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Revista de filosofía open insight

versión On-line ISSN 2395-8936versión impresa ISSN 2007-2406

Rev. filos.open insight vol.14 no.30 Querétaro ene./abr. 2023  Epub 10-Nov-2023

https://doi.org/10.23924/oi.v14i30.614 

Editorial

El futuro de las Américas

Fidencio Aguilar Víquez1 

Ramón Díaz Olguín2 

1Centro de Investigación Social Avanzada Santiago de Querétaro

2Centro de Investigación Social Avanzada Santiago de Querétaro


Toda vida humana sometida al tiempo reviste un futuro. Anhelos, deseos, sueños y pulsiones forman parte de ese proyecto. No sólo las personas en lo concreto, sino también pueblos, países y naciones son sujetos que vislumbran de alguna manera esa proyección. El futuro histórico, sin embargo, no se basa en algo solamente ideal, como un plan, un deseo o una utopía. Para que tenga consistencia y sea realizable, el futuro tiene que pasar por el presente. Sólo así puede hablarse de un futuro como vocación y destino y como conjugación de éste con la libertad. Las Américas no son la excepción.

América del Norte, Centro América, el Caribe, América Latina, son realidades diversas, pero comparten dinámicas sociales, políticas y económicas, asimismo problemas e intereses, todos ellos comunes, en el presente y previsiblemente en el futuro. Además, el deseo de unidad ha estado patente tanto en el pasado como en el momento actual. La sola vecindad ya es una realidad del sentir y el pensar comunes de una convivencia necesaria que reclama la solución de los grandes problemas conjuntos para que aquélla sea no sólo soportable sino fructífera.

A los problemas de pobreza y desigualdad —quizá exceptuando a los Estados Unidos de América y a Canadá— se añaden los de inseguridad, violencia, tráfico de armas, narcóticos y personas, migración y el cambio climático. Todos ellos afectan al continente entero. Tampoco las secuelas económicas de la reciente pandemia del COVID-19 y sus efectos sociales y políticos pueden dejar de tomarse en cuenta. Y, por si fuera poco, en la región se han dado fenómenos políticos y sociales de neopopulismos que han tomado senderos autoritarios que minan las democracias y sus instituciones. Esto último ha afectado a todas las Américas.

Si bien existe un prejuicio en América Latina sobre la democracia norteamericana, históricamente, en especial en la época de las luchas por la independencia de sus pueblos, tanto el ideal político de los Estados Unidos de América como el de la Revolución Francesa animaron las luchas de los libertadores latinoamericanos. La democracia entonces brotó como un ideal plasmado en las diversas constituciones políticas de los estados nacientes a la vida independiente. Ya en el siglo XX, los regímenes hegemónicos y autoritarios, algunos con sostén militar, parecían campear en la región. A fines de los ochenta el ideal democrático volvió a brillar. La caída del Muro de Berlín alentó ese deseo.

Lo que las democracias latinoamericanas no lograron fue el desarrollo y la justicia sociales. Aunada tal circunstancia a la corrupción y a la impunidad políticas, pusieron en evidencia que las instituciones sociales y políticas no estaban suficientemente maduras para soportar una democracia dinámica y consolidada. El hambre fue más grande que el voto. En buena medida por ello comenzó el desencanto por la democracia. Los escándalos de corrupción de quienes llegaban al poder y la entera impunidad formaron la tierra fértil para el surgimiento de liderazgos sociales carismáticos que, con toda razón, señalaban las taras y los yerros de los sistemas políticos, especialmente la lejanía que éstos tenían del pueblo.

Hoy vivimos un acentuado descrédito de la democracia y de sus instituciones. Ante las amenazas de la inseguridad, la violencia y los grupos del crimen organizado, muchos prefieren la migración o una autoridad pública que las contenga, aunque sea de forma autoritaria o dictatorial. La cultura y la educación cívicas no tienen la misma fascinación que a finales del siglo XX y principios del XXI. Las jóvenes generaciones son atraídas más por el mercado que por el estado. Y aun aquél no las llena del todo. No hay una identidad visible que las atraiga y les dé un sentido de pertenencia. ¿Cómo podremos tener un futuro sin ellas?

Superar esos grandes problemas de las Américas requiere, sin duda, la visión de la unidad de pueblos diversos regidos por un modelo de sociedad plural, democrática, tolerante, regido por la dignidad humana, la justicia, la solidaridad y el derecho como criterios de acción. Se requiere también una conciencia crítica y moral del poder en la vida pública, la política y la democracia. Ni el estado ni el mercado constituyen la totalidad ni la radicalidad de la vida humana. La persona humana se encuentra y mira más allá de esos ámbitos, si bien requiere de ellos para la subsistencia cotidiana. Ello significa que hay una primacía del ser humano, y el estado y el mercado deben servirlo, aunque suene demasiado utópico. Lo real siempre es lo humano.

