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Valenciana

versión impresa ISSN 2007-2538

Valenciana vol.13 no.25 Valenciana ene./jun. 2020  Epub 15-Jun-2020

https://doi.org/10.15174/rv.vi25.432 

Artículos

Elena Garro y la visión del movimiento campesino en Morelos a través de su periodismo

The vision of the Campesino Movement in Morelos through Elena Garro's Journalism

Gerardo Bustamante Bermúdez* 

*Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, gerardbb81@hotmail.com


Resumen

En el presente artículo se revisan algunos textos de la producción periodística de la escritora mexicana Elena Garro en los que aborda el tema de los campesinos de Morelos y su lucha por visibilizar un conflicto agrario, así como la colusión del gobierno en turno y los terratenientes. Garro se convierte en la portavoz y activista que denuncia a través del ejercicio periodístico y sus estrategias discursivas el despojo de tierras; este contacto con el espacio campesino y su memoria cultural le sirven a la autora como material literario en ulteriores textos de ficción. La narradora recurre al periodismo y a su experiencia personal para construir su propia versión sobre el conflicto campesino a inicios de los años cincuenta del siglo pasado como una contribución en la que dejó registró de un tema local que tuvo resonancias a nivel nacional, sobre todo a partir del asesinato del líder campesino Rubén Jaramillo en 1962.

Palabras clave: representación; periodismo; campesinos; memoria; escritura

Abstract

In the present article some texts of the journalistic production of the Mexican writer Elena Garro in which she addresses the issue of the peasants in Morelos and their struggle to make visible an agrarian conflict and the collusion of the Government in office and the landowners are reviewed. Garro becomes the spokeswoman and activist who denounces through journalistic exercise and its discursive strategies the land dispossession; this contact with the peasant space and its cultural memory serves the author as literary material in subsequent fiction texts. The narrator uses journalism and her personal experience to construct her own version of the peasant conflict in the early fifties of the last century as a contribution in which she recorded a local issue that had resonances at the national level, especially after of the assassination of the peasant leader Rubén Jaramillo in 1962.

Keywords: Representation; Journalism; Peasants; Memory; Writing

Todo texto que aborda un tema social, sea o no desde el terreno de la literatura, posee elementos ideológicos, pues contiene las ideas del autor, las de su tiempo e incluso las de su clase social, mismas que dialogan con las de otros individuos, ya sea en el presente o en el futuro. Esta reflexión nos permite entender en primera instancia que un escritor -sea o no autor de ficción- establece un diálogo con los hechos pasados y con la historia del tiempo presente; habla desde un yo informado, pero también desde una praxis discursiva que permite, sobre todo cuando se abordan temas sociales, dialogar con su lector y, además, fijar su discurso desde una contribución utilitaria para la comprensión del hecho social.

En su conocido artículo “Hacia una ciencia del texto”, Terry Eagleton señala que un texto literario es productor de ideología en el sentido de que tiene una conexión con la historia como disciplina, pues, dice

el texto se nos presenta como una huida de la historia, más deportiva que la historia, como un revés y una resistencia a la historia, como una zona liberada momentáneamente en la que las exigencias de lo real parecen evaporarse, como un enclave de libertad en el reino de la necesidad […] La ilusión de libertad del texto es parte de su propia naturaleza, un efecto de su relación sobredeterminada con la realidad histórica (2010: 358).

El sentido histórico del texto opera, según Eagleton, desde la dimensión ideológica dominante porque la historia preexiste al texto a través del significado que se encuentra en el interior del texto en una especie de “pseudo-realidad”. La ideología, concluye, no es la verdad del texto, sino una aproximación subjetiva mediada por el significado que el autor le da al significante. En resumen, todo texto se basa en una visión del significado y significante que se materializan en una “ideología del texto”, es decir, en una significación como propuesta de lectura.

La actividad discursiva se traduce como una fuente de conocimiento de la producción individual con aquellas ideas colectivas que un autor asimila y escribe, ya sea bajo el discurso literario, el histórico, antropológico, social e incluso periodístico.

Un texto periodístico como la crónica, el reportaje o el artículo de opinión pueden convertirse en fuente de consulta historiográfica en el sentido de que documentan una época, sin embargo, es necesario señalar que la subjetividad, la militancia política y la experiencia vivida en los acontecimientos permiten también pensar que la verdad puede ser relativa, por lo que no se debe considerar como una verdad histórica única. Todo texto provee un diálogo con el tiempo, por lo que tiene un correlato contextual, pues de acuerdo con Lukacs,

Ya se trate de Aquiles o de Werther, de Edipo o de Tom Jones, de Antígona o de Ana Karenina, de Don Quijote o de Vautrin, el elemento histórico-social con todas las categorías que implica, es inseparable de lo que Hegel llamaba su realidad efectiva, de su ser en sí, de su modo ontológico esencial, para usar un término de moda. La singularidad puramente humana, profundamente individual y típica de estas figuras, su manifestación artística, está inseparablemente unidad a las circunstancias concretas, históricas, humanas y sociales de su existencia (1967: 22).

