SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.6 número10La otra voz: Octavio Paz y la noción de otredadRespuesta a Juan Manuel Escamilla índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Revista de filosofía open insight

versión On-line ISSN 2395-8936versión impresa ISSN 2007-2406

Rev. filos.open insight vol.6 no.10 Querétaro jul. 2015

 

Dialógica

 

Sobre "La otra voz. La otredad en Octavio Paz", de Fidencio Aguilar

 

On "The Other Voice. The Concept of Otherness in Octavio Paz", by Fidencio Aguilar

 

Juan Manuel Escamilla González Aragón

 

Centro de Investigación Social Avanzada, México. juanm.escamilla@cisav.org

 

Recibido: 25/04/2014.
Aceptado: 12/05/2015.

 

Resumen:

Octavio Paz escribió en La otra voz un ensayo sobre la utilidad de la poesía en medio del cambio de época que atraviesa la Modernidad. En "La otra voz. La otredad en Octavio Paz", Fidencio Aguilar confirmó la pertinencia y actualidad de aquellas letras de Paz, reflexionando sobre el hilo conductor de la otredad. Este trabajo constituye una réplica al de Fidencio Aguilar, con la intención y el atrevimiento de, además, continuar con las reflexiones de Paz sobre poesía y pensamiento.

Palabras clave: alteridad, lenguaje, otredad, palabra, poesía.

 

Abstract:

Octavio Paz wrote in The Other Voice, an essay on the utility of poetry within the change of times that Modernity is going thorough. In "The Other Voice. Alterity in Octavio Paz", Fidencio Aguilar confirmed the actuality and pertinence of those writings of Paz, reflecting on the guiding line of alterity. This work replies Fidencio Aguilar's and tries to continue Paz' reflexions on poetry and thought.

Keywords: Alterity, Language, Otherness, Poetry, Word.

 

No hay tiempo suficiente, ni esta tarde en la que escribo ni en muchas tardes, para hablar cabalmente de la rica y variada concepción que Octavio Paz tuvo de la otredad, ni de señalar todas sus influencias ni todos sus méritos. No me propongo, pues, hacer un juicio sumario sobre el asunto. Quiero, más bien, terciar en la conversación que Fidencio ha entablado con un fragmento de la obra del poeta Octavio Paz, La otra voz (2004) y continuar con sus reflexiones sobre la utilidad de la poesía; quiero, pues, conversar con ambos y con los lectores, sobre la poesía y su relación con el pensamiento, a partir de una lectura (¡siempre parcial!) de la obra poética del Nobel mexicano. Espero argüir que el arte (la poesía), por un lado, y el pensamiento prosaico (la filosofía y las ciencias), por otro lado, constituyen dos posibles formas de responder a las preguntas sobre el hombre, Dios y el mundo; también espero poder colaborar a enmarcar el valor de la poesía y el del pensamiento crítico en esta vuelta de los tiempos. (Y también espero que esto sea verdad).

La insistencia sobre la cuestión de la otredad atraviesa prácticamente toda la obra paciana, uncida a sus reflexiones sobre el quehacer del poeta, tanto en sus obras poéticas como en las prosaicas. No creo exagerar al decir que ese es precisamente el tema que entrelaza todos los temas de su obra. En el libro que le dedica a la cuestión, Lo desconocido es entrañable, Rafael Jiménez Cataño afirma que esa es la "auténtica clave del pensamiento de Paz" (2008, p. 48).

Para enmarcar el tratamiento que Paz hace de la experiencia de otredad en La otra voz, en su texto, Fidencio sigue de cerca, principalmente, dos de las voces cantantes del poeta en relación con la otredad: la relación con la poesía como espejo de una vida a lo largo de la que nosotros mismos no estamos con nosotros, esa vida que se nos va como agua entre las manos y que es una de dos caras, cuyo reverso irrevocable es la muerte, y la resistencia que, según Paz, representa la poesía ante la Modernidad. Querría acompañar la conversación sobre el primer asunto; el segundo no lo trataré aquí.

Finalmente, querría abordar, aunque fuera sólo por hacer mención, otra de las voces cantantes de Paz en relación con la otredad, de la que el autor pasa revista muy velozmente y yo también pasaré por esta vez porque merece un tratamiento aparte: la relación de la poesía y la otredad con el erotismo y el amor. Incluso cabe decir que la poesía erótica y amorosa de Paz no sólo es otro de los tópicos que casi invariablemente trenza con la otredad, sino una de las manifestaciones más fecundas de la obra paciana tanto en el abordaje del sentido de la poesía como el de la otredad. En una entrevista de Sheridan, le dice Paz a propósito de "Antes del comienzo" (1987, p. 141) que es un "poema realista"1 el que, no obstante, comparece entre otros "poemas de amor": ahí, la respiración de su mujer, dormida, le devuelve la realidad al autor del poema, antes del comienzo del día:2

El mundo

no es real todavía,
el tiempo duda:

sólo es cierto

el calor de tu piel.
En tu respiración escucho
la marea del ser,
la sílaba olvidada del Comienzo.

