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Valenciana

Print version ISSN 2007-2538

Valenciana vol.14 n.28 Valenciana Jul./Dec. 2021  Epub Oct 18, 2021

https://doi.org/10.15174/rv.v13i28.517 

Misceláneo

«Los amigos esclavizan, hijo». Las figuras de autoridad y la masculinidad hegemónica en “Un boleto para cualquier parte”

«Friends enslave, son». Authority figures and hegemonic masculinity in “Un boleto para cualquier parte”

Alejandra Silva Lomelí* 

*Universidad Nacional Autónoma de México, México lasilvalomeli@gmail.com


Resumen

El presente artículo ofrece un análisis del cuento “Un boleto para cualquier parte”, que está incluido en el volumen Tiempo destrozado (1959), primer libro de relatos de la autora mexicana Amparo Dávila. El protagonista de este relato es un hombre llamado Marcos que tiene una vida aparentemente habitual: es empleado, novio de una mujer llamada Irene y su madre reside en un lugar donde recibe las atenciones y cuidados necesarios. Sin embargo, a lo largo de la narración observamos que el desarrollo de la cotidianidad de Marcos representa para él cumplir una serie de expectativas y responsabilidades sociales que lo agobian. La idea central de la presente propuesta de análisis es que dichos compromisos están vinculados con el modelo de masculinidad hegemónica, misma que sobrepasa las capacidades y deseos del protagonista. Abrumado por su entorno, Marcos compra un boleto de ida a cualquier parte para escapar de las múltiples situaciones terribles que imagina. Sin embargo, esta acción crea una paradoja, pues al huir mantiene y fortalece las relaciones de poder que pretende evitar.

Los estudios de género, particularmente los dedicados a las masculinidades, son el fundamento teórico de esta propuesta. Las reflexiones e investigaciones de Judith Butler, Raewyn Connell, Robert McKee Irwin y Mark Millington guiarán nuestras observaciones acerca de las figuras de autoridad, la masculinidad hegemónica y su relación con el personaje de este relato.

Palabras clave: Amparo Dávila; narrativa mexicana; género; masculinidad; autoridad

Abstract

This article shows an analysis of the short story titled “Un boleto para cualquier parte” contained in the volume Tiempo destrozado (1959), the first book of stories published by the Mexican author Amparo Dávila. The protagonist is Marcos, a man who seems to have a typical life: he is an employee and has a girlfriend named Irene, and his mother lives in a place where she receives the necessary care and attention. However, as the story develops, we can observe how Marcos’ everyday life actually represents to him the obligation to fulfill a series of expectations and social responsibilities that overwhelm him. The central idea of this analysis is that such commitments correspond to a model of hegemonic masculinity, which exceeds Marcos’ abilities and desires. Exhausted by his life, the character buys a one-way ticket to any place in order to escape the multiple terrible situations that he imagines. Nevertheless, this action becomes a paradox as his running away keeps the power relations that he intends to avoid.

Gender studies, especially those focused on masculinities, are the theoretical basis of this proposal. The research and reflections of Judith Butler, Raewyn Connell, Robert McKee Irwin and Mark Millington guide our observations about the authority figures, the hegemonic masculinity and its relation to the character.

Keywords: Amparo Dávila; Mexican narrative; Gender; Masculinity; Authority

Introducción

En años recientes, la obra de la escritora zacatecana Amparo Dávila ha recibido una creciente atención por parte de los lectores y de la crítica especializada; la reedición de sus libros en 2009 bajo el título Cuentos reunidos (Fondo de Cultura Económica), que incluye una colección de relatos hasta entonces inédita denominada Con los ojos abiertos, es al mismo tiempo resultado y origen de un patente interés por su narrativa. Varios estudios académicos relevantes han abordado la obra desde la teoría de lo fantástico o se han dedicado al análisis de temas como el bestiario o lo siniestro. Sin embargo, otros investigadores han señalado la diversidad de contenidos en los cuentos de Dávila y la pertinencia de reflexionar sobre ellos desde otros conceptos teóricos; a esta propuesta se suman especialistas como Regina Cardoso y Laura Cázares, quienes en la introducción del volumen Amparo Dávila: bordar en el abismo afirman que “las características de algunos de sus cuentos más conocidos han llevado a la crítica a encasillar su obra narrativa en el ámbito de lo fantástico, sin tomar en cuenta que otros textos de ella no necesariamente caben en este apartado” (2009: 13).1

Con esto en mente, el presente artículo ofrece una lectura del cuento “Un boleto para cualquier parte”, contenido en Tiempo destrozado (1959), que ha recibido menor atención por parte de la crítica respecto a otros relatos que conforman este primer libro de la autora. La idea central de nuestra propuesta de análisis es que el personaje, abrumado ante la dificultad que representa cumplir con las expectativas que la sociedad ha atribuido a una masculinidad hegemónica, se escapa de múltiples situaciones imaginarias que revelan sus temores; sin embargo se crea una paradoja, pues al huir mantiene y fortalece las relaciones de poder que pretende evitar.