Los textos periodísticos son un registro del tiempo, de las sociedades y del presente que se revisa en el futuro. Sin embargo, resulta interesante destacar en este artículo que en el caso de la escritora mexicana Elena Garro podemos indagar que la subjetividad y la relación entre periodismo e imaginación -como elaboración literaria- poseen elementos en común, líneas fronterizas que un lector atento puede descubrir si indaga en otros documentos intertextuales que hacen pensar en la fabulación de ciertos episodios de la historia de México que vivió de cerca durante la década de los cincuenta del siglo XX. Los hechos ocurrieron, las personas referidas también existieron, pero declaraciones en entrevistas y el uso del material real en el registro del cuento “El árbol” y en la novela Los recuerdos del porvenir permiten, por decir lo menos, cuestionar la hechura periodística desde la fidelidad, como se mencionará más adelante.

Elena Delfina Garro Navarro (1916-1998), escritora prolífica, narradora imprescindible del siglo XX mexicano y dramaturga destacable fue también periodista; lo mismo trató asuntos sobre mujeres que temas sociales que pocos escritores contemporáneos -quizás la excepción sea el duranguense José Revueltas- se atrevieron a exponer y denunciar en las álgidas décadas de los cuarenta a sesenta del siglo pasado. Los textos periodísticos de Garro estaban dispersos principalmente en publicaciones nacionales, varias de circulación limitada, pero aparecieron recopilados por Patricia Rosas Lopátegui en el 2005 y en su nueva edición aumentada del 2016 bajo el título El asesinato de Elena Garro. Periodismo a través de una perspectiva biográfica. La primera edición contiene 105 textos de la autora, con un prólogo de la escritora Elena Poniatowska, en tanto que la segunda incorpora mayor cantidad de entrevistas con Elena Garro, reseñas sobre sus libros y comentarios de otros escritores; el prólogo a la segunda edición lo hizo María Luisa Mendoza.

En términos generales, los temas que aborda la escritora en sus textos periodísticos son la condición femenina de artistas mexicanas como Frida Kahlo e Isabela Corona; la sección de reportajes sobre cárceles y reformatorios para mujeres en México; la vida política de Carlos Alberto Madrazo y Javier Rojo Gómez en artículos de opinión; la política mexicana y el problema indígena desde el relato testimonial. Los géneros periodísticos que ejerce la autora a lo largo de su faceta como periodista son principalmente el reportaje, la entrevista, el artículo de opinión y el testimonio. Pocas veces habla sobre temas literarios.

Para los fines de este trabajo sólo revisaré un reducido número de textos que tienen relación directa con el cuento “El árbol” y con la novela Los recuerdos del porvenir, de la propia Elena Garro, pues me interesa señalar que en varios sentidos se trata de un trabajo de intertextualidad entre el periodismo y la literatura de la autora, lo que nos lleva a cuestionar los límites entre representación, ficción e ideología. A la fecha, hay muy pocos trabajos críticos sobre el periodismo de Garro, a quien se le conoce y difunde más como narradora y dramaturga. Su paso por el periodismo está mediado por el ejercicio dicotómico denuncia/subjetividad que, en sentido estricto, constituye un error si se acepta que la marca distintiva del periodismo en cualquiera de sus géneros es la objetividad.

Las décadas de los cuarenta a sesenta del siglo pasado fueron fecundas en la producción periodística de Garro, a pesar de que la crítica literaria y los escritores contemporáneos no tomaron la opinión de la autora demasiado en serio en parte porque, efectivamente, sus textos periodísticos varios tienen un cariz extremadamente subjetivo y parcial más cercano al artículo de opinión y a la crónica literaria que al periodismo de investigación o al reportaje. Un tema frecuentado por la escritora fue el caso de los campesinos de Ahuatepec y del líder agrarista Javier Rojo Gómez; cuando escribe, las loas de Garro son más que evidentes hacia el abogado de campesinos, pero también a la visión maternal de la autora que asume, aún sin conocer la reglamentación en materia jurídica y agraria, la defensa de una causa, además de que se interesa en tomar partido por los campesinos y recurre a la escritura como medio de denuncia. No hay en Garro una distancia sobre el hecho social, sino una empatía absoluta por el sector de los desprotegidos jurídicamente y explotados por los gobiernos en turno, tanto del Estado de Morelos como a nivel Federal. Esa es la motivación principal que la lleva a enarbolar la bandera en beneficio de una causa y a los lectores nos permite hacer una lectura testimonial alrededor de la posrevolución y del papel excluyente que han tenido los indígenas y campesinos incluso desde la Revolución Mexicana, pues el movimiento armado no satisfizo la demanda de estos grupos, sino que se observa que fueron parte de una lucha, pero sólo como recurso para que otros se instauraran en el poder y desde ese lugar beneficiaran a los de su clase.

En una serie de textos periodísticos, Garro registra de forma escrita la memoria colectiva1 y la interpretación personal -y por ende de clase- sobre un fragmento temporal y geográfico específico: el movimiento campesino en Morelos y la ideología de la lucha campesina encabezada por los ideales zapatistas, continuados a través del luchador revolucionario Rubén Jaramillo y sus seguidores a inicios de los años cincuenta del siglo XX. Estos relatos, escuchados por una autora letrada, son el registro de la visión personal sobre una comunidad, a la vez que tienen la intención de denunciar y registrar los acontecimientos en un texto que, con el tiempo, se lee como parte de la historia regional. Al respecto, conviene referenciar el artículo de Ute Seydel titulado “La construcción de la memoria cultural”, en donde hace una revisión teórica del concepto memoria y nos informa que Walter Benjamin llamó “memoria épica” a las historias y testimonios narrados por una comunidad con la intención de preservar un discurso, pero que con el tiempo, los teóricos que asimilaron el discurso de Benjamin acuñaron otros conceptos como “memoria cultural” y “memoria personal”. Particularmente la investigadora analiza los postulados de Astrid Erll y Jan Assmann. En el caso de Erll, entiende que por “memoria cultural” se concibe a los productos culturales que fijan un testimonio en textos literarios, documentales, fotografías y cualquier otro soporte, en tanto que por “memoria personal” entiende que se trata de testimonios orales y experiencias compartidas entre gente de la comunidad.

