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Intersticios sociales

versión On-line ISSN 2007-4964

Intersticios sociales  no.6 Zapopan sep. 2013

 

Reseñas

 

Escenarios metropolitanos deseables

 

Jaime Preciado Coronado

 

María Alicia Peredo Merlo (coord.). Un mejor escenario para las metrópolis. ¿Quimera o posibilidad? Zapopan: El Colegio de Jalisco, 2012

 

Universidad de Guadalajara

 

A 30 años de existencia, El Colegio de Jalisco ha consolidado un conocimiento considerable en torno de los estudios sobre lo que se genera y acontece en esta maravillosa, a la vez que sorprendente, Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG). Este cúmulo de saberes se encuentra dentro de un contexto científico riguroso que permite comprender el fenómeno de urbanización tan acelerado que representan las aglomeraciones y concentraciones de población, capitales, recursos, servicios y creaciones culturales en los espacios metropolitanos; y también permite entender sus contradicciones: la segregación y contrastes sociales extremos de riqueza y pobreza, la anomia y las tensiones producidas por formas de violencia cotidiana como las que el crimen organizado practica en un intento por atemorizarnos y doblegar a las autoridades, cuyas prácticas policiales no son siempre eficaces, ni suficientemente coordinadas. Las metrópolis concentran lo mejor y lo peor de nuestras sociedades, pero imaginar la metrópoli que deseamos es una apuesta minuciosamente trabajada por El Colegio de Jalisco.

El libro más reciente que nos ofrece esta institución, Un mejor escenario para las metrópolis. ¿Quimera o posibilidad?, coordinado por Alicia Peredo, camina en esta dirección. Esta obra refrenda el compromiso por mantener la rigurosidad intelectual y por acercar el conocimiento original, brindado por sólidas investigaciones, a la propia comunidad académica y a los funcionarios gestores y autoridades encargadas de las políticas públicas, las cuales con distintas atribuciones y desde diferentes órdenes de gobierno se relacionan con la metrópoli, uno de los espacios sociales contemporáneos más complejos creados por la humanidad.

La literatura provista por las ciencias sociales planteó el proceso de urbanización como la muestra más contundente de la modernización y de la modernidad del siglo xx, del cual daban cuenta gestores, planificadores urbanos y regionales, sociólogos, psicólogos, economistas, politólogos que enfatizaron la administración pública y los gobiernos locales. El desarrollo, encapsulado en la febril persecución del crecimiento económico, sirvió de paraguas para reorientar los aparentes beneficios que dejaba la era de la posguerra en la concentración de enormes y potentes fuerzas productivas, de innovación tecnológica, creación de mejores condiciones de vida, sociabilidad, seguridad individual y colectiva y expansión cultural en las ciudades.

Se acudió a dos interpretaciones de ese proceso de urbanización que ofrecía un camino de certidumbre, aunque no exento de las dificultades que causaba la propia modernidad: una suerte de dualismo evolucionista siempre ascendente hacia el progreso, que cargó sus baterías en la revolución industrial sin ahorrar la destrucción de todo aquello que impidiera la ruta del "progreso"; por otra parte, se sofisticaron las demandas y políticas relativas a una calidad de vida que erradicara toda la patología individual y social causada por la inexorable destrucción capitalista.

Esa modernidad vio al pasado, las tradiciones culturales y a los grupos excluidos, como rémoras que impedían el avance del progreso, ese escenario futuro irrenunciable. Ante ello, los dualismos urbanización-barbarie y modernización-atraso tenían que ser resueltos por la redención de la ciencia, el poderío económico y la imposición de patrones de higiene mental y social, tal como lo planteó la Escuela de Chicago –antes que los Chicago Boys– que convirtió a la ciudad en un laboratorio permanente de lucha contra las diversas formas de patología que la aglomeración creciente de personas en la ciudad originaba: crimen, marginación, anomia, violencia callejera, adicciones letales, etcétera.

Durante los años del desarrollismo, el cual representó la época de la sustitución de importaciones, los países del sur estuvieron fuertemente influenciados por esas visiones dualistas e higienistas. A contracorriente, se constituyeron instituciones originales que se comprometieron con sistemas y métodos de planeación nacional, urbana y regional, donde hubo apuestas propias, incluyentes, con aspiraciones equitativas y redistributivas de los beneficios urbanos, como fue el caso del nordeste brasileño con la Superintendencia de Desarrollo del Nordeste (Sudene), o la Junta General de Planeación y Urbanización del Estado de Jalisco. En contraposición a la acelerada urbanización que se produjo durante la revolución industrial en los países centrales, principalmente en el siglo xix y luego en la posguerra, nuestras naciones vieron crecer exponencialmente las ciudades. Desde los años 60, América Latina se convirtió en una referencia obligada para repensar el significado y consecuencias dejadas por el proceso de urbanización, cuyas causas se ubicaron en determinantes estructurales asociadas con el poder local y extra local, así como con la historia responsable de las relaciones sociales que originaron las migraciones y la constitución caótica de las ciudades.

Las metrópolis mexicanas surgieron en esa época de creciente trasnacionalización, incremento de la dependencia y crisis de gobernabilidad del proceso de urbanización, que tomó su cúspide con la paulatina implementación del neoliberalismo. Si en los años 70 había doce zonas metropolitanas en México, que concentraban a 64 de cada 100 personas que habitaban en ciudades, el aumento de las metrópolis a 38 en el año 2000 y a 57 en 2005 hace que en ellas se albergue 83% de los habitantes en ciudades para esa fecha. Una concentración que representa cerca de 60% de la población total del país que vive en alguna metrópoli. Cifra muy similar a la de la ZMG.

