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Valenciana

versión impresa ISSN 2007-2538

Valenciana vol.7 no.14 Valenciana jul./dic. 2014

 

Artículos

 

"Cuaderno de Ocios", inéditos de Gilberto Owen

 

Antonio Cajero Vázquez*

 

*El Colegio de San Luis

 

(Artículo recibido el 17 de febrero de 2014;
aceptado el 15 de junio de 2014
)

 

Resumen

En este artículo, pretendo celebrar los 60 años de la edición de Poesía y prosa de Gilberto Owen e insistir en la necesidad de una nueva edición de sus Obras (1979). Con ese fin, presento un panorama general sobre la aventura editorial del polígrafo mexicano, así como una profusa información acerca de dos artículos periodísticos (desconocidos en México) que Owen publicó en El Tiempo, de Bogotá, en una columna titulada "Cuaderno de Ocios" los días 13 y 19 de abril de 1933. Finalmente, anexos, presento los dos textos como un aporte más para completar sus obras todavía dispersas.

Palabras clave: Owen, El Tiempo, obras completas, Poesía y prosa, edición.

 

Abstract

In this article, I intend to celebrate 60 years of the publishing of Poesía y prosa (1953) by Gilberto Owen and emphasize the need for a new edition of his Obras (1979). To that end, I present an overview of the Mexican polygraph editorial adventure and a wealth of information about two newspaper articles (unknown in Mexico) published by Owen in El Tiempo of Bogota, in a column titled "Cuaderno de Ocios" on the 13 and 19 of April 1933. Finally, annexes, I introduce the two texts as another contribution to complete Owen's works still scattered.

Keywords: Gilberto Owen, El Tiempo, Complete Works, Poesía y prosa, Edition.

 

En 2013 se cumplieron 60 años de la primera edición de Poesía y prosa (1953) de Gilberto Owen. En dicha labor fue, sin duda, decisiva la colaboración de Josefina Procopio, quien estuvo cerca de Owen durante sus últimos años en Filadelfia. La fidelidad de la estudiosa norteamericana ante la obra oweniana, aún después de muerto el poeta, resulta admirable; así lo demuestra una carta que, desde la ciudad de México, envía al ecuatoriano Benjamín Carrión, amigo de Owen en sus correrías sudamericanas de principios del siglo XX; como quien dice, Procopio quedó a cargo de un trabajo inconcluso y, por ello, con la tarea pendiente de reunir los textos desconocidos o inéditos de Owen para incluirlos en una deseada Obra completa que, a la fecha, todavía se halla en construcción. Nótese el empeño que Fina Procopio pone para el cumplimiento de la promesa hecha al rosarino: 

México, 17 de junio de 1952.

Estimado Sr. Carrión:

No sé si le habrá llegado la noticia de la muerte de Gilberto Owen en Filadelfia el nueve de marzo. Gilberto y yo estábamos juntando toda su obra para publicarla en México cuando se enfermó. Con la ayuda de Gilberto pude localizar lo siguiente en México:

Desvelo (inédita)
La Llama Fría
Novela como nube
Línea
El Libro de Ruth
Perseo Vencido

Estoy en camino ahora para México donde los amigos de Gilberto vamos a seguir con la edición que él pensaba hacer.

Quisiera que la obra fuera completa porque le prometí a Gilberto hacerla y porque Gilberto —el poeta— lo merece. Sé que me faltan unos poemas sueltos. Gilberto no tenía copia de nada. Luis Alberto Sánchez me escribió que era posible que Ud. tuviera algo de Gilberto —o por lo menos, podría indicarme dónde encontrarlo—. Me interesa mucho encontrar El Mundo Perdido.1 Dijo L. A. S. que quizá Ud. o Alfredo Pareja Diezcanseco o Raúl Andrade conserven algo de ese poema.

Les agradezco mucho cualquier ayuda

Fina Procopio (Carrión, 1995: 276)

A mi juicio, la edición póstuma de Poesía y prosa conserva un valor filológico íntegro, pues la editora y colaboradora de Owen manifiesta, en la "Advertencia", la voluntad del escritor por reunir su obra en un volumen, así como su participación expresa en dicha labor; también recrea los avatares de la ardua búsqueda en México y en el extranjero:

Esta edición se hace conforme al deseo de Gilberto Owen quien, poco antes de su muerte en Filadelfia el año pasado, me dio autorización escrita para que editara su obra. Hace unos dos años Gilberto quiso reunir su obra para publicarla después en México; no tenía ejemplares de sus libros y me pidió que le ayudara en la tarea de recopilarlos y preparar la edición. En mis viajes a México Alfonso Reyes, Enrique Carniado y Alí Chumacero gentilmente me proporcionaron ejemplares que luego él revisó y corrigió (Owen, 1953: VII).

Con base en las copias corregidas por Owen, Procopio continuó el proyecto con menos pretensiones que las referidas a Carrión en junio de 1952. Un año después y con la frustración de no haber hallado, entre otros texos, el que ella denomina El mundo perdido,2 influida por Luis Alberto Sánchez, asume las limitaciones de su empresa: "Conviene advertir que este volumen no pretende contener la obra completa de Gilberto Owen" (VII). Enseguida, reconoce la posibilidad de que hayan quedado fuera poemas dispersos en publicaciones de Perú y Colombia, así como textos en publicaciones mexicanas y manuscritos inencontrables en México. El hallazgo más valioso, si cabe, en esta primera edición radica en haber recuperado Desvelo en manos de Enrique Carniado desde los años veinte, cuya historia se perdió con la supresión de la "Advertencia":

Su primer libro, Desvelo (1925) —en gran parte inédito en 1952, con excepción de tres poemas ("Corolas de papel de estas canciones", "Niño Abril me escribió de un pueblo" y "El agua, entre los álamos") que se publicaron en Ulises en mayo de 1927— llevaba al principio dos poemas que desgraciadamente se han perdido, un elogio de Jorge Cuesta y un retrato por Xavier Villaurrutia. Gilberto no tenía pensado publicar este libro, pero al releerlo el año pasado decidió incluirlo en la edición de su obra total (VIII).3

El segundo intento de reunir toda la producción oweniana se denominó Obras (1979) y en esta ocasión se sumaron Miguel Capistrán, Luis Mario Schneider e Inés Arredondo al esfuerzo emprendido en 1953 por Procopio. De Chumacero se reproduce sin cambios el "Prólogo" de Poesía y prosa; sin embargo, hay novedades ostensivas como la supresión de la "Advertencia", si bien Procopio sigue apareciendo como responsable de la edición; se introduce una vasta "Bibliografía de Gilberto Owen" preparada por Luis Mario Schneider; con el título de Primeros poemas, se insertan los Primeros versos (1957) editados por el depositario de los manuscritos, un antiguo amigo de Owen en el Insituto Científico y Literario de Toluca, Rafael Sánchez Fraustro; el apartado de "Cartas" crece considerablemente, aún cuando no se recuperan todas las misivas que Owen envió a Clementina Otero.4 Éstos serían los principales cambios entre una edición y otra que bien podrían detallarse en un trabajo de mayor envergadura.

