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Intervención (México DF)

versão impressa ISSN 2007-249X

Intervención (Méx. DF) vol.2 no.4 México Jul./Dez. 2011

 

Debate

 

Réplica a: "Para construir casas". La restauración dialógica

 

Yuri Escalante Betancourt

 

To Caltía, a. C, México, yur¡escala@yahoo.com.mx

 

Resumen

Este texto intenta ser un elogio a los oficios de la restauración artística y la antropología aplicada, reconociendo el parentesco de ambas como ciencias plenas, al aplicar un método que debe ser consustancial a la construcción de un conocimiento en diálogo permanente con los sujetos sociales. Sostiene, como lo postuló Gadamer, que el entendimiento no depende de una regla o norma manipulada por el investigador, sino de recuperar los horizontes interpretativos de los sujetos.

Palabras clave: Dialógica, método, antropología aplicada, ética.

 

Abstract

This text aims to be a eulogy to the occupations of artistic restoration and applied anthropology, acknowledging the relation of both as plenary sciences, applying a method which must be consubstantial in the making of knowledge, constantly debating with social groups. The paper puts forward, as Gadamer once said, that the understanding does not lie in rules or norms manipulated by an investigator but recovers the interpretative horizons of subjects.

Keywords: Dialogical, method, applied anthropology, ethics.

 

Al leer "Para construir casas" no pude evitar encontrar un gran parentesco entre la restauración y la antropología aplicada. Ambas disciplinas no sólo comparten el desprecio de la arqueología y la etnología, ciencias "puras", de ser consideradas actividades marginales, sino que, pese a que tienen objetos distintos —la obra de arte en un caso, la cultura en el otro—, las vincula el hecho de que al final sus propósitos son responder a una exigencia social. Y he aquí el pecado original que se les achaca. Su fin no sería la investigación por sí misma, sino un medio para lograr propósitos humanos o mundanos.

Pero esta condición no pasa de ser una tergiversación, pues lo que aparece como una actividad práctica o, peor aún, técnica (el científico dándose baños de pueblo o ensuciándose las manos), constituye de fondo una reflexión y una intervención que es consustancial a las ciencias sociales. En efecto, cuando el restaurador acuerda con los sujetos sociales el sentido de su actuación (técnica y artística), y cuando el antropólogo consulta con la gente el destino de su misión (práctica y metódica), no están optando por abandonar los principios de la ciencia, sino, por el contrario, están aceptando de manera cabal que el saber y el hacer no pueden estar ajenos a las influencias históricas de su propio medio social.

Porque lo que ciertamente sí constituye una falacia es la pretendida autonomía aséptica de la investigación, elegida por el científico de manera individual sin la contaminación de las situaciones contextuales donde se despliega. Y, pese a todo lo que se diga, aun para el sabio ermitaño el pensar es una respuesta al campo académico y político que autoriza, induce y encamina la producción científica. Por lo tanto, no tiene mucho sentido hablar del vínculo social donde se entromete una disciplina, pues todas, aunque de una a otra varíen sus grados e intensidades, lo implican. Finalmente, como dice Geertz —quien retoma a Dewey—, el pensar no sólo es un acto social, sino que la investigación es una forma de conducta que, puesto que pertenece al mundo de lo público, debe ser evaluada (Geertz 1996).

Pero no abro la discusión para calificar cuál versión del oficio tiene mayor o menor valor, sino para reivindicar que tanto la antropología aplicada como la restauración son ciencias sociales de pleno derecho, en tanto que sus propósitos no se limitan a la aplicación de una técnica a un sujeto cultural o a un objeto artístico: son labores que no pueden realizarse, por una parte, de soslayo al interés de la sociedad, y, por la otra, sobre todo, ajenas al diálogo y la atención a la demanda de sujetos que son actores sociales, es decir, sujetos con intenciones y comprometidos en una acción social y que desean incidir en su entorno (muy diferente a decir, como lo haría el purista, informantes, redes, cultura u otros objetos que están en espera de ser contemplados o analizados).

En este sentido, como el conocimiento aplicado es una tarea de vinculación y construcción constante con los actores sociales, no puede conformarse con los métodos clásicos positivistas o interpretativos en donde el investigador, con la autoridad del método, somete la realidad a sus fines teórico-especulativos. Por el contrario, debe recurrir a una refinación de éstos en la que su visión e interpretación profesional se sometan a la negociación o, al menos, a la interpelación de dichos actores. Implica, después de todo, una reflexividad, una responsabilidad y una ética; primero, de un medio: su ciencia, y segundo, de un fin: lo que intenta incidir.

