SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número7Historia Breve de Sonora índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Intersticios sociales

versión On-line ISSN 2007-4964

Intersticios sociales  no.7 Zapopan mar. 2014

 

Reseñas

 

La historia como ejercicio cotidiano sin renuncia a los postulados de ciencia social

 

Jorge Briones Franco

 

Aarón Quintanilla Escobedo, Tierra generosa. Origen de una colonia agrícola en Nayarit. Tepic: CECAN, 2011.

 

Universidad Autónoma de Sinaloa1

 

La historia como reconstrucción del pasado es una realidad, aunque nunca logrará llegar a la plenitud de la historia que fue; aun así sin duda atiende a nuestra sociabilidad: la que era, la que es, la que buscamos y queremos que sea. No a la que quieren construir los académicos sino a la que viven el campesino, el obrero, el singular sujeto de la vida cotidiana, al que le pesa, le duele, al que la goza y la sueña. Todos tenemos la propensión de ser historiadores, por eso es una obligación saber qué es eso que hacemos o buscamos hacer de manera genérica. Ese es el asunto medular al escudriñar este libro escrito con el saber del corazón pero el cual al mismo tiempo busca, quiere, intenta armarse de los saberes de la ciencia histórica para presentar, junto a los nervios nostálgicos del cuerpo histórico, todo aquello que lo valida. Como si en una operación, además del cuerpo, tuviéramos que presentar ante el facultativo los estudios que dicen que sí, que el paciente tiene todo en regla para lo que a él corresponde realizar. Esta es la cotidianeidad de la historia, más no la historia de la cotidianeidad.

Como todo libro de historia, éste nos ofrece la oportunidad y el pretexto para seguir reflexionando y tener un mejor entendimiento acerca de este oficio tan vilipendiado, banalizado y paradójicamente ejercido por infinidad de practicantes de muy diversos campos disciplinarios y por muchos aficionados. Yo creo que la legitimidad de escribir historias viene dada por el acto en sí que cada quien ejerce para contar lo que le parece plausible, digno de encomio, importante y necesario de comunicar a los demás por medio de una obra escrita. Ya los críticos prenderán hogueras o lanzarán cohetes, según juzguen. Pero la libertad de ejercer ese derecho es primordial, ya que es una actividad sana, necesaria e inevitable. El destino de la obra (su acreditación o no) es un asunto que le compete a los lectores. Por lo pronto los autores escriben y publican, mientras nosotros leemos (cuando mucho) a veces bien.

Todos deberíamos proceder con la historia como en la vida diaria lo hacemos con lo deportivo: se nos recomienda insistentemente que hay que practicar algún deporte para estar en forma, cuando también deberíamos practicar alguna modalidad de historia para mantener en buen estado la memoria. Un mínimo ejercicio sería ocuparnos de nuestra propia historia familiar, emprender los olvidados árboles genealógicos y acompañarlos con fotos de todo tipo e historias de vida de nuestro actor principal. Con enorme sorpresa y decepción puede observarse que no conocemos más allá de dos generaciones, a veces únicamente reconocemos nuestra generación. Nos preguntan por los abuelos y ni siquiera sabemos sus nombres completos, ya no se diga quiénes fueron, qué hicieron y cómo terminaron. Tampoco sabemos quiénes son los primos ni de dónde proviene la consanguinidad.

Se tiene presente la historia de nuestros maestros, novias, amigos, sueños ¿por qué no emprender la historia de nuestras frustraciones o alegrías, incluso de nuestras miserias, aunque suene masoquista o de nuestros éxitos, aunque suene falso? Si no hay finalidad, por lo menos sería una buena catarsis. Imaginemos el ejercicio. Alguien escribe la historia de sus sueños con las siguientes líneas:

No puedo hablar de mis sueños olvidados, sólo de aquellos que vienen a mi memoria. Recuerdo aquel que tuve un día en el verano de finales del siglo pasado. Tenía entonces cinco años, mi mamá se había sacado en una rifa de un centro comercial un colchón oloroso a nuevo. Esa noche lo estrenamos: todos dormimos relajadamente juntos. Pero no fue eso, hasta donde recuerdo, lo que detonó las imágenes de aquel sueño. Fue, fue [...]

De repente ya no nos acordamos. Imaginemos esto y nos daremos cuenta de que las mismas dificultades con las cuales tropezamos para recordar lo más inmediato a nosotros, lo que nos aconteció así sea en el sueño o en otra área de la vida, tienen que sortearse y más quienes se ocupan de vidas ajenas. Por eso la necesidad de hacer historias para no olvidar, recordar y compartir.

En fin, esto puede parecer un asunto trivial, marginal, doméstico si se quiere, pero es para poner en perspectiva este oficio tan vital, porque quién no se ha preguntado: ¿cómo llegué a ser lo que hoy soy? ¿Qué y cómo fui antes? ¿Qué de lo que no recuerdo de mi vida puedo reconstruir por medio del testimonio de mis amigos, tías, vecinos, etcétera? Con esas preguntas triviales puede iniciar la aventura de preguntarle al pasado y a los testigos, y mediante un trabajo paciente de escritura trazarse el mapa de nuestros acontecimientos personales más importantes.

