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Valenciana

versión impresa ISSN 2007-2538

Valenciana vol.11 no.22 Valenciana jul./dic. 2018

https://doi.org/10.15174/rv.v0i22.403 

Reseñas

El marxismo como concreción material de sentido

Luis Guillermo Martínez Gutiérrez* 

*UNAM, México

Oliva Mendoza, Carlos. Espacio y capital. Guanajuato, México: Universidad de Guanajuato, Cátedra de filosofía y literatura “José Revueltas”, Colección Estudios Filosóficos y Literarios, 2016.


El ganador del Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos 2001 hace ahora un estudio sobre la constitución espacial dentro de la lógica operacional del mundo del capital en el que las referencias literarias no dejan de ser incentivos y detonantes de su crítica a las tecnologías del capital. No es la primera vez que este autor discurre líneas sobre el tiempo y el espacio. De hecho, podemos encontrar conexiones importantes con algunas ideas vertidas en Deseo y mirada del laberinto. Julio Cortázar y la poética de Rayuela (2002), donde Oliva se ocupa del tiempo al afirmar que la imagen es una forma del tiempo y que “el juego que se constituye es mirar e ir construyendo en el tiempo y el espacio del relato las poéticas y contra poéticas de la identidad y la diferencia” (2002: 27). Quince años más tarde, Carlos Oliva sigue planteando la necesidad de crear artificios espaciales y temporales entregándonos así a una forma de entender el mundo en donde se encuentra el sentido e identidad de nuestros actos. “Es el mundo, -afirma Oliva- lugar de las cosas y las posibles relaciones con ellas, lo que da lugar al tiempo que padecen los seres”. Si seguimos este argumento podemos afirmar que, en su estudio sobre las mónadas, no solamente es el mundo, entendido como lugar de cosas, sino que todas las cosas contenidas en él son lugares que contienen su propio flujo temporal.

No obstante, en Espacio y capital Oliva llega aún más lejos, pues el señalar todo esto sirve para argüir que ese espacio -que es la escritura en donde se encierran flujos de tiempo- no es más que la creación de mónadas, esas sustancias simples de las que Leibniz habló. Las mónadas son sustancias sin forma ni partes, elementos simples, incapaces de combinarse o de diluirse; aun así, todas son distintas y capaces de transformación, éstas son sus cualidades; diferencia y cambio, señala Carlos Oliva. Las mónadas, se puede pensar, son como una esfera que lo contiene todo, como un Aleph. Entra aquí -y con ello da inicio a la interesante relación literaria con sus reflexiones filosóficas- el eterno espectro de Borges, presente de manera importante y decidida en la obra de Oliva.

Poco a poco, el espectro de Borges va disolviéndose y, de esta manera, pasa la estafeta a una lectura marxista del Teeteto de Platón sobre la producción y el consumo. Bajo la idea marxiana contenida en la Introducción a la crítica de la economía política y desplegada posteriormente en El Capital, que encabeza lo que Carlos Oliva llama el Index librorum prohibitorum neoliberal, de que la economía política no es una tecnología, el diálogo del Teeteto es interpretado como un antecedente de la tecnología moderna que apunta a la “constitución monadológica del sentido en la época del capital”. En esta concepción antigua del mundo se desarrolla una tecnología que vincula las formas de representación del mito con la lógica mercantil y la división del trabajo en la polis. Al profesor de estética le interesa aclarar cómo las distintas constituciones sociales han generado tecnologías que logran configurarlas, excepto la era del capital pues la producción no alcanza ningún despliegue tecnológico por no desarrollar técnicas subordinadas a una racionalidad.

Si en la era del capital no hay nada dado ni trascendente al tiempo y al espacio, en la era antigua es distinto -nos interpela Oliva-, la representación del mundo (ese artificio espacial) es metafísica y, en él, todas las cosas han sido creadas. En este entendido, al hombre sólo le compete participar de esta creación como productor por medio de técnicas subordinadas a esa creación, que no es otra que la naturaleza, (la agricultura sería un ejemplo de técnica subordinada a la naturaleza) pero también participa como consumidor por medio de las técnicas de adquisición. Estas tecnologías de adquisición (consumo) afectan a la distribución (comercio) de aquello producido y, de tal manera, este movimiento mercantil (de objetos y saberes)reconfigura la sociabilidad. Una de las interpretaciones más interesantes de Oliva es que las técnicas de adquisición subsumen todas las demás relaciones sociales desarrollando otro tipo de técnicas como las amatorias y de seducción (cuidado del yo o de sí mismo) y técnicas de construcción política (la ciudad y el Estado), técnicas de pillaje y piratería y técnicas de guerra. El punto máximo de estas técnicas de adquisición (consumo) es el rompimiento del sentido metafísico que las sostiene, por medio también de la radicalización de técnicas de producción como la imitación y reproducción.

En las sociedades creadas por la economía política no existe la tensión entre naturaleza y el trabajo creador humano como se dio no sólo en la Antigüedad sino en la Patrística y en el Renacimiento, en su lugar existe una subsunción de la naturaleza en el trabajo productor humano. Esto hace que, en las sociedades, la economía política no produzca tecnologías. Por esto no quiere decir que no existan tecnologías en dichas sociedades, pues si la economía política no las otorga, es el capital el que confiere la tecnología moderna. Por tal motivo, el aspecto económico es determinante en la Modernidad y su estudio es fundamental para entender las relaciones sociales y sus procesos culturales.

