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En-claves del pensamiento

versión On-line ISSN 2594-1100versión impresa ISSN 1870-879X

En-clav. pen vol.15 no.30 México jul./dic. 2021  Epub 06-Sep-2021

https://doi.org/10.46530/ecdp.v0i30.428 

Artículos

Decadencia y oportunidad. Abraham Heschel y la crisis del mundo contemporáneo

Decadence and Opportunity. Abraham Heschel and the Crisis of the Contemporary World

Héctor Sevilla Godínez* 

*Universidad de Guadalajara, México. Correo electrónico: hectorsevilla@hotmail.com


Resumen

El artículo ofrece diversos planteamientos elaborados por Heschel, un filósofo rabino del siglo XX, asesor de Martin Luther King, quien aludió las características de la decadencia del mundo contemporáneo. A su vez, partiendo de la desesperanza que brota de semejante encrucijada, se ofrecen distintos planteamientos para considerar el valor de la crisis y se muestran los lineamientos filosóficos y místicos que ofrece Heschel para construir una renovada visión de la realidad. De tal modo, la elaboración de significados para la existencia personal surge de la criticidad y de la aceptación del desasosiego que deriva de existir en un mundo caótico.

Palabras clave: caos; espiritualidad; realidad; vacío; mística

Abstract

The article offers various approaches elaborated by Heschel, a 20th century rabbi philosopher, advisor to Martin Luther King, who alluded to the characteristics of the decline of the contemporary world. In turn, from the hopelessness that arises from a crossroads like that, different approaches are offered to consider the value of the crisis and the philosophical and mystical guidelines offered by Heschel to build a renewed vision of reality are shown. In this way, the elaboration of meanings for personal existence arises from critical thinking and the acceptance of the restlessness that derives from existing in a chaotic world.

Keywords: Chaos; spirituality; reality; emptiness; mysticism

Aspectos biográficos y contextuales de Abraham Heschel

Nacido en Varsovia en 1907, Heschel fue parte de una familia en la que muchos ancestros fueron rabinos jasídicos. En 1916, a los nueve años, sufrió el fallecimiento de su padre, Moshe Mordechai Heschel. Su tío materno se ocupó de sus estudios y lo condujo al conocimiento y práctica de la rama Kotzker del Jasidismo, una escuela rígida y severa que “hacía hincapié en la autohumillación y arrepentimiento”.1

Cuando fue ordenado como rabino a la temprana edad de dieciséis años, Heschel “parecía estar destinado a seguir los pasos de sus distinguidos antepasados”.2 En 1927, se mudó a Berlín para estudiar filosofía y teología. Con cierto asombro, Levenson cuestiona: “¿Heschel se daba cuenta del conflicto entre el punto de vista del mundo protestante, en el que él llevó a cabo sus estudios doctorales, y el judaísmo tradicional que continuaba practicando meticulosamente?”.3 Es evidente que lo notaba, pues de no ser así no habría podido integrar ambas posiciones encontrando lo esencial de ambas: la reverencia ante lo absoluto en sus distintas expresiones.

Heschel se trasladó a los Estados Unidos a los pocos días de que diera inicio la Segunda Guerra Mundial. El rabino y doctor en filosofía aceptó una invitación del Hebrew Union College, ubicado en Cincinnati. Ahí se dedicó a impartir clases de filosofía y de estudios rabínicos. En su estilo docente, al menos en lo tocante a las disciplinas de su ejercicio, se mostró equitativo en la combinación de la racionalidad y la religiosidad. Luego de cinco años desempeñándose en estas funciones, se trasladó al Jewish Theological Seminary of America, donde laboró como profesor de ética y misticismo judío a partir de 1945.

Diez días antes de su muerte Heschel fue entrevistado por Carl Stern. Durante la conversación el rabino mencionó lo siguiente: “Aprendí de los profetas que debo preocuparme por los problemas de los hombres, del hombre sufriente”.4 Ante la pregunta concreta sobre si él mismo era un profeta, Heschel respondió: “Es muy arrogante decir que uno es descendiente de los profetas”.5

El impacto de su pensamiento es notable cuando a su obra se le denomina “maravilla”,6 a sus palabras se les confiere “santidad”,7 se lo visualiza como un “agente de la compasión de Dios”,8 se le acredita como “testigo profético”9 o es aludido como modelo de “audacia espiritual”.10 Resulta notable que su propuesta de espiritualidad ha sido objeto de profundos análisis,11 y que su pensamiento, si bien se ligaba a la intimidad del misterio religioso, también fue estudiado desde la óptica del hombre y la mujer de su tiempo.12

La influencia de Heschel también ha sido reconocida por otros escritores atentos al ámbito de lo transpersonal, tal es el caso de Merton, quien describió a Heschel como “el escritor espiritual más significativo en este país [Estados Unidos] en este momento [la década de los sesenta]”.13 Además, Merton no tuvo reparo en afirmar: “Me gusta su profundidad y su realismo. Conoce a Dios”.14 A su vez, Magid alude la similitud existente entre ambos: “Como Zarathustras espirituales [Heschel y Merton] nos hicieron ver hasta qué punto nuestras vidas productivas están perdiendo un centro; que la vida es como un cono donde el centro simultáneamente sobresale por encima y dentro de la circunferencia del círculo”.15

Meyer advierte que los libros de Heschel “ya han ingresado en la historia eterna del gran pensamiento judío y se estudiarán a lo largo de los siglos, cuando los seres humanos quieran enfrentarse con las eternas verdades y la real grandeza del judaísmo”.16 Es tiempo de desempolvar las grandes joyas de la reflexión mística judía y permitir que sean ofrecidas para poder absorber un poco de esencia nutritiva. No se trata de promover la supremacía de una religión sobre otra, sino de comprender el mensaje que está escondido, o sobrepuesto, en las palabras.

