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Valenciana

versión impresa ISSN 2007-2538

Valenciana vol.7 no.13 Valenciana ene./jun. 2014

 

Dossier: el tiempo ahora: reflexiones en torno a la filosofía de la historia

 

La historia y las acciones humanas en el pensamiento de Robin G. Collingwood

 

Rodrigo Christian Núñez Arancibia*

 

* Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo

 

(Artículo recibido el 2 de enero de 2014;
aceptado el 25 de febrero de 2014.
)

 

Resumen

La historia, como una estrategia para comprender el pasado, fue considerada desde sus orígenes una actividad cercana a la literatura y al arte. Esta caracterización de la historia fue puesta en segundo plano hacia el siglo XIX, en cuanto se intentó fortalecer sus rasgos científicos y, en tal sentido, mantenerla diferenciada de la literatura como relato de lo que efectivamente ocurrió.1 Una voz interesante de este debate, si bien no adecuadamente escuchada en su momento, fue la de Robin G. Collingwood, que presenta una teoría de la historia muy interesante, aunque no exenta de dificultades y limitaciones. Probablemente, el primer punto a reconocer sea el énfasis en definir a la historia como interesada en las acciones de los seres humanos, de tal modo que el "pasado histórico" quedaría delimitado a aquello que pueda remitirse directamente a las acciones humanas.

Palabras clave: Comprensión, representación, experiencia vivida, autoconocimiento de asuntos humanos, acciones humanas.

 

Abstract

The history, as an strategy to understand de past, was considerated since its origins an activity close to the literature and the art. This characterization of history was put aside during the XIX century when its scientific aspects where strengthen so it was differenced from literature, as account of what really happen. An interesting voice in this debate, although no properly listened on his time, was the one of Robin G. Collingwood, that presented a pretty interesting theory of history, in spite of it's difficulties and limitations. Probably, the first objective it's to recognize the emphasis to define the history as interested in the actions of the human being, in such way that the historical past would be limited to what can be remitted directly to human actions.

Keywords: Comprehension, Representation, Lived experience, Self-knowledge of human matters, Human actions.

 

I. La historia como ciencia

En toda obra de Collingwood se nota una doble instancia a primera vista contradictoria. Por un lado, distingue agudamente entre historia y ciencia; por otro lado, al mismo tiempo, insiste en que la verdadera historia es la "historia científica" tal como surgió durante el siglo XIX. Cuando Collingwood enfrenta ciencia e historia, (por "ciencia" debe entenderse "Ciencia natural") oposición que responde, básicamente, a su interés en hacer de la historia una forma de conocimiento autónoma cuyo desarrollo no se ajuste al monismo metodológico naturalista, de ahí su rechazo a la posibilidad de que se aplique a la historia el modelo de explicación por subsunción de un caso particular a leyes generales. En cambio, cuando Collingwood define la historia como "científica", está pensando en las bases comunes que tiene el conocimiento histórico con cualquier otro conocimiento con pretensiones científicas; es decir, en cuanto comienza con la formulación de preguntas, cada vez más precisas, que el historiador intenta responder apelando a la evidencia histórica disponible (1946: 252).

La primera caracterización del concepto de historia que Collingwood formula es particularmente interesante en cuanto la señala como "la ciencia de la naturaleza". El concepto de "naturaleza humana" resulta problemático ya que obliga a suponer algo fijo e inmutable en el hombre, que puede descubrirse por medio de los métodos de las ciencias naturales. De esta manera sería posible, al igual que para el mundo natural, determinar regularidades que permitan la formulación de leyes de aplicación universal o, por lo menos, aplicables a una amplia variedad y cantidad de casos.

Según señala su autobiografía, fue alrededor de 1930 cuando llegó a la conclusión de que la historia, en cuanto a la verdadera ciencia de los asuntos humanos, es la "única ciencia de la naturaleza humana". El antecesor más claro de una "ciencia de la naturaleza humana" fue Hume quien, sin embargo, habría cometido el error de pensarla como una analogía de las ciencias naturales.2 Ése fue el intento de las filosofías del siglo XVII y XVIII, que, seducidas por el modo triunfal de las ciencias naturales, no percibieron que lo que se consideraba la naturaleza humana no era más que los modos de pensar y comportarse de sus contemporáneos: "Hume nunca muestra la más leve sospecha de que la naturaleza humana que está analizando en su obra filosófica es la naturaleza del hombre del occidente europeo a comienzos del siglo XVIII" (Collingwood, 1946: 83), el suyo "fue en realidad un estudio histórico de la mente europea contemporánea" (Collingwood, 1939: 115). Lo mismo ocurrió antes con Locke y luego con Kant. En todos los casos, el objetivo que se propusieron fue encontrar una ciencia que, al modo de una ciencia política "natural", permitiera aplicar ciertas recetas que pudieran resolver los problemas humanos.3 Estos intentos fracasaron porque fueron falseados "por el supuesto de que las mentes humanas han funcionado en todo tiempo y lugar como aquellos de los europeos del siglo XVIII" (Collingwood, 1939: 116).

