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Intervención (México DF)

versão impressa ISSN 2007-249X

Intervención (Méx. DF) vol.2 no.4 México Jul./Dez. 2011

 

Debate

 

Réplica a: "Para construir casas". Diálogos sobre el conservador-restaurador, su quehacer, procesos reflexivos y deliberaciones

 

Eugenia Macías Guzmán

 

MAM-INBA, México, eugenia_macias@yahoo.com.mx, eugenia.macias@gmail.com

 

Resumen

Este texto establece un diálogo con el artículo de Renata Schneider "Para construir casas" en torno de elementos que son, simultáneamente, constitutivos y reguladores de la conservación-restauración, a partir de una indagación cualitativa de la esencia de la disciplina, que retoma elementos de filosofía neokantiana contemporánea, así como principios de Cesare Brandi y Salvador Muñoz, tratados desde una reflexión sobre el potencial epistemológico y reflexivo de la conservación-restauración, como disciplina formalizada que genera sus propias preguntas y hallazgos de investigación desde los procedimientos metodológicos que la constituyen.

Palabras clave: Conservación-restauración, epistemología, procesos reflexivos.

 

Abstract

This paper establishes a dialogue with Renata Schneider's article Para construir casas in relation to the constitutive and regulatory elements in conservation-restoration. It is based on a qualitative inquiry about the essence of discipline, reintroducing Neo-Kantianism in contemporary philosophy and Cesare Brandi's and Salvador Muñoz' restoration principles in order to formulate an analysis on the epistemological and reflexive sources of conservation-restoration as a formalized discipline that poses research questions and discoveries from its own methodological practices.

Keywords: Conservation-restoration, epistemology, reflexive processes.

 

La indagación central del texto sometido a debate en este número de Intervención consiste en profundizar sobre lo que es esencial de la conservación-restauración como profesión formalizada. Su autora apela a su formación en Filosofía, disciplina cuyas propias búsquedas apartan la reflexión de opiniones ligeras o prejuicio-sas y que, por tanto, debiera permanecer en el núcleo básico de formación de cualquier área vinculada a lo humanístico, a lo social y en general a cualquier proceso cognitivo.

Desafortunadamente, esta integración no es común en el pensamiento de los restauradores: la mayoría de quienes nos hemos formado en esta disciplina no tuvimos sino meros encuentros tangenciales con lo filosófico y escasamente recogemos fragmentos de diversas herramientas reflexivas para conocer la esencia de nuestra especialidad y construir explicaciones sobre procesos fundamentales de nuestro quehacer.

En su contribución, Schneider propone, por un lado, que lo esencial en la conservación-restauración —esto es, lo que la distingue de aquellas actividades u oficios encaminados únicamente a reparar cosas— es un proceso de deliberación que es simultáneamente epistemológico: conocer información sobre las piezas, y normativo: regular la aplicación de la metodología; por el otro, resalta la revisión de un texto de la filósofa Christine Korsgaard,1 quien, a partir del ejemplo de la construcción de una casa, hace hincapié en la importancia de comprender los fines que subyacen a las producciones o, en todo caso, a las actividades del estar humano en el mundo, fines que determinan su organización, sus arreglos, sus patrones.

En un primer momento, mi relación tangencial con lo filosófico me paralizó frente a la complejidad de "Para construir casas" y sus proposiciones, pero como es un texto contundentemente necesario para los restauradores, opté por sumarme al mismo ejercicio que su autora: una reflexión prolongada y recurrente que ayudara a decantar temas y cuestionamientos en la conservación-restauración.

Decidí entonces dialogar con los planteamientos de Schneider no sólo contrastando a Cesare Brandi y Salvador Muñoz, sino también abriendo una discusión fenomeno-lógica sobre la cualidad específica de esta disciplina. En particular, deseo enfatizar una dimensión epistemológica —alimentada por mi propia experiencia profesional en antropología e historia del arte— para establecer dicho diálogo en dos vías: la primera, deliberar con las argumentaciones de la autora presentes en el cuerpo del texto y, la segunda, contextualizar en las notas de página escuelas de pensamiento que articulan las ideas que ella plantea.