A decir de Ute Seydel, en la memoria individual los recuerdos son relacionados con percepciones, emociones y sentimientos subjetivos y esta forma de recibir la realidad es contraria a las representaciones colectivas porque se entiende que los individuos comparten un espacio comunal, creencias religiosas, parentesco y afinidades que les hacen pertenecer a un grupo social, ya que comparten códigos, creencias diversas e incluso una lengua. La memoria colectiva se da a partir de la interacción del grupo a través de la conversación como práctica cultural, por su parte, “la memoria individual que se manifiesta en la interacción con otras personas que pertenecen a una de las colectividades de la memoria determinadas, se transforma a lo largo de los años, en parte, bajo la influencia de la recepción de representaciones simbólicas” (Seydel, 2014a: 206).

Tomando en cuenta lo anterior, se entiende que Elena Garro recurre a los testimonios orales y a la experiencia personal para construir una versión diegética del conflicto campesino en Ahuetepec, Morelos; en su práctica comunicativa el significante campesino posee un significado que se asocia con la necesidad de ser protegido y representado dentro de las instancias de poder, es decir, con los latifundistas o con los representantes del gobierno en temas agrarios. Esa función la cumple Garro como activista, de tal forma que sus textos periodísticos sobre el tema son una verdad relativa porque le da al concepto campesino un significado personal, incluso asociado con lo vulnerable.

El discurso contestatario de Garro -el que escribió hace varias décadas- queda como una memoria personal registrada en el formato del género reportaje, pues es la periodista la que interpreta, asimila, investiga en fuentes orales y testimonia acontecimientos de una comunidad que no es la suya; aunque se involucra en el contexto de los indígenas campesinos y en su lucha por el despojo de tierras; es ella la que interpreta y representa a los otros desde la empatía y el coraje que le provocan las graves injusticias hacia sus entrevistados, que se vuelven incluso sus amigos, según su visión.

El semanario Presente!, fundado por el líder agrarista Cristóbal Rojas Romero en enero de 1959 acogió las varias publicaciones de la joven Elena Garro, particularmente aquellas en las que se ocupa de temas campesinos y del despojo de tierras a los nativos en manos de un grupo bien articulado de empresarios que, coludidos con los gobiernos en turno del Departamento de la Reforma Agraria, cometían una larga cadena de atrocidades no sólo ecológicas, sino de violación a los derechos humanos.

El problema campesino de las tierras de Ahuatepec procede de mediados de los años cincuenta del siglo pasado. Garro escuchó por primera ocasión el nombre del poblado morelense en 1952 en la casa de su cuñado, el pintor Jesús Guerrero Galván, casado con Deva Garro, mujer que estaba muy al pendiente de las atrocidades cometidas por el régimen político y latifundista. Así, entre enero y febrero de 1959, Garro publica por entregas en el semanario Presente! un texto en cuarto partes que titula “Breve historia de Ahuatepec”. Patricia Rosas Lopátegui, compiladora del periodismo de Garro, define estos textos como crónicas, pues “Garro no nos permite olvidar que no sólo es una luchadora social, sino también una escritora notable y una intelectual comprometida” (Rosas, 2016: 159). Por mi parte, y siguiendo las ideas de Juan Villoro sobre la crónica, observo que, en varios textos periodísticos de Garro sobre el tema campesino, existe una especie de trabajo periodístico que apenas si se diferencia de la ficción, sobre todo en el uso de los modos discursivos, particularmente del diálogo o la voz del entrevistado. A decir de Villoro, el género crónica:

De la novela extrae la condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato deliberadamente, con un final que lo justifica; de la entrevista, los diálogos; y del teatro moderno, la forma de montarlos; […] del ensayo, la posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos; de la autobiografía, el tono memorioso y la elaboración en primera persona (2012: 579).

Estas cuatro entregas sobre Ahuatepec son posteriores a la escritura de Los recuerdos del porvenir, novela emblemática de Garro que escribe entre 1951 y 1953 y también son posteriores a la escritura de la obra Felipe Ángeles, cuyo proceso de investigación en archivos inició en 1954. Ahora, como periodista, Garro vuelve sobre el tema del poder, que en general es uno de los grandes tópicos de toda su obra narrativa y de algunas de sus piezas dramáticas.

