luego, esa distancia tiene grados, pero se requiere que los intelectuales tomen siempre alguna significativa para analizar y diagnosticar sobre diversos aspectos de la realidad social y política.10

De este modo, por una parte, se ha generado la tendencia a relacionar al intelectual con la ideología política revolucionaria independiente del Estado. A esta visión se suma Edward Said al señalar que

Por eso, en mi opinión, el principal deber del intelectual es la búsqueda de una independencia relativa frente a tales presiones… El espíritu de oposición representa para mí un valor superior a la acomodación, porque la aventura, el interés y el reto de la vida intelectual van ligadas al rechazo del status quo en un momento en que la lucha en favor de los grupos marginados y en situación de desventaja parece serles tan poco favorable.11

A pesar de que se podría considerar esta visión relativa a que un intelectual es necesariamente aquella persona que irrumpe, cuestiona, se opone, ejerce crítica al poder y tiene un papel fundamental en los movimientos tendientes al cambio social, consideramos que esto no es necesariamente cierto. Christine Buci-Glucksmann sostiene que cuando hablamos de intelectuales debemos entender

no solamente esas capas sociales a las que llamamos tradicionalmente intelectuales, sino en general toda la masa social que ejerce función de organización en el sentido más amplio; o sea, en el dominio de la producción son intelectuales los técnicos, son intelectuales todos los que participan en la organización de la cultura y, también, de la administración pública. En ese sentido, los hombres de la administración pueden ser intelectuales orgánicos de un cierto poder, de una clase dominante, son intelectuales orgánicos de clase.12

Según la autora, los intelectuales ya no están irremediablemente distanciados del Estado o del poder, pues son parte de la organización social; por ello, están en diversas partes y desempeñan diferentes papeles, no solo están en las universidades, instituciones educativas o centros de conocimiento; sus funciones sí están relacionadas con la cultura, la cual tiene una estrecha relación con el sistema de valores y el orden social, sea como críticos o como legitimadores. James D. Cockcroft es aun más específico al referirse a los intelectuales mexicanos, no vistos tanto como educadores, sino como individuos que poseen cierta educación; y ciertamente no es exclusivamente un grupo académico.13 Es posible encontrarlos en diversas partes de la ciudad, organizados en grupos o no.

En ese sentido, un fenómeno que vale la pena señalar es que, en el siglo XIX y tal vez hasta la mitad del XX, los intelectuales más prominentes solían aglutinarse en generaciones o grupos, lo cual facilitaba su identificación. Por ejemplo, en las diversas obras consultadas sobre intelectuales en Francia, España y México14 aparece con frecuencia el señalamiento de que los intelectuales eran identificados como pertenecientes a tal generación o cierta agrupación, independiente al nombre de una revista, editorial o institución. Resulta ineludible hacer referencia explícita a José Ortega y Gasset y sus Obras completas, en las cuales identifica a los intelectuales de manera dicotómica en términos de la masa y la minoría selecta donde esta tiene una influencia sobre aquella y de que se convierten en un ejemplo y así lo transmiten.15 Por su parte, el historiador Luis González y González en La ronda de las generaciones identificó a los intelectuales en el México de distintas épocas según movimientos sociales históricos, desde la Reforma del siglo XIX hasta finales de la década de los cincuenta del siglo XX. En esta obra pudimos reconocer a poetas, políticos, militares, músicos, historiadores, pintores, escritores, dramaturgos, investigadores, periodistas y educadores, entre otros, con una relación con el poder político a veces tortuosa y a veces no tanto, pero con el común denominador de tener contacto con un público amplio a través de distintas expresiones artísticas y literarias, obras de divulgación histórica o científica.

Enrique Krauze identifica en Caudillos culturales en la Revolución mexicana a los intelectuales que participaron, de una u otra manera, en el proceso revolucionario y también se hicieron notar en el proceso posterior.16 Sin que con ello se quiera dar a entender que no había intelectuales antes de la Revolución, bien es cierto que se logran señalar como grupos claros y definidos con posterioridad a dicho movimiento social; como ejemplo de ello, el autor menciona al grupo Ateneo de la Juventud y a la Generación de 1915. Actualmente no se identifica a cierto grupo de intelectuales mexicanos con una etiqueta o un nombre colectivo específico, pero es posible encontrarlos vinculados a instituciones públicas o privadas que tienen como característica común la capacidad de vincularse a un público a través de la radio, la televisión, los medios impresos, la academia y, recientemente, las redes virtuales.

El uso de estas redes tiene, aparentemente, un efecto. El fenómeno de identificación grupal deja de ser mencionado después los años ochenta del siglo XX, lo cual posiblemente se deba a lo que Roger Bartra señala como “masificación del intelectual”,17 en el sentido de que cualquiera puede ser intelectual porque los medios modernos de comunicación permiten tener un público disponible en cualquier momento. Se identifica entonces que, aparentemente, existía un colectivo fácilmente identificable, cerrado y con capacidad de alcanzar consensos con relativa facilidad; así, podría explicarse que los distintos discursos y saberes alcanzaran a legitimarse y ser hegemónicos prácticamente sin el mayor esfuerzo. Pero ¿será así realmente? ¿Se puede sostener que los intelectuales se sientan alrededor de una mesa y llegan a acuerdos instantáneos? Y más aun, con respecto a lo que señala Bartra, realmente el intelectual es señalado tal vez por tener simpatías partidarias o ideológicas de uno u otro color, pero no por un grupo: el autor señala que se ha masificado y, dentro del sentido en el que hay una “expansión extraordinaria” del intelectual por el acceso a los medios de comunicación, nos presenta el problema de que podría ser cualquier persona la que, conceptualmente hablando, cumpla con las características para serlo y quien fácticamente se dedique a la creación de hegemonía. Aun más, si tal masificación existe, si cada vez hay más y más intelectuales debido a que se “cuela una masa de gente que se consideran a sí mismos como intelectuales”, y en apoyo al argumento de Bartra, planteamos: ¿no sería todavía más difícil debido a ello llegar a acuerdos, legitimar saberes y discursos para volverlos hegemónicos? ¿Cómo hacen, entonces?