Ninguno de estos pensadores se percató de que proponían sólo un entendimiento "externo" de los fenómenos humanos al equipararlos a los fenómenos naturales. Así, Collingwood dirá de Hume que, aún cuando éste critique el concepto de sustancia espiritual, al concebir lo mental como un proceso sujeto a leyes sigue aceptando el supuesto de que la naturaleza humana nunca podría alterarse. Para Hume: "es universalmente reconocido que hay una gran uniformidad entre las acciones de los hombres, en todas las naciones y épocas, y que la naturaleza humana se mantiene incluso en sus principios y operaciones" (Hume, 1955: 92-93). De ahí, entonces, que la naturaleza humana debiera comprenderse en relación con "su parecido con la naturaleza humana propiamente dicha" (Collingwood, 1946: 82-84), es decir "transfiriendo" (la expresión es de Hume) lo que conocemos de nuestros contemporáneos al estudio de las generaciones anteriores. ¿En qué se diferencia la posición de Collingwood de la tesis de Hume? En los textos que conforman la introducción a The Idea of History, Collingwood va a sostener que la utilidad de la historia es que sirve "«para» el autoconocimiento humano acerca de sí mismo, «lo que significa que provee a cada uno no de un conocimiento personal acerca de sí mismo», sino de «su naturaleza como hombre»; la historia «nos enseña lo que el hombre ha hecho y así lo que hombre es»" (1946: 10). Nos aclara luego que "autoconocimiento, aquí, significa [...] un conocimiento de sus facultades cognoscitivas, su pensamiento o entendimiento o razón" (1946: 205).4 La historia científica nos provee con una especial "penetración" de la situación en la que los hombres se encuentran, pero cuanto más profundamente se puedan conocer las circunstancias y los personajes involucrados en ellas con más claridad surge la conclusión: lo que los hombres han sido y han hecho varía enormemente de un caso a otro. De ahí que cada hecho histórico deba entenderse en relación con su contexto y no como ejemplo de un tipo general, ya que los procesos históricos no pueden reducirse a la identificación de etapas que se suceden mecánicamente. Los procesos históricos parecen ser fenómenos que, por su unicidad, no admiten ser explicados por referencia a leyes universales. Sin embargo, la posibilidad de su comprensión debe estar ligada con la capacidad para extraer algún tipo de conclusiones generales de manera que tenga sentido decir que su conocimiento provee un "ojo entrenado" para la situación (Collingwood, 1939: 100). Si cada evento histórico es irremediablemente único, si los actores que participaron en ellos son absolutamente irrepetibles, ¿qué tipo de comprensión se puede extraer aquí, salvo la ocurrencia negativa de que, puesto que nada ocurre dos veces, ninguna extrapolación es posible?

Los hechos históricos son, entonces, procesos en los "que algo está cambiando en alguna otra cosa" (Collingwood, 1946: 163). Lo que caracteriza a un proceso histórico, y lo diferencia de uno natural, es que en cada una de estas etapas hay una retención de algo de la anterior que se mantiene "encapsulado" en ella: no debe confundirse entre "un proceso natural, en el cual el pasado muere al ser reemplazado por el presente, y un proceso histórico, en el que el pasado, en cuanto es históricamente conocido sobrevive en el presente" (Collingwood, 1946: 225). Por ejemplo, el concepto de "civilización" tal como aparece en The New Leviathan representa "un proceso por el que una comunidad sufre un cambio mental de una condición de relativo barbarismo a otro de relativa civilidad" (Collingwood, 1942: §37.22). Es un "cambio mental", es decir, no una simple modificación del medio ambiente sino un cambio en la conciencia humana: "la esencia de este proceso es el control de las emociones de cada hombre por su intelecto: esto es, la autoafirmación del hombre como voluntad" (Collingwood, 1942: §36.88). Este proceso tiene una dirección representada por el impulso de volverse cada vez más civilizado (Collingwood, 1942: §34.51).

Ahora bien, si los procesos históricos suponen el cambio con una dirección, es obvio que se abre la posibilidad de una comparación entre distintas etapas de los mismos y, a la vez, plantea el problema del progreso histórico, es decir, de la verificación de la dirección que efectivamente ha tomado el proceso en cuestión. Si se admite esto, sería posible establecer uniformidades de algún tipo entre los distintos procesos históricos, pero entonces, ¿Collingwood está defendiendo la misma ciencia de la naturaleza humana que antes criticó?

