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Intersticios sociales

versión On-line ISSN 2007-4964

Intersticios sociales  no.2 Zapopan sep. 2011

 

Avances de investigación

El catolicismo social mexicano en los albores del siglo XX: identidad como ventana de reflexión histórica

Leticia Ruano Ruano1 

1 Universidad de Guadalajara; El Colegio de Jalisco.


Resumen

Este artículo puntualiza sobre el catolicismo social mexicano a partir de la mediación identidad, con la intención de reflexionar sobre su posición en el proceso histórico de las cuatro primeras décadas del siglo XX. De entrada se esquematizan algunos asuntos referidos al concepto identidad, para de ahí esbozar algunas ideas sobre el movimiento católico y su compromiso social. Las características de sus organizaciones contribuyen a pensar sobre las áreas y actores sociales que eran de interés tanto para la Iglesia católica como para el Estado. Esta es una posibilidad de conexión con sus formas de autorreconocimiento y heteropercepción. Se han seleccionado unas pocas organizaciones incluidas en el movimiento, las que sintetizan las necesidades y discordias centrales de la época. De modo que esbozan el mosaico social configurante de una identidad matriz.

Palabras clave: Identidad; catolicismo social; Iglesia católica y Estado

Abstract

This assignment points out the social mexican catholicism, beginning from the identity mediation, with the intention of reflect on its position in the historical process throughout the first forty years of the twenty century. Firstly, shows some questions about the concept of identity. After that, explain the catholic movement and their social compromise. The characteristics of their organizations contribute to think about the social areas y actors of interesting from the Catholic Church and the State. This is a possibility of connection with its ways of self and hetero acknowledgment. It has been chosen only a few of the organizations incorporated in the social catholicism, because they summarized the needs and discords relevant from that times. The social patchwork is thus an entry point in the configuration of matrix identity.

Keywords: Identity; social Catholicism; Catholic Church and State

El paradigma teórico identidad ha tenido centralidad en las ciencias sociales hace aproximadamente tres décadas. Sus aportaciones han conllevado reflexiones sobre lo que se disputa, reivindica o revalora en las esferas sociales. La consideración de la especificidad de un grupo ante otros en la sociedad, lo posiciona en horizontes, en los que puede compartir determinados elementos sociales, culturales, políticos, ideológicos y económicos con diversos sujetos históricos; pero a su vez diferenciarse de quienes son vistos extraños al colectivo. Aunque como mediación conceptual, metodológica y analítica, la identidad tiene una historia muy corta; como categoría implícita en estudios culturales cuenta ya con mayor tiempo.1 Ya el concepto de identidad cultural había surgido desde los años cincuenta.2 Plantear a la identidad como una posibilidad para mirar hacia el pasado, implica por una parte valorar a la época histórica como el contexto del proceso (prácticas y productos) que se busca analizar. Por otra, situar en su escenario a los actores involucrados en la disputa por algo, orienta a reconocer que el trayecto corto del análisis sincrónico converge con tiempos largos. Así que tanto espacio como tiempo, juegan roles vertebrales en las reconstrucciones e interpretaciones sobre aspectos identitarios.

Hay dos dimensiones clásicas para el estudio del catolicismo social en México. Una primera, es que ha sido abordado desde adentro de la Iglesia católica, como movimiento y pensamiento que marcó las acciones de los militantes laicos y eclesiásticos. Una segunda, es planteada desde afuera, esto es, en la relación entre la Iglesia y el Estado mexicano. Si bien es cierto que ambas dimensiones son ejes en el estudio del tema. Sin embargo, enfocar el interés en la identidad, abre nuevas posibilidades para la comprensión de la construcción del “nosotros” de estos laicos confesionales, sus inclusiones y exclusiones; luchas, valores, principios, añoranzas, posiciones humanas, divinas; sus miedos, expectativas, imaginarios, imágenes, relaciones, interacciones, redes; sus formas de vivir y creer en sus mundos. Entonces, esta última mirada es una tercera dimensión para el análisis, pues vincula las dos previas mencionadas; esto es me refiero a las (s) identidad (es) del catolicismo social en la sociedad. Pues es aquí donde encarnaron las propuestas sociales que el poder espiritual buscaba frente al temporal, en la lucha por la restauración cristiana y por una práctica social diferente a la secular. El catolicismo social mexicano combativo e intransigente tuvo fuerza en las tres primeras décadas del siglo XX.

Para lograr lo antes dicho, en este trabajo trato al catolicismo social a partir de la mediación identidad, con la intención de reflexionar sobre su posición en el proceso histórico. De tal forma, que de entrada esquematizo algunos asuntos referidos a este último concepto. Para de ahí esbozar algunas ideas sobre el movimiento, con su búsqueda de identificación social y católica. Reconocer las características de las organizaciones contribuye a meditar sobre las áreas y sectores sociales que eran de interés para las partes en conflicto. Esta es una posibilidad de conexión con sus formas de autorreconocimiento, y una ventana a la heteropercepción. Es indudable que no pretendo abarcar a todos los organismos incluidos en el catolicismo social que existieron en los treinta primeros años diez del siglo pasado, sólo he seleccionado unos pocos, pero que integran las necesidades y discordias centrales de la época. De modo que, esbozan el mosaico social que configuró a su identidad matriz y sus identidades. Quedarán muchos asuntos aún en el tintero.

La reinterpretación histórica sobre la (s) identidad (es) del catolicismo social, implica considerarlo como una comunidad en la que los diversos individuos, grupos y colectivos interactuaban en un tejido; que si bien pareciera estaban separados, conformaban una gran unidad pues se relacionaban a través de redes de organismos e individuos (líderes, laicos y eclesiásticos). Además, algunos de los órganos normaban la manera de interacción y vigilaban por su eficacia en el funcionamiento confesional. De aquí que sea importante considerar a esta identidad católica matriz como una expresión sociorreligiosa construida en un complejo de acciones y propósitos. Pero aglutinados con una intencionalidad histórica incluyente: “la restauración del orden social cristiano”. Esto no quiere decir que pretenda demostrar en un bloque “la” identidad católica, pues es conocido que hay múltiples identidades a su interior. Si no comprender cómo es que existen rasgos nucleares que permitieron articular a sus grupos con una idea de unidad, que serviría a un proyecto católico común; a esto me refiero cuando hablo sobre la identidad matriz del catolicismo social.

La identidad del catolicismo social fue selectiva, al posicionarse frente al Estado y toda ideología que cimbrara al edificio arquitectónico del dominio material, espiritual, social, cultural y político de la institución religiosa. Ante esta situación, fueron diversos contextos de lucha por parte de los confesionales: legislación, propiedades, libertad de expresión y manifestación, difusión de las ideas y creencias católicas, organización, educación, ámbitos laborales, moral social y ética profesional; armonía de las clases, derechos de propiedad, asociaciones de trabajadores; justicia y caridad. ¿Quiénes eran esos católicos organizados y movilizados? ¿Quiénes creían que eran? ¿Quiénes creían que podrían ser? ¿En qué creían? ¿Hacia dónde se proyectaban? Son cuestionamientos que coadyuvan en el estudio de su identidad (s). Estos puntos de salida nos orientan a comprender su pasado (trayectorias y segmentos sociales), su presente (representaciones sociales) y visión de futuro (lo que deseaban llegar a ser, potencialidades).

Adentrarnos a posibles respuestas nos orienta a considerar a la identidad del catolicismo social mexicano, como “la internalización de la cultura” católica “por sus actores”3; la identidad era entonces una manera de dar sentido a las acciones de las militancias y justificar las cosmovisiones sociales, políticas y religiosas de la Iglesia católica. Entonces, para entender sus redes de interacción social tenemos que considerar su subjetividad en cuanto a su unidad, fronteras simbólicas, persistencia en el tiempo y su ubicación en el mundo.4 La identidad se constituye asimismo por rasgos culturales inexistentes y tradiciones inventadas.5 Por estas últimas se entiende un grupo de prácticas normadas con naturaleza simbólica, que intentan inculcar valores por repetición (invariables) para dar continuidad al pasado; inventar tradiciones es una ritualización por referencia al pasado.6 De cierta manera, se trata de adaptar viejos usos, a modelos en nuevas condiciones y objetivos;7 por ejemplo, la Iglesia católica se enfrentó a nuevos retos políticos e ideológicos y por la composición de los creyentes, (pienso en su desplazamiento por el Estado, o en la feminización laica), pero veía al pasado como justificación de su centralidad y dominio en el mundo moderno.

Antiguos materiales se usan para construir tradiciones inventadas nuevas para propósitos nuevos. Son acumulados en el pasado de la sociedad, con símbolos, rituales oficiales, exhortación moral, nacionalismos; son concepciones como parte de movimientos que defienden tradiciones, aunque sus expresiones estén distantes de ese pasado que rememoran. Buscan llenar vacíos en sus pasados; a través de ellas, se establece o simboliza la cohesión o pertenencia social, legitiman instituciones, estatus, relaciones de autoridad y socializan creencias.8 En el caso mexicano, tanto la ideología liberal como el catolicismo, inventaron tradiciones, con la pretensión de darse continuidad en el tiempo y enfrentar a su contrincante: la Iglesia con una más vieja tradición cultural católica y el Estado moderno con una reciente construcción secular. En la tensión de ambas esferas, la identidad del catolicismo social fue la reacción y acción de la primera ante el segundo, sin soslayar las influencias internacionales en ambos.

La identidad es un proceso consciente de pertenencia basado en oposiciones simbólicas. Es relacional pues se construye al no ser algo dado, entonces se descarta que sea puramente un objeto, pues los individuos participan en su establecimiento. De tal forma que lo objetivo y subjetivo están presentes en ella. La permanencia y la variabilidad son caracteres que la conforman. Lo atribuido y lo recreado son sus dinámicas de construcción. Su configuración se da en marcos relacionales y situacionales, pues está inserta en un sistema social. Su construcción y reconstrucción se instituye en la interacción que opone a un grupo con los otros con los que se contacta. La identidad y la alteridad son dos elementos entretejidos y dialécticos. Se trata de una definición social del grupo y sus individuos que puede ser inclusiva o exclusiva, cuyo carácter cultural es un elemento de la identidad social. Es la posibilidad de una clasificación y posiciones de grupos en el sistema. La identidad puede ser multidimensional sin que pierda su unidad. Es diferenciación, pues marca las fronteras (social y simbólica) entre “nosotros” y los otros. La identidad es una construcción social. 9

En el campo de las luchas por el poder, por la pugna entre dos fenómeno dominantes institucionales (estatal y católico), el catolicismo social se posicionó y distinguió a sus opuestos. Situado en esta dinámica del proceso histórico, incluía en su justificación a toda la sociedad católica, a la “totalidad de los mexicanos creyentes”; pero a su vez en las acciones militantes matizaba a sus seguidores conforme al organismo en el que participaban, el conflicto que atendían y su figuración de los “enemigos”.10

Orígenes del catolicismo como motor de identificación social y religiosa

El catolicismo social fue un programa y movimiento que tuvo su origen en Europa durante el siglo decimonónico, pero que obtuvo su fuerza a partir de la Encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII, en 1891. Documento en el que se expresaba la lucha de la Iglesia católica por controlar la articulación entre institución religiosa, sociedad y Estado. Una de sus propuestas fue la organización obrera, con el propósito de presentar una vía alterna a las corrientes ideológicas liberales y socialistas que pugnaban por la secularización de los espacios políticos, sociales y culturales. A partir de aquí, la “cuestión obrera” y la “acción social” marcarían el rumbo del movimiento social católico.

