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Intersticios sociales

versión On-line ISSN 2007-4964

Intersticios sociales  no.2 Zapopan sep. 2011

 

Debate teórico - metodológico

Psicoanálisis e historia del tiempo presente

Fernando M. González1 

1 UNAM-IIS.


Resumen

El presente artículo da cuenta de algunos elementos que problematizan a las dos disciplinas aludidas, como los límites de lo enunciable, la noción de realidad, las cuestiones del testimonio y la memoria, la noción de casos, las diferentes temporalidades que se ponen en juego, entre otros; al mismo tiempo que procura conservar un bilingüismo irreducible entre ambas perspectivas. Se pretende realizar un tipo de colaboración que asuma relevos interpretativos.

Ambas disciplinas que de ninguna manera pueden considerarse homogéneas, ni siquiera en su propio ámbito, buscan sacar de su afasia aquello que permanece mudo, activamente silenciado o desarticulado, etcétera.

Historiadores y psicoanalistas se enfrentan a cuestiones espinosas como las que afirman que todo se reduce a tropos y lenguaje, y que no existiría un más allá de esto; o si se quiere, que habría una incompatibilidad entre retórica y prueba.

Por otra parte, al intentar ir más allá de un tipo de teoría crítica que descalifica a los actores, ambas disciplinas buscan darle un espacio al intérprete, competente y ciego de su propia historización, y apuestan por la capacidad de los supuestos incapaces. Así mismo, se toman su tiempo para construir, cada una a su modo, narraciones que atenten contra los imperativos de la actualidad, del “en vivo y en directo”, del humanitarismo compasivo y el remordimiento instantáneo.

Finalmente, ambas perspectivas se abocan a la problemática y a las transformaciones que traen consigo la noción de víctima.

Palabras clave: historia del tiempo presente; contexto; inconsciente; sujeto; víctima; prueba; testimonio

Abstract

This article gives account of some elements that complicate the two mentioned disciplines, as well as the limits of what is enunciable, the notion of reality, the issues of testimony and memory, the notion of cases, the different temporalities at play, among others; meanwhile it tries to preserve an irreducible bilingualism between both perspectives. It is intended to perform a certain type of collaboration that may assume interpretative relays.

Both disciplines, which cannot be considered homogenous whatsoever, not even in their own scope, intend to liberate from its aphasia all that remains mute, actively silenced or disarticulated, etc.

Historians and psychoanalysts are faced with thorny issues such as the ones that assure that everything is reduced to tropes and language, and that nothing would exist beyond this; or in other words, that there would be an incompatibility between rhetoric and proof.

On the other hand, when trying to go beyond a certain type of critical theory that disqualifies the actors, both disciplines try to give a space to the interpreter, competent and blind to its own historization, and they bet on the ability of those who are supposed to be incapable. Likewise, they take their time to build, each one on their own fashion, narrations that make an attempt on the present imperatives, from “live broadcast”, compassionate humanitarianism and instantaneous remorse.

Finally, both perspectives lead to the questions and transformations that bring along the notion of victim.

Keywords: present time history; context; unconscious; subject; victim; proof; testimony

Introducción

Buscaré ofrecer algunos elementos que pongan en relación las dos perspectivas aludidas en el título. Relación no quiere decir articularlas o intentar construir una especie de mixto, ni menos aún abordarlas en términos de una psico-historia, etcétera. Simplemente me parece que en ciertos casos ambas disciplinas se plantean preguntas análogas acerca de cuestiones como la temporalidad o los testimonios, pero que resuelven de diferentes maneras porque no parten ni de la misma definición de sujeto o de contexto, ni tampoco enfocan del mismo modo el estatuto de lo que puede ser enunciado o la cuestión de la realidad, etcétera.

Sin embargo, pueden inspirarse mutuamente, por ejemplo, utilizando de manera metafórica algunas categorías y teniendo en cuenta los límites y las transformaciones contextuales de las analogías utilizadas, así como aceptando un bilingüismo irreducible. Por lo tanto, presentaré algunas cuestiones en las que ambas disciplinas parecen cruzar sus interrogaciones pero, como ya lo dije, no necesariamente las respuestas a sus cuestiones problemáticas.

Una última aclaración: hablar a nombre del psicoanálisis o de la historia del tiempo presente como si se tratara en ambos casos de algo unívoco, no deja de ser pretensioso. Entre otras cosas, porque los horizontes nacionales y la lengua conforman diferentes tipos de enfoques. Además, si hablar del Psicoanálisis implica introducir irremediablemente el plural, esto vale para el interior de cada país. Es decir, no se puede hablar salvo condensación indebida por ejemplo, de un psicoanálisis mexicano o alemán tal cual, etcétera. Habrá quienes lo entiendan así, no será mi caso. Más aún, una de las características del campo psicoanalítico es el hacer referencia a nombres propios, Freud, Lacan, Melanie Klein, etcétera. Pero pequeño problema suplementario, estos nombres propios con los cuales algunos grupos psicoanalíticos se cubren para nombrarse, no encierran tampoco un pensamiento cuya coherencia permita homogeneizar sin más sus aportes.1 Por ello, sólo me referiré a lo que considero que son algunas cuestiones generales que las dos disciplinas postulan, pero sin entrar en las diferencias internas que habitan a cada una.

¡Vaya! no me siento el representante autorizado para hacerlo.

El estatuto de lo enunciable

Ludwig Wittgenstein, en uno de los pasajes del Tractatus lógico-philosophicus, afirma sin pestañear lo siguiente: “Todo aquello que puede ser dicho, puede decirse con claridad: y de lo que no se puede hablar, mejor es callarse”2 con lo cual plantea un serio problema: ¿quién y bajo qué criterios determina cuáles serían lo límites de lo enunciable? En dónde se coloca la imposibilidad: en el objeto o en el sujeto o en la relación que se establece. Lo cual, alude a una cuestión epistemológica acerca de las posibilidades de lo pensable y no sólo a un asunto de censura externa.

Por otra parte, si nos colocamos más allá del contexto epistemológico -pero sin poderlo abandonar del todo- y nos enfocamos en terrenos en apariencia menos espinosos, podemos decir que frente al supuesto optimista de la plena transparencia informativa nos encontramos permanentemente con opacidades y resistencias de todo tipo cuando nos acercamos a nuestros objetos de estudio, producto de las mediaciones institucionales, censuras sugeridas o ya efectuadas, pérdidas de documentos, olvidos, temores, desconfianzas e idealizaciones o memorias cristalizadas por parte de los testigos e incluso, represiones en el sentido freudiano etcétera.

Deben tomarse en cuanta también las autocensuras por parte del investigador, quien muchas veces escribe pensando en sus posibles lectores, lo cual repercute en la redacción del texto, lo que trae por consecuencia que se vea sometido a la tentación de borrar, transfigurar o eufemizar, lo que supone que podría resultarle molesto a éstos o traerle consecuencias a su carrera académica. La academia es un lugar de asepsias de las que poco se habla.

Frente a la propuesta desenfada y contundente de Wittgenstein, el psicoanálisis decide lanzar su cuarto de espadas y propone una fórmula que se puede condensar de la siguiente manera: “eso que no se puede decir, no se puede callar”. ¿Qué quiere decir esto? Algo aparentemente muy simple: aquello que no se puede decir se manifiesta a pesar de ello de diferentes maneras.

En el caso del psicoanálisis se hace presente como angustia, compulsiones repetitivas, delirios, fobias, lapsus, pasajes al acto, síntomas, sueños, etc. Por lo tanto, la apuesta de Freud fue que habría que tratar de volver enunciable eso que se manifiesta de distintas formas. En cambio, para los historiadores se trata de asuntos políticos, militares, violencias de toda índole, construcción de instituciones, cuestiones de vida cotidiana, entre otras, en síntesis, de reconstitución de contextos y tramas de todo tipo.

El psicoanálisis y la historia, cada uno a su manera, se esfuerzan por intentar hacer salir de su afasia eso que permanece mudo o no se calla a pesar de estar cubierto de silencio, o aquello que, estando en la ruidosa superficie de las cosas pasa desapercibido. Ahora bien, la formulación psicoanalítica si bien se desmarca de la del filósofo vienés, no necesariamente la elimina. En todo caso, tiene que aceptar que efectivamente no todo puede ser dicho ni representado.

No se trata entonces de producir una disyuntiva, sino de relativizar ambas fórmulas. El psicoanálisis, al suponer que el inconsciente habla a pesar del individuo, intenta recorrer los límites de lo enunciable. Como bien lo señala Luis Ignacio Sainz cuando afirma que hay que opera “En los intersticios (confesionales) de lo estratégico, en las pausas, las elusiones y, claro está, las omisiones. Precisamente allí, en la fragilidad de lo no-dicho y de lo no escrito, es en donde estriba el éxito del entendimiento”.3 Esto también vale para los historiadores.

Historiadores y psicoanalistas: la cuestión de la realidad y la verdad

Cada disciplina entiende la realidad de diferente manera. Por ejemplo, el historiador encuentra la violencia bélica condensada y transfigurada, entre otras posibilidades, en la figura del mártir - como es el caso de la guerra cristera-, y se afana por reconstruir los contextos en los cuales este tipo de representaciones se delinean aparentemente sin grandes opacidades, además de que busca sus genealogías y contextos, así como las historias de las diferentes memorias en pugna o colaboración que pululan al respecto. En cambio, el psicoanalista tratará de preguntarse el porqué hay individuos que deciden ofrendar su vida en aras de un invisible y qué tipo de satisfacciones y conflictos psíquicos se juegan en ese ofrendarse.

O en otro caso, el de la pederastia, al historiador le interesará dar cuenta de la genealogía de esa figura y por qué en nuestros tiempos se volvió evidente lo que ella representa como violencia. Por su parte, el psicoanalista intentará producir una especie de tipo ideal acerca de lo que sería un sujeto perverso y lo que constituye lo específico de esa relación asimétrica, además de cómo se da la articulación entre la violencia del adulto en el niño o joven y de qué manera este último la subjetiviza. E, incluso, cómo se produce un tipo de intersección tranversalizado por la familia -o la institución escolar o religiosa- que en un buen número de casos termina atrapando al abusado y volviéndolo cómplice sin que se lo haya propuesto.

La relación, cuando se mantiene, prospera entre otras cosas porque permanece solo en el nivel del acto y una especie de tabú de la explicitación se instala sin palabras. Al mismo tiempo, se instaura una práctica disociada en la cual se cambia de contexto haciendo un corte perfecto con la secuencia que no debe hablarse, y la vida continúa como si nada. Modelo aplicable a diferentes situaciones que el historiador tendrá cuidado en singularizar y no dejar que se universalice de manera precipitada al buscar establecer comparaciones entre casos.

Cada una de las dos disciplinas se enfrenta a la relación de poder que se ejerce vía la sexualidad, pero no la entenderán de la misma manera, lo cual no quiere decir que necesariamente se opongan las interpretaciones. Es ahí que la fórmula “eso que no se puede decir, no se puede callar” adquiere matices insospechados. Más que de oposición, en todo caso podría hablarse de relevos interpretativos.

Pero en el ámbito de lo que se entiende por realidad y verdad, las cosas se complican también. Si seguimos a Carlo Ginzburg podemos afirmar que la cuestión de la imposibilidad de hablar de lo real directamente quedó en apariencia sellada con la formulación de Nietzsche cuando escribió que la verdad no es sino “una multitud móvil de metáforas, metonimias y antropomorfismos, en síntesis, una suma de relaciones que han sido realizadas transpuestas y embellecidas por la poesía y la retórica”.4 Más aún, el filósofo alemán advierte que tratándose de dos esferas “absolutamente distintas”, como serían las del sujeto y el objeto, no es posible establecer “ninguna relación de causalidad” ni tampoco ninguna certidumbre. En todo caso, se trataría de una “pura “relación estética”.5

Ginzburg señala que las dos ideas centrales de estas formulaciones, a saber: que la lengua sería intrínsecamente poética y que toda palabra estaría en el origen de un tropo, vienen de un libro de Gustav Gerber publicado en 1871 Die Sprache als Kunst.6 El historiador italiano afirma que frecuentemente fue utilizado por Nietzsche palabra por palabra. La posición de Nietzche vía Gerber tiene serias consecuencias si se admite tal cual, porque

Si todo es tropo en el lenguaje, si la gramática en ella misma no es sino el producto de figuras del discurso, la pretensión de conocer el mundo a través del lenguaje es un absurdo.

A la cuestión dirigida por Pilatos a su prisionero “¿Qué es la verdad”? (Juan, 18, 38), Cristo permanece silencioso. Nietzsche retoma la interrogación y responde: “un arma móvil de metáforas, de metonimias y de antropomorfismos”.7

Otros, como Paul de Man, deciden colocarse en un perpetuo e indeciso juego entre verdad y mentira, en el cual la verdad y la falsedad estarían inextricablemente mezcladas. De Man saca la conclusión de que siempre sería posible enfrentarse a cualquier experiencia, porque ésta existe a la vez como discurso ficticio y como acontecimiento empírico. Por lo tanto, no es posible decidirse por ninguna de las dos posibilidades. Y como señala el historiador italiano, esta posición le permite a De Man utilizar la retórica como una manera de tornar inocente algún acto. Unos más, desde una argumentación deconstructiva del conocimiento, terminan por correr el riesgo de fragmentar el conocimiento en una serie de puntos de vista incomunicables.

Si se aceptan tal cual estas premisas, entonces, afirma Ginzburg, “habría incompatibilidad entre retórica y prueba”,8 perspectiva que el historiador de Turín ciertamente no comparte. Y añade que su intención no sería identificar un falso, sino más bien

mostrar que el “hors texte” está también en el texto habitando sus pliegues. […] Los historiadores no deberían olvidar que todo punto de vista sobre la realidad es no solamente selectivo y parcial, sino que depende de relaciones de fuerza que condicionan a través de la posibilidad de dejar trazas en los documentos, la imagen global que una sociedad muestra de ella misma. […] El análisis de las distorsiones específicas a cada fuente implica ya un elemento constructivo. Pero la construcción […] no es incompatible con la prueba.9

Ginzburg, que sostiene esa posición, se separa sustancialmente del proyecto realista, el cual postulaba la posibilidad de

un mundo exterior (extra texto) real, y material, cognoscible (…) que va a “entrar” en el texto por medio de una escritura transparente que no crea ese real, sino que sólo lo expresa, ya que los elementos del texto se van articular de manera tal que se convierten en homólogos de los diversos elementos agenciados en la realidad extra- textual. Se trata de dar a ver un mundo idéntico al mundo real.10

Regine Robin añade que la estética realista es sin duda optimista. Por su parte, Roland Barthes afirma en su multicitado texto “El discurso de la historia”, que

Al nivel del discurso, la objetividad -o carencia de signos del enunciante- aparece como una forma particular del imaginario, como el producto de lo que podríamos llamar la ilusión referencial, ya que con ella el historiador pretende dejar que el referente hable por sí solo…La Lingüística y el Psicoanálisis conjugados nos han hecho hoy día más lúcidos respecto a una enunciación privativa: sabemos también que la carencia de signos son significantes. 11

Esta problematización de la realidad o, si se quiere, la de no considerarla como una pura exterioridad que puede ser retrotraída limpiamente al texto, ya la había puesto a vacilar a su manera la cuestión de la locura desde mediados del siglo XIX. Locura que introduce además el problema de la verdad-realidad. Es Michel Foucault quien describe con precisión este asunto cuando hace referencia a la práctica psiquiátrica. Veamos:

La cruz de la psiquiatría del siglo XIX es simplemente, el problema de la simulación…Y por simulación yo no entiendo la manera en la cual un no loco podría hacerse pasar por loco, pues eso no pone jamás en cuestión el poder psiquiátrico (ni menos aún le marca) un límite esencial, pues después de todo eso sucede en todos los órdenes del saber, y en particular en la medicina[…] En cambio[…] la simulación que ha sido el problema histórico de la psiquiatría en el siglo XIX, es interna a la locura[…] La manera en la cual un verdadero síntoma es una cierta manera de mentir, la manera en donde un falso síntoma es una forma de estar verdaderamente enfermo.

[Como si el loco le dijera a su psiquiatra […] Habrá en el centro mismo de mis síntomas ese pequeño núcleo nocturno de mentira, mediante el cual yo te plantearé la cuestión de la verdad.12

El primer ciclo de este proceso de la simulación se corona con el doctor Charcot en la Salpêtrière, quien terminó por observar lo que previamente había suscitado en sus enfermas, hecho que no pasó inadvertido para la “mejor oreja del siglo”, como denominó con ironía Foucault a un tal Sigmund Freud.

Freud buscó reformular el dispositivo de observación del psiquiatra francés privilegiando la palabra y sus silencios, las contigüidades y cambios de vía del discurso sobre lo visible. Para ello trastocó sustancialmente el tipo de comunicación habitual al sugerir la regla denominada de “libre asociación”, que comenzaba con esta sugerencia: “Hable de no importa qué, lo primero que le venga a la cabeza, pero procure no guiarse por consideraciones, de moral, de pudor, de importancia, etcétera. Yo escucharé y no estableceré un diálogo. Si se puede acostar en el diván es mejor para no estarnos mirando ni midiendo las reacciones que sus palabras me podrían causar.

Digamos que transformó las maneras habituales de testimoniar estableciendo un tipo de discurso en el que el sujeto parecía hablarse a sí mismo pero mediatizado por la escucha de otro y, al mismo tiempo, procurando el escucha analista no dirigir de manera predeterminada el hilo de las asociaciones. Por su parte, el analista trataba de adecuarse a otra regla, aquella que buscaba sostener su tipo de escucha en una atención flotante que le permitiría más tarde postular posibles conexiones entre elementos aparentemente dispares. Volveré más adelante sobre este tema del testimonio que lo diferencia de otro tipo de dispositivos de escucha que ofrecen los historiadores antropólogos y sociólogos.

Pero retomemos la cuestión de la simulación y sus efectos. Por lo pronto, como lo señala Jean Baudrillard, ésta “pone en tela de juicio la diferencia de lo verdadero y lo falso, de lo real y lo imaginario […] La simulación parte del signo como reversión y muerte de toda referencia”.13

Una opacidad y una distancia en parte irreducible se instaura entre el sujeto que se narra y lo que sabe de sí mismo, precisamente porque se supone la existencia del inconsciente,14 que entre otras cosas no se refiere a un no dicho implícito, sino al contrario: “es un explícitamente no dicho […] que se enuncia a pesar del sujeto […] Si el otro no puede entender más que yo, no hay decir inconsciente”.15 Otro efecto de este supuesto es que la distancia que el psiquiatra establecía con el loco se acorta. Ya no será posible realizar con buena conciencia la práctica de la psiquiatría clásica, aquella que encierra al loco y marca perfectamente la línea divisoria con éste. Ni tampoco exhibir la histeria ante un público pretendiendo que esa mirada sería neutra y sin consecuencias.

La afectación del discurso del analizante en el analista formará parte de la escucha de este. Y ya no digamos lo que se denomina como transferencia, es decir, cuando el analista es colocado en el lugar de lo que Jacques Lacan denomina como “el supuesto saber”. Pero Freud le da una vuelta de tuerca a la noción de simulación cuando produce la noción de fantasía y de fantasma y postula que en “el inconsciente no existe índice de realidad”; por lo tanto, una fantasía puede tener la misma fuerza de convicción que algo efectivamente ocurrido. De nueva cuenta, los límites claros y distintos se difuminan.

Esto trae a su vez nuevas interrogantes. Eso de lo que habla el analizante, ¿realmente ocurrió o simplemente cree que fue así? De nueva cuenta, ¿se trata de reducir la realidad ya no sólo a tropos, sino a puros fantasmas? ¿Realmente esa mujer cuando niña fue abusada por su padre o sólo lo imaginó a partir de su universo de fantasías? Menuda cuestión que tiende a dejar perplejo, pero que no puede dejar de plantearse.

Por su parte, el historiador no se priva de estudiar rumores (Edgar Morin) y delirios compartidos, como el de la gran conspiración judeo-masónica, que contribuyen a provocar acontecimientos siniestros como el del nazismo, con un líder que reasegura y confirma su feroz antisemitismo a partir de un falso (Los protocolos de los sabios de Sión, (1905). Acontecimientos que por desgracia no se reducen a puro discurso o a tropos o, incluso, a una guerra de versiones ni tampoco a fantasmas: dejad a los académicos discutir entre ellos, mientras recogemos a los muertos, dirán los sobrevivientes.

En otros casos, se tergiversan los informes para producir guerras preventivas que en el colmo de la paradoja eliminan lo que todavía no sucede ni necesariamente tendría por qué. Ni siquiera se trataría de hacer estallar el huevo para prevenir el nacimiento de su fruto, sino que incluso antes de que éste exista se le presupone y se actúa en consecuencia. El presidente asesino George W. Bush posee uno de los títulos de honor en esta cuestión, cuando profirió en la academia militar de West Point en 2002 un discurso que se torna performativo16: “Si nosotros esperamos que las amenazas se materialicen, nosotros habremos esperado demasiado tiempo. Por lo tanto, emprenderemos si es necesario, acciones preventivas”.17

El expresidente ya no utiliza la noción de peligrosidad como la postulaba la psiquiatría del siglo XIX, “cualidad inmanente al individuo… cuya prueba de que lo era, es el pasaje al acto”18 -en donde por cierto la corroboración sólo podía ser post factum-, sino que apunta a la noción de riesgo, la cual es el producto de otro tipo de construcción que no implica tanto las cualidades inmanentes que portaría un individuo o un grupo, sino el poner en relación datos generales impersonales o factores que ofrecen como más o menos probable el advenimiento de riesgos indeseables. […] Se trata menos de afrontar una situación peligrosa, que de anticipar todas las figuras posibles de la irrupción del peligro.19

Bush anticipa el peligro en un contexto en el cual su país ha sufrido un serio y sangriento ataque, pero partiendo de datos y factores que no existen. Es decir, que ni siquiera su gestión de riesgos se adecua tal cual a la descripción arriba señalada. Ya no se trata sólo de un error en los datos o en la manera de relacionarlos, sino de mentiras prefabricadas ad hoc. ¿Puros tropos y metáforas?

¿De qué historia habla el psicoanálisis?

Ciertamente no es aquella que manejan los historiadores por varias razones. Por ejemplo, cuando propone que un trauma permanece incluso cuando es inaccesible y que en su lugar surgen fenómenos de sustitución, afirmación que desemboca en un segundo postulado: lo reprimido retorna.

Pero para que haya traumatismo, como bien lo sugiere Piera Aulagnier, se requiere la necesaria intersección e “interpenetración entre un fantasma […] un acontecimiento y un enunciado”.20 O incluso la carencia de este último ahí en donde debió decirse algo. Por lo tanto, el tipo de historicidad está inevitablemente cruzado por una serie de postulados que tienen como base el supuesto del inconsciente. No hay enfrentamiento con la realidad tal cual, siempre estaría la mediación del psiquismo. En todo caso, lo efectivamente ocurrido no tendría a priori una eficacia traumática. ¿Esto quería decir que la realidad histórica debería ser relegada a un segundo plano? No parece ser el caso. Simplemente que, como sugerí, su noción de historia tiene sus recovecos. El solo hecho de tratar de articular el acontecimiento con la fantasía introduce un tipo de complejidad de la que no resulta fácil dar cuenta. Y si para colmo -como adelanté-, los postulados del psicoanálisis problematizan la confiabilidad de los testimonios, esto no mejora las cosas, problematización que por cierto los historiadores a su manera y modo no desconocen.

Por otra parte, cuando en el psicoanálisis se afirma que el pasado está en el presente, gracias al síntoma, el sueño, la compulsión repetitiva. etc., se está reconociendo una imposibilidad de cortar limpiamente ese pasado que retorna e insiste. Pero ese retorno puede darse bajo el modo de la imbricación, es decir, uno en el lugar de otro; o de la repetición: uno reproduce al otro pero desde una forma diferente o del equívoco.21

De cierta manera, podría decirse que el analizante sufre de lo que se podría denominar como la ilusión prospectiva. Esto es, interpretar su presente a partir de épocas pasadas. Exactamente lo contrario de lo que el historiador busca rehuir como de la peste: la ilusión retrospectiva.

La apuesta del psicoanálisis cuando se pone a escuchar el hilo discursivo del analizado es que:

  • 1. No todo está jugado en el pasado.

  • 2. Que este pasado no se reduce a ser un recipiente donde permanecen conservados, casi intactos o recubiertos, sucesos y fantasías a la espera del “arqueólogo psicoanalista” que vendrá por fin a rescatarlos.

  • 3. Y que si existen acontecimientos que quedan inscritos de manera casi imborrable, están sujetos a posibles resignificaciones aprés coup, pero también lo no acontecido queda de alguna manera inscrito como posible promesa de transformación de un pasado no definitivamente clausurado. El pasado no sería entonces algo homogéneo, sino que está marcado por lo incierto y por lo enigmático.

  • 4. El pasado está literalmente incrustado en el presente cuando no se ha realizado lo que Paul Ricoeur denomina como Le travail de souvenir.22

  • 5. Existen, a la vez, diferentes relaciones del pasado al presente que no es posible reducirlas a la anamnesis.

  • 6. En la medida que el individuo está constituido por las diferentes lógicas que conforman los sistemas inconsciente y preconsciente-consciente, el llamado “retorno de lo reprimido” no se da sin resto ni pérdida, puesto que, como señala Jacques Derrida, existe un mal de archivo.

En el dispositivo de palabra instituido por el psicoanálisis ¿de qué testimonia el analizante? Entre otras cosas: a) de lo que creyó comprender demasiado y, por lo tanto, ya fijó su sentido; b) de lo que vio u oyó y, más tarde, comprendió a medias o le sigue resultando enigmático; c) de lo que no sabe que sabe, pero algo intuye o sospecha y que se manifiesta a pesar de él; d) de la fractura de la relación entre lo que puede testimoniar y lo que otros no están dispuestos a hablar por diferentes razones.

Entre las maneras de testimoniar están las siguientes: 1. Aquellas que se acercan a las que reportan los historiadores o antropólogos que trabajan en historia oral. Es decir, las de un testigo que habla de lo que ha visto, oído o sufrido y demanda ser creído; 2. El testimoniante psicoanalítico, en muchos casos, está marcado por el suspenso y la vacilación hacia aquello que en principio demanda ser creído. En este caso se trata de un tipo de testimonio no solo incompleto y siempre en perspectiva, sino fundamentalmente herido por lo incierto y algunas veces enmarcado por una oscilación que lo mantiene en una especie de limbo, en el cual nunca termina de optar por alguna de las posibilidades. Esto tiene como consecuencia que el pasaje de lo inverosímil a lo verosímil y de este a lo efectivamente sucedido, resulte problemático; 3. También puede darse el lujo de hablar de sus fantasías diurnas sin pretender volverlas creíbles; es decir, manteniendo una distancia variable con estas. Lo que no es el caso cuando está sumergido en un delirio.

Pero en el llamado psicoanálisis clásico hay una variable que lo separa netamente del tipo de acercamiento del historiador del tiempo presente y que Freud, en 1918, definió muy bien cuando postuló que habría que evitar el llenar las lagunas en el recuerdo del analizante con encuestas llevadas a cabo con los miembros de la familia, porque estos testimonios están sujetos a todas las reservas críticas y además “Se termina por lamentar generalmente el volverse dependiente de tales informaciones, porque se habrá turbado la confianza en el análisis, al instituir por encima de éste otra instancia. [Y añade pleno de confianza que] de todas maneras, eso que puede ser rememorado, aparecerá en el desarrollo ulterior del análisis”.23

Freud desautoriza otras voces que podrían introducir una polifonía contradictoria en el discurso del analizado. El analizado queda de esta manera como el único testigo de sus narraciones,24 quien sin embargo no será considerado testigo nulo como en el aparato judicial, pero tampoco se privará de introducir las voces que lo habitan a lo largo del proceso analítico. Lo importante es que la apuesta está hecha sobre un sujeto irremediablemente agujereado en su tejido memorial y, por lo tanto, no se cargará todo el peso de historiarse en la rememoración.25

La incertidumbre aceptada por la escucha psicoanalítica acerca de un decir del que no se busca saber si algo ocurrió o no por el supuesto ya adelantado de que en “el inconsciente no existe índice de realidad”, induce a pensar que lo que realmente importa es cómo afecta al que lo cuenta aquello a lo que se refiere. Esto marca una clara diferencia con la perspectiva del historiador, además de que introduce un problema serio, porque considero que en ciertos casos saber si algo ocurrió o no resulta fundamental.

Esta marca de lo incierto que el psicoanálisis hace suya, Paul Ricoeur, refiriéndose al trabajo del historiador, la retoma y la resignifica cuando encara la cuestión del testimonio en historia.

Esta separación invencible entre veracidad -fiabilidad y verdad- prueba, hace de la fidelidad una figura especial de la verdad. El creer en… acompaña al creer que. De la misma manera, la oposición verdadero-falso se desdobla de la oposición confianza-sospecha. Entonces, la empresa correctiva de la historia no cancela la sospecha que haya podido ser engañado por algún falso testimonio. La verdad en historia queda en suspenso, plausible, probable, contestable, en resumen, siempre en curso de reescritura.26

Por otra parte, el testimonio introduce una dimensión lingüística que no estaba contemplada en la metáfora de la huella. En otras palabras:

La huella que deja el acontecimiento es remplazada por el decir y el creer. De la misma manera, al enigma de la relación de semejanza se le substituye aquella más tratable de la relación fiduciaria, constitutiva de la credibilidad del testimonio […] en el cual la buena fe supuesta, puede ser puesta a prueba confrontándola con otros testimonios. [Entonces] hay que pensar la huella a partir del testimonio y no a la inversa. Hay que cesar de preguntarse si un relato se asemeja a un acontecimiento; y más bien demandarse si el conjunto de testimonios confrontados entre ellos es fiable, [sin embargo] permanece alguna cosa de irreducible […] en la problemática de la huella que se instaura en el corazón del testimonio. Se trata del reenvío del icono y de la huella al acontecimiento anterior […] Antes de decir, el testigo ha visto, escuchado, sentido […] En síntesis, ha sido afectado, herido […] alcanzado por el acontecimiento.27

Al final, tanto el psicoanalista como el historiador tienen que enfrentarse -cada uno a su modo- con la cuestión de la fiabilidad, el posible engaño, la reescritura y la reinterpretación.

No obstante, el testimoniante del psicoanálisis, al no ser confrontado de manera directa a otras voces, tendrá que tomar ante sus palabras y silencios diferentes posiciones y enfrentarse en este recorrido con sus voces cristalizadas, versiones fijas y enigmas obturados, que al principio no admitían interrogaciones ni parecían tener fisuras. El proceso analítico le permite tomarse el tiempo para eso. Pero debo insistir en que la incertidumbre que introduce la disciplina psicoanalítica en la reacción con los acontecimientos no debería totalizar el campo de la escucha del analista Me refiero, entre otras cosas, a ese tipo de experiencias que la psicoanalista Françoise Davoine denomina “impresiones recortadas”:

Esos escamoteos no reprimidos de la verdad […] Algunos tienen el recuerdo de haber sido pasajeros clandestinos en un territorio cuya lengua se les escapa y, con ella, pedazos de vida, vividos sin haber sido [realmente] vividos…

“No es grave, imaginas cosas, eres demasiado pequeño”. “No comprendes”: ¿No comprender qué? ¿La muerte, la decadencia social, el deshonor, la vergüenza, la desdicha? Y si lo horrible no es grave, entonces, todo puede volverse horrible […] En ese contexto, se comprende que el tiempo y el juicio se suspendan sobre esta percepción indecible […] La duda se instala sobre su existencia misma: ¿Sólo lo hemos soñado?28

Curiosa historicidad que enfrenta el psicoanálisis. Pero ahí no termina todo, porque si enfocamos la historicidad ahora desde el punto de vista de los casos clínicos, aparecen nuevas vetas que vuelven más compleja la situación analizada.

Casos clínicos

Las historias de casos psicoanalíticos articulan diferentes niveles, pero como pertinentemente lo indica Paul Laurent Assoun: es el sujeto enfermo el que está en el centro del relato, y hay que encontrar el modo de relatarlo tratando de

Respetar el punto de vista del fantasma29 sin quedar atrapado en la complejidad que encierra al sujeto en su ficción. [Cuando Freud afirma que las histéricas(os)] sufren de reminiscencias, hay que distinguir éstas del recuerdo en la medida que hace que el sujeto recuerde a pesar de él. Un cierto pasado lo tiene y lo remite sin cesar en un acto, en un malentendido crónico con su mundo.30

Freud hablaba que sus relatos eran verdaderas novellen clínicas. En ellas se buscaba realizar una narración, en general breve, centrada sobre una escena que permitía anudar y desanudar una situación dramática, en donde va a ocurrir “un esclarecimiento sorprendente” que hará surgir un mundo de “otro modo velado”.31

Freud en 190932 se lamentaba ante Jung el tener que poner literalmente en pedazos las que denominaba “esas grandes obras de naturaleza psíquica”. Y se demandaba cómo dar cuenta con la mayor pertinencia a partir de un relato con los recursos de lo que se podría denominar como un “realismo fantástico”, de la “objetividad de una naturaleza psíquica”.33 Por lo pronto, es consciente de que es imposible restituir en el texto de la historia de la enfermedad (Krankengeschichte) las impresiones (eindrücke) que se producen durante el proceso. El psicoanalista como “historiador del síntoma” (Assoun) tendrá que aceptar la distancia entre lo que se vivió en el proceso y de lo que puede dar cuenta de manera muy recortada.

Al inicio de este apartado hablé que las historias de casos articulan diferentes elementos porque no sólo hablan de la historia de los enfermos, sino de la historia de la curación -o supuestamente tal- además de las historias de vida. Al cuadro clínico que tipifica, le inserta la historia del sufrimiento (Leidensgeschichte) que descuadra con el primero y no puede ser reducida a este.

No basta entonces decir: estamos ante un cuadro obsesivo, etc., sino lo fundamental es poder ofrecer la historia del conflicto, de los significados y significantes que la constituyen. De esa manera las novellen psicoanalíticas dejan atrás una manera de enfocar las cosas por parte de la psiquiatría. Y para que esta historia se vaya constituyendo, se le invita al analizante a relatarse sabiendo que irremediablemente su historia será lacunar, que su relato no se puede cerrar por más que en un primer momento pretenda tener en su historia oficial un remedo de coherencia. El analista buscará situarse en el lugar más o menos preciso en el cual el narrador psicoanalítico llegue a ser simultáneamente “el informante competente y ciego de su propio novelista”.34

Posición no exenta de paradoja ya que, por una parte, se le considera competente dentro de su “incompetencia”, la cual debe asumir el analizante al ofrecerle al analista su discurso que se descoloca de un tipo de identidades que postularían la adecuación entre decir y saber, decir y cuerpo, o decir y posición social, familiar o institucional.

Si no se quieren simplificar las cosas, no es cuestión de afirmar que en la división del trabajo uno habla y el otro interpreta, sino que el segundo a lo mucho ofrecerá sus hipótesis y construcciones al primero para ver si tienen algún efecto de apertura a nuevas asociaciones y construcciones por parte del analizante, o si se siente tocado en algo que hasta entonces no había considerado. Un poco a la manera como Jacques Ranciere enfoca sus investigaciones como historiador aunque guardando las diferencias:

Mi trabajo ha estado en contra de la relación consensual entre testimonio de los hechos (lo sensible) y la interpretación del sentido (lo inteligible) […] La demostración de la capacidad de los “incapaces” reconfigura esa división. Es eso que el pensamiento crítico no puede pensar. Pues queda apresado en el esquema según el cual la política es la apariencia de la cual lo social sería la verdad oculta, y escondida por los actores y el movimiento. Para el pensamiento crítico… sólo los expertos pueden conocer eso que {rebasa] a los [actores sociales] víctimas de su ignorancia” 35

En ese rejuego de entre dos, se va configurando otra historia diferente de la oficial que había inaugurado el tratamiento, pero no se trata de un igualitarismo bobo porque ambas partes no están implicadas ni jugadas de la misma manera. No obstante, una cosa es clara, si el candidato al análisis no pude clausurar su historia tampoco el psicoanalista la suya. La teoría sólo será un alto provisorio en el camino.

Quisiera terminar este punto con una reflexión de Jacqueline Carroy que pone la mira en otro punto problemático de las historias clínicas:

Desde hace un siglo dos exigencias contradictorias han compartido psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas: de un lado, hacer obra científica o de conocimiento y del otro, disimular la identidad de aquellos de los cuales se invoca y provoca el testimonio

El autor debe presentar las observaciones que publica como auténticas y sin embargo cortadas y maquilladas […] Asume la postura de un testigo verídico y sin embargo, reticente, incluso mentiroso que juraría de la verdad de lo que adelanta al mismo tiempo que rechaza presentar las pruebas.

[…] La paradoja estalla a partir del momento en donde el coloquio singular y discreto entre terapeuta y paciente se da a publicación. [Y para colmo…] el testigo reticente o mentiroso que es el narrador de casos responde por un testigo al que se le hace hablar en ausencia.36

Y cuando el testigo no decide quedarse como ausente y da su propia versión de las cosas, se pueden presentar serias discordancias entre el relato que ofrece su “novelista” y el suyo propio. Este tipo de confrontaciones se ha dado hasta donde sé en muy contadas ocasiones, cuando menos para el caso del psicoanálisis.37

Quisiera cerrar esta escueta presentación con algunos elementos que ayuden a pensar qué entiende el psicoanálisis por historia, con una alusión a la manera como en ciertas circunstancias la disciplina aludida parece colocarse en un punto de vista más allá de la historia.

De la historia de casos a los invariantes antropológicos y psicoanalíticos

Un psicoanalista que alude a esta cuestión es Jacques Alain Millar cuando le preguntan si se puede considerar al psicoanálisis como revolucionario y cuál sería su relación con la política. Millar responde que una de sus características sería la de

Suspender todas las certidumbres del sujeto y separarlo de sus identificaciones. [Y añade que, …] está al servicio de la política, en tanto y en cuanto la desidealiza.

[…] El Psicoanálisis puso en evidencia el carácter elemental de los modos de captura del sujeto, de su imaginación, de su deseo…

[Remata afirmando que…] es más proclive a resaltar lo que se podrían llamar [como] invariantes antropológicos que a depositar sus esperanzas en cambios de orden político […] El psicoanálisis no es revolucionario pero sí subversivo que no es igual [en la medida] que va contra las identificaciones, los ideales, los significantes Amo […]Digamos que él nos opera de la esperanza.38

Tenemos aquí un sujeto que es visto como conjuntado por invariantes antropológicas en donde parece salir sobrando cualquier consideración de contextos, épocas y singularidades. Un sujeto que flotaría por encima de las determinaciones históricas y situacionales de cualquier tipo. Un sujeto al que se aspira a curar de cualquier tipo de esperanza. Esta concepción de psicoanálisis parece no tener ningún asunto que arreglar con la historia, pero probamente sí con el príncipe Salina, el personaje del Gatopardo de Giuseppe Tomasi de Lampedusa.

Los historiadores y la historia del tiempo presente (HTP)

En este apartado desarrollaré tres aspectos que en mi opinión que problematizan la actividad de los historiadores del tiempo presente y que han sido encarados con honestidad por estos. Me refiero a la relación con los periodistas, los jueces y los testigos.

Historiadores y periodistas

Con justa razón, François Hartog se pregunta, cuál sería el estatuto del historiador en una época en la cual se privilegia lo interactivo, el tiempo real, el humanitarismo compasivo, la práctica del remordimiento instantáneo, el en vivo y en directo, o lo que se denomina sin gran precisión como lo contemporáneo. Si se deja llevar acríticamente por los diferentes tipos de demandas, sean estas mediáticas, jurídicas o psicológicas, en los tiempos en los cuales se asiste además a la intensificación del “uso público del pasado” (Habermas) no tiene muchas posibilidades de ejercer su materia.

Cuando, por ejemplo, se trata de que los testigos hablen frente a las cámaras al público con el mínimo de interferencias39 para que cuenten los daños sufridos, alguien que busque contextualizar e instituir una distancia analítica respecto a lo ocurrido no será bienvenido. Más aún, será visto como introduciendo un anticlímax no deseable que le quitará emoción a la noticia.

Insertarse como historiador dentro del dispositivo periodístico que en general se mueve entre lo inmediato -“con ustedes la historia en directo”- y un futuro a punto de caducar, donde el tiempo apremia y la actualidad se sustituye sin descanso para que ofrezca su visión de la posteridad a partir de lo que está ocurriendo en el momento, es ponerse seriamente a prueba como profesional de la paciencia40 y arriesgarse a que se diluya su mirada específica.

La pregunta de Hartog con la que inicié este apartado es más pertinente que nunca porque, en efecto, qué lugar podrá encontrar el historiador en este tipo de contexto entre aquellos que

Habla(n) más concretamente del “pasado” (categoría indefinida) que de historia, que hace(n) gran caso de la conmemoración, de su puesta en escena, y de todas las técnicas de presentificación más que de explicación, que valoriza(n) lo afectivo más que el análisis distanciado, que llama(n) al testigo, que oscila entre el “exceso” y el “no suficiente” de la memoria para retomar la afirmación de Paul Ricoeur, o que están atentos al trauma y vistan los monumentos.41

Intentar hacerse un lugar propio en este campo suena a trabajo perdido. Pero entonces, ¿cada quien debería acantonarse en su espacio? ¿Esto querría decir que el trabajo periodístico sería poco que no debe tomarse en cuenta? Ciertamente no me parece el caso. Muchas informaciones se construyen gracias a la labor de los periodistas de investigación y de aquellos que no parten de cero cada vez. Más aún, sucesos que sacaron a la luz los historiadores, en algunas ocasiones, se deben a la labor de los periodistas, un nuevo giro que habla que el caso no se había agotado y no estaba listo para realizar un corte aséptico.

También se dan situaciones inversas, es decir, que gracias a la investigación periodística acerca de un caso, éste, al volverse noticia, atrae la mirada del historiador y descubre que hay un pasado no analizado en ese presente. Así sucedió en el caso del fundador de la Legión de Cristo, Marcial Maciel, que ya lleva cerca de 14 años en un tipo de “actualidad” que se expande. En este suceso se ha dado una cierta colaboración entre historiadores, sociólogos, periodistas y testigos.42

Pero la mediatización de los fenómenos bajo las urgencias de la actualidad no permite en muchos casos distinguir lo importante de lo efímero, los fuegos de artificio de la actualidad de las transformaciones de mediano o largo plazo. “El historiador del tiempo presente cuyo objetivo es reconstruir, explicar y analizar a partir de un material todavía caliente, muchas veces trágico y doloroso [y tratando de…] evitar el juicio, la condenación o la aprobación, puede trabajar difícilmente fuera de la influencia e incluso del control de la memoria colectiva.”43

En alguna ocasión Raymond Aron afirmó que “el objeto de la historia es una realidad que ha dejado de ser”,44 en otras palabras, que el historiador sólo podría ejercer su trabajo una vez que los muertos estuvieran bien colocados en su sepultura. Eso implicaría tener criterios claros de cuándo comenzar a investigar, lo cual ciertamente no es el caso.

Se han levantado objeciones contra la HTP que surgió en la década de los setenta, en los tiempos en que la memoria se convirtió en un valor fundamental.45 Paul Ricoeur plantea una cuestión problemática que se encuentra en la investigación y en la escritura de la HTP:

La H.T.P. está en una situación menos favorable cuando ella se enfrenta a evoluciones en curso [se da…] otro tipo de escritura. Lo que constituye un handicap para esta historiografía, es el lugar considerable de las previsiones y las anticipaciones en la comprensión de la historia en curso. Y ¿por qué? Precisamente para poder cerrar una cierta totalidad susceptible de ser conceptualizada y configurada.

No se puede adjudicar un sentido a los acontecimientos sino adjudicándoles una porción de previsión y de anticipación […] El más grande handicap es tener que dibujar las curvas de las cuales no conoce sino la mitad o el comienzo.46

Jean Lacouture abunda en la cuestión cuando señal que el “inmediatista”,47 como lo llama, está sometido al deber de reserva en relación con sus informantes y que no hay grupo, persona o institución que no tenga su zona opaca a ser preservada, lo cual permite que éstos pueden responder “A la iluminación intempestiva con el ocultamiento definitivo… Todo inmediatista es a la vez colector [y conformador] de hechos y productor de efectos.”48

En síntesis, la HTP es aquella que estaría sostenida y soportada por las palabras y las experiencias de los individuos vivos; por lo tanto, analiza un pasado que no termina de pasar como también es el caso del psicoanálisis. Como bien lo señala Henri Rousso, “ella se interroga sobre la frontera indeterminada que separa el pasado y el presente”.49

Historiadores y jueces

No sólo con los periodistas se dan situaciones complicadas, sino también en el territorio del aparato jurídico cuando los historiadores son llamados como peritos para hablar de los contextos en los cuales se juzgan situaciones como los crímenes contra la humanidad, etcétera.

Hartog describe parte de esta problemática con su habitual lucidez cuando alude al caso de Maurice Papon, juzgado por su participación en tiempos de la colaboración.

[En el caso Papon] el historiador está ahí [ante la corte…] para ofrecer con su testimonio, el contexto (para ayudar, se ha dicho, a los jurados nacidos después de la guerra a representarse lo que era aquel periodo) haciendo eso, puede jugar un papel de “turba memorias”: tanto sobre la memoria del acusado, como sobre aquella que tiene curso actualmente

[…] Con su testimonio no se sitúa en todo caso en lo individual (los hechos) sino en lo colectivo (el cuadro y la aclaración de los hechos). Otra dificultad que traduce la ambigüedad de la posición del historiador [se produce cuando…] se le demanda decir como era [la situación] en 1941-42. Cuando escribir la historia de ese periodo (como de cualquier otro) implica introducir preguntas que los contemporáneos no podrían hacerse.50

El asunto del contexto resulta fundamental para dar cuenta de las diferencias entre jueces e historiadores. El jurista Yan Thomas sintetiza la problemática de la siguiente manera:

Para el jurista, el contexto no ofrecería sino una circunstancia que viene del exterior a atenuar o agravar la responsabilidad penal de un sujeto irreductiblemente autor y responsable de sus actos. Para el historiador, el contexto es al contrario eso que confiere a tales actos su sentido ejemplar, al punto de poder sustituirse a ellos.51

Ahora bien, lo mínimo que se le pide al juez es que pueda distinguir un acto de su contexto y que, por lo tanto, no se sirva de este último para intentar reconstruir un hecho del cual “no tiene pruebas”;52 la cuestión se transforma sustancialmente, cuando aparece la figura del denominado crimen contra la humanidad, que tiene de característico y particular que “la inclusión del contexto en el acto es esencial a su definición jurídica”.53

Entonces, lo que antes eran sólo probabilidades contextuales se transforman radicalmente porque el contexto entra en la definición del crimen y

El historiador en la determinación del contexto […] así como la responsabilidad colectiva en la individual y la profesión de historiador en el oficio de juez… Además, se transforma la relación jurídica entre eso que ha hecho una persona y eso en lo que ha tomado parte haciéndolo. Sin duda la noción de complicidad ha permitido siempre alcanzar acciones satélites del crimen principal. Pero todo es cuestión de escala.

[…] El sujeto, desde ahora responde a través de sus propios actos, de la significación que se liga a la totalidad de un aparato de estado.54 En esta nueva coyuntura llega ser difícil distinguir al juez del historiador.

[…]Eso que aporta el crimen contra la humanidad es la experiencia probablemente inédita de una articulación sistemática e implacablemente colectiva del crimen, bajo la forma rigurosamente impersonal del Estado. A esta eufemización organizacional y jurídica, un nuevo régimen de responsabilidad intenta responder.55

Pero como resulta muy difícil perseguir a abstracciones político-morales: régimen, administración, Estado, etc., entonces son los individuos los que deben ser imputados en tanto vehículos que consintieron o permitieron o colaboraron activamente en una historia que muchas veces les precedió y que con toda probabilidad continuó sin ellos. En síntesis, se desemboca en estos casos en lo siguiente: para calificar se interpreta “la situación colectiva de un individuo, mientras que para imputar, conviene articular en uno de sus agentes una operación infinitamente ramificada”.56

Entonces, al historiador llamado al pretorio como testigo contextual le tocaría en este juego de roles informar al juez para que introduzca el contexto en el acto del imputado. Y de paso le ayuda a convertirse en una especie de juez-historiador, mientras que el historiador, a su vez, termina por adquirir también de alguna manera la doble identidad de historiador y juez.

Pero si para el juez se trata de utilizar el contexto para emitir un veredicto y declarar inocencia o culpabilidad, la mirada del historiador busca adecuarse a otros derroteros, a saber: la exploración de realidades y posibilidades o a detectar lo “estadísticamente representativo” diferenciándolo de lo “históricamente verdadero” (Davis-Ginzburg). Ahí en donde el margen de incertidumbre tiene para el juez un significado puramente negativo, para el historiador, al contrario, puede implicar una probabilidad.

Historiadores y testigos

Un lugar en el que se vuelven a mezclar los dados en la HTP se da en la relación entre testigos e historiadores. En los tiempos que corren, los primeros no están dispuestos a servir sólo de informantes y a ser hablados por los expertos. Es más, buscan ponerse a la par o incluso a controlar las palabras y escritos de los segundos.57

Un caso interesante que ejemplifica estos dos aspectos es el que se dio en un encuentro entre historiadores y dos resistentes franceses de la segunda guerra mundial, los Aubrac. La sede la proporcionó el periódico Liberación. Están reunidos en este caso los elementos que condensan los tres temas de este apartado: historiadores y periodistas, historiadores y testigos e historiadores deslizándose en la posición de casi jueces ante los testigos.

El diario francés obviamente buscaba dar un hit mediático en un contexto en el cual los Aubrac habían sufrido imputaciones, en buena medida falsas, por parte de un escritor de nombre Gerard Chauvy. El encuentro había sido reclamado por los cuestionados buscando atraer a historiadores estudiosos del tema, entre otros, algunos que incluso habían participado como resistentes, como fue el caso del gran historiador de la cultura helénica, Jean Pierre Vernant.

Henri Rousso, por entonces director del IHTP58 asistió también al encuentro que, resultó muy polémico porque al parecer los historiadores terminaron deslizándose a una posición que recordaba a la de los jueces. François Hartog describe el clima que se dio a partir de aceptar jugar dentro del dispositivo que instituyó el diario citado:

Se estaba en un clima judicial: los historiadores habían estado netamente invitados para pronunciar un juicio (sobre la inocencia de los Aubrac) que podría dar fe justamente porque sería un juicio de historiadores incontestados e incontestables… La mesa redonda por definición implica que los interlocutores están en posición de igualdad: [Sin embargo…] no hubo sino interrogadores de un lado y cuestionados del otro, compelidos de explicar sus silencios, sus imprudencias y sus contradicciones. Los Aubrac no fueron tratados como “testigos” (en el sentido donde la historia contemporánea ha sido definida como historia con testigos), esos portadores de memoria, con los que, dificultosamente a veces trabajan los historiadores de la memoria.59

Las condiciones estaban puestas para este clima judicial. Rousso ofrece su versión del asunto y al mismo tiempo describe con precisión la complicada situación en la que quedaban aquellos que trabajando el tema simplemente se hubieran decidido a intentar colocarse al margen de la polémica.

De entrada afirma que las acciones realizadas por la pareja en 1943 merecen todo su reconocimiento, pero que eso no los inmuniza para que rechacen que un historiador les objete su concepción presente de la memoria de la resistencia y más aun cuando Lucie Aubrac no ha cesado de proclamar “Que sólo los testigos poseen la verdad histórica y que los historiadores no pueden comprender nada de la experiencia de la resistencia. Salvo a considerar que ella debe sostenerles la pluma o ponerlos bajo vigilancia”.60

Y añade que en realidad el fondo del asunto se condensa en el papel que la pareja ha querido hacer jugar en ese encuentro a los historiadores de la época en cuestión. Señala que Raymond Aubrac había precisado que podían plantear sus interrogaciones “sin complacencia”, a la americana, pero que calculó mal al pensar que éstos se podrían intimidar y que sería fácil instrumentalizarlos. Los historiadores quedaron colocados en una situación “delicada”, pues si rehuían las cuestiones polémicas que ya se habían ventilado públicamente -como la supuesta traición a Jean Moulin-, quedarían catalogados como complacientes, pero evocarlas era llevar la polémica hasta sus límites, con el riesgo de aparecer como inquisidores, lo cual finalmente se produjo:

Si he aceptado a pesar de todo participar en esta confrontación, era para resolver un dilema sin embargo clásico que encuentran los historiadores del tiempo presente cuando tales polémicas explotan. Callarse, frente a la disputa generada por la publicación de Gerard Chauvy, sería hacer de cómplice de las imputaciones por una buena parte infundadas […] intervenir en la polémica, en las urgencias, era tomar el riesgo de no poder controlar su discurso. […] La crítica la mejor fundada frente a esa mesa redonda reside no en la denuncia de su principio, sino en aquella de sus modalidades. ¿Un periódico era el lugar más adecuado para un tal reencuentro? Quizás no. […] Los historiadores cercanos a los Aubrac se han prácticamente callado durante el encuentro ¿Por qué entonces, declarar bajo presión que aquel había sido un escándalo? ¿Por qué no permanecen en la misma reserva?61

El aura que se despliega frente a cierto tipo de testigos en algunos casos los torna intocables. ¿Qué discutirle a quien estuvo dispuesto a dar la vida por su país o que metido a guerrillero, proclamando ideales de justicia, se jugó la vida y estuvo dispuesto a secuestrar a los que consideraba sus enemigos e, incluso, a asesinarlos para hacer posible el proyecto de una sociedad futura o al abusado por un sacerdote al que después estuvo dispuesto por un tiempo a cubrirlo con su silencio? El riesgo de aparecer como inquisidor y sostenido en una posición cómoda está prefigurado en estos casos.

¿Cómo enfrentar a un icono como el Che herido e inerme frente a su verdugo que terminó por inmortalizarlo en ese lavadero de un pueblo de Bolivia, con un rostro sereno y los ojos semiabiertos? Rostro y cuerpo en el cual más de alguno ha proyectado el cuerpo inerme de Cristo ya descendido de la cruz. ¿Cómo hablar del Che implacable ante sus enemigos, dispuesto a hacerles sin remilgos lo que pocos años más tarde le iban a aplicar a él?

Ante estos tipos de testigos o iconos, recortados limpiamente por la muerte o por actos considerados heroicos o percibidos como víctimas inmoladas de algún depredador sexual, los historiadores y en general los investigadores pueden sufrir cierta inhibición o pudor narrativo cuando intentan trascender estas representaciones glorificadas o que provocan un piadoso respeto.

¿Es posible en ciertos casos escapar a la denuncia y colocarse limpiamente por encima de cualquier actitud inquisitorial? Claudio Magris encara esta cuestión en un breve artículo muy esclarecedor al respecto, que comienza citando a Giovanni Miccoli, quien afirma que la historia no es justiciera y, por lo tanto, tampoco un tribunal que estaría consagrado a emitir sentencias absolutorias o condenatorias. Ya Benedetto Croce -recuerda Magris- había entrado en polémica con una historiografía que invade los terrenos del juicio moral y la investigación penal. La discusión en ese campo no ha dejado de llamar la atención acerca de extremar las precauciones y no juzgar anacrónicamente los hechos juzgando el pasado con categorías actuales o emitir juicios morales enraizados en las categorías de hoy.

Si el historiador busca comprender la mentalidad de la época, no deja de planteársele en ciertas circunstancias un dilema ético que Magris sintetiza así: “la historia para no ser justiciera, corre el peligro de convertirse en justificadora”.62 Y recuerda los crímenes de Stalin y los nazis, que sucedieron en tiempos que ya nos resultan lejanos. Y a partir de ellos se pregunta:

¿Pero dejan por ello de ser brutales delitos, que tenemos que definir y condenar como tales? […] Meterse de lleno en la época en que han tenido lugar los hechos y las fechorías, […] significa reconstruir las posibilidades concretas que, en aquella época y en aquel contexto, se les presentaban a los individuos, a las fuerzas políticas, a las Iglesias. Sólo de ese modo se pueden entender cuáles eran los espacios concretos que se ofrecían a la libertad humana; Himmler y Bonhoeffer fueron contemporáneos, condicionados por su tiempo, pero uno fue un delincuente y un carnicero de hombres y el otro un mártir que sacrificó su propia vida para defender a las víctimas de aquel asesino. Decir que Himmler es un cerdo por supuesto no basta para entender ni combatir sus crímenes, pero ninguna contextualización histórica cancela el hecho de que sea un cerdo.63

El caso Maciel me parece un excelente ejemplo para ser enfocado desde esta perspectiva de la historización y del juicio moral. Comienza por una denuncia de un grupo de ex legionarios y abre la polémica sobre varios flancos: el oscuro objeto de la relación perversa; la violencia contenida en este tipo de actos; las maneras como el abusado se torna cómplice de su abusador (el denominado síndrome de Estocolmo); la relación entre el acto de un sujeto y su cobertura institucional amplia o estrecha; la mentalidad de la época y sus transformaciones en los últimos 60 años; la mediatización del suceso y los efectos de mantenerlo como un tema de “actualidad”; el estatuto del tipo de testimonios surgidos de este caso, etcétera.

En este caso, los testigos tienen su propia lógica dominada en buena medida por la denuncia una vez que se decidieron a abandonar su silencio. Pero la denuncia se ha transformado porque ya no sólo se trata de publicitar los actos del fundador de la Legión que ellos sufrieron en carne propia, sino los procedimientos de la institución romana para tratar de silenciar el caso, retardarlo o neutralizarlo, etc., una vez explicitado.

Doble denuncia que debería ser articulada al doble silencio mantenido durante un periodo considerable tanto por la jerarquía eclesiástica como por ellos mismos, que finalmente contribuyó para que durante tantos años el fundador de la Legión haya podido gozar de una gran impunidad. Tampoco se han puesto a analizar las diferentes maneras de reaccionar a los actos del citado sacerdote y aparecen como si hubieran constituido un bloque más o menos homogéneo, lo cual no fue el caso. Tampoco lo fueron las diferentes posiciones manifestadas por una serie de eclesiásticos a lo largo de más de sesenta años.

Sin embargo, quienes pretenden historiar este caso se topan de entrada con el clima de la doble denuncia y menos con el del doble silencio, así que por más que intenten narrar una historia lo más distanciada para dar cuenta de lo que ocurrió, no dejarán de ser vistos como colaboradores de los exlegionarios denunciantes. Y más, si en programas de radio o televisión aparecen juntos aunque no manejen en todos los casos el mismo tipo de interpretaciones ni se muevan por los mismos intereses.

Se trata, además de un caso no clausurado que avanza por episodios que ha sido mediatizado de manera irreversible por la lógica periodística y judicial, lo que coloca a la menor provocación al historiador como posible intelectual al servicio de los testigos denunciantes e inmerso en un doble estatuto, aquel del académico que recurre a sus fuentes y las pondera y a la de simple ciudadano informado que es requerido para opinar acerca del último avatar de su investigación, conminado para responder a las urgencias del momento y a las demandas del futuro inmediato. Posición esta última en la que no las tiene todas consigo.

De este tipo de polémicas se desprenden otras consecuencias; por ejemplo, el tender a considerar a los testigos como una especie de seres inconscientes que desconocerían sin más los elementos que configuran su propia dominación o sometimiento o crueldad o heroísmo, etc.; y como portadores de una verdad oculta “que sólo los sabios pueden conocer”. Frente a esta posición del pensamiento crítico, Jacques Ranciere aboga, como ya lo adelanté, por lo que denomina como “la demostración de la capacidad de los incapaces”.64

El caso Maciel, como tantos otros, alude a la cuestión de las víctimas y de su estatuto.

