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Nova scientia

versión On-line ISSN 2007-0705

Nova scientia vol.2 no.4 León oct. 2010

 

Ciencias Humanas y Sociales

 

La Historia como conocimiento instrumental. Reflexiones en torno al concepto de Historia en nuestro país

 

Living a New Historical Science

 

Mariano E. Torres Bautista

 

Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. México. E-Mail: mariano.torres@gmail.com

 

Recepción: 27-07-09 
Aceptación: 02-03-10

 

Resumen

Este artículo propone un concepto actualizado de lo que se puede considerar como conocimiento histórico. Se trata de un planteamiento acerca del papel del estudio del pasado no como simple remembranza romántica, mas bien como una forma de conocimiento de lo social susceptible de convertirse en herramienta o instrumento de análisis accesible a todos, un lenguaje que permite dialogar con los hombres del pasado para comprender mejor los antecedentes de la realidad contemporánea.

Palabras claves: Historia concepto, conocimiento histórico, enseñanza historia, diálogo con el pasado.

 

Abstract

This article proposes that an updated concept of what can be considered as historical knowledge. History could be a study about the past not as a simple romantic rememorize, but rather than a way of knowing a language that allows dialogue with men from the past in order to understand the background of contemporary reality, and a social analysis tool available for everybody.

Keywords: History Concept, historical knowledge, teaching History, past dialogue.

 

Introducción

Esta comunicación busca llamar la atención sobre un problema recurrente que parte desde la manera en que se lleva a cabo la enseñanza de la Historia en México. El concepto predominante de lo que se entiende por este tipo de conocimiento de lo social, como "estudio del pasado" o simplemente como "Historia Nacional", es de la mayor relevancia en cuanto a la percepción que de esta disciplina se tiene en el país y su función como parte del conocimiento y experiencia colectiva aprovechable.

Presentamos primero una apretada síntesis de lo que en los medios especializados se utiliza actualmente como concepto de Historia. En un segundo momento pasaremos a la crítica de la visión generalizada acerca del significado y los contenidos de esta disciplina. En tercer lugar, iniciaremos la argumentación en torno a la importancia y aplicabilidad de esta forma de conocimiento de lo social. En cuarto lugar haremos nuestro planteamiento acerca del papel del estudio del pasado sobre la construcción social. A este apartado seguirá propiamente nuestra perspectiva de los estudios históricos, su valorización como herramienta o instrumento de análisis accesible a todos aunque su evolución y la afinación del instrumento sea tarea de los historiadores en las diferentes ramas, cultural, social, de las mentalidades o de los eventos económicos. Finalmente, haremos un comentario acerca de los frutos producidos y esperados de la aplicación del análisis histórico a los estudios organizacionales, hasta ahora avanzados solo en la aplicación de los métodos de la Sociología. Evidentemente, presentamos aquí simplemente una construcción provisional que puede ser demolida en cualquier momento bajo los embates de la crítica.

 

HACIA UNA NUEVA DEFINICIÓN

Para quienes fuimos formados en el marco de un concepto de Historia teniendo como lecturas la compilación de conferencias del Profesor Británico Edward Hallet CARR (1989); las notas escritas durante la prisión nazi del insigne historiador francés Marc BLOCH (1967) y más aún, en la reunión de los ensayos del profesor Lucien FEBVRE (1970) y la obra clásica del filósofo Adam SCHAFF (1985), parecería banal un discurso que pretendiese una redefinición de lo que se puede considerar como Historia o genéricamente como conocimiento histórico; más aún si recordamos que el grueso del debate siguió más bien el duelo frontal por la cuestión de si aún era susceptible de considerarse o no como una ciencia humana. A este escenario se sumó el problema del gradual declive del paradigma del materialismo histórico durante la década de los ochenta (Le Goff, 1988) Pretender en este momento definiciones nuevas parecería doblemente temerario.

