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Valenciana

versión impresa ISSN 2007-2538

Valenciana vol.16 no.31 Valenciana ene./jun. 2023  Epub 28-Abr-2023

https://doi.org/10.15174/rv.v15i31.674 

Artículos

El pensamiento de Zambrano, premisas para una filosofía integradora

The thought of Zambrano, premises for a integrative phiolosphy

Miguel Pedro León Padilla1 

1Universidad católica de Valencia mleonpadilla@gmail.com


Resumen

El nuevo siglo ha receptado, acríticamente, un conjunto de prejuicios antropológicos -bajo apariencia de rigor científico- que fundamentan una visión fragmentada y desajustada del hombre. En este contexto, el lúcido pensamiento de María Zambrano ofrece las premisas básicas para recuperar una adecuada comprensión del misterio del hombre. Ella comienza por la búsqueda de una razón que se adecúe -convenientemente- a la peculiaridad de lo humano: la razón poética; continúa por la recuperación de saberes olvidados, como la metafísica, aplicada al estudio de la persona, y concluye enfatizando la dimensión ética y el compromiso sociopolítico en defensa de la libertad y la democracia; junto a la apertura a la trascendencia (consecuencia de la omnipresencia de lo divino) y la pasión humana por relacionarse con la divinidad, como claves de reintegración de la escisión de la pluridimensionalidad humana.

Palabras clave: antropología; filosofía; razón; metafísica; Zambrano

Abstract

The new century has uncritically accepted a set of anthropological prejudices -under the guise of scientific rigor- that support a fragmented and unbalanced vision of man. In this context, the lucid thought of María Zambrano offers the basic premises to recover an adequate understanding of the mystery of man. She begins by searching for a reason that suits -conveniently- the peculiarity of the human: poetic reason; continues by the recovery of forgotten knowledge, such as metaphysics, applied to the study of the person; and concludes by emphasizing the ethical dimension and the sociopolitical commitment in defense of freedom and democracy; together with the opening to transcendence (consequence of the omnipresence of the divine) and the human passion for relating to the divinity, as keys to the reintegration of the split in human multidimensionality.

Keywords: Anthropology; Philosophy; Reason; Metaphysics; Zambrano

Introducción

El nuevo siglo ha receptado un conjunto de prejuicios materialistas -bajo apariencia de formulación científica- que han derivado en la distorsión de la comprensión del ser humano, y definen una antropología desajustada. Estas ideas han sido asumidas sin cuestionamiento por una sociedad acrítica y poco dada a la reflexión. En ella, los mecanismos de manipulación de masas (Cfr. García, 2020) hábilmente empleados por grupos mediáticos, al servicio de las ideologías dominantes, condicionan la percepción de la realidad, tal y como analizan críticamente Chomsky (2013) o Sylvain Timsit (2022), entre otros. Desde la modernidad, la razón se ensoberbece, pagada de su intelección, se erige en autosuficiente. Y, como escribe Enrique Serna, su pedantería ha hecho estragos desde sus ramificaciones en la filosofía, la ciencia política, la historia de las religiones, la psicología y las artes plásticas, señalando que “la soberbia intelectual no sólo ha sido creada por los mismos intelectuales: ellos han contado con el apoyo de personas e instituciones que han apostado por la ignorancia y la arrogancia” (Serna, 2013: contraportada). Los “maestros de la sospecha” o “los que arrancan las máscaras”, como denominaba Paul Ricoeur a Marx, Nietzsche y Freud, evidenciaron la crisis de la filosofía. Sus planteamientos, desde perspectivas diversas, cuestionaron los grandes ideales ilustrados: la racionalidad humana, el logro de la felicidad y el descubrimiento de la verdad. De este modo generaron una nueva problemática: «la conciencia como mentira» (Ricoeur, 1975: 5). E hizo fortuna la consideración de que el hombre es algo que debe ser superado, como se reitera en Así habló Zaratustra. Aquel pretendido desenmascaramiento desenfocó, sospechosamente, la cosmovisión que ofrecía claridad y dotaba de sentido al ser del hombre. Y de resultas, el ser humano se vio arrojado a una existencia absurda, angustiado por la desconfianza de su propia conciencia. Se ha tornado en un ser enigmático, ininteligible, sin ligazón a cuanto le rodea.

Heidegger, afirmaba que, paradójicamente:

en ninguna época se ha sabido tanto y tan diverso con respecto al hombre como en la nuestra. En ninguna época se expuso el conocimiento acerca del hombre en forma más penetrante ni más fascinante que en ésta. Ninguna época, hasta la fecha, ha sido capaz de hacer accesible este saber con la rapidez y facilidad que la nuestra. Y, sin embargo, en ningún tiempo se ha sabido menos acerca de lo que el hombre es. En ninguna época ha sido el hombre tan problemático como en la actual (1954: 175).

Se diría que el esfuerzo intelectual del siglo XX ha oscurecido y problematizado el conocimiento antropológico. La progresiva fragmentación en el estudio de lo humano y la creciente diversificación en las denominadas ciencias humanas, condujeron -en expresión de Foucault- a considerar la muerte del hombre. Proceso que sintetiza, logradamente, Torija Aguilar en La presencia del sujeto en el pensamiento científico de la cultura occidental (2018).

