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En-claves del pensamiento

versión On-line ISSN 2594-1100versión impresa ISSN 1870-879X

En-clav. pen vol.15 no.30 México jul./dic. 2021  Epub 03-Nov-2021

https://doi.org/10.46530/ecdp.v0i30.452 

Artículos

El sentido indirecto. Husserl y Saussure en el fondo de la filosofía del lenguaje de Merleau-Ponty

The Indirect Meaning. Husserl and Saussure in the Background of Merleau-Ponty’s Philosophy of Language

Gabriel Jiménez Tavira* 

Davide Eugenio Daturi** 

*Universidad Autónoma del Estado de México. Correo electrónico: esceptico-2016@hotmail.com

**Universidad Autónoma del Estado de México. Correo electrónico: daturidavide@gmail.com


Resumen

El presente artículo da cuenta de la fenomenología de lenguaje de Merleau-Ponty, tomando como punto de partida el modelo genético e intuitivo de Edmund Husserl y el modelo dialectico (diacrítico) de Ferdinand de Saussure. A lo largo del texto, se describe la evolución y apropiación de estos dos enfoques, con el objeto de dar algunas respuestas a los siguientes problemas concernientes a la filosofía del lenguaje: el estatuto ontológico del lenguaje, la estructura que subyace a los actos de significación, la unidad del sentido (su esencia) entendida como coexistencia -y no como entidad significativa-. Por último, se discute el enfoque diacrítico en el marco de una ontología negativa, concibiendo el sentido en los márgenes de la expresión, como un sentido indirecto y salvaje, es decir, como un acto de expresión no posicional.

Palabras clave: Merleau-Ponty; filosofía del lenguaje; Husserl; Saussure; ser salvaje

Abstract

This paper gives an account of Merleau-Ponty’s phenomenology of language, beginning with the genetic and intuitive model of Edmund Husserl and the dialectical (diacritical) model of Ferdinand de Saussure. Throughout the text, the evolution and appropriation of these two approaches is described, in order to give some answers to the following problems concerning the philosophy of language: the ontological status of language, the structure that underlies the acts of signification, the unity of meaning (its essence) understood as coexistence-and not as a significant entity. Finally, the diacritical approach is discussed within the framework of a negative ontology, conceiving the meaning at the margins of the expression, as an indirect and sauvage meaning, that is, as an act of non-positional expression.

Keywords: Merleau-Ponty; Philosophy of Lenguage; Husserl; Saussure; sauvage being

Introducción

Los análisis filosóficos de Merleau-Ponty en torno al lenguaje son un referente para comprender la recepción conjunta de la fenomenología y la lingüística en Francia. Forman parte de un momento en que el filósofo confronta el psicologismo y el intelectualismo decimonónico; por lo que, tanto la obra escrita como los cursos publicados, son un vivo testimonio del tránsito hacia una filosofía renovada y, por así decir, combativa del sueño universalista y determinista de los modernos.

Aunque su interés sobre el lenguaje fue cobrando centralidad alrededor de los años cincuenta, Merleau-Ponty nunca desarrolló una teoría filosófica del significado, ni fue su intención establecer un dogmatismo de escuela. Su aporte es significativo porque se orienta al aspecto ontológico del lenguaje, mediante una reflexión multifacética y porque pone en contacto las disciplinas más dispares: la psicología, la lingüística, la gramática, la fenomenología, etcétera. Esta filosofía del lenguaje encuentra su inspiración en dos figuras clave del pensamiento occidental del siglo XX, Edmund Husserl y Ferdinand de Saussure, quienes establecieron las bases por un lado de la fenomenología y, por el otro, de la lingüística contemporánea. Ambos desarrollan una concepción del lenguaje que discute tanto las condiciones que le dan origen y unidad (aspecto genético), como aquello que permite descifrar su naturaleza variable y cambiante (su aspecto dialéctico). La recepción merleau-pontiana de estos dos aspectos, genético y dialéctico, constituyen la clave de interpretación fenomenológica del lenguaje como una estructura en flujo, a contrapelo de una suerte de desajuste fundamental que impide el acceso inmediato a la identidad fenomenológica del significado o sentido del lenguaje.

El desarrollo de este artículo comienza por poner en contacto las dos fuentes de inspiración más importantes de Merleau-Ponty: Husserl y Saussure, tomando como eje temático la posibilidad de un sistema universal de lenguaje. En la segunda parte tomaremos la lectura de estas dos cosmovisiones del lenguaje con las que Merleau-Ponty construye su propia imagen del problema. Finalmente, en la tercera y última parte revisaremos las consecuencias y alcances de su filosofía del lenguaje, caracterizada por establecer una cosmovisión de la palabra, mediante la puesta en marcha de una intuición especial, que concibe la esencia del lenguaje en estado salvaje, cuyos armónicos aparecen en el marco de una ontología indirecta o diacrítica del sentido.

El sistema universal del lenguaje en Husserl y Saussure

Tanto en Husserl como en Saussure, el problema del lenguaje tiene que ser justificado, más que en una historia retrospectiva (historicismo) -lo que sería imposible-, al menos en un análisis de la estructura esencial y originaria de éste. Con cosmovisiones universalistas divergentes, los análisis del lenguaje de ambos autores, forman parte de un episodio marcado por la salida del nominalismo y el psicologismo característico del siglo anterior. Por otra parte, ambos coinciden en aspectos relevantes, como el carácter arbitrario de los signos, el aspecto social, histórico y antropológico del lenguaje, así como la distinción clásica entre lenguaje dado (lengua) y lenguaje actual (habla). Se presentará a continuación un marco referencial más específico.

La teoría de la significación y la concepción universalista del lenguaje en Husserl

El análisis del lenguaje en Husserl aparece bajo el tópico de una teoría de la significación en su obra seminal Investigaciones Lógicas (1900-1),1 particularmente en la primera Investigación, titulada Expresión y significación,2 donde busca establecer el estatuto propio del signo, diferenciándolo de la señal; según él, todo “signo es signo de algo; pero no todo signo tiene una significación, un ‘sentido’ que esté ‘expresado’ por el signo”.3 Para él significar no tiene el mismo carácter que designar -propio de la señal-, por lo que su estatuto se encuentra en la unidad de la expresión. La diferencia radica en la función viviente del signo y en su unidad propia,4 es decir, en su intencionalidad. Según esto, se puede añadir que una verdadera significación, o una significación verdadera, se da en un comercio reciproco entre las intenciones y los actos de dar sentido.5 De esta forma, para el filósofo moravo se debe separar el fenómeno físico de la expresión (la representación verbal), de los actos que le dan significación y plenitud intuitiva (actos de dar sentido),6 indicando que lo propio de la expresión es su carácter intencional.

