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Valenciana

versión impresa ISSN 2007-2538

Valenciana vol.6 no.11 Valenciana ene./jun. 2013

 

Artículos

 

De la Casa de Salomón a la Research University

 

Christopher Britt Arredondo

 

George Washington University, EUA.

 

(Articulo aceptado el 17 de mayo de 2013)

 

Resumen

Este ensayo contempla las miserias de la vida académica en las Research Universities norteamericanas y propone un programa de regeneración intelectual que recupere las tradiciones esclarecidas de la historia moderna de la humanidad. Así, la distopía real de la actual vida académica se contrasta con la utopía esclarecida que Francis Bacon plantea en su Nova Atlantis. La tesis central de este ensayo es que para regenerar la vida intelectual hay que recuperar los ideales universales del esclarecimiento y generar nuevos espacios no académicos para la expresión, tanto científica como artística, de una conciencia humana coherente, íntegra y solidaria.

Palabras clave: intelectuales, académicos, decadencia, regeneración, esclarecimiento.

 

Abstract

This essay considers the miseries of academic life in the Research Universities of North America and proposes a program for intellectual regeneration that is based in the enlightened traditions of modern history. As such, the dystopian reality of current academic life is here contrasted with the enlightened utopia that Francis Bacon presents in his New Atlantis. The main argument of this essay is that in order to regenerate intellectual life, it is necessary to recuperate the universal ideals of the enlightenment and generate new non-academic spaces for the expression, as much scientific as artistic, of a coherent human consciousness that unifies the expansion of knowledge to the betterment of life.

Keywords: intelligentsia, academician, decline, regeneration, enlightenment.

 

I. Decadencia académica y regeneración intelectual

En Nova Atlantis (1624), Francis Bacon formula el ideal esclarecido de una sociedad gobernada por científicos e intelectuales: los llamados "Padres" de la "Casa de Salomón". Dicha casa es de hecho una universidad. Según lo explica uno de los Padres, esta casa se fundó con el fin de "estudiar las Obras y Criaturas de Dios" y "conocer las causas y entender los movimientos misteriosos de las cosas; para así ampliar las fronteras del Imperio Humano" (Bacon, 1955: 563 y 574). Se trata, por lo tanto, de una institución que afirma y celebra la capacidad humana de construir un mundo histórico en consonancia con la voluntad de Dios. Teniendo en cuenta este fin providencial, se entiende que los científicos e intelectuales que trabajan en esta casa han de cumplir una tarea esclarecedora: son ellos, precisamente, quienes están llamados a instaurar una nueva era de plenitud cultural en la historia universal de los hombres.

En la Isla de Bensalem, que es así como se llama esta utopía, los hombres participan en una cultura de conocimiento expansivo donde la conciencia humana está plenamente articulada con el mundo natural y donde ese conocimiento sirve como base a la soberanía de los hombres sobre su mundo histórico. En esta sociedad esclarecida, se reconoce la integridad moral de los intelectuales y se confía en que no abusarán del poder de su conocimiento. A su vez, esta es una sociedad en que el arte y la tecne expresan estos mismos ideales esclarecidos, poniendo en evidencia un balance armonioso entre los intelectuales y científicos esclarecidos y el mundo natural que ellos conocen, comprenden y transforman por medio de su conocimiento, invención y tecnología.

Hoy en día, los intelectuales se encuentran en una situación diametralmente opuesta a la de estos felices Padres de la Casa de Salomón. Tanto su independencia intelectual como su soberanía moral se encuentran entorpecidas por las estrategias de engaño masivo y auto-engaño profesional que caracterizan a la cultivación y comunicación de nuevos saberes en una cultura, como la nuestra, que está cada día más administrada y más controlada por poderes políticos y económicos. A comienzos del siglo XX, Julien Benda vislumbró la terrible oleada de nacionalismos violentos que prometían destruir la vida pública europea y que amenazaban con inundarla bajo las aguas oscuras de una cultura administrada de masas; y se enfrentó, de manera directa y tajante, con todos aquellos intelectuales que, en vez de defender el esclarecimiento de sus respectivos países, más bien lo traicionaron, volviéndose cómplices de los nuevos poderes administrativos (Benda, 2009: 43-66). Luego, a mediados del siglo XX y con los totalitarismos de la Segunda Guerra Mundial como trasfondo, diversos pensadores, desde Max Horkheimer y Theodor Adorno hasta Lewis Mumford y C. Wright Mills, analizaron y denunciaron las estrategias de engaño que animaban la nueva cultura de masas administrada por el capitalismo, mostrando como estas estrategias también servían el propósito de quebrantar la independencia intelectual y soberanía moral de los intelectuales (Horkheimer y Adorno, 1987: 94-136; Wright Mills, 1974: 353-373). Estas tendencias que limitan la independencia de los intelectuales no han sido superadas hasta el día de hoy. Al contrario, los intelectuales hoy en día se enfrentan a una situación cada vez más nefasta. El desorden moral de la cultura administrada ha llegado a tales proporciones que tanto el poder político como el económico están ahora concentrados en instituciones financieras y corporaciones multinacionales de alcance global.