Las reflexiones y conceptos que Raewyn Connell expone en su multicitado libro Masculinidades serán un referente importante para nuestro trabajo; la teoría de Judith Butler guía nuestras consideraciones sobre la constitución del género, a la vez que es una de las bases teóricas de las investigaciones tanto de Robert McKee Irwin como de Mark Millington. El libro Mexican Masculinities, de McKee Irwin, nos ofrece las particularidades de este complejo tema al examinar concretamente los textos que han discutido la masculinidad del mexicano; igualmente la obra de Millington titulada Hombres in/visibles. La representación de la masculinidad en la ficción latinoamericana, 1920-1980 es fundamental para sustentar nuestra propuesta, pues seguimos algunos de sus planteamientos para observar el devenir del personaje de Dávila desde la perspectiva de la teoría de género.

Este marco teórico, el de género, ha sido referente para varias investigaciones dedicadas a la obra de la autora zacatecana; sin embargo, como señala Maricruz Castro Ricalde, el interés se ha centrado en un grupo específico: “los personajes femeninos de sus relatos […] han acaparado la atención, aun cuando varios de sus protagonistas son varones” (2009: 121). Si bien es cierto que Dávila expone en sus obras “la problemática femenina […] en donde se hace evidente la opresión patriarcal” y “se nota en estos relatos la pervivencia de las fuerzas opuestas que no permiten que la mujer actúe de forma absolutamente independiente” (Cardoso y Cázares, 2009: 14-15), consideramos oportuno incluir en estos estudios la representación de los personajes masculinos, pues en algunos casos comparten con su contraparte femenina ese “mundo que quieren abolir o del que desean escapar, [aunque] esto les resulta imposible, ya que les es tan inherente que forma parte de sí mismas” (Cardoso y Cázares, 2009: 14-15), tema del cuento que abordaremos.

Investigadores como Adriana Álvarez y Pedro Montes de Oca se han ocupado del análisis de este relato en particular, y si bien no recurren a la teoría de género para sustentar sus planteamientos, ambos coinciden en que el personaje se ve aquejado por las presiones sociales y por situaciones opresivas que lo igualan a algunos personajes femeninos de Dávila. Montes de Oca señala que otros cuentos de Dávila, además del que nos ocupa, son protagonizados por personajes masculinos que están sometidos; por su parte, Álvarez subraya que “el protagonista de ‘Un boleto para cualquier parte’ [está] aterrado, entre otros factores, por ser responsable de su madre y por las convenciones sociales que rodean al matrimonio” (2016: 61), apreciación que secundamos y que pretendemos problematizar.

El presente artículo está dividido en tres secciones; la primera aborda el contexto social en el que Marcos se desenvuelve, su normalidad, las expectativas que se tienen sobre él y los conflictos que estas causan en el personaje; se exponen algunas características de la masculinidad hegemónica, y se detallan las razones por las cuales Marcos no puede estar incluido en este tipo de masculinidad, más aun, cómo sus relaciones con este modelo son problemáticas. El segundo apartado aborda la acción que desestabiliza al protagonista y detona en él una serie de cavilaciones que exhiben sus miedos más profundos, todos ellos efecto de la presión social que ha recibido hasta este momento; se plantea la paradoja que resulta de la (in)acción de Marcos. Finalmente, se ofrecen unas breves conclusiones.

“Empezaba a cansarlo aquella urgencia”. Marcos ante las figuras de autoridad

“Un boleto para cualquier parte” se caracteriza, entre otros aspectos, por su brevedad; ya en las primeras líneas se presenta un personaje que posterga tomar decisiones, permanece en situaciones incómodas o perjudiciales mientras eso le evite la confrontación, y valora especialmente las enseñanzas maternas para actuar en su cotidianidad, pero sobre todo, al sentirse obligado con cumplir un deseo ajeno, percibe su falta de libertad:

Dejó a los amigos que insistían en que se quedara con ellos y salió del club.