En “Breve historia de Ahuatepec”, la autora toma la voz narrativa para contar su relación con los campesinos de la región, así como su participación en el acompañamiento y defensa de los derechos de los desposeídos. La noticia inicial sobre el conflicto comunero la conoce a través del licenciado Gómez Arana, ferviente católico y miembro de partido Acción Nacional, quien le cuenta a Garro la confabulación de funcionarios, bancarios e industriales en contra de los campesinos despojados de las fértiles tierras morelenses. A decir de Garro, inicialmente no creyó el relato de su interlocutor, por lo que “La historia me pareció fantástica e increíble” (Rosas, 2016: 163). Esta apreciación, desde mi punto de vista, resulta importante para valorar el grado de objetividad de la periodista, sobre todo porque al reconstruir los supuestos diálogos con sus interlocutores, el trabajo narrativo se acerca más a la ficción que a los modos discursivos utilizados en ciertos géneros periodísticos, es decir, Garro relata desde el recuerdo de acontecimientos pretéritos y no desde el presente de la enunciación; además, no utiliza el recurso de la grabadora del periodista, tan útil en las entrevistas y reportajes, así como en los demás géneros en los que se recogerá la voz de los personajes. ¿Cómo puede entonces, reproducir diálogos cuando incluso han pasado casi siete años a partir de que conoce a los activistas campesinos? ¿La reconstrucción de la oralidad no es una interpretación personal de la autora para asegurar una empatía absoluta del lector por el hecho social referido?

La parte I de “Breve historia de Ahuatepec” se publicó el 11 de enero de 1956. El hilo narrativo es el siguiente: Garro se entera por el licenciado Gómez Arana de los despojos indígenas; ella se interesa por el asunto, pero dice no conocer al general Lázaro Cárdenas, quien puede ayudar en la causa; su hermana Deva Garro busca a Olivia Zúñiga, una amiga de Lázaro Cárdenas, aunque para esas fechas Zúñiga dice estar enemistada con el general. El final de esta primera entrega es importante porque el comentario de Garro está orientado hacia el olvido de la causa en tanto fenómeno mediático: “Me pareció que Olivia, aunque hubiera interrumpido la enemistad con Cárdenas, debería irlo a ver, si ése era el único medio de ayudar a esos desdichados. Pero la vida en la ciudad lo hace a uno olvidarse de todo y volví a olvidar la historia de Ahuatepec” (165).

Por su parte en la segunda entrega, aparecida el 25 de enero de 1959, en las páginas de Presente!, Elena Garro continúa la narración y los lectores nos enteramos que Deva Garro y Olivia Zúñiga acuden a la casa del matrimonio Paz Garro, en la ciudad de México y llevan a los campesinos Enedino Montiel Barona, a su esposa Antonia Ramírez y a la señora Rosalía Rosas Duque. Estos personajes resultan de suma importancia porque relatan su experiencia y resistencia frente al tema del despojo. Enedino pregunta a Deva y Olivia si existe la ley para los pobres; el campesino refiere que su tío Antonio fue general zapatista y que en el pasado a sus padres les marcaban la piel con hierro como símbolo de propiedad; el relato del campesino es un ejemplo de memoria colectiva que comparte con personas interesadas en los problemas de la comunidad, pero ajenas. Garro escribe: “sentí una gran vergüenza, no sólo por mí, sino por todos nosotros, los culpables” (166). Por su parte, Rosalía refiere la forma en que los pistoleros que trabajaban para los poderosos la golpearon y dieron por muerta: “me lastimaron la lengua -luego me la engraparon en la Cruz Roja de Cuernavaca-, y me dejaron por muerta. Mi hijo se vino corriendo a defenderme y lo mataron de un balazo en la frente. ¡Tenía diecisiete años!” (166). Esta segunda entrega cierra con la promesa de Garro de que se apegarán a las leyes agrarias como única posibilidad de hacer frente a los actos tan bárbaros en contra de una comunidad que resiste.

Por su parte, la tercera entrega, publicada el 1 de febrero de 1959 continúa con la historia de los tres personajes enunciados en la segunda entrega. Al parecer, la presencia de Enedino, Rosalía y Antonia se fija en el desasosiego de la dramaturga, quien se siente impotente por la historia inmediata. En esta entrega se mencionan los nombres de los asesinos del hijo de Rosalía Rosas. También se agrega el dato de el párroco del poblado es quien, en contubernio con los terratenientes, comienza a negar la comunión a los disidentes campesinos que se revelan al despojo de tierras. En esta entrega abundan las reflexiones de Garro respecto a la condición histórica de los indios y a su relación con el poder, incluso eclesiástico, pues el cura actúa, como sucede en las novelas indigenistas de la época, como el medio para amedrentar y debilitar movimientos campesinos, atemorizando con la idea del infierno. Escribe la periodista:

Mi experiencia en este caso de Ahuatepec iba a confirmar lo que siempre he creído, que hay dos Méxicos: uno, el minoritario, que goza de todos los privilegios; y el otro, el indígena, que vive privado de todo derecho y toda garantía. Sé muy bien que afirmar esto es un atentado. Sobre todo desde que la Revolución declaró a los indios bandera de la Patria. Pero desgraciadamente, la verdad oficial está muy lejos de la verdad (168).

En este texto, Garro semeja el problema indígena con la discriminación de los negros en Estados Unidos, sólo que considera que en el país del norte no hay reticencias en declarar el total rechazo hacia los habitantes de piel oscura, en tanto que en México se oculta el discurso racial y se adopta una falsa conmiseración.

Por su parte, la cuarta entrega, aparecida el 8 de febrero de 1959 pone en evidencia la frustración de Elena Garro al querer denunciar en los periódicos las condiciones inhumanas y el genocidio cometido por los grupos en el poder, pues a pesar de que aparentemente les interesa dar la noticia, la línea editorial no admitió que se mencionara el nombre del empresario y gerente del Banco Nacional de México, Agustín Legorreta, personaje adversario de los campesinos morelenses, según lo registra Garro. La autora refiere las peripecias vividas en su afán por querer que se conozca la verdad de sus amigos, pero no menciona el nombre del periódico que le negó la publicación de la nota, aunque se trata del periódico Excélsior, pues menciona que las oficinas del periódico estaban ubicadas en la Avenida Reforma, en la Ciudad de México.