 

Una perspectiva epistemológica de la cultura material y de la experiencia sensible subyacente a Cesare Brandi

Un primer aspecto para sumar a lo discutido por Schneider redunda en el papel que las humanidades y las ciencias sociales han dado a lo teórico como un ejercicio reflexivo que genera explicaciones sobre lo estudiado, articulando supuestos o preguntas de investigación en relación con procesos de recolección de información y con su tratamiento interpretativo. Con base en ello, es posible contender que lo que se conoce como "teoría de la restauración" —generalmente formulada y entendida como un cuerpo de principios que delimitan los alcances de una intervención— no es teórico en sí. Y aunque esto no siempre se piense o asuma, sí incide en la manera en que los restauradores se acercan a los objetos para dictaminarlos e intervenirlos. El propio texto de debate brinda ejemplos para explicar esta problemática.

Schneider hace un recuento certero de experiencias de trabajo en dos poblados keres de Nuevo México y, particularmente, en el templo colonial de la zona cora de Nayarit. En los tres casos recurre a procedimientos que una tradición positivista de la ciencia desestima:2 conversar, preguntar y escuchar relatos locales para comprender aspectos como, por ejemplo, la historia de las intervenciones en una producción que dan cuenta del estado actual de un bien, o la desvinculación de una población respecto de una obra que los especialistas consideran valiosa. En un apartado posterior, esta autora vuelve a dar relevancia a los saberes locales, al aludir cómo la propia disciplina de la conservación-restauración ha comenzado, desde encuentros y organizaciones internacionales recientes, a mirar con más detalle la gestión de distintos tipos de patrimonio —como son los sitios en uso u objetos venerados—, tomando en cuenta sus valores sociales adscritos y desarrollando nuevos modelos de manejo patrimonial comunitario. Con base en lo anterior, Schneider cuestiona el grado de injerencia que, en torno de una producción cultural, posee un restaurador sobre las decisiones comunitarias. Su propuesta es de central importancia: herramientas de conocimiento alternas a una tradición científica experimental-cuantitativa también conducen a una reflexión sobre los alcances normativos de la conservación-restauración. Asimismo, el orden de su proceso reflexivo es contundente: primero activó una dimensión epistemológica que luego posibilitó una reflexión normativa.

Un acertado recuento de Cesare Brandi, que rescata no sólo su faceta como arquitecto-restaurador sino aquéllas derivadas de su formación como abogado e historiador del arte,3 sirve para que Schneider señale algunas imprecisiones en el traslado de su Teoría de la restauración al tratamiento de piezas y casos diversos, traslado que pone el énfasis, más que en la comprensión de las producciones, en la delimitación de alcances de una intervención. Particularmente, destaca el peso excesivo que se da a los casos (las piezas y sus problemáticas), así como a los proyectos en sí, lo cual desdibuja la atención de lo constitutivo de la profesión. Sin embargo, aquí conviene señalar que disciplinas como la historia del arte o la antropología también operan por casos, y que esta perspectiva no ha relegado ni desdibujado los procedimientos constitutivos de cada una.4 Yo aventuraría que quizá la propia actitud hacia la reflexión de los profesionales restauradores es la que inhibe una articulación crítica de ese cuerpo normativo escrito al que se alude como teoría de la restauración.

Schneider reconstruye una genealogía de influencias y formaciones que operan en los textos de Brandi. Ello nos facilita una comprensión amplia de este autor y de su raigambre fenomenológica, que incluye el proceso de reconocimiento de la unidad potencial de la obra de arte, activado como una revelación de la conciencia alimentada por la indagación sobre sus entidades estéticas, históricas y, en mucho menor grado, funcionales. Sin embargo, no creo —precisamente porque es interpretativo y apela a nuestro potencial para pensar detenidamente— que el ejercicio reflexivo postulado por Brandi haya perdido vigencia en la comprensión de una obra de arte. En mi opinión, el problema yace en que la formación de los restauradores requiere alimentarse de otra manera: no en una "sobresimplificación" por medio de la aplicación verbal, o meramente terminológica, de los principios bran-dianos a las propuestas de intervención, sino a partir de un proceso de conocimiento epistemológico; es decir, mediante la articulación de preguntas de investigación que guíen la recolección de información —ya desde la visión de los propios restauradores, ya a través del diálogo con otros especialistas— y, desde las especificidades de las obras, doten de contenido a las categorías propuestas por Brandi para delimitar una intervención de restauración.5