En la comprensión de ese pensamiento y programa, tres funciones de la identidad contribuyen a una mejor interpretación. La locativa (espacio social simbólico y territorial), selectiva (ordenar y escoger entre alternativas de acción), e integradora (marco interpretativo que liga experiencias del pasado al presente en la memoria colectiva).11 Es importante señalar que la identidad está condicionada por contextos y procesos históricamente específicos y socialmente estructurados.12 Por ende, el catolicismo social mexicano fue el campo de símbolos y espacios sociales y religiosos en el que se movieron sus actores, cuyos objetivos y activismos habían sido seleccionados como la alternativa combatiente e intransigente. Los laicos al ser selectivos, interpretaban sus realidades y momentos específicos, no sólo por las condiciones imperantes entonces, sino también con elementos de la historia universal y nacional de la Iglesia católica.

El campo en el que se localizó el catolicismo social mexicano de principios del siglo XX fue precisamente aquél en el que se disputaba la secularización de las sociedades en el mundo, las diferencias de las propuestas sociales y políticas entre Iglesia y Estado, las pugnas del catolicismo con el capitalismo imperialista y las necesidades/demandas de la sociedad. Así que un primer referente de la identidad matriz del catolicismo social mexicano fue la defensa de la religión y la Iglesia católica ante otras ideologías. Sin embargo, en México apenas la separación de las instituciones había marcado las luchas entre los poderes civiles y eclesiásticos durante el siglo XIX. Faltaría aún mucho por hacer para ir más allá de la laicización13, tarea del siglo XX. Conjuntamente con esta lucha, la Iglesia se posicionó en contra de las condiciones de explotación del capitalismo sobre el proletariado.

El catolicismo social, como señala Blancarte, fue un sistema mundial con diversas fuerzas y escalas, 14 la doctrina social católica o también llamada magisterio social del episcopado fue la respuesta ante el escenario problemático de la “cuestión social” (obrera, sobre todo); su estrategia fue integral e intransigente.15 Caracteres que constituyeron elementos centrales en la identidad matriz16 del movimiento católico. En ese contexto histórico internacional y nacional, la Iglesia mexicana se posicionó y fue selectiva, aquí descansó un segundo referente de la identidad matriz17 del catolicismo social mexicano: desplegó su lucha por la mejora en las condiciones de vida y laboral de los trabajadores. Los primeros diez años del siglo pasado dieron muestra de ello. Aunque con una gran diferencia respecto del mundo. En México no había el desarrollo industrial de otros países, ni su clase trabajadora podía constituir ese proletariado de las naciones capitalistas más avanzadas, como pasaba en el viejo mundo.

No obstante, los albores del siglo fueron marcados por la lucha sobre la “cuestión social” u obrera y la alternativa de la llamada acción social católica. Los asuntos relativos a los trabajadores fueron el motor para la interpretación de posibles soluciones y requerían de la intervención de los católicos. Factor que se contextualizaría según el momento histórico (por ejemplo, de círculos mutualistas a sindicatos blancos) y formó parte de la configuración de la identidad de los sectores obreros católicos. Podría decir que de 1902 a 1909 fue una etapa en la construcción de una primera de las dimensiones la identidad matriz del catolicismo social mexicano: la acción social católica centrada en la “cuestión obrera”. La década inicial del siglo XX fue el escenario tanto de la organización de agrupaciones obreras como de la realización de congresos católicos. En distintos puntos geográficos de la república mexicana se impulsó el activismo católico.

Ya desde finales del siglo XIX y principios del XX, la diócesis de Aguascalientes18 se caracterizó por el dinamismo en actividades piadosas, caritativas y sociales; con una vida institucional fuerte, como constata Padilla.19 Ahí se debatieron sobre las condiciones laborales de los trabajadores (ferrocarrileros y mineros). Sacerdotes inspirados en la encíclica Rerum Novarum comenzaron a involucrarse en las actividades con obreros y en su instrucción en principios católicos sociales. Así, en 1898 se formó la Sociedad de Obreros Católicos de Santa María de Guadalupe (dos años después de la nacional), promovida por el clérigo Ramón C. Gutiérrez. En 1909 su dirección pasó a manos de Juan Navarrete, quien también fundó la Sociedad de Obreras Católicas.20 Por su parte, en el arzobispado de Guadalajara bajo el gobierno de J. Jesús Ortiz (1902-1912), el clero y los seglares se propusieron desplegar las iniciativas sociales derivadas del pensamiento de León XIII.

Si es cierto que el movimiento obrero de México laico se debió al impulso y a la iniciativa de la Iglesia Católica inspirada en las enseñanzas de León XIII, también es muy cierto que dicho movimiento, para la clase trabajadora de Jalisco, hay que atribuirlo al interés del Arzobispo de Guadalajara, al entusiasmo de su Clero bien preparado para dirigir y a la acción social de sus católicos más destacados21.22

El arzobispo de Guadalajara, Ortiz, impulsó la acción social al fundar en 1902, la Asociación Guadalupana de Artesanos y Obreros Católicos. Sus bases fundamentales giraron en torno a cuestiones de culto a imágenes (devoción a la Virgen) y reproducción de la doctrina, colaboración con otros trabajadores, constitución del fondo para préstamos y de diversas aportaciones.23 Otro ejemplo de este tipo de organismos fue el Círculo Mutualista de Obreros Católicos del Corazón de María y San José (fundado en 1911, en Tepic Nayarit). Entre sus objetivos estaban la moralización del obrero, la protección de la creencia religiosa, el fomento de la unión y la caridad. El fomento del ahorro orientó también las actividades del círculo, se destinaron esfuerzos para constituir cajas de asistencia, de ahorro y fondo de difuntos.24

El impulso a la acción dirigida a la organización de trabajadores (incluidas las labores artesanales y las del campo, así como las profesionistas y de empleados) constituyó parte del perfil de activación de estos primeros años del catolicismo social. Sus preocupaciones en la capacitación católica y laboral de sus agremiados, el desarrollo del espíritu de caridad cristiana (con lo que establecían de alguna manera la posibilidad de conexión con grupos de piedad y beneficencia, constituidos en tiempos previos y contemporáneos: factor del potencial de redes grupales e individuales), la promoción de virtudes frente a vicios y el fomento al ahorro, son entre otros, constitutivos de la acción y formación de las asociaciones de laicos. Con ello la definición de los perfiles identitarios comunes del movimiento, ubicado en el contexto histórico mexicano.

La emergencia de la acción social católica confluyó con la decadencia paulatina del gobierno de Porfirio Díaz. Varios temas centraron la atención de los activistas: número de horas por jornada (7-9 hrs.), elevación del salario, higiene de las fábricas, viviendas de trabajadores y las asociaciones de trabajadores. Tanto a nivel local como nacional se realizaron las actividades. A partir de 1903 se llevaron a cabo los congresos nacionales obreros católicos. El primero en Puebla, el segundo en Morelia (1904), el tercero en Guadalajara (1906) y el cuarto en Oaxaca (1909). Los asuntos de interés fueron diversos: cuestiones relacionadas con círculos católicos para la difusión de la religión y moral, aspectos técnicos, capacitaciones a trabajadores, mejoramiento de afiliados; combate contra el alcoholismo, fundación de colegios y escuelas; problemas obreros, campesinos e indígenas; cajas Raiffeisen, bien de familia y orden social católico; acción social y política; el problema proletario y su solución, sus condiciones, legislación favorable al trabajador y su salario.25

Además de los congresos, los católicos discutieron sobre estos asuntos en diversos eventos. Se llevaron a cabo congresos y semanas agrícolas en Tulancingo, Zamora, León, Zapopan (1904). Se celebró la Cuarta semana social mexicana en Zacatecas, se trató sobre el indio y el problema agrícola (1912). La Segunda Gran Dieta Obrera de la Confederación Nacional de los Círculos Obreros tuvo lugar en Zamora (1913). Ahí se habló sobre salario mínimo, reglamentación del trabajo de la mujer, arbitraje en la resolución de los conflictos obrero-patrón, participación en las ganancias y descanso dominical.26 Aunque es cierto que en los diversos escenarios del cuestionamiento sobre las condiciones de los trabajadores, los católicos apuntalaron asuntos relacionados con las mujeres y sus derechos laborales. Aspecto que se integró a las luchas y demandas del catolicismo social mexicano como parte de su identidad. Con ello un elemento progresista en su pensamiento social.

Sin embargo, no ha de soslayarse que a la vez, el movimiento y pensamiento católico demandaban un salario del hombre/jefe de familia suficiente para solventar las necesidades familiares y con ello se pugnaba por la permanencia de las mujeres en el hogar.

Este fue un segundo factor que hay que valorar en el “nosotros” del catolicismo militante. Pero se trataba de un rasgo tradicional, como parte de la cultural social y católica del momento histórico. Ambos elementos convergieron y se amalgamaron con una lógica que parecería contradictoria, pero que tenía sentido entonces y formaría parte de los debates entre lo moderno y lo tradicional en el catolicismo social de esos tiempos. Esta es una ventana para el análisis de la identidad matriz y de las identidades de los organismos laicos, los de las mujeres y del movimiento en general: tercer referente del nosotros del catolicismo social mexicano.

Pues bien, además de los trabajadores hombres, también las mujeres se organizaban. Durante los trabajos realizados en la Cuarta Semana Social Mexicana, celebrada en Zacatecas en septiembre de 1912, se presentó el proyecto de estatutos de la Sociedad Católica Mutualista de Obreras, sección de socorros mutuos -fundada el 15 de agosto de 1911-, en él se bosquejo su organización y el número de afiliados. Las socias debían ser católicas mayores de 12 y menores de 60 años, contar con buen estado de salud, con la autorización de sus padres o esposo y tener un “modo honesto de vivir”.27 Esto es, aún las mujeres trabajadoras habían de contar con el permiso de los hombres, quienes darían cuenta de su “honestidad” y avalarían sus condiciones físicas o sociales. Ante esto, cabe señalar que la contradicción entre lo moderno y lo tradicional respecto de las mujeres, se hizo presente en las asociaciones de los laicos a lo largo del siglo XX. Esto fue parte de la naturaleza de las identidades católicas de las militancias seglares.

