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Nova scientia

On-line version ISSN 2007-0705

Nova scientia vol.7 n.14 León Oct. 2015

 

Ciencias Humanas y Sociales

Procesos migratorios indígenas en el Estado de México

Indigenous migration processes in the State of Mexico

Pablo Castro Domingo1 

1Departamento de Antropología, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. E-mail: pcastro@correo.ler.uam.mx


RESUMEN

En este artículo se exploran las prácticas migratorias que han recreado los indígenas mexiquenses en los últimos años. Se muestra como los pueblos mazahua, otomí, nahua, matlatzinca y tlahuica del Estado de México, están insertos en procesos migratorios de gran envergadura, que conecta espacios geográficos de esta entidad con lugares de otros estados e incluso de otros países. Esto es, se plantea que los migrantes indígenas son actores creativos que establecen relaciones sociales, laborales, culturales y políticas en más de una localidad, región o país.

Palabras clave: Migración; indígenas; Estado de México; remesas económicas; remesas sociales

ABSTRACT

This article discusses practices that have recreated the indigenous mexiquenses in recent years. It shows how Mazahuas, Otomi, Nahua, Tlahuica and Matlazinca from The State of Mexico are embedded in large-scale migration processes that connect geographical áreas of this entity with locations in other states and even other countries. It is argued that indigenous migrants are creative actors who establish social, cultural, political and working relationships in more than one locality, region or country.

Keywords: immigration; indigenous; State of Mexico; economic remittances; social remittances

En los últimos años, las migraciones internacionales han llamado la atención de académicos, políticos y funcionarios, por las implicaciones que reviste este fenómeno en términos de relaciones internacionales, política exterior, política económica y movimientos locales. Los procesos migratorios se han convertido en los ejes de la agenda de muchos países en el mundo, en gran medida porque los flujos de personas a través de las fronteras internacionales han estimulado importantes cambios en su economía, su política, su religión y hasta en su propia cultura.

En el presente artículo se dan a conocer las prácticas migratorias que han recreado los indígenas mexiquenses en los años recientes. En el mismo se plantea que los pueblos mazahua, otomí, nahua, matlatzinca y tlahuica, del Estado de México, están insertos en procesos migratorios de gran envergadura, que conecta espacios geográficos de esta entidad con lugares de otros estados e incluso de otros países. Esto es, se establece que los migrantes indígenas son actores creativos que construyen relaciones sociales, laborales, culturales y políticas en más de una localidad, región o país, integrando redes a través de las cuales acceden a los mercados de trabajo, trascendiendo las fronteras de los estados nacionales.

Enfoque

La migración ha dejado de ser vista como el desplazamiento de un lugar a otro, debido a que el esquema bipolar tradicional a dejado de ser útil para entender las características y formas que ha asumido el proceso migratorio a nivel internacional de las últimas décadas del siglo XX (Canales y Zlolniski, 2000; Mendoza, 2005). Esto se debe a que los procesos de globalización han alterado significativamente la forma de entender los procesos sociales que se encuentran enmarcados en dicho proceso. Cada vez más el uso de tecnología tanto en el transporte como en la comunicación permite que las personas que se encuentran distanciadas geográficamente, establezcan relaciones de cercanía a través del uso del teléfono, el Internet y el avión (Portes, 2001; Guarnizo y Smith, 2000; Glick Schiller et al, 1992).

Asimismo, la forma en como se conceptualiza el propio migrante con relación en el estado de origen o de llegada se ha modificado, debido, a la cada vez mayor, internacionalización de los derechos civiles y humanos, y de la democracia, entre otros. De la misma forma, se han incrementado el flujo de migrantes de los países con economías precarias hacia los países desarrollados, debido a que tras décadas de crisis y recesión se ha ampliado la brecha socioeconómica como efecto de los procesos de globalización.