Perspectiva del mundo contemporáneo en Heschel

Como hombre de su tiempo, Heschel estuvo involucrado con el ambiente que lo rodeaba. Sus referencias a su época aún son aplicables al mundo contemporáneo, incluso con mayor fuerza y precisión. El autor de Los profetas otorgaba especial importancia a las conductas que las personas realizaban en soledad, comprendiendo que esto determina el comportamiento social. De acuerdo al teólogo, “para sobrevivir en sociedad, debemos vivir intensamente en privado”.17 Un ejemplo palpable de la desconexión con las propias aspiraciones y del nulo interés hacia la situación ajena se encuentra en el centralismo de lo financiero, es decir, en enfocarse exclusivamente a la creación de la propia riqueza material. No se trata de negar la importancia del dinero o de que sea inadecuado aspirar al progreso monetario, puesto que “el deseo de éxito personal es legítimo, y un saludable ingrediente de la persona. El peligro comienza cuando el éxito personal se convierte en una forma de pensar, en la medida suprema de todos los valores”.18

Si bien para cada nación son fundamentales sus riquezas, éstas no siempre propician el bienestar de los ciudadanos que la conforman; en tal sentido, Heschel refería que “el afecto y el cuidado para con los ancianos, los incurables, los incapacitados, son las verdaderas minas de oro de una cultura”.19 En el ámbito de lo sexual, Heschel “quería mostrar a una generación que había crecido durante la revolución sexual de los años sesenta la necesidad de una perspectiva diferente y más restringida sobre la importancia del sexo, la satisfacción sexual y la sexualidad en la vida”.20 Centrado en las distracciones, las riquezas, los pasatiempos o las diversiones prosaicas, el hombre insensibiliza su aptitud para encontrar lo no visible en lo visible. “Ésta es la tragedia: obscurecer lo maravilloso con la indiferencia”;21 la insensibilidad produce un criterio adormecido que no permite captar las distintas maravillas implícitas en la existencia.

La condición de insensibilidad aumenta la ignorancia. Si habitamos en un cuarto oscuro podría desearse la luz y hasta apreciarse, pero si hemos sido ciegos de nacimiento no entenderíamos de lo que trata la luz. De igual modo, al no existir noción de la ceguera existencial, pareciera que se vuelve aceptable el estado de no ver las cosas porque uno no sabe que no las ve. Por tanto, la del hombre y la mujer contemporáneos “es una doble oscuridad: están ciegos y no tienen conciencia de su ceguera”.22 Si bien la oscuridad, el vacío y la crisis son oportunidades para encaminarse al cuestionamiento o la duda, no hay buen pronóstico si se sostiene la idea de una ficticia autosuficiencia. “Acaso sea esta la esencia del infortunio humano: olvidar que la vida es un don y a la vez un préstamo”.23 Si la vida nos ha sido prestada por un tiempo nos corresponde la exigencia de procurar el bienestar social.

En el mundo contemporáneo no están ausentes los conocimientos o nuevos descubrimientos, pero eso no es suficiente; de acuerdo con Heschel, “la humanidad no perecerá por falta de información, sino tan sólo por falta de apreciación”.24 A su vez, la desazón de un mundo decadente y con clara tendencia a la corrupción y desarmonía también puede ser ocasión para el crecimiento; incluso, “la experiencia de no sentirse cómodo en el mundo es motivación para la oración”.25 Cabe referir que hay muchas maneras de orar: puede hacerse incluso por medio del estudio o del trabajo boyante, siempre y cuando exista conciencia de lo transpersonal o, al menos, de aquello que orienta nuestra fuerza a la acción. Una existencia desconectada y sin motivación no siempre es una señal de malestar; por el contrario, el exceso de bienestar en un mundo injusto supone la elección de estar aliado a la injusticia y precariedad. En ese sentido, “nadie, con una conciencia sensible, puede sentirse bien adaptado a una sociedad presumida que es indiferente a la miseria de millones de personas”.26 Debe estar claro que no se propone aquí la tristeza o la depresión, puesto que ambas son igualmente pasivas ante los problemas, sino el coraje que antecede a la acción comprometida o a la canalización de la ira hacia la lucha por disminuir la injusticia social.

Vivir adaptado a un mundo hostil no nos convierte en víctimas, sino en sumisos socios del caos y de la incongruencia. La perspectiva filosófica de Heschel lo conduce a la conclusión de que lo que nos hace falta no es capacidad, sino sensibilidad para captar lo sublime en lo sencillo, la grandeza en la pequeñez, la saturación auditiva del silencio o la intensidad de la paz. Al hombre y la mujer del mundo contemporáneo les hace falta el asombro que tanto se señaló en la antigüedad como la entraña del ejercicio filosófico. Sin asombro no hay duda y no habrá cuestionamiento ni apreciación de las tonalidades. Con desgracia puede admitirse que “a medida que la civilización avanza, el sentido del asombro declina, [lo cual es] síntoma alarmante de nuestro estado espiritual. La vida sin asombro no merece vivirse. Lo que nos falta no es voluntad de creer, sino voluntad de maravillarnos. La percepción de lo divino comienza en el asombro”.27 El nulo asombro apaga las velas del entendimiento y lo reduce a ser una simple reiteración de lo que se observa con una lupa en lo trivial. Desde una cosmovisión centrada en lo obvio, “la percepción de la gloria es un acontecimiento raro en nuestras vidas”.28

Heschel no es condescendiente con la situación decadente del mundo y señala con ímpetu que “el conocimiento de la grandiosidad y de lo sublime prácticamente ha desaparecido de la mente moderna”.29 Además, para el místico judío, la insensibilidad no conlleva únicamente al desperdicio de la belleza potencial observable, sino que produce malestar social en función de que “la indiferencia frente al asombro sublime de vivir es la raíz del pecado”.30 La idea de pecado en Heschel no debe restringirse a la obtusa prerrogativa de no cumplir con una serie de mandatos o no adecuarse a una moralidad particular, sino que apunta al sabotaje, a la desvinculación de la persona con su propia energía creativa, al desperdicio de sí y a su eliminación como factor conducente al logro de la mejora y la paz.

