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Nova scientia

versión On-line ISSN 2007-0705

Nova scientia vol.6 no.11 León abr. 2014

 

Ciencias humanas y sociales

 

Apropiación simbólica y reconfiguración identitaria del espacio urbano en Metepec, Estado de México

 

Symbolic appropriation and identity reconfiguration of urban space in Metepec, in the State of México

 

Gabriel Gómez Carmona1 y Alberto Javier Villar Calvo2

 

1 Programa de Doctorado en Urbanismo, Facultad de Planeación Urbana y Regional, Universidad Autónoma del Estado de México. E-mail: gabocop28@yahoo.com.

2 Centro de Investigación y Estudios Avanzados en Planeación Territorial, Facultad de Planeación Urbana y Regional, Universidad Autónoma del Estado de México. E-mail: betovillardf@gmail.com.

 

Recepción: 05-02-2013
Aceptación: 21-08-2013

 

Resumen

Los cambios experimentados en la realidad urbana durante las últimas décadas han derivado en innumerables estudios desde distintas ramas de las Ciencias Sociales como la Sociología, la Antropología y la Psicología Ambiental. De manera específica, las investigaciones que versan sobre el análisis de las implicaciones sociales de tales cambios nos ofrecen primeramente las herramientas para comprender la forma en la que los individuos viven, simbolizan, y se apropian del espacio urbano como parte de su identidad, al tiempo que nos brindan una radiografía de la complejidad de las relaciones socioculturales presentes en la ciudad, para en última instancia permitirnos superar la visión fragmentada que desde la arquitectura nos habíamos formado en cuanto a su diseño y construcción.

Es decir, el panorama de la realidad de la ciudad y de su complejidad socio-espacial es ampliado por la perspectiva arquitectónica y urbana. Además, se hace posible también incorporar al análisis de la ciudad las variables sociales, económicas, políticas y culturales subyacentes a los procesos de reconfiguración y expansión del fenómeno urbano para así, finalmente enriquecerlo con una carga simbólica que permite comprender los rasgos identitarios de los objetos urbano-arquitectónicos de la ciudad.

Desde esta perspectiva, surgen dos importantes planteamientos. Por un lado, en cuanto a la naturaleza simbólica de los espacios que conforman el paisaje urbano y su papel en la conformación de la identidad social. Por otro lado, en lo concerniente a las repercusiones que los recientes procesos de crecimiento urbano y de vinculación social tienen (a través de las nuevas tecnologías de la información y comunicación) sobre la reestructuración formal y funcional de dichos espacios urbanos.

Tomando como caso de estudio al municipio de Metepec, perteneciente a la Zona Metropolitana de Toluca, en el Estado de México, el presente trabajo busca introducirnos a la reflexión teórico-conceptual de los últimos años sobre las implicaciones que los procesos de transformación urbana tienen sobre las formas de coexistencia social en un espacio urbano. De igual forma, pretende ofrecer una reflexión crítica sobre los impactos identitarios surgidos de los procesos de expansión urbana y sobre los usos de suelo asociados con tendencias globales de actividades terciarias en localidades con fuertes lazos tradicionales que en las últimas décadas se han visto integradas a la dinámica metropolitana en México.

Palabras clave: identidad, identidad urbana, espacio simbólico urbano, identidad espacial.

 

Abstract

All changes seen in the city in the last decades have led to a wide number of studies from fields like sociology, anthropology and environmental psychology. Specifically, researches on the analysis of the social implications of such changes allow us to understand the way individuals live, represent and make use of urban areas as part of their identity. By the same token, we are given the opportunity to gain an insight into the complexity of the socio-cultural relations existent within a city and by doing so, overcoming the patchy notions we have created in architecture when talking about design and construction of a city.

Namely, not only does architectonic and urban perspective broaden both the city's reality scene and its socio-spatial complexity, but also it is possible to include in the analysis of the city all social, economic, political and cultural factors underlying the conception and expansion processes in urbanization, it all resulting in enriching symbolic associations which allow us to appreciate the identifying features of urban-architectonic objects in a city.

From this perspective, two major considerations are presented. On the one hand, the symbolic nature of areas constituting the urban landscape and its role in the construction of the social identity and on the other hand, the effects that recent processes of urban growth have (from the use of ICTs) on the responsible and efficient restructuring of such urban landscapes.

Taking as a case study on Metepec town, belonging to the Metropolitan area of Toluca city, in the State of Mexico, this work is intended to serve as an introduction to the theoretical ideas from recent years around these transformational processes and their influences on the different types of social coexistence of the urban areas. Similarly, it provides us with a critique thought on the identifying marks arisen from the processes of urban spreading and uses of land commonly associated with the global tendencies on tertiary activities in zones possessing strong traditional ties and which have been integrated to the metropolitan dynamics of Mexico in recent decades.

Keywords: identity, urban identity, symbolic urban area, spatial identity.