De ahí que, como lo dice la autora, el restaurador no pueda conformarse con una técnica o una estética solvente, mas sí con una interacción dialógica con los sujetos que le permita mantener una tensión equilibrada entre lo que es el objeto, su saber y la visión sociocultural de quienes ostentan el bien que se ha de restaurar. Asimismo, la aplicación de la antropología tampoco puede ceñirse a una mera observación participante ni a métodos cazadores y recolectores de información, sino abrirse a una observación acompañante, dialogante, en la cual la voz y la significación de los convocados queden manifiestas en el fin buscado.

Claro, lo anterior sólo tiene validez a condición de que el objetivo de la intervención científica sea consciente y reflexiva, ética y responsiva, pues si lo único de que se trata es prestar un servicio o aplicar un saber, es decir, lograr el fin meramente utilitario, seguramente se estará aplicando un método, pero a eso no le podríamos llamar ni antropología ni restauración, sino, simplemente, talacha, charlatanería o magia simpática. Si lo que se ejerce está centrado sólo en la técnica o en un manual de consejos, entonces sí, como se precisa en el texto en comento, nada las distinguiría (y esto va también para la investigación de gabinete) del oficio de un carpintero o de un extensionista.

Ésta vendría a ser la tesis principal de "Para construir casas". Es decir, la cimentación de un edificio y, por metáfora, la definición de una ciencia, no vienen dadas por el uso de materiales, herramientas y procedimientos. No son los pasos que se han de seguir, ni la técnica ni la maestría, los que dan sentido a la edificación y a la ciencia. Lo que da sentido a una disciplina es su capacidad para imaginar, diseñar y producir determinados objetos que reclama el contexto social, con y para los actores sociales.

De esta manera, un purismo metodológico tiene el grave riesgo de aislarse del medio sociocultural. Pero, por el contrario, un utilitarismo o un finalismo sin la participación de los actores sociales puede pervertirse y prostituirse. Luego entonces las ciencias sociales son impensables sin ese componente dialógico y de auscultación pública que las hagan social y éticamente responsables.

En consecuencia, la legitimidad de una ciencia no es mera cuestión de método, de sistema o de recetas bien aplicadas (que las necesita), sino de un acercamiento constante con el objeto de su investigación y con los sujetos que son productores o, mejor dicho, creadores. La ciencia tiene que buscar su forma de ser y hacer, una metodología, sí, pero sustentada en una ontología, en un carácter propio, que le permita llegar a los significados y cosmovisiones desde una alteridad conscientemente asumida, no a través de un solipsismo teorético.

Dicho de otra manera, hay un sentido teórico y un sentido práctico en toda disciplina presente en el juego de las tensiones entre su saber y su comprender aportado por los semejantes con los que construye el mundo. Visto así, coincido en que la restauración, la antropología y en general todas las ciencias no son ajenas a la práctica de una ética social y una hermenéutica objetual. Lo cual, sin embargo, no significa que debamos normar esta actuación, como propone la autora. No, al menos, en cuanto a crear un sistema normativo, un decreto o reglas de operación. Normar, sí, en todo caso en cuanto a que dentro de las currículas escolares deberíamos normalizar o hacer común y corriente la interacción dialógica como una condición necesaria del oficio; que tanto en nuestra formación como en la posterior aplicación de los saberes se aborde la ética no sólo como una materia de conocimiento, sino, constante y sistemáticamente, como una zona de reflexión de formas de convivencia, de acercamiento, de interacción y, sobre todo, de respeto de derechos y valores locales. En fin, todo el esquema de acercamiento comunitario y cuestionamiento teórico al que hace referencia el texto comentado.

En suma, evitar que, así como sucede en el derecho —donde priva una preferencia por formar técnicos desvinculados del sentido de justicia y solidaridad que simplemente apliquen y operen el Estado de derecho—, en nuestras carreras se privilegie la formación de teóricos especulativos alejados del compromiso social (no hablo en su sentido revolucionario, muy válido, sino en el lato, de involucrarse con los actores sociales en la tarea asumida), y, en cambio, lograr que se busque una participación más directa con los actores, situación que, debido a la carencia de plazas, de hecho se está haciendo algo cotidiano.