En este sentido, el enfoque que nos permitirá entender cómo con la migración se activan diversos factores y procesos de articulación en el ámbito cultural, social, económico y político, entre comunidades e instituciones sociales distantes separadas geográficamente, y en donde la tecnología juega un papel importante es el enfoque del transnacionalismo, porque ofrece una explicación de los espacios políticos y sociales en los cuales los migrantes viven sus vidas. Este enfoque considera la creciente globalización de las instituciones, organizaciones y prácticas económicas, sociales y políticas; también, considera que los migrantes son agentes sociales que actúan dentro de las estructuras de poder (Portes, 1999; Kearney Nagengast, 1998; Smith, 1993).

El transnacionalismo nos permite entender la complejidad y densidad del fenómeno migratorio, ya que se enfoca en resaltar la importancia que tienen las múltiples relaciones que se crean y desarrollan en dicho fenómeno, así como los vínculos que se establecen tanto en el lugar de origen como en el de destino, permitiendo la reproducción de lazos sociales, políticos y culturales en ambos lados de la frontera, ya que los migrantes transnacionales actúan, toman decisiones y se preocupan sin importar las fronteras geográficas que los separan El Estado de México es una de las entidades que recientemente ha intensificado su presencia en los flujos migratorios hacia los Estados Unidos. Esto en gran medida se debe a los problemas económicos que el país experimentó durante las décadas de los ochenta y noventa, y en los primeros años del siglo xxi, cuando el Estado de México pasó de ser una entidad receptora de población a otra donde coexisten procesos de migración interna e internacional.

Una de las principales posturas desde esta perspectiva fue propuesta por Glick Schiller et al. (1992), quienes definieron al transnacionalismo como el proceso en donde los migrantes operan en campos sociales que se expanden más allá de las fronteras geográficas, políticas y culturales. En su enfoque, entienden al transnacionalismo como un resultado de la construcción de la nación y del estado, y que definen como el proceso por el cual los inmigrantes construyen campos sociales que vinculan su país de origen y su país de asentamiento. Los inmigrantes quienes construyen tales campos sociales son defiidos como transmigrantes. Estos actores desarrollan y mantienen múltiples relaciones -familiares, económicas, sociales, organizacionales, religiosas y políticas que expanden fronteras. Los transmigrantes llevan acabo acciones, toman decisiones, sienten inquietudes y desarrollan identidades dentro de las redes sociales que los conectan a dos o más sociedades simultáneamente (Glick Schiller et al., 1992: 1-2).

Para Glick Schiller y Fouron (2003) el hablar de campos sociales transnacionales permite analizar los procesos en los cuales los migrantes realizan una serie de acciones tanto en el país de origen como el de llegada, para los autores las relaciones sociales que se encuentran integradas en los campos transnacionales "constituyen la esencia" de dichos espacios.

Es por esto que los migrantes al estar en estrecha relación tanto en sus lugares de origen como con el de destino, crean y recrean una serie de interconexiones entre los diferentes ámbitos de las sociedades, tales como los políticos, económicos, sociales y culturales, en donde la vida social llega a tener significado con referencia simultánea a dos conjuntos de estructuras sociales (Smith, 2003a), por lo que se puede considerar a un campo social transnacional como aquel en donde los migrantes realizan una serie de interacciones sociales e intercambios que trascienden las fronteras geográficas y políticas de una nación.

Las múltiples relaciones que se entretejen a través de la migración transnacional, en donde entran en juego una serie de factores, tales como los económicos, políticos, sociales y culturales, que a su vez están vinculados por medio de diferentes actores, se dan en un espacio social diferente al existente (Goldring, 1992), debido a que la migración transnacional trastoca las estructuras sociales, tanto de los lugares de origen como de destino.

El estudio de los espacios sociales transnacionales, como lo plantea Goldring, nos permite entender como los migrantes y sus prácticas políticas, sociales y culturales pueden transformarse a través de la migración (Goldring, 1992: 323), dichas prácticas no son del todo homogéneas (Moctezuma, 2003; Espinosa, 1998), si embargo, permiten que el migrante se encuentre en una constante negociación de su identidad, lo que lleva a que ese espacio de interacción transnacional sea a su vez un espacio social en donde se reproducen una serie de patrones culturales que permiten que exista una relación estrecha entre los lugares de origen y destino.