Estos textos por entregas son el germen de otros varios en los que Elena Garro se ocupa del asunto agrarista. También las colaboraciones ulteriores en Presente! permiten saber el compromiso de la escritora con la causa campesina, pues su activismo y afán por querer hacer cumplir las leyes la llevan en 1959 a ganar un juicio a favor de Enedino Montiel Barona. Estos indígenas le servirán a Garro como material literario, pues en varias entrevista menciona que para la construcción del cuento “El árbol”, que también escribió en versión dramática en 1963, se inspiró en estos personajes; el personaje ficcional de Luisa sería inspirado por Antonia Ramírez, la esposa de Enedino Montiel. En Los recuerdos del porvenir (1964), cuando Gregoria acompaña a Isabel Moncada rumbo al santuario de la Virgen, el narrador anota: “Gregoria recordó que cerca de allí vivía Enedino Montiel Barona, el más sabio y el más cortés de mis vecinos. Ahora su choza es ya sólo un montón de piedras y hace ya mucho que murieron sus palomas y que Gregoria dejó a Isabel debajo del pirú para ir a pedir socorro” (Garro, 2000: 290).

¿Cuál es la verdad histórica? ¿Debemos los lectores considerar que las entregas de Garro en Presente! son enteramente reales y objetivas? ¿Las entrevistas ulteriores, principalmente las de los años noventa, permiten leer una intención más ficcional que real? Los acontecimientos narrados/denunciados por Garro suceden durante la última parte del sexenio de Miguel Alemán (1946-1952), pero ocupan todo el periodo de gobierno de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), época en la que el Estado pone énfasis en la llamada Modernización nacional que consistió, entre otras cosas, en dejar atrás la visión posrevolucionaria de la lucha armada con sus respectivas secuelas y, por el contrario, apostar por el desarrollo de ciudades, la promoción del uso de electrodomésticos en las familias, el trabajo en las fábricas y en la burocracia, en detrimento del apoyo al sector campesino e indígena.

¿Son fiables los textos de Garro en el sentido de que pueden ser fuentes para la historia local morelense e incluso para documentar el movimiento campesino de corte jaramillista? La relación del periodismo con la historia queda mediada por la escritura de la crónica, género del que se nutre la historia del tiempo presente, aunque en la escritura en este caso se trate de una crónica con elementos literarios, pues de acuerdo con Lucía Melgar

La relación de Garro con los campesinos es tal vez uno de los temas más fascinantes para quienes se acercan a ella como figura pública […] Para algunos, Deva, su hermana, fue la verdadera protagonista del activismo político a favor de los campesinos de Morelos a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta (2002: 239).

Los estudios de corte biográficos, las cartas que se conocen sobre el asunto, así como las entrevistas a la autora, permiten ver que el tema campesino jaramillista en Garro es una experiencia que se evoca pero también se construye. En 1997, la escritora le cuenta a la investigadora Lucía Melgar las peripecias que tuvo que pasar para acercarse al general Lázaro Cárdenas con la intención de interceder por las constantes injusticias en contra de los campesinos. A la manera de su novela Reencuentro de personajes, resulta poco creíble la versión que da la autora, pues en compañía del matrimonio campesino de Enedino Montiel Barona y Antonia, de Rosalía Rosas Duque y de Helena Paz Garro, hija de la narradora, viajan hasta Uruapan, Michoacán, con la intención de encontrarse con Cárdenas a finales de los cincuenta y pedirle su intervención; no logran encontrarlo, pero en la estancia, unos pistoleros envenenan a Enedino y a Helena Paz, aunque en la entrevista no se dice cómo. Así lo cuenta Garro:

Vino un doctor y nos dijo que estaban envenenados. [Rosalía y Antonia] estaban rezando ya, pues sí, para darles la despedida de este mundo, a Enedino y a Helena. Pero no, pasaron la noche y se salvaron. Luego me dijeron que [Cárdenas] estaba en Agua Prieta y quise tomar un avión para ir a Agua Prieta porque no había camino y el hombre que tenía los aviones sacó una pistola para amenazarme, y ¡bueno! Una cosa increíble, un régimen de gánsters. Entonces ya no pude ir y nos regresamos a México.

Y seguimos tratando de ver a Cárdenas en México y no se pudo. Yo le dije un día a sus achichincles: “Díganle al general que es más fácil ver a Dios que verlo a él”. Y allí nos quedamos parados (Melgar, 2002: 241).

¿Con qué objeto se pretende envenenar al campesino y a la hija de la autora? ¿Por qué el hombre que “tenía” los aviones amenaza e impide a Garro el encuentro con el general Cárdenas? ¿Es tan peligrosa la autora y sus representados como para aniquilarlos? Sin duda, se trata de una historia que tiene más relación con el género policíaco que con la realidad, al menos desde la forma del relato mismo, pues si hacemos caso a los textos de la autora, se trata solamente de un intento por recuperar las tierras de un pequeño grupo de campesinos y no de un movimiento nacional propiamente.