Al oscurecer el sentido de lo sublime nos “estamos perdiendo la capacidad de ser sensibles; estamos perdiendo la capacidad de cantar”.31 Es evidente la insensibilidad en torno a las obras de arte o la creación artística, la poca apreciación de la disciplina o la casi nula valoración de la honorabilidad. Vivimos una época en la que se desprecia lo que no se suma o no se puede contar con números. En un contexto así, “el sentido de la grandeza y lo sublime casi ha desaparecido de la mentalidad moderna”,32 de modo que se ha vuelto un don que se encuentra muy poco.

De acuerdo con el teólogo hebreo, “la manera más segura de anular nuestra capacidad para comprender el significado de Dios y la importancia de la reverencia es tomar las cosas como obvias”.33 Al no reconocer la grandeza de la naturaleza, del cosmos o de la vida misma, el individuo se vuelve menos capaz de depositar la atención en algo externo a él. Centrados en una idea de sí, más que en sí mismos, los individuos contemporáneos enuncian con sus pretensiosas y ególatras palabras una oda a la estulticia. Es usual confundir la vanidad con la intelectualidad; no obstante, cuando el individuo realmente ha sido asiduo al estudio y muestra su honesta diligencia para encontrarse con lo que aún desconoce, no se presta a la suposición de que es sabio o de que no hay cosas que ignore. La misma idea expresa Heschel cuando denuncia que “el hombre se convenció de que el mundo es su propia explicación y que no es necesario trascenderlo para explicar su existencia. Esta falta de asombro, esta exagerada valoración de los alcances de la indagación científica, es en realidad más característica de los autores de libros populares de difusión científica y de quienes interpretan a la ciencia para beneficio de los legos, que de los propios científicos creativos”.34 La erudición auténtica no es plataforma de la ostentación o de la obsesión por el aplauso. Aun el no creyente es capaz de reconocer que algo lo supera y que sus elucubraciones son siempre parciales. La ciencia no debería implicar soberbia y la filosofía no tendría que conducir a una obstinada actitud de supremacía cósmica. Quien realmente sabe, también admite, al estilo socrático, que no sabe.

Los procesos de condicionamiento en las indagaciones científicas delineadas por la burocracia presupuestal obstruyen la libertad de elección y el placer por la búsqueda. Adiestrado por una educación hermética, consumido por las reglas y directrices que son ordenadas desde el exterior, el individuo contemporáneo no termina por desarrollar su capacidad autodidacta y autocrítica. En el mundo contemporáneo el valor de las cosas se “mide” en función de su utilidad, de su mercantilismo, de su opción de venta. Por el contrario, Heschel asegura que “el sentido de lo trascendente es el corazón de la cultura, la verdadera esencia de la humanidad. Una civilización consagrada exclusivamente a lo utilitario no se distingue, en el fondo, de la barbarie. El mundo se sostiene por lo no mundanal”.35 Tal apreciación no tendría que restringirse ni ser reducida a una sola manera de creer o a un estilo de fideísmo particular, sino que enuncia la alternativa de incorporar la noción de la novedad, el asombro y la conciencia del vacío ante lo transpersonal.

Contraria a tal conciencia es la suposición de autosuficiencia: así, “el problema no es que la gente tenga dudas, sino que a la gente ni siquiera le importa dudar”.36 La religión no cumple su labor cuando invita a la supresión de la incertidumbre y a la credibilidad adolescente; no es lo mismo el compromiso de la fe y la conformidad confortable de la ceguera. Sin restricción ni miramientos cabe cuestionar: “¿No será que estamos entrando en una etapa de la historia de la cual habremos de salir como imbéciles, como una sociedad opulenta de idiotas espirituales?”.37 Cierto, se es un idiota espiritual cuando la pregunta por lo absoluto ha cesado, cuando el asombro ha sido exiliado o la duda es excomulgada para dar paso a la sumisión religiosa. De la frialdad e ignorancia con que son practicadas algunas religiones debe escapar el individuo dispuesto al caos de la espiritualidad pacífica.

La decadencia del mundo contemporáneo será cada vez mayor en la medida en que se mantenga el operante y reiterado hermetismo hacia lo transpersonal. En la óptica hescheliana, “es imposible mantenerse en la seguridad de que la revelación es imposible”.38 Aun en tal terreno, la revelación no es algo que suceda de una vez por todas, sino que se obtiene a través del esfuerzo esmerado y personal. Tal como el conocimiento es adquirido en pequeñas porciones a través de los pausados esfuerzos individuales, la gestión de la espiritualidad no es un acierto de un instante, sino una práctica constante cuyos frutos son paulatinos. En medida que se avanza sea cae en la cuenta de que “lo de este mundo está subordinado a lo de otros mundos”.39 El humano es capaz de gestar cambios en su entorno, pero incluso éstos han de comprenderse desde una visión contingente de la realidad, una en la que se cae en la cuenta de que todo está en conexión con lo demás. El éxito no radica en el afán de obtener logros, sino en la aceptación de ser incluido en el mérito de la existencia.