Asimismo, la perspectiva reflexiva que ofrece Brandi sólo debiera aplicarse en los casos en que sea posible. Tal y como lo señala atinadamente Schneider, el proceso de incluir más producciones para ser restauradas se ha combinado con el surgimiento de concepciones como patrimonio cultural o cultura material o visual,6 la cuales imponen límites a los alcances de los principios brandia-nos. Es decir, Brandi no es aplicable a toda la diversidad de producciones culturales que hoy son susceptibles de ser conservadas o restauradas. Actualmente, la categoría de "obra de arte" es sólo una franja en un vasto espectro que articula distintas soluciones y respuestas de la experiencia sensible del estar humano en el mundo.

En "Para construir casas", Schneider hace el ejercicio de profundizar en Brandi, y a los restauradores les será de mucha utilidad contrastarlo con la lectura directa en los textos brandianos para incentivar así otra actitud hacia la reflexión. Adicionalmente, considero que, a partir de la generación y el hallazgo de información producidos por la dinámica cotidiana y prolongada con las piezas en procesos de conservación-restauración, es posible darle contenido a las instancias postuladas por Brandi para concluir juicios, las cuales retomó de su formación en derecho. No obstante, una gran mayoría de los restauradores no explicitan ni divulgan los hallazgos (de factura, circulación social, uso) que hacen, quizá porque los consideran periféricos a sus intervenciones, a pesar de que muchas veces estos datos sólo pueden obtenerse a través de metodologías propias de la conservación-restauración; por ejemplo, a partir del estudio del estado de conservación de una pieza.

Aquí deviene otra cuestión central señalada por Schneider como constitutiva del restaurador: su actitud frente al deterioro como una práctica reflexiva ante este fenómeno. Efectivamente, es imprescindible preguntarse constantemente por la integridad, la autenticidad y la estabilidad de una producción con base en el conocimiento de las piezas, el cual se genera con las metodologías propias de la disciplina. En el proceso también debería privar un juego recíproco entre lo ético-normativo y el juicio crítico, contrastable con las propias características de las piezas.7

 

Salvador Muñoz y los sujetos que se vinculan con objetos en distintos momentos de su historia

Vayamos ahora a Salvador Muñoz, quien da otra vuelta de tuerca al acercamiento epistemológico a las producciones culturales, al descentrar la atención de los objetos y focalizarla en los sujetos dentro de los contextos que los albergan.

De manera similar al tratamiento que da a Brandi, Schneider aborda a este restaurador de origen español desde un panorama conceptual y una tradición epistemológica amplia que evita el asombro inmediato cuando se estudia a un autor aisladamente. Particularmente, "Para construir casas" ubica a Muñoz en la corriente que aplicó la teoría filosófica de los valores a la restauración, y señala entre sus problemáticas el protagonismo excesivo que se da a los sujetos que significan a las producciones culturales intervenidas por los restauradores; tratamiento que, desde una perspectiva epistemológica kantiana, omite el papel determinante que las estructuras cogniti-vas humanas tienen en el vínculo sujeto-cognoscente y objeto de conocimiento.8

Sin embargo, vista desde otro territorio epistemológico, quizá más social —aunque violente presupuestos filosóficos—, la propuesta de Muñoz introduce en los vínculos entre personas y objetos la dimensión de las prácticas, acciones que muchas veces influyen precisamente en el estado físico actual de los bienes culturales y, por tanto, en la toma de decisiones respecto de su conservación.