 

Introducción

La ciudad es una de las invenciones más distintivas de la humanidad en los últimos diez mil años, constituyendo el lugar de las grandes aportaciones del pensamiento en diferentes campos de la vida social a lo largo de la historia, además de representar la memoria viva de la sociedad a la que pertenece.

Su auge a lo largo del capitalismo mercantil, y su papel fundamental para la consolidación del capitalismo industrial llevó a que, a la par del desarrollo de las Ciencias Sociales, la ciudad haya sido objeto de estudio sistemático al interior de algunas de estas disciplinas, como fue el caso de la Sociología, la Geografía, la Economía y la Antropología, y propició el desarrollo de una disciplina para la que fue su exclusivo objeto de estudio, el Urbanismo, destacando tanto en ella como en el resto de aquellas áreas del conocimiento el análisis de su conformación histórica, las relaciones sociales, políticas y económicas que en ella se desarrollan, así como la misma la evolución de su concepto, e incluso la perspectiva que sus habitantes tienen de ella convirtiéndose, en un objeto de estudio inter y trans-disciplinario.

Gracias a las aportaciones de todas estas disciplinas, sabemos que el espacio urbano evoluciona a la par de la sociedad, y entendemos que muchas de las acciones que se implementan a su interior buscando su "planeación y desarrollo" derivan en la aparición de nuevos escenarios problemáticos, dispares y polarizados, donde conviven riqueza y pobreza; desarrollo y exclusión; despilfarro y escasez de recursos, así como delincuencia y contaminación. Problemas que se agudizan en esta etapa de metropolización y megalopolización crecientes que coinciden con los procesos de globalización en su etapa más reciente (López Rangel, 2008: 4).

 

Ciudad e identidad

a) El estudio de la ciudad.

El abordaje de la ciudad como objeto de estudio en las Ciencias Sociales, nos remite al siglo XIX y, entre otros, a los trabajos pioneros de Marx, Durkheim y Weber que constituyen unos de los fundamentos del estudio social de la ciudad y, en particular, de lo que hoy se conoce como Sociología Urbana (Alva y Aldrete, 2011: 10). A partir de entonces el estudio de la ciudad desde las Ciencias Sociales se convierte en un tema obligado y deja de considerarse sólo en términos de su naturaleza territorial.

En particular, a partir de las aportaciones de la Sociología, el espacio urbano pasó de ser sólo el soporte físico de las actividades humanas, a ser el soporte y la manifestación tangible de naturaleza cultural de la sociedad en su conjunto, que integra los espacios donde tiene lugar la vida de la colectividad. Los espacios urbanos se convierten, desde esta perspectiva, en los soportes socioculturales e identitarios de una comunidad, y el lugar de las expresiones ciudadanas (Alva y Aldrete, 2011: 12). Ciudad e identidad se conciben así como dos entidades estrechamente ligadas que establecen vínculos de interrelación causal.

A partir de considerar a la ciudad como una expresión cultural e identitaria, nos reconocemos a nosotros mismos como individuos no sólo socializados sino, espacializados, y percibimos a la ciudad más que como un simple cúmulo de actividades, funciones, y espacios edificados, para ser asumida como un espacio social y culturalmente construido, heterogéneo y complejo en su identidad colectiva; que posee una diferenciación social interna expresada en pautas de ocupación del espacio, de comportamiento colectivo y de relaciones sociales, que se materializa en una estructura que permite desplazamientos y actividades múltiples (Aguilar, 2012: 113).

Esta visión nos lleva a ver a la ciudad como una realidad compleja, que dista mucho de una simple síntesis espacial de actividades que la fragmentan, y la acercan más a una escala humana en la cual las manifestaciones socioculturales juegan un papel determinante en su conformación. Asumiríamos, en este sentido, la idea de Aguilar (2012), que considera que lo urbano es todo aquello (material e inmaterial), que se produce en términos sociales en las ciudades, y que emerge de manera no necesariamente instrumental o prevista, como es el caso de las formas de interacción e interrelación entre habitantes y usuarios que tienen un impacto en la conformación del espacio urbano tanto, o más determinante, que las formas de organizar y normar el espacio común (Aguilar, 2012: 113-114).

Entender que el espacio urbano es todo aquello que tiene un fundamento y un sentido social, más que ser resultado de un conjunto de planes, políticas y acciones impulsadas por las instituciones públicas, marca una enorme diferencia con la concepción de ciudad como mero espacio edificado contenedor de actividades económicas, y lo lleva a una categoría superior al reconocerla como parte del universo simbólico de la colectividad y del individuo mismo.

Hablamos así, del mundo de significaciones, simbolismos y representaciones culturales en los que la colectividad se encuentra y reconoce cotidianamente, permitiéndole al sujeto social sentirse parte de un grupo, reconocido por éste y con el cual comparte experiencias propias, comunes e individuales que dan sentido tanto a la vida de la persona como de la propia colectividad. Reconocer esta diferencia entre ciudad como espacio construido funcional y como espacio cultural permite abarcar a diferentes niveles el estudio de la ciudad, y ubicarla en su dimensión socio-territorial considerando todos sus componentes culturales, superando versiones simplistas o reduccionistas de su complejidad.

