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Valenciana

Print version ISSN 2007-2538

Valenciana vol.15 n.30 Valenciana Jul./Dec. 2022  Epub Sep 29, 2022

https://doi.org/10.15174/rv.v15i30.671 

Reseñas

De Francia a México, de México a Francia: textos sobre el trayecto entre dos culturas

Yael David Vertty Velasco* 

*El Colegio de México

Kurz, Andreas; Estala Rojas, Eduardo. De Francia a México, de México a Francia: textos sobre el trayecto entre dos culturas. ,, México: Universidad de Guanajuato, 2018.


La historia cultural e intelectual de México y Francia está llena de cruces. Algunos se han vuelto parte del sentido común: la impronta de las ideas ilustradas en la independencia nacional, aunque ha sido matizada desde la academia, es una referencia constante en la conversación pública. Otros se han constituido en fructíferos campos de estudio, con la colaboración destacada de académicos franceses radicados en el país: pienso en las biografías de ilustres visitantes como André Breton, Benjamin Péret y Antonin Artaud publicadas por Fabienne Bradu en el Fondo de Cultura Económica, o bien en su compilación de textos sobre Octavio Paz y Francia hecha con Philippe Ollé-Laprune, otro referente en este tema.

En cualquier caso, como sugiere Andreas Kurz en la presentación del libro, el estudio de este vínculo está lejos de agotarse, sobre todo si consideramos que hasta ahora ha fluido casi siempre en una sola dirección. Los siete artículos aquí reunidos, si bien con una sola excepción no invierten el esquema de la influencia de Francia en México, logran mostrar que en este proceso de intercambio intelectual los actores mexicanos no han sido entes pasivos, sino que han recibido la cultura francesa con curiosidad, la han interrogado y en algunos casos le han dado un giro creativo propio. El punto de vista de cada capítulo es diferente, por lo que las apropiaciones francesas en el contexto nacional se filtran también por diversas miradas disciplinarias, lo que nos permite observar cómo operan en niveles tan distintos como la obra de un artista o la esfera pública de una época.

El primer artículo parte de uno de los mitos más caros a la relación entre ambos países, que es el afrancesamiento cultural del México decimonónico. A partir de un notable conocimiento de trabajos históricos y del estrecho lazo entre cultura y política en este periodo, se muestra que las élites mexicanas recurrirían a modelos alternativos para la independencia cultural de la nación, entre ellos el pasado propio. Mientras los liberales admiran la cultura y la ciencia de sus referentes franceses, desconfían de sus ambiciones expansionistas; por su parte, en los conservadores prima el miedo a las ideas revolucionarias y sus potenciales efectos nocivos en un pueblo que se supone inmaduro. La incipiente literatura nacional refleja el mismo ánimo: tras la guerra con Francia, los escritores idealizarán el pasado azteca y asociarán a los europeos con la corrupción moral y civil. Salvo la asimilación de tendencias simbolistas y decadentistas en el modernismo mexicano, el afrancesamiento porfirista se reduciría a la moda y a ciertos estilos de vida.

Posteriormente, nos encontramos con un estudio sobre el papel de los libreros franceses en el siglo XIX mexicano, cercano a la historia cultural de un Roger Chartier o de Robert Darnton. A pesar de que desde la primera década de independencia el establecimiento de bibliotecas, imprentas y otras empresas editoriales son una prioridad, la inestabilidad política impide proyectos de mayor calado como el impulso a la lectura. Es hasta el triunfo de 1967 cuando las circunstancias son más propicias, mientras las premisas del positivismo solo refuerzan la idea de la educación como elemento de orden y progreso. En este escenario, la librería Rosa y Bouret, resultado de la fusión de dos casas francesas, tiene un rol central en la edición de libros en español para exportar a América Latina. El repaso de sus fuentes de datos indica un interés claro en la difusión de conocimientos científicos y tecnológicos, pero también en áreas más sociales como la psicología y la filosofía.

El primer texto que se ocupa de un personaje en particular es el que analiza el pensamiento de Henri Bergson en la obra filosófica de José Vasconcelos, un punto de vista original en relación con sus lecturas más sociopolíticas. De entrada, el autor presenta al bergsonismo y su influencia en México no como una mera reacción al positivismo: más que negar los valores del pensamiento científico, este buscaba una metafísica que dialogara con la ciencia, una tesis respaldada por las interpretaciones de Bergson que argumentan que no fue un enemigo de Kant o del idealismo alemán. Ahora bien, tras una detallada revisión de conceptos, la forma en la que estos pensadores plantean la relación entre arte y filosofía diverge en una cuestión fundamental, pues Vasconcelos estatiza el tiempo del acto estético, lo hace un instante eterno, idéntico a sí mismo: un enfoque monista opuesto al dualismo bergsoniano en el que espíritu y materia difieren en naturaleza, no en grado.