Sumado a esto, los activistas católicos que se organizaron para fines del porfiriato representaron la síntesis28 de diversas corrientes militantes católicas que se habían desarrollado durante el siglo XIX y principios del XX (tradicional, liberal, social y demócrata cristiana), como afirma Ceballos. De los tradicionales tomaron la resistencia a la secularización y defensa de derechos de la Iglesia; de los sociales, las inquietudes por los obreros y sus organización, así también las escolares; de los liberales católicos, su aceptación del republicanismo, la participación electoral y la vida parlamentaria; y de la democracia cristiana, el sindicalismo cristiano, demandas de salario justo, combate al reeleccionismo y necesidad de reforma agraria. En 1909, los militantes católicos tenían esta síntesis teórica inicial, que las situaciones históricas sucesivas ayudarían para su desarrollo.29 Las propuestas de la “democracia cristiana”30 en México fueron abrazadas por un grupo de jesuitas31. Nos menciona Ceballos que fueron quienes promovieron la alternativa social católica mexicana.32

El clero diocesano también jugó un papel central. Aguirre enfatiza sobre los jerarcas formados en el Colegio Pío Latino de Roma (dirigido por jesuitas), que destacaron en el impulso del proyecto social de la Iglesia: el arzobispo de México, José Mora y del Río; de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez; y de Michoacán, Leopoldo Ruiz y Flores; los obispos de Cuernavaca, Manuel Fulcheri y Pietra Santa, y el de Zamora, José Othón Núñez. A la iniciativa también se sumaron los jesuitas Bernardo Bergöend, Arnulfo Castro, Carlos María Heredia y Alfredo Méndez Medina. Asimismo el padre josefino José María Troncoso y el presbítero José Toral Moreno. Asimismo, entre los laicos que destacaron estaban Miguel Palomar y Vizcarra, José Leopoldo Villela, René Capistrán Garza y Elena Lascuráin de Silva.33

Como podemos apreciar en los párrafos previos, el debate sobre reformas a favor de trabajadores urbanos, rurales e indígenas, mujeres y hombres; la educación, preparación y capacitación profesional, moral y católica; las relaciones entre obrero y patrón, el desarrollo de la producción y la vida de los trabajadores; constituyeron las diversas aristas de una unidad común de activación y de demanda social (elementos complementarios del segundo referente identitario). En los espacios militantes católicos participaron tanto jerarcas, sacerdotes como laicos. Un cuarto referente de la identidad matriz del catolicismo social, así como del “nosotros” de los diversos organismos obreros, fue la especificidad de la vinculación en la participación de clero-laicos.

Aguirre señala que el jesuita Alfredo Méndez Medina había destacado en la Dieta de Zamora,34 por su participación al hablar sobre su propuesta social para la mejora de la condición de vida del obrero. Defendió los vínculos corporativos entre clases, promovió la corporación profesional y el reconocimiento de personalidad jurídica a los sindicatos. Su impacto llegó hasta el Episcopado nacional, el que emitió una carta pastoral dirigida a los católicos del país e impulsó la acción social católica. De igual forma, entrada la década de los años diez, se fomentó una política horizontal social en la que actuaron organizaciones laicas como la Unión de Damas Católicas Mexicanas (UDCM)35, la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), los Caballeros de Colón (CC) y organizaciones obreras católicas. La Dieta de Zamora resaltó la necesidad de la formación de círculos obreros con dos intenciones: la mejora material y moral del trabajador y limitar las influencias de ideas socialistas.36 Es preciso decir, que si bien durante la fase armada revolucionaria las acciones de la jerarquía y del laicado en el catolicismo social se vieron afectadas por los vaivenes de los levantamientos y sus consecuencias; sin embargo, no fueron interrumpidas (caso por ejemplo de Jalisco y Guadalajara).

El Occidente y el Centro de México fueron las zonas donde se desarrolló con mayor fuerza. Ceballos nos dice, que el florecimiento del catolicismo social mexicano se dio en una región extensa que ha sido llamada eje geopolítico católico: de Puebla a Zacatecas, pasando por México, Tulancingo, Querétaro, León, Morelia, Zamora, Colima, Guadalajara, Aguascalientes y otras poblaciones.37 El catolicismo social se desarrolló en los contextos históricos de las luchas por las cuestiones laborales en el mundo y en México. En el país, sus propuestas de solución a las condiciones de los trabajadores se adelantaron a las de los liberales revolucionarios.38 Con base en lo expuesto hasta aquí, puedo mencionar que la identidad del catolicismo social se construyó en la interacción histórica de la institución, los colectivos y la sociedad. En estrechos vínculos el clero, los dirigentes y los fieles organizados compartieron la formación y práctica que impulsaba el pensamiento y movimiento. La difusión de las ideas y acciones sociales católicas, se realizó mediante la asociación, capacitación, prensa y movilización de los sujetos y sectores implicados. La detección de los problemas sociales y la intervención de los católicos en la sociedad, fue el contexto de la articulación de la vinculación clero-laico.

Desde la perspectiva católica que nutrió a este pensamiento, en la sociedad había desequilibrios sociales, económicos y políticos que afectaban al progreso y al orden de la sociedad. Estas situaciones se agravaban por las tendencias liberales y socialistas, que eran consideradas “peligrosas” para las comunidades. El catolicismo social en México fue un sujeto importante en la construcción de los procesos históricos. El rol jugado por la Iglesia católica como actor histórico muestra cómo las cuestiones religiosas han sido significativas para comprender a la sociedad mexicana en un entretejido cultural, social y político. Ese proyecto social -con las características mencionadas- desplegado en conjunto por clérigos y seglares se desarrolló desde los albores del siglo XX hasta antes de la Cristiada.

Organizados formamos un movimiento, un partido y luchamos por la historicidad

La identidad del catolicismo social mexicano tuvo tres tipos de rasgos39 estructural estructurantes: uno, se refiere a la legitimación, pues buscaba fortalecer el dominio de la religión/la institución y presentó un tipo de nacionalcatolicismo. Otro, da cuenta de la resistencia ante un Estado moderno40 mexicano que buscaba estigmatizar a su poder antagonista (aunque no rompe con el modelo tradicional de sociedad); y a la intención de sociedad laicizante, en el que la esfera religiosa y sus instituciones quedaban fuera de la formación de las conciencias. Y uno más, es el proyecto. Ya que al contar con el arraigo de la cultura católica, la Iglesia redefinía su posición en la sociedad mexicana de los albores del siglo pasado, que aunque no buscaba la transformación, si pretendía el reacomodo de los poderes y las piezas claves de la sociedad (reformas en educación, campo laboral, relaciones de poder y sociales, familia y comunidad). Por ello reafirmó tradiciones en las que el catolicismo era núcleo de la sociedad mexicana.

La identidad del catolicismo social mexicano se configuró en el proceso de la búsqueda de la intervención en el Estado y el mando en los gobiernos civiles. La legitimidad que la Iglesia católica pretendía se basaba en la reconstrucción de su memoria histórica como parte del poder y directora de los destinos de la sociedad. Posicionada así fortalecía la idea de que la nación mexicana continuaba en su “totalidad” siendo católica y la patria era una fusión de nacionalcatolicismo. Su resistencia a los procesos históricos liberales y su dominio en el Estado mexicano, la idea de mundo moderno y las luchas revolucionarias por la defensa de los preceptos que devenían de las Leyes de Reforma; sentó las bases para las estrategias combativas, las acciones antagónicas con el poder civil y el despliegue de la acción social católica para solucionar los problemas de la sociedad mexicana. El proyecto social de la Iglesia católica incluyó la participación política y partidista, que sentó las condiciones para las reformas legislativas.

Durante el periodo de 1909 a 1914 se fundieron las acciones sociales en pro de mejoras del mundo obrero con las iniciativas de activación política de los católicos. Si bien el catolicismo social mexicano había tendido a resaltar el rasgo social, fue indudable que de diversas formas era puntal para el despliegue de la participación política y partidista. Entonces se tejieron conexiones entre los organismos sociales y el Partido Católico Nacional (PCN, fundado 5 de mayo de 1911), en el contexto histórico de las aspiraciones democráticas de ciudadanos y partidos en el país.41 Fundadores del PCN habían participado en propuestas para solucionar el problema social obrero, por ejemplo, Miguel Palomar y Vizcarra; lo mismo pasó con diputados del partido como Nicolás Leaño42. Las asociaciones católicas fueron semilleros de las militancias en el partido,43 como señala Ávila, en el caso de los Operarios Guadalupanos o Círculo de Estudios Católicos Sociales de Santa María de Guadalupe (fundado en Oaxaca en 1909).44 Los Operarios reunieron a diversos sectores sociales: hacendados, hombres de negocios, abogados, médicos, periodistas, profesores, medianos comerciantes, pequeños industriales, artesanos de sociedades mutualistas, medianos y pequeños propietarios rurales ligados a asociaciones parroquiales, miembros del clero, profesores de seminarios y canónigos.45 Lo que planteó un amplio escenario de acción para el partido, con esto la diversidad social en la participación en el catolicismo social. Condición que implicaba la multiplicidad de identidades al interior de los grupos de laicos, pero que comulgaban con un mismo fin: “la restauración del reino de Cristo en la tierra”.

El anhelo de paz, el sosiego de las conciencias, el respeto de los derechos y libertades a las garantías individuales, administración de justicia, independencia, libertad religiosa y de enseñanza; el intento de posibles soluciones cristianas a los problemas sociales que aquejaban al pueblo mexicano, el fomento de instituciones de crédito para la agricultura e industria en pequeño, la búsqueda de conciliación entre los derechos del capital y del trabajador; fueron los principios motores del programa de las acciones piadosas y mutualistas. Aspectos que integraron el programa del Partido Católico Nacional (PCN), con el lema "Dios, Patria y Libertad". Este organismo político se engranó con las diversas organizaciones laicas durante casi un lustro. En el marco nacional la dirección general estuvo a cargo de Gabriel Fernández Somellera y la regional en Manuel F. Chávez y Félix Araiza. En Michoacán, con Francisco Elguero, Francisco Villalón y Perfecto Méndez Padilla. En el estado de México, Francisco Suárez Arias y Salvador Moreno Arriaga. En Guanajuato, Andrés Bravo. En Zacatecas, Rafael Ceniceros y Villareal. Su organización fue endeble en la frontera Norte y en la del Sur.46 El partido se extendió por el país y fundó centros regionales (total 692), el sesenta por ciento de ellos se distribuyeron en los estados de Aguascalientes (20), México (56), Guanajuato (64), Jalisco (109), Michoacán (119), Puebla (40) y Zacatecas (26).47 Durante el régimen de Madero obtuvo 26 curules en el Congreso Federal, los gobiernos de Jalisco y Querétaro y triunfos en los ayuntamientos y congresos locales de Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Puebla, Aguascalientes y Zacatecas. Con el huertismo gobernó Zacatecas y el Estado de México48

En las elecciones locales de Jalisco en noviembre de 1911, el triunfo de las doce diputaciones y la mayoría de las alcaldías fue del Partico Católico Nacional. Después de seis meses de fundado, contaba ya con 80 000 afiliados y 142 centros. Esto significó tiempos de reformas para hacer converger acción gubernamental y programa católico. Se legisló entonces sobre educación (bastión clerical) e Instrucción pública (validez a estudios de instituciones particulares, independiente de su incorporación a programas oficiales). En noviembre de 1912 se realizaron las elecciones para la gubernatura y triunfó José López Portillo y Rojas, quién postulaba un programa afín a la propuesta católica. Sin embargo la regencia católica duró poco, pues el ejército constitucionalista entró a la ciudad de Guadalajara en julio de 1914.49