Hay muchas maneras de acercarse a la reconstrucción del pasado, desde las posturas impregnadas de docencia y ciencia, como ejercicio intelectual cultivado por academias de estudiosos que se han formado para ello en las aulas universitarias, incluso con títulos de doctorado. Este último es otro nivel importante de dicho ejercicio, el cual se cultiva con aspectos más singulares, cotidianos, con mucho sentido del humor y no sin dificultad y exigencias, como a veces se piensa. Sin duda la más seductora de las historias es la pueblerina; esa que en muchas partes del mundo se practica con el nombre de microhistoria y que en México desarrolló ampliamente don Luis González y González, siendo un ejemplo de ese ejercicio su libro Pueblo en Vilo, una historia de San José de Gracia, Michoacán, publicado por primera vez en 1968 y que después conoció muchas otras ediciones. Después de esta obra, múltiples historias se ocuparon del terruño, del ombligo del mundo, las matrias, el lugar que nos vio nacer, crecer, amar y añorar. Esto es medular en el libro Tierra generosa. Origen de una colonia agrícola en Nayarit, pues se nutre del espíritu de este tipo de historia.

La microhistoria es micro porque reduce la dimensión, territorialmente hablando, del objeto que estudia pero no lo hace en sus afanes de investigación ni en su corpus temático. En ella está el ADN del cuerpo social-nacional. Puede ser elaborada (y de hecho lo es) tanto por los profesionales de la historia como por personas de diferente oficio, siempre y cuando guarden simpatías por su terruño; el cultivo de la microhistoria es igual de importante que la historia nacional. Desde luego es necesario presentar los trabajos bien documentados y en una narrativa ágil y clara, con el propósito de que se difunda no sólo entre los académicos sino también entre la gente del pueblo, especialmente de la oriunda, avecindada o simpatizante del lugar o de la que quiere prolongar el chisme ajeno.

Lo siguiente es primordial: la preocupación por la verdad está unida a todas las historias como proyecto intelectual desde Herodoto. También las pruebas son un núcleo central de la riqueza intelectual iniciada por Aristóteles, las cuales distan de ser incompatibles con la retórica. O como lo define don Luis González y González: "como las demás ciencias históricas, la micro no puede prescindir del rigor de la prueba, de la aproximación a lo real".

Mencioné que el libro Tierra generosa. Origen de una colonia agrícola en Nayarit se ubica en la tradición de la microhistoria y atiende a sus requerimientos. Éste analiza una comunidad pequeña, un ejercicio hermenéutico que sin pretender ser científico o académico, se esmera en proporcionar soporte documental claro de lo que describe, afirma y niega. La historia arranca desde lo que es básico y clásico: los orígenes, en este caso, azarosos del pueblo, porque su fundación no fue algo premeditado sino que surgió en los avatares de la contienda cotidiana por construir entre los linderos de los municipios de Rosamorada y Tecuala-Acaponeta del estado de Nayarit, el tramo de la carretera México 15.

Es una historia que se nutre de fuentes documentales, testimonios orales, evidencia empírica, fotografías (antiguas y contemporáneas), fuentes periodísticas y biografías. Sigue un trazo temático que no es sólo cronológico, y así nos adentramos a conocer en cada apartado algún aspecto de los muchos que fueron estructurando el vivir, convivir, la vida cotidiana y, finalmente, el retrato actual de lo que es el pueblo cuya realidad sólo podemos entender, en esencia, asomándonos al cristal de su historia.

Cuando escribimos una historia tenemos una finalidad a veces intuitiva y otras veces muy clara o confusa. A lo largo de la historia humana cada generación o historiador ha tenido distintas finalidades para escribirla. ¿Por qué escribimos historias? ¿Qué buscamos con ello? ¿De qué manera legitimamos ese quehacer? Han sido diversas las funciones y el papel que cada época o historiador le ha asignado a la historia. Ranke fue un hombre al que le interesaba la historia porque creía que era un vehículo para encontrar a Dios. Otros la practican porque en ella ven un instrumento para la comprensión del presente. Polibio hacía historia buscando en las causas y los efectos cómo pudo imponerse la hegemonía romana en la cuenca del Mediterráneo. Para otros es una catarsis: nos ayuda a despojarnos del pasado para que pese menos.

¿Por qué se escribe tanta historia de muy diversas maneras y por razones también muy diversas? Por ensoñación y nostalgia de los tiempos idos, ganas de llenar los vacíos sentimentales que nos producen los temas, pretensión de desterrar visiones que consideramos erróneas, ganas de cuestionar al sistema social, interés por justificarlo, divertimento, maneras de ocupar el tiempo libre (al estar jubilado o desocupado); por cuestiones laborales, por pedido, porque el tema se relaciona con algún familiar y queremos reivindicar con ello glorias familiares anónimas e ignoradas, por quedar bien con algún funcionario o político, por recuperar identidades ignoradas, porque simplemente nos gusta. Las razones sobran pero no es ocioso preguntar ¿por qué escribimos historias?

¿Por qué el autor escribió esta historia en particular? ¿Para qué lo hizo, por qué lo hizo y a quién va dirigida? A falta de su propia declaración, pienso que tiene que ver con el asunto primordial de llevar el recuerdo al papel: para que no se olvide, para que otros sepan cómo transcurrió nuestro origen y desarrollo y así puedan entender lo que ahora somos además del modo en que pretendemos trazar nuestro futuro.

La historia que Aarón Quintanilla Escobedo nos entrega es una invitación para que otros tomemos en serio, pero con extraordinario gozo, la siguiente pregunta central: ¿cómo se construyó el mundo que habitamos? En esa simple pregunta se cimienta la complejidad de esta ciencia que es la historia.

 

Nota

1 Jorge Briones Franco está jubilado.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons