Introducción
Debido a que diferentes concepciones pueden dar lugar a diferentes diseños de investigación, en este artículo se explicitarán las implicaciones epistemológicas de tres distintas concepciones de “ambiente”. Para esto se presupone una epistemología sistémica en la que la observación que hacemos del mundo y la forma en que realizamos distinciones de los elementos de la realidad está relacionada con el lenguaje y el aparato conceptual en uso (Lezama 2004, 68).
El caso de /ambiente/ es representativo al respecto, por ser un término impreciso, difuso y que tiene diversas interpretaciones; características que según Erik Swyngedouw, Maria Kaïka y Esteban Castro (2002), facilitan que continúe siendo usado. Tal polisemia genera, demasiado a menudo, que en los diálogos que sobre el ambiente se establecen, académicos con distinta matriz disciplinar1 no consigan hablar de lo mismo (Bachelard 1973, 133), lo cual resulta ser un impedimento para el desarrollo de las investigaciones que se centran en el emergente tema de lo ambiental.2
El objetivo principal en este artículo será el ambiente, en el sentido de una propuesta que busca deslindar algunos significados atribuidos a este significante en el marco de una matriz disciplinaria compleja. Se presupone que cualquier intento por unir saberes y conocimientos en el sentido del diálogo habría de empezar “con el cuidadoso y tentativo sopesar y comparar los términos usados por estas. Lo que es esencial para cualquier posible entendimiento” (Tellenbach y Kimura 1989, 162). Esto es sumamente pertinente en ciencias ambientales, ya que éstas se practican por académicos formados en distintas disciplinas, con diferentes bagajes, marcos teóricos y metodológicos; incluso con distintas axiologías; lo que ayuda a comprender por qué las ciencias ambientales son “un campo […] vagamente definido en términos epistemológicos” (Bocco y Urquijo 2013, 93) en el que “desde hace muchos años se necesita la revisión de conceptos que fundamentan las teorías” (Adrián Figueroa 2003, 113).
Metodología
Para lograr el objetivo, se recurre a autores de distintas ciencias ambientales, pero la historia ambiental se tomará a modo de ejemplar de las ciencias ambientales (Bocco y Urquijo 2013, 84), aunque recurriendo, en menor medida, también a académicos adscritos a otras ciencias ambientales.3
Primeramente, se dará una definición provisional de ambiente a ser comparada con otras categorías similares. Posteriormente, se distinguirán tres significados de ambiente, para al final compararlos con base en la epistemología que los respalda y proponer el de la epistemología convergente con las ciencias ambientales adscritas a una matriz disciplinaria sistémica -más adelante se enuncian algunos autores sistémicos-. Es decir, en este artículo se abducirán varias tensiones del concepto ambiente, luego a través de un axioma (en la historia ambiental debe usarse cierto significado de ambiente), se deducirá la validez de tal axioma en el caso de la historia ambiental para inducir la deducción a un campo más amplio (lo mismo que en historia ambiental, habría de aplicar en las demás ciencias ambientales).
Ambiente como distinto a territorio, hábitat, naturaleza, ecosistema y paisaje.
El ambiente es definido en la Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente (LGEEPA) como “El conjunto de elementos naturales y artificiales o inducidos por el hombre que hacen posible la existencia y desarrollo de los seres humanos y demás organismos vivos que interactúan en un espacio y tiempo determinados.” (Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente 2014, artículo 2).
A pesar de que esta definición, como veremos más adelante, está mucho más avanzada que otras concepciones de ambiente en uso, en este texto se persigue generar una definición de ambiente aún más operativa desde una matriz disciplinaria sistémica. Primeramente, como “las palabras son centrales para diferenciar concepciones propias del mundo” (Barrera 2011, 122), será necesario deslindar algunos significantes que pueden ser confundidos con el de ambiente, como lo son naturaleza, ecosistema, paisaje, hábitat y territorio.
Naturaleza implica una tensión importante, tal como lo refiere Julio Montané (1980, 17), quien indica que la humanidad forma parte de la naturaleza y media entre su ser biológico y la naturaleza que le es exterior a él. Sin embargo, la naturaleza generalmente se concibe como una otredad al considerársele como el medio no humano y no humanizado, lo que implica algo casi inexistente en nuestro mundo (Serrano, Bruzzi y Toscano 2012, 27, 28; Urquijo y Barrera 2009, 234), lo que no significa que la naturaleza como entidad no exista; ya que forman parte de ella procesos como la fotosíntesis, la gravedad, los ciclos de nitrógeno y carbono, así como el ADN (Urquijo y Barrera 2009, 229; Galochet 2009, 9); que aunque sean modificados antrópicamente continúan llevándose a cabo.
La categoría de naturaleza es la más problemática, pues “uno de los esquemas de representación de la realidad con más arraigo en la sociedad contemporánea (al menos en la tradición cultural de Occidente)” es la concepción antropocéntrica que divide al mundo en dos grandes dominios: lo cultural y lo natural. Separación que sirve para fundamentar el individualismo de la lógica capitalista y la idea de que la economía puede funcionar de forma independiente y aislada del funcionamiento de la biosfera (Hernández y Toro 2012, 92). Así que, a través de este esquema, lo natural se opone a lo social, a pesar de que lo social no es sobrenatural. Por lo tanto, desde una epistemología dualista lo natural es lo no antrópico, desde una epistemología sistémica lo social es emergente de lo natural, por lo que tenemos dos significados antitéticos de “natural”: natural como antónimo de cultural y natural como el sistema que permite la emergencia de lo cultural (Marín s/f, 53). Las investigaciones sistémicas coinciden con la postura de Bárbara Adam, quen menciona que “Desde una perspectiva temporal, no existe la dualidad naturaleza-cultura” (González y Toledo 2011, 37), que es una distinción arbitraria y difícil de realizar tajantemente, ya que “no puede haber personas fuera de la naturaleza; solo puede haber personas que piensan que están fuera de la naturaleza.” (Cronon 1990, 11-14) Incluso las poblaciones ecológicas que formamos los humanos constituyen comunidades al tener interacciones con microorganismos y animales. Desde una epistemología sistémica nosotros mismos como seres culturales, no somos entidades extranaturales, sino que somos emergencias de lo natural; por lo que somos también integrantes de la naturaleza (Vargas 2002).
Así que, la abstracción de la oposición cultura/naturaleza es operativa al destacar las modificaciones antrópicas, pero pierde operatividad en los casos concretos, los cuales se encuentran en un espectro que va desde lo que carece de interacción con el humano a lo contaminado, pasando por el humano mismo y lo domesticado. Por lo tanto, el concepto “naturaleza” conlleva distintas tensiones difíciles de resolver, las cuales implican una realidad extremadamente compleja y diversa, por lo tanto, significados también diversos que dependerán del marco subjetivo específico que guíe la percepción social (Lezama 2004, 28; Figueroa 2003, 21-45; Pádua 2010, 86). Una forma de disminuir tales tensiones la usan Ely Bergo de Carvalho y Arthur Soffiati, quienes en vez de referirse a la sociedad, se refieren a la “antroposociedad” (Carvalho 2010, 5; Carvalho 2002, 167 y Soffiati 2013a), que aunque parece redundante, implica que la humanidad no es la única que puede atribuirse el ser una sociedad, pues hay otras sociedades además de la humana. Existen también sistemas sociales naturales (enjambres, manadas) y sistemas sociales artificiales (computacionales) tienen vidas sociales (asociaciones) a través de sus poblaciones o comunidades (Maldonado 2009, 151-154; Hobsbawm 1998, 177; Miramontes 1999, 85, 91, 92; Toledo 2016). Así que, al ser la ciencia, a decir de Arturo Rosenblueth, “un modelo de la naturaleza” (Pérez 1998, 209), las ciencias ambientales hacen su modelo al reunir a las dos naturalezas: la naturaleza que se ha nombrado disyuntivamente como tal y la naturaleza antroposocial a la manera de la tercera cultura propuesta por C. P. Snow (1959).
La categoría de ecosistemas se refiere a unidades funcionales que están constituidos por sus componentes bióticos y abióticos y las interacciones y procesos dinámicos que se dan entre ellos, así que implica una división biofísica de la realidad que se basa en el dualismo disyuntivo de la modernidad (Urquijo y Barrera 2009, 231 y Vargas 2002). Sus componentes inorgánicos y orgánicos son relacionados a través de cadenas tróficas en las que se disipa energía: las plantas utilizan la radiación solar para producir sustancias orgánicas a través de la fotosíntesis, la fauna se nutre de ellas y en cada eslabón se pierde entre 80 y 90% de energía en la forma de calor (Serrano 2012, 28, 29).
La inclusión de la categoría ecosistema permite solucionar la polisemia de lo natural porque requiere de separar la naturaleza antrópica de la naturaleza no antrópica. De modo que se pueda decir que toda antroposociedad produce su propia y selecta perspectiva de la naturaleza, ya se hable de la naturaleza en general (que incluye al humano) o específicamente de la naturaleza no antrópica (Lezama 2004, 46).4 En tanto que hablar de ecosistema implica hablar de un sentido más restringido de lo natural.
Paisaje es una categoría clave en la geografía (Trinca 2006, 113), pero no es evidente otorgarle una definición satisfactoria, pues implica una sensibilidad que surgió poco después de la caída de la dinastía Han en China, pero que no fue sino hasta doce siglos después que surgió esta sensibilidad en Europa (Berque 1997, 11-18; Urquijo y Barrera 2009, 235, 237-239; Cano 2012, 118, 130).5 Humboldt, prefería no descomponer en sus diversos elementos el paisaje “pues el carácter paisajístico dependía en sí de la simultaneidad de ideas y de sentimientos que movían al observador”. Pero la modernidad lo fragmentó en paisaje natural y paisaje humanizado “en aras de la particularización y la superespecialización” (Urquijo y Barrera 2009, 239, 241) de la geografía humana y la geografía física. No obstante, el paisaje no puede ser reducido a paisaje natural o paisaje humanizado fruto de esta disociación (Trinca 2006, 117; Cano 2012, 118), ya que que para que la naturaleza se convierta en algo agradable de mirar es porque es mirada como paisaje (Berque 1997, 11-18).
En alemán se vincula el paisaje al Landschaft y en lenguas latinas se remonta a país (Urquijo y Barrera 2009, 233;), que en el francés pays expresa una unidad geográfico-histórica reconocible que contiene relaciones de semejanzas, como la climática y la ecológica; de vecindad, de costumbres, modo de hablar y recuerdos semejantes; está en función de una escala humana que puede ser recorrida a pie, cuyo tamaño es superior al del pueblo -el paisaje abarca lo visible desde un punto de él y por lo tanto, es convergente con la definición de matria de la microhistoria mexicana-, pero es menor que la región (Faucher 2002, 282, 283, 288; Claval, 1998, 15; Urquijo y Barrera 2009, 233).
El paisaje es una unidad física que puede tener diversos significados ya que es una forma de experimentar el espacio que no pretende ser neutra, sino que se sabe que es producto de las relaciones sociales y su relacionarse con la realidad material (Cano 2012, 129, 134; Urquijo y Barrera 2009, 233), por lo tanto, no sólo se refiere a los objetos y seres vivos que contiene, sino a los significados que están en función de la localización del observador; de modo que un mismo ecosistema puede dar origen a distintos paisajes (Trinca 2006, 114-116). Así que el paisaje es una forma de organización del espacio que es cuestión de perspectiva y percepción (Cano 2012, 119, 120, 126), implica contenido espiritual, estético, subjetivo y emocional que le es atribuido al espacio medible (Barrera 2011, 123, 124; Cano 2012, 126. 134), pues se relaciona con una cosmovisión que guía el comportamiento humano (Urquijo y Barrera, 2009, 232). El paisaje se define a través de lo visible, mas no se reduce a lo visible (Trinca 2006, 115); implica también a la memoria y al tiempo pasado, pues está conformado diferencialmente al sufrir del tiempo adiciones, remplazos y eliminaciones de sus componentes conforme pasa el tiempo (Trinca 2006, 115). De allí que “cualquier estudio de paisaje es sólo parcialmente comprensible sin su historia social” (Urquijo y Barrera 2009, 231).
Como se puede ver, aunque el paisaje encarnó una unión de lo social y lo natural en un primer momento, luego la modernidad separó sus componentes, y posteriormente, los geógrafos retornaron al paisaje definido como la unidad espacio-temporal en la cual los elementos de la naturaleza y la cultura convergen en una sólida, pero inestable comunión (Urquijo y Barrera 2009, 230, 231). El paisaje encarna la tensión entre objetivo y subjetivo, ya que es más que mero lugar físico; entre cercano y lejano, ya que se encuentra entre lo observado y la práctica de lo habitado; entre referente y signo, pues es medio físico y también una representación del mismo -ya que la manera de mirar organiza el espacio y sus contenidos, con lo que hace emerger al referente para la comprensión del observador- (Cano 2012, 118-124, 128); con lo que el paisaje ha colaborado en diluir la dualidad sociedad-naturaleza a través de una interacción dinámica (Berque 1997, 18-21; Urquijo y Barrera 2009, 240, 241).