Fundamentalmente durante 1911-1914, los católicos formaron parte del gobierno civil, se constituyeron en un agente político de reformas sociales y materializaron demandas que devenían del proyecto social de León XIII y del catolicismo social mexicano. Las redes de los organismos de mutualidades, obreros, empleados y profesionistas; conjuntamente con las banderas de mejores condiciones de vida y laborales, así como perfiles caritativos, de piedad y moralizantes; constituyeron el entretejido que hizo posible el éxito del Partido Católico Nacional (PCN). Por ejemplo en Jalisco -laboratorio del partido50-, se valió de que el congreso local fuera dominado por diputados católicos (1911-1913), quienes promulgaron disposiciones relacionadas con las luchas sociales de las militancias católicas: la ley de Uniones profesionales (personalidad jurídica a las organizaciones laborales), de Bien de Familia (garantía de patrimonio inembargable), de la Silla (asientos para las dependientas de tiendas), del Descanso Obligatorio, y otras leyes sobre jornada máxima de trabajo. Pero también el partido cobró fuerza por el dominio eclesiástico que tuvo en la entidad el arzobispo Francisco Orozco y Jiménez, a partir de 1913.51 Asimismo, los diputados católicos presentaron a la legislatura local proyectos que trataron asuntos como la libertad de enseñanza, protección de la pequeña propiedad y sobre la representación proporcional.52

En marzo de 1913, el partido celebró en Guadalajara la "Gran Jornada Social de Vanguardia", se dilucidaron cuestiones sobre la diferencia entre acción social y acción política, además de la autonomía de los sindicatos.53 La intención de los católicos era que por la vía política se implantara el Estado cristiano. En la Jornada se tocaron asuntos sobre la autonomía municipal, los círculos de estudio (educar, ilustrar y prevenir en principios morales, religiosos, históricos y económicos; defensa de los más aptos en las esferas gubernamentales) y los huertos obreros (terrenos fraccionados a beneficio de familias pobres).54

El catolicismo social mexicano y su identidad, integraban una gama amplia de frentes de luchas ante los actores antagónicos: liberales, jacobinos, socialistas, anarquistas, revolucionarios y constitucionalistas; Estado y gobierno civil. La propuesta de León XIII de la articulación entre Iglesia católica, sociedad y Estado, orientó y movilizó a los católicos. En Jalisco, durante los primeros años de la revolución armada, los laicos creyeron en una oportunidad de intervenir social y políticamente, desde el gobierno. Los derechos de la Iglesia católica, la religión, los obreros, la visión de un futuro de total control y dominio católico en el que reinara el orden social cristiano, el imaginario de ser totalmente una sociedad católica y la búsqueda de la concreción de la “justicia y la caridad” católicas desde la “armonía de los individuos y clases”; impregnaron las construcciones del “nosotros” de estas militancias. En común compartieron esta matriz de proyecto social, no obstante las propias identidades de cada una de las asociaciones católicas. Así que un referente más (quinto) de la identidad del catolicismo social fue la escena política, del poder, los cambios en el gobierno y las reformas sociales. Con esto se dio fuerza al engranaje de la acción social con la política, con una síntesis teórica y práctica de lo que hasta esa fecha sustentaba el proyecto social, como señalé en páginas previas. Dicho embrague fundamentó una segunda dimensión de la identidad matriz de este movimiento católico.

Nuevos impulsos al catolicismo social: entretejido social y político

Tanto el Estado como la Iglesia católica pugnaban por la dominación y control de la sociedad mexicana. No obstante sus diferencias ideológicas y de proyectos de sociedad, hay puntos de similitud. Pues en el caso del primero, ante una historia incipiente, abanderó la intransigencia para ver consolidada su visión secular durante el siglo veinte, lo que implicaba desplazar a la otrora fuerza católica. Por su parte, la institución religiosa, luchó por la defensa de su espacio como el único viable para una sociedad católica como era la mexicana. De ahí su posición intransigente. Además de desafiar al Estado separado de ella; aunque, quizá para ella cabría separarlo pero no fuera de su dominio e influencia. Así coexistieron dos posturas: la liberal55 y la católica. Ambos poderes buscaron hacer visibles a sus actores, particularmente, la Iglesia católica ante las disposiciones en materia de culto. La etapa que expongo aquí del catolicismo, giró en torno a la visibilidad del movimiento como escudo de embate ante las legislaciones en materia de culto, la intervención del Estado y las cuestiones secularizantes en la sociedad. El catolicismo social abanderó la acción social, la política, la asociación de las mujeres, la de hombres y el sindicalismo blanco.

El periodo de 1912 a 1926, se caracterizó por el paso de una acción social, política y partidaria católica a la mixtura sociopolítica (jurídico legislativa); que representó una tercera dimensión identitaria. El ámbito público de manifestaciones y protestas ante lo secular, liberal y revolucionario en el país, conjuntamente con las organizaciones católicas como intermediarios en los conflictos entre el poder temporal y el espiritual, fue el sexto referente de la identidad matriz del catolicismo social. Los militantes católicos salieron a las calles, aparecieron en las fábricas, en los espacios comunitarios y en el hogar; con una formación y militancia intransigente, para mostrar su fuerza ante un Estado que pretendía secularizar a la sociedad y limitar a la Iglesia católica (a partir del movimiento revolucionario constitucionalista). Con este contexto histórico, los organismos confesionales cobraron un papel central. Obreros, empleados, diversos trabajadores, mujeres, jóvenes, señores, niños y adolescentes fueron sectores sociales de interés para la Iglesia católica; hacia y con ellos se reactivó a la institución y a su demanda de seguir formando parte de los derroteros en la constitución de la nación.

De 1913 a 1924 se desarrolló el catolicismo social fundamentado en la doctrina social de la Iglesia y con base ideológica en la encíclica Rerum Novarum. Durante dicho periodo la Iglesia católica participó en coyunturas de cambios devenidos por el proceso revolucionario, en un clima de “persecución y hostigamiento”, restricciones en educación, propiedades, participación política, prensa, nacionalidad y número de sacerdotes, así como en aspectos de estatuto jurídico. Durante los gobiernos de Venustiano Carranza, Adolfo de la Huerta y Álvaro Obregón, la Iglesia aprovechó el hecho de cierta tolerancia hacia la institución, propiciada por inestabilidades políticas que dificultaban el cumplimiento de las disposiciones constitucionales en materia de culto. Como bien señala Aguirre Cristiani, esa etapa histórica planteó la posibilidad que la Iglesia católica implementara su proyecto social eclesiástico con el impacto en sectores vulnerables.56 Así que, durante 1920-1924 se logró el fortalecimiento de las organizaciones católicas sociales, destacando las de tipo obrero.57

Dicho periodo (1913-1924) fue de redefinición del proyecto de país que la Iglesia católica difundió y que materializó la alternativa católica frente a la revolucionaria. Si bien tanto la Iglesia como el Estado se preocuparon por planteamientos sociales que fueron integrados a la Constitución de 1917, el rasgo anticlerical dado a las leyes en materia de culto afectó el tipo de relación entre ambos poderes. Ante ello, la institución clerical fortaleció su doctrina social como vínculo más cercano con la sociedad. Un ejemplo de esto fue la Confederación Nacional Católica del Trabajo.58 Ante el mosaico de luchas políticas y sociales del siglo XX, la jerarquía eclesiástica configuró un entretejido de organismos, cuyo centro era el movimiento obrero católico. El factor trabajo fue el que mantuvo el engranaje de la acción social católica y el interés organizativo de los clérigos. Este había sido fuente de discusión desde el siglo XIX en el mundo y en México lo era en los albores del siglo XX, durante la revolución armada y en los siguientes lustros de la conformación del Estado moderno.

No obstante, en los años diez también dos sectores de la población fueron rectores en la visión de la Iglesia, quizá como antecedente de lo que más tarde sería crucial para la etapa posterior a 1929: las mujeres y los jóvenes. Aunque en esos primeros momentos estuvieron en torno al mundo de los trabajadores; sin desconectarse de la acción social, cívica y política más amplia. Así fue tejida la unidad de la identidad del catolicismo social, pero gestando en su seno una diversidad de identidades que se arraigaban en la sociedad: trabajadores, mujeres, jóvenes y “caballeros”; entre otras. Los problemas que centraron la atención fueron el educativo, el laboral, la legislación en materia de culto, la cristianización, así como las relaciones entre Iglesia católica y Estado. Cabe señalar que la institución religiosa fue pionera en reconocer el sindicalismo católico, la necesidad de salario mínimo y la importancia de capacitar a los obreros.

Como se aprecia en párrafos anteriores, la acción del catolicismo social se desarrollaba en diversos ámbitos (religioso, cultural, social y político); hacia su interior entretejía hebras diferentes sobre el tipo de sociedad que se buscaba y varias identidades incluso al interior de un mismo organismo. Así por ejemplo, si se trataba de un círculo obrero, había que apostar a mejoras en sus condiciones laborales, pero se proyectaba sobre todo en cuestiones de vida y en ésta la moral era indispensable; de ahí a las diferencias de trabajos y sociales. Aún así, los organismos católicos con sus naturalezas y funciones, se correlacionaban para buscar la meta común: “restaurar el orden social cristiano”. Para su éxito, además de los alcances propios de los espacios del laicado, la labor apostólica de los obispos y arzobispos se vinculó estrechamente con las actividades de las organizaciones. En el arzobispado de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez desempeñó un papel importante en la promoción, expansión y permanencia de las asociaciones. Sumado a esto, impulsaba aspectos para fomentar la cultura y la recreación. Por citar los casos de la fundación de filiales de las nacionales: Consejo Diocesano de la Unión de Damas Católicas Mexicanas (UDCM, 1913), de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM, 1916) y Consejo Fray Antonio Alcalde de los Caballeros de Colón (CC, 1919).

En medio de su penuria económica pugnaba Monseñor por ayudar de su peculio al Consejo Fray Antonio Alcalde de los Caballeros de Colón, cuya casa social contaba con biblioteca, salón de actos, gimnasio, boliche, juegos de estrado y otras atracciones. Hacía otro tanto porque los jóvenes de la A.C.J.M., los obreros y demás instituciones disfrutasen en lo posible de estas franquicias, que incluso valían para aumentar sus nóminas.59

Así también estos organismos fueron fundados en diferentes localidades, como sucedió en el arzobispado de Aguascalientes: la ACJM en 1917, las Damas en 1921 y los Caballeros en 1920.60 Estas asociaciones se multiplicaron a lo largo del territorio nacional y con mayor fuerza en los lugares del eje geopolítico católico. Se dieron dos contextos de organización al interior del catolicismo social: nuevas asociaciones para multidimensionar la acción de los católicos y el resurgimiento de los grupos obreros católicos pero en avanzada hacia el sindicalismo que con gran fuerza actuaría en el Occidente de la república mexicana. Aunque de nueva cuenta se cuestionaba la participación en política de las agrupaciones católicas. Esta era una paradoja, pues si bien se buscaba la no participación política, la visibilidad de los organismos y sus luchas en los espacios públicos los insertaba en la escena política. Esta ambigüedad formó parte de la tercera dimensión de la identidad matriz del catolicismo social. Sumado a esto, para garantizar el desarrollo de la acción social católica de los grupos, el modo de hacerla y su impacto, se consideró importante la “vigilancia” mediante otros órganos nacionales o locales (Secretariado Social Mexicano y Junta Diocesana de Acción Social). Lo antes dicho era un impulso a la conjunción de las prácticas laicas en pro de la difusión y defensa del catolicismo social mexicano: un nuevo ingrediente a su identidad.