Con todo, una edición actualizada de las obras de Owen permitiría enmendar algunas libertades que los editores de las Obras se permitieron, entre otras: agregar, sin justificación y sin consentimiento del autor, dos textos a Línea, pues tanto en la primera edición de 1930 como en Poesía y prosa contaba con sólo 23 poemas, si se considera que "Autorretrato o del subway" es un poema dividido en "1 Perfil" y "2 Vuelo". En 1979, aparecen interpolados "El llamado sándalo" y "Escena de melodrama" después del poema con que cerraban las ediciones de 1930 y 1953. Ahora Línea cuenta con 25 textos. No dudo de que hubieran formado parte de la versión primigenia del poemario, sin embargo no hay explicación al respecto. Una más: Primeros versos, en su edición de 1957, contaba con los poemas "Canción de juventud", "Confiadamente, corazón...", "Invernal", "Y pensar, corazón...", "Elogio de la novia sencilla", "La canción del tardío amor" y "No me pidas, amiga..."; en Obras, no sólo cambia el título, sino que se agrega un poema de la misma época y de un espíritu semejante, "La canción del alfarero", aparecido en la sexta entrega de La Falange, de septiembre de 1923. Y eso no es lo preocupante, sino que se haya alterado, por algún error de imprenta, el orden original de las estrofas de dicho poema en 1979, como sigue: 1, 2, 3, 4, 5, 11, 12, 13, 6, 7, 8, 9, 10, 14, 15, 16, 17, 18. Otra: se invierte el orden de título y subtítulo en "Motivos de Lope de Vega. Suma de Ocios", en El Tiempo "Suma de Ocios" destaca tipográficamente como el título de una posible columna y "Motivos de Lope de Vega" como el subtítulo; además, en este mismo artículo se comete un error grave de transcripción, porque en vez de "Nicolás Tulp", un anatomista holandés del siglo XVII, se escribe "Nicolás Taip".5 La nueva edición debería corregir éstos y otros descuidos.

Las Obras, de esta suerte, abarcan poco más de 300 páginas; en contraparte, incluida la correspondencia de Owen conocida hasta ese momento, la primera colección de 1953 no rebasaba las 250. El listado que Procopio ofrece en la carta a Carrión sugiere una obra vasta; sin embargo, debe tenerse en cuenta que Owen publicó La llama fría como una entrega más de las novelas de El Universal Ilustrado; Desvelo se hallaba todavía inédito; Novela como nube es una noveleta que apenas si supera la extensión de La llama fría; Libro de Ruth resulta más bien una plaquette y pasó a formar parte de Perseo vencido en 1948 y, a su vez, estaba contenido en Tres versiones superfluas (Cuaderno Amistad 1) hacia finales de 1941.

A pesar del empeño de sus primeros editores, la obra completa de Owen resulta apenas una aspiración, pues desde 1953 hasta la fecha han seguido apareciendo textos, esencialmente en prosa, soterrados en diarios y revistas de diversa índole, tanto en México como en Colombia. Asimismo, la correspondencia podría engrosarse si se suman las cartas que Owen dirigió a Celestino Gorostiza, Rafael Heliodoro Valle, Benjamín Carrión y, por supuesto, Clementina Otero.

A la fecha, han aparecido más de 80 textos en prosa de factura oweniana originalmente publicados, ya con su nombre, ya con seudónimo, en el cuerpo del diario El Tiempo y en la revista Estampa de Bogotá (cf. García y Cajero, 2009; Cajero, 2011). Con éstos no sólo se duplica la obra de Owen, sino que ofrecen la imagen de otro Owen. En la enésima revisión del diario de los hermanos Santos, Eduardo y Enrique, he localizado dos textos desconocidos que me gustaría, primero, comentar y contextualizar hasta donde sea posible y, luego, reproducir como otro aporte a las obras incompletas de Owen.

El primero de los textos owenianos que recupero en este artículo, "Cuaderno de Ocios. Aspectos de la Semana Mayor", forma parte de una serie que no alcanzó más que dos entregas junto con "Cuaderno de Ocios. Fabio Lozano en México". Supongo que, como en otras ocasiones, Owen esperaba reunir suficientes materiales para convertir este espacio en una columna, si bien de periodicidad irregular, como las de "Suceso", "Al Margen del Cable", "Escenas Grotescas", "Crónicas de Máx Carón" o "Monólogos de Axel" cuya única entrega en Estampa parecía más promisoria; aunque la amplió en espacios como Letras de México y el Cuaderno Amistad número 1 con una entrega en cada caso (Cajero, 2011: 27-28). Un dato curioso al respecto: Owen intentó revivir la incipiente columna dedicada a los ocios en la Segunda Sección de El Tiempo con un texto de homenaje a Lope de Vega, que incluía una variante en el título: esta segunda intentona se llamó "Suma de Ocios. Motivos de Lope de Vega" y no tuvo más que esta entrega (16/marzo/1935).6 Así, se destaca el modesto y generoso espíritu oweniano que permea muchas de sus colaboraciones en México y Colombia, desde que fungió como editor y redactor de Manchas de Tinta y Esfuerzo en Toluca a principios de los años veinte hasta sus textos bogotanos de los años treinta y principios de los cuarenta del siglo pasado.