Desde esta perspectiva, las producciones pueden concebirse como externalizaciones de la cultura, o bien como estrategias o tácticas de los sujetos para desenvolverse socialmente. Esto nos permite detectar otros procesos, por ejemplo, las diferenciaciones sociales expresadas por un grupo en distintos ámbitos de la vida, específicamente en sus relaciones y las actividades vinculadas con la cultura material.9

Es precisamente esta dimensión antropológica de las prácticas sociales la que me permitirá discutir dos asuntos que Schneider elabora en las notas al pie de página de su contribución y que me parecen de considerable importancia. El primero de ellos es el concepto de patrimonio inmaterial, una categoría cuestionable para toda una serie de producciones que implican prácticas y situaciones concretas que dan soporte matérico o contextual tanto a la expresión cultural como a esos procesos intangibles de significación, abstracción y construcción simbólica de identidades que articula una producción. La propia Schneider, al hablar de los principios constitutivos de un fenómeno, también alude a aquello no verificable en la experiencia, invitándonos a profundizar en la reflexión sobre lo intangible e, incluso, a indagar sobre las actuales trincheras de los ámbitos éticos de la vida, en un presente plagado de eficacia, verificación y medición. En segundo lugar, está la cuestión de la representación de la entidad social, que nos lleva a preguntarnos quiénes son los actores sociales que detentan los valores genuinos de una producción.

Respecto de este problema, Muñoz ha estudiado a varios autores y documentos internacionales con el fin de discutir la relación entre decisiones de conservación y su postura frente a prácticas tradicionales sociales. Un ejemplo, entre otros, es su tratamiento de Miriam Clavir (1996:99-107), conservadora representativa de un movimiento que privilegia el debatir sobre las posibilidades comunicativas de los objetos y el potencial científico de la conservación para mantener o revelar "la naturaleza verdadera" del objeto o su integridad y clarificar cómo sus procedimientos se vinculan con los sujetos en los contextos que albergan o que produjeron los bienes restaurados, entre otros tópicos (cfr. Muñoz 2005:45, 65, 66, 76, 81, 88, 119, 155, 165-168).10

Considero que el reto reflexivo reside en cómo insertar esta dimensión de las prácticas sociales en el quehacer de la conservación-restauración sin disminuir su potencial como disciplina especializada. Schneider propone un doble diálogo: que los grupos sociales locales conozcan a los restauradores, de modo análogo a como estos especialistas intentan acercarse a los primeros. Sin embargo, es importante considerar que los especialistas frecuentemente están presentes de un modo hegemónico, ya sea a partir de vínculos institucionales o profesionalizados, mientras que, en lo local, los grupos están construidos de otras maneras: desde la marginalidad, las estrategias de resistencia o desde la alteridad local, en donde conocer a profundidad a los restauradores no figura en un primer plano.

 

De las alternativas reflexivas actuales para la conservación-restauración

A partir de la discusión establecida por la contribución de Schneider, cerraré este diálogo enfatizando el carácter dinámico del proceso reflexivo que articula elementos esenciales de la conservación-restauración. Como disciplina formalizada, la práctica de esta especialidad ciertamente exige, como lo apunta la autora, tratar de alcanzar la norma, intención que es al mismo tiempo constitutiva y regulativa. En la conservación-restauración, el paso a una siguiente fase de trabajo siempre exige haber resuelto adecuadamente la etapa anterior. Otras profesiones humanísticas podrían apelar provisionalmente a escapes retóricos o estratégicos.

En la cita a Christine Korsgaard y su metáfora del proceso constructivo de una casa para retomar nociones filosóficas contemporáneas de fenómenos formales, "Para construir casas" disecciona los pasos en la profesión para poner en primer plano las regulaciones normativas que la estructuran. Sin embargo, por el camino se cuelan, una vez más, los casos, las indagaciones, las prácticas y lo contingente: la conservación-restauración se vincula con muchas casas, construidas con fines distintos, para ser habitadas por personas diversas que a través de sus prácticas también las tipifican, normalizan y naturalizan de otras maneras.