De manera contraria a la aceptación de la contingencia, “estar satisfecho con el mundo es ruin y de una insensibilidad última”.40 Hay mucho por descubrir y todavía más qué crear, pero la apatía destruye la pasión por las alternativas y la búsqueda. En ese hueco, en tal inoperancia y pusilanimidad, puede advertirse, según Heschel, que “Dios está en el exilio; el mundo está corrompido”.41 Es en esta coyuntura en la que la maldad es una creación del hombre. Quien desea vivir para promover lo contrario coincide con Heschel en que “es horroroso vivir en este mundo nuestro, donde la atmósfera está atestada de la inmensa población de seres malignos producidos por las malas obras. Y todo ese peligro y hostilidad es creación propia del hombre”.42 En sistemas en los que la corrupción impera y la desconexión propia es la regla, se permuta y propaga la desesperanza y se ahogan los ideales.

En consonancia con la idea de que “los ideales tienen una alta tasa de mortandad en nuestra generación”,43 los jóvenes adoptan conductas y posturas que no pertenecen a su cultura originaria; la costumbre no es filtrada por el criterio, la meta de la vida se aparta de lo trascendente y los demás se vuelven un recurso que es útil en la misma medida en que puede ser manipulado. “Desesperanza y disgusto: he aquí el resultado del hedor que genera en nuestros corazones una vida dedicada a la autocomplacencia”.44 Abogando por la salud de una esperanza moribunda, Heschel acentúa que “ni por el pecado ni por la estupidez, ni por la apostasía ni por la ignorancia puede el hombre arrancarse de la dimensión de lo sagrado”,45 pero su apatía mística lo sumerge en el desaprovechamiento de su capacidad.

La consideración de lo transpersonal se ha vuelto una faena poco común. Incluso los que creen que lo han logrado no hacen más que hundirse en un conjunto de creencias y conjuros que no superan el ritualismo y la monotonía. “El clima anti-intelectual, el desprecio del pensamiento, la evasión de los problemas del espíritu, pueden ser nuestra perdición”.46 La apatía deviene en violencia y desamparo de los unos frente a los otros, la contienda es permanente, la agresión reiterada, la ofensa constante. Visto así, “no sólo nos encontramos en la oscura noche del alma, sino en la oscura noche de la sociedad”,47 la comprensión que en su momento obtuvo Juan de la Cruz ahora está ausente de la faz colectiva.

Todo apunta y se dirige a una progresiva desvinculación de unos con otros y de cada uno con lo sublime. “Si no pensamos, si no aprendernos a mirar y a meditar, estaremos cometiendo nada menos que un suicidio espiritual”.48 Es momento de recobrar un poco de vergüenza, de permitir la sobrevivencia de un remanente de armonía y de compromiso. Vivimos atosigados y llenos de tormento, muchas veces en función de la propia dependencia a las repuestas del entorno y a las directrices de los que hemos creído nuestros líderes espirituales. “La enfermedad que padecemos es el analfabetismo intelectual y espiritual, la ignorancia y la idolatría de falsos valores. Somos una generación carente de estudio y de sensibilidad”;49 el camino es largo si buscamos una escapatoria colectiva, pero el inicio de tal senda es la recuperación de la intimidad personal que nos permita impulsar a los demás. Nadie tiene su vida espiritual asegurada; incluso “los místicos, que saben que el hombre está envuelto en una historia oculta del cosmos, se empeñan en despertar de la modorra y de la apatía y en recuperar el estado de vigilia para sus almas encantadas”.50

El valor filosófico y práctico de la crisis

De manera contraria a la tradición que sitúa en la certidumbre la base de la creencia, Heschel enfatiza el valor de la incertidumbre. Advierte que “la fe comienza con el desconcierto, con la angustia, con el silencio”.51 El momento del desierto repercute positivamente en el individuo que, a falta de cobijo y confort, debe emprender el camino de la indagación y del movimiento. Es por ello que “no son las cuestiones vicarias sino los problemas personales los que estimulan el pensamiento creativo. Las incertidumbres que agitan el corazón del filósofo proveen el motivo que lo impulsa a su afanosa busca de la verdad”.52 En esto coincide Scharfstein cuando admite que “todos los filósofos sienten el deseo o la necesidad de una penetración que cale más hondo de lo que ellos han sido capaces de lograr antes”.53 El camino inicia, entonces, en un vacío de respuestas, en un terreno fértil que no ha sido abonado y que está ávido de fruto.

En su libro The Insecurity of Freedom [La inseguridad de la libertad],54 Heschel reflexiona sobre la fragilidad de la existencia humana y la angustia que de ello puede derivarse. No obstante, el significado filosófico auténtico y sagrado surge de sobreponerse a la angustia espiritual. En su última obra, titulada Pasión por la verdad, Heschel decidió enfocarse en Sören Kierkegaard y Reb Mendel de Kotzk, dos rebeldes religiosos a partir de los cuales “expresó en forma directa su propia angustia frente al mal y la decadencia religiosa”.55 Es la angustia la que antecede a la búsqueda de resguardo; a diferencia de la quietud, la angustia lleva al movimiento, el cual es necesario para propiciar los cambios. Así, “la situación religiosa precede a la concepción religiosa”,56 comprendiendo la angustia como una oportunidad de relacionarse con algo trascendente. Puede objetarse que a partir de la angustia se pueden crear fantasías y quimeras que sirvan de salvaguarda, pero lo que inspira en un primer momento a la búsqueda de resguardo después puede dar paso a la mística. De tal modo, Heschel no propone una fe centrada en el miedo o el deseo de protección, sino un compromiso que nace arraigado en el anhelo de encontrar sentido.