De manera subsecuente, el aspecto semiótico de las Investigaciones lógicas se desliza hacia el marco conceptual y teórico de la Lógica, concibiendo al lenguaje como el umbral de esta disciplina. De manera que, así como hace un momento la expresión significativa constaba de una primera unidad (unidad intencional), ahora la significación lógica es concebida como una unidad ideal, en la que se distingue la vivencia de los juicios de sus contenidos.7 Para acceder a esta unidad, no basta con establecer una comprensión puramente analítica de los contenidos significativos, se requiere de una intuición [Wesenschau] fenomenológica concreta, es decir, de una vivencia dóxica de los significados.8

De esta primera aproximación a la teoría semiótica nos deslizamos al problema de las leyes y ordenamientos apriorísticos que, para Husserl, tienen que ver con el carácter universal e ideal de las significaciones. Este cometido es abordado en el segundo tomo de las Investigaciones lógicas, en especial, en la “Cuarta Investigación”, donde resaltan que los principios lógicos son los que determinan el sentido (deciden qué tiene sentido y qué no lo tiene), y estos principios son subyacentes de una gramática pura. Ya en el § 13 y 14, Husserl9 busca establecer una ciencia de la significación fundada sobre leyes apriorísticas, con el propósito de establecer la objetividad del sentido. Para ello, el padre de la fenomenología considera necesario analizar las significaciones primitivas y sus estructuras internas;10 luego, se apoya en la aritmética para sintetizar y facilitar su uso a partir de variables o enunciados lógicos del tipo S es P; acto seguido, establece leyes formales lógicas que determinan la verdad objetiva del sentido (en oposición al contrasentido que hay que evitar).11 Finalmente, esta teoría de la significación, una vez que ha despejado la equivocidad, confluye en la univocidad del lenguaje, realizada a partir del nombre. Será el nombre lo que dé armonía a la lógica de la significación, sin embargo, esta conjetura de las Investigaciones lógicas será motivo de múltiples críticas.12

Será en el §14 que se lleva a cabo un balance. Se trata de saber si una ciencia que indaga las primitivas estructuras de significación adquiere su propia legitimidad. Husserl sostiene que sí. Recuerda el esfuerzo que hicieron los racionalistas de los siglos XVII y XVIII para legitimar y establecer las condiciones de una gramática universal; pero su esfuerzo, advierte, no fue consecuente, pues concibieron la idea de ley sin fijarla como norma apriorística. Para concurrir hacia la universalidad, establece que ha de distinguirse lo apriorístico de lo empírico, es decir, lo puramente gramatical (la forma ideal) del lenguaje, de lo empírico.13 Además, propugna por una ciencia concreta que reúna, bajo las estructuras apriorísticas, las situaciones significativas de la experiencia concreta: el idioma, el acento, el contexto cultural, etcétera, llegando a concebir la posibilidad de una Grammaire générale y raisonnée, una gramática “filosófica”,14 orientada a alcanzar las esencias ideales y racionales del lenguaje.

El ideal de una ciencia que se ocupe de estos dos aspectos, la experiencia y la idealidad del lenguaje, debe cubrir la totalidad de las formas de expresión y significación, extendiendo sus dominios sobre el estudio de los idiomas, pues todo idioma (sino es que todo lenguaje) está ligado a un esqueleto ideal. La empresa programática de una ciencia universal del lenguaje parece, aquí, el equivalente de una alquimia inalcanzable; a menudo se critica a Husserl este esfuerzo porque orienta su investigación bajo el influjo del método matemático, queriendo alcanzar -empleando las palabras de Leibniz- una mathesis universalis omnicomprensiva a partir de esquemas lógicos y formalizantes.15

Husserl replanteará, más tarde, el estatuto del lenguaje a partir de una fenomenología genética, que remitirá sus análisis a la esfera trascendental y originaria del significar; en 1929, con la publicación de dos obras emblemáticas: Meditaciones cartesianas y Lógica formal y lógica trascendental, el filósofo moravo encontrará en la experiencia constituyente del sujeto, un nuevo horizonte de reflexión para comprender la naturaleza del lenguaje. Finalmente, las últimas producciones escritas convergen en el tratamiento del lenguaje a partir de una radicalización de la experiencia subjetiva. En Experiencia y Juicio de 1939, por ejemplo, Husserl conecta el problema del lenguaje con el de la sensibilidad, acercándose a la tradición de la semiótica empirista.16 Por último, en su obra testamentaria Crisis, de 1935-1936, el filósofo moravo vincula el problema de la significación con el concepto de mundo de la vida [Lebenswelt], tema que servirá de inspiración para una teoría de la significación encarnada en autores contemporáneos como Michel Henry y el propio Merleau-Ponty.

Ferdinand de Saussure y la ciencia objetiva del lenguaje: la Lingüística

La fama alcanzada por Saussure después de la publicación de su Curso de Lingüística general en 1916 es un hito en la historia de la Lingüística. Podría dividirse la historia de esta ciencia en un antes y un después poniendo en el vértice la edición de este curso. Probablemente, sólo Noam Chomsky, con la publicación en 1957 de su obra Las estructuras sintácticas, ha introducido un cambio revolucionario equivalente al del profesor ginebrino. De sus primeros trabajos (únicos publicados en vida) sobre todo Memorie sur le systéme primitif des voyelles dans les langues indoeupéennes, de 1879 (a los 21 años) y luego la tesis doctoral Sobre el empleo del genitivo absoluto en Sanscrito, del año siguiente, se puede apreciar, además del genio, la rigurosa formación de Saussure entorno a los conocimientos desarrollados hasta entonces sobre filología, gramática y antropología.

Al igual que Husserl, el lingüista suizo insiste, al comienzo del curso, sobre la necesidad de introducir un cambio metodológico entorno al tratamiento del lenguaje y más particularmente de la lengua como sistema general de expresión, liberando a la lingüística de las prescripciones de la gramática y la filología decimonónica, con el propósito de establecer su autonomía. Advierte Saussure que, por su carácter naturalista, es imposible que la gramática y la filología tomen por objeto la totalidad de las manifestaciones del lenguaje en el infinito ejercicio de la expresión; por lo que el propósito del curso es elaborar una teoría lingüística que considere, no sólo la totalidad de las lenguas, sino potencialmente, que incluya la totalidad de las formas de expresión que pudieran formar una lengua en el futuro.17 Finalmente, este afán de universalidad debe ser estructurado bajo la prescripción de una ciencia del lenguaje: la Lingüística.

Hay que decir que la nueva ciencia que inaugura Saussure está basada fundamentalmente en una serie de dualidades y oposiciones que condensan el sistema del lenguaje en su movilidad y ambigüedad propias. Para él

El estudio del lenguaje entraña, dos partes: una esencial, tiene por objeto la lengua, que es social en su esencia e independiente del individuo; este estudio es únicamente psíquico; la otra, secundaria, tiene por objeto la parte individual del lenguaje, es decir, el habla con la fonación incluida; esta parte es psico-física.18

En el marco de una distinción más general, el profesor ginebrino establece una lingüística sincrónica del habla y una lingüística diacrónica de la lengua,19 tratando de subsumir a su vez el aspecto actual e histórico del lenguaje.

A esta visión dicotómica de la lingüística se agrega un elemento central en la doctrina de Saussure que revolucionará la Semiótica, se trata del carácter arbitrario de los signos basado en la distinción entre significante y significado, y a su vez, en la dualidad signo-significado. En la primera parte de esta obra, consagrada a la Naturaleza del signo lingüístico, se esclarece la función arbitraria del signo dentro de la cadena verbal. Para Saussure, el signo es diferenciador, ya que su sentido queda patentado a partir de la diferencia con otros signos.20 Su valor significativo no está en sí mismo, sino en la diferencia con los otros, es decir, en su oposición dialéctica o diacrítica.

Con esta teoría de los signos, Saussure introduce -sin conocer su efecto- el estructuralismo, el cual consiste en una ruptura de lazo entre significante y significado, inaugurando así el paso de una concepción substancialista a una concepción estructuralista del lenguaje.21 Que sea arbitrario el signo quiere decir que no hay ninguna identidad inmanente en él que pueda significar por cuenta propia, mientras se trata, como se ve, de un elemento eminentemente convencional. Decir que el signo es arbitrario indica que entre él y el objeto designado no existe ninguna relación de causalidad, por tanto, su consistencia enunciativa le viene de esa dialéctica opositiva que se gesta en el seno de la lengua, así como de su carácter eminentemente diacrítico.