La concepción humeana supone que el conocimiento que podamos adquirir sobre la naturaleza humana no producirá ninguna modificación en nosotros, del mismo modo que la naturaleza no es modificada por el conocimiento que tengamos sobre ella, pero, al llegar a pensar más verdaderamente sobre la comprensión humana, estamos mejorando nuestra propia comprensión. "Así que el desarrollo histórico de la naturaleza humana implica un desarrollo histórico de la naturaleza humana misma" (Collingwood, 1946: 84).5 El conocimiento histórico tiene consecuencias prácticas en cuanto altera nuestras concepciones de lo que podemos hacer: el pasado histórico "no es un pasado muerto; al comprenderlo históricamente lo incorporamos a nuestro pensamiento presente y nos permite, al desarrollarlo y criticarlo, usar esa herencia para nuestro avance" (Collingwood, 1946: 105)6

Collingwood defiende como objeto de la historia a lo que denomina "mind", (que puede entenderse como "mente" o, mejor, "lo mental", y, en particular, un tipo de actividad de la mente que es el pensamiento —actividad que en realidad constituye a la mente, pues "la mente es lo que hace" y "todo estudio de la mente es un estudio de sus actividades"— (1946: 221, 226). En el apartado siguiente se verá qué involucran esos conceptos, no obstante, lo que aquí hay que señalar es que esto lleva a Collingwood a afirmar que, en cuanto lo que el historiador conoce son pensamientos pasados,

al conocer lo que algún otro pensó, [el historiador] sabe que él mismo es capaz de pensarlo. Y descubrir que es capaz de hacerlo es descubrir qué tipo de hombre es. Si es capaz de comprender, al repensar los pensamientos de muchos tipos de gente, se sigue que debe ser también muchos tipos de hombre. En realidad, debe ser un microcosmos de toda la historia que puede conocer. Su propio conocimiento es al mismo tiempo su conocimiento de los asuntos humanos (1939: 114-115, cursivas mías).

Cuando Collingwood define a la historia como "la ciencia de la naturaleza humana" está tomando una clara dirección historicista: no es posible determinar una "esencia" humana inmutable. La denominada "naturaleza humana" se resuelve en el proceso histórico permanente en el que los hombres están inmersos. La "naturaleza humana" es, ni más ni menos, la historia que resulta de las acciones de los hombres. Al reconocerse históricos, los hombres comprenden su propia naturaleza, es decir, comprenden que nada está determinado de antemano. Por eso "no hay leyes de desarrollo o progreso" (Collingwood, 1942: §7.28) ya que las etapas previas de un proceso histórico "no determinan" a las posteriores (Collingwood, 1942: §9.48). Sin embargo, si los procesos históricos pueden comprenderse es porque presentan cierta racionalidad y continuidad en el presente. Esto impone límites serios a una posición historicista extrema que, si fuera consecuente, debería defender la peculiaridad de cada época y la imposibilidad de comprenderla desde otro contexto temporal. Una posición tal obligaría a Collingwood a negar el valor práctico que le ha reconocido a la historia. Para entender acertadamente cómo pueden comprenderse los procesos históricos sin reducirlos a casos de leyes generales y cómo se puede sortear un historicismo extremo que sea una variante del escepticismo, habrá que analizar cómo es posible que el historiador "reactualice" los pensamientos que constituyen la materia de dichos procesos.

 

II. Las acciones humanas como objeto de estudio del historiador

En The Idea of History, Collingwood plantea la pregunta: "¿Qué clase de cosas averigua la historia?" Responde: "res gestae, acciones de seres humanos que han sido realizadas en el pasado" ( 1946: 9). Dichas acciones establecen la diferencia entre la historia y la naturaleza, lo que explica por qué no hay, en sentido estricto, historia de la naturaleza. Una acción es un tipo especial de evento que, dice Collingwood, resulta la unidad de un "exterior" y un "interior". El exterior es definible en términos de cuerpos y movimientos, mientras que por interior se entiende aquella parte del evento que "sólo puede describirse en términos de pensamiento" (1946: 213). Mientras que los procesos naturales son una secuencia de meros fenómenos (es decir, de acontecimientos considerados en su pura exterioridad), los de la historia "son procesos de acciones, que tienen un interior que consiste en procesos de pensamientos, y lo que el historiador busca es estos procesos de pensamiento. Toda historia es la historia del pensamiento" (Collingwood, 1946: 215, cursivas mías). La terminología puede resultar extraña y requiere cierto contexto de interpretación.

En primer lugar, debe señalarse lo que dichos "pensamientos", que resultan ser el objeto privilegiado de la atención de los historiadores, no son. Si bien, los pensamientos son procesos mentales, los que le interesan a la historia no se reducen a procesos psicológicos (lo que a su vez haría depender a la historia de otra ciencia, la psicología),7 ya que, en cuanto tales, se dan en un contexto vital que resulta inaccesible para el historiador. Así, señala Collingwood, la emoción que embarga a quien descubre por primera vez la demostración de un teorema no resulta repetible para otro, aun cuando éste sí pueda reconstruir los pasos que llevaron a esa demostración. De modo que, si bien forma parte de la actividad psíquica de alguien, el pensamiento es un objeto de indagación complejo, ya que no se agota en dicha cualidad psíquica (a la que Collingwood considera como su aspecto "subjetivo", en tanto está inmerso en el flujo de conciencia inmediata de alguien) ni tampoco es un puro contenido reconstruible lógicamente (lo que caracterizará como su aspecto "objetivo", entendido como aquella dimensión del pensamiento que cualquier otro puede, potencialmente, reconstruir en su propia mente, tal como la demostración de un teorema). El pensamiento debe considerarse en términos subjetivos y objetivos, es decir, es el resultado de la actividad mental de alguien que no es el historiador; al mismo tiempo, debe reconocerse que hay aspectos de dicha actividad que son irrecuperables, también hay un aspecto que puede ser pensado nuevamente (por el historiador o, incluso, por el mismo sujeto en otro momento, en otro nuevo contexto psíquico). Para el historiador, las actividades que estudia no son espectáculos que se ofrecen a su mirada, sino experiencias que debe vivir a través de su propia mente, entendidas en su sentido más amplio sentido: algo que es vivido y pensado. Tales actividades son objetivas, es decir, las conoce sólo porque también son subjetivas, son actividades propiamente suyas (Collingwood, 1946: 218).