Otra categoría que no significa lo mismo que ambiente es hábitat, que en biología se define como el lugar en el que vive un organismo, una población e incluso una comunidad biótica y así se liga con el nicho ecológico,6 que implica el lugar del organismo o población en la cadena trófica. Así que el hábitat expresa el espacio físico en el cual una especie vive y se reproduce, el hombre incluso; pero para apropiarse del espacio en el que vive y se reproduce, el hombre incluye una dimensión política que se comprende a través de la categoría territorio, que se relaciona con el hábitat de la especie en cuestión (Agudelo 2005, 40-42). Territorio es una categoría geográfica cuyo significado expresa el espacio físico en el que una población, sea humana o animal ejerce control o dominio, por lo que el territorio es el lugar donde se producen condiciones materiales y sociales de existencia mediante confrontaciones; por eso es también una categoría política en las que se involucra el poder y por lo tanto, la resistencia. En esta dimensión geográfico-política, un territorio es un espacio que se construye socialmente, el cual es producto de las relaciones de poder. Así que, las territorialidades son construidas y destruidas a través de reordenamientos sociales (Padilla, 2012a, 21, 23, 25-29, 121, 122; Altschuler, 2013, 66-71; Urquijo y Barrera 2009, 231) que no se limitan necesariemante a la extensión de un paisaje o un ecosistema, pues a través de hechos jurídicos el humano establece los límites del territorio que pretende propio y controla el acceso a sus dominios tanto de otros grupos de su misma especie como de otras especies. Ya sea como personas físicas o como personas jurídicas -cámaras de comercio, municipios, estados, departamentos y países- (Agudelo 2005 42, 43), expanden o contraen su jurisdicción territorial a través de apropiaciones y expropiaciones con distinto origen -anexiones, compras, cesiones, ocupasiones militares, etcétera- (Padilla, 2012a, 25-29).
Una vez definidos hábitat, paisaje, territorio, naturaleza y ecosistema, se podrán encontrar varias similitudes entre ambiente y estas categorías descritas brevemente. Sin embargo, no puede ser confundido con estos debido a sus especificidades. Por ejemplo, el ambiente es, como el territorio atravesado por relaciones de poder; y, como se verá paisaje y ambiente tienen varias similitudes, pero a pesar de las mismas, conllevan algunas diferencias que los hacen inconmensurables.7
Tres distintos significados bajo un único significante: ambiente
David Arnold asegura que tal y como lo usamos hoy, el término “ambiente” o “medio”, es relativamente reciente (Arnold 2000, 16).8 Al ser “un constructo histórico-social” es un concepto debatido y ambiguo que está “codificado axiológicamente para el cambio”, por lo que es una categoría “inevitablemente” sujeta “a interpretaciones diversas” (Aguilar y Torres 2005, 12, 14). En otras palabras, no existe una visión homogénea sobre lo que es el ambiente (Lezama 2004, 23). Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, “ambiente” proviene del latín ambiens, que hace referencia a lo que rodea o cerca. También tiene la acepción de atmósfera, que implica las condiciones sociales, físicas, económicas de un lugar, es decir, las condiciones externas (Real Academia Española 2014). Como su uso corresponde al alemán Unwelt, al francés milieu y al inglés environment -que se deriva de milieu-, su uso también se refiere a fenómenos físicos y biológicos de la Tierra (Glacken, 1997, xiv; Bocco y Urquijo 2013, 84), por lo que inicialmente, en tanto noción (Agudelo 2005, 40), medio y ambiente implicarían el entorno no humano, es decir, una otredad objetivada que a la vez se volvió producto de la intervención antrópica (Urquijo y Barrera 2009, 234, 239, 242; Galochet 2009, 8).
Pero una vez que se realiza un análisis más profundo surgen tres grandes acepciones de ambiente que se diferencian mediante los subíndices 1, 2 y 3. 1) Una primera acepción, que es la definición más general y común es ambiente1, que parcialmente comparte su campo semántico con medio, hábitat, derredor, arena, campo, escenario, contexto, atmósfera, entorno, territorio y locus. Esta se puede definir como el lugar que nos rodea, con sus circunstancias físicas, químicas, biológicas, antroposociales, lo que incluye las culturales y por lo tanto, las económicas y políticas; es una categoría que apunta a la otredad exterior que rodea a lo humano y por lo tanto, expresa la separación moderna entre lo interno y lo externo, entre individuos y su entorno, que se apoya en la disyunción cartesiana entre mente y cuerpo, entre sujeto y objeto. De manera que esta ascepción de ambiente es convergente con el uso popular que tiene el término; es decir, el sentido restringido de ambiente (Aguilar y Torres 2005, 14; Arnold 2000, 11; Toscano y Bruzzi 2012, 479; Lezama 2004, 208; Serrano, Bruzzi y Toscano 2012, 26; Serna y Pons 2005, 181). Al referirse al entorno, ambiente1 está en función de lo que no es el sujeto. Por lo tanto, si se usa para referirse a la relación humana con el ambiente se habla de entorno (Lezama 2004, 123 y Rodríguez, 2013, 167), lo que tácitamente significa que no nos consideraríamos parte de éste, por lo tanto, somos exteriores al ambiente. Así que el uso de ambiente1 pone el pensamiento en tensión con el dualismo o lo atrapa en él. Lo que también puede suceder incluso en afirmaciones sistémicas como la que sostiene que “la mayoría de las enfermedades son una reacción a un ambiente psíquica o emocionalmente perturbado” (Martínez 1993, 164), en donde el significado se limita a lo circundante.
2) Ambiente2 es naturaleza modificada por la acción humana a través del tiempo Bocco y Urquijo 2013, 83), una definición que se basa en la distinción aristotélica entre los objetos naturales y los creados por el hombre. Bajo esta perspectiva, el ambiente se distingue de la naturaleza de la misma forma en que se separa la naturaleza artificial que incluye “las transformaciones resultantes de las actividades humanas” de la naturaleza original. Por lo que el ambiente2 es naturaleza artificial o “segunda naturaleza” montada sobre la naturaleza original como resultado de las intervenciones de los humanos en la naturaleza. De manera que quienes así lo describen oponen, mediante una transformación antrópica, la naturaleza al ambiente (Aguilar y Torres 2005, 12, 14; O’Gorman 2002, 30, 36, 52; Stewart 1998, 355; Glacken, 2006, 3; Worster 2000 b, 45; Merchant 1989, 11; Soffiati 2003b y Castro 2013). Aunque aún se recurre a ésta, es una categoría de transición entre paradigmas o ejemplares epistemológicos vinculados a ambiente1 y ambiente3. Además, existen otros conceptos que implican esta acepción de coproducción naturaleza no antrópica-antroposociedad que resultan más adecuados como lo son silvosistema e hidrosistema (Galochet 2009, 20-23).