El pensamiento de las postrimerías de la postmodernidad, persuadido de lo débil de la razón, se ha sumido en el autoengaño y se manifiesta incapaz de reconocer la unicidad trascendental de las cosas, su ligazón ontológica. Pagado de sí mismo, de los progresos científicos, de los avances tecnológicos, se ha embotado, deformando arrogantemente su percepción del conjunto de la realidad. Crece la oscuridad en la caverna. Por ello, urge la búsqueda de las claves que permitan desentrañar el misterio que envuelve al hombre.

1. El reto presente

Requerimos de la formulación holística de un pensamiento razonable y adecuado a la verdadera condición humana. Constituye un reto para el pensamiento actual, recuperar saberes perdidos o marginados, reintegrar lo humano, que ahora se presenta escindido y se estudia fragmentado e inconexo.

En las reflexiones de todo filósofo “auténtico”,1 libre de prejuicios y servidumbres ideológicas, se desarrolla un saludable ejercicio de indagación de la realidad integral, que no menosprecia saberes y abre cauces para el diálogo con otros ámbitos. Se manifiesta “liberto”2 del sesgo de estudios previos, del pensamiento único y del intelectualismo laicista (versión académica del lenguaje políticamente correcto) y constituye un relevante factor de recuperación de la dimensión de sabiduría en el quehacer filosófico, que repiensa al hombre escapando de reduccionismos y simplificaciones, que ignoran su trascendencia, carácter comunional, vocacional, etc.

El presente areópago intelectual de la ultra postmodernidad requiere no dar nada por supuesto, volver a los fundamentos, desarrollar un sólido revisionismo y defender la racionalidad de la razón. Defensa que se hace tanto más necesaria, cuanto mayor es, desde el relativismo imperante, el propósito de negar la existencia de la verdad y por ende la posibilidad de conocerla. Haciéndose más beligerante el empeño por enfatizar los límites del conocimiento y el rechazo apriorístico -como presupuesto epistemológico exclusivamente biologicista- de toda certeza con pretensión de absolutos (incurriendo en la paradoja que ironizaban Les Luthiers, con su peculiar agudeza humorística: “La verdad absoluta no existe... y esto es ¡absolutamente cierto!” Y… ay de aquel que ose cuestionarlo).

2. Zambrano, una luz en la oscuridad

En la oscuridad antropológica apuntada, el pensamiento de María Zambrano representa un faro. Para Alain Guy,

toda la reflexión de María Zambrano se levanta contra el relativismo integral, nihilista, mecanicista o intelectualista; se expresa todo al revés del naturalismo reductor y del negativismo inmanentista y ateísta. Viviendo en nuestro siglo XX occidental, generalmente escéptico y desesperado, que rehúsa todo valor espiritual, para abandonarse al gozo, al predominio del dinero y de la violencia, así como del totalitarismo de cualquier especie, la filósofa veleña reacciona netamente y fuertemente contra la derelicción; nos hace descubrir, con su admirable delicadeza y sin ningún pedantismo o pesadez, el lado diurno de la existencia humana, es decir, su vocación hacia la Hermosura y el Bien, es decir, hacia el Amor, la luz radiante, dicho de otro modo, hacia Dios creador y providente, que nos asegura una supervivencia llena de buena dicha (405).

Por lo que en Zambrano hallamos un pensamiento alternativo, contestatario, lleno de libertad, sin prejuicios que, con lealtad y sin complejos, se abre a otras dimensiones y saberes.

Tal y como acertadamente se ha escrito en el Seminari de filosofía i génere: “La crítica al racionalismo dualista se convierte, en Zambrano en una reflexión radical que interroga la razón a partir de lo que ella excluye y de lo que considera impuro, de sus ínferos” (traducción mía). Su aportación, básicamente, podría sintetizarse como el esfuerzo por recuperar la metafísica de la persona. Con intuición femenina, al indagar en la historia del pensamiento contemporáneo, ella descubre que se abren nuevas incertidumbres, se señalan límites, surgen nuevas preguntas, se constatan carencias y se enfatiza la impotencia del conocimiento humano, etc., pero no se ofrecen respuestas solventes. La modernidad había zanjado cuestiones en falso, sus planteamientos se mostraban -si no errados- cuando menos insatisfactorios. Progresivamente se habían ido descartando formas de conocimiento que ampliaban la interpretación y ofrecían pistas para un análisis más ajustado. Faltaban las llaves que abrieran el horizonte, el método que se adecuase a la razón del trabajo y del sujeto de estudio. Desde esta actitud, su pensar la realidad y al hombre, viene a iluminar la oscuridad en que se había sumido el misterio humano.

La obra de Zambrano es una filosofía de auténtico alcance metafísico; que contempla a la persona como el ámbito privilegiado para el encuentro con el ser; cuya reflexión densa alcanza hasta la naturaleza espiritual y el fundamento en que se apoya el ser humano.3

La filosofía zambraniana reencuentra la dimensión sapiencial y la búsqueda del sentido último y global de la vida. Ofreciéndose como un pensar en femenino, como una mente inquieta e indagadora -sin afiliaciones ni prejuicios- en su desentrañamiento filosófico del misterio humano en clave de “religación e integración”.4 Su aportación emerge como spiraculum, como un nuevo modo de hacer filosofía cuyo objetivo es propiciar la revisión de los postulados implantados, como un “dar que pensar” para favorecer la relectura de los presupuestos antropológicos, la develación de lo incógnito y arcano que se encierra en lo humano. Su filosofía, propuesta con la sencillez del humilde, constituye una auténtica propuesta incitadora a la ruptura de las ataduras del positivismo.