En este punto, Collingwood introduce dos señalamientos importantes: 1) el contexto presente en el que se puede pensar de nuevo un pensamiento pasado debe ser propicio; 2) volver a pensar el mismo pensamiento no implica ninguna "fusión" de identidades entre el actor original y el intérprete. Estas especificaciones apuntan a salvar dos críticas tradicionales: una supondría que la posición de Collingwood involucra un riesgo cierto de extrapolación de las categorías del historiador a las del actor cuyos pensamientos intenta interpretar, con el consiguiente peligro de incurrir en anacronismos o de perder objetividad; la segunda objeción (clásica entre los críticos a la comprensión) entiende que la propuesta de Collingwood no es más que variante de la empatía, mecanismo psicológico incontratable cuyo funcionamiento implica que comprender un pensamiento es "volverse" el actor original, por ejemplo, al leer las memorias de Napoleón, nos transformaríamos en él.8

Una vez aceptado que "toda historia es la historia del pensamiento", surgirá la pregunta: "¿cómo discierne el historiador los pensamientos que trata de descubrir?" La respuesta es "repensándolos en su propia mente", "toda historia es la reactualización [re-enactment] de pensamientos pasados en la propia mente del historiador" (Collingwood, 1946: 215). El considerar a la historia como el producto de las acciones humanas, cuyos interiores (los pensamientos) deben ser descubiertos por el historiador, conduce a Collingwood al rechazo del modelo naturalista de explicación y a la formulación de una alternativa a dicho modelo.9 La candidata a ocupar el lugar de esta alternativa será la tesis de la re-actualización o re-creación (según como se traduzca el término re-enacment).

No me extiendo aquí sobre las consecuencias que se siguen de la tesis de la re-actualización como propuesta de un modelo de explicación histórica ni tampoco sobre las evaluaciones diversas que ha recibido.10 En estas tesis se pone el énfasis en que rescatan la perspectiva de los actores históricos (lo que los sociólogos caracterizan como el punto de vista "subjetivo") y en que obligan a formular una nueva luz el concepto de causa, en cuanto supone admitir a los pensamientos como "causas" de las acciones. A pesar de afirmar que "para el historiador no hay diferencia entre descubrir qué ocurrió y descubrir por qué ocurrió" (Collingwood, 1946: 177, 214), lo que aparentemente implica un rechazo a la posibilidad de indagar por las causas de los eventos del pasado, Collingwood también reconoció que "no significa que palabras como 'causa' estén necesariamente fuera de lugar con referencia a la historia; significa solamente que son usadas allí en un sentido especial [...] La causa del evento para él [el historiador], significa el pensamiento en la mente de la persona por cuya acción el evento se produjo" y aclara: "cuando un científico se pregunta '¿por qué este trozo de papel de tornasol se vuelve rosa?' quiere decir '¿en qué tipos de ocasiones los trozos de papel de tornasol se vuelven rosa?'. Cuando un historiador pregunta '¿por qué Bruto apuñaló a Cesar?' quiere decir '¿qué pensaba Bruto que lo hizo decidirse a apuñalar a Cesar?'" (Collingwood, 1946: 214-215, cursivas mías).11 Lo importante aquí es el esfuerzo de Collingwood por proponer una teoría de la causalidad histórica que, a la vez que independiza la noción de causa de la ley, otorga status causal a los "pensamientos" (tal como lo desarrolla en An Essay on Metaphysics).