Mujeres evangelizadoras y unificadoras

El prelado José Mora y del Río, arzobispo de México, había fundado en 1912 la Unión de Damas Católicas Mexicanas (UDCM). Su fin fue promover en la mujer mexicana el cumplimiento de “su deber en materia social y religiosa”. La asociación tuvo como meta realizar aquellas obras relacionadas con el progreso de las ideas y acciones católicas en asuntos sociales. Moralizar a las mujeres en momentos en que la sociedad mexicana era invadida por tendencias "mundanas". Luchar contra la ignorancia instruyendo a las socias sobre sus deberes religiosos y domésticos.61 Remediar las "miserias" de los seres humanos. Después del nacimiento de la nacional, el arzobispo de Guadalajara fundó en 1913 el Consejo Diocesano de la Unión de Damas Católicas Mexicanas. Considerada como una agrupación “altamente benéfica”, con fines de cultura y moralidad que se ramificaría por toda la arquidiócesis y difundiría que la Iglesia “era la mejor amiga del pobre”, “la enemiga irreconciliable de la ignorancia” y “la única que trabajaba con verdadero interés en favor de los desheredados de la fortuna”.62

De nuevo en esta organización tuvo importancia los rubros sobre el trabajo comunitario a favor de los más desfavorecidos. Idea heredada por el Papa León XIII. Con ello integraba a su identidad un rasgo general del catolicismo social. Otros más que abonó al “nosotros” de las Damas fue realizar actividades en beneficio de la fundación o el desarrollo de organismos obreros, con lo que se insistía en la centralidad de la cuestión obrera. La labor moralizante, al igual que en los demás organismos católicos, formó parte de las actividades de la Unión. Sin embargo, considero que tuvo el acento ligado al “lado femenino” de las integrantes. Esto es, el sentido tradicional de las relaciones mujer-religión, mujer-hogar, mujer-familia y mujer-sociedad. Estos énfasis daban una especificidad a la identidad del grupo y una diferencia en cuanto a otros organismos del movimiento. Aún así, las mujeres eran “centralizadoras” en la difusión de los intereses de esos momentos históricos: trabajadores, acción social católica y legislación en materia de cultos; factores que incluso las hacían ir más allá de su labor tradicional.

Sus obras se orientaron a fomentar y fortalecer organizaciones como la Liga de Preservación del Obrero y la Unión Profesional de Maestras. En julio de 1918 los obreros católicos de la ciudad de Guadalajara solicitaron a la UDCM constituyera la liga de preservación, se atendió su petición al establecerse unos meses más tarde. También participó tanto en la fundación de la Liga Protectora de la Obrera en el año de 1918, como de la Unión Profesional de Empleadas en Guadalajara; entre muchas acciones más. En el marco de la legislación educativa prevaleciente en el país, fue relevante la formación de la Unión Profesional de Maestras.63 Entre las actividades centrales de la Unión Profesional de Maestras Católicas del Sagrado Corazón de Jesús y de la Asunción, estaban establecer una escuela artística industrial dominical para señoritas, una casa de retiro o de socorros mutuos para las socias inválidas, prestar ayuda por defunción, una caja de ahorros para auxiliar cuando se "inutilizaran" por el trabajo, y combatir la educación impartida en escuelas públicas.64 Conforme a las disposiciones del artículo tercero constitucional, la religión y sus ministros quedaban al margen del proceso enseñanza-aprendizaje, por lo tanto, la educación oficial no impartiría la preservación de estos valores. Entonces, para las Damas, la función de la religión y el papel de los principios católicos eran determinantes respecto del sector educativo.

[La educación es] ¡Un vasto campo de lucha y de trabajo verdaderamente glorioso y de necesidad absoluta! Trabajad por libertad de la tiranía de la escuela oficial a la familia mexicana, que casi en su totalidad es cristiana, al magisterio católico a quién se quiere destruir, al niño mexicano a quien se trata de corromper y descristianizar. Si no hicierais más que esto, vuestra labor sería ya gloriosísima y habríais merecido bien de la Religión, de la Sociedad y de la Patria.65

Las funciones de la Unión fueron múltiples, desde la ayuda a otras organizaciones católicas hasta obras de “regeneración”; moralización de los individuos y de las costumbres. Realizó campañas contra otras religiones y corrientes del pensamiento. Nació con el objeto de poner la participación de la mujer en la familia y en la sociedad al servicio de la restauración cristiana. Aceptó en su seno mujeres mayores de quince años y "sin distinción de clases sociales". Su fin inmediato era “estimular, coordinar y robustecer los esfuerzos aislados, para hacer más eficaz el apostolado de la mujer mexicana en pro de la Religión, de la Patria y del Orden Social”.66 Con todas estas aristas en su activismo, las Damas abonaron al fortalecimiento de la identidad del catolicismo social en general, en una lucha en contra de la secularización, del mundo moderno, del Estado mexicano y de la legislación. Configuraron una de las militancias como escudos de embate entre el gobierno civil y la jerarquía eclesiástica, entre Estado e Iglesia católica. Fueron también una ventana a la identificación con sectores sociales de la sociedad, sus necesidades y demandas.

En el Primer Congreso Nacional de la UDCM realizado en la ciudad de México del 5 al 12 de noviembre de 1922, se declaró que la educación debía ser facultad del padre de familia y el Estado no debía restringir ese derecho; en estas circunstancias era imprescindible reformas a la Constitución. Se propuso la organización -bifurcado por sexo- y el mejoramiento del magisterio católico, la moralización del soldado, la moralidad católica como propiciadora de un modo honesto de vivir; es decir, las modas, bailes y los diversos actos del individuo la requerían en beneficio de la reivindicación de las costumbres cristianas.67 En su florido ramo de actividades se agregó otra, la formación de vanguardias para mantener en la moral y costumbres cristianas a los adolescentes de 10 a 15 años y quienes habían recibido la comunión. También fue el medio de adoctrinar niñas hacia el camino de su afiliación a la UDCM. En Guadalajara se constituyó una vanguardia.68

En el transcurso de la década de los años diez del siglo pasado, se formaron círculos de estudio como el Círculo Central Femenino, Círculo Pío X, Juventud Femenina, María Antonieta, Pío IX, Cultura Femenina, Isabel la Católica, La Mujer Fuerte, La Mujer Cristiana, Restauración Cristiana, María Estuardo, Ciencia y Acción, Salvador Díaz, Sor Teresita del Niño Jesús, Santa Inés, Esperanza.69 Además de participar en la organización de otras asociaciones, las Damas Católicas negociaron en 1919 con la Cámara de Comercio de la ciudad de Guadalajara el otorgamiento de días considerados por la Iglesia como festivos; es decir, enero 6, marzo 19, junio 29, agosto 15, noviembre 1o., diciembre 8, 12 y 25. Obtuvieron sólo enero 1o., los días santos, noviembre 1o., diciembre 12 y 25; y tan sólo por las tardes, marzo 19, jueves de ascensión y agosto 15.70

Las Damas, en la ciudad de México durante los años diez, mantuvieron interrelación con organismos obreros, escuelas católicas y centros de trabajo de apoyo a mujeres obreras. Se preocuparon por el conocimiento sobre problemas sociales de la ciudad. Si bien fueron mujeres protectoras y formadoras del catolicismo, también mostraron una combinación de aspectos públicos y políticos, de política pública, trabajos sociales y fe privada. Aunque reprodujeron el patrón tradicional de las relaciones de género y de autoridad, nos dice Schell que a la vez potenciaron su capacidad de ir más allá del templo y del hogar: un feminismo “moderado y razonable” para cumplir con “responsabilidades en la batalla social”.71

O´Dogherty encuentra que entre los centros de la UDCM destacó el Centro Regional de Guadalajara por su solidez en su trabajo, tenía su propio órgano de difusión (La Mujer Católica Jalisciense) y fue pionero en el trabajo con obreros y empleados; promovió desde 1921 la Unión Profesional de Empleados. Dicho centro integró el mayor número de grupos locales (1912, fueron 27 y 1920, 31), incluso más elevado que el de la ciudad de México (12 y 14) y de Puebla (11 y 11). Señala la autora que la UDCM presentó un rápido crecimiento en la apertura de nuevos centros regionales, entre 1921 y 1925. Este comportamiento lo explica en gran parte por el interés del Episcopado mexicano en la Unión, pues lo hacía con el fin de “poner al servicio de la reestructuración social cristiana la influencia de la mujer católica, en la familia y en la sociedad”.72

Para Curley, las Damas se concentraban en obras de caridad (colectas y visitas a comercios para pedir donativos), pero también se relacionaban con organismos obreros (por ejemplo, participaron en los preparativos del Congreso Católico Regional Obrero en 1919). Su estatus dependía del género y clase (mediatizada por el primero). Dibuja a las Damas como “mujeres filantrópicas modernas decimonónicas”. 73 El autor subraya que en la tradición católica la caracterización de la mujer -débil, devota, inocente, pura, abnegada y casta- se sustentó en la historia sagrada. 74

Si bien Barbosa coincide en destacar la continuidad de acciones piadosas y caritativas por parte de las Damas, comparables a otros organismos fundados previamente en los que las mujeres eran mayoría (Conferencias de San Vicente de Paul, Nuestra Sra. Del Refugio y la Sociedad Católica de Señoras); también insiste en señalar que la asociación de Damas fue una etapa de organización femenina católica. La posición social predominante en la organización fue “clases directoras” o “damas distinguidas” -aunque también se popularizó. Entre sus actividades cotidianas estaban el catecismo, comedores, escuelas dominicales para mujeres jóvenes, instrucción primaria, donativos, ayuda al arzobispo, a profesoras despedidas; apoyo a la Asociación Nacional de Padres de Familia y a la prensa católica. Una afirmación muy sugerente es cuando Barbosa dice que esta organización “era bastante parecida a las además asociaciones fundamentales de seglares”, lo que facilitó trabajar interrelacionadamente.75 Precisamente, de nueva cuenta está presente el patrón de redes que ya desde principios de siglo se desplegó a favor del movimiento y pensamiento de la acción social católica. Sin embargo, al correr de los años se hizo más complejo y multidimensional: a la cuestión obrera, se agregó la política y se engranaron la social, cívica, cultural, moral y religiosa; la de hombres, mujeres, jóvenes, adolescentes y niños; padres y madres. Los escenarios de disputas se diversificaron e integran otros que dieron centralidad al no reconocimiento jurídico de la Iglesia en la Constitución de 1917 y todo lo que implicó los artículos en materia de culto. Así que estos contextos y condiciones fueron un referente y una dimensión más de la identidad del catolicismo social mexicano.

La lucha de los jóvenes, constancia de héroes

Una de las asociaciones más combativas del catolicismo social, al decir de Palomar y Vizcarra, fue la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM).76 Coetánea a la UDCM, surgió la iniciativa de fusión de los Centros de Estudiantes de la Liga y las Congregaciones Marianas en la ACJM. Idea que cobró fuerza en el Segundo Congreso Mariano realizado en agosto de 1913. Cuatro años después, aproximadamente, la Junta Directiva dispuso que hubiera centros locales de la asociación. “Piedad, estudio y acción” fueron tres principios fundamentales del programa de los “acejotaemeros”. Su preocupación se centraba en aumentar la lista de afiliados, realizar ejercicios espirituales y organizar círculos de estudio. Los socios se instruían en sociología y religión. Los círculos llevaron a cabo pláticas con obreros, veladas sociales y matinées públicas; todo ello para propagar la doctrina cristiana. En la formación religiosa, social, histórica y literaria, era necesario adquirir publicaciones siempre que se aprobaran por el Director Eclesiástico de la asociación. La difusión y extensión de la acción social católica fue a través de la prensa, conferencias, catecismo, educación para adultos y fiestas públicas.77

En 1917 la ACJM concentrada en Guadalajara impulsó la formación de centros que integraran la Unión Regional. Se fundaron en “Zapopan, Lagos de Moreno, San Juan de los Lagos, Tepatitlán, Encarnación de Díaz, Arandas, Atotonilco el Alto, Teocaltiche, La Barca, Ocotlán, fábrica textil de Río Grande, Atoyac, Ciudad Guzmán, Zapotiltic, Autlán, Tamazula, Amatitán y San Juan Bautista de Teúl (Zacatecas)”. Ya para 1919 contó con 33 centros y en 1921 tenía 125 grupos y 18 uniones regionales.78 Acrecentar el número de organizaciones similares, fue el eje de los participantes en el Congreso Regional de Jalisco de la ACJM; realizado en los últimos días de diciembre de 1919. Además surgió la iniciativa de fundar en cada centro foráneo una Sociedad Cooperativa de Consumo.79 Capistrán Garza, en el discurso que pronunció en el Primer Consejo Nacional de la ACJM en abril de 1922, expresó que la Reforma y la educación positivista habían hecho grandes llagas a la religión e institución católica, pero más aún la revolución mexicana. Por esta razón, la renovación de la sociedad resultaba vital y el papel de las organizaciones -entre ellas la ACJM- indispensable.80

Para estos católicos, el país necesitaba de jóvenes instruidos en la doctrina que cristianizaran a la nación mexicana. Durante el año de 1922, en el Segundo Consejo Federal de la ACJM, se enfatizó sobre la necesidad de: “restaurar el orden social cristiano”, contar con un embajador mexicano cerca del Vaticano, libertad de posesión y administración de bienes inmuebles, derechos políticos, la no intromisión de autoridades civiles en materia religiosa y su “carencia de facultad” para decretar leyes en este sentido; reivindicación del matrimonio cristiano, libertad de enseñanza primaria, secundaria y profesional, así como la legislación del trabajo con fundamento en la Encíclica Rerum Novarum.81

El plan de estudio de la ACJM se basó en el contenido de la encíclica Rerum Novarum como guía básica, complementada con la Graves de Communi (democracia cristiana), el Syllabus y Libertas (socialismo y liberalismo), Diuturnum (origen poder civil), Inmortale Dei (constitución crisitna de los estados), Sapentiae Cristianae (deberes de los ciudadanos cristianos). Los textos se dirigían a la formación sobre organización social y política. También estudiaban religión y sociología. La asociación estuvo sujeta a la Junta Diocesana de Acción Católico Social. Su acción se dirigió a la defensa de la Iglesia, difundir los principios cristianos a la vida pública, se manifestó en contra de las reglamentaciones en materia de culto y participaron en política electoral (1918-1920, Partido Demócrata). Entre los católicos que se lanzaron como candidatos a munícipes estuvieron Nicolás Leaño, Manuel de la Mora, Efraín González Luna y Maximiano Reyes; para diputados Pedro Vázques Cisneros y Anacleto González Flores. Ya el padre Bergöend había concebido la idea de la ACJM como “fábrica de Diputados Católicos”. De los acejotaemeros afiliados en 1918 que llegaron posteriormente a ser gobernadores del estado de Jalisco estuvieron: Silvano Barba González, Jesús González Gallo y Agustín Yánez.82

La ACJM apoyó la rebelión cristera, pero una vez solucionado el conflicto fue suplantada por la Acción Católica Mexicana (1929). Entonces la Iglesia católica optó por la formación de individuos que influyeran en la sociedad pero ya no en organizaciones que compitieran con las instituciones seculares.83 La ACJM había contribuido a fortalecer el proyecto católico impulsado desde fines del siglo XIX en México, en el contexto de los reacomodos sociales, políticos, partidistas y electorales. Nació impulsada por el catolicismo social mexicano de los años diez de la centuria pasada, pero respondió a las ideas y prácticas de la época. Con rasgos intransigentes, integrales, demócratas y sociales, la ACJM se relacionó con otros organismos católicos y promovió el proyecto social de la Iglesia católica. Interactuó con el PCN, con la UDCM y con la CNCT. Construyó andamiajes entre los grupos católicos, pero también inició y cerró etapas en la historia del catolicismo social mexicano. A partir de ello reprodujo elementos identitarios y los fusionó para fortalecer la identidad del movimiento.

Vestidos de blanco en el Occidente, CNCT: la sindicalización

Si bien es cierto que la injerencia de la Iglesia católica en cuestiones de movimiento y organización obrera devino de la política trazada por el papado y de los procesos internacionales, es importante considerar que en México las situaciones y dinámicas -nacionales, regionales y locales- constituyeron contextos de formación de sindicatos y agrupaciones de trabajadores, que iban de las mutualidades tradicionales (artesanales y operarios calificados: sastres, albañiles, impresores, carpinteros, cocheros y tipógrafos) hasta las anarcosindicalistas. Sindicatos de panaderos formaron la Confederación de Sindicatos Obreros (1912), se fundó también la Casa del Obrero Mundial con tintes anarquistas (1912), tiempo después la Confederación Regional Obrera Mexicana (1918) y la Confederación General de Trabajadores (1921).84 En estas condiciones históricas se impulsaron los organismos católicos y después su sindicalización. Bandera del rasgo de democracia social en el movimiento católico.

El resurgimiento de la organización de los trabajadores católicos se dio a finales de la segunda década del siglo XX. Guadalajara fue el principal lugar de su difusión, ahí se fundó el Centro de Obreros León XIII (1918) en el mismo año de la constitución de la Junta Diocesana de Acción Social. Ambos apoyados por el arzobispo Francisco Orozco y Jiménez. También se reactivó en la ciudad de México, como en otros lugares del eje geopolítico católico: México-León-Guadalajara. En 1920 se estableció el Secretariado Social Mexicano, con su director Alfredo Méndez Medina. De nuevo se volvió a tomar el tema de la “cuestión obrera” en la Semana Social de Puebla (1919) y en el Curso Social Agrícola Zapopano de Guadalajara (1921).85 Entre congresos eucarísticos, obreros católicos, semanas y jornadas sociales, se fortaleció la obligación de difundir la religión y trabajar en un esfuerzo común en el establecimiento de nuevas agrupaciones, pero ahora confederadas. El Occidente de México, Jalisco y Guadalajara en particular, fueron testigos de la fundación de la Confederación Obrera Católica (COC), organismo regional. Nacida del Primer Congreso Católico Regional Obrero celebrado del 20 al 23 de abril de 1919. Un año después cambio su nombre a Confederación Católica del Trabajo (CCT). La necesidad de la coordinación de la actividad sindical por parte de la Iglesia cobró fuerza..86

Las conclusiones del Congreso formaron parte de los lineamientos de la COC: confesionalidad como precepto irrevocable, ningún afiliado podría participar o ayudar a agrupaciones neutras o mixtas, las agrupaciones integrantes debían contar con un director eclesiástico, no estaba prohibido el boicot, la huelga como último recurso -muy remoto-. La remuneración salarial sería la necesaria para la manutención de un trabajador "sobrio y honrado", que no afectara los intereses del patrón. Ninguna asociación podría participar en política. Como manifestación de oposición a los radicales, se declaró el 19 de marzo el día del obrero católico.87

Tres años después del nacimiento de la organización regional se realizó, en abril de 1922, una asamblea cuyo producto fue la Confederación Nacional Católica del Trabajo (CNCT). Sobre ella el Episcopado mencionó: "[...] la Confederación Nacional Católica del Trabajo [...] ha de ser el instrumento para la realización del programa social cristiano que es poner el mundo del trabajo bajo la influencia bendita de Cristo [...]"88 La Confederación tuvo fuerza en el Occidente del país, de hecho caminó hacia una forma madura de activismo laico. Sin embargo, el auge de los años veinte se quebrantó con la Cristiada. La CNCT se definió como confederación nacional integrada por las diocesanas: esta estructuración fue parte de la naturaleza de la identidad matriz del catolicismo social mexicano. En ella podían afiliarse todas aquellas asociaciones de trabajadores (obreros, campesinos, empleados, clase media, comerciantes, patrones en pequeño y sindicatos femeninos). Pugnaba por la conquista de las reivindicaciones planteadas desde la Dieta de Zamora en 1913.89 Su membresía aumentó en el primer lustro de los años veinte por tres formas de difusión y expansión: una primera, fueron los viajes de propaganda y organización emprendidos por miembros del Comité Central y por los padres José Toral y José Garibi, por Durango, Coahuila, San Luis Potosí, Michoacán, Jalisco, Zacatecas, Guanajuato y Colima. Una segunda manera fue la demanda de afiliación por parte de muchos trabajadores que supieron de la CNCT (no organizados, grupos mutualistas, asociaciones piadosas e individuos aislados). La tercera forma fue la llevada a cabo por párrocos, militantes de ACJM, Caballeros de Colón y obispos. Las agrupaciones afiliadas fueron heterogéneas (además de los señalados supra: artesanos, mineros, sindicatos de niños)90

La CNCT formó el frente laboral católico durante 1922-1926 y pretendió rebasar las fronteras de Centro y el Occidente de México, sin embargo, el Gofo y el Norte eran bastiones de la CROM. El sindicalismo blanco desafió a los organismos obreros corporativizados por el gobierno y al mismo Estado. A partir de 1929, como consecuencia de los cambios al interior de la política social de la Iglesia, las asociaciones laborales se enfrentaron a la posibilidad de integrarse o no a la nueva estructura autoritaria planteada en torno a la Acción Católica. Además la CNCT sufrió tanto los extrañamientos de la Iglesia como la prohibición del Estado sustentada en la Ley Federal del Trabajo de 1931.91 Procesos de un momento histórico determinado que cerraron una etapa del catolicismo social mexicano y con ella su identidad combativa y social como antagonista con “armas” parecidas a la de sus “enemigos”.

A manera de cierre

La identidad del catolicismo social mexicano tuvo lugar en la dinámica de los procesos históricos que devenían de su lucha decimonónica, pero situados, seleccionados e integrados desde el acontecer del siglo pasado. Contenía rasgos atribuidos de manera vertical, pero renovados desde las formas específicas de los lugares, tiempos y actores. Las interacciones hacia dentro de la comunidad y los colectivos católicos, así como hacia fuera de la institución, hicieron de esta identidad una relacional. Son seis referentes de los contextos históricos que situaron a la identidad matriz del catolicismo social mexicano y en los que se movieron los militantes y sacerdotes: el ámbito de la defensa religiosa y de la Iglesia ante otras ideologías en el mundo y en el país; la lucha obrera por mejoras en las condiciones de vida y laborales, con diversas demandas sociales de sectores populares; la relación entre mujeres y hombres, la tradición y la modernidad; el tipo de vinculación entre laicos y clero; los escenarios de cambios en el régimen político, aspiraciones por el poder y reformas sociales; el marco de los conflictos entre poderes, las disposiciones constitucionales, las organizaciones católicas como intermediarias, la diversa naturaleza de la participación laica, los espacios públicos y las respuestas católicas. De esto se trató en cuanto a la unidad identitaria del catolicismo social que se difundió a finales del siglo XIX y cobró forma en las tres primeras décadas del siglo XX.

Para lograr su desarrollo, a su interior y en relación con la sociedad mexicana articularon la diversidad, la continuidad en la discontinuidad a partir de las dimensiones cifradas en: las condiciones y situaciones de la vida de los trabajadores en cuanto a las primeras iniciativas de formación en “cuestión obrera” y acción social católica (fines del siglo XIX-1909); la dimensión integradora de aspectos de las diversas corrientes del catolicismo militante, esto es, la síntesis teórica y práctica con reformas sociales, intervención en el poder, potencialidad de las redes de organismos y participación política católica (1909-1914); finalmente, una dimensión configurada por nuevas formas de apreciación y participación política y sus ambigüedades, impulsos a la acción social católica, sindicalismo blanco, fuerza de diversos sectores sociales entre el laicado y la “vigilancia” de los organismos como eje de su desarrollo (1912-1926).

Los organismos confesionales respondieron a un programa articulado vertical y horizontalmente, con intencionalidades a corto, mediano y largo plazo; a través de un tejido de interacciones en las que cada actor, grupos y sujetos se posicionaban en su “nosotros” inclusivo, para que desde lo exclusivo de su acción se engranaran los fines de la cristianización de la sociedad mexicana y el dominio de la Iglesia católica mexicana. Sin desconocer que al interior del catolicismo sus integrantes tenían necesidades que el nuevo siglo despertó con cambios y reacomodos en la sociedad mexicana. Los sectores organizados e impulsados del laicado dieron cuenta de quiénes eran los que formaron el cuerpo del catolicismo social mexicano, por qué se movilizaron, qué hicieron, a qué se opusieron, en qué creían, qué esperaban ser, hacia dónde se proyectaron y cómo lo hicieron.

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1 Gilberto Giménez. “Materiales para una teoría de las identidades sociales”. José Manuel Valenzuela (coord.). Decadencia y auge de las identidades. Cultura nacional, identidad cultural y modernización. Tijuana: el Colegio de la Frontera Norte/Plaza y Valdez (Colección México norte), p. 45-78.

2Denys Cuche. La noción de cultura en las ciencias sociales. Buenos Aires: Nueva Visión, 2002 (Colección Claves), p.106.

3Parafraseando a Gilberto Giménez, cuando se refiere a la continuidad entre cultura e identidad. “Introducción. Cultura, identidad y discurso popular”. Andrew Roth y José Lameiras (eds.). El verbo popular: discurso e identidad en la cultura mexicana. Zamora: El Colegio de Michoacán/Iteso, 1995, (Colección Investigaciones), p. 17.

4Ibid., p. 19.

5Ibid., p. 19.

6Véase el concepto de tradición inventada en Erick Hobsbawm y Terence Ranger (eds.). La invención de la tradición. Barcelona: Crítica, 2002, p. 8 y 10.

7Ibid., p. 11.

8Ibid., pp. 12-14.

9Algunas ideas retomadas de Cuché, op. cit., pp. 105-122.

10Algunas de las ideas las retomo de Leticia Ruano Ruano. La experiencia colectiva e individual en el estudio de la identidad de Acción Católica Mexicana. Guadalajara: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social del Occidente (Tesis de Maestría en Antropología Social), 2002.

11Funciones propuestas por Sciolla cit. en Giménez, 1995, op. cit., p. 19.

12Idem.

13Laicización es una primera dimensión de la secularización según Karel Dobbelaere. Secularization: a multi-dimensional concept. London: Sage publications, 1981, pp. 11-12. Además que se entiende en un dominio institucional y la secularización en uno cultural y social: Norma Duran R.A. “Laicidad-Laicismo ¿Conceptos unívocos y eternos?”. Religiones y sociedad. México: Secretaría de Gobernación, Número 2, enero-marzo, 1998, p. 79.

14Roberto Blancarte (Comp.) El pensamiento social de los católicos mexicanos. México: Fondo de Cultura Económica, 1996, pp. 13-18.

15Ídem., pp. 19-38. Sobre la doctrina social también puede verse Roberto J. Blancarte. “La doctrina social católica ante la democracia moderna”. Roberto J. Blancarte (Coord.), Religión, iglesias y democracia. México: La Jornada ediciones-Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades-Universidad Nacional Autónoma de México, 1995 (La Democracia en México), pp. 19-58.

16Con esto quiero decir que no obstante las diferentes identidades que hubo en cada uno de los organismos laicos de las tres primeras décadas del siglo XX, había rasgos, caracteres y funciones que rebasaban los límites de un grupo específico y los vinculaba con el proyecto social conocido con el nombre de catolicismo social mexicano.

17Es indudable que al interior de la Iglesia hubo divisiones en el episcopado, el clero y los seglares asistentes a los congresos y eventos católicos. Por ejemplo, el congreso de Guadalajara fue de los más radicales y rechazaron los límites impuestos por la política de conciliación de la Iglesia con el régimen de Díaz. También pasó esto en Zamora con la formulación de un programa de acción que apoyaba Roma. Laura O´Dogherty. De urnas y sotana. El Partido Católico Nacional en Jalisco. México, D.F.: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2001, pp. 37-40.

18Primer obispo, franciscano, José María de Jesús Portugal y Serratos, 1902-1912; segundo, Ignacio Valdespino y Díaz, 1912-1928.

19Yolanda Padilla Rangel. Después de la tempestad. La reorganización católica en Aguascalientes, 1929-1950. México: El Colegio de Michoacán/Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2001, pp. 73-102.

20Ibid., pp. 87-102.

21Las negrillas son de la autora.

22Manuel Plascencia, Pbro. "Cien años de Acción Social de la Arquidiócesis de Guadalajara. El Poder Social de Seis Arzobispos Tapatíos. 1863-1963. Monografía Sociológica Histórico-doctrinal". Anuario de la Comisión Diocesana de Historia del Arzobispado de Guadalajara. México: Ed. Jus, 1968, p. 42.

23Ibid., p. 46.

24La Democracia Cristiana. Tomo II. Tulancingo, Estado de Hidalgo: Talleres Tipo-litográficos "La Democracia Cristiana" S.L.C., 1913, pp. 429-439, 489-496.

25Manuel Ceballos R. La Encíclica Rerum Novarum y los trabajadores católicos en la ciudad de México (1891-1913). México: IMDOSOC, 1986 (2, Diálogo y Autocrítica), p. 11-13. Jorge Adame Goddard. El Pensamiento Político y Social de los Católicos Mexicanos (1867-1914). México: Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, segunda reimpresión, 2004 (Centenario de la Rerum Novarum), pp. 127-128. La Paz Social. Tomo II, Núm. 2, México, D. F., 1o. de febrero de 1924, pp. 76-77; consultada en la antes llamada Biblioteca Libre de Filosofía en Guadalajara, hoy forma parte de la Biblioteca del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores del Occidente (en adelante BLF). Meyer. El catolicismo social en México hasta 1913. México: Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1985 (1, Diálogo y Autocrítica), p. 15.

26Rafael Vázquez Corona. “Introducción, Antecedentes y Notas”. Pío XI. La Restauración del Orden Social, Encíclica Quadragesimo Anno. Guadalajara: Ediciones del Centro Jalisciense de Productividad, 1956, pp. 10-13.

27Cuarta Semana Social Mexicana, realizada del 23 al 28 de septiembre de 1912. Zacatecas, Zac.: Imprenta del Asilo del Sagrado Corazón de Jesús, 1912, pp. 226-229.

28Esto no significó que más adelante no hubiera diferencias en las posiciones católicas al interior de las militancias, como sucedió en Zamora en 1913. De hecho el proyecto en el Occidente del país ha sido también denominado catolicismo social y democrático. Manuel Ceballos Ramírez. La democracia cristiana en el México liberal: un proyecto alternativo (1867-1929). México: Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1987 (Diálogo y Autocrítica, 7), p. 25.

29Manuel Ceballos Ramírez. El catolicismo social: un tercero en discordia. Rerum Novarum, la “cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911). México: El Colegio de México, 1991, p. 16.

30Según la síntesis señalada supra. Pero también recordemos lo que León XIII difundió en su encíclica (Graves de communi, 1901) sobre la “democracia cristiana”. La conceptuó como opuesta a la social de los socialistas. Fundamentada en los principios divinos, atendía al bien de las clases inferiores. No implicaba unirla a régimen político determinado, ni tampoco una idea política precisa. Sino más bien definía al ejercicio de la “vida honesta” y cristiana de las clases obreras. Sus pilares radicaban en la caridad, equidad, amistad sobrenatural y cuestión social (moral y religiosa). Su propuesta era la alternativa al capitalismo y al socialismo, pues “ambos no habían resuelto los problemas sociales ni por la economía ni por el orden institucional, respectivamente; los dos habían fracasado”. Patrick de Laubier. El pensamiento social de la Iglesia. Un proyecto histórico de León XIII a Juan Pablo II. México: Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1986, pp. 55-59.

31Sobre los jesuitas, el catolicismo social y laicos Véase también José Gutiérrez Casillas, S.J. Jesuitas en México durante el siglo XX. México: Editorial Porrúa, S.A., 1981 (Biblioteca Porrúa, 77). José Gutiérrez Casillas, S.J. Historia de la Iglesia en México. México: Editorial Porrúa, S.A., tercera edición, 1993. María Luisa Aspe Armella. La formación social y política de los católicos mexicanos. México, D.F.: Universidad Iberoamericana/Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 2008. Manuel Ceballos Ramírez “Los jesuitas en el desarrollo del catolicismo social mexicano (1900-1925)”. Nelly Sigaut (Edit.). Nelly Sigaut (Edit.). La Iglesia Católica en México. México: El Colegio de Michoacán, 1997.

32Ceballos, 1991, op.cit., pp. 303-308.

33María Gabriela Aguirre Cristiani. ¿Una historia compartida? Revolución mexicana y catolicismo social, 1913-1924. México, D.F.: Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, Instituto Tecnológico y Universidad Autónoma Metropolitana, 2008, pp. 14-15.