En este sentido, al ubicar las relaciones que se dan en el ámbito político, económico, social y cultural en un territorio determinado, teniendo como contexto la migración transnacional, se han realizado estudios que explican desde una perspectiva socioantropológica, la conformación de comunidades transnacionales (Smith, 1993; Georges, 1990; Roberts, Frank y Lozano, 1999) que tratan de la dislocación y desestructuración del concepto tradicional de comunidad, especialmente en términos de sus dimensiones espaciales y territoriales (Kearney y Nagengast, 1989; Rouse, 1991). Esta virtual desterritorialización de las comunidades viene dado por este continuo flujo e intercambio de personas, bienes e información que surgen con y de la migración, y hacen que la reproducción de las comunidades de origen en México esté directa e intrínsecamente ligada con los distintos asentamientos de los migrantes en barrios urbanos y pueblos rurales de los Estados Unidos.

Esta nueva forma social y espacial que asume el proceso migratorio, implica también una dislocación y desestructuración del concepto tradicional de migración y de migrante; éste último, ve alterada de forma significativa su vida como migrante, debido a que mantienen sus hogares en dos países, se comunica en dos idiomas y se relaciona entre dos sociedades distintas, esto lo expresa Smith no son "ni de aquí, ni de allá, pero a la vez de aquí y de allá" (Smith,1993). De esta forma, la migración ya no se refiere necesariamente a un acto de mudanza de la residencia habitual, sino que se transforma en un estado y forma de vida, "de un medio de cambio del lugar de residencia se transforma en un contenido de una nueva existencia y reproducción social" (Pries, 1999:3).

Contexto

El Estado de México, en años recientes, ha experimentado una importante movilidad, si tomamos como referencia el Censo de Población y Vivienda de 2000, la entidad expulsó a 721,921 habitantes pero recibió a 5, 399,411 de otras entidades. El Distrito Federal fue la entidad que aportó 60.7% de la población inmigrante al Estado de México. Asimismo, podemos identificar tres bloques perfectamente marcados: uno de alta inmigración, compuesto por los estados de Puebla, Hidalgo, Oaxaca, Veracruz, Michoacán, Guanajuato y Guerrero, con un total de 1,648,123 personas, que representan 30.5% de esa población; otro de inmigración media, integrado por Jalisco, Tlaxcala, Querétaro, Chiapas, San Luis Potosí, Morelos y Zacatecas, entidades que en conjunto aportan 6.5% (352,808 personas), y otro más de baja inmigración, que incluye al resto de los estados, con 2.3% del total, que representa 119,839 personas (Castro, 2008: 313).

De la población que sale del Estado de México a residir en otros puntos del país destaca de sobremanera el Distrito Federal, con 321,319 personas nacidas en la entidad (44.5). Le siguen, en orden de importancia, Morelos con 7.8% e Hidalgo con 6.8%. Posteriormente hay un bloque de 10 entidades (Michoacán, Puebla, Guanajuato, Veracruz, Querétaro, Guerrero, Jalisco, Baja California, Oaxaca y Tlaxcala) que concentran 30.6% de los emigrantes (220,557 personas), y el restante 10.3% llega a los demás estados del país. Podemos pensar que los flujos migratorios entre el Estado de México y el Distrito Federal se originan directamente en los procesos de conurbación, y en las actividades laborales y comerciales que condicionan a las personas a cambiar su lugar de residencia.

El Estado de México experimenta una diversidad de realidades sociales entre sus diversas regiones; por un lado, existen zonas de auge económico y por el otro, zonas donde predomina la marginación y la pobreza. Debido a lo anterior, muchos mexiquenses han visto la posibilidad de mejorar su nivel de vida emigrando hacia contextos urbanos en el país o a los Estados Unidos.

Con base en estimaciones del Consejo Nacional de Población, en la década de los años veinte el Estado de México aportó 1.8 % de los flujos migratorios a escala nacional; en 1944, derivado del programa bracero, se incrementó a 3%; en 1964 (al término del programa bracero) descendió 1.2 %; en la década de los ochenta la aportación de la entidad fue similar a la observada durante el programa bracero con 2.8 %; en la década de los noventa se caracterizó por un aumento significativo en los flujos de mexiquenses hacia los Estados Unidos, pues en 1992 reportó 4.2 % y en 1995, 7.7% 1 .