Habrá que conceder el punto de que la re-actualización involucra cierta aproximación individualista, metodológicamente hablando, a los asuntos históricos.12 En particular, si se trata de re-actualizar pensamientos se tiene que tener en cuenta que son la actividad de una mente que siempre es personal, es decir, por lo que los pensamientos a re-actualizar han sido pensados originariamente por un individuo. El conocimiento del pasado es también el medio a través del cual el historiador se busca a sí mismo. Collingwood aclara, de manera más bien esporádica, que es posible hablar de "la mente colectiva (cualquiera sea el significado exacto de esta expresión) de una comunidad o de una época", o que "la actividad mental es una posesión comunitaria, y casi todas las operaciones que ejecutan nuestras mentes son operaciones que aprendimos de otros que ya las han ejecutado" (Collingwood, 1946: 219, 226) o bien que los pensamientos de tal mente colectiva se pueden re-actualizar. Si se consideran muchos de los ejemplos que utiliza, sobre todo arqueológicos, y se ponen en conjunto una cantidad de afirmaciones dispersas, este aparentemente individualismo metodológico puede matizarse. Así, por ejemplo, dice que el historiador "está interesado en las costumbres sociales que crean [los hombres] por medio de su pensamiento como un marco en el que estos apetitos [se refiere a los apetitos biológicos] encuentran satisfacción en los modos sancionados por la convención y la moralidad" (Collingwood, 1946: 216). Habla favorablemente de Vico pues se preocupa por la "estructura real de la sociedad en la que vivimos" (Collingwood, 1946: 66) y critica a los iluministas por el espíritu "antihististórico" que les impide ver a las "instituciones como creadas por el espíritu de un pueblo en su desarrollo histórico" (Collingwood, 1946: 78). A pesar de que el sentido de estas afirmaciones debilitaría una tesis individualista fuerte, debe reconocerse que Collingwood se equivoca al negarles algún estatus teórico a las condiciones objetivas, reduciéndolas a la percepción o el pensamiento que los agentes tienen de ellas. Ello le impide admitir que hay aspectos de la realidad histórica que operan como condiciones no reconocidas de las acciones de los agentes y lo obliga a suponer que éstos tienen siempre un conocimiento acabado de los resultados de sus acciones. Sin embargo, estos resultados no pueden producirse o se producen de un modo diferente al previsto, en razón, justamente, de que la realidad histórico-social es mucho más compleja de lo que los propios actores puedan percibir. Reservar un lugar explicativo para los aspectos no intencionales de los procesos históricos no nos obliga a admitir que los hombres no son en absoluto responsables por lo que hacen (como parece temer Collingwood), sino que permite mostrar la complejidad de la situación en la que se insertan y sus esfuerzos por manejarla.

Un punto debiera resultar claro: la re-actualización se salva de las críticas que la consideran una variante de la empatía y, por lo tanto, de un mecanismo psicológico de dudosa cientificidad y de difícil control, porque Collingwood insiste en repetidas ocasiones que la historia es un conocimiento inferencial que procede interpretando testimonios.

 

III. La interpretación de la evidencia histórica

"¿Cómo procede la historia? La historia procede interpretando la evidencia: donde evidencia es un hombre colectivo para cosas que son llamadas documentos, y un documento no es una cosa existente aquí y ahora, de un tipo tal que el historiador, al pensar en ello, puede alcanzar respuestas a las preguntas que se plantea acerca de los eventos pasados" (Collingwood, 1946: 10). Entonces, si toda historia es la historia del pensamiento, si el pensamiento es el interior de las acciones realizadas en el pasado que el historiador debe poder volver a pensar por sí mismo de la manera apropiada, el punto de partida de esto lo constituye la disponibilidad de evidencia material (los testimonios o documentos en sentido amplio) que conformaría algo así como la "base empírica" contra la cual contrastar las diversas interpretaciones historiográficas. Es decir, que por estar frente a ciertos objetos del mundo pensamos "históricamente", lo que para Collingwood significa que formulamos preguntas con la finalidad de que las respuestas a estas preguntas nos permitan entender los acontecimientos históricos de lo que esos objetos son evidencia material.

La evidencia histórica no son sólo fuentes escritas, pero si estuviera exclusivamente compuesta por textos el trabajo de interpretación sería igual que si fuera solamente material no escrito: podemos ignorar "el hecho de que son narrativas y tratarlas exactamente en el mismo modo en que hubiesen sido tratadas si no fueran narrativas" (Collingwood, 1926: 386).13 De esta manera, los documentos escritos deben ser considerados con criterios similares al resto de materiales (monumentos, utensilios, mobiliario, monedas, restos de construcciones, etc.). Frente a ambos tipos de objetos la pregunta que debe formularse es: "¿qué significan?" Pregunta que puede plantearse respecto tanto de una carta como de una urna funeraria. Estos objetos no hablan por sí mismos: "son mudos excepto para una mente que pueda interpretarlos", incluso si se trata de una narrativa como la de Tucídides (Collingwood, 1926: 369). De modo que las fuentes escritas (entendidas como los testimonios de las autoridades, es decir, aquellos textos que pretenden la verdadera descripción de lo que ocurrió) no gozan de ningún privilegio. La evidencia histórica, como tal, exige interpretación y no dice nada salvo en respuesta a una pregunta.14 De igual modo que el científico baconiano "pone en cuestión a la naturaleza", el historiador debe someter a sus pruebas a un interrogatorio exhaustivo: "el historiador tiene que decidir exactamente qué es lo que quiere saber; y si no hay autoridad que se lo diga, como en realidad (uno lo aprende al fin) nunca la hay, tiene que encontrar un pedazo de tierra o algo que tenga la respuesta oculta en ella y obtener la respuesta" (Collingwood, 1939: 81).15 La evidencia histórica, entonces, es un objeto físico de cualquier tipo, un resto o una huella del pasado, que funciona como indicio o rastro de uno o varios eventos que lo produjeron. La evidencia no es inventada por el historiador ni tampoco está a su alcance el rechazarla sin situación.