Muchas de las prosas celebratorias, informativas o lúdicas recientemente localizadas, bien podrían haber cabido en el Cuaderno o en la Suma de Ocios. Así como el género oweniano de corte cronístico, el suceso, resulta un relato ejemplar y, por ello didáctico,7 los ocios son considerados por su autor como "apuntes preliminares [...] indecisos e impuros" (1979, 200): quizá porque surgen al vuelo de la lectura y en la vertiginosidad del trabajo periodístico merecen estos calificativos de Owen. Un género más sería el texto al margen de la noticia, cuyo tema reiterativo en diversos tiempos y espacios lo acercan al arquetipo:

Nos quedó la costumbre, sin embargo, de recortar algunas veces historias casi fantásticas, de crímenes si no gratuitos, sí al menos "curiosos". Teníamos, por ejemplo, tres o cuatro versiones del mismo crimen, cometido en tres o cuatro países diferentes: era, con ligeras variantes, la historia del hijo pródigo que se fue a América y regresó un día a su pueblo de España, rico, sólo para ser asesinado, por codicia, por la madre o la hermana a quienes iba a dar al siguiente día la sorpresa de su llegada, y que no le habían reconocido. Nos gustaba ver la repetición de la misma historia con las variantes que el folklore respectivo o la estación les prestaban (apud García/Cajero, 2009: 114).

En fin, estos ocios que reproduzco a continuación obedecen a una manía coleccionista que Owen achaca a la influencia de André Gide, quien en una suerte de "teoría del acto gratuito, empezó [...] a publicar cada mes una serie de hechos diversos, recogidos fielmente de todos los periódicos franceses" (García/Cajero, 2009: 114). Los de Owen, sin embargo, destacan por su creatividad a la hora de reelaborar el hecho histórico hasta casi volverlo una invención mediante el discurso hiperbólico, la hipálage como base de su adjetivación o las situaciones paradójicas de los eventos que Owen aprovecha para extraer las ironías de la vida.

El primer "Cuaderno de Ocios. Aspectos de la Semana Mayor" apareció el 13 de abril de 1933, en la página editorial de El Tiempo. Como generalmente ocurre con las prosas de Owen en este diario, y aún en las de Estampa, toma como pretexto un asunto (en este caso, la Semana Mayor) para hablar de sí mismo, de su nostalgia por México: véanse las sucesivas alusiones a "mi México" o a "mi tierra" en la crónica abajo transcrita. Ya en otro texto sin firma, dedicado a Emilio Murillo, y que puede atribuirse a Owen se lee: "Méjico, mi patria querida, está ávida de libar los ritmos típicos de nuestra América [...] Mi patria abrirá sus brazos a este Mensajero del Alma" (García/Cajero, 2009: 303). Nótese la deferencia por el léxico de Martí con la alusión a "nuestra América", porque habrá más referencias a los pensadores hispanoamericanistas en otros textos owenianos.

Owen se remonta a su propio pasado para construir los argumentos que dan al traste con una crónica por encargo, como lo manifiesta en el último párrafo: "me voy dando cuenta de que este artículo mío de ocasión no podría titularlo, como se me pidiera, una Semana Santa en Bogotá". Este explícito desvío entre el encargo y el producto también ocurre cuando le soliciten a Owen, en diciembre de 1941, escribir en Estampa sobre el centenario de Antioquia y se ponga a celebrar a su santoral antioqueño, con un argumento legítimo cargado de emoción, como en este dedicado a la Semana Mayor: "Yo escribo de memoria, en esta hora última de cerrar la edición que ESTAMPA dedica a Antioquia, porque alguien más digno que yo de aparecer en su primera página no pudo hacerlo; y yo no he escrito nada solemne jamás, nada irrevocable tampoco, ni nada que yo crea que va a darle luz a los otros sobre lo que es este mundo" (Cajero, 2011: 49-51).

Ahora bien, Owen adolescente sale de su pueblo en un "viaje" por la vida hecho de renuncias; aunque al mismo tiempo habrá marcas indelebles previas al viaje, "durante los años mozos", que marcarán el futuro del individuo: "pues a muchas cosas logramos renunciar en el viaje, y es natural que así sea; pero hay una sensible hegemonía, durante todo él, de lo aprendido o de lo acostumbrado durante los años mozos, que sigue primando sobre lo intentado, sobre lo sentido después de la adolescencia, que nos hace mirar con una profundidad y una intensidad únicas el paisaje de los años iniciales, fugaces y superficiales, en comparación, todos los que le siguen".

La nostalgia por el terruño, la patria chica como se dice en México, aflora desde el principio del "Cuaderno de Ocios. Aspectos de la Semana Mayor". Recuérdese que Owen sale de El Rosario acicateado por los sucesos históricos; de Toluca y de México, por la necesidad de mantener a su familia. Se trata de una suerte de nostalgia por la adolescencia inconclusa y, por qué no decirlo, de la nostalgia por el paraíso perdido:

Sucede así que uno sale de su tierra, a la hora siguiente de la adolescencia, y se acentúa la impresión de prisa y de vértigo en que desfilan las costumbres extrañas, refiriéndolas siempre a la plástica inmovilidad de nuestro escenario anterior; es decir, se acentúa la paternidad invariable de su paisaje, se hacen de piedra dura sus figuras. Pero luego, como no sea que el viaje nos lleve a ideologías orientales, hay dos escenas que, con variantes idiomáticas o meramente pintorescas, seguimos encontrando similares en todas partes: me refiero a la Navidad y a la Semana Santa, que son, en el accidente geográfico o racial, como en el tiempo el agua del río, siempre igual y nunca la misma, en paradoja vital, esencial.

Así, como un dejà vu, Owen se da cuenta de que, con mínimas variaciones, la Semana Santa guarda semejanza, para un viajero como él, en Culiacán, Toluca, ciudad de México, Lima, Guayaquil y Bogotá: "Yo siento que esta semana santa mía en Bogotá ya la he vivido todos los años, por más que año tras año haya tenido diversos escenarios". Esto, asimismo, le sirve de pretexto para expresar su solidaridad continental en una época difícil y de conflictos en el hemisferio sur;8 así, el individuo que bucea en su memoria en busca del tiempo perdido se inscribe, con su historia personal, en el devenir de una amplia colectividad llamada Hispanoamérica. Bien podía ser otra manifestación de lo que él denominara su "sarampión marxista": "Y pienso que acaso en emociones similares podríamos, una vez al año siquiera, sentirnos un solo país todos los de mi América. Y quisiera, y no puedo, multiplicar a trescientos sesenta días esta vacación de los nacionalismos, mejor aún, de las diferencias hostiles de todos los pueblos del continente". Owen emplea el recurso de la amplificación de forma magistral como registros de su viaje en el tiempo y en el espacio, pues va de sus años mozos al presente; de Culiacán a Bogotá con las estaciones obligadas en Estados Unidos, Perú y Ecuador; de "mi México" (o "mi tierra") a "mi América" en una suerte de experiencia arquetípica como en la reformulación de la metáfora heracliteana que ofrece: "en el tiempo el agua del río, siempre igual y nunca la misma, en paradoja vital, esencial".