La forma social constitutiva más clara es la Nación, la cual se ha erigido por medio de la conquista y la subordinación; es decir, por medio de la violencia. Debido a la imposibilidad de la modernidad capitalista para producir tecnología propia y para “crear un cuerpo subjetivo u objetivo alrededor del valor que se valoriza a sí mismo; es decir, en torno del Capital”, surge el Estado como un sucedáneo, ya que él tiene el monopolio de la producción, es decir, de la distribución de la riqueza. Asimismo, el afán de Marx por estudiar la relación del ejército con el sistema productivo adquiere sentido al pensar que éste último se filtra en las relaciones sociales.

Ciertamente, la actualización de las críticas marxianas a la economía política implica también la clara concepción del ejercicio crítico, pues ante la pregunta: ¿por qué el marxismo no desarrolla una teoría (constructiva) del Estado? Oliva recuerda que la misma idea de un gobierno socialista está contenida en la civilidad del capital y por tal razón “la teoría crítica de la economía política no puede fomentar la sofisticación de sus figuras de operación”. Aquí es donde se asoman las primeras reconfiguraciones del marxismo en la actualidad pues Oliva da a entender -aunque después lo dice abiertamente- que la idea de una revolución ya no es suficiente; por el contrario, apunta que “esto no implica que la teoría crítica desaparezca […] en muchos sentidos, debe de hacer permanecer sus modos y maneras de teorizar a partir de la insistencia en la deconstrucción radical de las figuras de la vida falsa que representa la economía política”. Dentro de estas actualizaciones también se encuentra una triada de problemas centrales en el marxismo del siglo XXI, ya propuestas por Marx y renovadas por Carlos Oliva: 1) las formas de la guerra contemporánea y sus relaciones con la población civil; 2) el despliegue público, en los medios de comunicación, de la justicia y del arte; 3) la historia de las naciones como una historia planetaria. “En ellos se despliega nuevamente el mundo de la economía política pero con inferencias mucho más violentas.”

De esta manera, la entrega del filósofo mexicano resulta ser una interpretación de “los poderosos montajes de Karl Marx” acerca de la concepción del espacio. Como ya se ha visto, el capital rompe el proceso temporal de la historia gracias a su configuración tecnológica, esto impide -asegura el autor de Hotel imperial- la diversidad de la configuración espacial y la reduce a la defensa de un solo espacio el cual se desarrolla de manera fractal. Hay que estudiar entonces este sistema social desde la noción de subsunción, la cual hace factible y eficiente el sentido monadológico de la espacialidad y la temporalidad. Esta noción fue trabajada por Marx en La tecnología del capital. Subsunción formal y subsunción real del proceso de trabajo al proceso de valorización y Oliva la reconfigura a la fase actual del capitalismo: la fractalización de la sociedad. Esta lectura lo hace pasar de la idea hegeliana de la cosificación originada por la enajenación laboral, contenida en los marxismos del siglo XX, a la idea de pensar al trabajador “ya enajenado, sin capacidad de observar, si quiera, el producto de su trabajo”. Esta concepción podría resultar aún más pesimista, ya que poco a poco Oliva va haciendo el camino de la esperanza más angosto, pues, para hablar de esta fase fractal del espacio en el capital, es necesario hablar del crimen organizado, los estados naciones y el capital desterritorializado como la “nueva triada operativa del Capital”. Esta militarización de la sociedad hace llegar a las reflexiones estéticas de la teoría crítica, empezando por el lado erótico y lúdico que inevitablemente hace pensar en la pornografía, la cual subsume el código erótico.

Oliva recurre nuevamente a los diálogos platónicos, en esta ocasión al Ión para dar paso a la relación de la estética con la guerra. Al discurrir sobre la relación de las armas con las letras, cede la palabra al Quijote, el cual es, en este caso, ejemplo de la preferencia de las armas por las letras. En esta parte, se defiende la idea de que “el espacio se sostiene por la intervención o la amenaza bélica, no por la legalidad escrita”. Más adelante Oliva dirá sin tapujos que “el capitalismo alcanza su punto narrativo más álgido en un espacio particular: la guerra”. Vanguardias como la futurista, representada por el manifiesto de Marinetti, suscriben la afirmación. Hoy en día, la reconfiguración de los espacios de la guerra es otra propuesta crítica en la que se piensa el “paradigma del avión” o la descorporalización de los espacios con la visión aérea con un mapa de google.

Toda esta crítica a las tecnologías del capital es la antesala para pensar estas tecnologías en lo que Oliva llama el fin del arte, ya anunciado desde El fin del arte (2010). Reminiscencias de este trabajo se hacen presentes en Espacio y capital con una renovada crítica, más mordaz y precisa. Uno de los temas centrales es la crítica a la creación de “élites ilustradas” las cuales difuminan el camino hacia el arte. Ya en El fin del arte, Oliva lo había anunciado. Si antes se preocupó por el “exilio moral del arte y la cultura en la vida moderna” ahora se preocupa por lo que él considera la “reconstitución sublime de la representación”, la cual comienza con la suspensión del conflicto entre la materialidad de la naturaleza y la técnica.

Por último, Carlos Oliva asegura que ya no se puede seguir pensando en la necesidad de preparar a las “masas” para la inminente revolución. La actual autonomía individual impide hablar de “masas”, y la posibilidad de la revolución ya no es tal por la subsunción que el capital ha hecho de las herramientas de la revolución social. Así, frente a la fase más violenta del capital, Oliva deja claro que la revolución ya no es una posibilidad, no obstante, siguen reactualizándose formas de sentido que afirman la existencia de la libertad y la emancipación; es decir, “en rigor, la teoría crítica se aleja de este discurso porque su índice de constitución no está en la concreción revolucionaria […] sino en la concreción material de sentido”.

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