En el análisis que Collingwood hace de la evidencia histórica hay un punto conflictivo, que tiene que ver con su insistencia en que dicha evidencia es siempre de un tipo peculiar, a saber: objetos fabricados con un propósito.16 Debe reconocerse que Collingwood exagera el énfasis en esta cuestión. Si bien es cierto que gran parte de la evidencia del historiador son objetos (completos o restos de ellos) producto de la actividad humana propositiva, en cuanto fueron hechos para algo, como es el caso de documentos escritos, artefactos de caza, restos de viviendas o incluso obras artísticas, no parece justificado restringir a priori el campo de los datos posibles que el historiador puede utilizar. La historia puede usar evidencia de otro tipo, en cuya interpretación las ciencias naturales juegan un papel importante, por ejemplo: al determinar la cronología de un fenómeno natural que destruyó una ciudad. La relevancia de este tipo de evidencia radica en su vinculación con la acción humana (p. ej. si dicho fenómeno natural motivó una migración masiva) y no parece provechoso excluirla del campo de lo histórico por ser el resultado de actividad propositiva alguna.17 Es claro que el énfasis en el carácter propositivo de los restos históricos le viene bien a Collingwood para aplicar la re-actualización como interpretación de estos restos: frente a un objeto el historiador trataría de descubrir el pensamiento que está en su origen; digamos por caso: qué se quería lograr al fabricarlo, lo que implicaría que la tesis de la re-actualización debe incluir algo más que un simple modelo de explicación histórica. Esta ampliación del concepto de evidencia histórica no implica, sin embargo, que la tesis de Collingwood esté en peligro al incluir cualquier objeto material que sea una rastro del pasado, ya que se ajusta bastante al sentido de muchas otras de sus afirmaciones. Así, por ejemplo, él mismo sostiene que la evidencia "debe ser algo aquí y ahora perceptible" para el historiador y que "la totalidad del mundo perceptible, entonces, es potencialmente y en principio, evidencia para el historiador" (Collingwood, 1946: 247).

Considerar algo como "evidencia histórica" significa varias cosas: la primera, que se ha ingresado en la etapa de la historia científica, o historia propiamente dicha; la segunda, que el historiador adopta hacia el pasado una actitud claramente activa (en la medida en que toda evidencia debe ser interpretada); la tercera, que el conocimiento del pasado tiene sus propios criterios de validación y aceptación. El término "evidencia" no es usado aquí en un sentido filosófico (como la señal de una certeza subjetiva al estilo cartesiano) sino como el elemento de prueba material en el que se basa la argumentación historiográfica. Debe entenderse por "evidencia histórica" un concepto cercano al de "elemento de prueba" que se utiliza en los procesos judiciales.

Collingwood opone la historia establecida como disciplina científica a otras formas anteriores de hacer historia, a las que considera deficitarias y erróneas.18 En contraposición a ellas, afirma que el conocimiento de "los eventos que estamos estudiando es siempre indirecto, mediado a través de la interpretación crítica de nuestras fuentes" (1926: 382) y que "el conocimiento en virtud del cual un hombre es un historiador es un conocimiento de la evidencia a su disposición prueba sobre ciertos eventos" (Collingwood, 1946: 252, cursivas mías).

La historia se vuelve una forma autónoma de conocimiento al abandonar el concepto de autoridad: "cuando el testimonio es reforzado por la evidencia, nuestra aceptación de él ya no será la aceptación del testimonio como tal; es la afirmación de algo basado en la evidencia, esto es, es conocimiento histórico" (Collingwood, 1946: 252, cursivas mías). Al proceder de esta manera, el historiador rechaza el ideal epistemológico del conocimiento del pasado por familiaridad: la evidencia de algo siempre lo es de otra cosa que sólo puede conocerse inferencialmente a través de la interpretación de esa misma evidencia, el pasado no es algo con lo que podamos "entrar en contacto" a través de las declaraciones de quienes fueron testigos directos. El historiador científico ("baconiano") toma la iniciativa planteándose primero qué quiere investigar, a partir de allí formula preguntas que debe responder interpretando la evidencia y no podrá contentarse con los dichos de una autoridad: "el historiador no puede responder preguntas sobre el pasado a menos que tenga evidencia sobre él. Su evidencia, si la 'tiene' es algo aquí y ahora en el mundo presente". El historiador nada puede hacer si no tiene evidencia y si un hecho pasado no hubiese dejado huella de ningún tipo en el mundo presente "sería un evento pasado para el que no habría evidencia ahora, y nadie [...] podría saber nada de él" (Collingwood, 1939: 96).

La historia, entonces, tiene por tema las acciones del pasado, cuyo interior procura re-actualizar, manteniendo a la evidencia histórica como piedra de toque de las interpretaciones que propone.

 

Conclusiones

La teoría de historia de Collingwood mantiene vigencia, no sólo porque ha sido retomada por autores más recientes para resolver algunas cuestiones problemáticas del conocimiento del pasado. A nuestro parecer, el interés más relevante proviene de la intuición que ofrece acerca de cuál debe ser la tarea de la filosofía de la historia, ubicándola a la distancia justa de los extremos peligrosos de las especulaciones abstractas y de su reducción (y absorción) por una epistemología.

