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Intervención (México DF)

versión impresa ISSN 2007-249X

Intervención (Méx. DF) vol.1 no.1 México ene./jun. 2010

 

Reseña

 

Los grandes lagartos del Zócalo. Reseña sobre la exposición Huellas de la vida: un viaje en la historia de nuestro planeta

 

Jorge Reynoso Pohlenz

 

UNAM, México. manfredo.jorge@gmail.com

 

Resumen

Reseña de la exposición paleontológica Huellas de la vida: un viaje en la historia de nuestro planeta, organizada por el Museo del Desierto, Saltillo, y el Gobierno del Distrito Federal (GDF), la cual fue presentada en la Plaza de la Constitución, Zócalo, de la ciudad de México, del 23 de mayo al 30 de agosto de 2009. Aborda las ambivalencias del uso cultural y recreativo de los espacios públicos en el contexto de espectáculos masivos, así como el rigor o la flexibilidad argumental con que se conciben muestras relacionadas con la divulgación de la paleontología, analizando la posible neutralidad ideológica que se supone en esta disciplina y su presentación pública. Asimismo, reflexiona sobre la tensión que el discurso museográfico manifiesta entre lo auténtico y su réplica, y las paradojas que se revelan cuando las exhibiciones sobre escenarios del pasado se vinculan con asuntos públicos contemporáneos.

Palabras clave: Exposición, paleontología, blockbusters, espacio público, divulgación de la ciencia, réplica.

 

Abstract

Review of the palaeontology exhibition Huellas de la vida: un viaje en la historia de nuestro planeta, organized by the Museo del Desierto, Saltillo, and the Distrito Federal Goverment (GDF), which was shown at the Plaza de la Constitución, Zócalo, Mexico City from May 23rd to August 30th 2009. It focuses on the ambivalence regarding the cultural and leisure use of public spaces employed for popular mass spectacles, as well as the exposition discourse's rigor and flexibility devoted to the dissemination of palaeontology, analyzing the potential neutrality of this discipline and its public representation. It also explores the tension of the museographic discourse regarding authentic objects and reproductions, including the paradoxes exposed by exhibitions concerning the past that are related to contemporary public issues.

Keywords: Exhibition, Palaeontology, Blockbusters, Public space, Science dissemination, Reproduction.

 

Muchas personas objetan que en el Zócalo se monten pabellones de exhibición e instalaciones recreativas temporales, ya que impiden una visión diáfana de este espacio tan significativo. Por un lado, las estructuras desmontables, o carpas, que contienen exposiciones y juegos no han establecido relaciones visualmente gratas con el entorno; acaso no era su pretensión. Por el otro, la carpa responde a una tradición venerable: tal vez carezca de la alcurnia de los reservados gabinetes monacales o palaciegos, pero, como contenedor de exposiciones, su importancia y su influencia han sido enormes. Recordemos también que nuestra plaza capitalina ha recibido cosas más feas que una pista de hielo o un museo nómada. En suma, como componente singular de la confrontación política y de sus simulacros, el uso recreativo-cultural del Zócalo nos obliga a cuestionar su validez perdurable: más allá de las coyunturas del poder; de la revisión entrañable del pasado, de las ciencias naturales, de la fauna y de la filantropía –sobre todo, de aquella relacionada con la infancia–, opera como una suerte de talismán positivo, aparentemente ajeno a cualquier orientación ideológica. Como éste es un recurso frecuente en los espectáculos públicos patrocinados gubernamentalmente desde la toma de La Bastilla, al Gobierno del Distrito Federal (GDF) no podríamos endosarle una culpa original. En lo tocante a los espacios públicos mexicanos, en la actualidad no existen las condiciones o mecanismos de acuerdo social para que su uso se legitime o valide a satisfacción de todas las partes involucradas; incluso resulta complejo determinar a los sectores involucrados, su reconocimiento institucional o su grado de injerencia. En ese contexto, la oportunidad es del que la toma, del que tiene los recursos para establecerla, y, en el presente caso, el GDF la tomó: promociona Huellas de la vida: un viaje en la historia de nuestro planeta, y, por esta ocasión, no fue aparente el velado interés privado en el esquema de patrocinios.

Confieso que me encaminé a la exposición con ciertas reservas: suponía encontrarme con un espectáculo efectista, de artificios animatrónicos, que eximirían al público de cualquier ejercicio de imaginación reconstructiva. Que pueda representarse una idea del pasado a partir de la reconstrucción de sus despojos, es un ejercicio imaginativo dejado muchas veces a la sombra; el reflector se reserva para templos vueltos a ensamblar por manos invisibles y por medio de algo llamado ciencia, que se enuncia más como una serie de hechos (irrevocables) que como un proceso humano.

Los animatrónicos no podían faltar, pero el público no llega a ellos, afortunadamente, sino hasta que recorre las salas relacionadas con los despojos: el trabajo del paleontólogo. Sin embargo, la paleontología se expone de una manera que a buena parte del público le parecerá tediosa, pero que es necesaria para convencernos de que los fósiles no son cuerpos enteros enterrados en una suspensión libre tanto del esfuerzo minucioso como de la interpretación. Asimismo, el primer umbral en penumbra, relacionado con los mares, y la sección referida a la paleontología como disciplina sirven de preludio expectativo para la gran sala, inevitablemente espectacular, de los dinosaurios, principalmente pertenecientes al Cretácico. Es espectacular solamente por los especímenes que el público ahí descubre, porque tanto el contenedor espacial como los recursos de mobiliario museográfico no demuestran un despliegue sofisticado de recursos. Los primeros cicloramas que recrean el trabajo paleontológico de campo logran su objetivo de informar, mas no el de evocar, los desiertos donde se realizan los hallazgos. Quizás hubieran sido más efectivas algunas buenas ampliaciones fotográficas de paleontólogos empolvados, que la inclusión en el ciclorama de una camioneta real del Museo del Desierto.