Podemos afirmar que, desde esta perspectiva, se incorporan al estudio de la ciudad otros temas relacionados con la manera en la que ésta es vivida y reconocida por parte de sus habitantes. Esto nos lleva a considerar al espacio urbano como una creación social, además de abrirnos interrogantes sobre la manera en cómo se construye este espacio, y las razones por las que adquiere una dimensión simbólica para el individuo y la colectividad, es decir, las causas del vínculo identitario entre espacio urbano y personas.

Abordar lo anterior, nos permite ofrecer una visión completa de la realidad de la ciudad, de los espacios urbanos, sus usuarios, sus habitantes, y de toda la problemática que integra sus múltiples realidades, y de manera especial la forma en la cual la gente vive, socializa y comparte la ciudad y sus espacios, que en sentido estricto sería la forma histórica en la que se construyen ciudad y sociedad.

Coincidimos en este sentido con Vidal y Pol (2005: 284) cuando sostienen que,

preguntarse cómo los espacios devienen lugares supone profundizar en las relaciones y los vínculos que se establecen entre las personas y los espacios. ... relaciones que se explican... aludiendo a diversos conceptos (apropiación del espacio, apego al lugar, espacio simbólico urbano, identidad social urbana, e identidad del lugar, etc.)

Los cambios que hoy vivimos como sociedad globalizada y espacializada, nos obligan a reflexionar respecto a la forma en que surgen los nuevos cambios en la relación entre ciudad y sociedad y los efectos que estos tienen en las formas de integración de las colectividades urbanas, si estos refuerzan y diversifican los vínculos socioculturales, o si por el contrario sólo favorecen dinámicas de fragmentación social acelerando los procesos de exclusión y polarización social, llevándonos a cuestionar el papel de la Arquitectura y el Urbanismo en el diseño y construcción de una ciudad incluyente, así como sobre la identidad que forjamos con los espacios urbanos que construimos.

b) La identidad y el espacio urbano.

Tanto el diseño como la construcción del espacio urbano, ya sea desde la perspectiva de la producción puntual de la obra arquitectónica como desde la propia intervención de la planeación institucional, tienen un efecto determinante en la construcción de la identidad colectiva. Primeramente, cabe mencionar que la ciudad y los espacios urbanos juegan un papel crucial en la conformación de la identidad de los individuos por el hecho de que estos espacios -como hemos apuntado- no son simplemente el asiento de las actividades humanas en el territorio, sino los espacios en los que los individuos viven, se relacionan e interactúan con el resto de la colectividad o el grupo al que pertenecen, y con el que se identifican.

La realidad social es una condición preexistente a la construcción del espacio urbano y como tal es un factor determinante en la naturaleza simbólica que éste adquiere. Los individuos poseen características propias que los identifican y, a la vez, los distinguen de los demás, esto constituye el fundamento de la identidad, entendida ésta en su sentido etimológico como "identitas" es decir, "lo que es lo mismo" o "ser uno mismo" (Rizo, 2006: 4).

La identidad ha sido estudiada a lo largo del tiempo, éste ya era un tema de reflexión desde la Grecia Clásica, y fue retomado nuevamente a partir del siglo XIX como un campo de atención desde diferentes disciplinas de las Ciencias Sociales como la Antropología, la Sociología y la Psicología como parte de su propio objeto de estudio, esto derivó en diferentes enfoques y definiciones sobre su naturaleza y carácter, por lo que hoy no existe un concepto único que la abarque o defina de manera integral, sino una variedad de perspectivas teóricas relacionadas con su análisis (Waldmann, 2011).

No obstante esta diversidad de enfoques disciplinares, hay, en ellos, puntos de convergencia en cuanto a sus principales rasgos característicos, en particular en el reconocimiento de que es un proceso dinámico y flexible (Alva y Aldrete, 2011), en continuo cambio, y en el hecho de que implica tanto al individuo como a la sociedad, y por lo tanto, a la construcción de un "ser" colectivo y, de un "nosotros", frente a todos aquellos que se constituyen como los "otros" (Téllez-Girón, 2002: 20).

La identidad se convierte en un valor en torno al cual los seres humanos organizamos nuestra relación con el ambiente natural y construido, y con los sujetos con los que interactuamos, y por ello no es una esencia inamovible, sino una condición que permanece, se transforma o se pierde a lo largo del tiempo (Rizo, 2006: 6). Podemos decir que la identidad es un proceso que implica préstamos o reapropiación de elementos que provienen de organizaciones sociales y culturales diversas, por lo que tienen, frecuentemente, un origen externo a los grupos humanos a quienes creemos pertenecen originalmente. (Téllez-Girón, 2002: 19).

Este carácter flexible y cambiante de la identidad constituye una categorización de la realidad de valor práctico. Es un componente de la vida social que identifica y a la vez diferencia a los participantes de la vida social, permite cohesionar grupos, ubicar a individuos de diversos orígenes en el universo social, definir fronteras y orientar acciones (Cocco, 2003: 20).