Por supuesto, no es nuestra intención retomar aquel debate que ya cumplió su ciclo vital y que llegó a una especie de tregua permanente por agotamiento de muchos de los contendientes. Se llegó entonces a considerar la fórmula que planteaba a la Historia como un "conocimiento basado sobre bases científicas", especie de eufemismo ante el derrumbe en términos científicos del concepto aristotélico de "verdad" (Aaron, 1984). Así mismo, este concepto, vale la pena enfatizarlo, comenzó a ser utilizado desde algún tiempo anterior a la caída del muro de Berlín, momento simbólico del colapso no sólo del imperio soviético, sino aún del materialismo histórico como paradigma en los estudios sobre el pasado.

Sin embargo, no queremos morir en el intento de tratar de mostrar un punto de vista alternativo, producto de un conjunto de experiencias y discusiones que inducen a desarrollar una nueva síntesis.

Y es que, tal y como anotamos en el título, estamos convencidos de que un acuerdo acerca de lo que podemos entender como Historia o conocimiento histórico, es fundamental para explicar nuestro entorno social, aprovechando cabalmente los vestigios de las experiencias humanas que nos precedieron.

Pero no queremos entrar aún a la exposición de nuestra propuesta sin hacer el balance necesario acerca de la visión predominante que de manera inexplicable sigue permeando todos los ámbitos del quehacer social, creando un malentendido y hasta reacciones de aversión entre el público joven de educandos, y que representa además un verdadero estorbo en el desarrollo de nuestros estudios sociales.

 

UNA CRÍTICA NECESARIA A LO QUE YA NO ES NECESARIO

Uno de los problemas más difíciles que enfrenta el desarrollo de los estudios históricos en nuestro país es justamente desprenderse de aquello que le dio tanta relevancia como disciplina académica durante los dos siglos anteriores. Me refiero al perfil cívico del conocimiento histórico, carácter del que se siguen ocupando la enseñanza básica y media de manera oficial. Evidentemente, esta construcción de un pasado común, con su panteón de héroes, efemérides y demás simbología y hasta mitología, fue una necesidad típicamente decimonónica; es un fenómeno mundial o por lo menos occidental. Y es que, en el caso de México, la formulación de su Historia patria fue uno de los componentes que más contribuyeron en la difícil construcción de la nación y sentimientos nacionalistas dentro del nuevo Estado Soberano surgido del colapso del Imperio Español, enmarcado en una azarosa trayectoria de la que solo subsistiría un trozo del enorme reino de la Nueva España.

El proceso seguido en la formulación de la historia de bronce a la mexicana, compartió muchas de las características de las construcciones históricas de este tipo, fundamentalmente el estar imbuida en una obligada mitología, entre muchos otros rasgos.

Dentro del análisis somero de esa mitología podemos mencionar ideas tales como la de la existencia de un "México a través de los siglos", idea equívoca sobre la existencia plurisecular de un país que en realidad comienza su existencia únicamente a partir de 1821. En el mismo orden de ideas tenemos planteamientos como el de ser una nación mestiza, el crisol de una raza cósmica. Esta formulación en particular tuvo la virtud de socializar el principio acerca de la universalidad de derechos entre los habitantes del país. Sin embargo, y sin negar la validez de las conquistas alcanzadas, vemos como hoy en día se ha resquebrajado totalmente la idea y dentro del país existen tendencias que se ocupan en reclamar su diversidad y multiculturalidad. Igualmente, se concibió dentro de esta construcción histórica el concepto de una trayectoria temporal perfectamente lineal que partió de la antigua cultura olmeca, para llegar hasta la azteca, cuyo "imperio"1 fuese sometido al poder español. Enseguida se produjo también todo un tinglado a partir de una idea de liberación de ese ente ajeno que era España, como si el mestizaje, la cristianización el surgimiento de la nueva cultura en el continente y el uso de la lengua castellana hubiesen desaparecido al romper con el gobierno de la monarquía ibérica, y el nuevo Estado soberano no hubiese permanecido libre totalmente de cualquier esfera de influencia. Así mismo, podemos mencionar la idea de un liberalismo triunfante con sus instituciones y personajes sagrados, que sin embargo fueran pervertidos durante una brutal dictadura. Consecuentemente, aquella terminó provocando la rebelión popular de la que, al cabo otra vez de una heroica lucha, emanaran los gobiernos revolucionarios.2