34Este evento también fue importante porque evidenció “la fuerza y debilidad a la que había llegado el movimiento laboral católico. Además de que mostraba una honda división entre los católicos-sociales y los católicos-demócratas. Estos últimos fueron tomando la delantera […]”. En un principio ambas corrientes apoyaron a Huerta, pero al final del año 1913, se alejaron los demócratas. Manuel Ceballos Ramírez. “Rerum Novarum” en México: Cuarenta años entre la conciliación y la intransigencia (1891-1931). México: Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1989 (Diálogo y Autocrítica, 12), pp. 26-27.

35En 1912 se fundó con el nombre de Asociación de Damas Católicas Mejicanas [sic] y en 1920 cambió su nombre a Unión de Damas Católicas. Aguirre, op. cit., p. 48.

36Ibid., pp. 13-14, 30, 33-35.

37Ceballos, 1991, op.cit, p. 16.

38Aunque tanto Jorge Adame como José Gutiérrez mencionan la influencia de las propuestas católicas de la “cuestión social” con respecto de la Constitución de 1917, Ceballos por su parte señala que “hace falta un estudio más historiográfico que ponga en evidencia si en efecto fue la Rerum Novarum el texto que iluminó a los constituyentes mexicanos -algunos de ellos ex seminaristas- o si, en cambio, las ideas del 123 fueron extraídas del ambiente de protesta laboral que se venía respirando en México desde tiempo atrás, al que ciertamente pudo contribuir la encíclica de 1891[…]”.Ceballos, 1989, op. cit., p. 27.

39La clasificación de Castells me sirve para redefinir al catolicismo social desde la identidad. Es claro que el autor habla de tres tipos de procesos de construcción de identidades. Sin embargo, para hablar de lo que es mi interés, los tres aportan para mi estudio. Los tomo como rasgos y no tanto como identidades diversas. Manuel Castells. La era de la información. Economía, sociedad y cultura. El poder de la identidad, Vol. II. México: Siglo XXI editores, 2004, 5ª. edición, p.

40Entiendo por el término varios asuntos. Por una parte, reformas sociales generadoras de condiciones favorables al capital y de la armonía social. Promoción del clasismo, la modernización (industrialización y crecimiento), mejoramiento económico de las masas, estrategia política, aunque era un Estado moderno no era de derecho (capacidad de acción, aplicación y cumplir la ley). Carlos Báez Silva. “La naturaleza contradictoria del Estado mexicano” Espiral. Guadalajara, México: Universidad de Guadalajara, enero-abril, vol. 8, núm. 23, 2002, pp. 77-110. Pero también Estado moderno significó la modernización institucional, la relación entre Estado mexicano y movimientos sociales, jacobinismo, discurso socialista, bonapartismo y populismo, como es ejemplo el obregonismo y el Estado posrevolucionario. Jaime Tamayo. El obregonismo y los movimientos sociales. La conformación del Estado moderno en México (1920-1924). Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 2008. Por otra parte, el Estado fue entendido también como parte de la modernidad, para la Iglesia este término implicaba: política liberada de la moral, rechazo a la religión revelada, razón y avances científicos, el hombre más allá del creado por Dios y destinado a cumplir su voluntad, el hombre como norma de sus valores de vida, crisis y ruptura con la tradición y su autoridad, así como la defensa de los derechos del hombre y del ciudadano. Gerardo del Pozo Abejón. La Iglesia y la libertad religiosa. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2001 (Estudios y ensayos, teología), pp. 77-81.

41Leticia Ruano. [Ponencia] “Redes de organismos católicos: estrategia formativa y de acción en el catolicismo social en Guadalajara (1911-1914)”. II Jornada Académica Iglesia-Revolución Mexicana: El Partido Católico Nacional. 1911-1914. Guadalajara: Arquidiócesis de Guadalajara, Sección Diocesana de Educación y Cultura de la Arquidiócesis de Guadalajara, Departamento de Estudios Históricos, 8 de julio de 2011.

42Francisco Barbosa Guzmán. El catolicismo social en la diócesis de Guadalajara, 1891-1926. México, D.F.: Universidad Autónoma Metropolitana-I (Tesis de Doctor en Humanidades, Área de Historia), 2004, p. 35.

43Lo que no significó que todos estuvieron de acuerdo con el partido y la política. Recuérdese que había una distinción entre obras sociales y política. Ibid., p. 34.

44Manuel Ceballos Ramírez. “Los Operarios Guadalupanos: intelectuales del catolicismo social mexicano 1909-1914”. Manuel Ceballos (Coord.), op. cit., p. 82-95.

45O´Dogherty, op. cit., 2001, p. 79.

46Andrés Barquín y Ruíz. Bernardo Bergoend, S.J.. México: Ed. Jus, 1968 (México Heroico), pp. 51-52.

47Laura O´Dogherty. “Dios, Patria y Libertad. El Partido Católico Nacional”. Ceballos (coord.), op.cit., 2005, pp. 117, 125 y 143-144.

48O´Dogherty, op.cit., 2001, p. 17.

49Guillermo Raúl Zepeda Lecuona. Constitucionalistas, Iglesia católica y derecho del trabajo en Jalisco (1913-1919). México, D.F.: Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1997, pp. 29-30 y 36. López y Portillo pasó de ser un aliado de la Iglesia y del arzobispo Francisco Orozco y Jiménez, a “neutral” por su silencio ante el “edicto ante la mala prensa” que difundió el jerarca en 1914, con lo que se inició la ruptura entre ambos (Zepeda, p. 34).

50Enunciado así por Laura O´Dogherty, 2001, op.cit., p. 19.

51Aguirre, op.cit., p. 141-142. La autora se fundamenta en la obra de Zepeda, op.cit., pp. 32-33.

52 http://portalsej.jalisco.gob.mx/bicentenario/index.php?q=node/198. Página consultada el 6 de Febrero de 2011.

53Plascencia, op.cit., pp. 54-56.

54"Gran Jornada Social de las Vanguardias del PCN en su Centro de Jalisco. Círculos de Estudios", pp. 1-5, Archivo Miguel Palomar y Vizcarra, UNAM (en adelante AMPV).

55Sin soslayar que dentro del campo liberal -como en el católico- existieron diversidades.

56Aguirre, op.cit., pp. 11-13.

57Ibid., p. 15.

58Ibid., pp. 16-17.

59Vicente Camberos Vizcaíno. Francisco el Grande, Mons. Francisco Orozco y Jiménez. Tomo II, México: Ed. Jus, 1966, p. 41.

60Padilla, op.cit., pp. 89-91.

61Barquín y Ruíz, op.cit., pp. 62-63.

62Salvador Morán. "Monseñor Orozco y la Acción Social y Católica". J. Curavit Ruíz Medrano. Homenaje a la Memoria del Excmo. y Revmo. Sr. Dr. y Mtro. D. Francisco Orozco y Jiménez, Arzobispo de Guadalajara. Guadalajara: Imprenta y Librería Font, 1936, p. 209.

63J. Ignacio Dávila Garibi. Memoria Histórica de las labores de la Asociación de Damas Católicas de Guadalajara. Guadalajara: T.L. y E.J.M. Iguiniz, 1920. A lo largo de la obra se destaca la participación de la Unión de Damas en la fundación de diversos tipos de organizaciones confesionales.

64Ibid., p. 133.

65"Para ser Fuertes". El Archivo Social. Guadalajara, Año II, No. 57, 1o. de noviembre de 1923, p. 6, BLF.

66El Archivo Social. Guadalajara, Año II, No. 55, 1o. de octubre de 1923, p. 3, BLF.

67"Primer congreso de la Unión de Damas Católicas Mexicanas". El Archivo Social. pp. 1-8, BLF.

68"Estatutos de las Vanguardias de la Unión de Damas Católicas Mexicanas del Centro Regional de Jalisco y de los Centros Locales comprendidos en su jurisdicción". El Archivo Social. Año II, No. 53, pp. 1-4, BLF.

69Dávila, op. cit., pp. 102-109.

70Ibid., pp. 87-88.

71Patience A. Schell. "An honorable avocation for ladies: The Work of the Mexico City Unión de Damas Católicas Mexicanas, 1912-1926". Journal of Women's History 10, no. 4, The Johns Hopkins University Press, Binghamton, New York, Winter99, 1999, passim. Patience A. Schell. “Las mujeres del catolicismo social, 1912-1926”. Manuel Ceballos (Coord.), op. cit., pp. 241-296.

72Laura O´Dogherty Madrazo. “Restaurarlo todo en Cristo: Unión de Damas Católicas Mejicanas, 1920-1926” Estudios de historia moderna y contemporánea de México. México: no. 14, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1991, pp. 129-128.

73Robert Curley. “Religión, clase y género en el sindicalismo católico mexicano, 1919-1925”. Manuel Ceballos (Coord.), op.cit., pp. 297-338.

74Robert Curley “Sociólogos peregrinos: Teoría social católica en el fin-de-régimen porfiriano”. Manuel Ceballos Ramírez y Alejandro Garza Rangel (Coords.). Catolicismo social en México. Teoría, fuentes e historiografía. Monterrey: Academia de Investigación Humanística, 2000, pp. 195-237.

75Barbosa, op.cit., pp. 435-452.

76Manuel Ceballos Ramírez. “Rerum Novarum en México: de la caída del imperio a la crisis de la Cristiada (1891-1929”. Manuel Ceballos R. y J. Miguel Romero S. Cien años de presencia y ausencia social cristiana. 1891-1991. México: Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristian, 1992, p. 40.

77Barquín y Ruíz, op. cit., pp. 82-83.

78Barbosa, op.cit., pp. 422-423.

79"Congreso regional de la ACJM". El Archivo Social. Guadalajara, Año II, No. 37, 1o. de enero de 1923, pp. 1-10, BLF.

80"El Primer Consejo Nacional de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana". El Archivo Social. pp. 1-12, BLF.

81La Paz Social. México, D. F., Tomo I, Núm. 3, 1o. de mayo de 1923, pp. 91-92, BLF.

82Barbosa, op.cit., pp. 425-431.

83Manuel Ceballos Ramírez. El sindicalismo católico en México. México: Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1988 (Diálogo y Autocrítica, 9), p. 50.

84Aguirre, op.cit., p. 138-150.

85Ceballos, 1989, op.cit., p. 29.

86La Democracia Cristiana, Op.cit., p.36, BLF.

87Restauración. 24 y 26 de Abril de 1919.

88“Pastoral Colectiva del Episcopado Mexicano sobre la Acción Católica en Asuntos Sociales”. El Archivo Social, N. 54, 15 de Septiembre de 1923, p.5, BLF.

89Ceballos, op.cit., 1988, pp. 26-27.

90Manuel Ceballos Ramírez. Historia de Rerum Novarum en México (1867-1931). Estudios. Tomo I. México: Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 2004 (Centenario de la Rerum Novarum), p. 89-90.

91Ceballos, 1989, pp.30-32.

Recibido: 05 de Febrero de 2011; Aprobado: 17 de Junio de 2011

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