Para cerrar mi comentario sobre este primer "Cuaderno de Ocios" publicado un jueves santo, sólo diré que después del asueto de viernes santo y sábado de gloria se publicó en "Cosas del Día" una prosa titulada llanamente "Semana Santa", donde pueden apreciarse algunos detalles hasta aquí mencionados, si bien destaca el tedio generado por el ocio improductivo:

En alguna parte del mundo, de seguro, algo estaría sucediendo; nuestro deber de periodistas era divulgar ese algo, indudablemente; pero nuestro deber de hispanoamericanos obedientes a la tradición del sábado, era más fuerte que nosotros, y los periódicos no han salido estos días. Así se hubiera muerto el señor Sánchez Cerro, así hubiese renunciado su gabinete, así hubiese inventado su cancillería un ardid inédito, nosotros habríamos seguido gozando de nuestros brazos cruzados, de la derrota de las procesiones, del mirar sin palabras a alguna pelirroja de inequívoca satanidad, del campo que habían traído hasta nosotros, incapaces nuestros bolsillos de llevarnos a él.

Y llega el minuto de volver al periódico, y nos damos cuenta de que en realidad en el mundo no ha sucedido nada; no encontramos más temas para nuestros comentarios usuales que el de no haber hecho nada, no haber visto nada, no haber leído nada. Y sabemos que los lectores no van a creérnoslo, y revisamos febrilmente los cables, los telegramas, asistimos atentos a todas las llamadas telefónicas. Nada. Ni Laureano Gómez ha dicho siquiera un discurso.

Semana Santa, lluvia, el campo en la ciudad y viceversa, la máquina de escribir sin nadie ni nada (5).

En este breve texto salta a la vista no la paradoja de vivir en muchos lugares y experimentar los mismos sentimientos, sino la del redactor sin temas, la del periodista sin noticias que termina abrumado por la infecunda realidad.

Por lo que escribe Owen en el segundo "Cuaderno de Ocios", se colige que conoció a Fabio Lozano durante su paso por tierras peruanas (abril/1932-mayo/1933), pues éste fungía como ministro plenipotenciario de Colombia en Perú, mientras aquél se desenvolvía como "escribiente", primero, y "encargado del consulado mexicano" en Lima, después. En el texto dedicado a Fabio Lozano, el poeta de El Rosario hace coincidir el encuentro presente en Colombia, el pasado en Lima y el futuro en México como si tiempos y espacios fueran una contingencia menor y, por el contrario, el contacto frente a frente, el aspecto esencial de sus coincidencias:

Y la conversación que iniciáramos una tarde en el elefante blanco que llaman Hotel Bolívar —yo, recién nacido al pequeño laberinto de la dulzura limeña, y usted discreto dominador ya entonces de sus sutiles peligros y de sus indudables refugios espirituales— y que continuamos ahora en el Granada, pueda reunirnos otra vez bajo los frescos de José Clemente Orozco, en la casa de los azulejos, donde hay un muy buen té y algunos turistas, pero bien educados.

A raíz del choque entre tropas peruanas y colombianas en Tarapacá, el 15 de febrero de 1933, el ministro de Perú en Colombia, Enrique Carrillo, solicita el pasaporte para volver a su patria, con lo que se anuncia la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países. En correspondencia, el 16 de febrero, Fabio Lozano, ministro de Colombia en Perú, presenta "sus letras de retiro" y una enérgica protesta contra el gobierno del dictador Sánchez Cerro. Ese mismo día, en una acción recíproca, todos los cónsules son despojados de su investidura en ambos países, con lo que se concreta la ruptura de relaciones diplomáticas.

Dos días después, el sábado 18 de febrero de 1933, por la noche, Fabio Lozano y su familia abandonaron la casa de la Legación situada en el número 502 de la Avenida de Chorrillos, previo retiro del escudo de Colombia. En un tono dramático, la noticia del saqueo a la Legación ocupa la primera plana de El Tiempo del 21 de febrero, ya con los agredidos a salvo en Guayaquil. Finalmente, el 3 de marzo Lozano llega a Bogotá y al día siguiente concede una larga entrevista en el Hotel Granada, al que Owen alude en el "Cuaderno de Ocios. Fabio Lozano en Méjico". Visto como un héroe por las magnitudes del conflicto, y debido a la muerte de Julio Corredor Latorre (acaecida el 22 de enero de 1933, en México), Fabio Lozano recibe un nuevo nombramiento por parte del gobierno de Olaya Herrera: mediante el decreto del 27 de marzo, Lozano es nombrado para el cargo de "enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la república en México", con un sueldo de 800 pesos mensuales, más 150 para gastos de representación.

Finalmente, Fabio Lozano parte para México el 8 de abril con la ruta Bogotá-Nueva York-Washington-Ciudad de México. En el mismo barco, viaja el ministro plenipotenciario de México en Colombia, según dice la nota, "llamado urgentemente por su gobierno"; Juan Navarro Aceves lo sustituye durante algunos meses. Ese mismo día, en la sección "Cosas del Día", se publica una croniquilla titulada "Fabio Lozano y Lozano", probablemente de Owen quien hizo varios homenajes desde estas columnas:

A sembrar para Colombia comprensión y amor en el alto, fecundo surco del pueblo mexicano, sale hoy de Bogotá el doctor Fabio Lozano y Lozano, el fino e irreprochable diplomático, el discreto hombre de letras, el amigo insubstituible. No se va de Colombia, se va a México con todo el espíritu de Colombia entrañablemente ligado a su espíritu; se va a seguir siendo, con todo el fervor encendido de su amor a la Patria, la voz de ella misma sonando en el aire claro de la Altiplanicie mexicana; se va, con su noble esposa y su hija, a seguir viviendo en un hogar colombiano frente a las montañas del Anáhuac, no distintas en nada de las que le vieron crecer en hidalguía e inteligencia.

No es ésta la despedida habitual que damos al amigo, porque en su partida más que en [la] de otro alguno se hace literal en su significado la frase vulgar que nos enseña que los amigos nunca parten, jamás se alejan de nuestra amistad y nuestra memoria. Y nos regocijamos por él de la fortuna cordial que de seguro le espera en México, cuyos hombres sabrán valorizar cabalmente las dotes que ascendencia y estudio le han dado. Estará en un país cuya nobleza y cuyas virtudes, que en Colombia apreciamos en toda su magnitud, facilitarán su labor ardua y delicada. Y sabrán cultivar para nosotros un cariño parejo al que por México sentimos, y nos sabrá conservar la simpatía que por nuestros problemas y nuestras luchas nos ha demostrado el pueblo azteca.