Insistimos en que, si bien ese conocimiento tuvo un destacado papel en la difícil conformación de una nación como la mexicana e hizo necesaria la dedicación de muchas horas y el trabajo de maestros de escuela en el sistema de educación básico oficializado para enseñar ese pasado; actualmente no tiene prácticamente ningún sentido, y menos para una niñez y juventud a la que cada vez es más familiar el hecho de tener que emigrar para subsistir. Sin embargo, no está de más recordar las reacciones desatadas cada vez que se han tocado los planes y programas de estudio. Pero queremos llamar la atención sobre la manera en que se llegó a virulentas discusiones, como a principios de los setenta o más recientemente durante el último régimen del Priato. Para algunos ámbitos de decisión en torno al sinsentido de un conocimiento que estaba provocando altos índices de reprobación, éste se resolvía acortando periodos, ya sea suprimiendo la época prehispánica o incluso dando como fecha de inicio de la historia nacional el movimiento de reforma liberal en una de su fechas más simbólicos como es el año de 1857. Al respecto vimos como personajes como Carlos Monsiváis o Elena Poniatowska trataron ineficazmente de defender la necesidad de enseñar el periodo prehispánico al exponer sólo argumentos románticos y sobrestimando su prestigio personal.

Es imperativo no perder de vista que el problema de la historia cívica no solo se circunscribe a una lenta declinación por la herrumbre de la construcción; es más grave cuando se vuelve inoperante y hasta un estorbo. Hablamos del efecto nocivo palpable cuando impide la comprensión del pasado, por lo cada vez más inverosímil de sus planteamientos. Igualmente perversa es la inercia que podemos encontrar en diversos estudios que por desconocimiento o por pereza intelectual utilizan la efemérides de eventos cívicos para temas como la historia de la educación (Meneses, 1998) o de la filosofía y casi siempre que se quiere hacer historia mexicana de algo. Solo han escapado a esta funesta inercia las monografías de temas regionales que en aras de la particularidad plantean una periodización específica (Florescano, 1992).

Cabría entonces retomar la pregunta del título de otro volumen muy difundido a partir de 1982, y que retomamos continuamente: ¿Historia para qué? (Villoro, 1982).

 

EL PROBLEMA DE LA MEMORIA Y EL OLVIDO

En primer lugar, tenemos que traer a cuenta algo que es lugar común entre los historiadores de todo el mundo. Sabemos que toda experiencia y creación humana, aunque parezcamos también fatalistas, tiende inexorablemente al olvido por razones evidentes y muy simples. Es por eso que también de continuo aparece la necesidad de llevar a cabo la construcción de la memoria y no por lo que pudiesen parecer razones románticas y hasta metafísicas de considerar a la Historia como "maestra de la vida" o un sagrado catálogo de errores a evitar, sino a nuestro juicio por razones operativas de mayor amplitud. La memoria es necesaria como operador de la dinámica social por su papel de registro y referencia del proceder colectivo.

La sociedad opera a partir de una memoria colectiva que por antonomasia ha sido selectiva y de cuya selección depende gran parte de su estado y conformación. Provocadoramente agregaríamos que del grado de satisfacción de los miembros de una sociedad con su sistema e instituciones de gobierno depende la eficacia de su funcionamiento y su dinámica colectiva. Tenemos entonces como una de las funciones sustantivas del quehacer histórico el rescate de la experiencia humana. Es esta una de las razones primordiales del desarrollo de la memoria social, mantener vivas en lo posible las realizaciones colectivas y los beneficios de estas, ya sean de carácter técnico, científico, cultural, artístico; en una palabra, todo tipo de creación y obra humana.

También sabemos que es justamente el historiador el profesionista encargado del establecimiento del hecho histórico. Esa operación intelectual de identificación de elementos significativos para construir la memoria debe pasar por un proceso de validación social, de valorización colectiva que confirme el rescate de tal memoria. Es lo que en su momento realizaron Vicente Rivapalacio y el propio Justo Sierra con los textos, por ejemplo, de los historiadores de la independencia y de todas las épocas que consideraron. El proceso de consolidación de una historia patria para un país como el nuestro es mucho muy complejo y no podríamos agotar su análisis en este momento ya que implica no solo la cuestión historiográfica propiamente dicha sino sobre todo al proceso de desarrollo de un régimen con la capacidad de gestión de un sistema educativo que logró imponerlo al resto de las facciones sociales.

 

LA COMPRENSIÓN DE LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL

El proceso de identificación, valorización y rescate de los eventos considerables como significativos no es un acto puramente voluntarista. Ante todo, se trata de un esfuerzo que parte de una necesidad de explicación, en el sentido científico, de las manifestaciones sociales con repercusión sobre nuestra contemporaneidad. Por supuesto, este trabajo intelectual sabemos que es necesariamente interdisciplinario, considerando al análisis histórico como el elemento explicativo e hilo conductor en el espacio y el tiempo. Decimos que el establecimiento de hechos durante el rescate de la memoria no es un acto voluntarista porque indudablemente la reconstrucción hecha por el historiador no puede ser de ninguna manera individual.

Uno de los principales requisitos a cumplir una vez elaborado por el historiador, es que la construcción debe configurarse aceptablemente por la comunidad; es sin lugar a dudas también un acto social. El valor revelador del conocimiento histórico radica en sus posibilidades de resolución a interrogantes, ese es el factor que lo hace operativo e inteligible.

Así mismo, siguiendo a Jacques Derrida (2005), consideramos que, contrario a la idea aristotélica de verdad absoluta, las verdades se articulan subjetivamente, es decir, según el contexto y las necesidades de explicación. Asumimos igualmente el concepto científico de subjetividad, que no se relaciona epistemológicamente con la acepción de subjetividad como acto manipulador. Antes que nada el criterio de subjetividad se rige como un reconocimiento a la imposibilidad de una construcción neutra y de valor universal, poco apegado a la idea cartesiana de verdad científica única.

 

EL VALOR INSTRUMENTAL DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO

Al tratar de abundar nuevamente sobre el planteamiento inicial respecto a una definición inteligible de lo que es la Historia queremos llamar la atención respecto a uno de los caracteres funcionales del conocimiento histórico. Nos referimos a su papel como lenguaje, como medio interlocutor con el pasado. A decir verdad, esta es la manera en que ha funcionado siempre pero cuya función no se ha reivindicado convenientemente. Sabemos que en los procesos de formación básica y media, se pone énfasis en el conocimiento de lenguajes del educando, como vía para potenciar su desarrollo individual y las habilidades que le permitirán interrelacionarse y subsistir en el complejo concierto social. Los lenguajes básicos en estos niveles de enseñanza aprendizaje son harto conocidos: la lengua española, -por las trayectorias de los procesos de globalización, también uno o más lenguajes extranjeros- el lenguaje matemático, y el de la computación. Al mencionar estos últimos nos preguntamos: ¿Por que son considerables como lenguajes estas variantes del conocimiento? Básicamente por que cumplen el requisito de ser un medio de representación simbólica articulados, es decir, son susceptibles de establecer una relación entre locutor, alguien que representa la realidad, y oyente, aquel que la recrea según le es presentada.

Entonces, ¿de qué manera el conocimiento histórico es susceptible de cumplir ese requisito? Al respecto no basta con acotar nuestra convicción de que la Historia es un lenguaje que permite establecer un diálogo con el pasado para hacerlo inteligible y susceptible de comprensión de acuerdo a nuestras necesidades y problemática contemporánea. Es imprescindible echar mano de todos los atributos de este conocimiento para asimilarlo con propiedad en el concepto así expresado.

En primer lugar retomaríamos el problema acerca de lo que no es la Historia y que por su equivoco dificulta su concepción y operatividad como lenguaje. Es decir, hablamos del problema de que en México comúnmente por Historia se entiende más a las efemérides del ritual cívico que al estudio retrospectivo, sistemático e interdisciplinario de la experiencia humana. Y si, como mencionamos antes, ese panteón de víctimas convertidos en héroes y desgracias convertidas en hechos heroicos carecen de sentido para los jóvenes actualmente, esto se convierte en una especie de aversión que impone barreras a la comprensión de nuestra trayectoria histórica, ya no digamos a la posibilidad de servirse de la Historia como de una herramienta analítica de uso cotidiano para todos. Con esto no queremos decir que todos tengamos la formación de historiadores y la obligación de escribir la Historia, sino que todos estarían en la capacidad de hacerse de un recurso de comprensión inteligente de todo el entorno social, espacial y temporal inmediato. En este contexto, por ejemplo, un periodista escribiría distinto, un planificador urbano sería más respetuoso y hasta un policía vería con otros ojos el barrio bajo su custodia.

En segundo lugar, apuntaríamos hacia lo que si se puede considerar como Historia, al hecho de que la comprensión del pasado implica reconstruir escenarios, componentes, sujetos, relaciones, mentalidades, etc. Sin embargo, muchas veces no se atiende al problema de que todos esos atributos del fenómeno social se encuentran imbuidos por su propia historicidad, entendida ésta como aquella realidad cargada de la atmósfera que muchas veces escapa al público común y a otro tipo de investigadores sociales cuando se olvida el factor de la temporalidad. Por ejemplo, algo muy usual en la llamada novela histórica, donde la capacidad creadora del autor descuida el hecho irrefutable de que está tratando con hombres de otro tiempo, que se formaron, alimentaron, creyeron y pensaron siempre de manera diferente. O aquellos hechos que siguen provocando polémica, como tratar de enjuiciar actores sociales como la Malinche, con apelativos de heroína o traidora. Aunque nos parezca evidente que las sociedades anteriores a nosotros deben de reconstruirse a partir de los caracteres que le son propios, a juzgar por el concepto que de Historia tiene la mayoría de la población en nuestro país, esta realidad que parece evidente no se verifica.

Entonces por conocimiento histórico vamos a entender, usando la fórmula de Marc BLOCH (1967), aquel bagaje metodológico que permite comprender el presente por el pasado y el pasado por el presente, al que agregaríamos: estableciendo un lenguaje articulado, visual, dotado de todos los componentes extra-lingüísticos identificables que hacen inteligible la trayectoria y experiencias humanas.

 

EL EJEMPLO DE LOS ESTUDIOS ORGANIZACIONALES

La historia de familias empresariales, algo que he hecho desde hace más de veinte años, es el campo favorito donde el análisis histórico nos muestra sus bondades dentro de los estudios organizacionales. ¿De que manera se podrían estudiar mejor los procesos de traspaso generacional, selección de directivos, reacción ante el contexto político-social local y global, herencia e innovación en procedimientos; origen, desarrollo y mutación de la consabida cultura e identidad empresarial, si no es a través de la interrogación del pasado de la empresa, rescate de vestigios, testimonios, en fin, de todo aquello que hemos considerado como diálogo con el pasado?

Los campos de posibilidades son tan vastos como las estrategias desarrolladas por las empresas y los enfoques que para el estudio de cada una desarrolle el investigador. Uno de los campos más fructíferos ha resultado el estudio de los grupos empresariales, de las redes y vínculos formales e informales entre entidades similares o jerarquizadas, institucionales o personales. Esto no significa confundir estudios organizacionales con aquello que es un aspecto particular de la historia económica: el estudio de elites. Este ámbito se justifica sólo por su valor explicativo para entender la dinámica económica3, sin perder de vista que el fenómeno central en este caso serán las características de la organización y los directivos como ente fundamental.

La Historia no es sólo medio de comunicación con el pasado e instrumento de análisis, también es un método de estudio que, como señalara el gran historiador del empresariado SCHUMPETER (2002):

La historia general (social, política y cultural), la historia económica y, más en particular la historia industrial, no sólo son indispensables, sino que en realidad son los colaboradores más importantes para la comprensión de nuestro problema. Todos los demás materiales y métodos, estadísticos y teóricos, sólo le están subordinados y sin ellos son peor que inútiles (p.8).

Esta confluencia entre estudios históricos e investigación en teoría económica ha generado otro campo de indiscutible interés dentro de los estudios organizacionales, el llamado estudio de la economía evolutiva. Aunque para algunos autores el florecimiento de este campo está relacionado con el interés y énfasis actual en los procesos de innovación (Díaz, 2007) también se han generado aportes valiosos al conocimiento a partir del estudio del declive de países tan importantes como la Gran Bretaña a partir del estudio de las salidas torrenciales de capital en épocas consideradas de auge, a partir de innumerables compañías que colocaron sus fondos por todo el mundo (Wilkins, 1998).

En el mismo orden de ideas se puede decir que la preocupación por explicar los hechos económicos, como es el ejemplo citado del lento declive de la economía británica y otros, comparte igualmente intereses con el análisis del cambio dinámico o cuestiones de sumo interés del estudio organizacional como es el de la llamada economía institucional. Sin embargo, también es cierto que existen quejas de especialistas en el sentido de la casi desconexión entre el estudio de la organización de empresas, de las mutaciones y estrategias del empresariado y la teoría económica e historia empresarial, como si se tachara de empiristas a los estudiosos de las organizaciones ocupados en sus investigaciones de casos (Díaz, 2007). Evidentemente, no es con reproches como se puede solventar esa distancia, sino que será la afinación de los instrumentos de análisis de los estudiosos de las organizaciones, la valorización de los vestigios rescatados, la memoria reconstruida sobre las experiencias en casos o corporaciones empresariales, lo que llevará a reforzar hipótesis, presupuestos teóricos y su operacionalización. En otras palabras, el estudio de empresas desde la perspectiva organizacional, deberá rebasar su noviciado y pasar de la descripción del o los casos, a la sistematización de experiencias y conceptualización de la fenomenología; del aparato erudito a la síntesis explicativa y avance causal sobre las regularidades que se comienzan a percibir. El uso casi exclusivo de encuestas, cuestionarios y entrevistas a empresas actuales parece haber llegado al límite de sus potencialidades. Se hace necesario interrogar, entrevistar ahora, no sólo a los antecedentes, al pasado de las organizaciones en cuestión, sino al entorno que las generó y al fenómeno social del cual forman parte, con el que comparten y del que dependen sus antecedentes. No se trata de negar las bondades del método sociológico que se ha privilegiado, sino de enriquecerlo en perspectiva interdisciplinaria con un análisis causal de mayor dimensión. Un buen ejemplo también sería la indagación sobre los problemas enfrentados en las diferentes carreras empresariales los cuales se pueden entender mejor analizando lugares comunes en los orígenes, en los caracteres fundadores de diversas entidades.

Por supuesto, la recomendación iría en ambos sentidos. También para quienes hacemos historia empresarial, el enfoque del estudio de las organizaciones es sin duda enriquecedor. Me atrevería a decir que se ha hecho entre algunos colegas de manera tal vez parcial e inconciente, por lo que valdría la pena entonces aprovechar íntegramente el aparato metodológico, así como las regularidades detectadas en la resolución de problemas iniciales de establecimiento y consolidación de empresas.