Este panorama es de particular interés para quienes trabajan en universidades que están financiadas, ya sea por el Estado o por entidades privadas, con el fin de impulsar la investigación: las llamadas Research Universities.1 Aunque, por lo general, estas universidades siguen siendo espacios donde los intelectuales pueden ejercer sus labores con relativa libertad, también es cierto que las Research Universities cumplen varias funciones sociales, políticas y económicas que se contradicen entre sí y que, a su vez, acaban enflaqueciendo la soberanía moral e independencia intelectual de sus investigadores, profesores y administradores.

En tanto que las Research Universities sean instituciones dedicadas a la expansión del conocimiento, se podría y debería suponer que, al igual que la Casa de Salomón, ellas también están consagradas a mejorar y beneficiar a toda la humanidad. Pero la realidad es otra. Las Research Universities se encuentran en países específicos y están, por lo tanto, sujetas a los intereses sociales, políticos y económicos de sus respectivos países. De allí que, en vez de servir a toda la humanidad por igual, estas universidades se encuentren obligadas a transmitir ciertos valores sociales, políticos y económicos que están restringidos por culturas nacionales particulares. Según los casos, esta función puede ser conservadora o progresista; pero siempre se cumplirá de la misma manera: por medio de la transmisión de un legado cultural específico y de la imposición de una interpretación limitada de la realidad histórica ya sea nacional o transnacional.

Quienes enseñan en estas universidades no son intelectuales completamente independientes; son empleados académicos. Como tal, se espera de ellos que profesen la fe y profesen el dogma de la socialización nacional. Deben profesar con entusiasmo eclesiástico la creencia en ciertos valores nacionales; y deben profesar con enardecimiento escolástico la responsabilidad cívica; deben profesar, como sólo lo saben hacer los profesores más talentosos, lo bueno y justo y necesario que es el proceso de la socialización. Se mire por donde se mire, estando uno de acuerdo con ello o no, esta responsabilidad socializadora es una imposición; la primera, entre muchas más, que las Research Universities imponen a sus profesores por razones políticas y económicas. El verdadero problema con este tipo de imposiciones no es simplemente que reducen la profesión a una especie de retahíla propagandística, sino que comprometen la autonomía intelectual y soberanía moral de los mismos profesores, investigadores, e intelectuales que trabajan en las Research Universities.

Ahora bien, además de transmitir ciertos valores sociales y políticos, las Research Universities también cumplen la tarea bastante más noble de descubrir, producir y diseminar nuevos conocimientos. Pero esta labor de investigación tampoco se lleva a cabo con plena libertad e independencia. Tanto el perfil de los proyectos de investigación como sus resultados están restringidos de antemano por quienes financian la investigación. De allí que la investigación a veces contradiga las consideraciones teóricas, epistemológicas y hasta éticas de los mismos investigadores.

Esta contradicción es bastante pronunciada en las universidades de los Estados Unidos. No sólo se encuentran en este país las universidades mejor financiadas de todo el mundo, las Research Universities también participan en una cultura nacional que promulga el mito liberal de un individualismo feroz y pionero. Según este mito, es gracias a la independencia intelectual de sus ciudadanos que los Estados Unidos ha podido introducir al mundo un sin fin de descubrimientos, inventos y nuevas tecnologías que han revolucionado la vida humana. La ironía histórica es, sin embargo, que la gran mayoría de la investigación que se lleva a cabo en estas instituciones está hoy en día financiada y administrada por autoridades externas que la presiden y la vigilan.