Quizá una clave sea permitir, en términos de comprensión y de regulación, que ese proceso de eliminación del deterioro de las producciones se mueva y se ajuste, respetando su integridad, para uso o goce de diversos actores sociales, con base en dinámicas dialógicas restaurador objeto usuarios restaurador..., y así sucesivamente. Se trata de un proceso en construcción: los principios normativos también se mueven, son contrastables con lo real, incluso al grado de que habrá casos, como el mencionado de San José de la Laguna, en que es factible plantear, como una de diversas opciones, que la autenticidad está en la renovación cíclica de las prácticas en torno de determinada producción y no en un análisis matérico que pretenda fijarla inamovible. Quizá habrá que preguntarnos sobre los significados de aquella construcción en la contingencia de la práctica.

 

Referencias

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Notas

1 Schneider sitúa a Korsgaard dentro de la filosofía neokantiana contemporánea, pero creo que sería enriquecedor precisar algunas cuestiones sobre el neokantismo. Al menos desde la segunda mitad del siglo , esta corriente postuló, en contraposición al idealismo planteado por Georg Wilhelm Friedrich Hegel, un retorno a la revisión del trabajo de Immanuel Kant: la existencia de la cosa en sí en el mundo y la posibilidad reflexiva humana para aproximarse a un conocimiento profundo de ella, y propuso recuperar la explicación crítica de los procesos de conocimiento, en contraposición al predominio de los enfoques metafísicos. Esto orientó la atención hacia una filosofía práctica que dio especial énfasis a la revisión filológica de Kant e hizo que sociólogos clásicos postpositivistas, interpretativos-cualitativos, se sumaran a esta vertiente filosófica. Tal es el caso, por un lado, de Georg Simmel (1988 [1911]:205-271), quien entre otras cosas planteó las dimensiones de la vida cotidiana y sus interacciones como factores explicativos de procesos sociales, y, por el otro, de Max Weber (1997 [1922]:39-101), quien propuso contrastar tipos ideales de comportamiento social con casos específicos y reales como un elemento central de su metodología sociológica. En mi actividad profesional como antropóloga, posterior a mi formación como restauradora, la revisión de estos autores me hace encontrar resonancias en la manera en que Schneider apela al neokantismo a partir de una autora contemporánea.

2 La tradición positivista muestra una confianza ciega en la eficacia del trayecto supuestamente unidireccional e incuestionable de observación, hipótesis, experimentación, comprobación y conclusiones (cf. Guba y Lincoln 2002:113-146). En este texto se contrastan rasgos característicos del positivismo, como la intencionalidad de establecer leyes verificables y universales para los fenómenos estudiados, la distancia "objetiva" investigador-objeto de estudio, entre otros, con los rasgos de los demás paradigmas epistemológicos: postpositivismo, teoría crítica y constructivismo, así como las implicaciones prácticas de estas diferencias.

3 Un importante texto que rescata el perfil ampliado de Cesare Brandi es el de Omar Calabrese (1995 [1985]:19-30), el cual se enfoca en las dimensiones discursivas y comunicativas de la obra de autores importantes de la historia del arte.

4 Desde la historia del arte: Winckelmann (cf. Preziosi 1998:21-30; Martínez Justicia 2000:221-234) propuso tipologías formalistas del arte griego para sistematizar la producción de ese periodo y reafirmar su influencia en el arte europeo neoclasicista del siglo XVIII, mientras que, a principios del siglo pasado, Aby Warburg (1902, 1912, 1932 [2005]), en sus estudios sobre arte renacentista, articuló diversas prácticas metodológicas que iban desde la recuperación de tradiciones orientales en obras occidentales emblemáticas del periodo, hasta el énfasis en elementos subordinados dentro del total de una composición mural pictórica. Éstas fueron indagaciones desde casos, que alimentaron la base metodológica de la historia del arte: la descripción de los objetos vinculada con su contextualización y documentación, aun con los cuestionamientos que hacia la década de 1980 haría Michael Baxandall (1989 [1985]:147-175, 415-437) sobre la descripción como herramienta central de la disciplina.
Desde la antropología: Evans-Pritchard (1976 [1937]:83-99) dirigió su atención al papel de la brujería como saber y racionalidad local en la vida de poblaciones azande en África, mientras que un primer Edmund Leach (1976 [1964]:219-242) se concentró en la organización política y la alternancia en el gobierno en la Alta Birmania. Éstos fueron universos de estudio completamente diferentes, que no minimizaron núcleos operativos centrales de la antropología —una vez formalizada como disciplina en el siglo XX—, encaminada a encontrar leyes de explicación de procesos sociales a través del trabajo de campo con herramientas como la observación y las entrevistas, incluso con la crítica que autores como Clifford Geertz (1996 [1973]:19-40, 1983: 55-70) o James Clifford (1998:142-151) harían en los últimos 30 años del siglo XX sobre el carácter ficcional y autoral del relato antropológico.