A partir de los datos arrojados por el Censo de Población y Vivienda de 2010, el Consejo Nacional de Población realizó cálculos para establecer la intensidad migratoria de los municipios del Estado de México. Hay 64 municipios con grados de intensidad migratoria muy baja. En el rango de baja intensidad migratoria hay 37 municipios. En el grado de intensidad media están 13 municipios. En el nivel de intensidad migratoria alta se encuentran Almoloya de Alquisiras, Amatepec, Coatepec Harinas, Ixtapan de la Sal, Joquicingo, Malinalco, Ocuilan, Tlatlaya y Zumpahuacán; y, por último, en el rango de intensidad migratoria muy alta está Luvianos.

Índice de intensidad migratoria en el Estado de México 2010 

La información antes presentada nos podría dejar la idea de que la migración es un fenómeno residual y sin relevancia para el Estado de México, pero lo cierto es que esta entidad, según el informe del Banco de México para 2006, ocupó el tercer lugar nacional en términos de percepción de remesas con 1,926 millones de dólares. Es decir, estamos hablando de que el impacto económico de la migración es fundamental para el Estado de México, porque hay municipios donde se ha estructurado una importante dependencia con relación a las remesas económicas para la propia reproducción cotidiana, tanto para manutención como en algunos casos para la inversión en actividades de carácter agroindustrial, como en el municipio de Tonatico donde en la última década se ha experimentado una importante expansión en la producción de tomates bajo sistemas muy tecnificados con invernaderos y riego por aspersión o goteo. Dicha actividad inició en el año 2000 con menos de 5 hectáreas plastificadas, pero en el año 2008 alcanzó 122 hectáreas (Castro, 2009). Ahora, dicho crecimiento fue producto de un apoyo promovido por una política pública del gobierno del Estado de México a través de la Secretaria de Desarrollo Agropecuario (SEDAGRO), una parte de los ahorros familiares y otra muy relevante producto de las remesas económicas estimada en un 51%. Si consideramos que para 2008 instalar un invernadero de 300 metros cuadrados implicaba una inversión de 700, 000 pesos, luego entonces estamos hablando de un monto muy significativo de recursos para la inversión directa proveniente de las remesas económicas que llegan al municipio de lugares tan distantes como Waukegan (Illinois), Kenosha (Wisconsin), Saint Paul (Minnesota) y Oceanside (California).

Entre las municipalidades que se han reposicionado y conservado en los niveles más altos de la intensidad migratoria en los últimos años encontramos a Tonatico, Ixtapan de la Sal, Coatepec Harinas, Luvianos, Tejupilco, Zumpahuacán, Tenancingo, Nezahualcóyotl, Chalco, Valle de Chalco, Ecatepec y Naucalpan de Baz.

La participación del Estado de México en los circuitos migratorios internacionales se ha ido expandiendo en años recientes, por ejemplo, para 1994 se incrementó 7.66%,

La ENADID de 1997 muestra la participación del Estado de México que ocupó el octavo lugar con un 5.98 por ciento de la emigración total a Estados Unidos. Sin embargo, en términos absolutos, el Estado de México presenta un crecimiento importante en los años comprendidos de 1992 a 1997 pasando de 15 mil 217 migrantes a 27 mil 290 (Castro, 2008: 322).

De acuerdo con las cifras presentadas, podemos ver que la migración en el Estado de México ha aumentado con el paso de los años, lo que ha llevado a que cada vez más los mexiquenses se integren a los circuitos migratorios internacionales, y esto, a su vez, ha permitido que ingrese a la entidad una cantidad considerable de remesas que han servido para que un gran número de familias mexiquenses se beneficie. El incremento de la entrada de remesas al Estado de México comienza a jugar un papel importante, por lo que el gobierno de la entidad ha implementado una serie de programas que tratan de redirigir los importantes recursos que envían los migrantes mexiquenses que viven en los Estados Unidos. No obstante, los efectos de la migración no sólo operan en el plano económico, también se han documentado cambios en los campos político, social y cultural en algunos municipios vinculados con este proceso. Con las remesas sociales (o la jerarquía de valores, sistema de prácticas y el capital social aprendido en contextos migratorios), por ejemplo, se ha transformado paulatinamente prácticas corporativas y verticales en municiplidades como Ocuilan o Coatepec Harinas, para dar paso a un nuevo modelo de ejercicio de la ciudadanía donde las mujeres demandan una mayor equidad o donde los votantes pasan a ser actores más críticos y calculadores con sus decisiones.