De héroes, traumatismos y víctimas

De manera sucinta, François Hartog describe la transformación de la noción de víctima en los tiempos modernos. En las religiones antiguas las víctimas aparecían en el contexto del sacrificio ofrecido a la divinidad; por ejemplo, en Grecia había que obtener el asentimiento del animal que iba a ser degollado en honor del dios: en otras palabras, los rituales trataban de conjurar de la mejor manera la violencia de la sangre que harían correr. Y señala que hacia el siglo XIX se ha recurrido a la categoría más extensa y más vaga de sagrado: víctima y sagrado. Una sacralización añade, que fácilmente se deslizó hacia la patria

por la cual era legítimo y glorioso sacrificarse […] La patria tiene el derecho de reclamar el sacrificio de sus jóvenes, a los que reconoce en contraparte, luego de los elogios fúnebres, la cualidad de héroes. Se reencuentra ahí algo del viejo contrato en juego desde la epopeya homérica: la muerte (dada y recibida) del guerrero contra la “gloria que no perece jamás”. Con la diferencia de que en la Iliada, el asunto se jugaba entre los guerreros, y no se daba en un contexto sacrificial. 65

Después de la primera guerra mundial y, sobre todo, después de 1945, este tipo de “economía de la gloria” que no concebía a la víctima más que desde el ángulo de aquel que se sacrificaba, se termina por derrumbar, pues no es sostenible, según Hartog, frente a la decena de millones de muertos, desaparecidos, desplazados y sobrevivientes a quienes nadie les demandó su acuerdo.

Una distancia se abre entre víctima y el héroe que, hasta entonces, caminaban (oficialmente) mano a mano. Hay ciertamente siempre víctimas heroicas (de las que hay necesidad) y las otras, esas víctimas innombrables a las que se lamenta, que han sufrido, que no han podido sino sufrir […] En síntesis, hasta entonces la actividad y positividad de la noción de víctima se carga de una connotación pasiva, e incluso negativa. Se prefiere hablar de ellas lo menos posible.

El retorno en el espacio público comienza con el proceso Eichmann […] el aumento en potencia y en evidencia de la figura de la víctima ha sido sostenida por la extensión de la noción de traumatismo.66

Dicha noción que hasta hace pocos años estaba resguardada en los consultorios de psiquiatras y psicoanalistas y sobre la que reinaba una cierta suspicacia67 ha sido transpuesta al espacio público con otro estatuto, el cual

Instituye una nueva condición de la víctima […] Se ofrece como un nuevo lenguaje del acontecimiento [en la medida en que instituye…] una nueva relación con el tiempo, la memoria, el duelo, la deuda, a la desgracia y a los sufrientes.68

Ese cambio de estatuto abarca a las conmemoraciones en las cuales se pasa de la frase “muertos por…” a la de “muertos a causa de…”. Hartog afirma que describir un acontecimiento como traumático configura casi inmediatamente una relación de empatía con la víctima, se organizan rituales y equipos de apoyo psicológico para ofrecer ayuda instantánea a los considerados como traumatizados, para comenzar rápidamente “el trabajo de duelo”.

Considerando el periodo que corre desde el siglo XIX, la transformación dada no deja de ser vertiginosa: del héroe sacralizado y activo sacrificado por la patria, a la víctima pasivizada, desembocando en la víctima traumatizada que goza de un nuevo estatuto.

A manera de conclusión provisoria

Psicoanalistas e historiadores se encuentran en el terreno común de cómo encarar lo enunciable, con las complicaciones para hablar de la realidad, de las incertidumbres contenidas en las narraciones de los testimoniantes, con la dificultad para encontrar la distancia correcta en relación con sus memoriosos informantes quienes consideran a la vez competentes y sujetos a opacidades, con las distancias que existen entre el contexto de descubrimiento en su trabajo de campo y su contexto de justificación en la escritura cuando intentan dar cuenta de lo que procesaron.

Pero también con la posibilidad de apoyarse en ciertas nociones del otro sin perder de vista que sólo se trata de un uso metafórico dado que, como adelanté, no manejan ni la misma noción de sujeto ni de contexto, ni están sometidos a las mismas exigencias en la manera de dar cuenta de sus objetos de análisis. Por ejemplo, Henry Rousso reutiliza las nociones freudianas de Trabajo de duelo, compulsión repetitiva, hipermnesia, resignificación.

Los psicoanalistas, por su parte, en ciertas circunstancias no pueden darse el lujo de aislar las palabras de su analizante de su contexto histórico específico que trasciende su relación con la familia. Y, por lo tanto, lo social subjetivizado adquiere otra escala y dimensión cuando se topan de frente con hechos propiciados en regímenes autoritarios o dictatoriales como son la tortura, las delaciones, los desaparecidos políticos; las adopciones tortuosas y violentas por parte de los triunfadores de una guerra, producto de haber asesinado a sus padres biológicos,69 o con las violencias de los considerados en el bando bueno de los revolucionarios, etc. En fin, cuando la contundente política de la realidad rompe la ficción de estar situados en una especie de burbuja imaginaria en la que la relación con papá y mamá se puede desmenuzar sin tener que escuchar el furor de la violencia sociopolítica. En fin, ambas disciplinas se enfrentan con esos pasados que no terminan de pasar que insisten muchas veces de manera compulsiva y que se acercan a una especie de neurosis traumática, sea colectiva o individual.

Dejo aquí esta reflexión con la esperanza de retomarla en otra ocasión cuando se me hayan aclarado algunas cuestiones apenas esbozadas en estas notas.

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1 Y para colmo, fui formado como psicoanalista por mexicanos, españoles argentinos y uruguayos. ¿Quería decir esto que uno quedaría atrapado por cada una de las corrientes sin posibilidad de ver más allá de ellas y por lo tanto, de poderse plantear cuestiones que aspiran a no ser una pura repetición de lo que recibió, ni a tener cierta capacidad de atravesar fronteras nacionales y lingüísticas?

2Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico -philosophicus, Alianza Universidad, México, D.F., 1987 p. 31. hacia el final del texto Wittgenstein insiste en el asunto: “de lo que no se puede hablar, mejor es callarse”, Ibid, p. 203. En otro texto del mismo autor, “El lenguaje de los filósofos esta, ya por así decirlo, deformado por zapatos demasiado estrechos”, Observaciones, Siglo XXI, México, DF., 1981, p. 80. Por decirlo de manera sintética siguiendo un comentario al respecto de Juan Diego Castillo Ramírez, el lenguaje tendría “una estructura radicalmente diferente a la del inconsciente”. Aunque por otra parte se postule que el inconsciente estaría estructurado como un lenguaje (J. Lacan), y sólo puede ser dicho en buena medida a través del lenguaje, que no es lo mismo. El inconsciente tomado como sistema y no como una cualidad.

3Luis Ignacio Sainz. “La perversión del silencio”, conferencia en el Círculo Psicoanalítico Mexicano, 8 de marzo de 2010.

4Friedrich Nietzsche. “Sur la verite et la mensonge en un sens extra-moral”. KGW, III, Oeuvres philosophiques completes. París, 1970, p. 282. Cit. por Carlo Ginzburg. Histoire, rhetorique, preuve. Hautes Etudes -Gallimard: Le Seuil, París, 2003, p. 20.

5Nietzsche, op. cit, t. 1-2, p. 285.

6“El Lenguaje como arte”.

7Carlo Ginzburg, op. cit., p. 25.

8Ibid., p. 30.

9Ibid., pp. 32-33.

10Regine Robin. “Autour de la noción de ´representance´ chez Paul Ricoeur”. Jean Francois Chiantaretto y Regine Robin (eds.). Temoniage et ecriture de l´histoire, France /Hongrie/ Italie, L´Harmattan, 2003, pp. 100-101.

11Roland Barthes. “El discurso de la historia”. El Susurro del lenguaje. Barcelona, Paidós, Comunicación, 1987, p. 168.

12Michel Foucault. Le pouvoir psyquiatrique. Cours au Collage de France, 1973-1974. París: Gallimard-Seuil- Hautes Études, 2003, p. 132.

13Jean Baudrillard. Simulacres et simulation. Galilée: París, 1981, pp. 12 y 16.

14“No hay que atribuir al inconsciente una voluntad de ocultar… ni tampoco al sujeto una voluntad de reprimir… El Inconsciente no es un fenómeno de voluntad, sino un fenómeno de enunciación […] La represión es la razón de una pérdida de lo decible[…] Si lo no dicho que en un determinado punto interrumpe el discurso, no estuviera dicho en otra parte, en el punto del síntoma, entonces habría caída pura y simple de una parte de lo decible en lo indecible: La represión sería asimilable a un desplazamiento de la frontera entre lo decible y lo indecible[…] Si lo inconsciente en el sentido de un indecible para el sujeto, no fuera al mismo tiempo un decible a pesar de él, no habría inconsciente sino en un sentido negativo e indefinido (lo no consciente). Vincent Descombes. L´inconscient malgre luí. París, Éditions du Minuit, 1977, p. 77. Descombes, a partir de esta perspectiva, se enfrenta a una cuestión complicada de la teoría de la represión, a saber: si en ésta no se trata de un secreto, ni tampoco de una cuestión de voluntad que remitiría a una “manifestación de la identidad”, el hecho de que ocurra dicha represión conlleva que para alguien o algo resultó eso que se reprime insoportable o incomprensible, pero si se dice a pesar de…, entonces la instancia encargada de seleccionar no se le puede atribuir sin más “una mala fe”. Pues entonces se desembocaría en una seria dificultad para dar cuenta de la división que se da entre lo dicho y no dicho de la demanda y el deseo”. Pues no hay equivalencia [entre…] “decir y saber” Ibid., pp. 79 y 81.

15Ibid., p. 81 y 83.

16En el sentido que le da J.L Austin, “Cuando decir es hacer” en How to do Things with Words, citado por P. Bourdieu en Ce que parler veut dire, L’ economie des échanges linguistiques. Paris, Fayard, 1982, p. 103.

17Discurso de George W. Bush en la Academia de West Point, 1de junio de 2002. Cit. por Vincent Jouvert en Le Nouvel Observateur, núm. 21, marzo-abril, 2003, p. 9.

18Robert Castel. La gestion des risques. París: Les Editions du Minuit, 1981, p. 147.

19Ibid., p. 145.

20Piera Aulagnier. El aprendiz de historiador y el maestro brujo. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1986, p. 36.