2.1. Un modo original de usar la razón5

Zambrano considera imperiosa la necesidad de un nuevo uso de razón que se ajuste a la peculiaridad humana. El hombre, decía, ha procedido a una “reforma del entendimiento” cada vez que, en los momentos críticos de la historia, la realidad ya no se correspondía a las explicaciones dadas, porque es propio de la realidad resistirse al entendimiento (Cfr. Zambrano, 1937 y “Los intelectuales en el drama de España” apud.Moreno Sanz). Criticó al racionalismo e intentó volver al realismo recuperando la dimensión experiencial. Ella no concibe la filosofía como ciencia in sensu stricto sino como “estricta subjetividad” (Cfr. Maillard, 1992: 168-172). El acto filosófico no depende solo del esfuerzo intelectual. Porque ningún “conocimiento” adviene sin un trabajo interior que se realice al mismo tiempo que el proceso discursivo. De ahí “la dificultad de la filosofía, que no radica propiamente en lo teórico, sino [...] en lo que tiene que ocurrir en nuestra interioridad para que el conocimiento objetivo se realice” (Zambrano, 1989b: 195). Recuperando la dimensión experiencial, cuestiona el absolutismo de la razón, que hasta entonces solo se había empleado con el método racionalista (aquel que usa de la mente para encontrar la verdad, tratando de cobrar distancia de las apariencias que deforman la percepción del mundo, en su intención de ganar objetividad). Descubrió que este proceder se manifestaba insuficiente y estéril, inadecuado, para esclarecer íntegramente el misterio de la realidad y particularmente del hombre; que esta no es la única forma de conocer, de usar la razón. Existen otros usos posibles de la razón y otros itinerarios indagatorios. Por ello, explora y acomete su análisis desde la “razón poética”, para lograr una aprehensión amplia de la realidad humana. Y procuró un uso integrador de la razón, que propondría como un estilo cordial del pensar, como un saber de síntesis entre filosofía y poesía, hermanando pensamiento y emoción-sentimiento, razón e intuición. Logrando una ontología abarcadora, comprensiva de la compleja riqueza humana: la razón poética (un método de realización de la persona en su dimensión más radical), un método antropológico cuyas características (Zambrano, 1971: 275 y 293) entre otras son:

  • - Posibilitar un conocimiento esencial y sintético frente al excluyentemente racional que es analítico6 y divisor; pero diseccionar es descomponer, acabar con la vida.

  • - Ser un conocimiento propositivo, que se ofrenda, frente al racional que impone sus leyes a la realidad; pero el conocimiento poético se alcanza gracias al encuentro con una desconocida presencia que nos viene dada.7

  • - Propiciar un conocimiento inmediato que, a diferencia del racional, no requiere distanciarse de la realidad -para asegurar objetividad- sino lo inverso, sumergirse en ella. La razón poética, puesta en ejercicio, no es otra cosa que la propia actividad del sujeto obrándose a sí mismo.

Zambrano quiso hallar una forma de conocimiento que, aun siendo razón humana, nombrando una realidad compleja y dinámica, supiese reconocer entidad propia. Este modo de conocimiento le parece que se adecúa mejor al ser del hombre y contribuye a su auténtica realización. Pese a que este uso de la razón no fue expuesto de manera sistematizada en ninguna de sus obras, con la madurez de su pensamiento se fue delineando en tres usos complementarios de la razón, que abren expectativas y horizontes:

  1. La razón mediadora o la analítica existencial.

  2. La razón que descifra el lenguaje originario.

  3. La razón cordial y reveladora.

La razón poética viene propiciada por la “razón vital” de su maestro Ortega, que pretendió aunar racionalismo y vitalismo. Partiendo de la evidencia de que el hombre no podía considerarse independiente de sus circunstancias y de que la vida era en sí la única realidad radical, la razón debía dejar de construir en lo etéreo. Todo conocimiento parte de la vida, y la razón es parte de ella, es razón viviente, por cuanto para el hombre vivir, comporta necesariamente el acto de dotar de sentido su existencia. Sin embargo, Zambrano, trató de evitar el discurso racional, desarrollando una fenomenología del centro del existir; y reconduce el proceso de indagación a través de la observación de la palabra, y se ocupa en el sentir, ver, oír. El inicio de su distanciamiento de Ortega, lo expresa en estos términos: “en mi ensayo “Hacia un saber sobre el alma”. Yo creía estar haciendo razón vital y lo que estaba haciendo era razón poética. […] Yo le llevé este ensayo, que da título al libro, al propio don José Ortega, a la Revista de Occidente. Él, tras leerlo, me dijo: ‘Estamos todavía aquí y usted ha querido dar el salto al más allá’”. Este abrupto reproche del maestro, no le arredró en su empeño. Sabiéndose discípula, y no secuaz, puso en ejercicio su propósito de apertura de horizontes, con aquel ánimo indagador que propició el reencuentro de dos mundos que -desde la modernidad- coexistían ignorándose mutuamente.

