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Therya

versión On-line ISSN 2007-3364

Therya vol.2 no.1 La Paz abr. 2011

https://doi.org/10.12933/therya-11-37 

Sección especial

 

In Memoriam: Juan Patiño Rodríguez

 

 

Luís Juan Patiño Rodríguez nació en la Ciudad de México el 21 de Junio de 1953, el quinto de los 10 hijos de Dn. Erasmo Patiño y Dña. Guadalupe Rodríguez, a quienes nunca descuidó y siempre apoyó. Estudió la primaria en la Escuela "Carlos Pereyra" de 1959 a 1965, distinguiéndose por su carácter inquieto y su agudo ingenio. Por su cariño a los autos, estudió en la Secundaria "Escuela Mexicana de Electricidad", la Carrera Técnica de Mecánico Automotriz y Diesel de 1966 a 1968, pero aunque siempre fue un excelente conductor, la vida le propondría otro camino.

A Juan, lo conocí en 1975, en la boda de uno de sus grandes amigos del pasado, en donde prodigaba muchos de los pasos aprendidos en una temporada que pasó en Forth Worth, Texas. A su reciente regreso y sin duda alguna, ese sarao fue idóneo para que Juan nos mostrara sus habilidades como consumado bailarín. A partir de esa fecha, más rápido de lo que uno se pude imaginar, Juan se incorporó ex oficio a las actividades de trabajo, en la entonces naciente Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y, para ser más preciso, en el Área de Zoología del Departamento de Biología. Como su presencia se hizo notoria en el campus universitario, un buen día, una comisión del Comité Ejecutivo del Sindicato se me acercó y me dijo, "Doctor, si usted necesita los servicios del compañero Juan, la Universidad debe contratarlo". A partir de ese momento, se estableció formalmente su relación laboral con la UAM en 1978.

En esa época Juan era reconocido porque jamás se arredraba ante cualquier desafío; según me contaban los amigos de su generación, no buscaba problemas, pero cuando se presentaban, tampoco los rehuía. Personaje interesante, no obstante su corpulencia, Juan siempre fue buen jugador de futbol y se desempeñaba con bastante habilidad como portero; de hecho, años después, se convirtió en el portero del equipo del Departamento de Biología. Ya como empleado de la UAM Unidad Iztapalapa, su carácter impetuoso mejoró considerablemente. Quienes lo conocimos, atestiguamos su entrega a lo que el más amó: su familia, sus amigos y su trabajo, en ese orden. Sabemos que ante todo fue un buen hombre que jamás abusó de su fuerza, lo que en mi tierra se definiría como un hombre noble, decente, amigo leal, directo, simpático, a veces ingenuo y siempre echado para delante. "De mecha corta", como decía, con el tiempo su carácter se suavizó, pero siempre conservó el atavismo del barrio la pertenencia grupal y un profundo sentido del honor y de lealtad.

Disfrutó de buena comida y de buenos caldos, especialmente de los fermentados. Cualquier motivo era buen pretexto para celebrar, en ocasiones sin haberlo planeado y sólo por el gusto de tenernos en su casa. Varios miembros de los Departamentos de Biología y de Hidrobiología, darán fe de la generosidad con la que siempre nos atendió en su casa. La última confesión que me hizo, fue a raíz del recuerdo de una comida que me ofrecieron en su casa, a fines de 1993. Yo pregunté ¿con qué motivo? "£s que miembros del Departamento quieren entregarte un recuerdo"; una placa de cristal que todavía conservo en mi oficina. Pero muchos años después, quizá en septiembre u octubre de 2010, me reveló la verdadera razón que lo animó a organizarla: Lety Murillo luchaba por su vida en una larga y penosa enfermedad, por lo que quería despedirse contenta de la gente del Departamento y así se lo pidió. Así fue Juan de solidario.

Juan además fue un hombre de su tiempo y circunstancia que vivió para el trabajo. Después de su jornada en la UAM, llegaba a su casa y nunca estaba en reposo; siempre había algo que reparar, construir o modificar. Mucho de la construcción y los muebles de su casa lo atestiguan. Fue un hombre generoso, siempre dispuesto a compartir en no pocas ocasiones, los escasos recursos disponibles con su familia paterna y amigos; pero sobretodo, nunca dosificó el caudal de su experiencia profesional, dispuesto invariablemente a enseñar a los alumnos que se acercaron al laboratorio, un promedio de diez al año. Puedo asegurar que en su trato personal fue humilde, nunca festinó sus logros, ni buscó el reconocimiento. Todo lo contrario, lo enojaba mucho el halago y la simulación; fue intolerante a lo fingido y a la cortesía zalamera.