Roderic Ai Camp, desde la política comparada y la historia, realiza un análisis que dota de claridad a la problemática noción que discutimos. Señala que

a través de la historia, México tiene una tradición de participación intelectual en los asuntos gubernamentales, desde la Independencia, en la época de la Reforma del siglo XIX, el intelectual era casi indistinguible del político: ser un intelectual era ser un político.18

Aquí, Ai Camp nos da la razón en cuanto a esa estrecha relación que se prestablece -aunque actualmente no exista de manera necesaria y directa- entre los intelectuales y el sistema político, si no es que también se le etiqueta de partidista de derecha o de izquierda.

Sin embargo, esta relación, que hoy podríamos tildar de preconcebida, no cae en el desuso por razones de utilidad tipológica. Se vislumbra que desde el siglo XIX el entrecruzamiento entre la actividad intelectual y el quehacer político ha dado como resultado que sea posible clasificar a los intelectuales por su función y por su ideología política: aquellos cuya postura es de disenso o consenso con respecto al statu quo -postura que no afecta su cualidad de intelectual- y aquellos que tienen una relación de dependencia o relativa independencia del Estado.

Del mismo modo, la relación estrecha, colaborativa y consensual con el Estado no tendría nada que ver con la condición de intelectual de un sujeto, debido a que tal condición obedece a otro tipo de variables, tal como lo define Camp: “Un intelectual es un individuo que crea, evalúa, analiza o presenta símbolos, valores, ideas e interpretaciones trascendentales a un auditorio amplio, de manera regular”.19

No se puede sostener que cualquiera puede ser intelectual, dado que, como señala Ai Camp, también es necesario un reconocimiento por parte de actores políticos u otros intelectuales. Ciertamente, el intelectual debe tener contacto con el público, también ser señalado como intelectual y debe ser capaz de generar discursos y saberes hegemónicos. ¿De qué forma se logra? ¿Se utiliza a algún grupo de referencia de profesionistas? ¿Se llega a acuerdos por similitud de clase social? Al sostener que se debe a los elementos referidos, parece que regresamos de inmediato a las definiciones gramscianas de intelectual, pues en el artículo denominado “La élite del conocimiento en la sociedad moderna”, Marco Valencia y Cecilia Muñoz comentan:

Los investigadores dan el nombre genérico de intelectuales a estos grupos que dominan y controlan los conocimientos… Algunos autores plantean la existencia de una relación directa entre intelectuales y clases sociales específicas. El sector mayoritario de ellos estaría ligado a los intereses de la clase dirigente y las clases dominantes aliadas con ella. Los intelectuales actuarán como voceros de esas clases, formulando y difundiendo la ideología del status quo.20

Los autores toman en consideración la profesión -la práctica, específicamente- vinculada con la educación superior como elemento esencial de las sociedades que son su objeto de estudio; distinguen entre los perfiles científicos y los profesionalizados de corte tradicional que están sujetos a una serie de reglamentaciones mucho más rígida que le es inculcada durante su periodo de preparación. Vistas las profesiones como un fenómeno sociocultural, los autores continúan señalando que

la profesión es más que una ocupación ya que los grupos que dominan una disciplina o ámbito de conocimiento también conforman estructuras sociales y grupos de poder, establecen normas y reglas de conducta entre sus miembros, son capaces de crear identidad y comunidad.21

Sin descartar la probabilidad de que la relación profesional sea un vehículo para legitimar discursos, sigue sin resolverse el fundamento microsocial de tales actos.

También Cockcroft sostiene algo similar cuando señala que los intelectuales no pertenecen a una clase social necesariamente alta y

pueden considerarse como personas que poseen y continuamente hace uso de una educación avanzada… todo ello adquirido por una instrucción universitaria… Históricamente, entre los intelectuales de México se han encontrado profesionales, personal universitario, sacerdotes, altos funcionarios, artistas, escritores, filósofos y algunos periodistas.22

Por otra parte, Guillermo Zermeño propone un rastreo histórico sobre la aparición de los intelectuales hispanoamericanos, sosteniendo que el concepto de intelectual se refiere a los “procesos sociales en los que un determinado inventario del saber colectivo fue transformado”23 y que dicha palabra comenzó a aparecer en nuestro vocabulario a finales del siglo XIX, pero no fue sino hasta el siglo XX cuando le fue asignado el papel de “conformación del saber crítico”. Más adelante señala qué tipo de individuos constituyen el grupo de los intelectuales, destacando que la primera mitad del siglo XX fue dominada por escritores y después comenzaron a participar científicos, sociólogos e historiadores; asimismo, destaca como conclusión que el papel desempeñado por este grupo se relaciona con su presencia en los medios de comunicación masiva.

Repetimos: si bien el carácter de creador de “saber crítico” se dirige a la intención de crear un saber también hegemónico (de lo contrario, ¿para qué el intelectual tendría contacto con el público?), poco se ha analizado la forma en la que este actor genera hegemonía; es decir, qué mecanismos microsociales permiten que sus ideas y creencias sean aceptadas y se propaguen entre los demás intelectuales y finalmente lleguen a la sociedad como un saber aceptado y predominante. Este aspecto se analizará en el siguiente apartado.