Migración indígena

Con base en el Censo de Población y Vivienda 2010, podemos decir que en el Estado de México reside 6.2 por ciento de la población indígena del país: cinco culturas indígenas originarias (mazahua, otomí, nahua, matlatzinca y tlahuica) y siete de indígenas migrantes a la entidad (nahua, mixteco, mazateco, zapoteco, triquis, totonaco y mixe). Esto es, del universo de 15, 175, 862 habitantes que integraban la entidad en 2010, 379, 075, es decir, 2.5 por ciento, correspondía en ese año a población indígena originaria e indígena migrante.

Los mazahuas son el grupo étnico más numeroso del Estado de México, con una presencia espacial en 13 municipalidades en el noroeste de la entidad y una población de 116, 240 habitantes. Las prácticas migratorias de los grupos indígenas de la entidad continúan siendo un proceso de características más locales; de hecho, la presencia de los mazahuas en la migración México-Estados Unidos es aún muy incipiente.

Inicialmente, la migración mazahua fue un proceso que vinculaba estrictamente a los hombres en edad laboral, pero con el tiempo también se han incorporado mujeres y niños. La migración ha sido un elemento en la diversificación económica de los grupos domésticos mazahuas, porque genera más recursos para garantizar la reproducción de las familias campesinas. Para este pueblo indígena los centros urbanos del país que siempre han suscitado más incentivos para la migración son la capital del Estado de México y el Distrito Federal, donde los indígenas mazahuas se contratan en la albañilería, en trabajos de limpieza, en la jardinería, en las labores domésticas y en la venta ambulante. La migración mazahua ha alcanzado nuevos horizontes y se ha expandido gracias a las redes familiares, de vecindad y paisanaje.

En los municipios mazahuas todavía se cultiva la milpa con una lógica de autoconsumo, pero esta actividad rectora es apoyada con la albañilería, el trabajo de jornaleros en el sector agroindustrial, el comercio informal ambulante, el trabajo doméstico y la migración. Con esta estrategia de diversificación económica los indígenas mazahuas han logrado una reproducción social incluso en un escenario altamente vulnerable al margen de políticas públicas que fracturen la condición de alta vulnerabilidad y de precarización en el noroeste del Estado de México.

Los altos niveles de marginalidad y las condiciones de pobreza en el noroeste de la entidad integran un escenario complejo y muy ad hoc para garantizar flujos constantes de migrantes mazahuas. Esto es, los bajos rendimientos de la agricultura milpera de temporal y la instrumentación de políticas públicas poco eficaces para promover el desarrollo han generado oleadas de migrantes indígenas en diversas ciudades del país. Sin embargo, como se muestra en la tabla siguiente, la presencia mazahua en las redes de transmigrantes hacia los Estados Unidos continúa siendo muy baja.