Zambrano no pretendía ignorar el conocimiento racional, sino transformarlo, capacitarlo para adentrarse en las “pobres y obscuras entrañas, en los abismos del corazón” (Zambrano, 2001: 48 y 72), aunando en un mismo quehacer el entendimiento y amor, con el propósito de una reunificación originaria, que es el fundamento de la metafísica humana. No propone la razón poética como una forma de conocimiento que híbrida razón y poesía. Puesto ni el ejercicio de la razón ha de limitarse a la forma discursiva del intelecto; ni lo poético refiere a formalismos “estético-estilísticos” teñidos de pensamiento,8 sino al sentido etimológico de “poiesis” (creación). Ambas son las alas de la inteligencia para volar ad intra y sondear el fondo íntimo, ignoto, que define la esencia humana. La razón íntegra es el camino que conduce a encontrar la plenitud de significado, si se emplea recta y humildemente, con conciencia de sus límites. De lo contrario, cae en el antropocentrismo: la razón humana, medida de todas las cosas. Ese fue el error del racionalismo: absolutizar la razón, convertirla en la entidad que afirma cuanto existe. “Sólo lo real es racional y sólo lo racional es real”. Zambrano señala la precariedad de la razón que necesita tener en cuenta, no solo la palabra y el sentir sino, la memoria, la historia, la religión, etc. Como señala Maillard, la razón poética “puede ser considerada un método fenomenológico, aunque heterodoxo, pues implica el tránsito a una filosofía de la acción, desde una ‘descripción constitutiva’ a una ‘construcción descriptiva’ del ser del hombre: una construcción que es acto de creación de la persona realizada por medio de la palabra hasta aludir a la palabra originaria que toca a la dimensión de lo sagrado” (12-13). Con este método propone una razón “mediadora” entre la realidad presentida en la entraña, y manifestada en momentos privilegiados. Una razón que es acción esencial: el acto mediante el cual el hombre realiza su trascendencia y su mismo ser.

La herencia acrítica de un inadecuado uso de la razón empírica, que se ha erigido en creadora de la realidad, parcializa la comprensión de la realidad y deforma la intelección del hombre mismo. Zambrano apuntó que las diferentes aportaciones de la psicología y la tendencia fenomenológica de su tiempo, pese a su apertura, adolecían de “una última exploración metafísica. Una metafísica experimental, que sin pretensiones de totalidad haga posible la experiencia humana, ha de estar al nacer” (1989a: 26). Les faltaba recuperar la metafísica de la persona, elaborada no desde la abstracción sino desde el plano vital y experiencial, que explorase en la entraña del ser concreto.

2.2. La metafísica de la persona

Toda su producción filosófica gira en torno al deseo de esclarecer los entresijos del Ser, los porqués de las diversas manifestaciones anímicas y culturales del ser humano en pos de hacer luz en el misterio del que participa el hombre.

Zambrano señaló la causa de la escisión del racionalismo occidental:

El “Método” se convierte en una “Forma mentis” sostenida por una actitud de desconfianza, en un solo fiar a lo que se presenta como evidente, que bien pronto será lo obvio, lo banal, dando lugar a una hermetización creciente de la vida espontánea del sujeto, a un remitirse ante todo y sobre todo a los resultados, en cifrar la condición humana en los modos de dominación sobre la naturaleza, sobre la sociedad en los diferentes niveles; también sobre el tiempo y la llamada interioridad, que surge como antagonista, destinada a ser vencida por la objetividad ideal o por la necesidad empírica. Se produce así una escisión comprobable en un mismo que se encuentra separado de sí mismo ajeno a su propia vida” (1989a: 24-25).

De manera que vivir alienado no es el resultado de una proyección falaz, ni solo producto de una superestructura socioeconómica injusta, ni la consecuencia indeseable del yo reprimido por el subconsciente individual o colectivo, ni un efecto de la debilidad del hombre apocado por la moral cristiana o los valores burgueses, sino que es el resultado del autoengaño al que conduce el embotamiento de una razón cientificista que pretende bastarse a sí misma.

Zambrano advierte que la autosuficiencia humana conduce al oscurecimiento del filosofar. “La filosofía cuando logra su existencia encuentra una identidad inspirada; el hombre encuentra su ser y las cosas que son en algo que está más allá de ellas mismas. Cuando el hombre y las cosas tienen un ser desligado, que se cree bastarse a sí mismo, entonces se convierten en meros hechos, y la filosofía desaparece” (1955: 270). Para superar esta estrechez, proclama la necesidad de la iluminación y el redescubrimiento de los diversos modos de transitar en el tiempo. El modo de habitar en la luz y en su privación, y el modo de transitar por el tiempo determinan los modos diversos de ser hombre, protagonista de las llamadas “culturas” o civilizaciones” (1989a: 25). La manifestación de lo más genuinamente humano, la cultura, es exponente de la pluralidad y riqueza de una realidad que se ha visto reducida a lo empírico. Y continúa: “No era evitable que contra la conciencia en rebeldía, frente a ella y, por lo mismo, dependiente de ella, hayan aparecido zonas de lo humano como la subconsciencia y la inconsciencia misma. Y la Irracionalidad como tal, reclamando sus derechos perdidos. Como dioses derrotados, piden el poder de lo oscuro” (1989a: 25). Por ello, pese a los intentos de hermetizar y simplificar lo humano, era inevitable que se revelase la misma conciencia mostrando su compleja realidad.