21Para un análisis más pormenorizado ver Michel de Certeau. Psicoanálisis e historia. México: UIA; ITESO, 2003.

22Paul Ricoeur. “Le pardon peut il guerir?”, en París Revue Esprit,. Seuil, marzo-mayo, 1995.

23Sigmund Freud. “El hombre de los lobos”, en Obras completas, t. 14. Buenos Aires: Amorrortu, 1979, nota 2, p. 12.

24Obviamente, con su escucha, el analista está incluido.

25El texto “Sobre los recuerdos encubridores” (1899) muy tempranamente se enfoca a esta cuestión: “Acaso sea en general dudoso que poseamos unos recuerdos conscientes de la infancia, y no más bien únicamente, unos recuerdos sobre la infancia”. Freud, Obras completas, t. 3, p. 294.

26Paul Ricoeur.”La marque du passé”. Revue de Metaphisique et de Morale, Memoire, París, núm 1, marzo 1998, p. 17.

27Ibid., pp. 16-17.

28Françoise Davoine. La locura Wittgenstein. Buenos Aires: EDELP- Ecole Lacanienne de psychanalyse, 1993, pp. 54 y 141.

29Tramas conformadas por un deseo, el cual, en sentido psicoanalítico, no se puede confundir ni con la necesidad ni con el instinto.

30Paul Laurent Assoun. “Le recit freudien du symtome. Genealogie d´un genre”. Nouvelle revue de psychanalyse, núm. 42 (Histoire de cas), París: Gallimard-Automne, 1990, p. 181.

31Ibid., p 183.

32En una carta del 30 de junio [de 1909. En la edición en castellano de la correspondencia Freud - Jung, encontramos la cita de esta manera: ”¡Qué chapuceras son nuestras reproducciones y que lamentablemente desmenuzamos estas grandes obras de arte de la naturaleza psíquica!”, Sigmund Freud - Carl G. Jung, Correspondencia. Madrid: Taurus ediciones, 1978, p. 288.

33Assoun, op. cit., p. 185.

34Ibid., p.189. Jacques Ranciere. “Et tant pis pour les gens fatigues. París: Editions Amterdam, 2009.

35Ibid., p. 136.

36Jacqueline Carroy. “Le cas publie, le temoniage et l´anonymat”. Temoniage et ecriture de la historie, 2003, p. 238.

37Un caso interesante es aquel en el que participó el escritor Emile Zolá (L’ Óbservation de Emile Zolá 1896. Texto sujeto a una doble lectura, ya que pretendía ser un relato con aspiraciones científicas y una especie de confesión. Ambigüedad inducida y querida -como bien lo señala Jacqueline Carroy- por la contrafirma de Zolá en el libro del doctor Toulouse. Incluso se da el lujo de responder a las críticas que el libro suscita y escribe un artículo en su defensa. Esto es, que en lugar de sólo dejarse disecar cual cadáver exquisito, se coloca a su vez como el gran autor. He aquí un caso en el cual el dar la cara no ayuda especialmente a que las tortuosidades de la presentación de casos faciliten las cosas.

38Jacques Alain Miller. “Lacan y lo político”. Entrevistado por Jean Pierre Cléro y Lynda Lotte, en Ives Charles Zarka (dir): Jacques Lacan. Psicoanálisis y política. Buenos Aires: Nueva Visión, 2004, pp. 130-31. No deja de ser llamativo que estas palabras vengan de alguien que ha defendido con fuerza su versión de la identidad lacaniana.

39Afirmación que obviamente habría que tomar con pinzas y no desprovista de ironía.

40Que se da el lujo de comparar testimonios y seguir secuencias de documentos, de tomar distancia de su objeto para volverlo a retomar para ver lo que dejó de lado o cuáles aspectos se comienzan a dibujar cuando se han construido nuevas interrogantes y articulado nuevos datos.

41François Hartog. “Le present de l´historien”. París: Le Debat, Gallimard, núm. 158, enero-febrero, 2010, p. 29.

42El libro de la periodista Carmen Aristegui respecto a dicho tema, me parece uno de los ejemplos más acabados de esto que vengo de afirmar. Marcial Maciel. Historia de un criminal, México, Grijalbo, 2010.

43Isabelle Veyrat-Masson, Quand la televisión explore le temps. L´histoire au petit ecran. París: Fayard, 2005, p. 440. La autora abunda en la función del periodista como productor de historia y creador de acontecimientos. “En tres niveles: 1. la creación de un hecho ex nihilo o casi; 2. la organización extremadamente solemne de un acontecimiento y 3. el descubrimiento gracias al trabajo de investigación de un acontecimiento oculto. […] El pasaje por la televisión transfigura el acontecimiento […] hasta entonces el periodista -como el historiador- llegaba después del acontecimiento. Él capturaba, registraba y transmitía una cosa que tenía una realidad fuera de él. […] Existe un nivel de intervención de los medios sobre el acontecimiento que separa radicalmente la actividad periodística de aquella del historiador: cuando el acontecimiento está organizado por los medios y después transmitido en directo delante de un público inmenso convidado a asistir a un acontecimiento clasificado incluso antes de tener lugar, como histórico […] No solamente lo hace existir y conocer, sino sobre todo, lo torna actual (carácter performativo).” Ibid., p. 147-148.

44Raymond Aron. Dimensions de la concience historique. París: Plon, 1961, p 100-101.

45En 1978 en el CNRS (París) se creó el Instituto de la Historia del Tiempo Presente.

46Paul Ricoeur. “Remarques d´un philosophe”. Ecrire L´histoire du temps present. París: CNRS, 1993, pp. 38-39.

47Jean Lacouture creó en 1963 la colección titulada “La historia inmediata” en las ediciones Du Seuil. Y él mismo se coloca, como lo señala Isabelle Veyrat, como una especie de mutante “no más propiamente periodista y todavía no historiador”, op. cit., p. 146. Interesante figura que se sitúa en una especie de entre dos.

48Jean Lacouture. “L´histoire immediate”. Faire L´histoire, T. I, París; Gallimard, 1974, p. 282.

49Henri Rousso. L´hantise du passé entretiens avec Philippe Petit. París: Les editions Textuel, abril 1998, p. 63.

50François Hartog. “L´historien et la conjonture historiográfique”. Le Debat, París: Gallimard, núm. 102, noviembre-diciembre, 1998, , pp. 7 y 9.

51Yan Thomas. “La verité, le temps, le juge et l´historien”, Ibid., p. 34.

52Aunque reconoce que todo acto humano se sitúa entre en la intersección de series causales y en el corazón de “contextos entrelazados". Carlo Ginzburg ofrece una interesante reflexión acerca de la noción de contexto en historia, veamos: “El contexto entendido como lugar de posibilidades históricamente determinadas, sirve para llenar aquello que los documentos no nos dicen acerca de la vida de una persona (o grupo de…). Pero se trata de eventualidades, no de consecuencias necesarias, de conjeturas no de hechos probados […] Llegar a otras conclusiones, es negar la dimensión aleatoria e imprevisible que constituye una parte no despreciable (fuese ella importante o no) de la vida de un individuo. Natalie S. Davis es muy cuidadosa para distinguir entre verdades confirmadas y posibilidades, al señalar por una condicional (o un quizás, un probablemente), los elementos que suplen a la documentación, en lugar de ocultarlos bajo un indicativo. […] Los hechos que jueces e historiadores examinan son en parte diferentes, lo que es diferente, es sobre todo su actitud frente al contexto, o más bien, los contextos. Para los jueces, los contextos se presentan sobre todo (abstracción hecha de las pruebas lógicas) bajo forma de elementos o de circunstancias atenuantes. De orden biológico o histórico. Fundándose sobre ellos, se pueden decretar la enfermedad mental, parcial o total, de un individuo, su incapacidad momentánea o congénita de comprender etcétera”. Carlo Ginzburg. Le Juge et l´historien. Considerations en marge du procés Sofri. Verdier Ëditions Lagrasse:1997, pp. 116- 117.

53Thomas, op. cit., p. 34.

54Cursiva mía, FMG.

55Thomas, op. cit., p. 35

56Ibidem.

57Se dan casos en los cuales se dan intentos de un tipo de chantaje por parte de los testigos, como los describió el escritor e historiador Javier Cercas citando a Elie Wiesel, superviviente de Auschwitz y Buchenwald, ya que para él los supervivientes “tienen que decir sobre lo que allí pasó más que todos los historiadores juntos. Porque sólo los que ahí estuvieron saben lo que fue aquello; los demás nunca lo sabrán”. Esto afirma Cercas “no es un argumento: es el chantaje del testigo”. Elie Wiesel tiene razón -añade Cercas- aunque sólo a medias: los supervivientes de los campos nazis son los únicos que conocen de verdad el horror incalculable de aquel experimento diabólico; pero eso no significa que entendiesen el experimento, y sí más bien que, demasiado ocupados con su propia supervivencia, quizá se hallan en la peor situación posible para entenderlo”. Javier Cercas. “El chantaje del testigo”, El País, semanal, núm., 1787, 26 de diciembre de 2010, p. 8

58Institut d¨Histoire du Temps Présent,

59Hartog, “L´historien et la conjonture…” op. cit., p. 7.

60Rousso, L´hantise du…, p. 129.

61Ibid., pp. 132-133.

62Claudio Magris. “La historia ni justiciera ni justificadora”. La historia no ha terminado. Ética, política, laicidad. Barcelona: Anagrama, C. Argumentos, 2008, p.142.

63Ibid., p. 143.

64Ranciere, Et tan pis pour…, p. 136.

65Hartog, Le present de…, p. 23.

66Ibid., p. 24.

67Ya en la primera guerra se sospechaba que detrás de la neurosis traumática del soldado se podía ocultar una simulación. Aquí la noción de simulación obviamente no tiene el mismo sentido del citado por Foucault en el apartado II.

68Didier Fassin y Richard Rechtmann. L´Empire du traumatisme. Enquete sur la condition de victime. París: Flammarion, 2007, pp. 16 y 405. Cit. por Hartog, Le presente de…

69Lo cual provoca lo que la psicóloga uruguaya Sonia Mosquera denomina como “quiebres en la identidad”.

Recibido: 03 de Enero de 2011; Aprobado: 21 de Junio de 2011

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