Mecanismos sociales en los intelectuales: producción de hegemonía

Los discursos o saberes -fuente de creencias- de alguna manera logran volverse hegemónicos. Para evitar las explicaciones de caja negra (es decir, dar explicaciones que dejan en la oscuridad los mecanismos causales, haciendo que los resultados observados provengan de elementos que desconocemos) proponemos analizar el proceso de creación de hegemonía acudiendo a los microfundamentos de la acción social. En ese sentido, Diego Gambetta explica que los mecanismos sociales son

modelos de interacción entre individuos que generan resultados sociales particulares (el caso micro-macro en su terminología). Construimos dichos modelos para explicar fenómenos sociales como los mercados, la inequidad, el desempeño institucional, la acción colectiva, etc.24

Regularmente, para explicar un solo fenómeno social puede ser necesario utilizar diversos mecanismos sociales porque, por ejemplo, sería ingenuo pensar que los intelectuales crean hegemonía a partir del mecanismo de imitación racional solamente, dado que estaríamos entendiendo que la creencia de una persona y su acción consecuente se acepta e imita de manera automática sin que existan disensos.

La realidad nos muestra que la probabilidad de que haya un desacuerdo entre dos personas por algún tema específico es sorprendentemente alta. Gambetta lo argumenta así: “Sin embargo, no se trata sólo de apilar mecanismos uno encima de otro. Los mecanismos interactúan entre sí formando concatenaciones de mecanismos”.25 De este modo, a un mecanismo de pensamiento desiderativo le puede seguir uno de síndrome de uvas amargas; o a un modelo de profecía que se cumple a sí misma puede seguirle uno de imitación racional.

Según Hedström, cada uno de estos mecanismos encierra conexiones causales entre deseos, creencias y oportunidades de las personas. Así, el autor aglutina los mecanismos sociales en un modelo al que denomina DBO:26desires, beliefs, opportunities (deseos, creencias y oportunidades). Señala que no es suficiente ilustrar qué mecanismos producen un fenómeno social determinado -en este caso, la creación de hegemonía de un saber o un discurso-, sino que es conveniente formular explicaciones para detallar los mismos. Por ello, pueden darse explicaciones basadas en las creencias, en los deseos y en las oportunidades, donde puede ser el caso de que una acción de un individuo X interactúe con los deseos, creencias y oportunidades de un individuo Y, lo cual dará como resultado que Y actúe de alguna forma específica.

Los mecanismos sociales que se prevén dentro del modelo DBO no son exclusivamente sociológicos, pues incluye algunos que han sido propuestos y utilizados en psicología social de manera constante, como el de formación de deseos impulsada por la disonancia y el de obediencia; hay otros propuestos desde la filosofía como el de pensamiento desiderativo, el de imitación racional de la sociología analítica al igual que el de reducción de la disonancia expresiva a través de la revuelta; y el de la profecía que se cumple a sí misma de la sociología funcionalista de Merton.

Pensamiento desiderativo

El fenómeno del pensamiento desiderativo (wishful thinking) se ha encontrado en diversos estudios dedicados a la opinión pública o a ciertos posicionamientos políticos sobre temas de interés. Según Donald Granberg y Sören Holmberg, este tipo de pensamiento va a moldear las expectativas que los individuos tienen del futuro, con el fin de que estas coincidan con sus preferencias, de tal manera que lo que va a influenciar a la cognición son los afectos o filias.27 Según Donald Davidson, quien inicialmente expuso este mecanismo, tenemos que existe una conexión causal entre las creencias de las personas y sus deseos. En palabras de Hedström, “hace que el actor crea lo que se desea que sea cierto”,28 lo cual explica las acciones de los individuos. Davidson señala con claridad la conexión causal a la que nos referimos:

Por lo tanto, siempre que alguien hace algo por una razón, puede caracterizársele: (a) como si tuviera algún tipo de actitud favorable hacia acciones de una clase determinada, y (b) como si creyera (o supiera, percibiera, notara, recordara) que su acción es de esa clase. Deben incluirse en (a) actitudes tales como deseos, impulsos, instintos y una gran variedad de convicciones morales, principios estéticos, prejuicios económicos, convencionalismos sociales, metas y valores públicos y privados, en la medida en que éstos puedan interpretarse como actitudes del agente dirigidas a cierta clase de acciones.29

Davidson propone, en resumen, que en la mayoría de los casos podemos observar una clara influencia de lo que deseamos sobre lo que creemos, y las creencias así generadas pueden influir en nuestras acciones.

Por ejemplo, si un intelectual desea conservar cierta posición política y prebendas frente a un entorno de cambio de régimen, tal deseo tendrá una conexión causal con su creencia de que el conservadurismo es una mejor opción para un escenario futuro. Esa relación entre deseos y creencias lo llevará a actuar en la elaboración y posterior divulgación de discursos y argumentos que luego podrían generalizarse a través de otros mecanismos. En otras palabras, aunque el pensamiento desiderativo se adjudica a un solo individuo, podríamos proponer que es aquel quien expresa la idea inicial (aunque no sea de su creación, él la expresa y actúa en consecuencia) y esta podría volverse hegemónica cuando se echan a andar otros mecanismos sociales.