Así, la identidad se convierte en un elemento clave de la vida de los integrantes de un grupo social, pues además de permitir la identificación de cada uno de los individuos, da las pautas de diferenciación respecto de otros grupos. En el marco de esta diferenciación, la identidad se convierte en espacio de luchas de carácter social y cultural, ya que la identificación de los individuos dependerá de la posición y los roles que jueguen como actores sociales de un grupo específico en un contexto histórico determinado (Téllez-Girón, 2002: 21).

Desde esta perspectiva, la identidad colectiva se conforma en función de las características socio-culturales de cada grupo, y éstas a su vez delinean la identidad del individuo, ya que el entorno en el que éste se desarrolla y desenvuelve cotidianamente le dota de características peculiares, que con el paso del tiempo y los eventos vividos, conforman su identidad, misma que se construye y modifica conforme crezca, se relacione e interactúe con otros individuos del mismo grupo o de otros grupos.

En la construcción de esta identidad grupal e individual, el espacio urbano juega un papel determinante, es en él en donde ésta se concreta, y a través del cual se materializan los rasgos socio-culturales de cada grupo en particular, como símbolos físico-espaciales de la identidad colectiva, la cultura y las interacciones sociales. La vivencia y socialización de los espacios urbanos, en su conjunto, dotan de simbolismos y significados a éstos en sintonía con la cultura, las prácticas y las tradiciones particulares de cada grupo humano que hace uso de ellos. Es, en este proceso de "apropiación" social de la ciudad, que la cultura se materializa en los espacios urbanos en la medida en que éstos adquieren una connotación simbólica y se constituyen en parte de la memoria y del imaginario colectivo, de sus rasgos identitarios y, por extensión, en parte viva de su patrimonio cultural.

Hablamos así de la existencia de una identidad social, relacionada directamente con la ciudad, que evoluciona, se transforma y se reconfigura atendiendo al propio crecimiento y los cambios que ésta experimenta. En este sentido, podemos sostener que la relación entre la vida social y la ciudad tiene un vínculo bidireccional, en el que, por una parte, los cambios que sufre la ciudad influyen en los modos de vida y en las representaciones socioculturales que de ella se forman sus habitantes, los cuales a su vez, transforman a la propia ciudad y sus espacios asignándoles nuevos significados, que refuerzan o trastocan la identidad colectiva.

Desde este punto de vista, la cultura es tanto resultado del proceso de organización social del espacio (Alva y Aldrete, 2011: 13), como un factor que influye de manera directa en la configuración del territorio y en el diseño de los espacios urbano-arquitectónicos que habitamos. La identidad urbana se configura así, a través de las acciones que los individuos y las colectividades realizan en el espacio y que lo dotan de significados a través de los procesos de interacción social, mientras que, a través de la identificación simbólica de estos espacios, los individuos se reconocen desarrollando vínculos identitarios con los espacios urbanos que viven y socializan (Vidal y Pol, 2005: 283).

Es aquí donde reconocemos la importancia que tiene el espacio urbano en la definición y construcción de la identidad colectiva, es a través de la relación que los individuos establecen con él, que generan lazos de unión y afinidad con el resto de los individuos que conforman el grupo al que pertenecen, y que de igual manera se identifican con este conjunto de lugares compuestos tanto por espacios construidos con significación colectiva (mercados, templos, teatros, monumentos), como por espacios públicos abiertos que permiten la coexistencia (jardines, plazas, calles, paseos), e incluso zonas con rasgos de homogeneidad en donde predomina una imagen urbana que representa los valores estéticos, históricos y tradicionales de la comunidad (barrios tradicionales, centros históricos).

En conjunto, todos ellos, espacios abiertos y espacios construidos son en última instancia los componentes materiales de la ciudad, que perpetúan la historia propia del grupo y de su relación con el entorno, y que como tales, son la base fundamental de la identidad social a través de la cual un grupo se identifica con su entorno. Desde esta perspectiva, de ellos depende en buena medida el devenir histórico de la colectividad, en tanto que son generadores de un sentimiento de continuidad en el tiempo y de pertenencia transgeneracional, sensaciones básicas para la formación de la identidad social urbana.

En la medida que el grupo se sienta históricamente ligado a un determinado entorno, podrá desarrollar un sentimiento de pertenencia histórica al mismo, lo que a su vez lo diferenciará de otros grupos que no comparten este "pasado ambiental" (Valera, 1996: 7). Es decir que cuando un grupo se siente identificado con el entorno, los espacios que vive y la historia de éstos, desarrolla fuertes lazos de unión con ellos, que a su vez se manifiestan en lazos de unión entre los individuos del propio grupo, constituyendo su identidad social urbana.

Como señala Valera (1996: 16), cuando el espacio construido y el espacio urbano, rebasan la mera categoría del soporte físico de las actividades y generan un proceso de identificación con los individuos que los viven, se produce una apropiación simbólica de estos espacios, pues permiten a los individuos y grupos establecer una interacción dinámica con el entorno, apropiarse de él y establecer un sentimiento de pertenencia.