Índice de intensidad migratoria mazahuas 

Los Otomí o Hñahñu, al igual que los Mazahua, remontan su participación en las prácticas migratorias hacia la década de los cuarenta del siglo pasado con el desarrollo económico experimentado en el Estado de México. Esto es, la industria asentada en el corredor Lerma-Toluca y la Zona Conurbada de la Ciudad de México ha generado, sin duda, transformaciones entre el grupo otomí del Estado de México. La migración otomiana, como la mazahua, está motivada por una búsqueda de mejores condiciones económicas, incluso aunque las condiciones laborales sean precarias. Con frecuencia, los otomíes laboran en la albañilería, el trabajo doméstico, la seguridad pública y privada y el comercio informal ambulante de artesanías y golosinas. Habitualmente, las labores domésticas y el comercio informal ambulante son tareas que recaen en las mujeres. Al igual que en el caso de los mazahuas, la migración de los otomíes es un proceso más extendido en diversas ciudades de México que en los Estados Unidos. Pero en los dos casos los procesos migratorios son carreteras muy poderosas por donde fluyen personas, recursos, ideas, prácticas, valores, sentimientos, conocimientos, utopías y capital social. Lo que ha permitido cambios muy sugerentes en las sociedades que están expulsando población. Una de las transformaciones más notables es la posibilidad de tomar decisiones sin la presión del grupo, lo cual introduce mayores libertades para los indígenas. Esto se ve reflejado en los cambios en las relaciones de género, donde las mujeres eventualmente expanden sus rangos para tomar decisiones y negociar las relaciones sociales dentro de las estructuras familiares patriarcales. Asimismo, emergen pluralismos religiosos y políticos que confrontan los principios verticales de las organizaciones indígenas. Estas nuevas prácticas, ideas y valoraciones se traducen en principios de conflicto en los espacios institucionales tradicionales. Tanto entre los mazahuas como entre los otomíes, la migración es un proceso que se remonta a la industrialización iniciada en 1942 en el Estado de México, como una política de desarrollo instrumentada por el entonces gobernador Isidro Fabela. Pero con el tiempo se ha consolidado como una práctica en la que participan hombres en edad laboral y niños.

En el norte del Estado de México, la emigración (...) es ya una práctica generalizada entre los varones, e incluso entre las mujeres del valle. Desde los años cincuenta del siglo pasado, en que comenzaron a trazarse las primeras carreteras en la zona, los otomíes han encontrado numerosas oportunidades de trabajo asalariado en los centros urbanos, sobre todo en la industria de la construcción, el comercio informal y el servicio doméstico. Luego, con la creación de la zona industrial Lerma-Toluca, muchos otomíes se integraron a la clase obrera. Las mujeres, durante un tiempo, migraron como empleadas domésticas a los pueblos cercanos y a la zona conurbada del Distrito Federal, Querétaro y Toluca principalmente. La emigración está disminuyendo gracias, en parte, a mayores posibilidades en la educación escolar, que les permite a sus habitantes quedarse en su comunidad hasta terminar la secundaria o el bachillerato técnico en centros urbanos de menor escala, como Atlacomulco y Jilotepec. Las mujeres, en particular, han mantenido un índice de emigración menor que el de los varones[,] debido a la necesidad de mano de obra en las labores agrícolas locales, además del cuidado de los hijos y el pastoreo (Questa y Utrilla, 2004: 48).

La cita anterior remite a un patrón que dejó de existir porque la migración ha logrado impactar a todos los sectores y todos los niveles de los pueblos indígenas

Índice de intensidad migratoria otomí 

La migración de los nahuas del Estado de México comparte con los casos anteriores (mazahua y otomí) los mismos patrones en cuanto a la migración nacional. Esto es, un nivel alto de marginalidad, bajos rendimientos en producciones agropecuarias de subsistencia y una notable atracción de los centros urbanos de la Zona Conurbada de la Ciudad de México y del Valle de Toluca. Pero lo que claramente distingue a este grupo étnico de mazahuas y otomíes es su mayor inserción en los circuitos migratorios transnacionales, esto es, las municipalidades de Sultepec y Tejupilco comparten una intensidad migratoria media, mientras que Joquicingo presenta una alta y Luvianos una muy alta. Este último municipio sureño es el único de toda la entidad con una intensidad migratoria comparable con los índices que se registran en las municipalidades de los estados de Guanajuato, Michoacán, Jalisco y Zacatecas.

Índice de intensidad migratoria nahua 

Los matlatzincas son un grupo indígena que está asentado en la municipalidad de Temascaltepec, en el sur del Estado de México. Como el resto de los pueblos indígenas, los matlatzincas practican una agricultura de temporal. Cultivan maíz, frijol, haba, chícharo, papa, chile, cebada y trigo. Practican también la cría de borregos y aves de corral. Ahora, para diversificar su economía y generar nuevas entradas de recursos a los grupos domésticos, emigran a centros urbanos como Toluca, Metepec y la Zona Conurbada de la Ciudad de México.