No puede pasar por alto el interés político que Collingwood reconoce en el conocimiento del pasado, en la medida en que pueda ser de utilidad para comprender mejor el presente. La historia para él es al mismo tiempo conocimiento del pasado y conocimiento del presente. Es "conocimiento del pasado en el presente, el autoconocimiento de la propia mente de historiador como la reactualización y revivicación presente de experiencias pasadas" (Collingwood, 1946: 175). En este sentido, toda historia lo es de cosas que el historiador piensa en el presente. Así, insistió en un enfoque "histórico" del nazismo, ideología de la cual fue contemporáneo, con el objeto de despejar su opacidad y mostrar de qué modo se relacionaba con el proceso de desarrollo de la mentalidad europea. El nazismo, entonces, no podrá entenderse (como lo haría Croce) como un "paréntesis" de la historia, sino como el resultado de un proceso histórico peculiar que "llegó a existir, como lo hacen las cosas históricas gradualmente" (Collingwood, 1926: §45.24).

El presente no puede entenderse sin referencia al pasado del cual ha surgido, por lo que toda situación, hecho o personaje de nuestro mundo contemporáneo es el producto de un pasado que lo ha hecho posible. La utilidad de la historia para Collingwood no es, entonces, que sea "maestra de la vida", es decir, que pudiera proporcionar un repertorio de respuestas posibles a tipos de situaciones, sino una lente que, al permitirnos mirar en detalle y profundidad, hace posible el mostrar como proceso histórico lo que de otro modo aparece como un producto espontáneo y azaroso, una conjunción excepcional de innumerables factores, frente a lo cual, como si fuera un fenómeno natural, no pudiésemos hacer más que soportarlo. Al mostrar el desarrollo de un proceso histórico, Collingwood hace hincapié en su dimensión humana, en cuanto producto de ciertas acciones de las cuales debemos hacernos cargo; ya que, al no haberlas evitado, somos en parte responsables de que un fenómeno como el nazismo, por ejemplo, se transformara en una amenaza concreta para la humanidad.19

Del mismo modo que el avance del fascismo y el nazismo desveló a Collingwood y lo hizo pensar en la manera en que la historia podía aportar algo para mejorar la lucha en su contra, igualmente nosotros, contemporáneos de otras tantas catástrofes, podemos contribuir a una comprensión más precisa tanto del mundo en el que estamos insertos como de nuestras posibilidades de acción cuando consideramos "históricamente", al decir de Collingwood, los sucesos de nuestro tiempo. Dichos sucesos se nos presentarán, entonces, ya no como fogonazos incontrolables, sino como resultados de las acciones de los hombres y mujeres que son nuestros semejantes. Se nos hará explícita la dimensión histórica del presente y, de esta manera, podremos reconocer que somos actores del drama que nosotros mismos hemos contribuido a escribir. Hasta cierto punto, pues, el historiador condensa dentro de sí a buena parte de la humanidad en una multitud de situaciones.

 

Bibliografía

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Notas

1 Mientras que la literatura se manejaría dentro del terreno de lo verosímil, es decir, formularía relatos de lo que pudo haber ocurrido.

2 El error consistiría en suponer que "para comprender la naturaleza de nuestra mente deberíamos proceder del mismo modo que cuando intentamos comprender el mundo a nuestro alrededor [...] viendo cómo [los eventos naturales] caen dentro de tipos generales y cómo estos tipos generales están interrelacionados. A estas interrelaciones las llamamos "leyes de la naturaleza"; de manera análoga, al observar "los modos en que nuestras propias mentes y las de otros se comportan bajo circunstancias dadas "intentamos "establecer las leyes que gobiernan" (Collingwood, 1946: 205-206).

3 Collingwood debe tener en mente aquí la esperanza de Kant de que algún día llegará alguien como Kepler o Newton que, al igual que ocurrió en las ciencias naturales, reducirán la multiplicidad de los fenómenos históricos por vía de la aplicación de leyes universales a la historia.

4 La posición más clara que Collingwood elaboró respecto de esta cuestión está expresada en "Human History and Human Nature" de 1936 (1946: 205-301). El texto es una conferencia dada en la British Academy y uno de los pocos textos incluidos en The Idea of History que se ya se habían publicado previamente en vida de Collingwood (Proceedings of the British Academy, vol. XXII).

5 Collingwood clasifica como "realismo" a la tesis filosófica según la cual el conocer no altera lo que es conocido, por lo que la postura humeana sería, en términos de Collingwood, realista. Las críticas al "realismo" ocupan una parte importante de su obra, así aparecen en textos tempranos como Speculum Mentis y An Autobiography.

6 Sostienen tesis similares algunos enfoques sobre las ciencias sociales donde el conocimiento que provee la teoría social influye sobre las autocomprensiones que los actores tienen acerca de sí mismos y de la sociedad de la que forman parte.

7 Como habría sido el caso para Dilthey.

8 No voy a profundizar en las críticas que identifican comprensión y empatía, basta decir que dicha identificación no es sostenible en los textos de la mayoría de los autores criticados. Considero que más bien se trata de una confusión en los críticos, producto en parte del lenguaje metateórico que los autores comprensivistas suelen usar; por ejemplo, dichos autores suelen referir al "interior" de las acciones, lo que exige "penetrar" el "exterior" para comprender adecuadamente el "significado" de una "expresión vital" (algunas de estas expresiones, además de ser utilizadas por Collingwood, se pueden encontrar en Dilthey).