Con base en lo anterior podemos sostener que la relación entre la ciudad y la identidad social, constituye un vínculo estrecho, históricamente construido, que no sólo genera una compleja red de relaciones que permiten la irrupción de sentimientos colectivos de pertenencia -en constante cambio y construcción en la dimensión espacial-temporal-, sino que además se manifiesta, parafraseando a Bauman (2007), como fenómeno plástico, maleable y líquido, lo que les confiere características de mutabilidad e hibridación.

Este carácter mutable cobra particular relevancia en un contexto actual en el que el acelerado crecimiento de las ciudades, la multiplicación de los espacios metropolitanos y la conformación creciente de megaciudades, vinculados con las dinámicas de desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC's) ha modificado, al parecer, de manera irreversible no sólo la forma de ver el mundo y de relacionarnos con los "otros", conformada a lo largo de la modernidad industrial, sino que ha generado una nueva forma de entender y vivir los espacios públicos y la ciudad en su conjunto.

Una lectura atenta de esta realidad emergente, nos permite reconocer los continuos cambios formales y funcionales de la ciudad, la forma en que la vivimos y recorremos, y de las nuevas formas de socialización y apropiación de los espacios públicos, a partir de la construcción de espacios de convivencia colectiva, que se basan en inéditos patrones de consumo y apropiación de la ciudad, que terminan por modificar los vínculos identitarios establecidos históricamente con el espacio simbólico urbano, generando el surgimiento e hibridación de nuevas identidades.

Vemos así, que la masificación de las ciudades ha derivado en formas de relación difusa, en las que la colectividad se "rompe" en grupos diversos que no sólo ocupan de manera fragmentada el espacio urbano, sino que crean sus propios espacios de asociación y convivencia, y reformulan el carácter colectivo de los espacios tradicionales a partir de pautas de consumo elitizadas, procesos que se ven favorecidos por el desarrollo de las TIC's, cuyo uso masivo ha modificado la forma de relacionarnos socialmente con los "otros" a través del surgimiento y proliferación de las redes sociales virtuales, que permiten estar comunicados (incluso con audio y video), en tiempo real con cientos o miles de usuarios a la vez ubicados a lo ancho y largo del planeta.

A través de estos medios, muchas personas se conocen de manera "virtual", sin importar nacionalidad o idioma pues, la computadora, la tableta o el teléfono móvil son los medios de interacción con el "otro". Es en esta acción que el espacio público de la ciudad que por tradición era el lugar de reunión, encuentro e intercambio de las personas, y que se constituye en el espacio simbólico urbano, comienza a verse suplantado por el ciber-espacio perdiendo, al menos en parte, su representatividad social como medio de socialización y comunicación entre los ciudadanos.

En este sentido, la ciudad pierde parte de su principal función como espacio simbólico urbano que, de acuerdo con Valera, consiste en:

facilitar la génesis, consolidación y mantenimiento de la identidad social urbana de un grupo de individuos los cuales se perciben como asociados o pertenecientes a una determinada categoría urbana. La relación entre el espacio simbólico urbano y los individuos facilita el establecimiento de lazos afectivos o emocionales tanto con el propio espacio como con la categoría urbana que representa...a su vez, facilita un sentimiento de familiaridad con el entorno que deriva en un sentimiento de seguridad y control ambiental (Valera, 1996: 18-19).

La ciudad que configuran y nos venden hoy los medios de comunicación y la mercadotecnia inmobiliaria, es un lugar en el que no sólo se depreda el espacio público, sino que este se privatiza destruyendo tanto el patrimonio urbano-arquitectónico como la memoria y el imaginario colectivos. Así, hoy presenciamos el enaltecimiento del espacio privativo y la aparición de una realidad urbana fragmentada en la que el centro comercial sustituye a las plazas públicas como el gran concentrador de actividades y encuentro en la ciudad, y la autopista sustituye a la calle como lugar de encuentro por excelencia convirtiendo la movilidad en un desplazamiento fugaz entre el ocio y el consumo (Montaner y Muxí, 2011: 120).

 

Un acercamiento a nuestro caso de estudio.

El proceso de urbanización característico de la industrialización fordista, en el transcurso de casi tres cuartas partes del siglo XX supuso una transformación radical del espacio urbano conformado a lo largo del desarrollo de la historia del capitalismo, desde su fase mercantil del siglo XVI hasta la ciudad industrial de finales del siglo XIX.

Uno de los rasgos característicos de la llamada ciudad fordista, fue la generalización de los procesos de expansión de los centros urbanos como resultado del desplazamiento de las actividades industriales y de los espacios residenciales de distintos grupos socioeconómicos hacia los espacios suburbanos, dando lugar a la generalización de un proceso que ya desde el siglo XIX se presentaba en las realidades urbanas de diferentes partes del mundo, y que para inicios del siglo XX Patrick Geddes denominó conurbación (2009), refiriéndose a las aglomeraciones de ciudades en las regiones urbanas que se habían conformado en los países que sufrieron el influjo de la primera revolución industrial.