La angustia permite experimentar la esencia del abismo. Vivir sobre el abismo no es una opción para los pesimistas o menos brillantes y populares, sino que Heschel entiende que “la vida cotidiana es el arte de vivir sobre el borde del abismo”.57 La experiencia del abismo, muy acorde con la sensación de vacuidad, provoca la disposición al arte y sensibiliza para la comprensión de la situación del mundo. Es de esperar que el asombro ante lo absoluto provoque angustia, tal como la incalculable proporción de su influencia en nosotros. El traspaso de una existencia lúdica a una cuyo enfoque se centre en la construcción de un mundo mejor se rodea de duda e incerteza. Así, la crisis permite reconocer que “la vida es un mandato, no el disfrute de una renta vitalicia; una tarea, no un juego; una orden, no un favor”.58

El rabino polaco también fue consciente de que el abismo no es más un enemigo, sino un preámbulo en el cortejo de la vida espiritual. Su involucramiento es tal que “la fascinación por el abismo ejerció influencia sobre nuestro entendimiento de la vida en el arte y la religión. Parece inconcebible que una persona pueda ser a la vez sobria e inspirada, normal y santa. La mente debe ser vencida para ser iluminada, un objeto debe parecer siniestro para que se lo pueda considerar sagrado”.59 En el proceso implícito de la mejora de la vida puede resultar insoportable la experiencia de soledad; si bien es cierto que cada uno la puede vivir u ocultar de diferentes maneras, lo cierto es que “tenemos en común una terrible soledad”.60

La creatividad está acompañada de soledad, al menos de la requerida para centrar la atención en el propio sentir, en la intuición y en la tarea que nos ocupa. Los creativos requieren estar equipados de una estructura de soporte que los fortalezca ante la desolación y el abismo al que se enfrentan. De acuerdo con Heschel,

el rechazo o el reconocimiento falso, junto con los esfuerzos y tensiones mentales, los actos de autοnegación necesarios para la dedicación completa, el esfuerzo y la agonía que se experimentan al tratar de dar expresión a la intuición, son demasiado graves como para no afectar el equilibrio sensible de un ser humano. Es un milagro que la persona creadora pueda sobrevivir.61

Crear implica romper con ciertas formas definidas, con las respuestas acomodaticias y con los clichés establecidos o lugares comunes de la reflexión. Por ello, sujetar el proceder a semejantes tónicas repercute o merma el ánimo. No obstante, el reto debe ser enfrentado con valentía; “debemos estar preparados para ir más allá de las categorías de nuestra propia experiencia, aunque un procedimiento tal trastorne nuestra rutina y tranquilidad mental”.62 En tal encrucijada, la percepción se trastorna, pero la alteración subsecuente permite aligerar la carga y desentorpecer la visión.

El autor de El hombre no está solo reconoce que

sólo quienes hayan vivido días en los que de nada servían las palabras, en los que las más brillantes teorías irritaban el oído como una jerigonza vacua; sólo quienes hayan experimentado el desconocimiento último, el silencio de un alma golpeada por el asombro, la total mudez, sólo ellos son capaces de penetrar el significado de Dios, un significado más grande que la mente.63

La intención de conocer a Dios, imposible como propósito, favorece la disposición a recibir tenues chispazos de intuición sobre la deidad. Para ello es requerido un ejercicio de vaciamiento, de modo que las imágenes e ideas sobre Dios sean destituidas para dar paso a un vacío del que reinará la contemplación de lo absoluto. Esto resulta particularmente complejo porque, a pesar de la disposición inicial, “nunca llegamos a aceptar la idea de que la vida es hueca e incompatible con el sentido”.64 Las condiciones precarias, los tiempos de catástrofes e incluso las enfermedades son ocasiones propicias de pausa y de nuevas significaciones.

En la vivencia de las situaciones adversas, tal como en la obligación de volverse resiliente, la persona alcanza a contactar con un poder que desconocía de sí. Se trata de un impulso más que de un músculo, de una claridad que surge de entre las tinieblas y permite una revitalización. Justamente, “la renovación de nuestro poder dependerá de nuestra capacidad de volver a abrir nuestros recursos interiores”.65 Es por esto que “la enfermedad debería hacernos humildes […], nos recuerda nuestra propia pobreza y nuestras limitaciones, es una oportunidad para encontrar la grandeza de la compasión”.66

El camino a la comprensión del sentido de la espiritualidad también puede ser antecedido por destellos de hostilidad y misantropía. Kaplan observó que “Heschel sostiene que la dureza de corazón, la insensibilidad, raíz de todos los pecados de acuerdo con la Biblia, puede ser la oportunidad de retornar a Dios”.67 Cuando es auténtico, el coraje hacia el mundo está cimentado en su discordancia con la expectativa que nos aguarda; no se trata de una expectativa trivial, a la manera de esperar un mundo en el que seamos alabados o reconocidos, sino de una en la que el mundo no resulte un sitio peligroso para nuestro desarrollo y el de los demás.

En su desarmonía, el mundo y los humanos resultan desagradables y existe una tenue convicción sobre su poca valía. Sin embargo, asumiendo que “la crítica sensata comienza siempre por la autocrítica”,68 el individuo reconoce que los defectos y vicios que observa en los demás son también manifiestos en sí mismo. No hay modo de escapar de lo humano que nos corresponde, tal como tampoco es posible separarse de la especie y su contingencia. En tal coyuntura, “el hombre sombrío, que vive irritado y en constante disputa con su destino, siente hostilidad por todas partes y no parece percatarse nunca de lo ilegítimo de sus quejas”.69 Si bien es comprensible la queja, ésta es reversible cuando se admite la irrenunciable influencia de las circunstancias y la oportunidad que representan como punto de partida. Comprender la vida como una misión, más que como un lapso existencial de molestia en el que todos son culpables, reivindica la posición de responsabilidad y lealtad.