Por su parte, en “Elena Garro: la partícula revoltosa”, Elena Poniatowska refiere que los indígenas de Ahuatepec, Morelos veían a Garro como un Emiliano Zapata femenino:

Alguna vez que Elena llevaba un abrigo de piel a una audiencia le pregunté si no le parecía inapropiado, y me respondió: “No soy hipócrita; que me vean tal y como soy, que me conozcan tal y como soy. No tengo nada que esconder, a diferencia de otros sepulcros blanqueados, escritores que se fingen indigenistas y en el fondo son racistas; juegan un doble juego porque se fingen salvadores de los indios pero están muy contentos de ser blancos y rubios. ¡Qué gran asco me dan! Si yo soy dueña de un abrigo de pieles, me lo pongo donde sea y cuando sea. No lo voy a esconder” (2000: 118).

En este texto, Poniatowska sugiere una suerte de traición de Garro respecto al asunto campesino que defendía, pues a pesar de que en años posteriores siguió abordando temas agrarios en sus textos periodísticos, Poniatowska, dice: “Como Elena Garro era deslumbrante, Tintino Legorreta se enamoró de ella y ella aceptó -para mi sorpresa- ir a cenar con él en más de una ocasión” (Poniatowska: 2000: 118). ¿De qué se sorprende Poniatowska?, nos preguntamos los lectores. Legorreta es un hombre muy poderoso, es cierto, sobre él pesan los discursos raciales, económicos e incluso colonialistas, pues finalmente se trata de un hombre millonario con un proyecto económico sobre tierras campesinas. ¿Elena Garro trataría de convencer al millonario empresario para dejar de reprimir a los campesinos? A Lucía Melgar le dijo lo siguiente:

Alguien me dijo que Legorreta estaba metido en este relajo. Y yo ya estaba encorajinada porque ningún periódico quería escribir sobre Ahuatepec… “No, no, no, si se trata de Legorreta, no, no se puede”… [porque era] el del Banco [Nacional] de México. Entonces una noche salía yo del cine París y vi una película de Nikos Kazantzakis, que se llamaba El que debe morir. Se trataba de unos campesinos a los que despojan. Entonces me metí al Excélsior y dije “Quiero poner un anuncio”. “Sí, como no”. Entonces [dije], “así, en grande, que diga: “EL QUE DEBE MORIR” y luego “Agustín Legorreta”… Bueno, lo pasaron [….] En la noche llegó Legorreta: “Yo a Ud. la voy a meter a la cárcel”. Le dije “¿Por qué?” “Porque me ha calumniado. Yo no he robado nada en Ahuatepec” […] Discutimos como hasta las doce de la noche y al final quedó muy de acuerdo conmigo en que yo lo llevara a Ahuatepec -a su casa, porque él se había construido una casa allí- y que los campesinos uno por uno le dijeran los daños que les había hecho (Melgar, 2002: 242).

En la entrevista, Garro menciona que llevó a Legorreta a la casa del campesino Cristóbal Rojas y que ahí los campesinos fueron manifestando los agravios padecidos, al grado que el terrateniente aceptó introducir en el pueblo inclusive la luz eléctrica. Esta conversación de Lucía Melgar con Elena Garro no tiene desperdicio porque enseguida la autora atribuye al gobierno del presidente López Mateos la represión en contra de los campesinos y, particularmente, el asesinato del luchador social Rubén Jaramillo. ¿Qué pasó con Legorreta y las promesas hechas a los campesinos? ¿La autora pudo convencer a Legorreta para hacer una correcta indemnización y actuar conforme a la ley agraria? No sabemos porque el hilo narrativo se interrumpe tanto en los textos periodísticos como en las entrevistas realizadas a la autora en donde comenta el tema.

Durante esos complicados años en Morelos, los campesinos de carne y hueso, los indios sacrificados de la historia nacional son defendidos por una mujer que se las ingenia para hacer cumplir la ley, sin embargo, el problema campesino es permanente y Garro sale del país en febrero de 1959, justo en los álgidos momentos de persecución y represión campesina en Morelos. Así, en 1962, Garro se entera desde París, del brutal asesinato del profesor y líder agrarista Rubén Jaramillo, de sus tres hijos y de su esposa, quien se encontraba embarazada. Garro regresará a México hasta el 10 de junio de 1963 y a su regreso retoma algunos trabajos periodísticos sobre el tema campesino y político en Presente!

Siendo ya amiga del abogado Javier Rojo Gómez, líder de la Confederación Nacional Campesina (CNC), organización gremial afiliada al Partido Revolucionario Institucional, los elogios de la autora de Mi hermanita Magdalena hacia la figura de Rojo Gómez son, por decir lo menos, hiperbólicos, pues en un texto publicado en 4 partes que van del 12 de enero al 9 de mayo de 1964, titulado “Javier Rojo Gómez: contra una política suicida”, la escritora se encarga de exaltar al dirigente, a su equipo de abogados que defienden la causa campesina; habla de la democracia en México e, incluso, invita a los lectores a que visiten las instalaciones de la CNC: “Encontrarán a cientos de campesinos, y apenas a un grupito mínimo de abogados encargado de defender a esa ola de quejosos contra toda una maquinaria gigantesca de tinterillos, escribanos, abogadazos, banqueros, latifundistas, funcionarios, etcétera” (Rosas, 2016: 311). Sobre Rojo Gómez, Garro dice que duerme poco, pues el trabajo en la Confederación es mucho:

Todos [los campesinos] traen quejas similares en contra de las autoridades. Y uno se dice: Y si no existiera Javier Rojo Gómez y su admirable grupo de abogados jóvenes, ¿qué sería de los campesinos mexicanos? ¿Qué sería de México? ¿Y qué será de México, si los mexicanos que no queremos integrarnos a la casta colonial de los funcionarios, los latifundistas, los escribanos, los tinterillos y los bardos, no hacemos causa común con este puñado de ciudadanos que lucha para evitarnos el establecimiento de un totalitarismo en México, resultado consecuente de esta situación política y económica? (Rosas, 2016: 310).