Este fenómeno de integración de diversos asentamientos humanos en torno a una ciudad central, implicaba no sólo la unión física entre ciudades de un entorno regional determinado, dando lugar a una nueva forma de urbanización por sus dimensiones espaciales y complejidad económica y funcional, sino que implicó la conformación de un espacio territorial que articuló realidades socioculturales propias del campo y la ciudad y reconfiguró las formas de vida de amplios grupos de población.

En el caso de México, la integración metropolitana de ciudades es un fenómeno que tendió a generalizarse a partir del proceso de industrialización del país iniciado en los años 40's del siglo XX, reproduciendo las dinámicas características de la metropolización fordista asociadas a los flujos migratorios del campo hacia la ciudad (Galantay, 1987), expansión periférica de las áreas urbanas continuas a partir de ejes carreteros, abandono residencial y deterioro de centros históricos, integración funcional de poblados rurales a la ciudad central, aparición de nuevas centralidades en los espacios de suburbanización, entre otras.

Aunque estas dinámicas supusieron un cambio significativo en los procesos de integración de la población inmigrante, desplazándola hacia las primeras periferias urbanas, en términos generales reprodujo los patrones de comportamiento tradicional de las ciudades de recepción, asumiendo como propios los espacios simbólicos de las áreas centrales, incluso a pesar de la aparición de nuevos espacios nodales de referencia colectiva, que en principio jugaron un papel fundamentalmente asociado al consumo doméstico, los centros históricos mantuvieron, como lo señala Carrión, una relación indisoluble con la identidad propia de la ciudad (2000: 181-184).

En este contexto, los poblados rurales que tendieron a integrarse a las dinámicas metropolitanas, conservaron en buena parte sus estructuras socio-espaciales tradicionales, y se vincularon con las ciudades centrales preservando no sólo la representatividad de los espacios simbólicos tradicionales de las comunidades originarias, sino incluso asumiendo como propio el acervo patrimonial intangible, plasmado en festividades, tradiciones y formas de uso de los espacios públicos.

A partir del último tercio del siglo XX, la reconfiguración económica a escala mundial, llevó a una redefinición del papel que, en las economías nacionales, jugaron los grandes conglomerados metropolitanos como nodos de articulación global, lo que implicó nuevos procesos de concentración demográfica que derivaron en dinámicas inéditas de expansión de las ciudades y llevaron a la conformación de regiones megalopolitanas, y a procesos de expansión que rompieron con la dicotomía entre rural urbano, construyendo un espacio urbano difuso en el que las nuevas centralidades terminaron por redibujar el escenario de referencia sociocultural de la población de estas aglomeraciones.

En este escenario podemos observar una reconfiguración socio-espacial de las aglomeraciones humanas; la metrópoli, integrada globalmente, ha generado el surgimiento de nuevas centralidades en el espacio territorial difuso que ocupa y las grandes zonas metropolitanas reconfiguran la cartografía urbana de vivienda, trabajo, consumo, ocio, y cultura. En este sentido podemos sostener que las actuales dinámicas urbanas generan nuevas modalidades de producción y organización del territorio y dan lugar a la redefinición de la forma, la estructura y las funciones de los espacios urbanos y sus contenidos (Ciccolella, 1999).

Hoy, la ciudad se reacondiciona en función de la lógica del consumo y los servicios terciarios superiores (Gestión de producción, ingeniería de proyectos, servicios informáticos, consultoría, servicios financieros, etc.); declinando su rol industrial y de ámbito vivencial, de encuentro y de sociabilidad, incrementando su función de espacio de valorización del capital (inversiones) y la competitividad (empresarial) en la que, la relación entre espacio público y espacio privado está para algunos, en crisis, y para otros, en transformación, llevando a que el Estado actúe como acondicionador y promotor del mismo según las necesidades del capital privado, el cual se convierte en el principal actor del proceso de producción y reorganización del espacio (Ciccolella, 1999).

En este escenario global, las metrópolis del México contemporáneo no son la excepción, y quizá el mejor ejemplo de ello, lo pueda dar la megalópolis de la ciudad de México que integra un enorme continuo urbano, con influencia sobre zonas metropolitanas como las de Puebla y Toluca, la cuarta y la quinta metrópolis más grandes a nivel nacional respectivamente (SEDESOL, 2007), en las que confluyen millones de historias y sucesos que día a día se entrelazan, ubicando a la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) como la segunda mayor aglomeración urbana de latinoamérica y la novena más poblada del mundo.

El caso de la Zona Metropolitana de Toluca (ZMT) es particularmente revelador del impacto que los procesos de reconfiguración territorial en el último tercio del siglo XX tuvieron en la reconfiguración identitaria de centros de población que se vieron afectados por los procesos de integración megalopolitana. Articulada funcionalmente a la ZMVM, esta aglomeración (ZMT), ha pasado de integrar a 4 municipios con una población de 351 mil habitantes en 1970 (Sobrino, 1994; INEGI, 1970), a alcanzar para el 2010, 1.93 millones de habitantes y extenderse a 15 municipios (INEGI, 2012).