Zambrano, en relación con el problema de la insuficiencia de la conciencia cartesiana para definir al hombre, y de las expresiones de sublevación de la irracionalidad (inconsciencia y subconsciencia), afirmará que el hombre es mucho más, que radica en su seno un plus de realidad, un sentir originario. Antes que conciencia que razona, antes que inteligencia, antes que acción ética o estética… ¡Es! Es, participa del Ser, tiene ser. En la metafísica zambraniana la realidad oculta es aquello que le ha sido donado al ser, desde siempre recóndito; una realidad a la que solamente se puede acceder por revelación -mediante una privilegiada iluminación interior- que llega de manera inesperada y que despierta al hombre de su amodorramiento mostrenco. Y entonces aquel, insondable y latente, se manifiesta por un instante propiciando el encuentro simultáneo entre la conciencia humana, que anhela, y el ser que busca darse a la luz. Pero el ser escondido vuelve a ocultarse sin que pueda el hombre evitarlo; pues el ser se desenvuelve en una dinámica ininterrumpida y remisa al dominio humano. Desarrollando un movimiento tripartito que transita desde la manifestación a la ocultación: 1) el punto de permanencia y partida (ser en sí); 2) el punto de apertura y éxodo (ser que sale de sí), y 3) el punto de retorno (ser que regresa a sí). Este enigmático proceder se reitera indefectiblemente en el decurso de la vida humana hasta su entrega definitiva, que acontecerá con la muerte, momento en que el alma, unida definitivamente al ser, regresa a su fondo primigenio, preexistencial.

Para la filósofa malacitana todo ejercicio filosófico ha de tener comienzo en la reflexión sobre el hombre y su análisis. El ser solo puede ser estudiado en clave antrópica, porque solo en el hombre, como en ninguna otra realidad, el ser tiene entidad consciente y es percibido desde dentro. Por lo que el ser humano se constituye en ámbito privilegiado para la comprensión de la realidad completa, desde él y en él mismo; ya que no solo participa del ser, sino que posee la facultad de poder conocer el Ser. El descubrimiento del ser en los entes encuentra su único acceso en el hombre, en el aflorar de la conciencia que le permite ver y verse en y entre las cosas.

La existencia humana rebasa los límites, “Persona es transparencia, es trascendencia” (1989a: 25). Esto es, se trasciende por necesidad, se desborda para seguir siendo. Solo consigue ver lograda su realización si se trasciende, si sale del pliegue de sí, yendo más allá de su ser, para alcanzar a descubrirse religada a lo demás. De lo contrario, frustraría no solo todas sus potencialidades sino su propia vocación y esencia. Por ello, la “persona” es trascendencia. En esa religación destaca Zambrano el carácter social, que comporta un compromiso cívico con la defensa de la libertad y la democracia -una “sociedad en la cual no sólo es permitido sino exigido el ser persona” (1988ª: 133)-. Por su propia particularidad, el hombre es el ser inacabado, siempre por hacer, que “se hace” reflectándose en todo aquello que no es él mismo y aplicándose en la transformación de sí y de su entorno.

El estudio del hombre en el pensamiento de Zambrano es un camino que se aboca al análisis del ser. Su antropología se constituye como una especie de “metafísica del hombre” vertebrada fenomenológicamente, y destacando la necesidad de replantear el enfoque ontológico desde categorías de religación. Una metafísica peculiar, intrahumana, en la que la realidad de lo sagrado, que anida en el fondo ignoto de la persona, se concibe como la médula de todas las dimensiones en que se desenvuelve el ser del hombre (lo individual, lo social y ético, lo cultural e histórico, lo religioso, etc.). Expansiones de lo humano entre las que, desde la razón poética, engloba la filosofía, la poesía, el arte, la música... puesto que en ellas se dejan entrever “las entrañas del hombre”. Plantea así una ontología fundamental que da paso a una metafísica de la persona desde la óptica de las tres dimensiones de lo humano:

  1. La más inmediata y accesible: el sujeto en autorreflexión, en contemplación reflexiva sobre sus propias vivencias y experiencias.

  2. La del entorno, especular o refleja, el yo en alteridad, en la visión de sí mismo que le ofrece la mirada del otro, fruto del diálogo con el tú, con los otros; viéndose desde fuera.

  3. La nuclear e íntima: la interioridad, donde se desvela la raíz de su ser, y se descubre vinculada a su último y supremo fundamento. Realidad que descubre como el límite; a la cual solo puede acceder hasta el linde donde Él principia.

La primera mirada del hombre es un sentir; principia reparando en su derredor, fuera de sí y, solo por comparación, se vuelve hacia sí mismo, sin verse, solo sintiéndose. El ser del hombre cobra carácter real al obrar un acto de descubrimiento, que se ve continuamente renovado, mediante el que se recupera y actualiza el contenido universal latente en cada cual. Hay que añadir que la ontología zambraniana está impregnada de valor ético centrado en el principio de la acción buena como acción trascendente.

La tarea del hombre, según Zambrano, es el descubrimiento de la totalidad de su ser. Del ser trascendente que se desborda en el ser personal. Su ontología no desdeña ninguna fuente de conocimiento que aporte e ilumine la develación del ser, por ello incluye lo mítico-místico. El logro de sí mismo, de su condición de persona, se asienta en “establecer el proceso de integración de la persona en su propio ser hasta llegar a la libertad, y al progresivo conocimiento de sí mismo, a la posesión del espacio interior” (Zambrano, 1986: 27-28). Integración hasta el autodominio que libera, siendo sus ejes la consecución del autoconocimiento y el poder interior.