Apenas si tenemos, pues, que hacer un voto: el muy sincero de que el viaje, para él y su amable compañía, sea tan feliz como la estancia que con certeza le auguramos en la capital mexicana (5).

Como decía, esta elogiosa nota del amigo podría ser de Owen por algunas marcas textuales que emplea sistemáticamente, verbigracia su leísmo, pero también ciertos adjetivos propios del léxico oweniano como "prieto" o "apretado" para referirse a los abrazos en su epistolario. En este caso, me centraré en la frase "un cariño parejo al que por México sentimos" donde parejo modifica a un sustantivo abstracto como se lee en el primer "Cuaderno de Ocios. Aspectos de la Semana Mayor": "Y a pareja emoción no podemos encontrarle cauce sino parejo" (4). El adjetivo mencionado aparece referido dos veces, una en femenino y otra en masculino, en este texto firmado expresamente por Owen. Años después, en una nota de la Redacción de Estampa, a cargo de Owen, se da la bienvenida a José Umaña Bernal a la dirección de dicha revista con el consabido término: "cariño parejo e invariable" (5). Y en la entrevista con el embajador norteamericano en Colombia, Spruille Braden, Owen emplea el adjetivo de marras: "ha sido su emoción pareja" (63). Otros pasajes hay en la obra oweniana donde en lugar de parecido, parecida, semejante o igual se encontrará parejo o pareja para matrimoniarlo con un sustantivo marcado por el pathos, verbigracia el cariño o la emoción.

Respecto del segundo "Cuaderno de Ocios", podría decirse que opera por alusión, porque la figura de Fabio Lozano sirve de pretexto a Owen para hablar del trabajo diplomático, como el de la Semana Mayor para referirse a sí mismo o el del centenario de Antioquia para recordar a sus amigos antioqueños. Según Owen, habría tres vocaciones en perspectiva para un buen ciudadano: la política, la literatura y la diplomacia. Para algunos, sin embargo, ésta representaría una "vida de ocio elegante" en cuya defensa Owen delata el desconocimiento de las naciones hispanoamericanas en clara alusión a su labor dentro de la diplomacia:

En vano dibujaban mis números que en América, donde el desconocimiento de nuestros pueblos es tan desoladoramente literal, los que a enseñar y defender el país desde afuera nos dedicábamos, teníamos una tanto más ardua tarea, cuanto que esa defensa y esa enseñanza de nuestros valores y de los puntos de vista de los que en casa se quedaban, había de hacerse vigilando con desvelo que no sonara la palabra indiscreta, que sobre la nación entera había de caer.

La diplomacia, así, contribuiría a limar asperezas en un mundo de nacionalismos encendidos. Tarea nada sencilla para quienes como Owen y Lozano han padecido la persecución sanchecerrista en el ejercicio de su labor de grandeza y servidumbre. Aquél, perseguido por colaborar con la sublevación aprista encabezada por Haya de la Torre; éste, a punto de ser inmolado por las turbas durante la disputa por la región de Putumayo. Como rememora el cronista en clave analógica, también los diplomáticos viven sus noches de terror en territorio ajeno al que son despachados para servir: "Y luego también que una noche —quisiéramos ¡ay! que sólo una— en la nave ajena hay un motín, y el pirata más zafio y más criminal se apodera de ella, y las señales de entendimiento y de amor que entre los dos países ensayábamos, poniendo en ello todo nuestro fervor, se eclipsan de pronto tras la humareda de algún atentado incalificable. Y sembrar en la arena vecina es más duro aún que en la propia".

Si se lee con minucia, la noche representa el tiempo en que Perú se halla sometida por Sánchez Cerro y sus esbirros; la nave ajena puede ser Perú o Ecuador de donde también sale expulsado el joven diplomático; el motín, la revolución emprendida por los apristas; el pirata, el tirano en turno. Por cierto, también puede apreciarse la paráfrasis de la expresión bolivariana "arar en el mar", que aquí aparece como "sembrar en la arena", sinónimo de empresas utópicas como la revolución. En el caso de Lozano, ya he sintetizado los pormenores de los atropellos que sufrió durante su "noche peruana" en el asalto a la Legación de Colombia en Perú. Como diría Owen, también tuvo su "tragedia peruana" y así se lo recuerda: "usted lo sabe bien, Fabio Lozano, que el pirata sea un peregrino renovador del derecho diplomático, y su cancillería nos organice un atraco inefable a lo que no es sólo nuestro hogar, ya en sí sagrado, sino la frontera territorial que muchos siglos de cultura parecían asegurarnos". El final de este pasaje alude a la ocupación del territorio colombiano de Leticia por parte del gobierno peruano que, a la postre, motivó la ruptura de las relaciones diplomáticas entre Perú y Colombia.

La segunda parte del texto sobre Lozano se encuentra imbuido de la fascinación de Owen por México y su gente, sus paisajes y su historia. Esto le permite hilar sobre su paso por México, Lima y Bogotá. Abundan, asimismo, los datos sobre el espíritu mexicano y las discretas recomendaciones que, a juicio del cronista, habrán de ser útiles al nuevo ministro de Colombia en México para su permanencia en la "región más pura del aire". Fiel a sus clásicos, Owen remite a Von Humboldt, quien así habría bautizado al Valle de México, y a don Alfonso Reyes, quien reproduce la frase en su Visión de Anáhuac (1917); años después, Carlos Fuentes la adoptaría en el título de una de sus novelas, La región más transparente (1958).

Para cerrar este artículo, que espero abra nuevas perspectivas sobre la obra de Gilberto Owen, al tiempo que contribuyo con su rescate, diría que pocos textos suyos, poemas, narraciones o crónicas literarias9 dejan fuera el sustrato autobiográfico, ya de manera implícita, ya explícita. Es decir, el hallazgo de diversos materiales en El Tiempo y Estampa, principalmente, han permitido reconstruir parte de su vida, como espero haberlo demostrado fehacientemente. Los dos artículos que reproduzco a continuación tienen la virtud de sus cartas y de sus prosas de las series recientemente recuperadas ("Suceso", "Al Margen del Cable"...): muestran un tono creativo tanto en la concepción de la serie como en el espíritu que las mueve; en sus fijaciones gramaticales como en su retórica alambicada; en las referencias intertextuales como en los guiños autobiográficos.