3) El significado de ambiente3 no puede ser circunscrito o nombrado dentro de los cánones dualistas de la racionalidad moderna, pues es una categoría que nace de una ruptura epistemológica, ya que trata del encuentro de lo humano con lo no humano, por lo que, a decir de Enrique Leff, quien es filósofo ambiental y ecólogo político, no es el medio que circunda a las especies. No es, pues, un factor extracultural (en la práctica, esta concepción niega el significado de ambiente1), sino una emergencia que se remite a una racionalidad. Ambiente3 es la articulación no dualista “entre sociedad y naturaleza, entre ciencias sociales y ciencias naturales” (Leff 2006, 27; Leff 2002, 333, 336). Aunque, derivado de las ideas mencionadas anteriormente, habríamos de cambiar la definición anterior por: la articulación no dualista entre antroposociedad y naturaleza no antrópica y por lo tanto, entre las ciencias sociales y las naturales (Aguilar y Torres 2005, 12, 14; Lezama 2004, 14; Worster 1998, 293; Worster 2000a, 13).
Al provenir de una racionalidad compleja que “interrelaciona los procesos ónticos, ontológicos y epistemológicos, lo real y lo simbólico”, ambiente3, irrumpe como otredad para la racionalización dualista y resignifica las perspectivas sobre lo real. En síntesis, critica y escapa a la epistemología dualista (Leff 2002, 327, 334, 335; Leff 2006, 14, 36; Leff 2005, 16; Bocco y Urquijo 2013, 78, 79). Por eso y por articular síntomas de la disyunción dualista, como son antroposociedad/ naturaleza no antrópica y a las ramas del conocimiento que las estudian por separado -ciencias sociales y naturales-, ambiente3 es una categoría compleja que implica un sistema abierto que articula las aproximaciones naturalistas y sociales de modo que en el ambiente, “el hombre y la naturaleza son indisociables” Galochet 2009, 8, 9, 13, 15, 18, 24, 25).
Aun si se tomara a un hombre o un conjunto de hombres como “sujeto” y al resto del mundo como lo que le circunda; por su autooganización interior y la disipación de entropía al exterior debido al intercambio de masa, energía e información entre sujeto y entorno; el sujeto habría de ser tratado como sistema abierto, que es auto-eco-organizador por los intercambios e interrelaciones hacia adentro y hacia afuera (Wagensberg, 1998, 49, 149; Foladori 2005, 132; Bertalanffy 1981, 40, 41 y García 2013, 49). En este sentido, ambiente3 no sería continente, sino que al integrar contenido y continente, enlazaría lo interno y lo externo, la res cogitans y la res extensa, es decir, ambiente3 incluye al sujeto, al ambiente1 antroposocial y al ambiente1 natural no antrópico en interacción y es la consecuencia de epistemología sistémica de la aceptación de la existencia del ambiente2.
Ya lo dijo recientemente Guillermo Castro (2015b): “El ambiente es el producto [he de recalcar que producto no es suma] -previsto o imprevisto- de las interacciones entre sistemas naturales y sistemas sociales a lo largo del tiempo.” Este cambio de significado de /ambiente/ se liga a una ruptura epistemológica en la que ya no se entiende al ambiente como lo externo al sistema, sino la totalidad resultante de la relación sistema-entorno, y así como los sistemas pueden tratarse como subsistemas de otros sistemas, el ambiente3 es un recorte de la realidad que tras su frontera, que es permeable, tiene su propio entorno o afuera (Wagensberg, 1998, 46, 47).
Hacer equivaler al sujeto a un sistema presenta similitudes con el cuerpo grotesco (lejano a la res extensa cartesiana) que rescata Bajtin (1987, 30), en donde el cuerpo es abierto, traspasa sus propios límites y está enredado con su mundo a través de “el coito, el embarazo, el alumbramiento, la agonía, la comida, la bebida y la satisfacción de las necesidades naturales”. Sin vínculo con la concepción grotesca y más bien, ligado a la filosofía marxista, la cual reclama la fundamentalidad de que “nuestra unidad de análisis, de percepción, no sea la individualidad de la existencia dual”, porque lo sustancial “son las relaciones que se establecen entre las diversas existencias duales”; Juan Carlos Marín (s/f, 34-37, 58) indica que el cuerpo termina “más allá del perímetro de la piel”, pues allí “hay un entorno indispensable”. Esta afirmación no implica una vuelta a la indiferenciación psicogenética, sino la toma de consciencia de la exageración de la diferenciación entre interior y exterior. Tal como lo que recalca Luis Fernando Macías García (2010, 70) al recalcar que en los cambios entre observador y la realidad externa a él son tales que las fronteras que los separan son cada vez menos visibles. En este párrafo se ha de notar que las primeras dos, son lecturas complejas de autores que no son propiamente complejos pero que pudieron trascender a su manera el dualismo, mientras que la tercera es ya de un autor influido por la epistemología compleja.
Estas perspectivas se vinculan a las prehensiones, concepto que surge de Alfred North Whitehead, las cuales “absorben de algún modo en su ser lo que está fuera de ellas”. Una planta prehende la luz solar. Por su parte, la limadura de hierro prehende o capta el campo magnético en que se encuentra y con esto “convierte ese campo en un modo de su propio comportamiento y responde a él” (Collingwood 2006, 238). El concepto de sistema abierto, que implica “la presencia consustancial del ambiente, es decir, la interdependencia sistema eco-sistema”, permite escapar de la disyunción y de la anulación del sujeto y del objeto. Así que no se puede comprender ningún sistema abierto, más que en su interacción con su entorno, “que le es a la vez íntimo y extraño y es parte de sí mismo siendo, al mismo tiempo, exterior” (Morin, 2007, 45, 69).