En este texto por entregas, Garro habla sobre el asesinato de campesinos, el despojo de tierras, la presencia de agitadores políticos dentro de las instituciones, así como de la política “colonialista” por parte de los periodistas, escritores, funcionarios y empresarios que actúan de forma cómplice y al servicio de los latifundistas. Es precisamente en esta parte de su escritura activista que la autora desenmascara a los escritores -aunque no señala nombres- y su impostado compromiso con las causas sociales. En el texto sobre Rojo Gómez denuncia también a los malos funcionarios del Departamento Agrario y de otra dependencias oficiales, en síntesis, defiende a ultranza el trabajo realizado por su amigo abogado y su equipo quienes, es bien sabido, tuvieron serios desencuentros con la Central Campesina Independiente porque, siendo la CNC una institución forjada por el PRI, la disidencia no fue bien vista.

Una lectura atenta de estos textos nos permite preguntarnos si Garro estaba al tanto de esa escisión entre grupos campesinos afiliados a una tendencia política-partidista y a una disidente, pero ella misma responde nuestra duda, pues en la entrega III de “Javier Rojo Gómez: contra una política suicida”, publicada el 16 de febrero de 1964, la autora toma partido por la CNC y relata/acusa a la CCI de estar conformada por un grupo de miles de paracaidistas y golpeadores que trabajan para empresarios y terratenientes, con la intención de generar conflictos y desestabilizar un movimiento.

Elena Garro, a decir de varios de sus textos periodísticos, acerca al movimiento jaramillista hacia la Confederación Nacional Campesina; considera que la lucha en Morelos estaba desahuciada hasta que esta organización interviene; juzga a los intelectuales por su silencio y posible complicidad, pues las prebendas del Estado se traducen en una compra de voluntades. Al denunciar a sus pares, ella misma aparece como una mujer honrada, sincera y valiente. La visión que construye sobre sí misma es la de una escritora con conciencia de clase social, equidad y justicia.

Así, desde las páginas de Presente! y Sucesos para todos, Garro registra su visión y testimonio alrededor de los acontecimientos locales, nacionales e internacionales, pues incluso se da a la tarea de hablar sobre la democracia en México, las dictaduras y golpes de Estado en América Latina, así como del compromiso de los escritores para con las injusticias y la verdad.

Sobre la figura de Rubén Jaramillo, Elena Garro escribe el texto “¿Para quiénes esta tumba es un delito?”, aparecido el 23 de mayo de 1964, en las páginas de Presente! Este texto es una protesta y denuncia en contra de las voces disidentes que se opusieron a que el grupo de amigos de Garro, defensores de la causa campesina, erigiera un mausoleo en memoria de Rubén Jaramillo. La negativa de los adversarios de Jaramillo es sin duda una forma de negarle un lugar en la historia nacional; es también la posibilidad de tener una memoria y un pedazo de tierra digno para el hombre morelense, continuador de los ideales del zapatismo. Garro afirma:

Cuando se comete un crimen se comete un agravio colectivo. En el caso de don Rubén Jaramillo, el agravio fue dirigido alevosamente en contra de la clase más humillada, más desamparada y más numerosa del país: los campesinos mexicanos. Una manera modesta de lavar esta afrenta, es gozar del mínimo de privilegio de tener una lápida en un panteón de un pueblo de México. Y nadie, que no pertenezca al grupo culpable de este espantoso crimen: los terratenientes, los despojados, los violadores imperturbables de la Constitución y del Código Agrario, los racistas medio “blanqueofos” que se empeñan en no solidarizarse nunca con los “indios” ni con los gobiernos que los representan, pueden ver en esta ceremonia un acto delictuoso (Rosas Lopátegui, 2016: 327-328).

Rubén Jaramillo fue una figura entrañable para el movimiento campesino morelense; su lucha se convirtió en un emblema que se acentúa a partir de su brutal asesinato que hasta la fecha no se ha esclarecido. Jaramillo (1900-1962) ingresó a los 14 años a las filas del Ejército Libertador del Sur, comandado por Emiliano Zapata. También es una figura importante para el movimiento campesino; gracias a él se construyeron algunos ingenios azucareros, entre ellos el ingenio de Zacatepec, que él mismo comandó en 1938, bajo el beneplácito de Lázaro Cárdenas. En 1943, Jaramillo fundó también el Partido Agrario Obrero Morelense e incluso, como lo registra Garro en algunos fragmentos de sus diarios, creía en los caciques y confiaba en gobernantes como Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán.