 

Miseria y poesía

De joven, Octavio lo dijo con lacónica y agustiniana inquietud: "Nada de lo que hay en el mundo satisface la avidez del yo. Sólo la eternidad" (1988: p. 686). Como Fidencio señala, Oriente mediante, un Paz más viejo le diría a María Embeita (2003: p. 32): "No creo en el yo, aunque lo padezco como un fantasma demasiado real y que no logro exorcizar". Su experiencia de la otredad fue variada y diversa a lo largo de su vida. Su disciplina nos dio una obra extensa y extensamente revisada, que deja constancia de algunas mudanzas y del pulimiento de ciertas nociones. Pero si las respuestas fueron varias, la pregunta siempre fue la misma. En 1992, preparando el volumen de las obras completas donde aparecería El laberinto de la soledad, rememora en la "Entrada retrospectiva" el origen de la pregunta que lo llevó a escribir su libro más difundido, y que caracteriza el tratamiento paciano de la cuestión (1994: p. 16):

La peregrinación comenzó con una sensación de extrañeza y con una pregunta: ¿yo soy el extraño o esta tierra que llamo mía es una tierra ajena? Esta pregunta es tan antigua como los hombres. Las religiones la han respondido casi siempre de la misma manera: esta tierra no es tu tierra verdadera sino el lugar de tu exilio. Tu patria está allá, fuera de este mundo. Los gnósticos decían que el verdadero nombre del hombre es El Alogeno, el otro, el de allá. No, no somos de aquí. Pero tampoco somos de allá: nuestras vidas son un continuo peregrinar entre el aquí y el allá [...] La pregunta sobre México no fue, no es, sino una variante de la pregunta original que todos los hombres se han hecho. En el fondo, fue y es una pregunta sobre mí mismo. ¿Qué busca el peregrino al recorrer su patria? ¿El lugar de su nacimiento o el de su fin? Tal vez busca su destino. Tal vez su destino es buscar (1994: p. 16).

El hueco, la carencia, la hondura del anhelo constituyen al hombre. Es una imagen compartida, al menos, por las religiones abrahámicas y una inquietud perenne de la filosofía. Aquí, somos anhelo, deseo de ir más allá de nosotros, hacia fuera, hacia el otro, ¿hacia Dios?

El tema es tan viejo como el hombre y ya está presente desde los primeros tiempos de la tradición filosófica, cuya cima es aquel scriptum de Delfos: "Conócete a ti mismo". Si somos peregrinos en este mundo, es que no estamos en casa en él, sino en vía: "Ya lo sabes, eres carencia y búsqueda" (1994: p. 18). Fidencio no deja de anotar aquel célebre verso que Paz escribió en "Hermandad" y del que cuentan que lo repetía como un mantra, de viejo: "Alguien me deletrea" (1987: p. 37).

En un sentido más o menos trivial, que es el histórico, hay que afirmar que la tecnología de la poesía permitió a los hombres del mundo antiguo conservar sus relatos, varios de los cuales han llegado hasta nosotros. En otro sentido, la poesía consiste en el acto litúrgico de bautizar el mundo y, en ese sentido mucho más interesante, podría afirmarse, pues, que la realidad predicada por la poesía es lo "real absoluto".

El hacer propio del decir poético asiste al instante mismo de la creación de la realidad misma que nos sustenta, no obstante haber surgido, como en "Blanco", del "torbellino de las apariciones" y estar condenadas, como nosotros, a dejar de ser "en el remolino de las desapariciones" (Paz, 1995a). El de la poesía es un amanecer de las cosas a sí mismas por el hechizo de la palabra. Dice Paz: "El poema, para mí, es la trampa verbal para cazar vivo al instante, es decir, a la poesía. Una trampa que se cierra para apresarlo pero que el lector abre para que el instante se escape de nuevo y regrese a la vida, a la vivacidad. La poesía que prefiero es la que es visión de lo instantáneo" (2014a: p. 34). En sede poética, lo dice en "La exclamación" (2014b: p. 205):

Quieto

no en la rama

en el aire.

No en el aire

en el instante

el colibrí.