Para ambiente3, el sistema se extiende a un segmento del entorno. Puesto que el ambiente está constituido y constituye un acoplamiento de sistemas superiores e inferiores, de modo que a diversas escalas el ambiente es biótico, abiótico y cultural, y ya que todo sistema no sólo es afectado por lo que lo rodea, también lo integra, lo metaboliza y establece diversas relaciones con su entorno: el ambiente es un recorte espaciotemporal de tipo sistémico que no se refiere únicamente a la dimensión espacial externa al sistema, sino que incluye al sistema mismo. De este modo, un individuo es sistema y ambiente a la vez, ya que forma parte del ambiente de otros individuos y de otras entidades, que a su vez forman parte del ambiente del primero. En otras palabras, la humanidad es un subsistema que al crecer fuerza el sistema ambiente que a su vez conforma (Valdivielso, 2008, 303). El ambiente nos rodea a los humanos y los humanos nos rodeamos entre nosotros; nosotros somos ambiente al constituirlo y que nos constituya. Así, ambiente3, al integrar antroposociedad y naturaleza no antrópica no plantea a lo ambiental en el afuera de lo social, sino que coloca a lo social como subsistema de lo ambiental. De esta manera, la epistemología compleja da mayor solidez al sentido de ambiente3
En síntesis, ambiente1 es una definición dualista al oponer una entidad a su entorno, ambiente2 es la definición que se vincula con lo artificial y ambiente3 es la definición interaccionista. Cada definición de ambiente tiene distintas implicaciones. Para las tres definiciones se puede decir que “el cambio ambiental es controlado tanto por factores biofísicos y sociales como por las sinergias entre ellos”. Sólo para ambiente2 y ambiente3 se puede indicar que el ambiente incluye tanto a lo natural no antrópico como a lo antroposocial, por lo que el ambiente es un “continuum socialnatural o naturalsocial que varía histórica y geográficamente” (Aguilar y Torres 2005, 15, 18), puesto que, tanto en lo urbano como en lo rural, naturaleza y cultura “se hallan tan entremezcladas que sería tonto (e históricamente erróneo) tratar de separarlas” (Arnold 2000, 171). Sólo ambiente3 trasciende a la definición de ambiente como el telón de fondo del teatro humano e integra al fondo mismo como uno de los actores principales (Hughes 2008, 323). Por esta razón, cuando se afirma que, en la actualidad, “los procesos imperantes son la globalización de los fenómenos sociales y ambientales”, los cuales, además, están interrelacionados (Lugo e Inbar 2002, 18, 19), se está haciendo referencia explícita al ambiente1, aunque implícitamente se está construyendo una tensión entre ambiente1 y ambiente3. Así pasa también si se sostiene, como algunos marxistas, que “la relación del ser humano con su ambiente es dialéctica”, de modo que “no sólo transforma el medio, sino que, al hacerlo, se transforma a sí mismo en sus propias relaciones interespecíficas”, donde se está acudiendo al concepto de ambiente1. Pero, a su vez, se genera una tensión que transforma el significado de ambiente1 y lo dirige a la categoría de ambiente3(Foladori, 2005, 123).
También existen otras formas de referirse a lo ambiental que son un tanto problemáticas por su abstracción disyuntiva. Una hace abstracciones del ambiente en “ambiente físico” y “ambiente natural” (Merchant 1989, 42; Kahn 2005, 9; Arnold 2000, 11; Glacken 1997, viii, xi, xiv; Arnold 2000, 11; Pádua 2010, 85, 86), los cuales se acostumbran usar intercambiablemente para distinguirlos del ambiente humano o cultural. Así planteados, estos son fracciones del ambiente1, pero debido a la inclusión del ambiente humano, ya sea como naturaleza modificada por el hombre o como barrio, vecindario o ciudad resulta que al hablar del ambiente natural para distinguirlo del ambiente humano, se acepta implícitamente la definición ambiente2 incluso cuandose usa una definición de ambiente1. Empero, esta forma de partir el ambiente no puede implicar al ambiente3, pues éste considera que el ambiente físico es la base del ambiente natural no antrópico y del ambiente humano que son particiones de un sistema interrelacionado que abarca seres vivos, agua, suelo, aire y sus relaciones. En otras palabras, la antroposociedad y la naturaleza no antrópica conforman el ambiente3, algo que no puede afirmarse del ambiente1 y no totalmente del ambiente2. Pero, son precisamente las reflexiones sobre ambos significados y sus tensiones las que permiten la construcción de ambiente3 (Guzmán y Bolio 2010, 52, 53).
Un ejemplo de estas tensiones se encuentra en el concepto “socioambiental” (Aguilar y Torres 2005, 13; Gallini 2004, 9; Swyngedow, Kaïka y Castro 2002), que tiene sentido al pensar la antroposociedad como factor en la construcción del ambiente, es decir, bajo la definición de ambiente1, y, aunque se vuelve redundante bajo la definición de ambiente2 y pierde totalmente el sentido si se acepta la definición de ambiente3, pues en éste se concibe el ambiente como una síntesis de lo natural no antrópico y lo antroposocial, entendido lo antroposocial como incluyente de lo económico y lo político, por lo que lo que la aceptación de la definición de ambiente3 hace innecesario el concepto de socioambiental.
Actualmente aún algunos científicos ambientales hablan de lo “socioambiental”,9 pero también (especialmente en español) de lo “medioambiental”10 término ambiguo que se liga al de hábitat natural y por lo tanto, a territorio (Rodríguez 2013, 167, 168). Por ejemplo, Grove habla de environmental history, pero en el capítulo que forma parte del libro Formas de hacer historia, se le traduce por historia medioambiental (Grove 2003, 301-323). Incluso en la “Encuesta internacional: El estado de la historia”, realizada por Carlos Barros de 1999 a 2001, la mayoría de los historiadores encuestados definieron su disciplina como “la ciencia de los hombres y de las mujeres en el tiempo y en el medio ambiente” (Aguilar y Torres 2005, 19), como si medio ambiente fuera el equivalente de espacio. El problema con medio ambiente, es que “medio” es una categoría que puede significar ambiente, mitad, promedio o recurso; tiene cuatro posibles definiciones implícitas: una es redundante -como decir: mas sin embargo- y enfatiza la separación entre humanos y el resto del mundo -como lo hacen Edgardo Datri y Myriam Ortiz, quienes en un texto de epistemología afirman su preocupación por “el impacto de la abrupta expansión de la ciencia y sus aplicaciones sobre la sociedad y el medio ambiente”- (Datri y Ortiz 2004, 243), otra es una definición irónica (pues queda la mitad), otra es inútil a menos que se precise un enfoque estadístico (promedio) y la última (recurso) es utilitarista, pues plantea que el ambiente sirve para un fin (González y Toledo 2011, 25 y Camus 2001, 13, 14). La inutilidad de la redundante y de las otras dos, deja a medio ambiente como una categoría que forma parte de la racionalidad instrumental.