En primer lugar figura el gobierno federal, el cual, por medio de fondos establecidos para apoyar la investigación en diversos campos (NEH, NEA, NSF), establece las prioridades de la investigación.2 En pos de imitar la lógica del llamado mercado libre, estos fondos administrados anuncian competiciones que imponen ciertos parámetros y establecen tanto el horizonte intelectual como las reglas metodológicas de la competición. Los intelectuales, artistas y científicos que buscan financiamiento deben formular y proponer sus proyectos de investigación según esos mismos parámetros y moldearlos a las prioridades e intereses gubernamentales. Esto suele requerir la capacidad de ser flexible y adaptarse a los requerimientos del gobierno. Pero además de esa flexibilidad, requiere también la capacidad de internalizar los valores implícitos a la competición. O sea, los investigadores han de vaciarse, moldearse y rendirse. Este vaciamiento suele tomar la forma de la autocensura. El peligro con este tipo de autocensura, que está impuesta por una autoridad externa y que no es el resultado de la autorreflexión, es bastante aventurado. Se trata nada menos y nada más de la mutilación intelectual. El triste resultado es que muy pocos investigadores consiguen el apoyo financiero del gobierno sin comprometer primero su independencia intelectual. Su curiosidad ha de servir los intereses del estado y los productos de la investigación han de pasar a ser la propiedad del estado.

En segundo lugar, están las grandes fundaciones establecidas por los magnates de la era industrial —Rockefeller, Carnegie, Ford— quienes quisieron, con estos fondos destinados a causas humanitarias, limpiar su imagen de predadores imperialistas. Competir para una beca de uno de estos fondos requiere que los intelectuales borren de su memoria la realidad histórica del expolio y destrucción que les financiará y requiere a su vez que deshonren su propia conciencia moral. Por último están las grandes corporaciones multinacionales que, en el día de hoy, han continuado la tradición de expolio y devastación ecológica, social y cultural establecida en su día por los Rockefeller, Carnegie y Ford de antaño. La lista es larga, pero basta con señalar las más ubicuas y mejor conocidas: Exxon Mobil, Standard Oil, BP, Microsoft...

Todo esto pone en duda la capacidad que tienen los intelectuales que trabajan en las Research Universities de cumplir con su última y más importante, función social: la crítica. En las sociedades liberales, se valora la crítica porque se dice que es por medio de ella que la oposición puede señalar los problemas de la sociedad y proponer soluciones alternativas a las políticas del gobierno. De hecho, desde Sócrates en adelante, ésta ha sido una de las tareas fundamentales de los intelectuales. Pero quienes se atreven a ejercerla dentro de las Research Universities pronto descubren que su crítica no se tolerará si está dirigida a cuestionar la imaginada autoridad moral y cívica de quienes financian la investigación. Esta intolerancia no toma la forma explícita de un sistema de censura. Más bien toma la forma de un llamado "consenso civilizado" —se suele hablar, en este sentido, de la "discreción", del "buen gusto", o de "plantear juicios balanceados e imparciales". Pero lo que se esconde detrás de este consenso tan civilizado es un miedo generalizado, una ansiedad. Se trata de un miedo que intimida y con que los intelectuales se intimidan a sí mismos, hasta el punto que se vuelve habitual en ellos no decir todo lo que de verdad piensan acerca de los temas que estudian e investigan. Así, los límites que se imponen no son tanto una cuestión de prohibiciones externas sino más bien un control de la disidencia que se ejerce por medio del consenso académico. Al defender este consenso, los académicos y administradores de las Research Universities hacen casi imposible que los intelectuales que trabajan en esas universidades articulen sus críticas sociales y las hagan llegar a un público mucho más amplio del que se encuentra en los ámbitos académicos.

Sujetos a la cultura administrada de las Research Universities, los intelectuales que en ellas trabajan se encuentran en una situación de plena decadencia. Bajo este régimen administrado, el conocimiento se ha desarticulado del mundo y de la vida; la conciencia moral de los intelectuales ha sido institucionalmente neutralizada y su arte —sus interpretaciones de la realidad histórica— se ha disuelto en aquél sin fin de discursos metadiscursivos que esta cultura administrada da por llamar el consenso.

***

El propósito de este ensayo es indagar algo más en estos tres momentos de la utopía esclarecida de Bacon: el epistemológico, el moral y el estético. Considero que este ejercicio filosófico es urgente porque la visión utópica de Bacon arroja una luz esclarecedora sobre el estado de decadencia en que nos encontramos actualmente. Pero primero, debo decir una o dos palabras más acerca de esta percibida decadencia.