Otra vez, Pablo DÍAZ MORLÁN nos sugiere lo siguiente:

"Por poner un único ejemplo, podría sernos de gran utilidad el conocer algunos estudios que han logrado establecer una serie de pasos más o menos comunes a toda carrera empresarial, incluida la forma en que una persona inicia su andadura en los negocios y la manera en que la abandona (...) Recíprocamente, podríamos servir como campo de pruebas y origen de ideas del área de organización de empresas si intentáramos comprobar si existen o no en nuestros empresarios históricos algo parecido a una carrera empresarial típica." (2007, p.27).

Aunque compartimos buena parte de sus planteamientos, e incluso la mayor parte de la propuesta citada, es evidente que "una carrera empresarial típica" es una de las vías más erróneas para intentar una generalización sobre la historia de los empresarios como actor social; sería tanto como encontrar la piedra filosofal a la que aspiran los promotores de la cultura empresarial y los organismos en boga denominados "incubadoras de empresas". Si vale de algo nuestra experiencia, podemos decir que existe una cultura empresarial transmitida por la vía familiar, así como una especie de "generación espontánea" de empresarios a partir de actitudes excéntricas, individuos con comportamientos que se desprenden de las convenciones sociales predominantes, combinando sus esfuerzos con circunstancias favorables, aunque luego de alcanzado un estatus se revierta la tendencia hacia la búsqueda del prestigio y del reconocimiento social.

Para el caso específicamente mexicano, país donde casi por definición existen las empresas de carácter familiar y la cultura de la empresa gerencial a la americana o del empresariado corporativo son prácticamente inexistentes, no es de esperarse investigación de frontera en el ámbito de la historia de empresas y de organizaciones empresariales.

 

Conclusiones

Evidentemente, para nosotros el conocimiento histórico no es esa especie de filosofía, de amor al conocimiento del pasado como ocurre en buena parte de los casos de aquellos que optamos por la formación profesional de la Historia. Mucho menos es aquello que ha privado en los planes y programas oficiales de enseñanza pública, la historia cívica de los héroes y la mitología nacionalista tan necesaria en el siglo XIX pero que raya en lo grotesco en la actualidad.

El conocimiento histórico debe entenderse como un atributo o patrimonio intelectual común, una herramienta afinada por la investigación histórica al alcance de todos que posibilite la comprensión de nuestro entorno, del que reivindicamos su papel instrumental y como lenguaje capaz de permitir el diálogo con el pasado, de darnos respuestas sobre la los orígenes y las causas de la configuración de nuestro entorno, es entonces fuente de enriquecimiento de nuestra memoria con conocimientos significativos y no sólo con nombres y fechas.

 

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Notas

1 Evidentemente, el término "Imperio" es netamente occidental y no corresponde a la estructura de los altépetl indígenas, centros de población y territorio gobernados por un dignatario que, dependiendo del compromiso determinado luego del enfrentamiento y pacificación con el gran altépetl de Tenochtitlan, mantenían una vinculación forzosa pero finalmente autónoma en diferentes gradaciones.

2 A esta idea contribuyeron fundamentalmente los trabajos dirigidos por Daniel COSÍO VILLEGAS en su Historia Moderna de México, (1955) México, Ed. Hermes, 7 vols. y Jesús SILVA HERZOG y su Breve historia de la revolución mexicana. México, FCE, 2 vols. varias eds.

3 Esta es una advertencia hecha por el insigne historiador Joseph FONTANA, (1982) Historia. Análisis del pasado y proyecto social. Barcelona, Ed. Crítica. (Citado por DIAZ MORLÁN, Pablo.( 2007) "Teoría e Historia empresarial: un estado de la cuestión." En BASAVE KUNHARDT, Jorge y HERNÁNDEZ ROMO Marcela (Coordinadores) (2007) México, Plaza y Valdés Eds., p 23.

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