Pero, dejemos provisionalmente de lado otras categorías que comparten campos semánticos con ambiente y analicemos a mayor profundidad los tres sentidos de ambiente mencionados mediante la caracterización de ambiente1 como un concepto dualista, la de ambiente2 como una categoría histórica de carga dualista y de ambiente3 como una categoría sistémica.
El dualismo es disyuntivo y mecanicista por lo tanto, es excluyente, simplificador y unilineal. Tiene su origen moderno en René Descartes, Isaac Newton y Francis Bacon. Por otro lado, el sistemismo se remonta a la cibernética de Norbert Wiener y William Ross Ashby, a Heinz von Foerster, Gregory Bateson y a Ludwig von Bertalanffy. El sistemismo concibe el universo como complejo, no como formado por mecanismos, sino por sistemas formados de sistemas, que a su vez dan lugar a sistemas emergentes, tal como las estructuras disipativas que encuentra Ilya Prigogine (Martínez 1993, 111-115, 151; Wagensberg, 1998, 31-33, 35, 37, 42, 44, 45, 64, 83, 135; Cocho 1999, 45; Hernández 2010, 89, 90).
De la epistemología dualista a la teoría de sistemas. Del significado de ambiente 1 a ambiente 3
Antes de ampliar sobre la pertenencia de ambiente1 al dualismo y la convergencia de ambiente3 con el sistemismo, intentaré marcar sus diferencias mediante ejemplos: Tomando en cuenta las enseñanzas semióticas de “La traición de las imágenes” de René Magritte11, considérese las siguientes imágenes. La imagen 1, que puede ser descompuesta en dos conjuntos con cierto grado de iconicidad: el individuo (marcado con la letra a) y su ambiente (marcado con la letra b). Respondiendo tal representación a ambiente1.
Ahora tómese en cuenta la imagen 2. Lo que vemos es una representación de células (todas las cuales son selectivamente permeables a través de la membrana plasmática) cuyo espacio intersticial está formado por los metabolitos que forman parte de la matriz extracelular (péptidos, hormonas, agua, otras moléculas con su respectiva ionicidad, molaridad y temperatura) que no solo fluye extracelularmente, sino que entra y sale de las células, pues como todo otro sistema, los límites de la célula son dinámicos, lo que hace que sean un tanto vagos y sea difícil decir qué pertenece a la célula y qué no, a pesar de que tal vaguedad es limitada por la clausura operacional de la célula (Pérez 1998, 210; Bertalanffy 1981, 47; Maturana y Varela 1999, 112-117, 140, 142, 172, 173).
El ícono de la célula marcada con la letra a representa a una célula para la cual la matriz extracelular y las demás células forman su entorno, incluso la célula b. De modo que bajo la lectura dada a la imagen 1 podemos decir: “La célula b se encuentra en el ambiente de la célula a”. Sin embargo, para la célula b, la célula a es parte de su entorno. En otras palabras, si dejamos de considerar a la célula a como el sujeto del enunciado y consideramos a la célula b como el sujeto del mismo, tendremos que la célula a, otrora sujeto del enunciado, se convierte en parte del entorno de la célula b y, por lo tanto, en parte del entorno. Lo mismo aplica para cualquiera de las células de la imagen que no están nombradas. Bajo esta concepción, la relación entidad-entorno es análoga a la de la relación sujeto-predicado que existe del enunciado “Alejandro dio de comer a Chris, Mateo y Ananda” al enunciado “Chris, Mateo y Ananda comieron lo que les llevó Alejandro”. Ambas oraciones describen un mismo suceso, aunque su protagonista sea diferente; la inversión no sólo es posible, sino necesaria. A través de estos ejemplos entra en una ligera crisis la concepción rígida de sujeto-entorno caracterizada por la lectura dada a la imagen 1 a través de ambiente1.
Por último, obsérvese la imagen número 3: en ésta un grupo de personas se encuentran en un lugar. Si derivamos la interpretación de esta tercera imagen de la interpretación de la imagen 1, entonces tenemos a unos sujetos y su entorno, el cual forma una especie de telón de fondo de los actores humanos. Pero si derivamos su interpretación de la realizada en la imagen 2, entonces, tenemos que los sujetos, los animales, los árboles, el pasto, el aire, los microbios invisibles para la cámara, la reja, las bicicletas, los fotones que permitieron la visión y captura del instante, los insectos que allí estaban, aunque no fueron captados por la lente, la tierra y el oxígeno, así como los demás sujetos allí presentes; cada uno de estos forma parte recíproca del entorno de los demás. Incluso, por ejemplo, los humanos forman parte del entorno del insecto. De igual forma, si la fotografía no hubiera captado al niño con la bici, porque éste no hubiera formado parte del evento fotografiado, entonces, el ambiente de los fotografiados habría mutado. Esta última lectura es una de sistema abierto que relativiza la diferenciación adentro-afuera característica del significado dualista de ambiente, al plantear como intercambiables a sujeto y entorno por considerar la distinción como un mero formalismo.
Si bien la lectura dada en la imagen 1 es convencional y ambiente se vuelve un término controvertido y problemático en la lectura de las imágenes 2 y 3,12 estas últimas dos lecturas revelan la arbitraria demarcación entre sujeto y entorno, y a su vez, permite la entrada de ambiente3 que abarca, tanto lo natural como lo social, en toda la intercambiabilidad que tienen según el enunciado que estemos formando. Tal significación de ambiente implicaría que un sistema a actúa como parte del ambiente de un sistema b, el cual a su vez forma parte del ambiente del sistema a. Esto es convergente con la definición de von Foerster de ambiente como la representación de las relaciones entre objetos y eventos, siendo que objetos y eventos no son experiencias primitivas, sino que son representaciones de relaciones (Foerster 1991, 69).
¿Pierde validez el significado de /ambiente/ al cambiar desde un origen dualista hasta un significado sistémico? Según Bachelard, “El lenguaje de la ciencia está en un estado de revolución semántica permanente.” Así que ni los significados ni los datos científicos han sido inequívocamente estables: El péndulo ya no se considera una piedra que cae, como en tiempos de Aristóteles. El oxígeno ya no se piensa como aire desflogistado. En el electromagnetismo hubo una ruptura con el sentido común del uso de la palabra “condensador”, ya que un condensador eléctrico no condensa la electricidad. Cuando una palabra del antiguo código científico se entrecomilla implica un cambio de significado que afecta la construcción de la experiencia (Bachelard 1973, 52, 229, 230, 231). De allí que “evaporación”, “gota”, “temperatura” sean términos que por su redefinición son inconmensurables entre la física clásica y la física nuclear, de modo que su significado en una matriz disciplinaria no tiene sentido en la otra (Kuhn 2006, 227; Bourdieu 2003, 46).13 Por otro lado, con las colaboraciones de Einstein a la teoría de la relatividad se tuvo que pasar de un significado de espacio funcional a la física newtoniana “como algo que existe objetivamente, con independencia de las cosas”, necesariamente plano, isotrópico y con presencia de materia que para Einstein es propio “del pensamiento precientífico”, a un sentido relativo de espacio en el que existen “un número infinito de espacios en mutuo movimiento” (Einstein 2000, 95; Kuhn 2006, 266; Feyerabend 1989, 123, 124).