No podía más, las piernas se le estaban entumeciendo. Casi tres horas sentado. La sinfonola tan fuerte, demasiado humo […] Y no creyeron cuando les dijo que tenía trabajo en su casa. Marcos se había puesto serio. ‘Los amigos esclavizan, hijo’. Tenía razón su madre, ya no disponía de libertad ni para irse a su casa cuando quisiera (2011: 24; las cursivas son nuestras).

Es evidente que Marcos, más que disfrutar ese tiempo con los amigos, había padecido la atmósfera que lo rodeaba y la inmovilidad, por lo que salir parece la opción más conveniente; sin embargo, se hace énfasis en el número de horas que resistió la situación adversa, lo cual habla de un personaje masculino que vacila para tomar decisiones en beneficio propio porque tiene mayor trascendencia la opinión que sobre él puedan tener sus amigos. Existe una contradicción entre su voluntad y lo que se espera de él, un conflicto que persistirá y se incrementará a lo largo de la narración hasta convertirse en una incontrolable angustia en el personaje. A pesar de que finalmente abandona el lugar, recurre a un pretexto para justificar su retirada, pero sobre todo para evitar decir la verdadera razón por la cual prefiere regresar a casa; esto es una constante en el personaje: sus esfuerzos estarán dedicados a congraciarse con los demás para evitar la exclusión y el ridículo, por lo que dará mayor importancia al posible juicio de quienes lo rodean que a sus propias preferencias o aspiraciones.

Las relaciones de autoridad que reconocemos en este fragmento retratan las dinámicas de un sistema cultural que impone a los hombres un modelo de conducta específico que pretende mantener una jerarquía entre los grupos sociales: el de la masculinidad hegemónica o dominante. El proceder de Marcos, pero sobre todo la reflexión que realiza a propósito de lo sucedido en el club, nos indica que se sitúa en una posición desventajosa respecto a sus compañeros y, más importante, que se siente forzado a cumplir con dicho código social. En este sentido, el propio nombre del protagonista podría aludir a su incapacidad para moverse libremente en el ámbito de sus relaciones cotidianas, e incluso en sus posibilidades de desplazarse por los espacios; está enmarcado por múltiples circunstancias que lo ciñen.

Connell explica que la masculinidad hegemónica “puede definirse como la configuración de la práctica de género que incorpora la respuesta aceptada, en un momento específico, al problema de la legitimidad del patriarcado” (2015: 112), afirmación que nos permite comprender, en un primer momento, que Marcos se empeña en mantener una imagen para ser aceptado socialmente, aunque eso conlleve su constante agobio y la limitación para realizar aquello que desea; en un segundo momento, la afirmación de Connell da cabida a que observemos la forma en que Amparo Dávila manifiesta en su cuento un tipo de masculinidad que procura mantener un sistema que se sustenta en la disparidad y que funciona con base en relaciones de dominio y subordinación, que aunque históricamente ha sometido en especial a las mujeres y grupos sociales desfavorecidos, controla también el devenir de los hombres; y sobre todo subraya que esta representación que hace la autora está en función de discutir dicho sistema y ponerlo en crisis.

Por su parte, al explicar las características de la masculinidad hegemónica, Millington comenta que “si adoptáramos una postura positiva, podríamos hablar de rasgos como: fortaleza, confiabilidad, aguante, decisión, asertividad e independencia” (2007: 37), características que por supuesto no son inherentes al individuo sino que son expectativas que la sociedad le atribuye y que, una vez internalizadas por el sujeto, formarán parte de la autodenominación. Es importante advertir que Connell menciona el problema de la legitimidad del patriarcado, lo que indica que este último se encuentra en un constante riesgo; esto explica la presión ejercida sobre el individuo para que se apegue a este modelo de masculinidad, pues su incumplimiento amenazaría la ilusión de superioridad de un grupo sobre otro y, por otro lado, a nivel personal, lo convertiría en un ser marginal y vulnerable, excluido de la comunidad dominante. A este respecto, Judith Butler advierte que

Actuar mal el propio género inicia un conjunto de castigos a la vez obvios e indirectos, y representarlo bien otorga la confirmación de que a fin de cuentas hay un esencialismo en la identidad de género. Que esta confirmación sea tan fácilmente descolocada por la ansiedad, que la cultura castigue o margine tan fácilmente a quien falle en representar la ilusión de un género esencialista, debería ser señal suficiente de que, a cierto nivel, existe el conocimiento social de que la verdad o la falsedad del género son solo socialmente forzadas, y en ningún sentido ontológicamente necesitadas (1998: 311).