Quisiera aclarar que al hablar de la decadencia yo no estoy imponiendo mi visión como intelectual académico: no se trata (únicamente) de una proyección de mis ansiedades contemporáneas y postmodernas sobre los valores universales y esclarecidos que animan la visión utópica de Bacon.3 De hecho, la noción de la decadencia figura en la visión utópica de Bacon como una precondición y justificación del misterio y silencio que encubren su utopía.

Según la voz que narra la Nova Atlantis, érase una vez una época dorada en que todas las naciones se comunicaban, comerciaban y el imperio humano se expandía para el bien de todos. Pero la civilización de Atlantis, motivada a llevar a cabo ciertas "empresas orgullosas" fue castigada por un acto de "venganza divina" y todo se perdió bajo las aguas profundas de una tremenda inundación (Bacon, 1955: 559). La utopía de Bacon existe precisamente como contraparte a esa decadencia. Su fin es regenerar la humanidad e instaurar una nueva época de plenitud donde se celebra la capacidad humana de construir una realidad histórica en consonancia con la armonía celestial. En este sentido, la decadencia en la Nova Atlantis de Bacon está íntimamente ligada a la regeneración.

Esta unidad ambigua de decadencia regenerativa y regeneración decadente corresponde a la visión apocalíptica de la modernidad: un imaginario que reúne el terror y la esperanza, la impotencia y el heroísmo, el infierno y el paraíso. Esta visión es el núcleo conceptual del Apocalipsis tal como lo sentimos en nuestra época postmoderna. El intelectual hoy en día vive y se desvive con esa visión. Este es el primer punto que debo hacer con respecto a la decadencia.

El segundo es que la decadencia acaba por asignarle al intelectual un papel especial. Él está llamado a funcionar como un regenerador mesiánico. En los términos esclarecidos y utópicos de Bacon, esto equivale a generar una "Gran Instauración". La instauración baconiana contempla tanto un retorno a la Edad Dorada (una restauración), como el comienzo de una nueva época de expansión del conocimiento y el poder humanos (el descubrimiento de un Nuevo Mundo). En nuestros días estos dos lados de lo que Bacon llamaba la Gran Instauración se ven separados y están en conflicto.

En los Estados Unidos, esta escisión ha tomado la forma de lo que, desde hace ya más de treinta años, se viene llamando The Culture Wars o la Guerra de Culturas.4 Por un lado, están los pensadores conservadores que denuncian la condición prácticamente analfabeta de la mayoría de los estudiantes universitarios y que defienden la lectura analítica de un canon tradicional como la única manera de impartir los valores culturales universales encontrados en la literatura clásica, renacentista y esclarecida. Para ellos, la universidad debe cumplir una función restaurativa.5 Por otro lado se encuentran los pensadores progresistas que, al contrario, denuncian a ese mismo canon tradicional, viendo en él una manera más en que las clases dirigentes buscan impedir que los estudiantes tomen conciencia de su opresión.6 Para ellos la universidad debe cumplir la función crítica de descubrir y desenmascarar los engaños. Esta polémica cultural define la crisis actual de los intelectuales que trabajan en las Research Universities.

Pero las opciones con que nos presenta son falsas. Si vamos a tomar una postura esclarecida, no tenemos, ni mucho menos debemos escoger, entre la visión restaurativa de los conservadores y la visión cuasi-revolucionaria de los progresistas. Una postura esclarecida nos pide más, mucho más. Nuestra tarea, en tanto seamos capaces de actuar como intelectuales independientes, es reunir estos dos momentos, el restaurativo y el generativo y, con base en esa rearticulación crítica, vislumbrar un nuevo proyecto de integración social que haga posible contemplar el terror de la decadencia junto a la esperanza regenerativa, la impotencia junto a la independencia y el infierno del desorden moral de la cultura administrada junto al paraíso de una posible y nueva cultura expansiva.

 

II. El conocedor desconocido

La Nova Atlantis narra la aventura de una embarcación europea que sale desde Perú con rumbo a China y Japón. Una tormenta desvía a este barco de su curso y hace que los marineros teman por sus vidas. Ellos rezan y le piden ayuda a Dios. Él les dirige a una tierra desconocida: la Isla de Bensalem. Estando en esta isla desconocida y aislada del resto del mundo, los viajeros se asombran, primero, de que los habitantes sean cristianos y, segundo, de que tengan conocimiento de las gentes y civilizaciones del resto del mundo. "Nos parecía", dice el narrador al respecto, "una condición y propiedad de seres con un poder divino, el poder mantenerse escondidos e invisibles, pero aún así tener a los demás hombres expuestos a la luz de su mirada" (Bacon, 1955: 557). Lo que es más, esta situación les hace dudar si la Isla de Bensalem es una "tierra de magos, que mandan espíritus del aire a todas partes, para traerles luego noticias y conocimientos de otros países" pero, en vistas de que los habitantes de la isla son cristianos, se deciden más bien por interpretar este poder de conocimiento como un acto "sobrenatural, pero en el sentido angélico y no mágico" (Bacon, 1955: 557).