En su texto “Mis gatos, mis perritas”, escrito entre 1989 y 1990, Garro menciona:

Poco tiempo después, estando yo en París, asesinaron a Jaramillo y a toda su familia: a Tefa, su mujer, y a sus hijos. ¡Claro! Los intelectuales dijeron que las órdenes del crimen las habría dado un “sargento”. ¡Por Dios! ¡Un sargento!, ¡cuando se sabe que en México no se mueva la hoja de un árbol sin la voluntad expresa del Sr. Presidente! Pero así quedaban bien con los imbéciles y con el diablo, mintiendo escandalosamente. Ellos nunca vieron a Jaramillo, salvo en los diarios! (Rosas Lopátegui, 2016: 194).

Esta apreciación de Garro involucra directamente al presidente Adolfo López Mateos y a escritores como Carlos Fuentes, quien en Tiempo mexicano atribuye el asesinato de Jaramillo al teniente José Aurelio Martínez.

Rubén Jaramillo resistió y luchó por medio siglo, ya sea como líder campesino, como guerrillero o mediador entre el pueblo y el gobierno, también como educador de los hijos de los campesinos, a los que les da nuevas oportunidades para regenerarse cuando han sido traidores a la causa campesina, pues a través de la conversación y los ejemplos históricos, los campesinos que se han aliado a los terratenientes pueden regenerarse por amor a la tierra y a los suyos. En su Autobiografía, escrita en tercera persona, Rubén Jaramillo pone varios ejemplos de hombres regenerados a través del relato de la memoria colectiva. Aquí un caso en el que el autor alecciona a un campesino, sobre todo porque sabe que la unidad y la resistencia sólo son posible desde la solidaridad entre los que históricamente han sido desposeídos:

No necesitamos el dinero, Juanito. Lo que más nos urge es que te arrepientas de tus malos comportamientos y que vivas con tu pueblo, al cual ayer defendiste con las armas en tus manos y del cual ahora te has apartado por la corrupción del dinero que nuestros enemigos te han puesto en las manos para envilecerte contra nosotros, que somos tus hermanos y tu clase. Era, pues, necesario que, de acuerdo con los procedimientos del gobierno a quien tú sirves, te fusiláramos aquí, en este mismo lugar donde te han agarrado, o por lo menos darte una colgada a tus fajos o tormentos, como en el sistema del gobierno al que estás vendido, pero no somos cobardes. Tú perteneces a una organización a la que yo pertenezco y te perdono tu vida a cambio de que me jures que te vas a desligar del gobierno y te vas a unir al sentir del pueblo (Jaramillo, 1967: 62).

Los textos periodísticos de Elena Garro presentan, a mi juicio, una mirada encontrada, pues por un lado, son textos aguerridos de denuncia, pero también hay que destacar, por otra parte, que el ejercicio periodístico es parcial, que guarda ciertas dosis de ficción, a menos en los modos discursivos utilizados, además de cierta mirada maternalista, pues tanto en “Breve historia de Ahuatepec”, como en varias entrevistas concedidas por la autora, ella confiesa que por ser de piel blanca y “elegante”, los indios recurren a ella porque saben que en México existe un acendrado racismo que escucha la voz de los blancos y rechaza el reclamo indígena y campesino. Elena Poniatowska dice que los indios consideraban a Garro como una Emiliano Zapata; por mi parte, creo que Garro es la mujer que tiene una intención social de igualdad, pero se coloca desde su papel asignado por la colonización -es una mujer blanca y culta que puede viajar a Estados Unidos, a París y que viste ropa de prestigiadas marcas y joyas- y desde esa representación intenta hacer justicia y descolonizar los discursos del odio y el racismo indígena y campesino, aunque ella misma sabe que en ese contexto el problema no se resuelve con la denuncia a través de la escritura en periódicos y semanarios porque la corrupción en México en ese contexto tiene raíces profundas que se articulan para defender los intereses de unos cuantos.

A varias décadas del periodismo activista de Garro, sus planteamientos siguen siendo actuales, quizás porque la historia resulta una cadena circular de acontecimientos en donde la única víctima es el pueblo desprotegido. Garro dejó conciencia colectiva de ese México que también es una piedra aparente que mira desde el presente ominoso donde todo es memoria.

Bibliografía

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1Término propuesto por Maurice Halbwachs en su libro Les cadres sociaux de la memoria (1925), que alude a los recuerdos de un conjunto de personas según los acontecimientos y lugares que se quedan en el registro nemotécnico de una comunidad y en la concepción que se tiene sobre un suceso; generalmente la memoria colectiva se transmite a las siguientes generaciones y provoca el no olvido. En el caso del presente artículo es necesario señalar que Elena Garro registra por medio de la escritura los conflictos de los campesinos, pero sólo lo hace en su papel de intérprete, pues finalmente se trata de una mujer letrada que no es parte de la comunidad ni padece en estricto sentido el despojo de tierras. A decir de Halbwachs, en la memoria colectiva los hechos están estrechamente ligados a los lugares y habitantes, de ahí la importancia de destacar que Garro escribe desde la subjetividad de su memoria y percepción los sucesos que se le revelan, por lo que, en este caso, “[hay] que distinguir entre la memoria del creador, que se refiere a representaciones y discursos que recepcionó, y los procesos de rememoración representados en los diversos medios y que pueden referirse a la memoria comunicativa” (Seydel, 2014b: 100-101). Bajo este señalamiento, Garro registra su memoria personal y sólo se vuelve colectiva cuando en apariencia reproduce diálogos con los campesinos, mismos que se reconstruyen en algunas de sus entregas periodísticas.

Recibido: 21 de Noviembre de 2018; Aprobado: 30 de Abril de 2019

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