 

Poesía y realidad

La poesía es, en primer lugar, para Paz, el gesto adánico ante la extrañeza del mundo anónimo, una conquista de lo desconocido por el acto de nombrarlo. La primera extranjería que sufrimos es la del mundo, que nos es ajeno. Péndulo que une ambos extremos es la metáfora, que todo une y disgrega, como en estos versos de "Blanco" (1995a):

el firmamento es macho y hembra
testigos los testículos solares
falo el pensar y vulva la palabra
(...)
siempre dos sílabas enamoradas.

Para Novalis, como para Octavio Paz, la poesía "es lo real absoluto". Es el lenguaje más limpio, más claro, más preciso. Es un lenguaje que, transfigurado por el poeta, tiene intención de "Dar un sentido más puro a las palabras de la tribu" (2006, p. 46).

La poesía es una representación del tiempo, una representación formada de palabras que comunican un lenguaje transparente: la poesía es una fotografía que capta con precisión lo que encuadra, es un juego de espejos que devuelven una imagen: el "snapshot de un latido de tiempo", como escribe Paz en "Blanco" (1995b).

La poesía es un reflejo de la vida. Integra sus contradicciones. La poesía no sólo admite la polisemia sino que juega con ella: en ella crece. La poesía elabora una metáfora de la vida. Ésta oscila entre amor y odio, y aquella, para representarla, se mece entre la analogía, que muestra la unidad íntima detrás de la desemejanza, y la ironía, que corroe la unidad de nuestras imaginaciones.

La poesía es, así, "claridad errante"; su decir, a pesar de acerado, no obstante es un nombrar fugaz, pronunciar voces vacías. Su decir está irremediablemente uncido a la sucesión del tiempo y su comprensión depende de que haya quienes puedan interpretar ese particular sistema de símbolos. Y el caso es que somos mortales, y así como han desaparecido lenguas y, con ellas, sus secretos, la nuestra desaparecerá, como en "La tabaquería" canta un poeta admirado por Paz, Pessoa. El autor (ficticio) del poema contempla desde su ventana al vendedor de la tabaquería, mientras escribe:

Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, yo dejaré versos.
Un día morirá el letrero y mis versos también.
Después morirá la calle donde estuvo el letrero,
y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto sucedió.

La poesía se refiere a tal punto a la realidad que, imitando su paso, da lo que dice que da: el flujo del tiempo; así, en "Decir: hacer" (2014b: p. 325), sentencia:

La poesía

se dice y se oye:

es real.

Y apenas digo

es real,

se disipa.

¿Así es más real?

Bajo el ayate de Guadalupe, Paz, comentando con Borges3 y con Salvador Elizondo un verso del "Cementerio marino": como paradigmático de la poesía, "El mar, el mar, el mar que siempre recomienza" (Valery: p. 1992), le dice: "Hay, sobre todo, el comenzar del mundo y ese comenzar es cotidiano: el mundo siempre está naciendo. Nace todos los días. Es hermoso" (Sheridan, 2014: 11:45).Y más adelante, aún lo dice con otro matiz: "Yo sí creo que todos los días los hombres inventamos el mundo". Nuestra inteligencia, a la que llama Paz en "Blanco" "soledad en llamas" (1995a), alumbra las palabras que nombran el mundo, palabras que aunque no siempre lo iluminan, son el medio que tenemos para conducirnos, como sentencia en "Carta de creencia" (2014b: p. 380):

Las palabras son inciertas
y dicen cosas inciertas.
Pero digan esto o aquello,

nos dicen.

La poesía puede retratar cualquier instante, pero tiene cierta dilección por reproducir incansablemente los instantes más preciosos de nuestros aprendizajes en el tiempo: las fundaciones de ciudades, pueblos, dinastías; los "juegos terribles" ("Conversación") que juegan los dioses con los destinos de los hombres; las hazañas de héroes y santos, reyes y esclavos; pero también las canciones de cuna con que aprendimos a soñar y a hablar y los altísimos poemas místicos, los amorosos y los metafísicos.

La poesía está más cerca de nuestra experiencia media del mundo de lo que lo está la prosa en general y la crítica filosófica en particular, tanto por su semejanza con la forma en la que tratamos con el mundo como porque el lenguaje natural y la poesía fueron desarrollados por las primeras comunidades humanas simultáneamente, y coexistieron durante siglos. Aún existen muchas comunidades ágrafas y sin filosofía que, no obstante, preservan sus cantos tradicionales. Las canciones -tantas veces, una de las primeras aproximaciones infantiles al lenguaje-, valiéndose de combinaciones tonales, de su ritmo y cadencia, fraguan el lenguaje a partir de modelos: lo acomodan en el molde de las sílabas y los acentos. La oleada de sus versos no solamente acurruca nuestras noches de cuna: acaba por zurcarnos corazón y lengua: sus palabras son nuestras palabras. La voz de la poesía es nuestra voz, preservada a fuerza de ser representada una y otra vez para la comunidad que en esa lengua echa sus raíces y desde la que emprende, como en "Árbol adentro" (1987, p. 137), el ayuntamiento entre yo y mundo:

Creció en mi frente un árbol.
Creció hacia dentro.
Sus raíces son venas,
nervios sus ramas,
sus confusos follajes, pensamientos.
(...)
Allá adentro, en mi frente, el árbol habla.