Formación de deseos impulsada por la disonancia

Por definición de León Festinger, este mecanismo funciona como proceso de adaptación: cuando los actos de los demás no coinciden con los nuestros y buscamos adecuar lo que hacemos para que concuerde con la mayoría, se logra disminuir la incomodidad psicológica producida por la disonancia; es decir, por esa falta de coincidencia. Al experimentar para observar el funcionamiento de este mecanismo, Solomon Asch asegura que “la mayoría de estos estudios tuvieron sustancialmente el mismo resultado: al confrontarse con opiniones contrarias a las propias, muchos sujetos aparentemente cambiaron sus juicios a la dirección de la visión de las mayorías o de los expertos”.30

En este sentido, se subrayan dos circunstancias probables para explicar a la hegemonía de un discurso o un saber: que el discurso haya tenido una fundamentación lo bastante sólida para crear acuerdos casi automáticos o que realmente cierta mayoría estaba de acuerdo con el mismo, pero había excepciones. Para lograr la hegemonía, pondremos atención a la incomodidad psicológica que genera el no estar de acuerdo con el punto de vista de las mayorías y la presión que tal hecho puede generar. Al ser un mecanismo adaptativo, lo más frecuente sería que aquel intelectual que internamente está en desacuerdo con el discurso que pretende ser hegemónico, cambie de opinión para adaptarse a la mayoría, circunstancia a la que refieren tanto Festinger como Asch. Este cambio de opinión tiende a reducir la disonancia.

En tanto se reduce, el individuo que antes estaba en desacuerdo internaliza el consenso debido a que se expone a una cantidad cada vez mayor de argumentos a favor del discurso hegemónico; así, forma deseos concordantes con este (por ejemplo, desear que el discurso hegemónico sea cierto; por tanto, se creerá que el discurso hegemónico es cierto) y la creencia orientará sus acciones, como hacer públicos más y más discursos que sostengan tal creencia con la que al inicio no concordaba. Es muy probable que, en términos de Timur Kuran, el aparente consenso al que tuvo que llegar el individuo sea más bien una falsificación de preferencias que quedaría latente y después crecería en la medida en que la exposición a argumentos a favor disminuya con el tiempo, lo cual daría lugar a otro mecanismo social: la revuelta.

En el ejemplo que señalamos anteriormente, el argumento de que el conservadurismo es la mejor opción, propuesto por el intelectual de pensamiento desiderativo, resulta tan convincente y atractivo que la mayor parte de la élite intelectual lo acepta, ya que desencadena los mismos deseos y creencias y conduce a acciones. El caso está en aquel intelectual que no esté de acuerdo en lo que se dice, pero al final adapta su opinión para que concuerde con la de los demás y así disminuir la disonancia cognitiva. La propagación de la idea inicial se realizaría a través de la imitación racional.

Imitación racional

Imitar racionalmente consiste en observar que las elecciones -o actos- de los demás han dado buenos resultados si se comparan con otras opciones que tal vez no hayan sido muy favorables. En el sentido de este mecanismo, la racionalidad no se entenderá en términos puramente instrumentales, aun cuando objetivamente exista un beneficio; la cuestión es que tal beneficio puede estar relacionado también con acciones que conlleven una racionalidad axiológica. Raymond Boudon clasifica este tipo de racionalidad como una clase especial de racionalidad cognitiva. En sus palabras, “ser axiológicamente racional significa encontrar un conjunto de razones sólidas y fuertemente articuladas que conducen a una conclusión normativa”.31 Por tanto, este mecanismo no debe entenderse en el sentido del empleo de una racionalidad instrumental de tipo económico que a fin de cuentas no alcanza a abordar la explicación de un sinnúmero de fenómenos sociales, como es el caso del cambio de objetivos.32 El sentido de dicha palabra será, entonces, relativamente más laxo. Hedström define el mecanismo de imitación racional como

una situación en la que un actor actúa racionalmente con base en creencias que han sido influenciadas al observar las elecciones anteriores de los demás. En la medida en que los demás actores actúen racionalmente y eviten alternativas que han probado ser inferiores, al imitar la conducta de los demás el actor puede tomar mejores decisiones en comparación con lo que habría podido hacer de otro modo.33

O, en otras palabras, los individuos ven sus creencias influenciadas por las elecciones de los demás y esto los lleva a realizar actos similares. En el ejemplo citado, los intelectuales comienzan a imitar racionalmente el esgrimir argumentos conservadores porque han observado que otras opciones -por ejemplo, asumir las consecuencias de un cambio abrupto de régimen- no ha resultado realmente beneficioso en otros casos y prefieren actuar dirigidos, ya sea por la obtención de un beneficio puramente instrumental o por la identificación con el colega (otro intelectual) con quien comparten ciertos valores arraigados en la élite, logrando la solidaridad y empatía inmediata de los demás quienes, por tal motivo, imitarán a los primeros. Es decir, si su elección ha resultado una medida efectiva en comparación con lo que hubieran podido hacer de otro modo, la imitación será racional.

Profecía que se cumple a sí misma

Los escenarios en los que una situación ficticia termina convirtiéndose en verdadera llamaron la atención de Robert K. Merton llevándole a proponer la existencia de un mecanismo que explicara la manera en que tal evento sucede. Denominado profecía que se cumple a sí misma, dicho mecanismo se orienta a explicar que una idea convertida en rumor, la cual inicialmente puede ser falsa, tiene la posibilidad de convertirse en verdadera a través de la concatenación de varios mecanismos adicionales de imitación racional. Merton explica este fenómeno con el teorema de W. I. Thomas para las ciencias sociales: “si los individuos definen las situaciones como reales, son reales en sus consecuencias”.34 Queda entendido que las acciones de los individuos responderán

no sólo a los rasgos objetivos de una situación, sino también, y a veces primordialmente, al sentido que la situación tiene para ellos. Y así que han atribuido algún sentido a la situación, su conducta consiguiente, y algunas de las consecuencias de esa conducta, son determinadas por el sentido atribuido.35