La introducción de estas aportaciones de la lingüística saussuriana tiene un propósito que se esclarecerá en la siguiente parte del artículo. Por ahora, queda indicar que tanto Husserl como Saussure, a pasar de su aparente falta de homogeneidad, ofrecen aspectos de continuidad entrelazados en la filosofía del lenguaje de Merleau-Ponty, como se verá a continuación.

La filosofía del lenguaje de Merleau-Ponty

Merleau-Ponty es pionero en Francia en la recepción de la obra y pensamiento de Husserl y Saussure. Históricamente, se considera el primer extranjero en visitar en 1939 los Archivos Husserl, de Lovaina, según el testimonio del propio encargado en ese entonces, el padre Van Breda.22 Por otra parte, Roland Barthes, en su obra La aventura semiológica, recuerda que fue Merleau-Ponty el primero en introducir al lingüista ginebrino en la filosofía.23 Es verdad que el encuentro con la obra de este último, ocurrió cuando Merleau-Ponty ya había madurado muchas de sus ideas entorno al fenómeno del lenguaje, especialmente en Fenomenología de la percepción, su segunda obra doctoral y La prosa del mundo (inconclusa y publicada póstumamente); de modo que las primeras referencias a Saussure aparecen alrededor de los años 1949-1950, en el contexto de sus cursos en la Sorbonne. Hay que advertir desde ahora que la referencia a estos autores no tiene el cariz de un estudio comparativo y filológico, más bien presenta la característica de un soporte estructural sobre el que se fundan las investigaciones del filósofo francés; a veces por el estilo de éste -especie de ventriloquismo filosófico- aparecen solapadas o superpuestas como referencias propias.

Lectura merleau-pontiana de Husserl y Saussure

En los cursos de 1949-1950 y 1950-1951 en la Sorbonne,24 bajo los títulos La conscience et l´acquisition du langage y Les sciences de l´homme et la phénoménologie, así como en la ponencia del Primer Coloquio Internacional de Fenomenología en Bruselas (1951), publicada en Signos, con el título Sobre la fenomenología del lenguaje, Merleau-Ponty establece un primer contacto con estos autores, de manera conjunta, bajo influencia del lingüista neerlandés H. J. Pos, que propone un paralelo entre los intentos husserlianos y los recientes avances en las ciencias del lenguaje. Su interés se centra particularmente en torno al problema genético y dialéctico, respectivamente, por cuanto busca dar cuenta del origen, variación y continuidad de los actos de significación y expresión.

De Husserl, no le interesa tanto su teoría del significado como la concepción general del lenguaje. En efecto, para Merleau-Ponty Husserl contribuye enormemente en el planteamiento del origen y esencia del lenguaje, a pesar de que su esfuerzo fue obnubilado por el intento de establecer una gramática racional; advierte que, mediante un tratamiento fenomenológico adecuado, es posible establecer una eidética del lenguaje, más allá de los marcos lógicos.

En el segundo curso citado arriba, en que revisa esquemáticamente los aportes de Husserl al tema en cuestión, desde su obra seminal hasta la obra testamentaria, resalta la centralidad de la intuición sobre las esencias de lenguaje [Wesensschau], así como la inclusión del sujeto parlante en el marco de su propia experiencia expresiva. También considera la propuesta de establecer una gramática racional, concluyendo que la idea de constituir una gramática universal sólo tiene sentido si se vuelve, no sobre la conciencia del lenguaje, sino sobre el movimiento y la operación que le dan origen, es decir, sobre la experiencia concreta del sujeto parlante. Según él, todo el problema consiste en “volver a tomar conciencia de lo que es un sujeto parlante”,25 pues, “para saber lo que es el lenguaje es necesario, ante todo, hablar”.26

Hay que decir, con cierta reserva, que Merleau-Ponty entiende este “tomar conciencia” como un nuevo acto de intuición, pero una intuición que no estratifica la experiencia en elementos objetivos. Esta nueva intuición eidética de lenguaje, que descubre en Husserl, consiste, pues, en una vivencia dóxica del lenguaje, es decir, una vivencia de nuestro propio ser expresivo, que será retomada como programa fenomenológico -en el prólogo a Fenomenología de la percepción- y que en sus cursos tratará de orientar hacia la búsqueda de ese acto originario y silencioso -del significar- que es la expresión; todo esto en línea con el fragmento § 16 de Meditaciones cartesianas, que Merleau-Ponty ha vuelto celebre en varios textos: “Es la experiencia […] todavía muda lo que hay que llevar a la expresión pura de su sentido propio”.27

En la búsqueda de este objetivo aparece el punto de contacto con la obra de Saussure, ya que el Curso de lingüística general afronta el problema del origen del lenguaje (a través de las relaciones entre la lengua y el habla) y la génesis de la significación (a partir del juego opositivo de los signos entre sí). Merleau-Ponty parece encontrar un paralelismo entre fenomenología y lingüística en este punto, ya que estas, más que oponerse o contradecirse, comparten objetos y resultados comunes, aunque sus métodos de análisis sean distintos. Según él, “el punto de vista “subjetivo” engloba el punto de vista “objetivo”.28

La lectura de Saussure que Merleau-Ponty propone aquí, en consonancia con su fenomenología del lenguaje inspirada en Husserl, consiste en tratar de disipar la oposición entre lengua y habla y entre sistema y experiencia. Uno puede apreciar, al leer el Curso del profesor suizo, que hay un solapamiento en lo relativo a la promesa de una lingüística del habla.29 En cambio, se observa que hay subordinación de los elementos particulares del habla en relación a los sistemas generales de la lengua, por lo que Merleau-Ponty considera necesario “agregar a la lingüística de la lengua, la lingüística de la palabra”.30 De manera que, mediante el análisis de las relaciones históricas entre la diacronía y la sincronía, se puede superar el estatus de subordinación y enmendar el pancronismo al que parece condenar la mala comprensión de estas relaciones.

Para nuestro autor, este esquema de oposiciones lingüísticas -establecido por Saussure- sugiere un pensamiento dialéctico en el seno de la doctrina del lenguaje y permite distinguir la historia de lo que es el historicismo, pues una lengua, como se sabe, no se encuentra igual desde siempre: está sujeta al desgaste, pero a su vez, está abierta a cambios esenciales en el porvenir de los hablantes. La sincronía del sistema no es más que un momento, un corte trasversal sobre la diacronía, dirá Merleau-Ponty.31 Ahora bien, que la lengua no esté fijada históricamente por el sistema objetivo, quiere decir que su estructura gramatical está sujeta al flujo continuo de las experiencias lingüísticas de los hablantes y esto es lo que permite comprender, como se advierte en El lenguaje indirecto y las voces del silencio, que “debemos renunciar a fijar el momento en que el latín se convierte en francés porque las formas gramaticales comienzan a ser eficaces y a dibujarse antes de ser sistemáticamente empleadas”.32

Por otra parte, en los análisis de la dualidad signo-significado, Merleau-Ponty encuentra la clave para comprender la naturaleza filosófica del lenguaje, pues desde Platón parece atrapada en el naturalismo, o bien, en el convencionalismo puros. Aquí, las relaciones diferenciadoras de los signos entre sí, que dan lugar a significaciones concretas, permiten superar las determinaciones psicológicas y sociales que les atribuía el pensamiento clásico. No se trata, por tanto, de una decisión del sujeto (o comunidad hablante), pero tampoco de un acto espontáneo de la naturaleza psicológica del hombre. Que el signo sea arbitrario, quiere decir que su valor significativo le viene dado de la relación diferenciadora con otros signos. También es arbitrario porque entre él y el objeto designado -cuando lo hay- no existe ninguna relación de causalidad. Por otra parte, cuando decimos que el signo posee un carácter diferencial, queremos decir que la significación no le pertenece esencialmente, más bien, ella se constituye a partir del dinamismo opositivo que le da consistencia enunciativa.33 Los signos son, pues, diacríticos,34 uno por uno no significan nada, su sentido emana de la distancia que los separa del resto; en otras palabras, el significado está en los bordes y en la relación, pero no en la unidad de la imagen que los inviste (la mera forma), ni en el referente hacia el que apuntan.