Al igual que /ambiente/ cada uno de estos significantes ya existía, pero se usaron para expresar nuevas realidades ligadas a realidades y signos conocidos (aún si se hubiera recurrido a un neologismo, habría que explicarlo recurriendo a los códigos conocidos). Como no existe un lenguaje absoluto, neutral y objetivo al que aspirar, esta experiencia semiótica en la que el lenguaje científico toma distancia del lenguaje ordinario, y/o del de una matriz disciplinaria previa, es una necesidad de las revoluciones científicas que conlleva tensiones e inercias. Por lo mismo, es uno de los primeros impedimentos para introducir nuevas ideas en un marco teórico convencional con sus respectivos significantes y significados convencionales (Martínez 1993, 103, 104, 126; Kuhn 2006, 235, 261, 291, 294).
El científico ambiental se enfrenta a este problema semiótico y a la vez epistemológico precisamente por las categorías que requiere usar para estudiar la realidad ambiental. Lo que es razón suficiente como para examinar las categorías que usa y someterlos a la crítica, especialmente, “cuando funcionan delicadamente, sutilmente.” (Bachelard 1973, 110; Wallerstein 2004, 64).
Con las ciencias ambientales, surgió la necesidad de aceptar un nuevo sistema de categorías sobre los fenómenos, por lo que habría que coincidir con el nominalista anticuado en que “nuestros sistemas de clasificación son productos de la mente humana”, pero también con el nominalismo trascendental kuhniano en que estos sistemas de clasificación pueden “alterarse radicalmente” por la interacción en el mundo. Thomas S. Kuhn ha mostrado que
Las categorías han sido alteradas y pueden ser alteradas de nuevo. Difícilmente podremos evitar aproximarnos a la naturaleza con nuestras categorías, problemas, sistemas de análisis, métodos de tecnología y de aprendizaje presentes.
Así que habría que tener en cuenta que partimos de un realismo ingenuo cuando pensamos como si de hecho estuviéramos usando clases naturales, verdaderos principios de ordenación. No obstante, en el curso de la reflexión histórica nos percatamos de que las investigaciones más preciadas pueden llegar a ser reemplazadas. […] En resumen, la idea es la siguiente: investigamos la naturaleza como si estuviera ordenada en las clases naturales que emiten nuestras ciencias actuales, pero al mismo tiempo sostenemos que estos mismos esquemas constituyen sólo un suceso histórico. Es más, no hay un concepto de la representación correcta y última del mundo (Hacking 1996, 133, 134).
Basada en nuevos presupuestos epistemológicos, la estructura conceptual de la teoría científica también se enfrenta al cambio. Aunque esto implica la eliminación de algunos conceptos y sus usos, así como la introducción de nuevos conceptos, “en su mayor parte, los viejos conceptos son conservados en forma modificada y las viejas observaciones son conservadas con nuevos significados” (Brown 1998, 181). Por lo tanto, la categoría ambiente3 sólo supera algunas críticas hechas a categorías anteriores. Rebaraja y recombina las ideas que ya tenemos dando lugar a una noción no totalmente nueva ex nihilo, sino que es la modificación de las nociones asociadas a ambiente1 y ambiente2 a través de una epistemología diferente a la que respalda el uso de tales significados, que se vinculan a conceptos anteriores, pero que se conservan todavía en nuestra trama conceptual. Al tener ambiente, un significado distinto con ambiente3, genera nuevas experiencias (la experiencia nueva replantea la experiencia antigua; sin esto, no existe experiencia nueva).
Aunque ambiente1 ayudó a formar a ambiente3, su uso dentro de una disciplina que se está desprendiendo de sus influencias dualistas es perjudicial (Bateson 2006, 200; Bachelard 1973, 145) al no fomentar la comprensión de lo ambiental en toda su complejidad. La distinción entre interno y externo continúa en la complejidad, pero es modificada, ya que “no está claro qué sea lo exterior y qué lo interior, puesto que eso que llamamos realidad sólo se puede captar a partir de unas categorías y dispositivos interiorizados” (Serna y Pons 2005, 181). Así que, ¿es válido hacer referencia al “hombre y su ambiente”, o afirmar que los problemas ambientales no pueden ser analizados “en relación con los procesos económicos, demográficos, urbanos y sociopolíticos”? (Lezama 2001, 208) Si bien estas concepciones pueden ser fácilmente identificadas con ambiente1 y ambiente2; al concebir la antroposociedad como un subsistema de lo ambiental, sólo tiene sentido indicar que la antroposociedad puede producir daños al ambiente en el sentido en que la enfermedad de un órgano del cuerpo afecta al cuerpo en su conjunto (Serrano, Bruzzi y Toscano 2012, 21, 22; Castro 2015b). Sólo en ese sentido puede leerse desde ambiente3, y no desde ambiente1 que, si deseamos un ambiente distinto, tendremos que crear una antroposociedad diferente (Castro 2015a). Dicho planteamiento es afín a la propuesta sistémica de eliminar el dualismo sujeto/objeto e implica elaborar investigaciones en las que el académico renuncie a considerarse fuera del sistema investigado y que al integrarse a él como un subsistema más, acepte que co-construye el sistema del que también es partícipe (Ortiz, Duval, Andrade, Espinoza y Madrigal 2011, 138, 139; Pakman 1991, 26).
En resumen, la categoría de “ambiente”, planteada como ambiente3 expande la visión de la ciencia no desde una epistemología dualista, donde sería contradictoria, sino afín a la complejidad. Esta categoría supone un distanciamiento respecto de los códigos ordinarios, (lo que equívocamente se conoce como lenguaje ordinario), que en este caso está ligada a los paradigmas dualistas. Por esta razón, y con el fin de evitar confusiones, para las perspectivas complejas surge la alternativa de dejar de usar ambiente1 y sustituirlo por entorno, así como dejar de usar ambiente2 y sustituirlo por naturaleza antropizada. Es decir, el significante /ambiente/ no mutó con la complejidad, pero sí cambió su significado y su referente, lo que supone tensiones epistemológicas cuando en las ciencias ambientales es usado ambiente1, que es la concepción dualista de ambiente.