Índice de intensidad migratoria matlatzinca 

La población tlahuica está asentada en el municipio de Ocuilan, en el sureste del Estado de México, en los límites con el estado de Morelos. Los tlahuicas basan su economía en los cultivos de maíz, frijol, chile, zanahoria, chícharos, papa y haba. Esto es, comparten los mismos patrones con los mazahuas, otomíes, nahuas y matlatzincas, pero a diferencia de estos cuentan con el recurso codiciado de los bosques. Tienen un interesante manejo de los bosques, pues utilizan la leña que recolectan para cocinar sus alimentos, la construcción de sus casas, aunque cada vez menos, y la producción de tejamanil. En los últimos tiempos, organizaciones de taladores ilegales han disputado el bosque de los indígenas tlahuicas, con consecuencias muy nefastas, como el terrible asesinato de un líder defensor de los recursos locales.

Tanto los exiguos rendimientos agrícolas como las fuertes presiones por su bosque han generado la emigración de los tlahuicas, que al igual que los nahuas mantienen una movilidad nacional importante y una intensidad migratoria alta hacia los Estados Unidos.

Índice de intensidad migratoria tlahuica 

En cuanto a los indígenas oriundos de otras entidades hay una importante presencia de mixtecos, zapotecos, totonacos, nahuas y triquis en los municipios de la Zona Conurbada de la Ciudad de México, como Nezahualcóyotl, Naucalpan, Ecatepec, Tlalnepantla, Chalco, Chimalhuacán, Valle de Chalco Solidaridad, Atizapán de Zaragoza, Huixquilucan, La Paz, Cuautitlán Izcalli, Tultitlán, Nicolás Romero, Ixtapaluca, Tecámac, Coacalco, Chicoloapan y Cuautitlán. En los primeros años, la residencia de estos indígenas fue invisibilizada, pero en la medida que los asentamientos se fueron regularizando, los migrantes indígenas externalizaron sus manifestaciones culturales y organizacionales, como la comida, la lengua y las mayordomías. Los indígenas fueron recreando también organizaciones más sofisticadas que hicieron de sus comunidades espacios extralocales sin límites territoriales, es decir, las redes sociales posibilitaron comunicaciones multisituadas que conectaban a mixtecos de San Juan Mixtepec (Oaxaca) con Nezahualcóyotl (Estado de México) y suburbios de Los Ángeles (California) o triquis de San Juan Copala (Oaxaca) con Naucalpan y San Diego (California).

Las prácticas migratorias han generado procesos de empoderamiento muy notables entre la población indígena del Estado de México. Las remesas económicas, por ejemplo, son fundamentales para el autoconsumo y la inversión en pequeños negocios. Las oportunidades para utilizar las remesas económicas en proyectos productivos que generen desarrollo son enormes, pero no es una empresa sencilla sobre todo a la luz de las crisis recurrentes por las que ha pasado el país, la violencia y las prácticas de corrupción asociadas a las figuras de los políticos mexicanos. Para más de un político el tema de las remesas suscitan ideas sobre su aprovechamiento en políticas públicas bajo un esquema de co-inversión con el sector público. No obstante, los migrantes no tienen confianza en las autoridades mexicanas ni en las instituciones, y como consecuencia los sorprendentes montos que ingresan por concepto de remesas al país aterrizan de manera residual en los proyectos productivos donde participa el gobierno.

Además, los políticos mexicanos no entienden o desdeñan las nuevas habilidades y conocimientos que el migrante adquiere en su estancia laboral en los Estados Unidos. Esto es, hay una subutilización de las remesas sociales que tienen efectos multiplicadores y que no hemos sido capaces de entender, porque la práctica migratoria está generando cambios notables en el sistema de ideas, en la jerarquía de prácticas y en el capital social de la sociedad mexicana (Levitt, 1998). Esto está llevando a transformaciones muy sugerentes en nuestra sociedad, particularmente en una nueva forma en la que se está ejerciendo la ciudadanía, en las negociaciones que la mujer está haciendo sobre su condición de género, en la adopción de nuevas formas de organización laboral, en el acogimiento de nueva tecnología que se utiliza en sistemas productivos, en la emergencia de sistemas de alternancia electoral, gobiernos divididos y yuxtapuestos, en el aprendizaje de nuevas lenguas, etc.