Merton sostiene que este mecanismo comienza entonces con una “definición falsa de la situación que suscita una conducta nueva, la cual convierte en verdadero el concepto originalmente falso”,36 donde esa definición falsa es social; es decir, una colectividad va a señalar que un hecho o fenómeno tiene ciertas características que en realidad no tiene; tal definición va a tener como resultado una acción nueva que será imitada por otros, haciendo que lo que antes era falso pueda volverse verdadero; todo depende del sentido que le den los individuos a los datos objetivos. La interpretación va a ser determinante para los actos futuros que desencadenan mecanismos de imitación racional. Merton explica este mecanismo con el prejuicio étnico -inicial y falso- de que los negros son rompehuelgas porque debido a su usual bajo ingreso, toman el trabajo que los blancos se rehúsan a hacer a ese precio. Sin embargo, al excluir a la población negra de los sindicatos por tales motivos, colocan a dicha población en una situación en la que necesariamente deben aceptar un empleo mal pagado.

Un grupo de intelectuales puede definir falsamente una situación; por ejemplo, que cierto funcionario público es “comunista y violento, es una amenaza”, desencadenando rumores que se repetirán y sosteniendo lo dicho por imitación racional, dado que el conservadurismo es la mejor opción, produciendo presiones públicas sobre el funcionario señalado y logrando que al final este se comporte violentamente y realice los actos que inicial y falsamente se le atribuían. Con esto queremos decir que es muy probable que un discurso hegemónico pueda tener orígenes en una situación falsa que se vuelve verdadera debido a la concatenación de diversos mecanismos sociales.

Reducción de la disonancia expresiva a través de la revuelta

Comentamos anteriormente que, en aras de reducir la disonancia, un individuo puede cambiar su opinión sobre algún tema para adaptarse a lo que piensa la mayoría. Según los investigadores, existen casos en los que el individuo conserva latente un tipo de disonancia que se denomina “expresiva”, la cual es producto de falsificar públicamente aquellas preferencias no muy aceptadas que los individuos prefieren mantener ocultas o no expresar; es decir, de cierto modo fingen estar de acuerdo con algo en lo público, mientras que en lo privado mantienen su oposición.

Timur Kuran explica este mecanismo:

Reconsideremos una distribución autosostenible de preferencias públicas que yace sustancialmente en la falsificación de preferencias -una opinión pública que difiere radicalmente de la opinión privada subyacente. La mera existencia de individuos descontentos en lo privado con aquello que expresan querer implica que el equilibrio es vulnerable a presentar cambios en incentivos de reputación. De hecho, dada la generalidad de la disonancia expresiva, habrá personas esperando las condiciones exactas para hacer públicos sus recelos. Si de alguna manera dichas personas detectan que declinan suficientemente los castigos impuestos a aquellos que hacen público su disgusto, entonces cambiarán de bando. Al hacerlo, disminuirán los incentivos que castigan el mostrar oposición pública: con un creciente número de oponentes francos, los miembros de la oposición pública se sentirán menos aislados y tal vez menos amenazados. Esta modificación a los incentivos de reputación puede alentar a otros a unirse a la oposición pública, lo cual puede provocar cambios de bando posteriores. Lo que he descrito es un proceso de arrastre revolucionario a través del cual la opinión pública cambia radicalmente después de una perturbación intrínsecamente menor a los incentivos de reputación.37

En el caso que nos ocupa, tal “distribución autosostenible de preferencias públicas” son creencias nuevas que pretenden ser hegemónicas y son “aceptadas” por falsificación de preferencias. Podemos plantear un escenario en el que un intelectual proveniente de otro lugar intenta insertarse en la élite local. El hecho de que no sea un miembro tradicional provoca suspicacias y ciertas incomodidades que no se atreven a expresar porque el nuevo integrante es reconocido nacionalmente. Un incidente relacionado con el nuevo miembro -por ejemplo, que este ponga de manifiesto sus simpatías por la ideología de izquierda- lleva a que un intelectual de la élite tradicional se atreva y ponga en entredicho que, en términos de identidad política, el nuevo intelectual pertenezca al grupo, situación que es aprovechada, dice Kuran, para hacer cambios en la opinión pública y deslegitimar los nuevos discursos opositores al statu quo:

Pero los cambios en la opinión pública pueden además ser motivados, al menos en parte, por las acciones planeadas de astutos activistas políticos. Así como un ingeniero que nota la blandura del suelo debajo de una casa sabrá que incluso un sismo moderado la hará caer, así un agente político con talento puede percibir la fragilidad de un aparente consenso cerrado.38

Así, la creencia de que el conservadurismo es la mejor opción conserva su legitimidad y hegemonía entre los intelectuales y, de este modo, aquellos que en un principio parecían simpatizar con el nuevo miembro perderán el temor de expresar abierta y públicamente su rechazo porque los incentivos negativos por hacerlo se reducen. Esta expresión pública y abierta es imitada racionalmente tanto por aquellos que también escondían su rechazo como por quienes desde un inicio mostraron alguna oposición. Se considera racional dicha imitación porque el beneficio obtenido es la seguridad de que no habrá consecuencias negativas si expresan lo que realmente piensan.

Obediencia

¿Por qué las masas aceptan las creencias hegemónicas y actúan conforme a ellas? Sin duda, debe existir cuestionamientos, oposiciones y contradicciones, como en cualquier sociedad compleja y sana. Pero la hegemonía de una idea o una creencia es un hecho concreto y visible cuando, al entrevistar o encuestar a una población, la encontramos casi totalmente aceptada y dirigiendo un sinnúmero de actos. A esa aceptación o sometimiento es a lo que llamaremos obediencia.