No digo que el método sea insustancial o banal, pues, por el contrario, define e identifica a una disciplina haciéndola tal, sino —y aquí retomaría la sensibilidad cognitiva de Gadamer (1994)— que el método normativo no es el que nos revela el saber o nos acerca a la verdad. No es la nomotética la que nos lleva a la comprensión de los objetos. Es algo anterior y tiene que ver, por un lado, con la tradición conceptual que nos aporta el lenguaje de nuestra disciplina, y, por el otro, con la formación y el aprendizaje práctico: que el mundo conceptual y el mundo social preceden al método, y no que el método positivado (desligado de prenociones o prejuicios) descubra por sí sólo a sus objetos.

Claro, éste es un rompimiento con el objeto cartesiano que postula tanto Gadamer como el texto de la autora —objeto que anteriormente esperaba a ser develado por el científico racional—, para proponer, en cambio, que el conocimiento se construye, o, por ponerlo en términos éticos, se discute socialmente: no restauro, luego existo, sino existo —con sujetos—, luego restauro. No por otra cosa Gadamer inicia su teoría del conocimiento con la estética, para afirmar que la comprensión no puede subordinarse al automatismo postulado por la norma de la razón pura, sino a la alegoría y la tradición que heredamos de nuestro medio y que permite acercarnos y comprender una obra de arte.

En fin, que una restauración y una antropología éticamente sustentadas dependen de una formación continua y constante en términos gadamerianos. Esto implica seguir o conformar una tradición que apele siempre a los sujetos, y no por razones políticas ni de derechos o de moda (que son razones válidas), sino porque en ellos, si creemos que la comprensión y la significación son colectivas, se construye la comprensión; no por descubrimientos individuales o ilusamente logrados por la aplicación correcta de un método y de una norma. Una formación que, según Gadamer, es la recuperación de saberes anteriores y presentes, con toda su carga histórica y cultural (inevitable), de manera que la fusión de esos saberes (entonces sí, guiados por el método que nuestra disciplina indique) podrá llegar a develar lo oculto en el objeto. Una verdad y un método que en todo caso radican en la fusión de horizontes, diría el filósofo alemán. En una hermenéutica de alteridades, agregaría yo.

A manera de cierre, o quizá de apertura a un diálogo con nuevos horizontes epistemológicos, afirmaría que el trabajo analizado es un intento de recuperar precisamente ciertas tradiciones latinoamericanas de conocimiento que, mucho me temo, difícilmente progresarán mientras el campo académico sea evaluado por la producción cuantitativa de publicaciones y no por contralorías sociales o ciudadanas de la producción de conocimiento. Aunque éste es un cuento aparte, a lo que voy es a que la propuesta de "Para construir casas" debe ser alentada por quienes tienen la capacidad de dirigir políticas culturales y científicas, pues son cada vez más los que nos inclinamos por producir conocimiento ligado a los actores sociales y romper los paradigmas cientificistas que predominan la producción del saber.

Ahora sí en referencia al texto nuevamente, lo que se necesita es construir una casa con nuevas perspectivas científicas, dialógicas y participativas, comprensivas de la alteridad y de la fusión de horizontes, no con base en imposiciones o sujeciones al saber solipsista. Este método descolonizado a lo Freire, o comunalizado, como se hace ahora en África, es parte de un reto donde la democratización, la ciudadanización o, en resumidas cuentas, la humanización de todo oficio es lo que tenemos frente a nosotros como objeto y al que no debemos darle la vuelta. En hora buena que la restauración está siendo restaurada.

 

Referencias

Gadamer, Hans-Georg 1994 Verdad y método. Fundamentos de una hermenéutica filosófica, Salamanca, Sígueme.         [ Links ]

Geertz, Clifford 1996 Los usos de la diversidad, Barcelona, Paidós.         [ Links ]

 

Información sobre la autora

Yuri Escalante Betancourt. Licenciado en Etnohistoria (ENAH-INAH, México), maestro en Antropología Social (CIESAS, México) y especialista en antropología jurídica. Trabajó durante 15 años en la Dirección de Procuración de Justicia del ini en diferentes actividades: investigación de sistemas normativos, protección de lugares sagrados, elaboración de peritaje antropológico y etnohistórico. Ha publicado etnografías jurídicas de coras, huicholes y tepehuanes; dos antologías sobre lugares sagrados y derechos religiosos de los pueblos indígenas y los libros La experiencia del peritaje antropológico (INI) y, recientemente, Derechos de los pueblos indígenas y discriminación étnica (Conapred). Actualmente colabora como mediador de conflictos en To Caltía, A. C.

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