Respecto de las obras de Owen, cabe decir que se requiere una nueva edición, de ser posible con aparato crítico, notas y variantes en aquellos textos intervenidos por Owen durante su vida en el paso de la versión o las versiones periodísticas a la del libro. Los testimonios críticos y documentales me parecen, ahora, suficientes para esta aventura que inició Josefina Procopio allá por 1950 y que aflora como llaga en el estante de los clásicos mexicanos.

 

Cuaderno de Ocios

Aspectos de la Semana Mayor

Por Gilberto Owen

Cierto rubor de los revolucionarios de mi México, por no confesar la imposibilidad legislativa de vencer hábitos tradicionales, les hizo optar por una mera mudanza nominativa, acatando el ritual descanso de estos días, al que simplemente rebautizó de vacaciones de primavera. Esto de la estación, en países que carecemos de ellas, no pasa de ser una figura retórica, y por supuesto que trabajadores y colegiales seguimos refiriéndonos a este asueto, titulándolo de Semana Santa, con una íntima alegría reaccionaria, y a pesar del otro inocente truco oficial de alargar a diez días los de descanso, pues natural nos parecía que la Semana Mayor tuviera más de siete. Y en realidad el uso católico de iniciarla el domingo de las palmas, cuando no el viernes de dolores, conciliaba ya nuestra emoción renovadora con nuestro fervor a una tradición intachable, tan respetable, al menos, como el primero de mayo o el día de la independencia.

Pues a muchas cosas logramos renunciar en el viaje, y es natural que así sea; pero hay una sensible hegemonía, durante todo él, de lo aprendido o de lo acostumbrado durante los años mozos, que sigue primando sobre lo intentado, sobre lo sentido después de la adolescencia, que nos hace mirar con una profundidad y una intensidad únicas el paisaje de los años iniciales, fugaces y superficiales, en comparación, todos los que le siguen.

Sucede así que uno sale de su tierra, a la hora siguiente de la adolescencia, y se acentúa la impresión de prisa y de vértigo en que desfilan las costumbres extrañas, refiriéndolas siempre a la plástica inmovilidad de nuestro escenario anterior; es decir, se acentúa la paternidad invariable de su paisaje, se hacen de piedra dura sus figuras. Pero luego, como no sea que el viaje nos lleve a ideologías orientales, hay dos escenas que, con variantes idiomáticas o meramente pintorescas, seguimos encontrando similares en todas partes: me refiero a la Navidad y a la Semana Santa, que son, en el accidente geográfico o racial, como en el tiempo el agua del río, siempre igual y nunca la misma, en paradoja vital, esencial.

Cierto que para el turista una Semana Santa en Sevilla es algo diametralmente opuesto a una Semana Santa en Norte América, pero para el viajero verdadero la diferencia no es tan chocante. El turista que pasa, no puede situar, no puede entender un hecho, como el viajero, que está; éste ensaya una interpretación preliminar del clima y del ritmo espirituales del país visitado, dentro de la cual sitúa la manera particular de celebrar semana santa o navidad, no encontrándolas, por ello, tan diversas, iguales en su sentido profundo.

De mí sé decir que cuando he tratado, esta tarde, de agrupar y contrastar mis recuerdos de semana santa en los tres o cuatro países en que la he vivido, no he hallado, en verdad, sino diferenciaciones en la superficie, que sólo la dermatología literaria de Azorín pudiera acentuar interesantes. En mis ojos se movían idénticas, por ejemplo, las procesiones de capuchinos morados que estos días atravesaban las calles de Bogotá, y que en Lima no me habían asombrado, que el desfile floreal de Sevilla o aquellas procesiones de indios, con zempatzúchiles y girasoles en las manos, o lanzas florecidas de papel de China, o matracas unicordes de voz de cigarra, que una disposición constitucional no permitía en mi tierra traspasar el atrio de las iglesias.

Y la pantomima de la tragedia divina era, traducidas las palabras, igual entre los cuáqueros de Pennsylvania que en mi tierra, con el dulce reo trajinando de Herodes a Pilatos, ante los rostros acongojados de las beatas mujeres, entre la bulliciosa incoherencia de los chiquillos que esperábamos con mayor interés el minuto en que nos soltaran al ratero del trueque famoso para perseguirle por calles y plazas, afinando nuestra puntería para acertar la primera piedra contra el rojo fugitivo.

Y esta visita a los monumentos, la misma en Nueva Orleans que en Sud América o en México, parecidos todos ellos también, hasta el grado de que las variedades de la flora respectiva casi no pueden advertirse, y hasta el punto de no estar seguro uno de haber encontrado tal rostro conocido ante un altar de España, de Quito o de Guatemala.

Y luego el mismo júbilo, el sábado de gloria, ya entre el estruendo de balacera y motín de la quema de los judas, en todas las calles y en todas las pulquerías de México, ya entre la música extrañada y confortante de las campanas en todas partes; y la misma prisa, en la pascua, de parejas que durante la cuaresma quisieron y no pudieron casarse, que hace aumentar el número de los empleados de la estadística nacional, llenando columnas y columnas de matrimonios.

Yo siento que esta semana santa mía en Bogotá ya la he vivido todos los años, por más que año tras año haya tenido diversos escenarios. La siento igual, en dogma y ritual, a las que más me conmovieran, las de mis años primeros, en los pequeños pueblos de las costas del Pacífico, o en las ciudades de la Altiplanicie mexicana.

Y a pareja emoción no podemos encontrarle cauce sino parejo, y me voy dando cuenta de que este artículo mío de ocasión no podría titularlo, como se me pidiera, una Semana Santa en Bogotá. Y pienso que acaso en emociones similares podríamos, una vez al año siquiera, sentirnos un solo país todos los de mi América. Y quisiera, y no puedo, multiplicar a trescientos sesenta días esta vacación de los nacionalismos, mejor aún, de las diferencias hostiles de todos los pueblos del continente.