Del trato frecuente y sostenido, pude conocer que el gran amor de Juan fue su familia compuesta por su esposa Cristina y sus tres hijos, Juan Luís, Bryan Rafael y José Alberto. Padre amoroso, siempre al pendiente de sus hijos, los llevaba a la escuela y los recogía a la salida, pero como eran de diferentes edades y los grados académicos que cursaban eran muy distintos, la hora de salida se escalonaba, especialmente durante la secundaria. Daban las 5 de la tarde y salía con rapidez, yo le decía que parecía "fabriqueño" (en alusión a la salida de los obreros al momento del silbato de las fábricas antiguas de hilados y tejidos), a lo que él respondía "Jefe... aquí no pagan horas extras".

En el trabajo de gabinete construimos un ambiente relajado y como compartimos buenos y malos momentos de la vida, la amistad se estrechó: siempre un sendero de doble y ancha vía, acompañado de vivencias y logros personales, pero ante todo, con la lealtad como valor supremo. En ese ambiente de amistad se expresaron dudas, fracasos, pérdidas de seres queridos, la indiferencia del medio, la transmutación arrogante que deviene de escalar posiciones administrativas o del éxito académico y, en no pocas ocasiones, también hablamos de la pérdida o carencia de valores, de los grandes valores que dan sentido a la vida y que le dan la justa dimensión al hombre.

¡Cómo no recordar la hora de la comida, a principios de la década de los 80's! Cuando en torno de la mesa de trabajo comíamos todos los días y éramos de cinco a seis personas (Lety Murillo, Raúl Alcántara, Defino Hernández L., Alondra Castro y algunas veces Francisco Javier Olvera) y otros más a quienes invitábamos para que "nos vieran comer". La comida siempre fue entre 2 y 3 de la tarde y como él comía en su casa, hacía las veces de nuestro lector ¡Cómo olvidar cuando nos leyó "El Gesticulador"! Especialmente dos diálogos: Miguel-César, "Un profesor de universidad... en una universidad en descomposición, en la que nadie enseñaba y nadie aprendía ya... una universidad sin clases" y el otro de Elena-César, "Mira a los que llevan águila de general sin haber peleado en una batalla, a los que se dicen amigos del pueblo y lo roban, a los demagogos que agitan a los obreros y los llaman camaradas sin haber nunca trabajado con las manos; a los profesores que no saben enseñar, a los estudiantes que no estudian". Cuando leyó cada uno esos párrafos Juanito pronunció de manera genuina "¡Chále..., como ahora!". Asimismo, de toda la música de jazz que oyó en el laboratorio, dos músicos se le grabaron: Coleman Hawkins "por la sensualidad con la que toca" y Thelonius Monk, no sé si fue por la cubierta del disco "Underground", por lo difícil de su música o por lo extravagante que fue su vida. A veces Juan exclamaba con gracia "¡Esa música es de caricaturas¡" ante alguna que otra interpretación de este género. De la ópera me confesó que no le gustaba.

De 1976 a 1990 realizamos trabajo de campo con intensidad, acampamos en climas templados, fríos, desérticos y tropicales. Durante nuestras excursiones, a uno de los participantes le tocaba cocinar y cuidar el campamento ese día. Alguna vez nos robaron la comida en Tlaxcala y las trampas en una cañada de Xicotepec de Juárez. En otra ocasión rodearon nuestro campamento unos 100 hombres armados, a las 3 de la mañana, pensando que éramos ladrones. Por la inclemencia del tiempo perdimos redes y trampas en la avenida del río Zapotitlán. Un piquete de soldados nos cortó cartucho en el Monte La Malinche a los 4,000 m de altitud. Nos enfermamos en el campo y nuestro alimento, por salud o por castigo, fue pan tostado y té. En Cuetzalan, una mesera terminó llorando, entre broma y broma, por la lentitud con la que nos atendía que mucho contrastaba con nuestra hambre retrasada. En el "Rancho "Las Margaritas", cerca de Hueytamalco, les di un billete de 500 pesos para que fueran a comprar pan y a ellos se les hizo fácil comprar los 500 de pan, llenaron una caja como de 70 cm3; me pregunto qué hubieran traído si les doy un billete 2000. En Coxcatlán comimos conejo en una fonda miserable, el conejo tenía estiércol en los intestinos. En San Gabriel Chilac, nos confundieron con guerrilleros. En San José Axusco llegó a nuestro campamento un trovador solitario, no sé qué pensó o que se imaginaba que éramos, pero él quería que le promoviéramos sus canciones. En un camino de terracería cerca de San José Acateno dijo Juan "Por aquí no ha pasado nadie" y grande fue nuestra sorpresa cuando un kilómetro adelante nos encontramos dos camiones, uno de Bimbo y el otro de la Coca Cola. Tuvimos una comida espléndida en el mercado de Poza Rica porque la mamá de uno de mis alumnos tenía una fonda. Varios años después, nos visitó ese ex-alumno convertido ya en un alto directivo de cierta compañía farmacéutica en los Estados Unidos.