Es de esta manera que se introduce en el texto de Bacon la idea de un origen providencial para el conocimiento que tienen los habitantes de la isla del resto del mundo. Y de hecho, ésta es la idea que se les presenta a los viajeros europeos. Se les explica que un día apareció en el mar una columna de luz que subía hasta el cielo. Varios de los habitantes salieron a investigar, pero cuando estaban cerca, una fuerza invisible les obstaculizó el paso. Junto a ellos iba un Padre de la Casa de Salomón que se puso a rezar. Como resultado, se le permitió a este Padre acercarse a la columna de luz radiante que luego desapareció tan de repente como había aparecido. Donde estaba la columna de luz, el Padre encontró un arca que contenía la Biblia y otros libros sagrados no conocidos por el resto de la cristiandad. Así se explica, en la Nova Atlantis, como un acto providencial, la existencia de una sociedad secreta donde la conciencia humana ha podido conocer los misterios de la creación.

Dios escoge a los habitantes de la Isla de Bensalem porque, con la fundación de la Casa de Salomón, ellos ya habían comenzado a conocer el mundo, a usar el poder de su conocimiento para beneficiar a los hombres y no (como lo hicieron los habitantes de Atlantis) para acrecentar su poder político y aumentar su riqueza material. Dios escoge a la gente de Bensalem porque son científicos que ya poseen un método razonable e inductivo de investigación de la Creación; pero también los escoge porque son humildes y virtuosos. "El comercio que mantenemos", afirma uno de los habitantes de la isla, "no es por el oro, la plata, las joyas, las especies, ni por ninguna comodidad material, sino sólo por adquirir la primera creación de Dios, que fue la luz; para tener conocimiento... de todas las partes del mundo" (Bacon, 1955: 564). Dios premia su humildad, pero también su agudeza. El reconocimiento divino del método que usan los Padres de la Casa de Salomón para descifrar las leyes que rigen la naturaleza es, a su vez, el reconocimiento de la integridad moral de los Padres de la Casa de Salomón. A diferencia de la gente de Atlantis, que Dios había castigado, los habitantes de la Isla de Bensalem usan su conocimiento de los misterios de la naturaleza para beneficiar a toda la humanidad.

El contraste con la situación de los intelectuales académicos de hoy no podría ser más radical. La unidad de conocimiento y conciencia moral que caracteriza la vida intelectual de la Casa de Salomón se encuentra rota y fragmentada en las Research Universities. Nosotros, los intelectuales académicos, nos hemos profesionalizado. Nuestras vidas intelectuales se ven sujetas a la lógica burocrática de una cultura académica administrada (Bordieu, 1988: 56-58). Somos especialistas; el horizonte que contemplamos en nuestro diario quehacer corresponde a la mirada miope del experto. Como tal, el campo de nuestra competencia se restringe y reduce de tal manera que nuestro conocimiento acaba siendo desarticulado de la vida. Esta micro-especialización del conocimiento conlleva una correspondiente reducción del campo de nuestra responsabilidad moral, social y política. Se impone sobre nuestro trabajo como profesionales, especialistas y expertos la lógica de la acción instrumental. Somos poco más que funcionarios que han internalizado la disciplina de sus respectivas disciplinas académicas; somos poco más que letrados sumisos que se humillan ante la vigilancia gubernamental o corporativa y que se autocensuran según la lógica perversa de una panóptica paranoica y esquizofrénica.7 Somos testigos, en última instancia, de la anulación sistemática de nuestras propias vidas intelectuales.

 

II. El intelectual institucionalmente legitimado

En la Nova Atlantis la comunidad de conocimiento se basa en la confianza mutua. Todos juran mantener en secreto la existencia de su institución y así salvaguardar su conocimiento. De hecho, los Padres de la Casa de Salomón deciden cuales conocimientos se han de compartir con la sociedad y cuales no: "todos juran mantener el silencio para esconder los conocimientos que consideran necesarios esconder: aunque algunas cosas si las revelan a veces al estado y otras veces no" (Bacon, 1955: 582-583). Los Padres censuran el conocimiento porque temen que se abuse de él y acabe dañando a la sociedad. En este sentido, los Padres de la Casa de Salomón son institucionalmente reconocidos como las personas más capaces de discriminar moralmente entre los efectos productivos y dañinos de la nueva ciencia inductiva con que los investigadores de la Casa de Salomón han podido comprender la naturaleza y dominarla.

Ahora bien, también es cierto que esta censura y el misterio que rodea la existencia misma de la Isla de Bensalem, sirven para justificar el programa de elitismo intelectual y científico que en otras obras de Bacon se articula plenamente con la expansión imperial de Inglaterra.8 En su Novum Organum, por ejemplo, establece una unión irresoluble entre el conocimiento y la expansión del dominio humano sobre la naturaleza. Pero en la Nova Atlantis la censura sirve a otros propósitos que no están ligados a este proyecto de expansión imperial. Su fin es cuidar al mundo y a la humanidad del tipo de abuso del conocimiento que llevó al colapso de la antigua Atlantis. ¿Quién ha de guardar a los guardianes?, es una pregunta política que se resuelve en el texto de Bacon con base en la confianza mutua: se confía en que los intelectuales y científicos sabrán discriminar moralmente entre lo bueno y lo malo; de allí la autoridad moral de estos "conocedores desconocidos".

Esta confianza se expresa institucionalmente en la forma de una jerarquía de funciones vis-a-vis el conocimiento y sus aplicaciones. Desde los rangos más bajos hasta los más altos, los intelectuales de la Casa de Salomón cuentan con la confianza de la sociedad a la que sirven sin recibir mas recompensa que su salario: nada de ir en busca de fama, dinero o poder político. Lo único que importa es la solidaridad de cada uno de estos intelectuales, no sólo con los demás investigadores de la Casa de Salomón, sino con la verdad que ha de liberar a toda la humanidad de su ignorancia.

En contraste con esta cultura de mutua confianza que gobierna las actividades intelectuales de la Casa de Salomón, la vida intelectual en las Research Universities está gobernada por la misma lógica instrumental de una cultura administrada que ha perdido su brújula moral. La dominación científica y tecnológica de la naturaleza hoy en día sirve tanto para generar nuevas medicinas que alivian el sufrimiento humano como para generar nuevas armas de guerra y exterminio. En el sinsentido ético de esta lógica instrumental, los intelectuales son reconocidos por la cultura administrada como competentes únicamente dentro de sus campos de especialización. Esta lógica de especialización funciona como un sistema implícito de censura que reduce cada vez más el campo de actividad de los intelectuales. En semejantes condiciones, nos resulta muy difícil a los intelectuales académicos, aunque no imposible, proyectar nuestras voces más allá de los cotos vedados de nuestros campos de especialización y expresar nuestra solidaridad con el resto de la humanidad.

 

III. La invención como expresión de los ideales esclarecidos

En los laboratorios y estudios de la Casa de Salomón se crean e inventan un sin fin de maravillas que mejoran la vida humana. La idea básica que anima esta actividad intelectual corresponde a un deseo altruista. Se trata de querer incrementar el bienestar de la humanidad. Si el conocimiento no sirve este propósito, razonan los Padres de la Casa de Salomón, lo mejor será censurarlo.

La expansión altruista del conocimiento se celebra en la Isla de Bensalem de manera ritual. Un rito en particular que se menciona en la Nova Atlantis es la llamada Fiesta de la Familia. Esta ceremonia celebra y aclama la fecundidad. Ocurre cuando un varón ha procreado y, junto a él, viven treinta de sus descendientes. Se considera que esta reproducción incrementa tanto la prosperidad de la familia en cuestión como el bienestar de la sociedad entera. Es, por decirlo de otra manera, una prueba contundente de que el conocimiento que tienen los intelectuales que trabajan en la Casa de Salomón ha beneficiado a la sociedad.