 

Cuaderno de Ocios

Fabio Lozano en Méjico

Por Gilberto Owen

Especial para El Tiempo

Tres vocaciones hay —y su correspondiente divino soplo de ciencia infusa, su preparación espontánea milagrosa— que ningún buen ciudadano creyó jamás que le faltaren: la política, la literatura y la diplomacia. Un día que explicaba yo la grandeza y la servidumbre de esta última, me advertí de pronto tan acribillado por sonrisas oblicuas, que en rubor a filo de lágrimas hubo de resolverse mi discurso. En vano golpeaban mis palabras de experiencia trabajosa la imagen que cada uno de mis conciudadanos me oponía: vida de ocio elegante, con pausas apenas para la plática de salón, con intermedios si acaso para el folletón de la intriga y hasta del espionaje. En vano dibujaban mis números que en América, donde el desconocimiento de nuestros pueblos es tan desoladoramente literal, los que a enseñar y defender el país desde afuera nos dedicábamos, teníamos una tanto más ardua tarea, cuanto que esa defensa y esa enseñanza de nuestros valores y de los puntos de vista de los que en casa se quedaban, había de hacerse vigilando con desvelo que no sonara la palabra indiscreta, que sobre la nación entera había de caer. Y hay luego, para el diplomático, la condición de frontera a muchas leguas de la geográfica, que mata casi toda vida personal; y su obligación de vigilar al día los problemas de la propia nave y de la ajena, y esta doble atención nos lleva a un doble conocimiento, es decir, parte nuestras vidas a un doble amor. Y luego también que una noche —quisiéramos ¡ay! que sólo una— en la nave ajena hay un motín, y el pirata más zafio y más criminal se apodera de ella, y las señales de entendimiento y de amor que entre los dos países ensayábamos, poniendo en ello todo nuestro fervor, se eclipsan de pronto tras la humareda de algún atentado incalificable. Y sembrar en la arena vecina es más duro aún que en la propia.

Y a veces sucede que el pirata se llama Luis Magnolio, y el diplomático conoce entonces la extraña increíble emoción de pasear custodiado, en vísperas de ruptura, por policías secretos patibularios; y hasta puede pasar, usted lo sabe bien, Fabio Lozano, que el pirata sea un peregrino renovador del derecho diplomático, y su cancillería nos organice un atraco inefable a lo que no es sólo nuestro hogar, ya en sí sagrado, sino la frontera territorial que muchos siglos de cultura parecían asegurarnos.

En México, pasada ya definitivamente la hora de los Victoriano Huertas, estos últimos accidentes del oficio llamémosles así, no son naturalmente amenaza de nadie; no lo fueron ni entonces siquiera. Pero la tarea que le espera es larga y difícil. En mi país se desconocen los valores colombianos, que yo voy empezando apenas a medir, más aún de lo que aquí se desconoce a México, con ser tanto. Amamos allá a Colombia con amor que es presentimiento, que no es aún conocimiento; como aquí a México. Y a su desvelo por enseñárnosla hay que agregar una atención que le ganará todos los minutos para seguir la obra en marcha de un país, de un pueblo que parece al fin haber encontrado, tras el doloroso y fecundo huracán de la revolución armada, el sentido verdadero de la revolución, su signo entrañable: la manera de librarse, por la exaltación de valores económicos y espirituales auténticos, descuidados hasta hace muy poco, de un sino mortal que aparecía ineludible desde el imperio azteca.

Usted, historiador fino y despierto, recordará cómo en el mundo de Hegel no pasa nada; en efecto, "bajo el sol natural", pero bajo el sol espiritual de la historia, no hay día que no suceda algo nuevo. Lo que más fascina de México es precisamente eso, como podrá usted comprobarlo: bajo su sol natural que es el espíritu, cada día, cada hora nos trae su inédito presente, negro a menudo, pero, cuando blanco, deslumbradoramente lleno de cosas fecundas. Va usted a desentrañar, para Colombia, el significado de nuestra actitud, de nuestras luchas, de nuestras cosechas bienales.

Se va usted, ya lo habrá oído, a la región más pura del aire. Si la Lima que ha dejado nos pareció una ciudad submarina, la Bogotá está en las nubes, sin vara de oro aún que nos la mida para saber si es la Ciudad de dios, México es una ciudad en el aire; no crea lo que allá le contarán, que está edificada sobre una laguna; en realidad sí está cambiando de sitio a cada momento, si los terremotos no pueden con ella, "le vienen guangos", como oirá usted decir allá, es porque está suspendida en el aire, viajando hacia el Popo y el Ixtla sin descanso. A las gentes les encontrará a usted lo mismo, yéndose hacia arriba, acaso por la imposibilidad imperialista de una aspiración horizontal.

De ellas puedo asegurarle, desde aquí, una atención despierta, un fervoroso deseo de aprender, de comprender, de aprehender la actitud de Colombia en esta hora de tránsito; en la otra que, arrancando del Libertador, terminó hace un instante; de la que es posibilidad, perspectiva, mañana, también. Dígales cómo es su tierra, que allá no le oirán arenas del desierto. Y, además, aquel amor que yo vi le profesaban en Lima, sé que lo encontrará, merecido, en una ciudad que no es de adobe, sino de una piedra durísima y blanca, de un tezontle que resistió huracanes de diez años.

Y la conversación que iniciáramos una tarde en el elefante blanco que llaman Hotel Bolívar —yo, recién nacido al pequeño laberinto de la dulzura limeña, y usted discreto dominador ya entonces de sus sutiles peligros y de sus indudables refugios espirituales— y que continuamos ahora en el Granada, pueda reunirnos otra vez bajo los frescos de José Clemente Orozco, en la casa de los azulejos, donde hay un muy buen té y algunos turistas, pero bien educados.

 

Fuentes

Anónimo, 1933, "Fabio Lozano y Lozano". "Cosas del Día", El Tiempo, 8 de abril, p. 5. ...—

----------, 1933, "Semana Santa". "Cosas del Día", El Tiempo, 16 de abril, p. 5.

----------, 1934, "El Tiempo de los sábados". "Cosas del Día", El Tiempo. 15 de septiembre, p. 5.

Cajero, Antonio, 2011, Gilberto Owen en Estampa. Textos olvidados y otros testimonios, México, El Colegio de San Luis.         [ Links ]

Carrión, Benjamín, 1995, Correspondencia 1. Cartas a Benjamín, Jorge Enrique Adoum (pról.), Quito, Municipio del Distrito Metropolitano de Quito.         [ Links ]

García, Celene y Antonio Cajero (eds.), 2009, Gilberto Owen en El Tiempo de Bogotá, prosas recuperadas (1933-1935), México, Porrúa-UAEM.         [ Links ]

Owen, Gilberto, 1923, "Canción del alfarero", La Falange, 6 de Septiembre, pp. 340-342.

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----------, 1933, "Cuaderno de Ocios. Aspectos de la Semana Mayor", El Tiempo, 13 de abril, p. 4.

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----------, 1935, "Suma de Ocios. Motivos de Lope de Vega", Segunda Sección. El Tiempo, 16 de marzo, p. 17.