Decía que un capítulo revisa una de las vías por las que México influye en Francia: es aquel sobre las técnicas surrealistas, las cuales tienen paralelismos con la manera en la que sus artistas entendieron al país. El surrealismo es un puente como pocos entre ambas naciones: una fue su pilar y la otra parecía ser su misma expresión. Muchos de sus impulsores encontrarían en el territorio mexicano no solo una fuente para sus procesos creativos sino un imaginario que les ayudaría a darle solidez a su movimiento. La fascinación por lo precolombino o el pasado legendario, la revolución, el quiebre de distinciones entre arte popular y de élite, la integración del artista a la sociedad: los elementos que admiraron los surrealistas podían tener un carácter ingenuo o artificial, pero sirvieron para la confirmación de sus premisas, para la captura del inconsciente sin intermediarios a través de técnicas libres o más premeditadas.

Regresamos a los estudios de casos individuales con el quinto artículo, centrado en la huella de Paul Valéry en Salvador Elizondo y su método. Si la presencia del francés en la formación y en la obra de Elizondo es conocida, desde sus traducciones hasta el célebre ensayo “El método de Paul Valéry”, eco del texto que este hiciera sobre Leonardo Da Vinci, la autora nos descubre un aspecto más profundo, que es la forma en la que su ideario subyace en el proyecto del autor de Farabeuf. La afinidad entre ambos, a grandes rasgos, se basa en una misma obsesión intelectual: la relación entre operaciones mentales y el acto de escribir. Elizondo no busca la representación de la inteligencia absoluta en un Edmond Teste, pero el camino que traza Valéry lo lleva a ver en la escritura un espacio de experimentación en el que se revela cómo opera el pensamiento o, dicho de otro modo, una posibilidad demostrativa de los esquemas del espíritu, indescriptibles según su maestro.

El penúltimo texto repasa los “Inventarios” de José Emilio Pacheco y los motivos franceses que se encuentran en estos desde la idea de la galería: aquellas estampas y retratos del mundo que integran esta faceta peculiar de la obra del poeta. Ya que el siglo XIX es uno de sus temas cardinales, es normal que Pacheco rinda homenajes a esos escritores viajeros como Rubén Darío en París. De esta fijación decimonónica vienen otros tópicos como el instante, el paso del tiempo y lo que las ruinas nos dicen sobre una época, interés que culminaría en su traducción de París, capital del siglo XIX, de Walter Benjamin.

Finalmente, la exposición Los inmateriales, realizada en 1985 en París, sirve al último artículo como punto de partida para una reflexión sobre la modernidad y la posmodernidad en espacios donde el paso de una a otra no se puede dar por descontado. En resumen, lo que se nos propone es un recorrido -la metáfora museística es clave- por las reacciones estéticas mexicanas que manifiestan e incluso anticipan las ideas de la posmodernidad occidental según los planteamientos de Jean-François Lyotard. El autor describe las diferentes fases de las concepciones históricas del arte hasta llegar a la historia figural lyotardiana, cuyos preceptos se ilustran con artistas como José Clemente Orozco, Carlos Fuentes, el pintor del siglo XVII José Juárez o el poeta decimonónico Antonio Plaza.

Como mencioné al inicio, el gran aporte del libro radica en exponer la complejidad de los procesos de recepción en la historia intelectual mexicana. Es decir, ilumina la forma en la que influjos del exterior como aquellos provenientes de Francia, aunque valiosos en sí mismos, se modifican al aparecer en un contexto tan distinto e interactuar con problemas políticos, la imaginación literaria o las características de la sociedad mexicana en sus diferentes etapas. Podríamos tomar ejemplos específicos de cada intervención, pero quisiera mencionar solamente tres apuntes generales que nos ayudan a esclarecer esta cuestión.

El capítulo sobre el afrancesamiento en el siglo XIX mexicano es un buen ejemplo de cómo avanzar hacia una lectura más crítica de esta conexión cultural. Se sabe que, a diferencia de la tradicional historia de ideas, en la práctica la nueva historia intelectual ha dejado de hablar de influencias para enfocarse más en discursos o conceptos. No es el lugar para extenderme en este cambio, pero basta con subrayar un supuesto metodológico: se deja de asumir una relación directa entre ideas y eventos para concentrarse en el despliegue de ciertos lenguajes en circunstancias particulares. Me parece que, en este sentido, el texto de Andreas Kurz dialoga con los estudios que han cuestionado la supuesta tradición ilustrada que habría impulsado a los protagonistas de la Independencia.