Conclusiones
Si el científico ambiental usa sin crítica alguna la categoría ambiente, puede llegar a validar implícitamente el dualismo como forma de conocer el ambiente y continuar la oposición humanidad/naturaleza no antrópica, pero si lo critica encontrará que el uso de ambiente1 en una afirmación como las de las ciencias ambientales genera una tensión epistemológica que sólo se puede resolver con la carga teórica que está vinculada a ambiente3. La cual implica que los científicos ambientales hayan realizado una síntesis de las ramas dualistas del árbol del conocimiento: las ciencias naturales, las ciencias sociales y las humanidades de modo que tengan en cuenta lo natural no antrópico tanto como lo antrposocial. Pero de hacerse así, sería una contradicción entender ambiente como ambiente1. Si utilizan socioambiente, también sería contradictorio llamarse científico ambiental, ya que en todo caso quienes usan este concepto coherentemente podrían autonombrarse científicos socioambientales y reproducir el significado de ambiente1 y a la vez abogar por la inclusión de lo antroposocial. En síntesis, dentro de la complejidad, algunas convenciones semióticas utilizadas en ciertas enunciaciones no necesariamente serían válidas, pues todo indica que utilizar “medioambiente”, “socioambiente”, “ambiente2”, “ambiente1”, así como “ambiente físico” y “ambiente natural” estaría contraindicado por el dualismo que implica su uso y la falta de coherencia epistémica que causaría. Por lo que el uso correcto de ambiente dentro de las ciencias ambientales sería el de ambiente3, que es una versión nueva de una vieja categoría, posicionada en una matriz disciplinaria compleja (Brown 1998, 158). Sin embargo, ¿qué pasa si se busca hacer referencia al ambiente1? En ese caso, se podría sustituir por entorno para evitar la polisemia de ambiente. Obviamente, esta pequeña innovación resulta tan destructiva como constructiva, pues exige el rechazo del dualismo que permea aún entre los estudios de ciencias naturales y de ciencias sociales (Kuhn 1993, 232).
Esto significa que, como las ciencias ambientales implican una superación del dualismo y una epistemología sistémica que va más allá de un simple énfasis ambiental (Bocco y Urquijo 2013, 76), pues implica el cambio teórico profundo de una propuesta de síntesis: un cambio epistemológico. A través del cual, el investigador deberá cuestionar si existen otros conceptos y categorías que se arraigan en el dualismo. Será útil que el investigador se pregunte si hace referencia a otros significados epistemológicamente inconsistentes con el significado que le da a ambiente. Pero, aunque el investigador requerirá hacerse esta pregunta una y otra vez, no podrá responderla a menos que sea consciente de la epistemología que utiliza. Una vez que lo ha hecho, deberá ubicar las categorías que no corresponden a su epistemología, de modo que para no oscurecer lo que desea significar, los ha de abandonar y sustituir por otros; con lo que ha de “efectuar ajustes sucesivos de vocabulario” (Galochet 2009, 16).14 Esto implica el abandono de metáforas mecanicistas y la revisión de categorías que están en uso como “mecanismo”, que implica unilinealidad y determinismo (Foladori, 2005, 129); “sobredeterminación”, que es usado por el marxismo a pesar del rechazo de influencias mecanicistas (Foladori, 2005, 118, 127, 131, 132); “capital cultural” y “capital social” como metáforas economicistas que quedan como remanentes del dualismo en la sociología de Pierre Bourdieu, quien intentó romper dualismos con categorías como “habitus” y “campo” (Rojas y Pérez-Rincón 2013, 47; Collado 2005, 36); así como el concepto “recurso” (Autor 2016) que es una de las expresiones dualistas más refinadas e interiorizadas de las culturas occidentales modernas (Cariño 2003, 40) y a la vez uno de los conceptos en los que se han apoyado las ciencias ambientales, las cuales critican el instrumentalismo, el dualismo, el disyuntivismo, el mecanicismo y todas las bases teórico-epistemológicas del concepto recurso natural.
Así que, habiendo sugerido inductivamente desde la historia ambiental que las ciencias ambientales podrían cambiar el significado que dan a ambiente para asumir el de ambiente3, quedaría por corroborar esta teoría deductivamente por posteriores investigaciones realizadas desde cualquiera de las ciencias ambientales. También quedaría preguntarnos ¿incluyen las demás ciencias ambientales a lo natural no antrópico y lo antroposocial y a su vez se definen desde ambiente1? O bien, ¿incluyen las demás ciencias ambientales las relaciones mutuas entre antroposociedad y naturaleza no antrópica pero se definen desde ambiente3? Responder estas preguntas y las consecuencias observacionales de las tensiones que generen en las demás ciencias ambientales nos permitirá realizar una transición de la polisemia de ambiente reinante a ambiente3, lo que implicará un cambio de matriz disciplinaria y de sus correspondientes paradigmas, que a su vez permitirán eficientar el diálogo entre los diversos profesionales de lo ambiental.
No obstante, los cambios aquí señalados no pueden ser sólo realizados como consecuencia inmediata de la solución de tensiones aquí propuesta, es decir, no basta la lógica y la reflexividad (Autor y Herrera 2015-2016, 89, 90) para generar un cambio de matriz disciplinaria en los colectivos de pensamiento; lo cual es algo que ya enseñaron tanto el físico Thomas Kuhn como el matemático Imre Lakatos (Klimovsky 1997, 355-380), incluso, antes que ellos, el médico Ludwig Fleck (1986). El cambio aquí esbozado, si acaso sucediera, tiene que ver también con el horizonte de expectativas de los colectivos de pensamiento que abordan lo ambiental, ya sea desde las ciencias sociales, desde las ciencias naturales o propiamente desde las ciencias ambientales. El diagnóstico epistemológico aquí establecido, así como la alternativa propuesta que podría solucionar las tensiones encontradas, son solo una alternativa. En la práctica, será el colectivo mismo de las ciencias ambientales el que vire a la complejidad explícitamente y solucione las tensiones que genera el dualismo en las ciencias ambientales o siga apuntando a la complejidad parcial y tácitamente mientras se permanece parcialmente en el dualismo. Aunque los estudios epistemológicos pueden colaborar en lo anterior, será principalmente la práctica de la investigación ambiental la que realmente apunte a lidiar con las tensiones de una forma o de otra.