Frente a sus amigos del club, Marcos actúa su género siguiendo los preceptos de la masculinidad hegemónica al permanecer en el lugar a pesar de las condiciones que le son desagradables, e incluso gana el juego que comparte con sus compañeros. Negarse a participar o exponer la razón por la cual prefiere salir del lugar habría provocado protestas y juicios, posiblemente la exclusión del grupo y, más importante, se habrían hecho cuestionamientos acerca de su tipo de masculinidad, y por lo tanto de su lugar en la relación de poder dentro de ese contexto. Robert McKee, quien reflexiona sobre la configuración del género específicamente en el caso mexicano, afirma que “Manhood is often achieved through certain competitive or ritual acts; men who do not perform these acts properly are seen as immature at best, or, more often, effeminate” (2003: XXI).2 De esta manera, la deficiente actuación del propio género, como dice Butler, le habría acarreado a Marcos ser considerado afeminado, una denominación que en el contexto de producción del cuento de Dávila era motivo de marginación y rechazo. Para evitar esta situación, es necesario que Marcos exhiba oportuna y satisfactoriamente una serie de comportamientos y acciones, afines al modelo hegemónico, que muestren al otro la reafirmación de su masculinidad no solamente en el club sino en su cotidianidad y en la vida privada, lo que genera una serie de expectativas que le resultan abrumadoras.

En el camino de regreso a su casa, Marcos mira la ventana de su antigua novia Carmela, evento que motiva un desbordamiento de sus pensamientos y recuerdos, mismos que se concentran en tres ejes temáticos: sus noviazgos, su vida laboral y su relación con la figura materna, los cuales están íntimamente vinculados y representan para el personaje una fuente de angustia, culpa y rechazo, como veremos a continuación.

Al reflexionar sobre su relación con Carmela, recuerda a la madre de esta en los siguientes términos: “lo observaba detenidamente de arriba abajo [sic]” y “la sentía en acecho siempre, pronta para agarrar” (2011: 24), un lenguaje que empata a la mujer con un animal cazador, frente al cual él estaría indefenso. Llama la atención que en su recuerdo Carmela pase paulatinamente a segundo término y sea la suegra quien ocupe un lugar central en la narración debido a la incomodidad que le provocaba a Marcos durante las cenas a las que lo invitaban; sin embargo, líneas más adelante Marcos reconoce que “había flores sobre el piano, coñac y cremas para después de la cena. No podía quejarse, lo habían atendido demasiado bien” (2011: 24). Dado que una gran parte del cuento se narra empleando el discurso indirecto libre, estamos instalados en la perspectiva del personaje y por lo tanto solo podemos conocer su percepción de la realidad, de manera que en este caso, al aceptar que fue tratado generosamente por la madre de Carmela, se enfatiza la parcialidad con que describe a la mujer en su recuerdo, mismo que está permeado por la molestia que le causaba sentirse comprometido a formalizar su relación con la joven. Esta última conjetura se confirma cuando, después de preguntarse con cierta nostalgia quién sería el actual pretendiente de Carmela, cambia bruscamente la secuencia de su evocación y termina con la analepsis al introducir el siguiente comentario: “Tenía que hablar con su jefe cuanto antes. Pedirle el aumento de sueldo con decisión” (2011: 24), un enlace de ideas que nos permite reconocer que su circunstancia actual no ha cambiado respecto a lo vivido con Carmela: el aumento de sueldo que se propone solicitar es necesario para que pueda contraer matrimonio con Irene, su novia actual.

En su reflexión camino a casa, Marcos apunta en reiteradas ocasiones la inevitabilidad de entrevistarse con su jefe y la importancia de obtener el ingreso extra para formalizar su relación, un deseo de su novia que se ha convertido en una exigencia por parte de la familia de ella: “Irene le preguntaba todos los días si ya había hablado con su jefe […] aseguraba que no le importaba esperar un poco; pero que en su casa opinaban de otra manera. ‘Te está haciendo perder el tiempo y al final no se casará contigo’. Empezaba a cansarlo aquella urgencia” (2011: 25); su vínculo amoroso está condicionado por otra convención: el matrimonio, del que depende que tanto Marcos como Irene sean aceptados en la sociedad, pues de la joven también se espera el cumplimiento de una serie de normas; más aún, el prestigio de la propia familia está de por medio, por lo que entendemos que la satisfacción de esta expectativa -instituir una familia en el matrimonio- no se limita a que Marcos normalice su noviazgo ante la comunidad, sino que influirá en el juicio que se haga de los parientes de Irene. Esto incrementa la presión que se ha impuesto al personaje.