Un obstáculo que impide que el hombre y la mujer contemporáneos acepten su propia contingencia radica en su autocomplacencia y en la suposición de su autosuficiencia. En palabras de Heschel, “la autosatisfacción, la autorrealización, son mitos degradantes para las almas pletóricas de anhelo. Todo lo creativo nace de una semilla de incalculable descontento. Lo que hace posible el progreso moral es la insatisfacción de los hombres con los hábitos, normas y modos de conducta de su época y raza”.70 De tal modo, la aceptación acrítica de las condiciones en las que opera la sociedad no constituye evidencia de compromiso ni de fe.

Son innumerables los individuos que, siguiendo dócilmente las consignas de sus llamados líderes espirituales, permanecen adormilados ante la manipulación de la que son objetos. No solo no basta con creer que la persona se construye a sí misma o que Dios la erige como su estandarte orgulloso, sino que tales aspiraciones representan un equívoco; por el contrario, “la autosatisfacción es el borde del abismo”71 y resulta contraproducente vanagloriarse en ello. Asimismo, la experiencia de la congoja, de la molestia o del desazón hacia el mundo representan un aliciente para la confrontación necesaria y oportuna, puesto que a través de ellas se comprende que “la tristeza implica que el hombre se siente con derecho a un mundo mejor, más placentero”;72 de modo que cabe dirigir la conducta al logro de ese fin, no individual y arrogante, sino colectivo y consciente de la condición sistémica en la que existimos.

La opción contraria a la del compromiso es la del aburrimiento. Heschel fue crítico de la juventud de su tiempo y apuntó que “los jóvenes apenas tienen conciencia de que la vida incluye penurias, enfermedad, dolor, incluso agonía; de que muchos corazones están enfermos con amargura, resentimiento, envidia. No se sienten moralmente desafiados, no se sienten exigidos”.73 De la sensación de no ser retados se multiplica la experiencia del aburrimiento, uno que continúa hasta la vida adulta y suprime el progreso del propio talento. La ausencia de disciplina termina por sepultar las mejores intenciones y los proyectos que otrora eran ambiciosos.

Una existencia saturada de aburrimiento produce poca sensación de valía. Una vida sin compromiso ni riesgos es muy similar a “los males espirituales básicos de la vejez, sensación de sentirse inútil, vacío interior y aburrimiento, soledad y miedo al tiempo”.74 En la medida en que se es capaz de hacerse uno con la angustia y la confrontación que de ella deriva, cuando se asimila la falsedad de las propias estrategias, se produce un motivo por el cual vivir. Heschel creía que “la confrontación con la miseria humana despierta una intensa hambre de sentido”.75 El significado que surge de la crisis no tendría que ajustarse a un proyecto individualizado, sujeto a la soberbia o reducido al propio placer; por el contrario, tendría que estar sustentando en el reconocimiento del papel del hombre y la mujer en el mundo, dando pauta a la conjunción de los proyectos de otros o, mejor aún, marcando la veta del proyecto conjunto.

Para lograr una meta como la referida necesitamos comprender que “el hombre no se basta a sí mismo, [y que] la vida carece de sentido para él a menos que sea valiosa para otro, a menos que sirva a un fin que la trasciende”.76 Así como el hombre necesita ser necesitado por Dios para instaurar su senda en el mundo, también requiere, según entiende Heschel, saberse útil para los demás. En tal tenor, “la felicidad puede definirse como la certeza de ser necesario”.77 No obstante, es oportuno percibir el riesgo de concebirse como un salvador de los demás, un modelo o un ser imprescindible para la existencia de otras personas. A cada uno corresponde comprender que también debe dar paso a su propio vacío al morir y que ninguna vida adulta debe ser dependiente de otra. Por ello, “decir que la vida podría consistir en la preocupación por los demás o en un incesante servicio al mundo, sería un vulgar alarde”.78 La existencia adopta cierto significado en lo que se hace con y por otros, pero el sentido último de tal labor no radica en el altruismo, sino en la conciencia de la unión correspondiente de todo lo existente con algo que trasciende a todo ser.

Lo que hacemos representa lo que somos, pero lo que somos no se agota en lo que hacemos. Visto así, “la existencia humana no puede hallar su sentido último en la sociedad, pues la sociedad misma necesita un sentido”;79 asimismo, ninguna persona puede volverse el sentido de otra cuando ella misma requiere un sentido para sí. La tarea no es digna por sí misma, sino porque está ordenada por una pauta incomprensible que nos ha puesto en el mundo. Ninguna explicación puede darse en relación a qué es lo que propició el aparente azar de nuestra colindancia con la existencia, de modo que lo único que podemos saber es que lo sabido es parcial e incompleto. Hay un sentido último que no puede más que ser intuido.

En la ambigüedad de nuestras certezas, “lo único que podemos predicar honestamente es una teología del desaliento”.80 Situado en el sinsabor de la incompletud, al hombre y la mujer contemporáneos les resta únicamente algún intento de escape. En tal circunstancia, “la locura, en su esencia, puede describirse como surgiendo de una experiencia desanimadora de vivir consigo mismo, que conduce a la alienación de una persona con su propio ser. La locura es la tentativa desesperada por alcanzar la trascendencia, elevarse por sobre sí mismo”.81 Por tanto, una forma de locura, no patológica, sino sublime, que alienta a través del desaliento y ofrece luz con su oscuridad, es la que dirige a la adopción de la óptica de lo transpersonal.

De acuerdo con las ideas de Lombroso, un autor citado por Heschel, “la afinidad entre el genio y la locura está probada por la frecuencia de los signos patológicos, de neurosis, melancolía, megalomanía y alucinaciones entre hombres de genio”.82 No obstante, el filósofo de la religión se mantiene en desacuerdo con la premisa referida. Según Heschel, “la falacia de la doctrina de Lombroso consiste en confundir un resultado con la causa. Es verdad que el hombre de genio paga por este don con alguna abstención o aflicción; pero la aflicción es el resultado y no la causa de la esencia del genio”.83 De tal manera, la tristeza, la sensación de inadecuación, las crisis o la lejanía con un mundo doliente y adverso no son sinónimo de maldad o de indolente soberbia; por el contrario: son evidencia de la oportunidad y la ocasión para calcular y proyectar un nuevo curso para la existencia. La llegada a tal puerto aún debe sortear la experiencia de la desesperanza.

En sus reflexiones, Kaplan no duda en señalar que “la visión religiosa de Heschel contiene misticismo y desesperanza”;84 ambos aspectos son soportados en la experiencia humana. Uno de los caminos para sobrellevar la desesperanza que antecede a la vivencia mística consiste en elegir una fría dureza. Heschel no niega el valor de la actitud desarraigada hacia la religión, pues reconoce que es propia de los valientes que no están sometidos al vaivén de lo dictado por los demás. De tal modo, “cuando la dureza es completa, se convierte en desesperanza, el fin del engreimiento. De la desesperanza, de la incapacidad total para creer, se estalla la oración”.85 Visto así, “parecería que la única cura para la dureza voluntaria es hacerla absoluta”.86 Así, la dureza es un escudo que mantiene en su centro un poco de liquidez. El vacío y la incompletud, con todo el desaliento y molestia que contienen, son una invitación a despertar. No se es duro cuando se es desapasionado, la coraza mantiene seguro el frágil centro de aquellos que parecen impávidos. Heschel afirma, con audacia, que “el significado último aparece a través de los límites de la carencia de significado y la desesperanza. Las palabras y las teorías son anuladas. En forma paradójica esto descubre el lado positivo de la carencia de significado”.87

Revueltos en una sociedad y un conjunto de religiones propagadoras del optimismo y la bienaventuranza, la consigna de una mística cuyo pesebre es la desesperanza no ostenta tintes de popularidad. No obstante, “la agonía y la desesperanza radical son la única cura para el alejamiento de lo divino”.88 La crisis personal puede producir capacidad para crear nuevos significados y una ferviente pasión por la vida y el proyecto humano. El misticismo de Heschel es una prueba activa de que “la desesperanza es el nacimiento, no la tumba de un tiempo significativo y quizá sagrado”.89 La apariencia engaña, el paraíso no se encuentra encima de nosotros o en la exclusividad del nacimiento de la luz de cada día, sino en una constante oscuridad que rodea a nuestro mundo arrojado en el espacio, en el ocaso de cada latido y en la agitada respiración. Tal como la desesperanza es la antesala de la mística, el exilio es precursor del encuentro de un nuevo hogar; asimismo, el pasaje de cada hombre y mujer por la Tierra es anterior al nuevo hábitat transpersonal en el que lo humano será diluido tras sus penurias y constantes desventuras.

Conclusiones

Heschel denuncia la paulatina desconexión personal e interpersonal que experimenta el hombre y la mujer del mundo contemporáneo. En su decadencia, el sistema mercantil nos empuja a la insensibilidad ante las necesidades ajenas y al nulo asombro del milagro de la existencia, inclusive si ésta ha sido provocada por el azar. Es evidente y doloroso el poco sentido de lo sublime que ha sido arraigado en las personas a partir de sus creencias en los mitos que exaltan el valor del hombre, su autosuficiencia e independencia del mundo y los demás. Su exacerbado egoísmo no permite al humano percatarse de su hermetismo hacia lo transpersonal; a su vez, cuando ha sido capaz de intuirlo termina por jactarse de eso, como si se tratase de un logro intelectual. Sin importar los alcances de sus descubrimientos e innovaciones, el mundo de lo humano ha dado nacimiento y aparente inmortalidad a la maldad, la cual, siendo creación humana, se ha erigido como dueña y señora de la conducta común. Consecuencia de todo ello es la natural desesperanza, sobre todo, en los que son capaces de ubicar el vacío y no niegan su desadaptación e inconformidad con la decadencia del mundo. Tal es el camino para evitar la apatía mística y superar el desánimo que orilla a desestimar lo espiritual.

Heschel observa en la crisis una oportunidad para la mejora. Es evidente que esa esperanza no reduce la incertidumbre o el desasosiego. La ausencia de respuestas y la valentía por no adherirse a las sencillas explicaciones fluctuantes provocan una angustia que antecede a la vivencia del abismo. En una experiencia tal, aderezada por una ineludible soledad, se reitera la confrontación. Además de la renuncia a las formas establecidas sobre lo que debe ser la existencia, la lejanía a las modas o la desadaptación a un mundo en desarmonía, las condiciones precarias y las enfermedades son oportunidad para el replanteamiento honesto del curso de la conducta personal. En ese estado de insatisfacción es comprensible que el hombre y la mujer dejen escapar de sí destellos de hostilidad hacia aquello que va en contra de un mundo armónico, justo y digno de ser habitado. La rutina y la cotidianidad, sumada a la apatía común y el abaratamiento de la virtud, conllevan al aburrimiento y a la poca sensación de valía, lo cual produce desaliento y nostalgia. A pesar de un marco tan oscuro, reconocer la contingencia y el valor de un proyecto común son alternativas para emerger de la desesperanza y fluir a través de un ánimo revitalizado y comprometido. El pensamiento de Heschel es una invitación a todo ello.

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1 Jon Levenson, “The Contradictions of A. J. Heschel”, Maj’shavot / Pensamientos, vol. 37, núm. 1 (1999): 24. Salvo que se indique lo contrario, todas las traducciones son del autor.

2Ibid., 24.

3Ibid., 28.

4 Abraham Heschel, “Conversación con Heschel”, Maj’shavot/Pensamientos, vol. 13, núm. 1 (1974): 33.

5Ibid., 34.