Acércate, ¿lo oyes?

El mundo se habita por el lenguaje. Como bien señala Fidencio, Octavio es un atento lector de Nietzsche, con quien comparte la convicción de la coextensión entre lenguaje y mundo: no se puede pensar aquello que no puede decir, pues pensar también supone la capacidad de comunicar lo sabido: en cierto sentido, los límites del horizonte humano son los límites del lenguaje, si bien el lenguaje es, del horizonte, un trozo: ese que aprehenden las palabras y sus relaciones.

Paz está muy atento a la particular poética por la que el hombre se crea a sí mismo al leer poesía, como también ha señalado ya Fidencio al resaltar que para Octavio, el sujeto es el lenguaje, ni el poema, ni el lector (ni siquiera el poeta, primer lector). Si bien, precisa Paz, estas realidades no se anulan, éste, como constelación de símbolos, sólo está parcialmente sujeto a la necesidad que le impone su referencialidad y aquel, el lector, quien lo descifra cada vez a partir del mapa que puede representarse de esto y aquello, y por el que puede llamarle a eso una metáfora y a aquello, un heliotropo.

Para Paz, mientras que la prosa es traducible y cualquier cosa puede ser dicha de otro modo -exactamente como acabo de hacer al traducir la expresión "traducible"-, la poesía es, de suyo, intraducible: a la poesía le es esencial su formulación pues el poeta da en la diana. El poeta no quiere decir: dice. Decir preciso que se desliza entre el sentido y acto de decir. El lenguaje, en la poesía, se hace transparente: "los signos se borran: yo miro la claridad" ("Cuento de dos jardines"). Desde luego, habla de diversos temas, comparecen personajes que actúan, pero el poema siempre está tendido hacia otra cosa: nos arroja al "remolino de las significaciones" ("Blanco").

La poesía dice lo indecible. Puede que no lo diga para siempre. Pero lo nombra fugazmente. A partir de una escena, de una imagen, "nos habla del poema mismo, del acto de crear y nombrar. Y más: nos lleva a recrear su poema, a nombrar aquello que nombra; y al hacerlo, nos revela lo que somos" (2006, p. 191). La poesía, en este sentido, resulta en dos direcciones: el lector compone el poema mientras lo lee; la acción del hombre transforma el mundo, pero al hacerlo, lo transforma a él.

 

Algunas palabras sobre la prosa

La filosofía y las ciencias son crepusculares. El lenguaje prosaico es un artificio tardío ya en el horizonte griego. En la medida en que el mito demanda ser siempre interpretado de nuevo por cada generación, algunos sentidos se desplazan y otros se profundizan, cambiando de signo: de palabras con qué arroparse, en las que encarnarse. Los mitos, finalmente, tenían -y aún tienen- una utilidad práctica: su trabajo es dar razón del mundo. Si dejan de hacerlo, es preciso realizar la empresa en nuevos términos. A unos sujetos muy particulares de entre los griegos se les ocurrió una nueva formulación de una serie de preguntas que, por otro lado, no eran nuevas, pero siempre habían recibido una formulación asociada a potencias y fuerzas trascendentes. Aún si los haikús -¡perdón!: aforismos- de Heráclito o el poema de Parménides habían sido vertidos en el molde de la poesía, lo mismo que Tales de Mileto y otros, inauguraron una mirada que podríamos llamar "naturalista" con la que mirar el cosmos: la inteligibilidad de la naturaleza. La razón filosófica alcanzó cumbres metafísicas en sus pesquisas y fundó una de las tradiciones que de más provecho y ruina han sido para Occidente.

Cualquier filósofo afecto a la formalización de argumentos eventualmente puede reconocer que ciertamente hay unos argumentos que son más bellos que otros, solamente por su representación formal: hay argumentos "simétricos", hay argumentos "lineales", los hay abigarrados, ¡hay sistemas! La prosa permite un razonamiento distinto del poético, ejercicio que, no obstante, tiene lo suyo de creativo, de poético. Y qué duda cabe de que hay prosas que merecen contar por literatura, aún en algunos honrosos casos excepcionales de textos filosóficos.