Merleau-Ponty considera que con Saussure se supera el naturalismo y artificialismo del lenguaje porque, aunque se trate de un hecho social, no es probable que los entes sociales se pongan de acuerdo para decidir el sentido de una expresión lingüística. Según su parecer, es necesario aceptar que hay en el lenguaje un estado de indeterminación y ambigüedad, que impide el establecimiento de sus estatutos últimos. Su propuesta consiste en plantear conjuntamente sistema y experiencia, a partir de una doble vía de análisis que se interrelaciona permanentemente: la cuestión genética de Husserl y la dialéctica lingüística de Saussure, consiguiendo una filosofía del lenguaje auténticamente fenomenológica.

Formación del concepto merleau-pontiano del lenguaje

El problema del lenguaje se desarrolla gradualmente en el pensamiento de Merleau-Ponty. En sus dos obras doctorales, La estructura del comportamiento (1942) y Fenomenología de la percepción (1945), se pueden encontrar análisis muy relevantes para una filosofía del lenguaje.35 En este primer periodo se advierte que la palabra es portadora de un sentido -sentido que se instituye en la contingencia y que tiene un origen presimbólico y sensible-; sin embargo, el estudio se orienta a confrontar el intelectualismo y el empirismo reinantes,36 transformando el análisis del lenguaje en un caso particular de la percepción. Incluso, se puede observar que el filósofo francés da mayor importancia a la “percepción” de la palabra hablada sobre el problema general del lenguaje.

Será durante los cursos en la Sorbonne antes referidos y en la obra inconclusa La prosa del mundo, donde Merleau-Ponty transitará a la palabra escrita -sin abandonar jamás la palabra hablada- y de ahí al problema fenomenológico de los signos, con el objetivo de elaborar una especie de semiótica fenomenológica. El centro de gravedad de este periodo de investigación consiste, para el autor, en volver a relacionarse con los medios de expresión en un sentido más proprio; esto significa tomar conciencia de lo que quiere decir “hablar” o “significar”, es decir, partir del análisis del lenguaje en primera persona y desde allí pasar al lenguaje en general. Luego entonces, sin salir de ese marco autoreferencial, el objetivo de Merleau-Ponty sería comprender la naturaleza de las relaciones esenciales entre el signo y la significación. Ahora bien, aunque no buscan llevar a cabo una semiótica de la existencia encarnada, los estudios de ese periodo ya se aproximan al contexto ontológico -que caracterizará más propiamente la última etapa de su pensamiento- elaborando lo que puede calificarse “una ontología de la significación”, tema que, como se ha dicho, aparece más abiertamente trabajado en los cursos del Collège de France y en la obra póstuma Lo visible y lo invisible publicada en 1964 por Claude Lefort.

Un primer paso en esta dirección se encuentra en La prosa del mundo, donde Merleau-Ponty establece una diferencia clave entre dos lenguajes, “el lenguaje adquirido, de que disponemos, y que desaparece ante el sentido en cuyo portador se ha convertido -y el lenguaje que se hace en el momento de la expresión, y que va justamente a hacerme deslizar desde los signos al sentido”.37 Dos lenguajes: uno operante o constituyente y el otro dado o constituido, que se relacionan entre sí y que, para que uno tenga lugar, el otro debe, en cierta forma, diluirse. Para él, el lenguaje posee la virtud de hacerse olvidar, de borrarse frente al sentido que dibuja,38 pero sin anularse. Hay superposición entre uno y otro, pues el lenguaje operante se desempeña en el todo de la lengua, aportando su experiencia y reorganizando los aparatos de expresión.

Posteriormente, centrará su atención en torno a la micro relación entre signo y sentido, a partir del primer curso impartido en la Sorbonne titulado La conscience et l’acquisition du langage, donde insiste que, frente a la gramática de los lingüistas, debe establecerse una pregramática, es decir, una lógica -coloquialmente hablando- de la experiencia expresiva; porque justamente ahí, finalmente, se pueden encontrar los elementos esenciales y silenciosos del lenguaje.

Bajo la influencia de Jakobson y Trubetskói -sucesores de Saussure-, Merleau-Ponty encuentra un primer elemento explicativo de esta estructura lingüística: el fonema. En su opinión, el sentido diacrítico de los signos se realiza no tanto en los signos físicos -como pensaba el profesor ginebrino- sino en el fonema. Son los fonemas los que diferencian las palabras y lo que hace que estas se relacionen a las cosas; ellos muestran los movimientos del mundo del significado.39 Por tanto, un fonema puede ser considerado un signo, aunque sin una significación, su función es ser un vector de sentido.40 El fonema, por último, parece explicar la variación constitutiva del fenómeno expresivo, así como los cambios históricos de la lengua.

Pero más que remontar a una historia cronológica del lenguaje, al primer día de la palabra, Merleau-Ponty sostiene que hay en el lenguaje instituido sedimentos de un lenguaje prehistórico que permite revivir su origen; tales sedimentos se modulan a través de la fonación. Parafraseando a Jespersen, apunta que el lenguaje debió ser primero una suerte de canto, los hombres habrían cantado los sentimientos antes de comunicar los pensamientos y sólo después se instituyó el signo.41 De esta manera el sedimento fonético revive la génesis del lenguaje en cada acto de expresión originario.

A pesar de la fascinación por esta explicación evolutiva -casi empírica- de la lingüística, Merleau-Ponty considera que el problema no está resuelto aún, pues, quedan todavía sin explicación el lenguaje en estado naciente y el problema de la integración de nuevos significados (en la cadena verbal). Hay, todavía, un estado de indeterminación en la lingüística que no justifica el sistema. La gramática (derivada del estructuralismo lingüístico) muestra las variables de la lengua, pero no es suficiente para dar una justificación genética de la misma.42

El contexto genético, en un nivel más general, tiene que responder a la pregunta sobre cómo es posible decir algo nuevo en el océano inmenso de las significaciones dadas; porque si el sistema de la lengua impusiera las condiciones de sentido al habla, sería imposible la creatividad. Se trata pues, de encontrar un vínculo originario entre la diacronía de la lengua [langue] y la sincronía de la palabra [parole]; sólo así se explica la manera en que la historia de la lengua se actualiza en nosotros y adquiere continuidad creadora.