6 Jack Riemer, “The Wonder of Heschel”, Proceedings of the Rabbinical Assembly, vol. 45 (1983).

7 Edward Kaplan, Holiness in Words: Abraham Joshua Heschel's Poetics of Piety (New York: New York Press, 1996).

8 John Bennett, “Agent of God's Compassion”, America, vol. 128, núm. 9 (1973).

9 Edward Kaplan y Samuel Dresner, Abraham Joshua Heschel: Prophetic Witness (New Haven: Yale University Press, 1998).

10 Susana Heschel, Moral Grandeur and Spiritual Audacity (New York: Farrar, Straus, Giroux, 1996).

11 Donald Moore, The Human and the Holy: The Spirituality of Abraham Joshua Heschel (New York: Fordham University Press, 1989).

12 Fritz Rothschild, “God and Modern Man: The Approach of Abraham J. Heschel”, Judaism, vol. 8, núm. 2 (1959).

13 Thomas Merton, Turning toward the World: The Journals of Thomas Merton (New York: Harper Collins, 1996), 61.

14Ibid., 62.

15 Shaul Magid, “Abraham Joshua Heschel and Thomas Merton: Heretics of Modernity”, Conservative Judaism, vol. 50, núms. 2-3 (1998): 121.

16 Abraham Heschel, Democracia y otros ensayos (Buenos Aires: Seminario Rabínico Latinoamericano, 1987), 11.

17Ibid., 186.

18Ibid., 300.

19Ibid., 207.

20 Einat Ramon, “Abraham Joshua Heschel’s critique of modern society”, G’VANIM, vol. 6, núm. 1 (2010): 39.

21 Abraham Heschel, Dios en busca del hombre (Buenos Aires: Seminario Rabínico Latinoamericano, 1984), 108.

22Ibid., 109.

23Ibid., 450.

24 Abraham Heschel, El hombre no está solo (Buenos Aires: Seminario Rabínico Latinoamericano, 1982), 37.

25 Heschel, Democracia y otros ensayos, 50.

26Ibid., 158.

27 Heschel, Dios en busca del hombre, 59.

28Ibid., 107.

29 Heschel, Democracia y otros ensayos, 25.

30Ibid., 27.

31Ibid., 204.

32 Heschel, Dios en busca del hombre, 47.

33Ibid., 55.

34Ibid., 55.

35 Abraham Heschel, La Tierra es del Señor (Buenos Aires: Candelabro, 1952), 58-59.

36 Heschel, Democracia y otros ensayos, 73.

37Ibid., 291.

38 Heschel, Dios en busca del hombre, 227.

39 Heschel, La Tierra es del Señor, 77.

40 Heschel, Democracia y otros ensayos, 70.

41Ibid., 50.

42 Heschel, La Tierra es del Señor, 80-81.

43 Heschel, Dios en busca del hombre, 481.

44Ibid., 506.

45 Heschel, El hombre no está solo, 240.

46 Heschel, Democracia y otros ensayos, 128.

47Ibid., 82.

48 Pinjas Peli, “Heschel en Jerusalem”, Maj´Shavot / Pensamientos, vol. 20, núm. 4 (1981): 13.

49 Heschel, Democracia y otros ensayos, 183.

50 Heschel, La Tierra es del Señor, 78.

51 Heschel, Democracia y otros ensayos, 201.

52 Heschel, Dios en busca del hombre, 6.

53 Ben-Ami Scharfstein, Los filósofos y sus vidas (Madrid: Cátedra, 1984), 50.

54 Abraham Heschel, Insecurity of Freedom (New York: Schocken Books, 1972).

55 Edward Kaplan, “Misticismo y desesperanza en el pensamiento religioso de A. J. Heschel”, Maj’shavot/Pensamientos, vol. 26, núm. 12 (1987): 23.

56 Heschel, Dios en busca del hombre, 8.

57 Heschel, Democracia y otros ensayos, 50.

58 Heschel, El hombre no está solo, 295.

59 Abraham Heschel, Los profetas, vol. 3: Simpatía y fenomenología (Buenos Aires: Paidós, 1973), 166.

60 Heschel, Dios en busca del hombre, 127.

61 Heschel, Los profetas, vol. 3, 170.

62 Heschel, Dios en busca del hombre, 270.

63Ibid., 179.

64 Heschel, El hombre no está solo, 193.

65 Heschel, Democracia y otros ensayos, 204.

66Ibid., 298.

67 Kaplan, Misticismo y desesperanza…”, 33.

68 Heschel, Dios en busca del hombre, 23.

69 Heschel, El hombre no está solo, 290.

70Ibid., 260.

71Ibid., 260.

72Ibid., 289.

73 Heschel, Democracia y otros ensayos, 150.

74Ibid., 211.

75 Kaplan, “Misticismo y desesperanza…”, 33.

76 Heschel, El hombre no está solo, 194.

77Ibid., 194.

78Ibid., 195.

79Ibid., 196.

80 Heschel, Democracia y otros ensayos, 243.

81 Heschel, Los profetas, vol. 3, 165.

82Ibid., 167.

83Ibid., 170.

84 Kaplan, “Misticismo y desesperanza…”, 22.

85 Abraham Heschel, Los profetas, vol. 2 (Buenos Aires: Paidós, 1973), 63.

86Ibid., 63.

87 Kaplan, “Misticismo y desesperanza…”, 26.

88Ibid., 34.

89Ibid., 34.

Cómo citar: Sevilla Godínez, H. (2021). Decadencia y oportunidad: Abraham Heschel y la crisis del mundo contemporáneo. EN-CLAVES del pensamiento, 0(30), e428. doi:https://doi.org/10.46530/ecdp.v0i30.428

Recibido: 26 de Junio de 2020; Aprobado: 12 de Julio de 2021; Publicado: 29 de Julio de 2021

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