La obediencia es un fenómeno colectivo. Proponemos que es un efecto del mecanismo de formación de deseos impulsada por la disonancia porque busca la adaptación sin duda alguna, además del cumplimiento de las metas de un dirigente de cualquier tipo. En los años sesenta del siglo pasado, Stanley Milgram experimentó con individuos para observar los mecanismos que subyacen en la obediencia frente a órdenes dañinas que no se cuestionaban. Sus resultados señalaban que las personas simplemente se sometían a la figura de autoridad y no necesariamente hacían daño a sus semejantes por malvados, sino porque descargaban su responsabilidad en quienes les decían qué hacer. Recientemente, Stephen Reicher, Alexander Haslam y Joanne Smith señalaron que esto no era necesariamente cierto. El fenómeno de la obediencia

no tiene mucho qué ver con seguir órdenes sino más con actos de seguidores que involucran el discernir los deseos del experimentador y el “trabajar” hacia las metas que él ha establecido… independientemente de lo estresante que esto pueda ser. Adicionalmente, este análisis es consistente con un modelo de identidad social de liderazgo que observa esto como un proceso de influencia centrado en el sentido de identidad grupal representado por el líder y compartido por los seguidores.39

La relación tan estrecha que guardan el mecanismo de formación de deseos impulsada por la disonancia y el fenómeno psicosocial de la obediencia explicaría cómo las creencias y acciones de los individuos se adaptan a las de un dirigente o, en todo caso, a las de un grupo de poder. Estas acciones, según Jean-Léon Beauvois y Robert-Vincent Joule, tienen efectos de generación de ideologías:

En contra de lo que se cree, la gente no se comporta según la ideología que posee, sino más bien son las conductas efectivamente realizadas las que llevan a una ideología consonante con tales conductas. Más en concreto, Beauvois y Joule (1981) estudian las relaciones entre las conductas de sumisión y las ideologías. “Nuestros comportamientos cotidianos son bastante frecuentemente comportamientos de sumisión a una autoridad moral (ideológica), institucional, organizacional o simplemente física… Ciertamente nuestra conducta cotidiana es frecuentemente una conducta de sumisión a la autoridad… estas conductas de sumisión pueden tener algunos efectos sobre nuestras opiniones, nuestras creencias y nuestras representaciones, o sea sobre lo que habitualmente se conoce como ideologías.40

Las creencias formadas a partir de los deseos compartidos con un dirigente -en este caso, el intelectual- resultan congruentes con las acciones que refuerzan tales creencias. Pero, por otro lado, hemos discutido la existencia de la disonancia expresiva y cómo esta puede reducirse a través de la internalización o también con la revuelta. En este sentido, cualquier creencia, en cuanto ideología en principio hegemónica y que dirige mayoritariamente las acciones de otros intelectuales y de las masas, también corre el riesgo de derrumbarse si se reúnen los elementos necesarios para crear una revolución contra aquello que legítimamente se creía. Con lo anterior queremos decir que, ante cualquier discurso o creencia que en cierto momento goce de una fuerte hegemonía, los individuos tienen la capacidad de reproducirla para promover la permanencia del statu quo o de desecharla para motivar al cambio, porque fue creada por ellos mismos. La hegemonía es un producto humano; por tanto, sería humano oponerse y destruirla.

No es suficiente asegurar que los intelectuales producen hegemonía, tienen influencia en la cultura o son parte del sistema político y así ejercen o legitiman la dominación sobre la sociedad. Es necesario explicar cómo lo hacen y, en la medida en la que se observe que una idea hegemónica va ganando terreno en la sociedad, estaremos frente a la actuación concreta de los intelectuales. Para efectos de intentar sanear la ausencia de explicaciones sobre cómo un intelectual logra fabricar hegemonía, proponemos como definición que es un actor social cuyas interacciones se ubican en los diferentes sistemas sociales con algún grado de imbricación; que genera y difunde al público -con alguna periodicidad- algunos elementos del universo simbólico social, perpetuándolo a la luz de ciertos mecanismos sociales en los medios de comunicación, ya sean publicaciones impresas, visuales o electrónicas, incluyendo el arte, independientemente de su postura de oposición o de consenso respecto del statu quo. Sus ideas y discursos se difunden y, debido a su influencia mediática, son racional o adaptativamente reproducidos por otros intelectuales que se encuentran en los distintos sistemas sociales, logrando de esta manera que sus acciones individuales se transformen en un fenómeno colectivo logrando legitimar e instaurar hegemonía al ser identificados como tales por el público, quien se apropia de sus creencias y estas, a su vez, dirigen sus acciones.

A manera de conclusión

Planteamos que los problemas en la definición del concepto intelectual radican en que por lo general señalan la influencia de este actor social en la cultura, lo asocian con la creación de hegemonía y le relacionan con el sistema político, ya sea a través de partidos o ayudando a legitimar prácticas democráticas, sobreentendiendo también una relación estrecha con el Estado. Sin embargo, vimos que tales condiciones no son necesarias ni suficientes para explicar y detallar qué clase de actividades son desarrolladas por el intelectual y cómo, a partir de ellas, logra producir hegemonía.

Establecimos que, para evitar cajas negras y ahondar en el nivel explicativo del fenómeno, no basta sostener que un intelectual produce hegemonía y que esta dirige los actos de las masas de manera automática, pues ello conllevaría necesariamente cientos de preguntas que no tendrían respuesta. Por ello, propusimos llevar el fenómeno a un nivel microsocial de explicación poniendo atención en los mecanismos sociales que permiten que las creencias, los discursos, las ideas, los deseos y los actos de los intelectuales se socialicen, acepten y colectivicen para lograr legitimidad y hegemonía en un orden social.