Todos estos municipios, que para 1970 presentaban características predominantemente rurales, han observado una transformación radical tanto en su estructura socioeconómica, que ha pasado de ser fundamentalmente rural a ser dominantemente urbana, como en su estructura socio-espacial que ha visto extenderse el espacio urbano continuo y reconfigurarse sus centros históricos.

En este contexto Metepec, uno de los municipios integrantes de la ZMT desde su primera fase de metropolización, en el lapso de cuatro décadas experimentó una serie de cambios al interior de su territorio que terminaron por transformarlo de un municipio predominantemente agrícola y artesanal, a uno netamente urbano, ubicándolo, sólo por debajo de Toluca, como el municipio con mayor peso económico y demográfico en esta zona metropolitana (Aguilera y Corral, 1992).

El proceso de crecimiento urbano de Metepec, inicia en los años 60's del siglo pasado pero se desarrolla a partir de la década de los 70's con la consolidación del corredor industrial Toluca-Lerma, y el aeropuerto de la Cd. de Toluca en los 80's, cuando este municipio ocupó un lugar clave en el proceso de metropolización, llevando a una rápida incorporación de tierras agrícolas al desarrollo industrial y urbano (Aguilera y Corral, 1992: 173-178), presentándose en él la construcción masiva de colonias y unidades habitacionales de interés social que cubrieron las necesidades de vivienda requeridas por los trabajadores incorporados en el nuevo corredor industrial.

A partir de la década de los 90's, Metepec fue objeto de otras transformaciones socioespaciales derivadas del auge de la construcción de desarrollos habitacionales de interés medio y residencial, así como de la construcción de centros comerciales (Aguilera y Corral, 1992: 174), en torno a los cuales se consolidaron nuevas centralidades que reconfiguraron la estructura espacial del municipio y, de la mano de ella, los patrones de coexistencia colectiva tradicionales de la población municipal.

Producto de estos cambios, tenemos que para este 2013 la organización territorial del municipio de Metepec se ha transformado de manera sustancial pues, además de la cabecera municipal (integrada por los 6 barrios coloniales), 10 pueblos antiguos y los 12 fraccionamientos y unidades habitacionales que, en conjunto, constituían el sistema de asentamientos humanos hasta el año1974 (Balestra, 2004: 97-102), existen ya, un pueblo nuevo, 4 colonias agrícolas, 13 colonias urbanas, 22 fraccionamientos de interés social y medio, 5 fraccionamientos residenciales, 189 condominios, 33 condominios residenciales, 5 conjuntos urbanos y 7 unidades habitacionales, dando un total de 289 unidades urbanas (Bando Municipal de Metepec, 2013).

Esta dinámica de transformación territorial estuvo estrechamente asociada a un giro de la actividad agrícola a la de bienes y servicios en el corto lapso de cuatro décadas, y a un crecimiento demográfico que pasó de 31,724 habitantes en 1970 a 214,162 en el 2010, lo cual representa un crecimiento de 7 veces su tamaño en ese período, el doble presentado por el Estado de México en el mismo lapso (INEGI, 1970; 2010).

En este contexto de desmedido crecimiento poblacional encontramos que, para la década del 2000, Metepec se coloca a la delantera en inversiones y mercado inmobiliario (vivienda, comercio, servicios), además de equipamiento e infraestructura en la ZMT, que lo ubican como uno de los municipios con los más altos índices de desarrollo humano a nivel nacional (Gómez, 2011: 129). Como resultado de este proceso, Metepec adquirió una nueva estructura urbana y características socio-espaciales, que lo convierten en el mayor polo de desarrollo de la zona oriente de la ZMT, articulado directamente con las dinámicas de crecimiento y consolidación comercial y de servicios del poniente de la ciudad de México.

Todos estos cambios terminaron por darle a Metepec una nueva fisonomía, diferente a lo que tradicionalmente fue: un poblado de fuerte tradición agrícola y alfarera, convirtiéndose en un municipio de marcadas características urbanas. Observamos con ello, un municipio en cuyo territorio coexisten diversas realidades sociales, espaciales, económicas y culturales generadoras de cambios radicales en la forma, imagen y estructura de los espacios urbanos, que han terminado por darle nuevos rasgos a la identidad urbana de sus habitantes, entrelazando múltiples historias, contextos y significados al interior de esta ciudad mexicana.

 

A manera de conclusión:

En el análisis teórico que soporta este trabajo, hemos podido observar cómo, los diversos cambios que se han presentado en la ciudad y la realidad urbana a lo largo del último siglo, han impactado de manera definitiva no sólo la configuración formal-funcional de ésta sino, la manera en la que los usuarios y habitantes de la ciudad la perciben, viven y significan.