Hay que ver como este espíritu altruista contrasta con el espíritu acomodado que anima una buena parte de la investigación que se lleva a cabo en las Research Universities. Sin lugar a dudas, hay muchos investigadores en estas universidades cuyos descubrimientos e inventos han contribuido al bien público. Con razón, los administradores universitarios valoran esas contribuciones y las publican. Pero también es verdad que una buena parte de los proyectos de investigación que se llevan a cabo en dichas universidades sólo producen saberes que resultan cada vez más especializados y más esotéricos y más inconsecuentes, cuando no del todo dañinos para el bien público. La hiperespecialización del conocimiento acaba, en demasiados casos, separando a los intelectuales y científicos del resto de la humanidad. Y sus logros acaban siendo secuestrados por las entidades estatales o corporativas que financiaron el trabajo de investigación. Antes de divulgar el nuevo conocimiento y compartirlo con el resto de la humanidad, estas entidades buscarán cómo sacarle todo el provecho económico, militar y político que puedan. Cuando están seguros de que sus ingenieros ya no podrán sacarle más provecho privado, lo sueltan al ámbito público. En este sentido, nuestra cultura académica se enorgullece de crear idiotas. La palabra idiota viene del griego; su significado original designaba una persona pública que, en vez de dedicarse a la cosa pública, se ensimismaba y se dedicaba más bien a sus preocupaciones privadas (Roberts, 1993: 104-105).

La gran mayoría del conocimiento que se genera en las Research Universities hoy en día no se enfrenta a esta reinante idiotez sino que más bien la elogia. Del mismo modo que la industria cultural está dedicada al consumismo y a la distracción, el mundo académico sirve también para distraer, tanto a los profesores como a sus estudiantes, de las verdaderas crisis políticas, económicas, sociales y ecológicas que definen nuestra realidad histórica. En el campo de las humanidades, por ejemplo, los intelectuales se dedican a teorizar la teoría, a discurrir sobre discursos y a perderse en los laberintos intertextuales de una posmodernidad construida con base en una textualidad metatextual. Encerrados en el mundo ficticio y virtual de sus discusiones discursivas y textualidades intertextuales, el conocimiento esotérico que producen tiene muy poco que ver con el mundo en el que viven los demás seres humanos y muy poco que decir acerca de los poderes que administran la cultura de idiotez y egoísmo masivos que caracterizan a nuestra época. Por otra parte, en los campos técnico-científicos, los científicos e ingenieros siguen produciendo nuevas máquinas de guerra que destruyen la vida a la vez que crean una realidad mediáticamente administrada y "virtual", un mundo ficticio dedicado al entretenimiento y el gozo, que sólo sirve para distraernos a todos de lo que verdaderamente ocurre a diario en nuestro mundo.

No nos ha de sorprender, por lo tanto, que el Manhattan Project —aquella empresa secreta que usó conocimientos y expertos aislados los unos de los otros para inventar la primera bomba nuclear— siga siendo el modelo máximo de las Research Universities.9 Toda la decadencia intelectual que vengo contemplando -desde la conciencia desarticulada de los investigadores financiados por los gobiernos y las corporaciones hasta la imparcialidad moral de los expertos y la distracción de intelectuales cuyo gozo les ha hundido en un pozo— es la expresión elocuente del nihilismo que corre por debajo de y carcome a los cimientos de la vida intelectual de quienes trabajamos en las Research Universities.

 

IV. Instauratio

¿Qué puede significar para nosotros hoy en día la idea baconiana de una Gran Instauración? Dos cosas, principalmente: primero, restaurar la unidad de conocimiento y soberanía moral de los intelectuales y, segundo, conectar nuestro conocimiento de nuevo a la vida. Hay que recuperar los ideales universales del esclarecimiento y generar nuevos espacios para la expresión, tanto científica como artística, de una conciencia humana coherente, íntegra y solidaria. ¿Se podrá hacer esto desde dentro de las Research Universities? ¿Será posible una reforma de éstas? En los años sesenta, lo intentaron tanto marxistas como situacionistas. Y ya conocemos los resultados (Jacoby, 2000: 234-235). De allí la necesidad de crear espacios independientes, una Casa de Salomón desligada de todo interés gubernamental o corporativo, donde se nos abra de nuevo la posibilidad de criticar abiertamente esos intereses y proponer una interpretación de nuestra realidad histórica que exprese, no sólo el terror que sentimos frente a las crisis apocalípticas de nuestro momento, sino también la esperanza.

A comienzos del siglo XXI, nuestra esperanza no debe enfocarse positivamente, como la de un devoto religioso o un fanático ideológico cualquiera, que se humilla ante los poderes políticos, corporativos o académicos en espera de una obsequia de sus líderes. Debe ser, más bien, una esperanza negativa: la esperanza de que se detenga el desorden moral que se esconde tras la cultura administrada y que genera toda la violencia que amenaza a la humanidad con guerras perpetuas, la destrucción tecno-científica de la biósfera y el empobrecimiento cultural de los seres humanos.