Entre otras cosas, lo que se ha intentado ha sido contextualizar las fuentes con el fin de captar qué implicaba ser “ilustrado” en este escenario específico. Se ha demostrado que muchos actores de la Independencia a quienes les atribuimos esta filiación rechazaban ciertos rasgos asociados a los philosophes, e incluso se valían del tópico negativo de la injerencia externa para acusar a sus rivales de lazos con el imperio francés. La idea que tenemos de una genealogía ilustrada y revolucionaria sería el efecto de las acusaciones mutuas entre bandos rivales, como lo es en parte la noción del afrancesamiento en el México decimonónico. Un buen ejercicio complementario sería revisar discursos en el campo científico y literario: no solo para matizar la idea de una importación acrítica del positivismo, sino para entender la incorporación del simbolismo y del decadentismo francés en el marco amplio de la creciente especialización de los campos y la progresiva autonomía del arte.

Otro buen parámetro para revisar la traducción de discursos y tendencias intelectuales francesas es la forma en la que los captan figuras de la cultura mexicana. Además, las diferencias en los análisis sobre Vasconcelos y Elizondo revelan un aspecto que me interesa resaltar. En el caso de la presencia de Bergson en la obra del mexicano, vista desde el ámbito filosófico, su apropiación parece tener un carácter más incidental en la medida en que el énfasis del autor está en las categorías bergsonianas, las cuales se contrastan solo de forma breve y al final con el monismo estético de Vasconcelos para mostrar que este llegó a conclusiones opuestas. Más allá del argumento general, que es convincente, la falta de una explicación sobre por qué Vasconcelos habría leído así a Bergson da la impresión de que el objetivo del estudio es probar un malentendido. Por supuesto, este un camino válido, pero obstaculiza la problematización del proceso de recepción de ciertas ideas, ya que parte de un contraste entre un modelo “original” y sus “deformaciones” al ser importado, sin profundizar en las razones de estas diferencias.

El capítulo sobre Valéry y Elizondo, por el contrario, sortea estas tensiones de una manera sobresaliente: aunque se nos ofrece un punto de referencia, el cual es una reconstrucción muy completa de las premisas del francés, el núcleo del análisis no deja de ser la forma en la que Elizondo las despliega en su proyecto literario personal. Incluso cuando se aleja de aquellos propósitos a los que podríamos llamar “originales”, esto no constituye un inconveniente, sino un punto de interés. No quiero dejar de mencionar otras reflexiones que suscita este artículo: el paralelismo con Valéry invita a cuestionar el nexo de Elizondo con corrientes como el nouveau roman y nos ayuda a apreciar la cercanía que siempre manifestó, más bien, con autores como James Joyce.

Sin embargo, en el plano general de la relación entre México y Francia, me parece fundamental subrayar dos tipos de aproximaciones a esta historia intelectual: las que parten de la noción de un aparato conceptual primigenio y original del que se distanciarían sus seguidores en otros países, sin indagar mucho en las causas, y las que hacen de esas torsiones inevitables un marco en el que se llegan a desarrollar propuestas propias. Son estas últimas, a final de cuentas, las que más se acercan a ese ideal de subvertir la unilateralidad con la que se tienden a leer estos intercambios.

De aquí paso al último punto, en el que simplemente quiero reafirmar la relevancia del artículo sobre el surrealismo, al exponer la influencia de México en Francia mediante el papel que el imaginario mexicano jugó en la consolidación del movimiento. Esta operación abre algunas líneas que podrían explorarse, como el contacto entre este repertorio y algunos estudiosos de lo sagrado y lo ritual, lectores de Émile Durkheim y Marcel Mauss, en círculos como el de Georges Bataille y la revista Documents. Asimismo, sería importante extender el análisis hacia lo que los artistas nacionales le aportaron no solo en esta fase temprana, sino una vez que los cambios en el campo cultural francés de la posguerra lo relegaron, pues tendría su segunda vida en América Latina en un momento en el que la región reemplazaba a una Europa destruida como el lugar de la utopía.

No cabe duda de que la relación entre México y Francia, cuya cercanía suele hacernos creer que sabemos todo sobre ella, es un terreno con muchas parcelas por descubrir aún. La colaboración institucional que está en el origen del libro, entre la Universidad de Guanajuato, la Alianza Francesa y el Mexican Cultural Centre, indica que este interés es recíproco y debería ir creciendo. Quienes se interesan en el tema harían bien en seguir las directrices que marca este completo y sugerente estudio.

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