Estos procesos, han representado un complejo conjunto de cambios socio-espaciales que han sido abordados desde diversas perspectivas teóricas sobre la ciudad a lo largo de las diferentes etapas de reconfiguración espacial de los procesos productivos y de acumulación de capital (desde la ciudad paleoindustrial, pasando por su etapa fordista, hasta la ciudad posindustrial), que terminan posicionando a la ciudad, como parte de la actual etapa de globalización y como un producto más de ésta.

Estas interpretaciones teóricas permiten entender cómo los procesos identitarios que los habitantes de la ciudad, en lo individual, y los grupos sociales, como colectividad, desarrollan en relación con los espacios urbano-arquitectónicos que viven, son ampliamente diversos y están en continuo cambio y construcción, lo cual puede considerarse como unas de las principales características de estos procesos al interior de un mismo espacio urbano.

También podemos reconocer que la identidad urbana se constituye en un elemento fundamental para el estudio y comprensión de la realidad social territorial actual, en tanto que el estudio del espacio urbano y la apropiación simbólica que de él hacen sus usuarios permite entender la manera en la que los individuos y las colectividades hacen ciudad y construyen su ciudadanía, además de posibilitar la comprensión de las problemáticas que actualmente enfrentan nuestras metrópolis.

Teniendo como un ejemplo representativo el caso de la ZMT, podemos considerar que la realidad metropolitana conjuga actualmente referentes urbanos con diversa carga simbólica y significados para sus habitantes. En una primera aproximación, desde la perspectiva identitaria, podemos distinguir a dos grupos sociales como actores fundamentales de la realidad sociocultural del municipio de Metepec: por un lado la población oriunda y por otro, los nuevos sectores de población inmigrante que han encontrado acomodo en su territorio.

En este escenario, coexisten dos universos identitarios que interactúan y ejercen una influencia mutual, el representado por los patrones de comportamiento y los elementos simbólicos característicos de la cultura tradicional construida a lo largo de la historia de este municipio, y el otro encarnado por toda la variada oferta inmobiliaria, de bienes, comercio y servicios terciarios superiores desarrollados en su territorio para atraer nuevos sectores de población, y que de manera clara, queda ejemplificado por el acelerado crecimiento de la vivienda en el municipio en las últimas dos décadas en las cuales casi se ha duplicado su número, pasando de las 28,500 a poco más de 53,500 viviendas.

Este crecimiento del parque habitacional, que en un 85 % está constituido por viviendas unifamiliares, aisladas, con patrones de ocupación de muy baja densidad, ha implicado la incorporación de una enorme cantidad de suelo agrícola al proceso de urbanización, así como la construcción de infraestructura para la dotación de servicios a las mismas y recursos naturales (agua) y energéticos para servir, abastecer y mover a este enorme, disperso y fragmentado espacio urbano del suroriente de la ZMT.

En este escenario, podemos observar los grandes cambios urbanos y poblacionales que ha tenido la ZMT pero particularmente, el municipio de Metepec, el cual, termina por ser después de Toluca, el que más crecimiento demográfico ha presentado en los últimos 40 años, hoy es el municipio de la ZMT con mayores índices de desarrollo humano (Gómez, 2011) y el que más inversiones, oferta inmobiliaria, bienes y servicios ofrece para una población de medianos y altos ingresos, situación que generó un proceso de transformación y continua reconfiguración de la identidad sociocultural local, la cual ha entrado en un proceso de hibridación que combina los patrones de relación comunitaria tradicional con nuevas formas de relación y consumo, y separa a la población en dos agentes fundamentales diferenciados, unos como practicantes y exhibidores de las tradiciones locales, y otros como consumidor y espectador de esas tradiciones, unos como actores sociales del espacio colectivo, otros como encarnación de modelos de consumo privatizadores de éste.

Este conjunto de procesos de cambio en el comportamiento socio-espacial es una muestra de las nuevas formas de socialización y uso del espacio urbano que caracterizan las primeras décadas del siglo XXI, de patrones de comportamiento identitario de apropiación de la ciudad que desencadenan nuevos retos y desafíos para la construcción de las ciudades, y para la práctica urbano-arquitectónica y la teoría urbanística que reclaman un replanteamiento de los principios prácticos y conceptuales desarrollados en el siglo XX, y que hoy se nos presentan como obsoletos y superados por la complejidad de la realidad (Montaner y Muxí, 2011: 211).

En este contexto emergente, el debate teórico y la práctica urbano-arquitectónica deben emerger como una voz crítica ante el actual escenario de consumo globalizado prevaleciente, generador de una ciudad polarizada y excluyente, en el que son muchas las realidades que coexisten de manera contradictoria al interior de nuestras ciudades. Abogamos por el desarrollo de trabajos de investigación que analicen y expliquen la forma en la cual irrumpen los procesos globales en un micro-escenario local y a la vez, den luz sobre los efectos que estos procesos, de cambio socio-espacial, tienen sobre la población.

 

Agradecimientos

Al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) por la beca otorgada para la realización de estudios de doctorado, de cuya investigación de grado se desprende el presente artículo.

 

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