En Poza Rica nos alcanzó un norte, ellos llevaban buenas chamarras, yo sólo un rompe vientos delgado y como no conseguimos alojamiento en ninguno de los hoteles de la Ciudad, ni siquiera en los "de paso", salimos a la carretera y vimos una luz roja. Le dije a Juan "Clávate ahí, ahí hay un hotel". Pedimos una habitación y nos la negaron, nos dijo el encargado "No, porque luego se pelean" y Juanito dijo inocentemente "¡Cómo nos vamos a pelear si todos somos amigos!". En ese momento me di cuenta de que estábamos en un motel y muertos de risa nos regresamos a Poza Rica. En ese lugar, encontramos un grupo de 8 o 10 niños, quizá el mayor tendría unos 10 años, pero lo sorprendente es que todos estaban drogados. Por la expresión de sus caras a los muchachos les pareció que tenían caras de lagartijas. Juan les llamó la atención y quiso darles un consejo, pero como respuesta sólo obtuvo un recordatorio familiar.

A pesar del tiempo que compartimos en el campo, jamás nos tomamos una cerveza y menos una copa. No por puritanos o abstemios ¡qué vá!, sino por lo que implica una botella de licor en el campo cuando se trabaja. Por más aislado que se piense que se está, siempre aparece un visitante inesperado para compartir un trago y no siempre en su sano juicio. Ya aquí en la ciudad, la comida nunca fue frugal, la acompañamos con vinos y licores y casi siempre rodeados de trovadores que interpretaban nuestro gusto musical de Gonzalo Curiel, César Portillo de la Luz, Ema Elena Valderramar, Chamaco Domínguez, Álvaro Carrillo, entre otros.

En una ocasión en que manejaba mi auto por Río Churubusco, a unos 100 metros antes de cruzar la Calzada de Tlalpan, Quico (Francisco Ramírez, un buen amigo de Juan y extraordinario carpintero), llamaba mi atención para que viera "a una estrella de cine" que circulaba en la misma dirección que nosotros. Yo no quería distraerme por lo pesado del tránsito; sin embargo, ante la insistencia de Quico la vi y al tiempo de desengañarlos, mientras comentaban su decepción por no tratarse de quien decían, la defensa de mi carro rozó la del de adelante. Los carros se detuvieron de inmediato. Del otro auto bajaron dos jóvenes con intenciones agresivas, pero Juan ya estaba listo y con todo respeto me dijo, "Jefe... ¿me permites que les parta su m....?", por supuesto que no lo permití. Escenas como esta nunca las tuvimos en el campo ni en la carretera y esto también me recuerda que Juan, siendo un hábil conductor, jamás dejó un vehículo institucional "tirado en el campo", al contrario, alguna vez se encargó el mismo de las reparaciones y no dudó en sufragarlas el mismo. Por ello, años después, le fue encomendada la camioneta que se había dejado a la responsabilidad del Departamento de Biología y puedo asegurar que fue la mejor época para ese vehículo por la atención y seguimiento que le llevaba Juan.

Una vez una Comisión del Sindicato, me preguntó que cuál era la función de Juan y yo le dije que era el factótum del laboratorio. Ellos se fueron muy convencidos, pero Juan me preguntó "¿Qué es un factótum?" y le expliqué lo que era. Hoy que nos convoca ese legado, ¡qué grato es poder recordar que en el ejercicio profesional, Juanito fue un trabajador infatigable, puntual, cumplido, responsable y un crítico objetivo! En el examen doctoral de una de nuestras grandes eminencias de la Biología, cuya trayectoria, logros y tesis eran, por mucho, sobresalientes, pero como su presentación en esa ocasión fue informal, Juan comentó "Yo lo hubiera reprobado" con su juicio severo cuando se trataba de actos formales o solemnes.