Conclusiones

Los migrantes indígenas son actores creativos que establecen relaciones sociales, laborales, culturales y políticas en más de una localidad, región o país, constituyendo redes a través de las cuales acceden a los mercados de trabajo, trascendiendo las fronteras de los estados nacionales. Los migrantes indígenas han conformado comunidades con una gran cohesión en las sociedades receptoras, fortaleciendo los lazos con las comunidades de origen mediante una base firme que se basa en un sistema de redes sociales, que permiten recrear un contexto seguro dentro del cual pueden llegar, adaptarse, integrarse y sobrevivir.

Las redes se mantienen mediante el proceso de emigración y retorno a la comunidad, inyectando en el migrante indígena el sentimiento de pertenencia a la tierra y el valor familiar de la comunidad. Lo anterior ha dado como resultado que en torno a la migración se definan lazos que vinculan comunidades de una región determinada con otra en el lugar de arribo, relaciones que unen a los indígenas migrantes y no migrantes dentro de un rango de vínculos familiares e interpersonales que se sostienen gracias a conductas y códigos preestablecidos por la cultura.

Habitualmente, las redes sociales indígenas se reactivan por medio del parentesco, la amistad y las relaciones de paisanaje. Con el parentesco como parte fundamental de la red social se estrechan los vínculos entre todo el sistema familiar, donde padres e hijos se fusionan para enfrentar el ambiente extraño de la llegada. Los hermanos, sobrinos y primos juegan, también, un papel fundamental en esta red familiar, pues su participación en fiestas tradicionales como bodas, quince años, bautizos, confirmaciones y cualquier otro evento representativo de la comunidad, permite estrechar los lazos de comunicación y ayuda. Asimismo, la amistad es otra relación que posibilita la aparición de una red, ya que la afinidad y las experiencias compartidas permiten construir un espacio de sociabilidad. Por ejemplo, situaciones como compartir el departamento o casa, dar o recibir información sobre algún empleo, tomar una cerveza en una tienda, generan que las relaciones interpersonales dentro del sistema migratorio se extiendan y amplíen. Por último, la identidad con paisanos dentro de un territorio migratorio obliga casi instantáneamente a generar lazos de simpatía e integración, ya que con estos se comparten recuerdos y vivencias afines como el futbol, la fiesta del pueblo, la comida y otros acontecimientos que le dan cohesión a la red social.

La migración indígena interna e internacional ha generado redes con mayor capacidad para influir sobre los lugares de origen y destino. Por ejemplo, con las remesas las familias de los migrantes indígenas configuran una especie de mecanismo de sobrevivencia, regulan la entrada y salida de recursos, apoyan a la comunidad a través de sus diferentes organizaciones civiles y confesionales. Asimismo, las redes sociales indígenas son un vehículo muy eficiente para permitir grandes movimientos de personas, pues reducen los costos del viaje al proporcionar información sobre rutas de arribo, a la vez que posibilitan la inserción en los nuevos mercados laborales.

En la migración indígena no todos los efectos son positivos. Lynn Stephen ha explicado notablemente cómo en el estado de Oregon, en los Estados Unidos, se han presentado casos donde migrantes indígenas estuvieron implicados en asesinatos, consumo de drogas y pandillerismo. A la vez, en los espacios de salida se generan transformaciones en los roles domésticos, relaciones de dominación patriarcales a la distancia, los niños se ven disociados de los padres, se generan cambios en las prácticas culturales locales, se modifican los sistemas de ideas y la jerarquía de valores.

Referencias

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1Datos obtenidos del trabajo Caracterización de los flujos migratorios de la población mexiquense a los Estados Unidos (cfmpm), realizado en 2002 por El Colegio Mexiquense, A. C.

Recibido: 12 de Diciembre de 2014; Aprobado: 17 de Abril de 2015

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