Marcos continúa ideando en qué condiciones se presentará ante su jefe para realizar la petición y pondera la vestimenta, el diálogo y el tono con que llevará a cabo la entrevista, en la cual se autoimagina en situaciones desventajosas e incluso humillantes: “Pero si el señor A le dijera: ‘Me extraña que solicite usted un aumento, no parece necesitarlo…’ ‘Es que tengo que casarme’, agregaría inmediatamente. Así no estaba bien. Su jefe le diría: ‘¿Cómo es eso de que tiene que casarse?...’ Y él no podría soportar aquel tono burlón y mal intencionado” (2011: 25). Esta cita es relevante porque la selección de palabras enfatiza por un lado que Marcos piensa en su matrimonio en términos de una obligación que debe llevarse a cabo y no necesariamente un deseo que quiera realizar, y por otro lado manifiesta su autopercepción: un sujeto indigno del reconocimiento de su jefe, a quien no se atreve a pedir algo firmemente aunque ello se traduzca en una mejor situación económica, pues el propio Marcos considera que la razón para solicitar un aumento de sueldo está relacionada con una evidente necesidad y no con los resultados de su labor, por lo que el ingreso extra se presenta como una dádiva inmerecida y no como el pago justo por la ejecución de sus tareas. Teme no solo que le nieguen el incremento, sino exponerse ante un superior y que su petición motive una serie de sospechas sobre su vida privada, situación que, por otro lado, no podría controlar pero se esmera en evitar. El solo hecho de imaginar las diferentes posibilidades en que se podría llevar a cabo el diálogo con su jefe le provoca una zozobra que lo lleva a declarar: “¡Si Carmela fuera sola…!” (2011: 25), una frase reveladora en tanto sugiere, en primer lugar, que Marcos consideraría restablecer su relación con la joven si la suegra no fuera para él aquella figura de autoridad que reclamaría la formalización del noviazgo, pero que además evidencia la actual situación agobiante en que se encuentra, pues no solo la madre sino toda una familia espera que él actúe conforme a las expectativas sociales.

Dentro de los lineamientos de la masculinidad hegemónica, el hombre deberá ser el proveedor de su familia, situación que lo consolidará al mismo tiempo como jerarca con privilegios y como responsable único del bienestar material de quienes dependan de él. Al respecto, Connell afirma que este rasgo es uno de los más influyentes en la construcción de la masculinidad en Occidente, y para explicar el origen de esta norma social recurre a la investigación de Wally Seccombe, quien subraya que no es aceptada en todo el orbe y ubica su procedencia en la Gran Bretaña de mediados del siglo XIX, “cuando se realinearon diversas fuerzas sociales […] Las uniones gremiales adoptaron poco a poco el concepto del salario de la ‘cabeza de la familia o proveedor’, a cambio de hacer divisiones entre los obreros y las obreras, y entre quienes sabían el oficio y quienes todavía no estaban entrenados” (2015: 58). Dejando de lado la división entre la fuerza laboral de hombres y mujeres, tema que podría formar parte de otra investigación, la cita sugiere que el salario es la recompensa por la capacidad y el conocimiento del trabajador para realizar sus tareas, por lo que idealmente estaría acorde con el desempeño individual; en este sentido, resulta significativo que Marcos, lejos de tener el aplomo para solicitar el aumento de sueldo, se imagine en escenas donde el jefe le escatima un ascenso; es decir, el personaje se autodenomina en términos de ser un trabajador sin méritos que justifiquen una mejor paga. Pero también, siguiendo esta línea de pensamiento, lograr una mayor retribución representaría para él mayores responsabilidades.

A partir de las reflexiones de Seccombe, Connell concluye que “las definiciones de masculinidad se encuentran íntimamente ligadas a la historia de las instituciones y de las estructuras económicas” (2015: 58), de manera que para un sujeto educado dentro de la ideología patriarcal, ser proveedor implica mantener una relación de poder en el ámbito familiar así como un prestigio en el medio laboral y social, pues representa el reconocimiento por parte de sus superiores de que posee las habilidades y competencias para desempeñar su trabajo. El sueldo representa entonces no solo el poder adquisitivo, sino un poder simbólico. El insuficiente ingreso de Marcos, en este contexto, puede ser visto por los otros personajes como una prueba de su medianía como empleado, suposición que puede no ser cierta, pero que queda en entredicho ante la indecisión del sujeto para solicitar el aumento y, más importante, lo presenta también como un personaje sin autoridad ni dominio, característica que contrasta con el modelo de masculinidad dominante. Así, la insistencia de la familia de Irene se complejiza y trasciende la simple concreción del matrimonio, pues cumplir esta expectativa representa para Marcos enfrentar un sistema que tiene su propia dinámica de poder, en la cual sabe que está en desventaja.