2.3. Los Inferos

El estudio del hombre, en Zambrano, se propone como un camino conducente a desvelar la presencia de lo divino en su ser.9 En este empeño se adentra en los ínferos del subconsciente individual y colectivo, el presente e histórico, en busca de la identidad del hombre y de su profunda ligazón con el conjunto de los seres. Una búsqueda que entiende que no ha de realizarse exclusivamente desde el saber especulativo, sino que tiene que abarcar, omnicomprensivamente, toda manifestación de lo humano, y detenerse con particular atención en aquellos ámbitos de opacidad en que lo filosófico se presenta lóbrego. Puesto que todo ello constituye manifestación privilegiada de la apertura, más espontánea, natural y genuina, del subconsciente a la luz. Esa luz es lo divino presente en el fondo ignoto, las entrañas, lo más original del ser humano. Aquello que el hombre de todos los tiempos y culturas ha sentido entre propio y ajeno, absoluto y, en ocasiones, relativo. Expresado con ecos agustinianos diríamos lo intimo intimor meo, y a la vez como lo más insuperablemente diferente, diverso y distinto.

La antropología zambraniana se propone como un intento de ofrecer respuesta a la falaz disyuntiva planteada por el ateísmo moderno (cuyo precursor fue Feuerbach): “Dios o el hombre”, como si no existiese otra alternativa: o vivir alienados, sometidos por el temor a un ser imaginario; o reconocer el autoengaño y liberarnos de falsas fantasías. Ella abre una tercera vía, la conjuntiva, aquella que suma, implementa y enriquece: “Dios y el hombre”. Puesto que, para ella, Dios no es una ficción delirante ni un ingenio humano acuciado por la necesidad de saberse protegido. Su filosofía, tras adentrarse en lo más íntimo y profundo del ser humano, concluye en el descubrimiento de la presencia de Dios en lo más íntimo del ser. Dios que plenifica al hombre, si bien el andar en pos de él, permanentemente a su zaga, hace dramática su existencia.

La fenomenología zambraniana se perfila como la descripción de la búsqueda, persistente y desorientada, de la integridad del ser desde su circunstancia fragmentada y desligada. Con el propósito iniciar un proceso de retorno desde el paraíso perdido a la reunificación del sí-mismo en el uno-mismo; esto es la recuperación de la integridad, del vínculo y unidad sagrada que configuraba la condición humana, su estado primigenio y connatural, aquel al que -en molde de género literario narrativo- alude el Génesis antes de la caída.

En torno la realidad de lo sagrado que Zambrano percibe anidada en la persona, va describiendo y analizando -su sutil reflexión- los diferentes cauces en los que se proyecta y construye el hombre: el individual, el comunitario, el histórico, el temporal, el ético, el religioso. Atendiendo a todos, sin menospreciar ninguno. No vaciló en poner de manifiesto la inspiración de su reflexión en un cristianismo cordial, su aprecio por la religión católica a la que, en su lenguaje simbólico y simbolizante, denominó “religión de la luz o del Otro, del Espíritu Santo, el verdadero” o “influjo santificante” (1955: 409). Si bien, practica un cristianismo que, desde categorías eclesiásticas, podría catalogarse como heterodoxo porque no admite dogmatismos ni secunda credos ideológicos.

2.4. El hombre y lo divino

El tema de lo sagrado y lo divino es omnipresente en la obra zambraniana. Ella misma lo expresa en el prólogo de su obra cumbre, “No está en este pensamiento hacer de El hombre y lo divino el título general de los libros por mí dados a la imprenta, ni de los que están camino de ella. Mas no creo que haya otro que mejor les conviniera” (1955: 409). Reconoce en el estudio del hombre el camino que conduce a la manifestación de lo divino. El hombre posee la imagen de lo divino, la impronta de su ser, pero su drama es saber que no conseguirá jamás -por sus solas fuerzas- darle alcance; porque es eternamente lo totalmente Otro; siempre fuera de la capacidad de aprehensión humana, tal como advertía Agustín de Hipona, si comprehendis non est deus.

El nuevo objeto de la filosofía será la realidad sagrada, que se constituye en fundamento antropológico. La realidad de lo sagrado que anida en el hombre, se descubre en las diversas dimensiones que lo constituyen como ser. Lo sagrado se presenta, en las diversas concreciones de la divinidad, como el horizonte que delimita el proceso de la interiorización humana. A través del método de la razón poética el hombre capta y vivencia lo religioso de modo más denso y consciente.

La estructura de la realidad, en el planteamiento zambraniano, es dual. Distingue entre realidad aparente y realidad suprema. Entre ambos planos detecta enemistad. El hombre siente y vislumbra la realidad suprema y oculta, pero teme adentrarse más allá de la realidad superficial, visible, donde encuentra seguridad; huye de la incertidumbre, de lo desconocido, recela de entregarse -en confiado abandono-, una y otra vez, a sus múltiples nacimientos, como si le fuera posible evitar la realidad profunda de su ser. La verdad de la realidad profunda -sentida y presentida- despierta temor y temblor, de ahí que se propicie el olvido (Bundgard, 2000: 407). En la tarea de desvelar se encuentra con entidades que, para poder ser expresadas, previamente han de ser “desentrañadas”. Realidades oscuras, resistentes, negativas, en tensión con la presencia luminosa de “un ser de luz” que invade por momentos al hombre y en otros se diluye o desaparece.