5 En mi experiencia docente con la asignatura Teoría de la Restauración III en la ENCRyM-lNAH, articulé el curso con este enfoque y fue sorprendente el entusiasmo mostrado por los estudiantes frente a los hallazgos sobre sus piezas así orientados, epistemológicamente.

6 Sobre la discusión actual de términos como cultura material y visual, confróntese Ballart (1997:9-59) y Dikovitskaya (2006 [2005]:47-84).

7 Y aquí tiene cabida la antropología dedicada a los objetos, entre cuyas aportaciones destaca el trabajo de Alfred Gell (1998:1-27), que postula una agencia de los objetos donde sus atributos formales y matéricos dan cuenta de interacciones sociales, usos, prácticas, etcétera.

8 Schneider ejemplifica la problemática que señala en relación con imprecisiones cognitivas en Muñoz con una indefinición epistemológica de este autor entre el giro copernicano y el relativismo. Convendría precisar aquí ambas posturas: Copérnico (cf. Koestler 1986:111-156) postuló una explicación relacional de las posiciones de los astros en el universo como cosmos de esfericidades, epiciclos y movimientos circulares. No lo planteó como un sistema porque en su época no había la herramienta conceptual para entenderlo así, sistémicamente. Sin embargo, trasladó el centro del universo de la Tierra al Sol, planteando un nuevo modo de pensar que, si bien no se basaba en observaciones ni mediciones concretas, proponía las bases de un ejercicio mental racional y científico. Por otro lado, el relativismo (cf. Barnett 1990:1014) fue articulado por Newton en su síntesis de propuestas anteriores

de estudios del universo (Kepler, Galileo, Tycho Brahe). Ahí unifica las herramientas explicativas de la física, las representacionales de las matemáticas y las visuales de la astronomía, trasladando las dinámicas de los fenómenos celestes al comportamiento de la Tierra misma y de ésta en el universo. Siglos después, Einstein retomaría los presupuestos de la mecánica clásica de Newton para reformularlos en sus teorías de la relatividad general y espacial, en las que planteó que no hay un estado de reposo absoluto, sino que percibimos el cambio siempre en referencia a algo. Por tanto, al proponer que del movimiento deviene siempre una experiencia relativa, Einstein demostró que lo que llamamos espacio y tiempo son formas de intuición vinculadas con nuestra conciencia, construcciones mentales convencionales que dan forma relacional a los sentidos que da el hombre en su estar en el mundo.

9 Planteamientos vinculados con este tipo de análisis son elaborados por Hannerz (1992:3-26) y De Certeau (1996 [1980]:35-48).

10 Un texto particularmente revelador sobre estas consideraciones es Clavir (1996:99-107).

 

Información sobre la autora

Eugenia Macías Guzmán. Licenciada en Restauración de Bienes Muebles (ENCRyM-INAH, México), maestra en Antropología Social (CIESAS, México) y doctora en Historia del Arte (FFyL-UNAM, México). Fue galardonada con el Premio Nacional INAH "Paul Coremans" en 2000 por su tesis de licenciatura sobre el proyecto de conservación integral en Yanhuitlán, Oaxaca, 1998-1999. En 2008 obtuvo una beca de la Richard Gilder Graduate School-American Museum of Natural History en Nueva York, para una estancia de investigación sobre la Colección Lumholtz de esa institución. Ha impartido las materias de Teoría y Métodos I: Historia y Antropología, Teoría de la Restauración III y Colecciones en la ENCRyM-INAH. Actualmente labora en el equipo de curaduría e investigación del MAM-INBA.

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