El estudio que fincó la base del original libro coordinado por Alicia Peredo, es una muestra compuesta por 608 casos distribuidos en los cinco municipios que conforman la ZMG, de acuerdo con la definición comúnmente aceptada: Guadalajara, Zapopan, Tlaquepaque, Tonalá y Tlajomulco. Doce investigadores destacados, en su mayoría de El Colegio, además del ITESO y la Universidad de Guadalajara, presentan siete capítulos en los que se abordan cuatro temas clave:

1) La gestión gubernamental. Alberto Arellano analiza la manera en que se difunden los programas contra la marginación social, y la percepción de los entrevistados sobre los principales problemas que aparecen en los casos estudiados: pobreza, inseguridad, narcotráfico, desempleo, inequidad, corrupción e ineficacia gubernamental. El uso electoral de programas sociales incrementa la desconfianza en el gobierno para abatir la pobreza y manejar los problemas sentidos. Roberto Arias relaciona la democracia y el desarrollo humano con los grandes desafíos para una gobernanza que no cuenta con el entramado institucional para enfrentar la dimensión metropolitana. A pesar de acuerdos intermunicipales sustentados constitucionalmente en el artículo 115, no se alcanzan consensos ni se reúnen voluntades políticas para fortalecer su coordinación, como lo mostró el abandono presupuestal del gobierno estatal y de los municipios metropolitanos del promisorio Instituto de Planeación Metropolitana.

¿Quién gane las metrópolis gana las elecciones? La geografía electoral de estas singulares áreas ofrece un mosaico de pluralidad política que expresa cómo se privilegian estas zonas por los partidos políticos, paralelamente a la actuación gubernamental de distintos signos en pos de conquistar al electorado, frecuentemente mediante el sesgo que permite el uso de recursos públicos para influir sobre el votante. Una conclusión fundamental que ofrece Arellano sobre la percepción ciudadana de las personas entrevistadas. Arias, por su parte, destaca los problemas actuales de un triángulo relacionado con la democracia representativa, la concepción del desarrollo humano y la gobernanza. La subrepresentación implicada en los municipios grandes y sobre todo los involucrados en la metrópoli tapatía, plantea desafíos a una ingeniería electoral que sea capaz de una mayor equidad, y el concepto de desarrollo humano puede ser orientador de políticas públicas que acompañen una necesaria reforma política de las metrópolis mexicanas, que ponga al día el potencial democrático que ellas encierran.

2) Cultura de legalidad y violencias sociales. Es trabajado por Alicia Peredo, Rosa Alicia González y Vania Tirado, quienes enfatizan la educación formal como palanca de formación de derechos de ciudadanía; con la cual los jóvenes sepan cumplir y exigir en contexto de legalidad, hasta ahora desatendido y despreciado. El medio idóneo para conciliar la legalidad y legitimidad del sistema político y de gobierno es la educación para la vida. Fortalecer el Estado de Derecho no es sólo tarea de los responsables de la impartición y procuración de justicia, sino la práctica de un derecho que necesita incrementar la información, la transparencia y la rendición de cuentas.

Octavio Urquídez enfoca su atención a la población entre 25 y 29 años, "los de en medio", grupos olvidados por políticas públicas que debían lograr satisfactores que les aseguraran calidad de vida. La rápida transformación de la familia en la metrópoli cobra un significado mayor, pues este sector social transita hacia nuevos roles sociales que demandan una escolaridad integral, empleo digno y suficiente autoestima para lograr su independencia como individuos responsables.

Para Rogelio Marcial, las insatisfacciones sociales provocan mayores violencias, escenarios de incertidumbre y políticas fallidas, aún influidas por concepciones "higienistas" como la "limpieza social", o la imposición de paradigmas de normalización que no reconocen el derecho a la diferencia, y que criminalizan y estigmatizan particularmente las disidencias juveniles, pero que también conspiran contra la mera condición de ser joven. Además, el enfoque de género que adopta le permite situar los graves problemas que enfrentan las metrópolis para la integración y la cohesión social.

3) María Martha Collignon, Zeyda Rodríguez y Diana Sagástegui, tratan la sociabilidad que impulsa o frena la tecnología sobre la seguridad y los afectos. Para ellas, el crítico debilitamiento del vínculo social es clave, dadas las tendencias que trae consigo la urbanización respecto de la destrucción y falta de reparación del tejido social. El potencial tecnológico debe de comprenderse como medio para establecer vínculos sociales y por medio de ellos se pueden entender mejor lo que llaman: regímenes de significación compartidos.

4) Consumo y prácticas culturales. Abordado por Estrellita García, Beatriz Núñez y Agustín Vaca, valoriza la inversión en cultura y educación para generar derechos humanos que integren y cohesionen a una sociedad hasta ahora fragmentada. No es suficiente realizar una débil distinción entre cultura y cultura popular, por lo que hacen un detallado estudio que documenta los consumos culturales en el espacio metropolitano, el cual puede ayudar a obtener conclusiones válidas para el diseño y ejecución participativa de la política cultural.

En síntesis, este libro hace deseable otra metrópoli, diferente a la que tenemos, sufrimos y algunas veces gozamos. La vigencia de un derecho a la ciudad renovado, atraviesa por el reconocimiento de la unidad de lo diverso que ofrece la metrópoli, de la construcción común de nuevas formas de gobierno y de políticas públicas impulsoras de derechos de ciudadanía. Ahora los académicos pasan el balón a la cancha de gestores, funcionarios y autoridades para hacer palabra y hechos la utopía metropolitana que deseamos y esperamos.

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