Esas fueron cualidades de Juan que frente a propios y extraños nunca oculté, ni méritos que jamás ensombrecí, ni amistad que el tiempo separó. Es por ello, y así lo confieso, que no me sorprendió y en mucho agradecí la invitación que me hicieron para que en mí recayera la tristemente, pero honrosa distinción de escribir una pincelada de lo que Johny fue en vida. Me atrevo a comentar esos pasajes de su vida personal, con el evidente disgusto del finado, quien en no pocas ocasiones me dijo, "A los muertos hay que dejarlos descansar en paz", "Cuando uno muere, salen todas las virtudes que mucho se regatearon o negaron en vida". No traiciono su amistad porque un grupo de sus amigos así me lo solicitaron y porque él sabía lo que pensábamos y sentíamos por él. Juan recolectó y preparó 4,294 ejemplares, todos depositados en la Colección de la UAMI donde cumplía funciones de Técnico Recolector y Taxidermista de Zoología, recibiendo los agradecimientos correspondientes en casi 100 publicaciones. Asimismo, por su asertividad y dedicación, sus aportaciones empíricas inspiraron el capítulo sobre el manejo, mantenimiento y uso del dermestario en un manual que publicamos. Eso, junto su forma sumamente cuidadosa de preparar los especímenes, se pudo extender inclusive a alumnos en la Universidad Texas A&M, cuando Alondra Castro hizo su maestría y retransmitió sus conocimientos a sus condiscípulos. O bien, cuando investigadores del Carnegie Museum se sorprendieron por habilidad que mostró en su trabajo, tanto en el campo como en el gabinete.

Por convenir a sus intereses personales Juanito se jubiló en enero de 2009. Tenía muchos planes para el futuro como hacer otra casa (que casi terminó) en Agua Fría, Puebla. Comprar una camioneta amplia y cómoda para ofrecer servicio de taxi personalizado, comenzando con el personal de la UAMI. Comprar y vender productos agropecuarios de alta calidad, de los que se producen en Agua Fría. Como se fue prematuramente, nada de eso cumplió, ya que muy pronto la enfermedad hizo presa de él y no lo abandonó hasta consumirlo. En este contexto y en el de entonces, quiero hoy repetir las palabras que de Juan pronuncié en Autlán de Navarro, Jalisco el 26 de Septiembre de 2008, en el marco del Congreso Nacional de Mastozoología de la Asociación Mexicana de Mastozoología, A. C.

"Como hoy es un día muy especial para mí, espero contar con la benevolencia del gremio para expresar mi más profundo agradecimiento a un compañero y amigo que por 33 años me ha acompañado en las buenas y en las malas, dentro y fuera de la Universidad (UAMI). Y este año, por convenir así a su proyecto de vida personal se retira del trabajo universitario. Sería pretencioso y un exceso de mi parte, decir que deja un vacío en la Mastozoología Mexicana, pero tengan la seguridad que se trata de una pérdida personal, de verdad muy importante, me refiero a Juan Patiño Rodríguez. Vacío que si interpreto correctamente el sentir de mi familia, el de Alondra, Arturo, Noé, Luis y Gustavo, también es una pérdida para ellos y a quienes hoy les agradezco infinitamente su presencia en este acto".

Al final del camino ¿Qué le queda al hombre de todos los afanes que tuvo y que mantuvo a lo largo de su vida? En ese momento supremo, quizá el más importante de la vida, en donde no tienen cabida pecados capitales, edad, fortuna, sabiduría, posición social, esfuerzo, relaciones, ya frente al Perdón o a la Nada ¿qué nos queda? Tal vez, el sentimiento de pérdida de parte de uno mismo, el afecto, los recuerdos y las vivencias con el amigo que ha partido. Sí, Juan se ha ido, más no del todo, pues nos deja su ejemplo y su espíritu. Se fue un día del Amor y de la Amistad (14 de febrero de 2011), día que simboliza la forma en que vivió su vida y el recuerdo que nos deja a su familia, amigos y colegas. Ese día no perdí un colaborador o compañero de trabajo, perdí un amigo.

Para terminar, cuando la Dra. Alondra Castro Campillo me expresó que yo era el más indicado para escribir las palabras sobre Johny, para responder así a la amable convocatoria del Dr. Sergio Ticul Álvarez Castañeda para Therya, pensé escribir de él como compañero de trabajo, pero sobre todo como amigo. Quise dejar constancia de su personalidad y de su historia para todos los que no lo conocieron. Sin olvidar lo que para la Asociación Mexicana de Mastozoología, A. C., fue importante en el sentido de su legado a la disciplina. Quizás su más grande logro, y el motivo por el cual lo recordamos, fue que en el campo y en el laboratorio, enseñó, acompañó e hizo el trabajo más sencillo a muchos mastozoólogos en ciernes, entre ellos a importantes personalidades de nuestra Comunidad Mastozoológica.

Luis Juan Patiño Rodríguez, descansa en paz. Tus amigos te recordamos con respeto y con cariño.

José Ramírez Pulido
México, D. F., a 1° de abril, 2011

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