Regresemos a la gran sala: posiblemente un sarcófago faraónico es el único objeto de museo comparable, en impacto emocional, al que causa un tiranosaurio; en Huellas de la vida hay dos de éstos, además de enormes pterodáctilos suspendidos del techo y otros fósiles, que no necesitan de pieles simuladas ni de enormes recursos interpretativos para provocarnos ese efecto particular de la experiencia museográfica: encontrarse de manera casi tangible con cosas tan verosímiles que difícilmente podrían ser productos de un simulacro; cosas que pueden producirnos tanto un sentido de singularidad como de pérdida; cosas que interfieren con nuestros sentidos de lo singular y lo cotidiano, otorgándole al tiempo una dimensión espesa y, simultáneamente, desbordada.

Una vez que se experimenta la emoción de los grandes fósiles, nos asaltan las dudas: ¿qué tanto de estas reconstrucciones se conforman de fósiles o de componentes replicados? No hablo aquí necesariamente de un elemento "original", ya que un fósil es una piedra en la que algo vivo dejó su "huella", pero tantos ejemplares imponentes despiertan sospechas, nunca completamente aclaradas en las cédulas museográficas. Esta cuestión deriva en otra, que tampoco es completa, ni explícitamente, aclarada: ¿qué tanto de lo exhibido refleja el desarrollo de la paleontología en México? Asimismo, y sin dejar de reconocer que los carnívoros siempre serán más atractivos que otras formas de vida –a menos que esas formas no carnívoras sean enormes–, es evidente que el guión museográfico privilegia a la punta de la pirámide alimenticia, y se soslaya a los herbívoros, insectos o plantas, que podrían haber estado presentes por medio de fósiles en lápidas, posiblemente más abundantes que las de los carnívoros, o con reproducciones. El hecho de que al fondo de la sala se presente un video documental dedicado al darwinismo recalca esta ausencia de referencias sobre la biodiversidad de las pasadas eras, una falta cuyo sentido se redobla cerca del final de la visita, ya que al público se le va orientando hacia un discurso ecológico que celebra la biodiversidad.

Un acordonamiento nos aleja del video sobre Darwin, así como de un caparazón, una enorme mandíbula de un pariente ancestral de los tiburones (ambos anteceden la inclusión –también popular en este tipo de atracciones– de algunos mamíferos, fieros, enormes o casi familiares, contemporáneos de los primeros homínidos). La necesaria consideración de que ésta era una muestra de visita masiva se resolvió a partir de un recorrido unívoco y en fila, que inhibió alternativas a la diacrónica. Este aspecto de la exhibición se hacía menos agradable en la medida en que muchos objetos y elementos informativos se colocaron a alturas en las que eran invisibles para quienes se dispersaban de la cola, situación semejante a las habituales en los servicios bancarios y gubernamentales.

Figura 3

Ya cerca de los animatrónicos –por los cuales ya declaré mi antipatía genérica, que se acrecentó por la decoración e iluminación que los acompañaba, propia de show hawaiano– y de la salida de la exposición, dos secciones se concatenan: una, con algunas especies vivas que presentan relaciones patentes con especies de pretéritas eras geológicas: señales vigentes de un proceso evolutivo no interrumpido. Junto al fósil de un enorme ancestro de los cocodrilos, se acurruca, cerca de una luz infrarroja, un espécimen vivo y aletargado, menos animado que los animatrónicos; sin duda, el sosegado metabolismo de los lagartos ha sido una de las claves de su supervivencia. Esta activación de lo viviente en toda su plenitud y delicadeza permite rematar la exposición con algunas referencias a la ecología, el papel del ser humano de la era industrial en ella, la responsabilidad que tenemos y cómo todo ello se relaciona con el Plan Verde impulsado por el GDF.

Por más provechoso que sea este programa gubernamental, que busca estimular acciones y conciencias sobre el uso inteligente de los recursos energéticos y la reducción de las emisiones derivadas del empleo de combustibles "fósiles", su aparición aquí resulta insólita. Gráficas y videos, cuya irrupción podría compararse a rematar una exposición sobre las insurrecciones civiles del siglo XIX con una campaña al voto por parte del Instituto Electoral del Distrito Federal, nos aconsejan sobre la forma de participar en este plan como ciudadanos. Si bien a todos conviene tomar medidas e intervenir activamente en la conservación del medio ambiente, este remate positivo y motivacional resulta algo paradójico en el contexto del resto de la exposición: separar los desechos biodegradables y reducir el uso de combustibles fósiles no nos ayudaría mucho si, en cualquier momento, tal y como le pasó a los dinosaurios, nos cayera un cometa enorme del cielo.

 

Información sobre el autor

Jorge Reynoso Pohlenz. Estudió Arquitectura en la UNAM. Ha sido subdirector del Museo de Arte Carrillo Gil, del INBA, y titular de la Dirección General de Artes Plásticas de la UNAM, así como director de la Sala de Arte Público Siqueiros, del INBA. Actualmente, es coordinador académico del Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC), de la UNAM. Desde 1991, se ha dedicado a la museografía, la curaduría y la divulgación del arte contemporáneo. Además, es profesor de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado, "La Esmeralda";, así como de Centro, Diseño, Cine y Televisión. Ha publicado textos sobre arte contemporáneo tanto en revistas de divulgación como colegiadas.

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