Es en este contexto que resulta irónicamente significativo que, al salir del club, Marcos recuerde en particular la frase materna “Los amigos esclavizan, hijo” para reconocer su molestia por lo sucedido con sus compañeros, pues esta sentencia sugiere, por un lado, su apego por la madre y, por el otro, se presenta como una metonimia de su vida cotidiana, marcada por el agobio que generan las diferentes expectativas sociales y familiares, en donde está incluida la propia madre.

“El sombrío emisario” y el mensaje no entregado

Cuando Marcos finalmente llega a casa, la sirvienta le comunica que un hombre “muy serio, alto y flaco, vestido de oscuro” (2011: 25) lo había buscado varias veces, sin dejar recado y sin identificarse. Ante esta situación inusual, el personaje no sabe cómo reaccionar ni qué esperar, por lo que inicia una elucubración en donde una serie de situaciones adversas lo aquejan y él se considera un ser vulnerable e indefenso, incapaz de enfrentar las calamidades que imagina. Lo que anteriormente se había presentado como una presión social externa que lo angustia o atemoriza, se convierte, a partir de la visita del hombre, en elaboradas historias generadas en su mente que reflejan sus temores más arraigados.

Su primer pensamiento es que el desconocido le anunciará que la madre, quien está internada en un sanatorio, ha fallecido. A partir de este momento Marcos se autodenomina como X, lo que acentúa su subordinación e incapacidad de acción al dejar de tener una identidad definida para convertirse en un ser anónimo; asimismo, en otro nivel de lectura, dicho anonimato puede aludir a una comunidad indefinida y heterogénea de personajes masculinos que posiblemente compartan con él la sensación de zozobra ante las expectativas sociales. A pesar de que recientemente le informaron de la buena salud de su madre, X imagina diferentes situaciones en las que ella muere, por lo que su temor irracional se impone a las evidencias de la realidad externa, misma que, como mencionamos, no podemos conocer directamente. Así, desde la perspectiva del personaje, solo puede haber lugar para las posibilidades de tragedia. Al referir el sanatorio y los cuidados que recibe la mujer, conjeturamos la pertinencia de que se encuentre internada en un lugar especializado; sin embargo, X piensa que ha abandonado a su madre y es por esta razón que en su ensoñación se autocastiga por ello: no podría despedirse de ella, no vería su rostro por última vez antes del entierro, la muerte sería terrible y dolorosa; y la culpa se hace evidente con la reiteración de frases como “antes de morir ella lo habría llamado, sin duda, y él a esa hora tal vez estaba jugando con sus amigos o pensando en las piernas de Carmela”, “lo llamaba, lo llamaba…” (2011: 26). El miedo de perder a su madre se suma al remordimiento que siente porque no puede atenderla personalmente, situación que cobra mayor peso porque no se menciona a otro miembro de la familia, por lo que se asume que la responsabilidad de su cuidado recae solo en él; de esta manera, vuelve a presentarse la contradicción entre los deseos del personaje y sus ineludibles compromisos sociales cuando afirma: “No podía cuidarla lo suficiente, teniendo que trabajar” (2011: 26).

Una vez que ha dejado de lado la posibilidad de que el hombre vestido de oscuro lleve una noticia relacionada con la madre, imagina que se trata de un emisario enviado por la familia de Irene para comunicarle que han dado por terminada la relación debido a su tardanza para obtener el aumento de sueldo. Esta cavilación lo que refleja en realidad es el miedo que siente X de verse expuesto ante la sociedad y al mismo tiempo excluido de ella: “[los familiares de Irene] Eran capaces de todo. Y él entonces quedaría en ridículo. Le contarían a todo el mundo: ‘Le mandamos un emisario al pobre X, no volverá a poner los pies en esta casa […] Los veía riéndose de él” (2011: 26). La posible ruptura de su relación amorosa lo intranquiliza, pero lo que cobra mayor importancia en su divagación es el juicio que podría recibir por parte de la familia de Irene y todos aquellos que formen parte de un círculo social compartido, y sobre todo la burla de la que sería objeto. Se mostraría ante los otros como un sujeto que no cumple con los preceptos de la masculinidad hegemónica en la medida en que, según explica Millington, “el ‘imperativo’ cultural dominante en Occidente [es] que los hombres demuestren la capacidad de actuar (los hombres hacen cosas)” (2007: 116; cursivas en el original). La demora en la obtención de un mejor salario puede ser visto por los otros como resultado de la pusilanimidad de Marcos, pero para él la entrevista es motivo de desasosiego; sin embargo, aplazarla no resuelve el problema, sino que paradójicamente lo incrementa.