Consideramos que los mecanismos sociales que podrían explicar de manera más clara este proceso son el pensamiento desiderativo, de Donald Davidson; la formación de deseos impulsada por la disonancia, de Leon Festinger; la imitación racional, de Peter Hedström; la profecía que se cumple a sí misma, de Robert Merton; y la reducción de la disonancia expresiva a través de la revuelta, de Timur Kuran. Expusimos que, una vez creada la hegemonía, tiende a conservarse mediante el fenómeno psicosocial de la obediencia, explicado desde las propuestas de Stanley Milgram, aunado a las recientes aportaciones de Stephen Reicher, Alexander Haslam y Joanne Smith; para más adelante señalar que la formación de deseos impulsada por la disonancia es un mecanismo social que podría explicar dicho fenómeno.

Se expuso un cuestionamiento sobre la aparente reificación de la hegemonía. Consideramos que, observando la realidad como un todo, se nos presentan fenómenos que a primera vista son difíciles de cambiar; parece que olvidamos que la realidad social es un producto humano y que es ahí donde podemos encontrar las motivaciones y herramientas necesarias para el cambio o bien, si existe una continuidad en el estado de cosas, este fenómeno podría ser igualmente explicado en tales términos.

Finalmente, propusimos una definición del concepto de intelectual haciendo énfasis en que no necesariamente es un opositor o legitimador del Estado, ni siquiera debe tener una relación con este y, si la tiene, ello no se relaciona con su calidad de intelectual. Consideramos que, con esta definición, los investigadores podríamos reconocer a aquellos que divulgan ideas y las vuelven hegemónicas desde la academia, el gobierno, un periódico semanal, un púlpito, en un empleo informal o un regimiento militar. Más importante aun, debemos evitar sostener que tienen influencia en la política, la educación o la cultura sin hacer explícita la manera en que esa tarea se está realizando.

Referencias

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1Roderic A. Camp, investigador contemporáneo de los intelectuales, entiende el Estado como el sistema político integrado tanto por estructuras e instituciones formales, como por actores involucrados en la toma de decisiones de índole político dentro de dicho sistema y quienes, a través de sus redes de relaciones sociales, pueden establecer interacciones de diverso tipo con los intelectuales. Ese es el sentido en que se utilizará tal concepto. Roderic A. Camp, Los intelectuales y el Estado en el México del Siglo XX (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1995), 34-53.

2Antonio Gramsci, Los cuadernos de la cárcel, tomo IV, cuaderno 12 (XXIX) (México: Ediciones Era, 1986), 353 et seq.

3Immanuel Wallerstein, “Paz, estabilidad y legitimación 1990-2025/2050”, Argumentos 25.69 (mayo-agosto de 2012): 59-77, disponible en http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=59524130003 (fecha de acceso: 3 de octubre de 2019).

4Junior Ivan Bourscheid, “La ideología colorada: el papel de los intelectuales para la permanencia del liderazgo del bloque hegemónico paraguayo”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales 63.232 (enero-abril de 2018): 181-218, disponible en http://www.revistas.unam.mx/index.php/rmcpys/article/view/57795 (fecha de acceso: 3 de octubre de 2019).

5Víctor Hugo Martínez González, “Transiciones y tensiones de los intelectuales en la política democrática”, Andamios. Revista de Investigación Social 12.27 (enero-abril de 2015), 123-149, disponible en https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=62841659007 (fecha de acceso: 3 de octubre de 2019).

6Gramsci, Los cuadernos de la cárcel, 357.

7Gramsci, Los cuadernos de la cárcel, 357.

8A finales del siglo XIX en Francia, un capitán de origen judío -alsaciano- de nombre Alfred Dreyfus fue acusado de espionaje a favor de los alemanes. Los tribunales franceses fallaron en su contra, condenándolo a cadena perpetua, pero se alegaba que no existían pruebas definitivas de la alta traición. Émile Zola, un escritor francés, publicó en un diario una carta de apoyo a Dreyfus, desatando la polarización en la sociedad francesa entre los partidarios y los detractores del capitán, lo cual conllevó una fuerte y profunda discusión sobre un posible antisemitismo. Aquellos que apoyaban a Dreyfus fueron denominados intelectuales de manera peyorativa. Octavio Rodríguez Araujo, “Un debate sobre el concepto ‘intelectual’ en Francia y México”, Estudios Políticos (México) 32 (mayo-agosto de 2014): 143-152, disponible en http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-16162014000200007&lng=es&tlng=es (fecha de acceso: 3 de octubre de 2019).

9Francisco José Paoli Bolio, “La oposición y los intelectuales en México”. En Anuario Jurídico, XVIII 1991. Memoria del Coloquio La oposición política en México (Ciudad de México: UNAM, 1992), 113-124, en especial 116.

10Paoli Bolio, “La oposición y los intelectuales…”, 114.

11Edward W. Said, Representaciones del intelectual (Barcelona: Paidós Studio, 1994), 17-18.

12Christine Buci-Glucksmann, Gramsci y la política (Ciudad de México: UNAM, 1980), 17.

13James D. Cockcroft, Precursores intelectuales de la Revolución Mexicana (Ciudad de México: Siglo XXI Editores, 1971).