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----------, 1948, Perseo vencido, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos.         [ Links ]

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----------, 1978, El infierno perdido, Luis Mario Schneider (ed. y pról.), México, UNAM.         [ Links ]

----------, 1979, Obras, Josefina Procopio (ed.), Alí Chumacero (pról.), México, FCE.         [ Links ]

----------, 1982, Cartas a Clementina Otero, Marinela Barrios (ed.), México, Bellas Artes.         [ Links ]

----------, 2004, Me muero de sin usted. Cartas de amor a Clementina Otero, Marinela Barrios y Vicente Quirarte (ed. y notas.), México, El Colegio de Sinaloa-Siglo XXI.         [ Links ]

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Quirarte, Vicente, 2007, Invitación a Gilberto Owen, México, UNAM-El Equilibrista.         [ Links ]

Sánchez, Luis Alberto, "Dos notas sobre Gilberto Owen", Diálogos 7, p. 17-19.         [ Links ]

 

Notas

1 Owen se refiere a este libro como El infierno perdido, del que se conservarían algunos poemas, verbigracia "Discurso del paralítico". "Entre los papeles que iban a servirme para componer algún día El infierno perdido (irremediablemente, ¡ay!), he hallado un poema tan ajeno, tan en tercera persona, que al leerlo y ponerlo en limpio para su publicación, no he podido mudarle voz alguna" (Obras, 1979: 237), escribe Owen como nota aclaratoria de la publicación del "Discurso del paralítico" en la revista Estampa, primero; en Letras de México, luego (Cajero, 2011). Por su parte, Luis Mario Schneider (1978) reunió los retazos que habrían sobrevivido de este libro tan emblemático, por su ausencia, en la bibliografía oweniana: El infierno perdido.

2 Curioso cambio de título, ya que El infierno perdido me parece más acorde con la manía oweniana de invertir los planos y, acaso, como contraparte de The Lost Pardise, de Milton; no otra intención puede entreverse en Sindbad el varado frente a Sindbad el marino o Perseo vencido frente al mitológico Perseo vencedor.

3 En una carta a Clementina Otero, sin fecha, Owen se refiere a Línea y Desvelo en clave críptica, potenciada por la dilogía de Línea como nombre de un libro y "línea" como la idea de mantenerse en forma: "Se llamaba Narciso Negro, y sabía mis palabras uno de mis sueños. El llamado línea. Murió de línea, el día que quemé Desvelo. Todo es ahora un problema, su recuerdo me espina, estoy enamorado. Yo no lo entendí hasta que perdí la línea, aquel día de usted enferma" (1982: 15).

4 Éstas fueron editadas por Marinela Barrios Otero con el título Cartas a Clementina Otero (1982). Luego, junto con Vicente Quirarte, y con el título de Me muero de sin usted. Cartas de amor a Clementina Otero, en 2004 hacen una edición más completa de la correspondencia, pues también incluyen recados, tarjetas postales, y los facsímiles y la versión diplomática de los testimonios conservados.

5 Así copiaron los editores el pasaje del que hablo: "Nos quedamos de este lado del cuadro [...] oyendo pasmados la lección de anatomía del doctor Nicolás Taip" (Owen, 1979: 200).

6 Para estas fechas, el suplemento literario Lecturas Dominicales se había convertido en la Segunda Sección; seguía apareciendo los sábados y no los domingos, como pudiera esperarse por el título de su antecesor. Esto ha generado algunas equivocaciones en la datación de los textos de Owen en Lecturas Dominicales, pues aunque tienen la fecha del domingo, el suplemento salía un día antes. El cambio de formato se produjo el 15 de septiembre de 1934 y se anunció el 14 en una nota de la página cinco titulada "El Tiempo de los sábados", como sigue: "A partir de mañana, haremos de EL TIEMPO de los sábados verdaderas ediciones extraordinarias que constarán de 24 páginas [...] para dar al público una lectura dominical de interés actualísimo, variada y amena".

7 Así se refiere Owen al género suceso: "¿Qué sería un suceso sin su intención doctrinal, didáctica, si no fuese ya en sí una parábola? Porque sería hueso sin meollo, bagazo y ceniza, retórica parlamentaria, humo, polvo, nada, elegimos hoy otro ejemplo edificante. Formar corro y aprended los métodos matrimoniales de los países más adelantados" (cf. García/Cajero, 2009: 137).

8 Entre otros, el conflicto entre Colombia y Perú por la posesión del territorio de Leticia; Owen conocía muy de cerca a las dos naciones: el conflicto empezó el 1 de septiembre de 1932 con la reivindicación de Leticia como propiedad de Perú por parte de medio centenar de peruanos dirigidos por Oscar Ordóñez de la Haza y por el alférez del Ejército Peruano Juan Francisco La Rosa Guevara. A este episodio se le conoce como la Guerra Colombo-Peruana, ocurrida en la cuenca del Río Putumayo. La guerra terminó en mayo de 1933 con la ratificación del Tratado Salomón-Lozano que databa de 1922. Otro conflicto que seguramente hiere la sensibilidad hispanoamericanista de Owen es la Guerra del Chaco que tuvo lugar entre 1932 y 1935. Bolivia y Paraguay fueron los países contendientes por el control de la región conocida como Chaco Boreal.

9 Jorge Zalamea diría que el trabajo periodístico de Owen "no podía dejar de ser literario, pues existe una 'literatura periodística' aunque ello fastidie a quienes no logran conciliar los dos términos por simple pedantería o por mera incapacidad" (apud Quirarte, 2007: 105).

 

Información sobre el autor

Antonio Cajero Vázquez: Doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México. Desde agosto de 2009, es profesor investigador en El Colegio de San Luis. Ha colaborado en revistas y diarios mexicanos (Este País, La Jornada, La Colmena). Ha publicado, también, en revistas académicas nacionales e internacionales (Nueva Revista de Filología Hispánica, Semiosis, La Nueva Literatura Hispánica, Literatura Mexicana, Variaciones Borges, Revista de Literatura Mexicana Contemporánea). Forma parte del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 1. Algunos de sus libros recientes son: Corregir con el ejemplo. Sobre escritura universitaria (UAEMéx, 2013); Palimpsestos del joven Borges: escritura y rescrituras de Fervor de Buenos Aires (Colsan, 2013); Gilberto Owen en Estampa. Textos olvidados y otros testimonios (Colsan, 2011), y Perseo vencido, edición crítica de Gilberto Owen (Colsan, 2010).

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