El tercer escenario que imagina es que en su oficina habrían descubierto un desfalco en las cuentas de las que X es responsable. A pesar de que el personaje reconoce lo improbable de esta situación, dado que siempre ha llevado sus cuentas exactas, recuerda que ese día el gerente “lo había mirado de una manera muy extraña” y le había dicho que al día siguiente revisarían su corte de caja (2011: 26-27) y esto le basta para elaborar una historia en la que él sería acusado de robo: el hombre vestido de oscuro sería el encargado de entregarle la orden de arresto, lo apresarían -aunque injustamente- y envejecería en una celda oscura, húmeda y miserable, y las condiciones de su encierro provocarían que se enfermara de tuberculosis. Se considera olvidado y abandonado por quienes lo conocieron, reflexión que manifiesta su miedo a ser excluido y evitado por los demás. En su ensoñación no considera la posibilidad de defenderse, no hay juicio ni abogados, de manera que se acentúa su autopercepción de individuo desvalido e incapaz de enfrentar por sí mismo un sistema de autoridad. Sus pensamientos revelan un personaje cuya creciente angustia lo ha llevado a un estado de paralización incluso en una situación imaginada.

En este contexto es significativo que X piense en las consecuencias que tendría su encierro, pues de nuevo concentra sus inquietudes en los tres ejes que hemos discutido: en primer lugar la madre, quien sería llevada a un sanatorio público en donde no tendría las atenciones adecuadas; Irene y su familia se enterarían de su encarcelamiento al leer el periódico y no habría forma de evitar que se hiciera pública la desacreditación de X, lo que a su vez daría paso a una serie de burlas y opiniones malintencionadas, mismas que solo él sabría que son injustas. Es decir, sus mayores miedos son perder la credibilidad; saberse expuesto, ridiculizado y excluido; estar encerrado y ser impotente ante las adversidades; ser incapaz de actuar para resolver los asuntos, y la pérdida inevitable de los seres queridos.

En el contexto de una ideología patriarcal en donde el hombre es valorado por su capacidad de acción y resolución de situaciones adversas, Marcos (ahora el señor X) se muestra imposibilitado para cumplir con las expectativas que los otros tienen sobre él, y en ese sentido su proceder no corresponde con el modelo de una masculinidad dominante. Lo paradójico es que su excesivo temor de ser rechazado por la sociedad en general, y por quienes comparten su cotidianidad en particular, lo lleva precisamente a no actuar, circunstancia que eventualmente suscitará su exclusión. Connell subraya que “no debe ser suficiente con reconocer que la masculinidad es diversa, sino que también debemos reconocer las relaciones entre las diferentes formas de masculinidad: relaciones de alianza, dominio y subordinación […] Aquellos que rechazan el patrón hegemónico tienen que luchar por encontrar una salida (o negociarla)” (2015: 67; cursivas en el original). Hemos podido observar que el personaje del cuento de Dávila se mantiene en una posición subordinada en sus dinámicas con la pareja, con la familia y en su trabajo, tres ámbitos principales en donde se establecen relaciones de poder influidas por la ideología patriarcal que lo abruma e intenta evitar.

Cuando el hombre vestido de oscuro regresa a la casa para finalmente entrevistarse con X, este decide escapar por una ventana para dirigirse a la estación de ferrocarril y comprar un boleto de ida para cualquier parte; desde su perspectiva, al eludir el encuentro con el visitante evitará que algunas de las terribles posibilidades que imaginó se concreten. Sin embargo, y de manera paradójica, al convertirse en un fugitivo permanente transforma lo imaginario en algo real: se autoexcluye de su comunidad; permite que se hagan conjeturas y comentarios sobre él, su conducta y su devenir; abandona efectivamente a su madre y, si bien no estará físicamente encerrado, permanecerá sujeto a un sistema cuyas dinámicas y expectativas lo oprimen. Su reclusión será entonces abstracta y ubicua. Teniendo en cuenta esta última propuesta de Connell que hemos referido, en donde explica que quienes se opongan a la estructura hegemónica necesitan enfrentarla para ejercer un cambio, el escape de X se convierte en una no-acción que mantiene vigentes las relaciones de poder que lo subordinan.