14Octavio Rodríguez Araujo, “Un debate sobre el concepto ‘intelectual’”. En Intelectuales y Ciencias Sociales en la crisis de fin de siglo, editado por José Antonio González Alcantud y Antonio Robles Egea (Barcelona: Anthropos Editorial, 2000); José Antonio González Alcantud y Antonio Robles Egea, “El intelectual entre dos siglos: profetismo, compromiso, profesionalidad”. En Intelectuales y Ciencias Sociales en la crisis de fin de siglo, editado por José Antonio González Alcantud y Antonio Robles Egea (Barcelona: Anthropos Editorial, 2000); Enrique Krauze, Caudillos culturales en la Revolución mexicana (Ciudad de México: Tusquets Editores, 2014); Paoli Bolio, “La oposición y los intelectuales…”; Pedro Ángel Palou, “Intelectuales y poder en México”, América Latina Hoy 47 (diciembre de 2007): 77-85.

15Alejandro de Haro Honrubia, La dialéctica masa-minoría en la filosofía de Ortega y Gasset: Contribución al análisis de las diferentes dimensiones que los conceptos “Hombre masa” y “Hombre minoría” adoptan a lo largo de la evolución del pensamiento orteguiano (Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2009), disponible en https://ruidera.uclm.es/xmlui/bitstream/handle/10578/1002/269%20La%20dialéctica%20masa-minoria%20en%20la%20filosof%C3%ADa%20de%20Ortega%20y%20Gasset.pdf?sequence=1&isAllowed=y (fecha de acceso: 3 de octubre de 2019).

16Krauze, Caudillos culturales en la Revolución mexicana.

17Roger Bartra y Héctor Aguilar Camín, “Intelectuales sobre el intelectual”, Nexos, 13 de octubre de 2015, disponible en http://cultura.nexos.com.mx/?p=9173 (fecha de acceso: 3 de octubre de 2019).

18Camp, Los intelectuales y el Estado, 205.

19Camp, Los intelectuales y el Estado, 61.

20Marco Valencia Palacios y Cecilia Muñoz Zúñiga, “La Élite del Conocimiento en la Sociedad Moderna: Intelectuales, Científicos y Profesionales”, Polis, Revista Latinoamericana 31 (enero-abril de 2012), 3, disponible en https://journals.openedition.org/polis/4234 (fecha de acceso: 3 de octubre de 2019).

21Valencia y Muñoz, “La Élite del Conocimiento…”, 6.

22Cockcroft, Precursores intelectuales de la Revolución, 8.

23Guillermo Zermeño, “El concepto intelectual en Hispanoamérica: génesis y evolución”, Historia Contemporánea 27 (2003): 777-798, en especial 779, disponible en http://www.ehu.eus/ojs/index.php/HC/article/viewFile/5215/5081 (fecha de acceso: 3 de octubre de 2019).

24Diego Gambetta, “Concatenation of mechanisms”. En Social Mechanisms. An analytical approach to social theory, editado por Peter Hedström y Richard Swedberg (Nueva York: Cambridge University Press, 2005), 102. Traducción propia.

25Gambetta, “Concatenation of mechanisms”, 105.

26Peter Hedström, “La explicación del cambio social: un enfoque analítico”. En Teoría Sociológica Analítica, editado por José Antonio Noguera (España: Centro de Investigaciones Sociológicas, 2010), 215.

27Donald Granberg y Sören Holmberg, “A Mass-Elite Comparison of Wishful Thinking”, Social Science Quarterly 83.4 (diciembre de 2002), 1079-1085, disponible en https://doi.org/10.1111/1540-6237.00134 (fecha de acceso: 3 de octubre de 2019).

28Hedström, “La explicación del cambio social…”, 217.

29Donald Davidson, Ensayos sobre acciones y sucesos (Ciudad de México: Crítica-IIF, UNAM, 1995), 17-18.

30Solomon E. Asch, “Opinions and Social Pressure”, Scientific American 193.5 (1995): 31-35, en especial 32. Traducción propia.

31Raymond Boudon, “El homo sociologicus: ni idiota racional ni irracional”. En Teoría Sociológica Analítica, editado por José Antonio Noguera (Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, 2010), 189.

32John C. Harsanyi, “Los modelos de elección racional frente a las teorías conformistas y funcionalistas de la conducta”. En Teoría Sociológica Analítica, editado por José Antonio Noguera (Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, 2010), 145-172.

33Peter Hedström, “Rational Imitation”. En Social Mechanisms. An analytical approach to social theory, editado por Peter Hedström y Richard Swedberg, 306-327 (Nueva York: Cambridge University Press, 2005), en especial 307. Traducción propia.

34Robert K. Merton, “La profecía que se cumple a sí misma”. En Teoría y estructura sociales (México: FCE, 1984), 505.

35Merton, “La profecía que se cumple…”, 505.

36Merton, “La profecía que se cumple…”, 507.

37Timur Kuran, “Social mechanisms of dissonance reduction”. En Social Mechanisms. An analytical approach to social theory, editado por Peter Hedström y Richard Swedberg (Nueva York: Cambridge University Press, 2005), 152-153. Traducción propia.

38Kuran, “Social mechanisms of dissonance…”, 153.

39Stephen Reicher, S. Alexander Haslam y Joanne R. Smith, “Working Toward the Experimenter: Reconceptualizing Obedience Within the Milgram Paradigm as Identification-Based Followership”, Perspectives on Psychological Science 7.4 (2012): 315-325, en especial 319, disponible en http://citeseerx.ist.psu.edu/viewdoc/download?doi=10.1.1.689.9865&rep=rep1&type=pdf (fecha de acceso: 3 de octubre de 2019). Traducción propia.

40Anastasio Ovejero Bernal, “Leon Festinger y la psicología social experimental: la teoría de la disonancia cognitiva 35 años después”, Psicothema 5.1 (1993), 185-199, en especial 193-194.

Recibido: 04 de Abril de 2019; Aprobado: 08 de Octubre de 2019

Maestra en Ciencias Sociales, Universidad Autónoma de Querétaro, México.

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