En la filosofía, como en la ciencia, la tradición de los mitos no es olvidada, sino heredada. No es traspuesta, sino transformada. Hay que llamar la atención sobre la admiración que producían a los padres de la filosofía las páginas a menudo esclarecidas y reveladoras de los mitos, que tanto apasionan a Platón, quien se vale de alegorías filosóficas para argumentar en sede legítimamente filosófica a favor de creencias justificadas filosóficamente, pero derivadas (y cuántas veces reveladas) de una sabiduría religiosa reconocida y reputada, sabiduría abrevada en mitos, poemas.

Y aún me atrevería a decir que los argumentos perennes de la filosofía son metáforas poéticas puestas al servicio de conceptos filosóficos: algunos de los argumentos más populares viajan en alegorías filosóficas que constituyen una auténtica refundación (litúrgica, poética) del mundo: en Platón, del mito del carro alado a la caracterización de Sócrates como la encarnación del filósofo ejemplar, hay más cuentos de los que aquí cabe contar, y hasta el más sobrio Aristóteles acude a metáforas en las cumbres de sus argumentaciones. Así, al explicar la forma en la que los astros son atraídos por un motor inmóvil "como un general a su ejército" y "como objeto de deseo" sideral; pero no es asunto de la filosofía clásica solamente, también la moderna se vale de analogías constantemente: Dios es un "relojero perfecto", entre otras cosas, y el orden de las constelaciones es análogo al orden moral en el epitafio de Kant.

El canon que Aristóteles concibe para la tragedia y la comedia puede servirnos para enmarcar más generalmente el arte de la poesía y su relación con la filosofía, si concebimos la producción literaria en analogía con la argumentación filosófica. Así como la conclusión se sigue de las premisas en el silogismo, en el argumento literario el desenlace ha de ser resolución del nudo gordiano del conflicto, pero una resolución tal que sea verosímil respecto de los términos en que están planteadas las premisas de la trama. Si el silogismo precisa, para poder operar, de que el significado de los términos que componen las proposiciones quede fijado, así sea como una incógnita ("A"), la operación que realiza la poesía no solamente precisa que los términos que utiliza sean fijados, sino que admite y juega con los diversos sentidos, análogos y hasta equívocos, que tiene una palabra. El resultado es la síntesis de varios sentidos asociados que componen un sentido nuevo que es a la vez sus partes y algo más que la suma de sus partes, y sigue siendo un lenguaje bien preciso, como en estos versos de "Blanco":

No pienso, veo

-no lo que veo,

Los reflejos, los pensamientos veo.
Las precipitaciones de la música,
El número cristalizado.
Un archipiélago de signos.
Aerofonía,

boca de verdades,

claridad que se anula en una sílaba
diáfana como el silencio.

Los logógrafos son una excepción admirable al canon literario de la poesía. Pero la prosa no deja de ser un lenguaje artificial derivado del poético. Los aforismos de Heráclito merecen ser haikús. Pero son filosofía. Así como la poesía funda el mundo, la tradición filosófica lo refunda al criticar la edificación de los poetas; adquiere inmediatamente autonomía, por la naturaleza de su mirada, crítica. Tal vez tenga que ver con la maduración de una cultura que alcanza lo que Kant llamó "la edad adulta" de la razón (Ak, VIII, 35-37). No por crítica es una mirada mezquina. Es crítica precisamente porque logra entrever la importancia de aquello con lo que trata y es cauto acerca de la forma en la que valida las relaciones que reconoce entre las cosas, los límites de nuestro lenguaje y de aquello que podemos afirmar con seguridad. Pero es una mirada, a su vez, fundacional: es profética y está cargada de futuro. Es memoria y es anuncio. La poesía está cargada de tiempo, como muestra "El cántaro roto" (2014b: p. 91):

para decir los pronombres hermosos y reconocernos y ser fieles a

nuestros nombres

hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos

arriba

más allá de la infancia, más allá del comienzo, más allá de

las aguas del bautismo.

Parménides no ha sido el único autor de un pensamiento filosófico vertido en el metro de los versos. La poesía metafísica no es copyright de la civilización griega. Se le da bien a los mexicanos: Sigüenza y Góngora, Sor Juana, Gorostiza y, desde luego, a Paz.

Para Aristóteles, en la Poética, está claro que el arte es autónomo de la ética impuesta por la censura político/filosófica. Si Platón, resultado de la crítica realizada por la razón filosófica, en La República se enfrentó a la difícil cuestión de promover una versión censurada de los mitos, para Aristóteles ese gesto es injustificable, pues el arte funciona mediante sus propias reglas, que son las de la verosimilitud: una forma de decir la verdad con mentiras, como Paz afirma en uno de los versos que Fidencio comenta. Paz también lo hace: "Las mentiras del poeta son las verdades. Y lo otro, lo de todos los días, que son verdades, es mentira" (2014a: p. 36).