Para crear espacios independientes donde los intelectuales podamos expresar nuestras esperanzas históricas es preciso llevar a cabo una crítica de las estrategias de engaño masivo y auto-engaño profesional que caracterizan a la cultura administrada que mina nuestra independencia intelectual, soberanía moral y creatividad. Este aspecto negativo de la crítica de nuestra actualidad es, en parte, lo que he pretendido delinear en torno a la visión utópica que ofrece Bacon en su Nova Atlantis. Pero junto a este momento negativo, es preciso mantener en mente el propósito de una educación esperanzadora y esclarecida: ese propósito es capacitar a los estudiantes, lectores y demás interlocutores con quienes tengamos la oportunidad de comunicarnos a que tomen conciencia de esas estrategias de engaño y aprendan, no sólo a resistirlas, sino a superarlas y, con base en esa superación, instaurar una cultura expansiva donde la independencia intelectual, la soberanía moral y la autonomía artística se complementen de manera coherente.

Esta visión esperanzadora de una posible "Gran Instauración" está atravesada por una innegable nostalgia utópica. Frente a las miserias de la vida académica, el anhelo de un vínculo de unidad entre la vida intelectual y la vida comunitaria. Sin lugar a dudas, esta visión utópica sólo puede producir en nosotros una esperanza débil y postmoderna. Pero en una civilización enferma como la nuestra, en la que el conocimiento científico y artístico está cada vez más disociado de la existencia humana, semejante visión utópica sí traza, aunque de manera débil e indefinida, una auténtica alternativa: la de una nueva unión entre el conocimiento y la vida.

 

Bibliografía

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Notas

1 Uso el término inglés Research University porque en el mundo hispano, tanto en España como en los países Latinoamericanos, no existe el mismo sistema de clasificación que se suele usar en los Estados Unidos donde, según los criterios de la Carnegie Classification of Institutions of Higher Learning, se suele distinguir entre universidades que están dedicadas a la investigación (Research) y aquellas que se dedican más bien a la enseñanza (Teaching Colleges). La mayoría de las universidades más prestigiosas (Harvard, Princeton, Yale, Columbia, etc.) pertenecen a la categoríaa de Research University. Si se fuera a aplicar este sistema a universidades europeas o latinoamericanas, también figurarían como Research Universities La Sorbonne, Oxford, Cambridge, Freiburg, Marburg, la UNAM, la Universidad de los Andes, etc. Es en este sentido amplio que propongo aquí el uso de este término problemático.

2 El NEH (National Endowment for the Humanites) proporciona fondos para la investigación en las humanidades, con especial interés en la historia nacional americana. El NEA (National Endowment for the Arts) hace lo mismo para el arte y, ante todo, los museos de arte. El NSF (National Science Foundation) proporciona fondos para la investigación científica y tecnológica, desde la medicina hasta las armas de guerra.

3 Para una discusión lúcida de este tipo de ansiedades contemporáneas, véase el libro de John Michael Anxious Intellectuals: Academic Professionals, Public Intellectuals and Enlightenment Values, North Caroline, Duke, Durham, 2000.

4 Para un análisis agudo de este fenómeno y su relación con las Research Universities véase el libro de Roger Kimall, Tenured Radicáis.

5 Véase en este sentido los dos clásicos E. D. Hirsch, CulturalLiteracy y de Harold Bloom, The Closing of the American Mind.

6 Véase por ejemplo el trabajo clásico de Fredric Jameson, Political Unconscious.

7 En el contexto iberoamericano, las tesis históricas de Ángel Rama en su ya clásico libro La ciudad letrada son un punto de referencia elocuente. En el contexto europeo habría que tener en cuenta pensadores como Julien Benda, Max Horkheimer y Theodor Adorno; y en el contexto norteamericano, el análisis que hace Lewis Mumford de la relación sicofanta que mantuvieron muchos intelectuales y científicos ante la creación de la era nuclear y su holocausto.

8 Así, por ejemplo, la lectura que avanza Eduardo Subirats en El Continente vacío: La conquista del Nuevo Mundo y la conciencia moderna, Cali, Colombia, Universidad del Valle, 2011, pp. 426-434.

9 Véase el análisis que hace de este proceso Lewis Mumford en The Myth of the Machine. Part Two: The Pentagon of Power.

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