Si queremos imaginar y construir un futuro realizable para las Américas, debemos dejar los prejuicios y las discordias. Ello favorecerá la integración de los pueblos en una unidad de miras. En esa perspectiva, los más vulnerables deben ser considerados y alentados para ser protagonistas de tal integración y de la mirada al futuro. Infantes y adolescentes, mujeres y jóvenes, ancianos y excluidos, serán partícipes de ese proyecto en la medida en que experimenten la inclusión y la identidad de ser parte del cúmulo humano-cultural de sus familias y comunidades.

Los diversos ámbitos de la actividad humana —la familia, la escuela, el trabajo, el espacio público— están articulados por la dinámica política, incluso los espectros sociales, culturales y económicos. De ahí la relevancia de la política y de la democracia como el mejor modo de legitimar el acceso a y la vigilancia del ejercicio del poder. No podemos, por ello, sustraernos de esta responsabilidad. Ésta es, no sólo para quienes aspiran a los cargos de elección popular, sino para todos los ciudadanos. En éstos debe caber y educarse la conciencia crítica y moral del (ejercicio del) poder.

Con esa conciencia que limite y juzgue el ejercicio del poder, imaginar y construir el futuro es posible. No como mero proyecto, sino como anticipación en el presente de lo que ha de venir. No es tarea fácil, pero si hay buena voluntad, suficiente sensibilidad y concordia, todo futuro será realizable estando juntos, hermanados, responsables unos de otros. Paso a paso, abordando y resolviendo las necesidades concretas, la vivienda, la escuela, el trabajo, la salud, el ocio y el descanso, se puede ir caminando hacia un futuro más humano.

Los líderes políticos tienen una grave responsabilidad en resguardar, proteger y promover esos ámbitos mencionados. Los ciudadanos y gobernados también la tenemos en generar y promover la conciencia crítica y moral del poder que aquéllos ejercen sobre la sociedad. Es la conciencia, a final de cuentas, la que puede tener un profundo y real control del poder. El desencanto por la democracia que hoy pulula puede transformarse en una educación y ejercicio de participación en el conocimiento y la rendición de cuentas del poder en el ámbito público. A partir de lo cual, construir el futuro significa ir resolviendo cada problema cercano hasta llegar a las grandes soluciones para los grandes problemas. Lo necesitamos y lo deseamos. Es nuestra esperanza y posibilidad

Este número de Open Insight se abre con cinco Estudios: dos de Chile y tres de México.

De Chile, Sergio González se adentra a la estructura del “mundo” a partir del pensamiento de Emmanuel Lévinas; esta aproximación no es ontológica, sino ética y se elabora a partir de la aparición del otro que tiene lugar en el “decir”, cuya trascendencia posibilita una proximidad capaz de romper toda autoreferencia egológica. Por su parte, Sandra Baquedano no sólo recuerda que la naturaleza ha estado en el centro de interés de la reflexión filosófica de todos los tiempos, sino también que desde los lejanos siglos de los primeros pensadores griegos se ha privilegiado una concepción que tiene a reducirla a lo que llama “hermenéutica del homo mensura”, aún vigente de múltiples maneras en los tiempos actuales.

De México, Diego Vega revisa críticamente la lectura “mentalista” que Victor Caston hace del libro aristotélico De anima: mientras el filósofo norteamericano lo hace desde una perspectiva moderna —de impronta cartesiana— que asimila el alma a la conciencia, el filósofo de Estagira parte de una concepción más amplia, que hace del alma el principio de la vida. Efraín Gayosso y Adolfo Maldonado, en cambio, reflexionan largamente sobre la naturaleza del aburrimiento: puesto que se trata de una vivencia afectiva desagradable, existe la creencia que las personas se entregan a hábitos negativos para contenerla, como las apuestas, el uso de sustancias tóxicas o experiencias de vértigo. Su propuesta, en cambio, es que el aburrimiento también abre a las personas al desarrollo de virtudes positivas, sobre todo cuando se transforma a partir de la experiencia de ocio. Finalmente, Francisco Galán aborda el realismo no representacionista de Habermas en confrontación con el pragmatismo de Rorty, que se plantea también como un anti-representacionismo, pero no realista. Sus objetivos son evaluar, por un lado, qué tan realista es el planteamiento de Habermas y, por el otro, qué tan distinto es su postura del pragmatismo de Rorty.

En la sección Reseñas, Genaro Valencia hace una apretada presentación del libro de Bernard Collette sobre su más reciente libro acerca del pensamiento estoico y su concepción de la providencia, atendiendo sobre todo a su diferenciación respecto del concepto de destino. Miguel Ángeles, en cambio, expone con cierto detalle el intercambio intelectual entre Ángel Xolocotzi y Antonio Zirión —dos de los exponentes más connotados sobre el pensamiento fenomenológico en México— acerca del lema “volver a las cosas mismas” y, en última instancia, sobre la identidad y la naturaleza de la fenomenología.

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