Siguiendo a Gustave Guillaume, el filósofo francés afirma que hay un “sistema sublingüístico”43 que actúa como principio de mediación entre la lengua y el habla, en el que la diacronía engloba a la sincronía. Se trata de un sistema interior que atraviesa la totalidad de la lengua, a mitad de camino entre el azar y la razón objetiva. Esta forma interior, este sedimento significativo, se actualiza en la acción del habla sobre la lengua como un movimiento. Se trata de un corte longitudinal44 que realiza la diacronía sobre la sincronía, en oposición al corte transversal que realiza ésta. Para ponerle nombre, Merleau-Ponty recurre a una vieja expresión que circula desde Humboldt, conocida como “Innere Sprachform”,45 y se refiere al “estilo de la palabra”46 o la forma interior del lenguaje, que recoge la perspectiva sobre el mundo y la cultura, así como la diversidad de significados que se organizan y anticipan la formación del sistema. Por eso, el valor situacional de la palabra nos hace creer que el sentido de una expresión estaba ya hecho en nosotros. Hay como un pensamiento dentro del lenguaje, “un sentido lenguajero del lenguaje”,47 dice el filósofo, que habita al lenguaje, pues “la manera de repartir los acentos, las flexiones, el uso del artículo, son expresiones de una visión del mundo”.48 Ahora bien, este lenguaje en el lenguaje viene en auxilio de nuestras intenciones significativas -todavía vacías de sentido- y las colma en la palabra dicha. Su poder de revestimiento se despliega en el horizonte del sistema manifestando una cuasicorporalidad del significante. Finalmente, Merleau-Ponty deja ver que entre nuestras intenciones y los significados disponibles hay un quiasmo que funciona como un “equilibrio en movimiento”,49 proporcionando el despliegue de un nuevo sentido. Para él, todo sentido originario es fruto de un desajuste o una deformación coherente, sin la cual es imposible renovar el horizonte de los significados; porque “precisamente -añade- esta “deformación coherente” (Malraux) de los significados disponibles es lo que los ordena a un sentido nuevo.50

La experiencia de la palabra en el horizonte de las significaciones disponibles y también el habla en el marco de su dependencia con la lengua, constituyen la evidencia de una sinergia viviente, donde la palabra como el habla cobran vida propia. De ahí que se tenga que definir al habla como actividad y no pasividad: ella no se limita a recibir las significaciones ya hechas, como expone Derrida en De la gramatología,51 donde sacrifica el habla en beneficio de la escritura. Ciertamente, no hay pasividad absoluta en el habla, porque tampoco hay positividad absoluta en la lengua. En el lenguaje, se da un intercambio, un “quiasmo semiótico”,52 pues tanto la lengua como el habla son reversibles. Hay una dialéctica de lo positivo y lo negativo, de la movilidad y estabilidad en un cruzamiento perpetuo.

Ahora bien, esta perpetua colaboración entre lengua y habla, nos permite deducir el tipo de relación entre los signos y la significación. Como se dijo, Saussure enseña que en la lengua sólo hay diferencias sin término; esto quiere decir que el valor expresivo de la cadena verbal no está localizado en ningún punto concreto, sino en el juego de los signos entre sí. Hay solidaridad en la diferencia, cierto valor de empleo y colaboración, cierta praxis al interior de las relaciones lingüísticas.53 Por tanto, no hay unilateralidad del sentido en la expresión lingüística. Emmanuel Alloa, en La resistencia de lo sensible, llama la atención sobre este punto, demostrando que hay una negatividad en la lengua, que impide que el signo signifique por sí solo: “El lenguaje no está en el hablante ni en las cosas; el sentido no está oculto en los signos, no puede surgir […] sino del espaciamiento de estos”,54 esto quiere decir la palabra “diacrítico”.

Los signos son, pues, un formulario en blanco que no se ha llenado aún y se encuentran a disposición de ciertos utensilios culturales y mentales.55 Una vez que se han organizado interiormente, poseen la significación y la llevan consigo, usurpan el significado e intercambian sus papeles. En esto consiste la inmanencia del sentido de que habla Merleau-Ponty en la Prosa del mundo cuando afirma que las palabras dibujan en nosotros algo que no está físicamente presente en ellas y que, a su vez, esta magia no puede darse sin ellas: las palabras prenden como el fuego, dirá a propósito de Sartre.56

Ahora bien, si nos enfocamos en el contexto de las significaciones cumplidas, nos situamos en el centro de un debate fenomenológico muy complejo, relativo a la paradójica relación entre la inmanencia y la trascendencia. ¿Cómo distinguir el “sentido” del “lenguaje” mismo?, o mejor, ¿cómo concebir la manera en que el sentido habita al lenguaje? En la búsqueda de una respuesta, Merleau-Ponty muestra el equívoco común según el cual “se cree que el sentido trasciende a los signos como el pensamiento trascendería a indicios sonoros o visuales, y se le cree inmanente en los signos debido a que cada uno de ellos, al tener una vez por todas su sentido, sería incapaz de interponer entre él y nosotros opacidad alguna…”.57 Pero el lenguaje no es pura transparencia -como el lenguaje de un Dios- por eso ni representa ni constituye el sentido de manera univoca. El lenguaje no representa lo que dice, de otra manera se tendría necesidad de un signo para cada cosa; pero tampoco es la señal de una significación (la entidad esencial de la cosa). Husserl había expresado en el tomo primero de Investigaciones lógicas, que los signos presentan un carácter arbitrario y relativo, justamente porque la palabra (el signo verbal) es indiferente ante lo que ella señala, según él, “la expresión (verbal) parece así desviar de sí misma el interés y dirigirlo al sentido, señalar hacia el sentido”.58 De modo que ni inmanencia ni trascendencia, sino lo uno y lo otro simultáneamente: inmanencia en la trascendencia. Para Merleau-Ponty “el sentido está completamente embebido en el lenguaje, la palabra juega siempre sobre fondo de palabra, nunca es más que un pliegue en el inmenso tejido del habla”.59

Ahora bien, a diferencia de Husserl, que establece la unidad de la palabra en el nombre, Merleau-Ponty instituye la unidad de la palabra en la dimensionalidad diferenciadora de los signos. Esto quiere decir que supera la estrechez de la univocidad husserliana, a través de la noción de diferencia, proveniente de Saussure; pero ¿acaso el filósofo francés supera la equivocidad a la que condena su tratamiento diacrítico? ¿Qué quiere decir que la significación se da entre los bordes, en la lateralidad de los signos, en la interjección de los pliegues? Ciertamente, hay aquí un tema que merece atención especial. En primer lugar, es necesario contextualizar el uso del término diacrítico. Es sabido que el autor lo emplea a propósito de Saussure, pero lo interpreta en base al esquema gestáltico de la figura sobre un fondo. En cierto modo el esquema gestáltico resuelve el problema de la equivocidad, ya que Merleau-Ponty interpreta la significación lingüística en el contexto de la percepción. Así como en esta resulta imposible percibir -dentro del esquema figura-fondo- el fondo en sí mismo, es decir los espacios entre dos intervalos, de la misma manera resulta imposible concebir el espaciamiento -entre los signos- por sí mismo: “El aspecto del mundo se nos trastornaría si consiguiéramos ver como cosas los intervalos entre las cosas”.60 Que el significado ocurra en los bordes, significa que no hay designación directa del sentido. El sentido de la palabra se da en el contexto de los signos, como la percepción se da desde una cierta perspectiva del mundo. Hay sentido, pero no un sentido en-sí.

A medida que Merleau-Ponty se detiene sobre esta extraña relación entre signo y significado, encuentra un parentesco excepcional con el mundo de la percepción sensible. Incluso llega a evidenciar la continuidad que se da entre una y otra. En efecto, hacia el final de su vida estableció un paralelismo en el tratamiento de ambos temas, que permiten comprender una dialéctica negativa. En primer lugar, se advierte que, así como no es posible mantener frente al Ser de lo sensible una relación directa -sino más bien una relación oblicua- de la misma forma la conciencia del sentido de una expresión no la tenemos sino de manera indirecta. Esta ontología negativa expresa una no-posicionalidad del significante con relación al significado.