Esa realidad escondida, siempre sutil y movediza, no puede ser objeto de un racionalismo tajante; por eso, a la filósofa le era preciso encontrar otra forma de conocimiento que, aun siendo razón ordenadora, propiciase el emerger y nombrar aquella clase de esencia. Un uso de la razón humana que fuese testimonial y expositiva de los entresijos de un ser que sufre la tragedia de su ambigüedad de saberse su propio objeto, sin lograr ser del todo ni sujeto ni objeto de sí mismo. Un tipo de razón que, aun participando del saber original, fuese capaz de ordenar el mundo (interior y exterior) en la conciencia despierta (Cfr. Maillard: 174).

Zambrano señaló, además, la relevancia de la interioridad, que queda unida a su reflexión sobre la esperanza y sobre la presencia de lo divino en la vida humana. Testimonio ilustrativo de ello son sus libros: Hacia un saber sobre el alma (1950) y El hombre y lo divino (1955), Filosofía y poesía (1939), La agonía de Europa (1945) o El sueño creador (1965).

2.5. Adentrarse en el alma

Zambrano, en su búsqueda de la verdadera identidad del hombre y de su profunda vinculación con todos los seres, se adentra en la interioridad humana, en las intimidades, baja a los ínferos del subconsciente individual y colectivo “histórico”. Consciente de que esa búsqueda no había de realizarse solo desde categorías del discurrir filosófico, sino adentrándose en el hondón del alma y abarcando aquella zona de penumbra en que se nos da en diversificado el misterio, como entre sombras, busca en la historia, en la literatura, en el arte, en la religión, etc., en todas ellas manifestaciones donde el subconsciente se abre a la luz de forma más espontánea y original.

No vacila Zambrano en hacer una exploración descriptiva de los diferentes estados que perturban al ser humano: el paso del tiempo, la angustia, la nostalgia, la desesperación, la violencia, la resignación, la duda e incertidumbre, la máscara, las ocultaciones, etc. En su descripción, se perciben rasgos propios del método fenomenológico que pretenden recoger en su contemplación los diversos remedios. Como expresa Alain Guy al afirmar que “En Antígona, a la que toma como arquetipo, nos invita a elevarnos a la conciencia plena y a la piedad radiante que ya no es temerosa ni servil” (312). Lo significativo de este proceder del pensamiento es su apertura a la trascendencia.

Consciente de lo depauperada que resulta la intuición cuando se vierte en discurso filosofado, no dudó en recurrir a la prosa poética para expresar lo inexpresable: el misterio del ser (atributo divino y divinizador). Presentido en el “sentir originario” que late en la existencia humana; por ello se ocupa en aquello que es sentido antes que razonado. “La verdad se ha dado antes que la razón. Y de ahí nace la irreprimible esperanza de algunos de que la razón no sea un sueño, sino algo distinto a este dar cuenta del antes, del después, del ahora. Pues de lo que se trata, como alguien nos dijo, es de volverse niños; más hay que interpretarlo como volver a ser criaturas, despersonalizar a la historia que está suplantando al “sentir originario” apresado ya por la razón” (Zambrano, 1989a: 54).

La reducción del ser humano a la “psique” es el principal obstáculo para descubrir el sentir originario; esta -al hacerse omnipresente- no deja espacio al sentir.

La psique se enseñorea, tiende a ello, a ampliarlo todo, a poseer. Su esencia, si la tuviera, sería la posesión de la totalidad, valiéndose de la destrucción de la unidad anterior.

La psique se revela en sueños; ocupa tiempo, como si fuera real. Hay sueños “monoeidéticos” que abren las puertas del sentir originario y de la verdad. Son los sueños del ser, los sueños trascendentes, los sueños reveladores que pueden darse en un instante; mientras que los sueños de la psique han ocupado mucho tiempo para desarrollarse, a veces criminalmente, para ocupar la vida del sujeto, para comprometerle en una acción falsamente reveladora. Edipo y la Efigie” (Zambrano, 1989a: 55-56).

Y sabedora ella de que, en el ámbito del sentir y de los sueños, se encuentran claves significativas para la interpretación de los interrogantes y padecimientos que suscita el misterio que envuelve al hombre, se decide a indagar en este ámbito. En “Claros del bosque” insiste en la idea de que pensar es ante todo descifrar lo que se siente, señalando que, “El sentir originario sería esa zona, a veces entresijo, a veces una inmensidad inabarcable, donde los sentidos, la sensibilidad sensorial y el sentimiento, aparecen todavía unidos” (Molinero, 1979). Y de esa permanencia recóndita, brota la añoranza y el inquieto propósito de recomponerse, de reintegrarse.

El hombre, reducido a sujeto pensante en la modernidad, se encuentra sumido en un mar de contradicciones porque ha perdido las referencias. Pero su condición de ser trascendente le aboca a encontrar la luz, a buscar su centro y origen.

El centro es la salvación de las contradicciones y negaciones hasta ahora señaladas en la situación del sujeto. Si no fuera imantado por un centro que atraiga a la psique, ávida y desvalida; al sentir originario aprisionado por su propia circunstancia; si no hubiese un centro que se sobreponga a las circunstancias mismas, por mucho que cuenten en la vida del sujeto, a la historia y sus maleficios, el hombre no sería trascendente (Zambrano, 1989a: 56-57).

El hombre, desde su interior, se siente proyectado, atraído. Es el amor el sentimiento que actúa como motor, como centro en torno al cual se va desplazando -en rotación, de manera generativa- la construcción del ser persona.