Tal vez Aristóteles hubiera estado de acuerdo con Goddard acerca de que el arte "piensa" (claro: el suizo/francés pergeña la expresión refiriéndola al cine, pero lo que entiende por cine también colinda con la metafísica). En buen espíritu, no se podría decir menos de la poesía. Y de la de Paz, tal vez lo que haya que decir, entonces, sea que es harto filosófica. Se sostiene, como el colibrí, "no en la rama/ en el instante". A pesar de todas las molestias del fantasma del yo, al yo de Paz le alcanzó para cantar en "Blanco" (1995a) -¿poesía crítica?-:

no allá sino en mis ojos
cielo y suelo se juntan
intocable horizonte
yo soy tu lejanía.

 

Poesía y esperanza

La poesía, la filosofía, las artes, como las industrias en las que el hombre trabaja, están atravesadas por un anhelo de eternidad. Son la memoria de la humanidad. Aquello de lo que, por lo pronto, nos podemos acordar. Memoria colectiva y creativa, como bien recuerda la poesía. Palabras que representan imágenes, palabras que son frágiles, como son frágiles quienes las pronuncian. Imágenes huidizas. La filosofía las criba, las delimita.

La poesía y el pensamiento, lo más inútil, es, al mismo tiempo, lo más indispensable. No parece que la filosofía o la poesía tengan una gran utilidad en el estricto ámbito de la subsistencia, pero en su liberalidad radica su mayor dignidad. ¿Quién quiere imaginar una vida sin poesía, sin filosofía, incluso, ¡sobre todo!, después de las peripecias del siglo pasado en las que la humanidad amenazó con aniquilarse, ahora, que aún puede hacerlo? El show debe continuar. Y con la poesía, puede hacerlo: "Entre la revolución y la religión, la poesía es la otra voz" (2004, p. 587).

Al escribir La otra voz (2004), Octavio Paz se midió con preguntas fundamentales de la poesía que son, en fin, preguntas fundamentales de la humanidad. No sólo porque estos y aquellos poetas son humanos ahora mismo o más tarde -ello es, relativamente, indiferente-, sino porque la relación entre el hombre y la poesía es la del hombre y su relación con el mundo: con el significado de las cosas. Sobre todo, Paz midió la poesía y el pensamiento con sus amenazas; con las que él conoció en la vida, las que, oscura claridad, profetizó el poeta como entre espejos. También, pues, con las últimas cosas, tanto como con las de acá.

La poesía se erige cada día de nuevo; como el sol, cada día, y lo hará mientras el sol dure y haya hombres que vivan bajo semejante lámpara del firmamento. La poesía es sinónima del hombre y lo acompaña a sus exaltaciones e incluso al fondo de su vergüenza y, aún, de su culpa. También en eso la poesía es espejo de la vida: en su fragilidad, la poesía muestra la fragilidad en que se encuentra lo humano, al descampado bajo los presagios del cielo, siempre bajo nuevas promesas de graves amenazas, siempre bajo la amenaza de correr el riesgo... de pronunciar un falso testimonio, de vivir inauténticamente.

La poesía acompaña la vida del hombre y le devuelve los aprendizajes arduamente conquistados, de la fragilidad de la poesía, de la fragilidad del pensamiento, envueltos en una promesa. La poesía, en su sentido más íntimo, es nada más la música que acompasa la vida de los hombres, breve, en el tiempo del cosmos, cuyos confines no alcanza la voz que declama la poesía y, sin embargo, le permite a cualquier niña de siete años llamarle al mundo "cosmos", y domesticar el firmamento.

¿Nada más? Nada menos. Así es como la poesía se convierte en un "antídoto de la técnica y del mercado" (Paz, 2004, p. 592). Mas, ay, ahí donde las palabras representan para la experiencia exactamente lo opuesto de aquello que significan en el sentido -la multitud de sentidos- al que se abren las palabras en la otra voz -ahí donde la justicia significa una injusticia, por ejemplo-, ahí donde la palabra da gato por liebre pues se la asocia a un significado espurio y mentiroso, ahí el lenguaje es falsificado.

Entonces, cuando la vida está más amenazada, es cuando es más preciso saber que las palabras significan lo que significan: papá, mamá, hermano, amigo. La muerte, ¡y cuánto más la del justo e inocente! nos devuelve al caos original, enfrentándonos al desafío del sinsentido; pero también el enfriamiento de las relaciones antes amorosas y el extremo de la pérdida, en vida, de las personas amadas; la reclusión en cualquier forma, la enfermedad, el tedio, el fracaso, la violencia, en fin: las situaciones límite, nos enfrentan a la perpetua pregunta por el sentido.