Breves conclusiones

Amparo Dávila elaboró, con la maestría que la caracteriza, un relato cuyo personaje principal es un hombre que, con la intención de evitar situaciones que él considera terribles, decide escapar de manera abrupta de su entorno laboral y familiar, cortando todo lazo que lo vincule socialmente. Al tiempo que esta acción es resultado del creciente agobio que le producen las expectativas y responsabilidades que se le atribuyen, es también la clara confirmación de que se reconoce como un hombre incapaz de enfrentarlas, cumplirlas o siquiera negociarlas. Sin embargo, dicho escape constituye una paradoja en la medida en que esta no-acción mantiene intactos los conflictos del protagonista -tanto los sociales como aquellos que provienen de su percepción de la realidad-, pero sobre todo en la medida en que propicia que las situaciones imaginarias que consideró insostenibles se concreten en la realidad.

Al seguir el planteamiento que hace Connell sobre la necesidad de que observemos los vínculos que se desarrollan entre los diversos tipos de masculinidad, este cuento de Amparo Dávila pone el acento en las dinámicas de poder que se establecen en relaciones cercanas, como la que se lleva a cabo entre amigos o con la pareja, lo mismo que en entornos más amplios y abstractos, como el laboral o el sistema de justicia. En todas estas relaciones sociales permanecen las expectativas de una adecuada actuación del propio género de acuerdo con el modelo de una masculinidad dominante. Para Marcos, esta situación es agobiante e insostenible, pues se da cuenta de que no solamente lo esclavizan sus amigos sino todos aquellos con los que se relaciona cotidianamente.

En este contexto en que las expectativas provenientes del mundo externo están en permanente discordancia con los anhelos y posibilidades de la mente figural, la llegada del mensajero desconocido a su casa da inicio a una situación irónica, pues el hombre nunca comunicará el mensaje que lleva a Marcos, pero este último revelará aspectos íntimos de su personalidad que exhiben, por otro lado, las formas de opresión que el sistema patriarcal ejerce en él.

Es importante resaltar que “Un boleto para cualquier parte” apareció en 1959, en el primer libro de cuentos de la autora. Proveniente de un contexto conservador y celoso del cumplimiento de los roles de género establecidos por la sociedad, Dávila problematiza las dinámicas y efectos del patriarcado en los personajes femeninos, pero también examina cómo dicho sistema, basado en el dominio del otro, ha creado un modelo de masculinidad que somete a los hombres. En este sentido, este y otros cuentos de Dávila forman parte de un corpus que podría ser estudiado desde la teoría de las masculinidades, un acercamiento crítico que respondería a esta relevante propuesta que Millington expone en su investigación: “lo que otros estudios futuros podrían analizar más de cerca, entre otras cosas, son las condiciones específicas nacionales, cuestiones étnicas y la perspectiva de las mujeres sobre la masculinidad” (2007: 339).

Así, estaríamos frente a una veta para la crítica literaria no solamente en lo que concierne a la obra de Dávila, sino de otras autoras mexicanas (e incluso latinoamericanas) que representan diversas manifestaciones de la masculinidad; en este corpus deben tener un lugar las obras de Elena Garro, Rosario Castellanos, Luisa Josefina Hernández o María Luisa Puga, por mencionar algunas de las más reconocidas, mismas que han sido referentes de una generación que en la actualidad está manifestando, desde una mirada crítica, las diversas formas de la masculinidad y sus conflictos. En este nuevo grupo encontramos a Cristina Rivera Garza, Ave Barrera y Fernanda Melchor, entre muchas otras.

Por lo anterior, continuar el estudio de la narrativa de Dávila (y de las demás creadoras mencionadas) desde este enfoque teórico podría darnos una perspectiva diferente sobre sus posturas frente a temas tan complejos y actuales como el patriarcado y las representaciones de las diversas masculinidades. Valga este análisis para destacar la vigencia y la importancia de los cuentos de Amparo Dávila.

Bibliografía

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1Este libro reúne las investigaciones de las integrantes del Taller de Teoría y Crítica Literaria “Diana Morán”, colectivo que se ha especializado en el rescate y estudio de la literatura mexicana escrita por mujeres. Es significativo que este volumen haya sido publicado casi de manera simultánea a la reedición de los cuentos de Dávila, ya que esta mención que sugiere diversificar la lectura y los acercamientos críticos coincidió con la reaparición de la obra.

2“La masculinidad es frecuentemente obtenida mediante ciertos actos rituales o competitivos; los hombres que no desempeñan estos actos de manera apropiada son vistos como inmaduros en el mejor de los casos o, más frecuentemente, como afeminados” (XXI; la traducción es nuestra).

Recibido: 01 de Enero de 2021; Aprobado: 13 de Marzo de 2021

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