9 Porque el modelo se centra en la noción de causa entendida en el sentido humeano (independencia lógica de causa y efecto) y supone que toda relación causal es legaliforme.

10 Me refiero fundamentalmente tanto a los que consideran exclusivamente como una propuesta de modelo de explicación histórica como a los críticos que lo perciben como una forma de intuición empática de los contenidos mentales de otras personas. Sí uno hace alguna referencia luego a quienes consideran que la re-actualización obliga a asumir una posición individualista en términos metodológicos.

11 De modo similar, para Croce —para quien conceptos como el de causa son "antihistóricos"—, aunque se use la palabra, el concepto es ilegítimo en historia: "así como no se trata de vedar el uso de la palabra causa, [...] sólo se desea sugerir que hay que valerse de ellas [las palabras] como "causa" como metáforas, y no creer que describan el procedimiento efectivo del pensamiento histórico" (Croce, 1953: 260).

12 Adscribir una posición individualista metodológica a Collingwood se origina en la conocida afirmación de Donagan sobre él: "fue un individualista metodológico en el sentido más fuerte de este término discutible. En su opinión, las explicaciones históricas más elementales son los actos de los individuos" ; también: "los historiadores, entonces, no pueden explicar los procesos de grupos a menos que puedan resolverlos en actos individuales o clases de tales actos" (Donagan, 1962: 206- 207).

13 Aunque aún "no hay distinción en principio entre fuentes escritas y no escritas [...] es más fácil usar las fuentes escritas que las no escritas, simple y sencillamente porque las fuentes escritas pueden ser usadas como autoridades" (Collingwood, 1928: 489).

14 Estoy usando aquí "interpretación" en un sentido más amplio que integra la tarea hermenéutica que se propone descubrir el significado de los restos o testimonios considerados por el historiador.

15 La exhortación baconiana de que el científico natural debe "poner a la naturaleza en cuestión" significa que: "el científico debe tomar la iniciativa, decidiendo por sí mismo lo que quiere conocer y formular esto en su propia mente en la forma de una pregunta; y [...] debe encontrar los medios para obligar a la naturaleza a responder [...] Ésta es también, aunque Bacon no lo sabía, la verdadera teoría del método histórico" (Collingwood, 1946: 269).

16 Así, al distinguir Collingwood entre historia y pseudohistoria (donde incluye ciencias que, como la geología, la paleontología o la astronomía, tienen alguna noción de temporalidad o de cambios en el tiempo) señala que "ambas consistían en narrativas: pero en las que las reliquias que habían dejado detrás suyo (libros o restos de vasija, el principio era el mismo) que se volvían evidencia precisamente en cuanto el historiador las concebía en términos de propósito, esto es, comprendía para qué eran" (1946: 109). También apunta que el arqueólogo puede usar piedras y metales "como evidencia histórica sólo en cuanto entiende para qué eran" (1946: 108).

17 El caso de una ciudad destruida por un fenómeno natural es mencionado por Von Wright al analizar la pertinencia de distintos esquemas explicativos que "cooperan" para dar la explicación de lo que ocurrió ( Cfr. Von Wright, 1979).

18 Se refiere en especial a lo que denominó "scissors-and-paste-history" o historia de tijeras y engrudo, que no sólo representa una etapa previa de la disciplina tal como la conocemos, sino que encarna la concepción de "sentido común". Según él, una vez que el historiador ha definido el tema que le resulta interesante, su principal tarea es la búsqueda y edición de los documentos pertinentes, manteniéndose al margen de agregar o quitar algo a lo que esos documentos dicen. Un estadio posterior, aunque también deficiente, lo constituyó la historia crítica, que se esforzó por criticar las afirmaciones de las autoridades. Ambos comparten un punto de partida erróneo: suponer que la verdad histórica está disponible (de manera más o menos explícita) en los dichos de los autoridades y que, por tanto, los documentos escritos constituyen la única evidencia histórica utilizable.

19 Collingwood fue particularmente crítico de la política internacional de su país, porque creía que se había fomentado una situación que posibilitó el fortalecimiento de los regímenes fascista y nazi había sido corresponsable del estallido de la Segunda Guerra Mundial (Cfr. Collingwood, 1939: cap. XII). Esta actitud no fue favorablemente recibida por el medio académico de Oxford: "en un Gran Bretaña que estaba finalmente trabajando unificada en la lucha contra Hitler, la acidez de Collingwood fue dura para el estómago de sus colegas de Oxford" (Toulimn apud Collingwood, 1939: XIX). Este malestar se sumó al aislamiento que Collingwood ya sufría por sus posturas políticas.

 

Información sobre el autor

Núñez Arancibia, Rodrigo C.: Doctor en Ciencia Social. Es profesor-investigador de tiempo completo del Cuerpo Académico de Historia de México y de la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Forma parte del Sistema Nacional de Investigadores (SNI- I) y miembro sistema PROMEP.

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