Algunas experiencias limítrofes nos conducen a escenarios que nos urgen reinventarnos, reapropiarnos el mundo alrededor nuestro. Cuando las certezas se pierden, es bueno saber que, al menos, ahí sigue la calle donde dan el café aquél, y la gente baila. Entonces, son motivo de celebración varias cosas que pueden parecer ínfimas, irrelevantes en el curso del universo: que en la mesa haya agua de jamaica, que así se llame y que los demás comensales lo sepan, de suerte que al pedirla cualquiera, alguien la pase. Entonces, en un vaso de cristal cualquiera, el remolino concéntrico del agua de jamaica recién servida es poesía en movimiento.

¿Pero adónde ir por justicia en un sistema que es célebre por ineficiente y corrupto? ¿Si la palabra "justicia" no significa sino su olvido? ¿Qué monumentalidad hará verosímil la farsa de una sociedad injusta? Nada envilece más la moral de los pueblos que la traición de las palabras a sus significados.

Los edificios estatales romanos, por ejemplo, pero también algunas universidades, en fin: los grandes edificios que son teatros del poder, cuando son efectivos en su grandiosidad tienen una apariencia inconmovible, rica y floreciente; algunos soportan, incluso, siglos. Estar frente a uno de ellos conmueve de una manera muy particular. La institución es verosímil, si luego resulta que éste es el edificio en el que se administran la justicia, la democracia o el imperio.

Tomemos por ejemplo la Plaza del Zócalo del Centro de la Ciudad de México. Al salir del Metro o de una calle hacia la plancha del Zócalo, el transeúnte se enfrenta a grandes y macizos edificios seculares. Quien ha estado ahí, seguramente se ha sorprendido ante la potencia de semejantes edificios, cernidos sobre un silencio largo, sólo conmovido por la bandera izada, al centro, si está izada la bandera. Aquello apabulla. El conjunto arquitectónico es prepotente. Cuánto más sorprende y emociona, si alrededor hay cientos, miles de personas. Aún si no saben decir para qué, del todo, reunidas en paz y con anhelos de paz. Con anhelos de la solidaridad y la compasión de las que también habla Paz en La otra voz.

Llamar a cada cosa por su nombre, ¡y que venga!; llamarle pan al pan es otra de las formas en las que la poesía puede servir a la esperanza de los hombres. Lo más fundamental para combatir el regreso al caos original es el atrevimiento de ordenar el caos, de colaborar, oh gesto adánico, a la Creación.

Mas basta estudiar la historia de quienes construyeron aquellos edificios y de quienes vivieron en ellos. Lo más extraño no es que nos resulten extraños. Sino que nos son extremadamente familiares. Son nosotros, entonces. Y nosotros somos ellos, ahora. Es la espiral de la tradición que se hereda o se pierde, que a veces se recuerda.

Mexico, además de la obvia consigo mismo, tiene una responsabilidad ante América, ante el continente que la miró como él mismo -y como un cornucopio- y, en fin, ante el resto de las naciones; así como una responsabilidad planetaria. La feliz convivencia entre las comunidades zapatistas es de suma importancia para la paz mundial. Y la feliz convivencia de las comunidades que no son zapatistas en México, y fuera de México, también.

Hay comunidades valientes que se han organizado contra la ameanza del crimen organizado. En donde quienes viven ahí se han tendido, como han podido, lazos unos a otros. Se han reunido hasta para combatir el caos y la fragilidad, inclusive si eso significa dejar de trabajar a las cinco de la tarde y salir a tomar las calles. Apropiárselas. esta tarde. Hoy. Habitarlas por la lengua, por sus piedras que contarían historias que a veces algunos, por fortuna y desdicha y probando su fortuna, cuentan.

Habitarlas con representaciones de teatro. Supe de una comunidad que se organizó y montó obras de teatro con la gente que se acercó. Hay que mirar con ojos azorados la fraternidad en la que pueden convivir los hombres cuando se sientan a ver una representación teatral, en torno de la poesía. Cuánto más si ellos mismos participaron en la interpretación de alguna manera. Representan una esperanza. La persistente esperanza de que mañana estaremos aquí, de que quienes amamos permanecerán con nosotros. Mañana, al despertar. Que ahí estarán todos. Que estarán bien.