En el arraigo primigenio y en la esperanza de infinitud final, se explican los temores y anhelos que acosan al hombre al descubrir su trascendencia.

Toda la vida humana está en tránsito, y la no humana también. La vida es tránsito. Hay que lograr que en este ser llamado humano, dotado de pensamiento, el transitar sea transcender, es decir, sea creador, creador de un tiempo nuevo. Esta condición del deambular sin por ello cambiar de lugar, envuelve y señala nuestro afán de encontrar en este universo el lugar natural de esta impar criatura que se llama “hombre” (Zambrano, 1989a: 97).

He aquí la clave de nuestra condición trashumante: que el hombre se trascienda y, trascendiéndose recupere su unidad, se reintegre. Una trascendencia que resulta ambivalente, porque si bien le hace padecer en su “sentirse”, también le impulsa a desplegar su vocación creadora e integradora.

Conclusión

Como certeramente señala Castañón, “Zambrano ha tenido la audacia intelectual de situar la cuestión de la filosofía en terrenos poco frecuentados hasta hace poco por el pensamiento sistemático -el alma, el despertar, el sentimiento, los sueños, la piedad, los dioses-, terrenos de hecho vedados, ilegítimos desde el parecer del más intransigente positivismo” (1998: 90). Quizás por ello, su pretensión de interpretar el dato científico sobre la realidad humana, ha sido acusada de derivar en un ejercicio poético que solo alcanza a expresar subjetividad y emoción. Por ello no pocos la menosprecian, como una filosofía poco “científica” y nada académica, que se reduce a un lirismo que divaga sobre la condición humana. Sin embargo, lo cierto es que Zambrano encaminó su quehacer filosófico a la observación de lo humano, desarrollar el saber sobre el alma y recuperar viejas fuentes de conocimiento; persuadida de que no puede explicarse adecuadamente al hombre desde una visión unidimensional, si se desconoce su carácter integral o se obvia el universo espiritual. Por eso, ella enriquece su reflexión con aportaciones sugerentes del mundo mitológico, de la antigüedad clásica, del mundo espiritual de oriente y occidente, de la mística, etc. Trabaja con ciertos resabios de eclecticismo y con una notable influencia de la simbología, bíblica y cristiana. Su reflexión bebe, sin complejos, de las fuentes de la filosofía realista y de la teología católica. Es una “librepensadora” en el sentido más amplio del término. No se dejó vencer por el prejuicio positivista, ni por el materialismo, ni por el racionalismo intelectualista, no se dejó encasillar en escuelas o sistemas que acaban reduciendo la realidad a materialidad. Coherentemente desarrolló una propuesta con capacidad de integrar, y dotar de unidad, la visión del hombre que el pensamiento contemporáneo recibió fragmentado e inconexo.

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1El ejercicio propio del quehacer filosófico presupone una actitud de apertura, de interrogación permanente, de relectura de la realidad sin ninguna clase de prejuicios. Quizá sea esta falta de “autenticidad”, la ausencia de esta libertad fontal, esta una de las claves de la crisis del pensamiento postmoderno.

2En la antigüedad romana se denominaba libertus a aquel esclavo que era liberado, pero mantenía un respeto filial a su antiguo amo, el patronus, profesándole un respeto filial. Nos parece adecuado aplicar el concepto al pensador que se libera de presiones ideológicas y mantiene su fidelidad a la razón y la verdad.

3Es necesaria una filosofía de alcance auténticamente metafísico, capaz de trascender los datos empíricos para llegar, en su búsqueda de la verdad, a algo absoluto, último y fundamental. ... La persona, en particular, es el ámbito privilegiado para el encuentro con el ser y, por tanto, con la reflexión metafísica, Juan Pablo II (1999).

4Recuérdense las diferentes etimologías que se han ofrecido sobre el origen de la palabra religión: (del latín, religio, que deriva de relegere, recoger, repasar, releer, o de religare, religar).

5 “María Zambrano adopta como método filosófico predilecto lo que llama la ‘razón poética’, siguiendo las huellas de Bergson, pero también una cierta tradición hispánica; se trata de un recurso a la intuición poética en el sentido amplio del término, que permite al corazón y al espíritu penetrar secundum quid en la esencia de las cosas mediante una simpatía de connaturalidad” (Guy, 1985: 310).

6Aquí encontramos una velada crítica a la segunda regla del método cartesiano: el dividir cada una de las dificultades... en todas aquellas partes que sean posibles y que sean necesarias para mejor resolverlas”.

7A esta gratuidad y ofrenda refiere Zambrano con estas palabras: “A quien prefirió la pobreza del entendimiento, a quien renunció a toda vanidad... la realidad le sale al encuentro y su verdad no será nunca verdad conquistada, verdad raptada, violada; no es ‘alezeia’, sino revelación graciosa y gratuita” (296).

8 “La razón-poética es una especial actitud cognoscitiva, un modo en que la razón permite que las cosas hallen su lugar y se hagan visibles. […] La razón-poética no es nada distinto de su puro quehacer: un modo de recibir el conocimiento” (Maillard: 43-44).

9Así lo describen, entre otros, María Cobos Navidad en “Recuperar ‘lo divino en el hombre’. Reflexión en torno a la obra de María Zambrano El hombre y lo divino” (1998); Zambrano en Al encuentro del alba (2004) o, más recientemente, Sánchez-Gey Venegas (2018).

Recibido: 10 de Enero de 2022; Aprobado: 10 de Junio de 2022

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