Varias notas de trabajo de su obra póstuma Lo visible y lo invisible, del mes de noviembre de 1959,61 arrojan luz sobre la analogía entre lenguaje y sensibilidad. En ella el concepto de “diacrítico” se generaliza y se emplea con cierta frecuencia para describir el tipo de relación, en un nivel ontológico, entre el Ser de lo sensible y su sentido (retomando el mismo criterio que el lenguaje). Por “diacrítico” se entiende, aquí, el acontecimiento de la “diferencia” sobre un fondo de semejanza.62 Esto significa que el sentido está en desajuste permanentemente, es lo que desordena -metafóricamente hablando- el todo de las significaciones establecidas. De modo que, “lo propio de lo sensible (como del lenguaje) es ser representativo del todo no por relación signo-significación o por inmanencia de las partes unas a otras y al todo, sino porque cada parte es arrancada al todo, viene con sus raíces, se superpone al todo, transgrede las fronteras de los otros”.63 Este desajuste -diacrítico- de los signos se despliega en la intersección con la profundidad entendida como dimensionalidad del sentido.

Merleau-Ponty considera que la profundidad es una dimensión clave para comprender el punto de contacto que hay entre nosotros y el mundo que nos rodea, pero también para conectar nuestros “actos de significar”. La profundidad es la dimensión de lo oculto y de lo simultáneo, de lo que relaciona y la matriz de toda diferencia. Emmanuel de Saint-Aubert expresa que mediante la noción de profundidad Merleau-Ponty se “resiste al geometrismo del pensamiento clásico”.64 La diferencia sobre fondo de identidad no nos da la imagen de una entidad objetiva, sino que esta identidad aparente no es otra cosa que la tensión misma de la diferencia. Si nos situamos, por ejemplo, en el pensamiento clásico, la identidad consiste en la forma objetiva e individualizada de las cosas: la presencia; pero en el pensamiento de Merleau-Ponty la identidad es una virtualidad, una ultracosa. Saint-Aubert ve en el concepto de profundidad el acceso a un nuevo tipo de Ser, ni sujeto ni objeto, ni consciencia ni extensión, ni pura sustancia, ni pura relación.65 De manera equivalente, el sentido del lenguaje (su unidad ontológica), no es sino esa tensión virtual entre los signos, es decir, su “unidad de coexistencia”.66

El sentido indirecto del lenguaje

Conclusiones críticas

En el contexto de Lo visible y lo invisible, Merleau-Ponty encara el problema del lenguaje desde muchas aristas que permiten observar la complejidad del problema. En primer término, el lenguaje es una potencia de error para un sujeto que busca coincidir con él en una visión de sobrevuelo. Merleau-Ponty, como Wittgenstein, advierte que mejor es callar, coincidir en silencio. Como san Agustín con relación al tiempo, el autor francés deja ver que sabemos en nuestra experiencia lo que es el lenguaje, sin embargo, si nos preguntan, si se nos pide noticia acerca de su esencia, entonces no lo sabemos. Hay una referencia inevitable de la palabra al silencio; a un silencio primordial que se antedata y que guía el mundo del significado.

Este fondo de silencio se interpone entre lo dicho y lo que está por decir. No hay posicionalidad en él. Permanece inconsciente, indeterminado, latente. La experiencia diferenciadora, que revela el espaciamiento entre los signos, es válida también para la relación entre los elementos sígnicos que componen la expresión y las intenciones de significar en Husserl o entre los dos lenguajes de que hablaba Saussure: el lenguaje dado (la lengua) y la palabra parlante (el habla). Su conexión, su vínculo no se da por yuxtaposición o por agregación, sino por una operación de la palabra en su reflexividad con el mundo del significado. Reflexividad que es quiasmo enroscamiento entre una perspectiva sobre el mundo ya hecha y la introducción de una nueva experiencia expresiva.

Para Merleau-Ponty, el lenguaje expresa nuestra vida, recoge nuestro pasado y prepara nuestro porvenir. Él nos invita a tomarlo “con todas sus referencias, las que están detrás de él, que lo conectan a las cosas mudas que interpela, y las que envía delante de él y que constituyen el mundo de las cosas dichas -con su movimiento, sus sutilezas, sus inversiones, su vida”.67 No es posible tomar al lenguaje como un simple objeto de inspección, pues no se trata de un problema regional; es necesario, ante todo, colocarlo en el contexto de un misterio, como el de la carne.68 Merleau-Ponty parece encontrar paralelismos y equivalencia entre ellos; baste señalar con Richard Kearney, que el sentido, en este contexto de silencio, se da justamente en la intersección, en el cruce de la expresión diacrítica con la carne.69 Esta transposición de estructuras es muy frecuente en Merleau-Ponty, pues no sólo remite a la carne, sino a todo lo que realiza una expresión: el lenguaje, los gestos, el arte, la literatura, e incluso la pintura.

Debido a esta extensión de niveles temáticos y a causa de esta aparente obsesión por conquistar el mundo del silencio, la tentación merleau-pontiana de decir lo indecible ha despertado posiciones críticas muy peculiares. Por ejemplo, Jean-François Lyotard señala:

Eso era al menos lo que se proponía Maurice Merleau-Ponty: descender hasta ese quiasmo de origen, sin aplastar el desequilibrio mediante la reducción fenomenológica, sin rebasar la exterioridad mediante la inmanencia de la esfera trascendental, y para ello encontrar un lenguaje que significara lo que es la raíz del significar. Empero, eso es lo menos que cabía hacer con el lenguaje, siquiera un gesto para volverlo consubstancial con el espacio del quiasmo que estaba encargado de decir. Sólo que ya sabemos lo que ocurre a fuerza de mezclar sin más el habla y el gesto, a fuerza de disolver el decir en el ver: o decir se calla, o hace falta que lo visto ya sea como un dicho... ¿acaso no se ha apresurado a desprender de esa supuesta fe inmediata la mediación del ceñir, el recorrido que es, dice, discurso, la misma negatividad propia del lenguaje? Así pues, en suma, la profundidad evidencia el vacío, su sombra hace pardos a todos los gatos, y la verdad es que hay que empezar partiendo de donde estamos: del seno de las palabras.70

Derrida, por su parte, en un texto titulado El tocar expresa su desacuerdo con Merleau-Ponty y condena su búsqueda de una coincidencia primitiva con ese origen silencioso. Se trata, según él, de un absurdo metodológico el querer realizar “una coincidencia con la no-coincidencia”.71 Para Derrida “la idea de silencio (que es lo inaccesible) nos desarma”. Advierte: “No puedo hablar de una ausencia de sentido sino dándole un sentido que no tiene”.72 Califica el intento merleau-pontiano como un imposible.

Estas dos posiciones críticas muestran lo paradójico de remitir el lenguaje a un no-lenguaje o hacer pasar a uno por otro. Claramente, el concepto saussureano de diacrítico instala un problema insalvable. Pero el propósito de Merleau-Ponty no consiste en establecer una separación sistemática, entre la parte objetiva y la subjetiva, con el propósito de señalar en el centro una ausencia de sentido o una nada que hace sentido. No renuncia a la objetividad en beneficio de la subjetividad, como parece advertir Ricoeur, cuando sostiene que Merleau-Ponty “quema la etapa de la ciencia objetiva de los signos y se dirige de manera apresurada al habla”.73 Ante todo, nuestro autor pretende apresar la experiencia del lenguaje en nosotros. Lo que quiere decir hablar desde nuestra experiencia parlante. Llevar a los límites la experiencia fenomenológica, pues en eso consiste la filosofía, en llevar a cabo una reconversión del silencio y la palabra, uno en la otra y viceversa. Para Merleau-Ponty sería esto lo que buscaba Husserl con la intuición de esencias: llevar a la expresión pura de su propio sentido, la experiencia todavía muda74 de nuestra vida.

Con todo, el problema del sentido, tal y como lo concibe la fenomenología merleau-pontiana, es un hecho paradójico, como la vida misma. No puede concebirse por los medios habituales sin que se convierta en una conjetura del pensamiento. Es necesario interceptar su sentido verdadero, desde la experiencia fenomenológica misma, es decir, desde el interior de su propio sentido. No se trata, como pensaba Derrida, de un error metodológico, ni de una mala interpretación de la teoría lingüística. Los poetas ya habían dado ese salto abismal hacia un nuevo orden de pensamiento poético. Merleau-Ponty advierte, en sus cursos en el Collège de France, que la poesía y la literatura, preceden a la filosofía y a la lingüística en el descubrimiento de ese desajuste fundamental. Según él, la poesía, después de Mallarmé y Rimbaud, consiste en un cuestionamiento del “suelo” del lenguaje, que se manifiesta en la búsqueda de la fuente de la expresión poética.75 En ellos, se rompe el paralelismo y linealidad significante-significado.76 Por ejemplo, con Rimbaud, se “rebasa la correlación signo-significación sin apartarse de [la] posibilidad del mundo, sino al contrario entrando sin reserva en su unidad prelógica, despertando sus conexiones y sus resonancias salvajes […], y poniendo al lenguaje en esta condición, dejándolo vivir como cosa del mundo”.77 Para Rimbaud, el horizonte de la nueva poesía, ya no radica en sus armónicos estilísticos, ni en la transparencia de la prosa. En su Carta del vidente de 1871, se puede observar que “se trata de alcanzar lo desconocido por medio del desarreglo de todos los sentidos”.78 Según él, “el Poeta se hace vidente por medio de un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”.79

En lo que concierne a la literatura, Merleau-Ponty resalta el mismo giro operado en la poesía:

Después de Proust, Joyce y los americanos, el modo de significación es indirecto: yo-el prójimo-el mundo deliberadamente mezclados, implicados uno en el otro, expresados por el otro, en [una] relación lateral -Proust: el impulso a escribir lanzado por las cosas…evidencia del ser ahí mudo de las cosas exigiendo la palabra, palabra cuyo objetivo es restituir su silencio.80

Para él, esta reconfiguración de la poesía ha puesto en crisis a la literatura y a la poesía misma, pues la ruptura con el paralelismo significante-significado es al mismo tiempo una destrucción de la palabra y la literatura oficial.

En definitiva, la nueva manera de afrontar el mundo de los significados -en literatura y poesía-, a partir de referencias indirectas y desajustes de sentido, lleva consigo una destrucción de la superficie y una disociación del espacio clásico de significación.81 Se pone en marcha, coloquialmente hablando, una reinversión copernicana del espacio de significación, que Merleau-Ponty logra tematizar a partir del enfoque genético y diacrítico, heredado de Husserl y Saussure. Por lo que, a través de la prosa en desajuste, que ofrece la poesía contemporánea, la filosofía del lenguaje de Merleau-Ponty encuentra un horizonte de comprobación sin igual. De manera que lo que se denomina literalidad, en poesía se mueve hacia la lateralidad; transmuta y se metamorfosea cada vez hacia un sentido fenomenológico inminente. En consecuencia, esta lógica del significar indirecto, que propugna la filosofía del lenguaje de nuestro autor, está a las antípodas de una ciencia objetiva del lenguaje, no hay en ella universalidad de derecho -como pretendían Husserl y Saussure- sino universalidad de hecho; pues lo universal para Merleau-Ponty no está por encima, sino por debajo (Claudel), no está delante, sino detrás de nosotros.82

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1 Edmund Husserl, Investigaciones lógicas (vol. I), 2a reimpresión, versión de Manuel G. Morente y José Gaos (Madrid: Alianza Editorial, 2006).

2Es importante hacer notar que la teoría de la significación en Husserl es coextensiva de su posición antipsicologista, bajo la influencia de Herbart, Bolzano y Lotze, que fueron los precursores del antipsicologismo. Para un análisis más detallado véase Luis Niel, “Antipsicologismo y platonismo en el siglo XIX: Herbart, Bolzano y Lotze”, Revista de Filosofía, XXXIX, 1 (2014): 95-118.

3Husserl, Investigaciones lógicas (vol. I), 233.

4Cfr. Ibidem.

5Ibid, 240.

6Cfr. Ibid, 244.

7Cfr. Ibid., 235.

8Este tema de la intuición fenomenológica, será reformulado por Merleau-Ponty en la recepción del problema lingüístico, como se verá en el siguiente apartado.

9 Edmund Husserl, Investigaciones lógicas (vol. 2). Versión de Manuel G. Morente y José Gaos. Ensayo (Madrid: Alianza Editorial, 1999), 460.

10Cfr. Ibidem.

11Cfr. Ibid., 464.

12En este aspecto crítico, el filósofo belga-francés Marc Richir, con acento crítico, denuncia como exceso la formulación lógica de Husserl, pues para él, es evidente una tautología simbólica entre pensar y ser, pues “la unidad de lenguaje, es decir, el ser del lenguaje […] es el nombre: el concepto o la Bedeutung lógica”, es decir, el enunciado lógico en su carácter apofántico; es en él que “se identifican el ser con el eidos como tal”. Véase Marc Richir, “Sens et Paroles : pour une approche phénoménologique du langage”, Figures de la Rationalité - Etudes d’Anthropologie philosophique IV - Institut Supérieur de Philosophie de Louvain-La Neuve (noviembre, 1991): 231. Para Richir es lamentable que tanto la teoría de la significación como el fenómeno de lenguaje, tengan que ser fundamentados por la lógica.

13Ibid., 466.

14Ibid., 467.

15 Carlos Díaz, “La teoría de la significación en Husserl”, Anales del Seminario de Metafísica, núm. 41 (enero, 1969): 51.

16 Luis Flores, “Elementos para una semiótica husserliana”, Acta Fenomenológica Latinoamericana, V (2016): 245.

17 Ferdinand de Saussure, Curso de lingüística general (México: Artemisa, 1985), 19-22.

18Ibid., 33.

19Cfr., Ibid., 122.

20Ibid. 85.

21 Emmanuel Alloa, “Reflexiones del cuerpo: sobre la relación entre cuerpo y lenguaje”, Eidos: Revista de Filosofía de la Universidad del Norte, núm. 21 (2014): 204.

22Cfr. Herman L. Van Breda, “Maurice Merleau-Ponty et les Archives-Husserl à Louvain”, Revue de Métaphysique et de Morale, 4 (1962): 410-430.

23Roland Barthes, citado en Emmanuel Alloa, La resistencia de lo sensible. Merleau-Ponty. Crítica de la transparencia (Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 2009), 60. En los mismos términos, pero más acotados al panorama francés, habla Michel Foucault en una entrevista de 1983: “Ahí radica, creo, un momento bastante importante, el momento en que Merleau-Ponty encontró el problema del lenguaje. Y, como usted sabe, sus últimos esfuerzos se centraron en esta cuestión. Recuerdo muy bien los cursos en los que Merleau-Ponty comenzó a hablar de Saussure, que aunque muerto hacía aproximadamente cincuenta años, era ignorado completamente, no digo por los filólogos y lingüistas franceses, sino por el público culto”, en “Structuralisme et poststructuralisme” (entrevista con G. Raulet), Telos, vol. XVI, núm. 55 (primavera, 1983), incluida en Michel Foucault, Estética, ética y hermenéutica (Barcelona: Paidós, 1999), 311.

24 Maurice Merleau-Ponty, A la Sorbonne. Résumé de cours (1949-1952) (France: Cynara, 1988), 397-464.

25Ibidem, 82.

26 Maurice Merleau-Ponty, La fenomenología y las ciencias del hombre (Buenos Aires: Biblioteca Nova de Psicología, 1964), 86.

27 Edmund Husserl, Meditaciones cartesianas. Versión de José Gaos y Miguel García-Baró (México: Fondo de Cultura Económica, 2004), 81-82, citado también en Maurice Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción (España: Planeta-Agostini, 1994), 15.

28 Maurice Merleau-Ponty, Signos (Barcelona: Seix Barral, 1973), 103.

29Hay que advertir, para fines didácticos, que la edición de la obra del Curso, y su recepción en el mundo académico, no está exenta de sospechas, ya que la selección de los materiales, ya sea las notas del propio autor o de sus alumnos, forman un corpus total, que ha sido intencionalmente reconstruido para dar uniformidad a la teoría lingüística, lo que explica que haya quedado sin desarrollar una lingüística del habla como parecía prometer el propio autor a sus alumnos; se habla por tanto de un sacrificio intencionado del Curso para establecer una jerarquía de la lengua sobre el habla. Nos interesa particularmente este punto, debido a que, de esta aclaración dependerá la comprensión de la crítica de que es objeto su autor.

30Merleau-Ponty, La fenomenología y las ciencias del hombre, 88.

31Cfr. Merleau-Ponty, Signos, 104.

32Ibid. 51.

33Cfr. Emmanuel Alloa, La resistencia de lo sensible. Merleau-Ponty, critica de la transparencia (Buenos Aires: Nueva visión, 2009), 62.

34Cfr. Maurice Merleau-Ponty, Elogio de la filosofía, (Argentina: Ediciones Nueva Visión, 2006), 45.

35Por ejemplo, el concepto de comportamiento simbólico —bajo la influencia de Cassirer y la escuela de la Gestalt—; la concepción de un lenguaje intencional —como en Husserl; la inmanencia del sentido en la palabra (su encarnación)—; la intersección entre palabra y pensamiento; la correspondencia originaria entre la expresión gestual y la palabra articulada; así como la distinción entre una palabra hablante y una palabra hablada; y por último, la concepción del cuerpo expresivo como portador de un sentido equivalente al que proporciona el lenguaje. Cfr. Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, 191-216.

36Merleau-Ponty combatió estas dos doctrinas emanadas del cartesianismo. Para él, se da un parentesco entre ambas, justamente cuando ambas niegan el hecho de que el vocablo tenga una significación. Ibid., 193.

37 Maurice Merleau-Ponty, La prosa del mundo (España: Editorial Taurus, 1971), 35.

38Ibid., 27.

39Cfr., Maurice Merleau-Ponty, A la Sorbonne. Résumé de cours (1949-1952), 28.

40Resaltamos que para el filósofo como para los lingüistas, el fenómeno sonoro es de un orden transnatural, es decir, de un orden cultural e histórico y no únicamente un fenómeno fisiológico. Cfr., Ibid., 72.

41Ibid., 69.

42Cfr., Ibid., 75.

43Cfr. Ibid., 85.

44Merleau-Ponty, Signos, 104.

45Merleau-Ponty, A la sorbonne. Résumé de cours (1949-1952), 65.

46Merleau-Ponty, Signos, 106.

47Ibidem.

48Merleau-Ponty, A la Sorbonne, Résumé de cours (1949-1952), 65.

49Ibidem.

50Merleau-Ponty, Signos, 109.

51Cfr., Jacques Derrida, De la gramatología (México: Editorial Siglo XXI, 1970).

52Mario Teo Ramírez Cobián habla de un quiasmo semiótico, que permite dar cuenta de la reciprocidad de las relaciones entre lengua y habla y entre signo y significación, sin contraponerlos. Véase Mario Teodoro Ramírez, El quiasmo. Ensayo sobre la filosofía de Maurice Merleau-Ponty (México: Editorial Universitaria, 1994).

53Wittgenstein, ha dicho que el signo tiene vida sólo en el sistema. Véase Ludwig Wittgenstein, Los cuadernos azul y marrón (Madrid: Tecnos, 1976), 36.

54Alloa, La resistencia de lo sensible, 67.

55Cfr. Merleau-Ponty, Signos, 105-106.

56Cfr. Merleau-Ponty, La prosa del mundo, 29.

57Merleau-Ponty, Signos, 52.

58Husserl, Investigaciones lógicas (vol. I), 242.

59Merleau-Ponty, Signos, 52.

60Alloa, La resistencia de lo sensible. 70.

61Maurice Merleau-Ponty, Lo visible y lo invisible (Buenos Aires: Nueva Visión, 2010), 191-195.

62Cfr. Ibid., 192.

63Ibid., 193.

64Emmanuel de Saint Aubert, citado en Kearney, “Ecrire la Chair”, 186.

65Ibidem.

66Merleau-Ponty, Elogio de la Filosofía, 45.

67Merleau-Ponty, Lo visible y lo invisible, 115.

68El concepto de Carne, ocupa un lugar central dentro del pensamiento del último Merleau-Ponty. Se presenta de muchas maneras, es a veces un concepto que lo engloba todo: la experiencia subjetiva y objetiva (la conciencia y el mundo), por tanto, se puede comprender como una sensibilidad universal.

69Cfr. Kearney, “Ecrire la Chair”, 183.

70 Jean Francois Lyotard, Discurso figura (Barcelona: Editorial Gustavo Gili, 1979), 31.

71 Jacques Derrida, Le toucher: Jean-Luc Nancy (París: Galilée, 2000), 239.

72 Jacques Derrida, La escritura y la diferencia (Barcelona: Anthropos, 1989), 360.

73 Paul Ricoeur, El conflicto de las interpretaciones (México: Fondo de Cultura Económica, 2003), 225.

74Cfr. Merleau-Ponty, Lo visible y lo invisible, 118.

75Cfr. Merleau-Ponty, M.Notes de cours 1958-1959, et 1960-1961, 46 (la paginación corresponde a la traducción y comentarios de Rosa Luisa Loya López, en su tesis de grado, bajo la dirección de Mario Teodoro Ramírez Cobián. Morelia Michoacán: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2011. http://bibliotecavirtual.dgb.umich.mx:8083/xmlui/bitstream/handle/DGB_UMICH/76/IIF-M-2011-0046.pdf?sequence=1&isAllowed=y.

76Ibid., 48.

77Ibid., 47.

78 Arthur Rimbaud, Iluminaciones. Seguido de Cartas del vidente, (México: El tucán de Virginia, 2017), 103.

79Ibid., 113.

80Merleau-Ponty, Notes de cours, 49.

81Cfr. Ibid., 50.

82Merleau-Ponty, Lo visible y lo invisible, 194.

Cómo citar: Jiménez Tavira, G., y D. Eugenio Daturi (2021). El sentido indirecto. Husserl y Saussure en el fondo de la filosofía del lenguaje de Merleau-Ponty.En-claves del pensamiento, 0(30), e452. doi: https://doi.org/10.46530/ecdp.v0i30.452

Recibido: 16 de Diciembre de 2020; Aprobado: 03 de Agosto de 2021; Publicado: 30 de Agosto de 2021

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