Cuánto más es precisa la poesía, que no sólo es el acto por el que el lector recrea el poema, sino un ejercicio, en cierto sentido, teatral y público: la -a veces lamentable, a veces magnífica- declamación. Cuánto más es preciso el ejercicio de la filosofía, el lento pulimento de los conceptos, la domesticación de los métodos y las lenguas que nos familiaricen con los mejores aprendizajes de los que hemos sido capaces los hombres, si podemos. Y algunas veces, hemos alcanzado cimas impresionantes. En la poesía, en el pensamiento.

 

Referencias bibliográficas

Jiménez Cataño, Rafael. 2008. Lo desconocido es entrañable. Arte y vida en Octavio Paz. México: Editorial Jus.         [ Links ]

Kant, Immanuel. 2013. ¿Qué es la Ilustración? España: Alianza Editorial. Trad. de Roberto R. Aramayo.         [ Links ]

Paz, Octavio. 1987. Arbol adentro. México: Editorial Planeta Mexicana.         [ Links ]

---------- "Vigilias IV" en Primeras letras. Prosa (1931-1945). 1988. Barcelona: Seix Barral. Edición e introducción de Enrico Mario Santí         [ Links ].

---------- El laberinto de la soledad en El peregrino en su patria. Historia y política de México. Obras completas. Edición del autor. Vol. 8. 1994. México: FCE.         [ Links ]

---------- Blanco. 1995a. México: FCE/CONACULTA. Curaduría de Marie-José Paz y Enrico Mario Santí. [Edición virtual]         [ Links ]

---------- Libertad bajo palabra. Obra poética (1935-1957). 3a ed. 1995b. México: Fondo de Cultura Económica.         [ Links ]

---------- "Octavio Paz. Poesía y metafísica" en Miscelánea III. Entrevistas en Obras completas. Edición del autor. Vol. 15. 2003. Círculo de lectores / Fondo de Cultura Económica, 1a. ed. Barcelona, 2002; 2a. ed. México.         [ Links ]

---------- La otra voz en La casa de la presencia. Poesía e historia. Obras completas. Edición del autor. Vol. 1, 2004. Barcelona: Círculo de lectores 1era. ed. 1991; México: Fondo de Cultura Económica, 2a edición.         [ Links ]

---------- El arco y la lira. 2006. México: Fondo de Cultura Económica.         [ Links ]

---------- Claridad errante. 2010. México: Editorial Santillana.         [ Links ]

---------- Cuarenta años de escribir poesía. Conferencias en El Colegio Nacional. 2014a. México: Equilibrista, El Colegio Nacional, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.         [ Links ]

---------- Lo mejor de Octavio Paz. El fuego de cada día. 2014b. Madrid: Seix-Barral. Selección, prólogo y comentarios del autor. (1era. ed. 1989).         [ Links ]

Sheridan, Guillermo: Entrevista de Guillermo Sheridan a Octavio Paz (a propósito de la publicación del primer volumen de la obra poética (casi) completa de Octavio Paz en coedición del FCE y Círculo de Lectores), México: Televisa. 24 horas. Disponible en: https://youtu.be/WyRtmUxC_b0 (Consultada el 4 de mayo de 2015).

Valéry, Paul: "El cementerio marino" en La máquina del tiempo. Revista de literatura. 1992. Trad. de Raúl Gustavo Aguirre. Disponible en: http://www.lamaquinadeltiempo.com/valery/cement01.htm (Última consulta: 5 de mayo de 2015).         [ Links ]

 

Notas

1 El propio Paz, en esa misma entrevista, refiere que, de su obra poética, lo que más le gusta, por lo menos en ese momento, es Árbol adentro, y singularmente la última parte, que refiere como sus poemas de amor y erotismo. "Todos los días comienza el mundo; todos los días, cada amanecer, el mundo comienza. Y todos los días una pareja despierta y descubre que empieza a vivir". Más adelante, a propósito de unas notas que acompañan ese libro, pero no lo constituyen, se explica: "Nunca he podido desligar completamente lo que creo y lo que pienso. Creer y pensar son, para mí, actividades paralelas" (Sheridan: 14:10-20:09).

2 En el "Nocturno de San Ildefonso'; también comparece la mujer de Paz, dormida, devolviéndole la realidad de su habitación de vuelta del paseo mental que hace de las piedras a la historia, de la historia a la poesía, para volver a su presente, a la mujer. Ahí, dice: "La poesía, /puente colgante entre historia y verdad,/ no es camino hacia esto o aquello:/ es ver/ la quietud en el movimiento,/ el tránsito/ en la quietud./ La historia es el camino:/ no va a ninguna parte,/ todos lo caminamos,/ la verdad es caminarlo".

3 En un homenaje a Paz, producido por Miguel Alemán Velasco, llamado La poesía en nuestro tiempo.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons