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En-claves del pensamiento

versão On-line ISSN 2594-1100versão impressa ISSN 1870-879X

En-clav. pen vol.6 no.11 México Jan./Jun. 2012

 

Artículos

 

Cristóbal Colón y el Caribe: oro y desnudez

 

Sofía Reding Blase*

 

* UNAM, Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, México, sofiareding@hotmail.com

 

Fecha de recepción: 04/08/2010
Fecha de aceptación: 23/09/2011

 

Resumen

El primer viaje de Colón, aunque con propósitos distintos a los originales, marca el inicio de la Modernidad. En el presente texto se da cuenta del peculiar carácter de quien se dice descubrió América, considerándolo como un transeúnte entre Medievo y Renacimiento. Asimismo, se muestra la figura de Vespucci y su personalidad más renacentista. Las visiones que ambos navegantes tuvieron de nuestro continente, serán la clave para comprender el discurso sobre lo Salvaje, tanto en su versión pesimista como optimista.

Palabras clave: Descubrimiento, invención, salvaje, pensamiento latinoamericano.

 

Abstract

The first voyage of Columbus, although different from the original purposes, marks the beginning of modernity. This text is aware of the peculiar character of who is said to have discovered America, considering him as a transient between Middle Ages and Renaissance. It also shows the figure of Vespucci and his Renaissance personality. The two sailors had visions of our continent, which will be the key to understand the discourse on the Savage, both in its pessimistic and optimistic version.

Key words: Discovery, invention, Savage, Latin American thought.

 

Cualquiera que desee acercarse al estudio de la historia latinoamericana deberá mirar con cuidado lo que ocurrió a fines del siglo XV, cuando Cristóbal Colón se hizo a la mar con la esperanza de desembarcar en tierras asiáticas. Ha corrido mucha tinta en torno a cuestiones tales como el origen de Colón, sus conocimientos previos, el financiamiento del viaje o el tipo de tripulación y, en general, sobre las vicisitudes y las peripecias de los viajes colombinos, cuya documentación es a veces apócrifa. Sin embargo, lo que aquí nos interesa es la visión colombina sobre el Caribe y, más importante que eso, sobre sus habitantes a quienes, como veremos, nunca conoció del todo.

Desde el Caribe se han escrito numerosas cartas entre las que podemos mencionar dos que llevan el mismo nombre: Carta de Jamaica. La más famosa de las dos es la carta que Simón Bolívar dirigió a un caballero de Kingston de nombre Henry Cullen, en septiembre de 1815. Sin contar, en ese momento, con libro o documento alguno en el cual basar su argumentación, y presentando disculpas por ello, Bolívar ofreció a su corresponsal una panorámica de la problemática americana. La otra carta, anterior a la de Bolívar, data de 1503 y fue dirigida desde Jamaica por Cristóbal Colón a los Reyes Católicos para contarles las calamidades que sufrió en su cuarto viaje (11 de mayo de 1502 al 7 de noviembre 1504). Se conoce también como La Letterararissima1 y fue escrita desde aquella isla que Colón llamó, desde 1494, Santiago. Como se sabe, Santiago el Mayor junto con su hermano Juan el Evangelista, fueron llamados por su maestro Los hijos del trueno. Y tronadísimo fue el huracán que azotó las naves del Almirante durante 88 días y que hizo que él y sus acompañantes permanecieran en la isla durante 370 días hasta que fueron rescatados por Diego Méndez.2

Así como el Libertador mencionaba en su carta que los escritos del barón de Humboldt llamaban a la reconstrucción de la memoria histórica mediante el estudio riguroso de la particular circunstancia americana. Y también es necesario recuperar el modo en que Colón imaginó los territorios con los que tropezó en 1492, pues estas imágenes resultarán nucleares tanto en la elaboración de mitos de carácter fundacional como de las utopías libertadoras. Entre ambos personajes no deja de haber una enorme diferencia. En efecto, Colón no es como Humboldt:

En 1498, frente al golfo de Paria, un hombre, hijo de la imaginación de la Edad Media, mira con los ojos enceguecidos por una enfermedad contraída a bordo, y por un modo, cimentado por siglos, de entender el mundo; y, comerciante, ve, una vez más, la posibilidad del oro; hombre de una época que concluye, ve lo desconocido a través del terco cristal de sus certezas y su fe; y, elegido de Dios, como se cree a sí mismo, ve en la desembocadura del Orinoco uno de los ríos del cercano Paraíso Terrenal. En 1799, frente al golfo de Paria, un hombre ilustrado, con la lámpara de la razón como guía, mira por encima de tres siglos, aquella primera mirada enceguecida y el espectáculo de lo desconocido que se abre ante ella, y comprende que debe recibir la herencia de aquel hombre afiebrado de visiones, y nombrarla nuevamente.3

El Almirante era, sin lugar a dudas, lo que se dice de todos los excéntricos: todo un personaje. Sabemos que catorce ciudades italianas y doce naciones han peleado por la gloria de haberlo visto nacer, aunque él mismo aseguró el 22 de febrero de 1498, cuando otorgó escritura de la Institución de Mayorazgo a su hijo mayor Diego, que Génova era su ciudad natal.4 Aparentemente, ahí se dedicó al oficio de lanero para luego ser agente de la casa comercial de los Centurioni,5 así como navegante por los itinerarios portugueses de África, estudioso de la astronomía del florentino Toscanelli y profundo admirador de Marco Polo y del cardenal Pedro de Ailly. Su propio nombre, según afirmaba fray Bartolomé de las Casas, revelaba una trascendental misión: Cristóforo Colombo, el que llevaría la palabra Cristo a las lejanas tierras de Asia. Pero como sabemos, Colón no llegó nunca al continente asiático. Lo que nunca sabremos es si él lo supo, ya que no tenemos pistas al respecto. Sólo nos resta analizar lo que el Almirante encontró y cómo lo describió, cuando se encaminó al Levante por el Poniente, como diría Humboldt.6 El viaje se inició el viernes 3 de agosto a las ocho de la mañana, cuando levaron anclas dos carabelas y una nao,7 y partieron de la Barra de Saltes, en la confluencia de los ríos Odiel y Tinto. La expansión de Occidente estaba por comenzar: poco más de dos meses después, Colón desembarcó en una isla de las Antillas. Y después vendrían otros más:

Detrás de Colón y de España marcharían los navegantes de Portugal y, de inmediato, los de otras potencias europeas para disputarse un mundo sin dueño y ampliar, con sus riquezas, las posibilidades de su predominio sobre el Viejo Continente. A la conquista de la América Meridional siguió de inmediato la de América Septentorial y la de todas las islas de los mares sobre las que Colón había puesto el estandarte de sus católico señores.8

Aunque se dijo durante mucho tiempo que el desembarco se realizó en la isla de San Salvador, hoy se sabe, tras investigaciones del fotógrafo Luis Mar-den y su esposa, la matemática Ethel Cox Marden, financiadas por National Geographic, que Colón desembarcó en Cayo Samana y no en la isla llamada, hasta 1926, de Watling. Los investigadores aseguran que los detalles que aporta el Diario con relación a la geografía de la isla que describió el Almirante, corresponden más bien a Samana.9 Sin embargo, lo que nos interesa aquí es otro asunto.

En primer lugar, interesa entender que, si bien Colón llegó al Caribe en su primer viaje y que sólo en el último tocó costas de Tierra Firme, nunca se percató de ello o por lo menos nunca admitió haber llegado a territorios que no fueran asiáticos. Las tierras con las cuales tropezó, no lograron en modo alguno apaciguar su obsesión por estrenar una ruta marítima que, con dirección al este, llevara a la Cola del Dragón, como llamaron los chinos a la gran cuarta península de Asia, y que podría ser identificada con Sudamérica.10 Asia o Sur-América, el hecho es que Colón fue el primero en realizar un viaje oficial con ruta hacia el oeste y es este viaje lo que podría constituir el inicio de la modernidad europea y convertir a Colón en el primer moderno:

[...] es el primero que sale oficialmente (con poderes, no siendo ya un viaje clandestino, como muchos de los anteriores) de la Europa latina —antimusulmana—, para iniciar la constitución de la experiencia existencial de una Europa occidental, atlántica, centro de la historia. Esta centralidad será después proyectada hasta los orígenes: es en cierta manera, en el mundo de la vida cotidiana (Lebenswelt) del europeo: Europa es centro de la historia desde Adán y Eva, los que también son considerados como europeos, o, al menos, es considerado como un mito originario de la europeidad, con exclusión de otras culturas.11

Es importante mencionar que esta centralidad europea es, en realidad, luso-española. En efecto, como recuerda Consuelo Varela, entre España y Portugal ya había rivalidad por el control de las rutas marítimas lo que llevó a Armar el Tratado de Alcagovas el 4 de septiembre de 1479, ratificado en 1480. Según el acuerdo:

Los castellanos podrían navegar a las Canarias y conquistar las islas no ganadas aún en este archipiélago, mientras que los portugueses se reservaban la exclusiva sobre la costa occidental africana en dirección sur [...]. La situación se mantiene sin mayores problemas hasta el Descubrimiento del Nuevo Mundo que agudiza de nuevo el choque de intereses entre los dos países.12

Las rivalidades quedarán resueltas por la Bula Intercaetera de Alejandro VI (dictada en 1493) y el Tratado de Tordesillas que ratifica la división territorial del mundo en dos hemisferios, situando la línea de demarcación a 270 leguas más que lo planteado en la citada Bula, al oeste de las islas de Cabo Verde.13 Así pues, las naves del Almirante llegaron mucho más allá de lo que él tenía planeado: agrandaron el globo con un Nuevo Mundo en el que todo parecía ser, para fortuna de los recién llegados, naturaleza pura, es decir, sin historia y sin compromisos con nada ni con nadie y, por tanto, concebible como un botín legítimo y legalizado posteriormente por los documentos que hemos mencionado.

Pero Colón descubrió lo que necesitaba descubrir y vio lo que quiso ver: un viaje al Asia cuyo rumbo habría sido fijado por la Providencia.14 Por eso podemos afirmar que en ese primer viaje se mezclaron dos desvaríos: la quimera geográfica y la tarea salvacionista que se encomendaban a sí mismos tanto el Almirante como la Corona española en una suerte de Destino Manifiesto. El 21 de octubre de 1492, el Almirante se dirigía desde el Caribe a los Reyes Católicos con las siguientes palabras: ''Tengo determinado ir a la tierra Arme y a la ciudad de Guisay y dar las cartas de Vuestras Altezas al Gran Can y pedir respuesta y venir con ella''.15 ¿Qué querían el Almirante y los reyes del monarca asiático? Lo de siempre: oro. Detrás del deseo de presentarse ante el Gran Khan, se dejaba ver el deseo de aprovechar las riquezas eventualmente encontradas en favor de la exaltación global del Evangelio y del triunfo sobre el ejército musulmán que ocupaba Tierra Santa desde el 637 y el rescate de Jerusalén. Esta misión, como lo apuntara el mismo Colón en su Libro de las Profecías,16 debía cumplirse antes del fin de los tiempos, evento que ocurriría en 1656: ''entre la muerte de Descartes y la de Pascal'', anota Humboldt.17

Como el Almirante no podía dar cuenta de cuánto oro iba encontrando, puesto que no lo hallaba, comenzó a dar múltiples detalles sobre la naturaleza de las islas del Caribe en un tono que incluso hasta podría ser catalogado de renacentista. Pero Colón no puede ser clasificado como tal; es, en todo caso, un personaje de transición, que oscila entre el Medioevo y el Renacimiento:

Extraña mezcla de ideas y de sentimientos en un hombre superior, dotado de clara inteligencia y de invencible valor en la adversidad; imbuido en la teología escolástica, y, sin embargo, muy apto para el manejo de los negocios: de una imaginación ardiente y hasta desordenada, que impensadamente se eleva, del lenguaje sencillo e ingenio del marino a las más felices inspiraciones poéticas,reflejando en él, por decirlo así, cuanto la Edad Media produce de raro y sublime a la vez.18

Del Almirante llama la atención, de hecho, que no atendiera a la novedad que resultaba de la singularidad en términos culturales, y sí pusiera atención a los detalles que hacían de la naturaleza caribeña algo único. Como dice TzvetanTodorov ''Colón descubrió América, pero no a los americanos''.19 En ese sentido, Colón parece asumir una actitud propia del Renacimiento, pero sólo cuando se trata de la contemplación de la naturaleza y no de la cultura. Si los habitantes del Caribe aparecen a los ojos de Colón como buenos ejemplares de la belleza humana no es por simple elogio: su admiración se circunscribe más que al campo estético que al ético, es decir, al campo de la relación con el Otro.

A Colón no le interesó comunicarse con los caribeños debido al tipo de interpretación por la que optó: una en la cual toda humanidad se pierde en la naturaleza. Todo conquistador es encubridor, no descubridor, pues encubre una realidad que, siendo ajena a la suya, podría enriquecer su universo. Y, sin embargo, Colón —y luego otros más— opta por negar la humanidad del Otro creyendo encontrar en esta actitud la seguridad de un sistema que en realidad conduce hacia el abandono de su propia humanidad y a una desolada homogenización de los espíritus.

Desde luego, es muy probable que Colón quisiera emular a Marco Polo, y que disfrutara de la naturaleza y la describiera como una maravilla, pero también está claro que las nuevas tierras no podían sino ser maravillosas: la contemplación de la naturaleza y la admiración experimentada le confiere a Colón el carácter de descubridor de tierras nunca antes vistas, nunca antes admiradas, nunca antes nombradas. El espacio se ensancha por su triunfo y la admiración que el Almirante siente por la naturaleza que acaba de descubrir constituye, en realidad, una prueba de la validez de este descubrimiento. El Almirante es quien descubre y da, por lo tanto, existencia a través del acto de nombrar:

[...] los nombres propios constituyen un sector muy particular del vocabulario: desprovistos de sentido, sólo están al servicio de la denotación pero no, directamente, de la comunicación humana; se dirigen a la naturaleza (al referente), y no a los hombres; a pesar de los indicios, son asociaciones directas entre secuencias sonoras y segmentos del mundo. La parte de la comunicación humana que capta la atención de Colón es entonces precisamente aquel sector del lenguaje que sólo sirve, por lo menos en un primer tiempo, para designar a la naturaleza.20

Las Casas transcribe la siguiente apreciación:

Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vido, lleno de árboles todo cercado el río, fermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto, cada uno a su manera. Aves muchas y pajaritos que cantaban muy dulcemente: había gran cantidad de palmas de otra manera que las de Guinea y de las nuestras [...] y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la tierra muy llana [...]. La yerba era grande como en el Andalucía por abril y mayo. Halló verdolagas muchas y bledos. Tornósela barca y anduvo por el río arriba un buen rato, y diz que era gran placer ver aquellas verduras y arboledas, y de las aves que no podía dejallas para se volver. Dice que es aquella isla la más hermosa que ojos hayan visto.21

A fin de cuentas, hay que recordar que si bien el Almirante anota sus observaciones referentes a estrellas, vientos, profundidad del mar, clima, relieve de las costas, o distancias recorridas, todo fenómeno natural y humano se somete a la fe, lo que deja a Colón fuera de una visión científica que requiere validarse por la observación y la experimentación y no por el dogma. Se confirma lo anterior cuando Colón escribe(entre 1502 y 1504) en el ''Prólogo'' a su Libro de las Profecías: ''Ya dise que para la hesecución de la inpresa de las Indias no me aprovechó rasón ni matemática ni mapa mundos; llanamente se cumplió lo que diso Isaías [...]. Acuérdense Vuestras Altezas de los Hevangelios y de tantas promesas que Nuestro Redentor nos fiso y cuán esprimentado está todo''.22 En la obra antes citada, Colón dejaba claro, antes del cuarto viaje a América que: ''[...] la Biblia fue la fuente principal de inspiración para la Gran Empresa colombina [...] por tanto, el Libro de las profecías constituye un documento imprescindible para reconstruir la imagen que el Almirante tenía de sí mismo, y para entender la fe cristiana como la más poderosa causa motivado-ra del Descubridor de América''.23

Distinta a la visión colombina será la de Vespucio, cuya perspectiva sí puede catalogarse de renacentista, según se desprende de la caracterización planteada por José Luis Abellán en términos de las rupturas que hay en el tránsito del Medioevo al Renacimiento:

1. Valoración de lo natural desde un punto de vista literario.

2. Invención de nuevas técnicas de observación y de medición física.

3. Concesión de una mayor importancia al individuo y a los aspectos inmanentes a la vida humana.

4. Exaltación de las lenguas vernáculas.

5. Secularización de las costumbres y las conductas.

6. Atención a las comunidades nacionales.

7. Inicio y gestación de un sistema capitalista de regulación de precios alejados del control gremial y del iustumpretium.

8. Surgimiento de nuevos tipos humanos: cortesano, hombre de negocios, navegante, humanista ligado al mecenazgo a la aristocracia del dinero.

9. Sustitución de viejos tipos: monje medieval, compilador, amanuense, teólogo ligado a una orden religiosa, maestro gremial, etcétera, que ya no dan el tono de una sociedad.24

Colón, sin duda, enredó en una sola madeja la naturaleza con la cultura, lo mismo que mezcló la realidad que observaba con la literatura clásica y de la época,25 en un intento por presentar las islas por él descubiertas como si fueran las de Tafir y Ofir descritas por Marco Polo. Se trata además de un espectáculo que solamente él podía describir a los monarcas, lo que lo colocaba en condición de descubridor frente a los ojos reales y como defensor de la misión española: la propagación de la religión y acumulación de riqueza.

En definitiva, la preocupación por la expansión del cristianismo ocupa un lugar determinante en el corazón del Almirante aún si en su mente el oro es el único vehículo para lograr el triunfo universal de la fe. Así pues, Colón buscaba oro por dos razones: para complacer a los Reyes y sus deseos de ganancias inmediatas y para lograr rescatar la Casa Santa mediante otra Cruzada. En efecto, la exaltación universal del Evangelio y la necesidad de dinero, están continuamente presentes en la mentalidad del Almirante. Incluso podemos afirmar que estas dos necesidades, una espiritual y otra material, constituyen los rasgos más reveladores del comportamiento y la personalidad de Cristóbal Colón. De hecho, como escribe Josefina Zoraida Vázquez, al no encontrar oro ''[...] comenzará a pensar que los indios mismos son la mayor riqueza de las Indias [...]. Y por si no fuera bastante estos indios ofrecen a los reyes de España la señalada oportunidad de acrecentar la gloria de la religión cristiana [...]''.26

Colón no encontró al Gran Kan ni pudo por tanto solicitarle el oro con el cual realizar su sueño de Cruzado. Encontró otras riquezas, pero no quiso poner atención en ellas. Se concentró más bien en la desnudez de esas personas que se le acercaron cuando desembarcó, acompañado de los hermanos Pinzón y del notario real, a tomar posesión de esas tierras en favor de Dios y de los reyes de España y a ponerles nombre. Ese es el modo en que funciona la lógica del conquistador: se trata de subvalorar al Otro, para dar validez a la invasión y a la colonización material y espiritual cuyo primer acto simbólico es, precisamente, la posesión mediante el acto de nombrar, que convierte a la cosa nombrada en algo previsible y ordenado.

Esto último es importante puesto que, a diferencia del Mediterráneo familiar a Colón donde se arremolinan tantas diferencias en un pequeño espacio, el Caribe es un mar abierto y no cerrado, como dirá Glissant,27 lo que implica, añadiremos, que hay un peligro de fuga.El Almirante fija pues la imagen del Caribe como si fuera el autor de una gran pintura en la que las cosas se estabilizan, pues se inmovilizan: ''Todo fue geografizado, todo reducido a naturaleza y, por tanto, a útil instrumentalizable, manipulable, explotable hasta la inanición''.28

Y ocurre que Colón incluye en su gran pintura a los caribeños a los que inmoviliza por causa de su desnudez. Así puede observarlos mejor, sin escucharlos. Colón es, pues, un gran observador, pero no escucha nada que le parezca humano: se ubica en una especie de panóptico, pero no en una concha acústica. Todo es visual en él y nada es auditivo. No es de extrañar, pues, que al Almirante le sorprenda la desnudez de los hombres con los que tropezó. Sobre el tema, Colón escribió en su Diario numerosos apuntes con palabras como las que siguen: ''Me parece que era gente muy pobre de todo'';29 ''Así andan también desnudos como los otros'';30 ''Esta gente es muy mansa y muy temerosa, desnuda como dicho tengo, sin armas y sin ley''31 ''Desnudos todos, hombres y mujeres, como sus madres los parió''.32

Más que cualquiera de las afirmaciones anteriores, tal vez la que sigue resulte ser la más apropiada para entender lo que representó la desnudez para Colón, a saber, la carencia de civilidad: ''Ellos no tienen armas, y todos son desnudos y de ningún ingenio en las armas y muy cobardes, que mil no aguardarían tres, y así son buenos para les mandar y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo otro que fuere menester y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres''.33 El paso del asombro a la posesión se dará casi de inmediato. Escribe Roig que al acto contemplativo seguirá de inmediato la conquista:

Colón y sus gentes, gracias a su audacia, llegaron, vieron y admiraron mares, tierras, selvas, gentes, en una especie de estado de desprendimiento que no explica por qué, desde un primer momento se intentó averiguar, por cualquier medio posible, donde estaba el oro y se abusó sexualmente de las mujeres indígenas sin reparos de ninguna clase. Admiración y conquista serían, pues, dos actos separados. La acción vendría después del acto gratuito y generoso del asombro y para aquella ya se buscaría la justificación, que no sería nada difícil encontrarla, pues, venía preparada. En cuanto al acto de ''descubrir'' no hacía falta justificación alguna.34

El afán de aumentar el número de fieles cristianos aparece pues de manera constante en los escritos de Colón. Por ejemplo, en la carta que le dirigiera el Almirante a Luis de Santángel el 15 de febrero de 1493, anotaba lo siguiente:

''En todas estas islas, non vide mucha diversidad de la fechura de la gente, ni en las costumbres, ni en la lengua; salvo que todos se entienden, que es cosa muy singular; para lo que espero que determinarán vuestras Altezas para la conversión de ellas á nuestra Sancta Fe, á la cual son muy dispuestos''.35 En su carta a Rafael Sánchez, se expresa más o menos en el mismo tono cuando refiere que:

Asimismo compraban como idiotas, por algodón y oro, trozos ó fragmentos de arcos, de vasijas, de botellas y de tinajas: lo que prohibí por ser injusto, y les dí muchos utensilios bellos y preciosos que había llevado conmigo, sin exigir recompensa para atraérmelos con más facilidad, para que reciban la fe de Jesucristo, y para que estén más dispuestos é inclinados al amor y obediencia al Rey, á la Reina, á nuestros Príncipes y á todos los españoles, y para que cuiden buscar, reunir y entregarnos lo que abunda entre ellos y nosotros necesitamos absolutamente.36

Como puede verse con claridad, si bien Colón no encuentra en el Caribe otros tesoros que no sean la exuberancia natural y el trato amoroso que le brindan sus anfitriones, no dejan de ser éstas grandes riquezas. Las observaciones de Colón acerca de los hombres americanos le llevan a emitir juicios de valor extremos: si bien los indios desnudos se desprenden fácilmente de sus propiedades para regalarlas a los recién llegados, son también intelectualmente torpes e incluso desprovistos de toda cualidad moral, salvo la generosidad. Por esos motivos serán vistos como un diamante en bruto. Esto lo expresa con mejores palabras Attali cuando dice con relación al primer viaje colombino que:

El europeo empezaba a interpretar el Nuevo Mundo a su manera. Y hacía del indio un hombre perfecto, no contaminado por Europa. Colón sentía a Europa como civilizadora, pero también como culpable: purificada de los dos monoteísmos rivales del suyo, se aprestaba a apropiarse de un continente virgen, en el que el hombre nuevo, no contaminado por la cultura laica, estaba disponible para ser el cristiano perfecto.37

Es cierto que Colón descubre. Pero descubre lo que necesita descubrir para poder justificar su viaje: una naturaleza deshumanizada, o sea no explotada, y una humanidad sin cultura, es decir, sin artificios. Una naturaleza que precisa de hombres para domesticarla y hombres bien arropados que deben asumir, porque así lo dicta su naturaleza, este papel. Al respecto señala Ortega y Medina:

Colón será el primer europeo que utilizando la idea preconcebida del buen salvaje, procedente como ya sabemos de la antigüedad clásica, dotó a los naturales de América con esa cualidad y apercibió a todo el mundo occidental cristiano de la existencia real del ente imaginado por los antiguos. A su espectacular informe siguieron inmediatamente las confirmaciones de Vespucio, de Mártir de Anglería y de muchos otros navegantes y exploradores que comprobaron, cada uno por su cuenta, la presencia a posterior' del a priori dionisíaco, el ya citado buen salvaje o filósofo desnudo que constituirá las delicias críticas de los humanistas europeos de los siglos XVI, XVII y XVII38

La imagen que se tuvo de los moradores de las nuevas tierras, gratamente vistos como susceptibles de ser asimilados al modelo occidental, aseguraría que pasaran del salvajismo a la civilización. Como señala Arrom, la imagen que se capta es la de salvajes, pero buenos servidores y bien formados, de buen ingenio y fáciles de catequizar.39 Esta construcción, con todo, viene a modificarse al momento de toparse el Almirante con salvajes que no son siempre buenos como los taínos.40 De todas maneras, es interesante destacar esta primera imagen porque se refiere a salvajes que, estando desnudos, pueden asumirse como receptáculo de la cultura occidental y, en un futuro cercano, ser su remedo o peor aún algo que lleva en sí mismo la inestabilidad: un simulacro.

A esa imagen del buen salvaje se contrapone la del mal salvaje que, dicho sea de paso, no se verá sustancialmente modificada por una razón muy simple: hace que la guerra sea justa y permite legítimamente intervenir en favor de los buenos salvajes. Los malos salvajes, eso sí, van a ser catalogados de viles, polígamos, bestiales, ágrafos, grotescos, burdos, rústicos, agrestes, paganos, trastornados, depravados, delincuentes, balbucientes. En suma: bárbaros.

En múltiples ocasiones Leopoldo Zea señaló que el bárbaro es por antonomasia el balbuciente, el vicioso, el irracional. Podemos añadir que el salvaje, en cambio, viene a ser aquel que en su natural desnudez, sin ornamento alguno, se confunde con el paisaje. Así, el bárbaro cuando menos ha podido crear una cultura aunque esté viciada, mientras que el salvaje todavía se encuentra en un estado natural. A partir de esas dos circunstancias, que debieron derivar en dos políticas distintas (la cruz para el bueno, la espada para el malo) se tomará, sin embargo, la misma iniciativa: acabar con ellos: ''La versión del colonizador nos explica que al caribe, debido a su bestialidad sin remedio, no quedó otra alternativa que exterminarlo. Lo que no nos explica es por qué, entonces, antes incluso que el caribe, fue igualmente exterminado el pacífico y dulce arauaco [taíno]''.41

La obsesión por llegar a las tierras del Gran Kan, llevará al Almirante a interpretar la lengua de los lucayos a su conveniencia. Por ejemplo, Colón escucha la palabra ''cariba'' que los lucayos emplean para designar a los habitantes antropófagos de las Antillas Menores, pero afirma, terco, que la palabra es caniba, la cual significa, a su parecer, ''habitantes de las tierras del Gran Kan''. También entiende que dichos canibas tienen cabezas de perro (can) con las cuales se comen a sus víctimas, lo que le hace pensar que estos hombres ''debían de ser del señorío del Gran Can, que los cautivaban''.42

En la carta que el doctor Chanca envió al Cabildo de la ciudad de Sevilla, escrita probablemente a fines de enero de 1494, se daba cuenta del segundo viaje colombino y se afirmaba que los habitantes de las islas del Caribe ''comen carne humana'', pero ya desde la primera carta a los reyes, el Almirante se refiere a estos indios muy feroces y de largos cabellos, poco amables, a diferencia de otros indios, y de fisonomía canina: ''Entendió también que lejos de ahí había hombres de un ojo y otros con hocicos de perros que comían a los hombres y que tomando uno lo degollaban y le bebían su sangre y le cortaban su natura''.43

Con todo, llama la atención que el Almirante dudara de la existencia de caníbales: ''Mostráronles dos hombres que les faltaba algunos pedazos de carne de su cuerpo e hiciéronles creer que los caníbales los habían comido a bocados; el Almirante no lo creyó''.44 Efectivamente, el Almirante se resiste a creer lo que, seguramente a señas, le cuentan los lucayos, y repite sin cesar la definición que él, obstinado como siempre, había elaborado ya: ''[...] y así torno a decir, como otras veces, dice él, que Caniba no es otra cosa sino la gente del Gran Can, que debe ser aquí muy vecino, y ternán navíos y vernán a captivarlos, y como no vuelven creen que se los han comido''.45

Colón ya no dudó ni un ápice que había llegado al país del Gran Kan cuando oyó decir que tierra adentro de Cuba, o ''Cubanacán'', había oro. Creyó entender ''Kublai Kan'' y escribió lo siguiente: ''Y cierto, dice el Almirante, que ésta es la Tierra Firme y que estoy, dice él, ante Zayto y Guinsay, cien leguas poco más o poco menos de lo uno y de lo otro, y bien se amuestra por la mar que vine de otra suerte que fasta aquí no ha venido, y ayer que iba al Norueste fallé que hacía frío''.46

La pregunta que se desprende de las anotaciones de Colón respecto a los caníbales no son tan interesantes como la siguiente: ¿por qué hay que pensar en su existencia? ¿qué es lo que se legitima cuando se acude a la imagen del mal salvaje, del caníbal? Lo que se justifica es la guerra. La actitud del europeo frente al americano o frente a cualquiera que no sea civilizado, a fin de cuentas, no cambia; incluso si se trata de una novísima realidad: lo nuevo se ve inserto en lo ya conocido, en lo previamente imaginado y no hay, por tanto, cambio alguno.

La explicación a esta singularidad la tiene Roger Bartra. El imaginario europeo no cambió drásticamente con la aparición del americano: por el contrario, se reforzó. En su obra El salvaje en el espejo, Bartra describe la imagen que el europeo acerca del salvajismo antes del día de la invasión. En términos prácticos, Bartra señala que el salvaje es más europeo de lo que imaginamos. En realidad era un salvaje concebido siempre como antípoda del civilizado europeo. La alteridad, en este sentido, es particularmente peligrosa porque está demasiado cercana a la naturaleza, al mundo animal. Y justifica Bartra de la siguiente manera su tesis:

Dicho en forma abrupta: el salvaje es un hombre europeo, y la noción de salvajismo fue aplicada a pueblos no europeos como una transposición de un mito perfectamente estructurado cuya naturaleza sólo se puede entender como parte de la evolución de la cultura occidental. El mito del hombre salvaje es un ingrediente original y fundamental de la cultura europea.47

Al hilo de esta afirmación, resulta claro que el bárbaro es el europeo quien, al intentar aniquilar al Caníbal se convierte, él mismo, en antropófago. Además de considerar al salvaje como sujeto de evangelización, también se le considerará como objeto de la investigación científica, situación que puede verificarse si pasamos breve revista a ciertas anotaciones del florentino Américo Vespucio, quien se distinguió por ser un minucioso observador y explorador de las tierras que Analmente llevarían su nombre de pila y no el de Colón que ''[...] tropezó con un continente, del cual, confundiéndolo hasta su muerte con el que quería encontrar, perdió incluso la oportunidad de bautizarlo con su propio nombre, como lo hizo el cartógrafo que se lo dio: Américo Vespucio''.48

El esfuerzo intelectual de Vespucio por comprender la novísima realidad y el tesón que puso en su labor etnográfica son de una enorme importancia, principalmente por la postura relativista que tomó al momento de señalar diferencias e interesarse en ellas. Por eso afirma Gerbi que:

El hombre, por primitivo que fuese, era el tema de estudio más digno e interesante para el discípulo de los humanistas. [...] Los indígenas que poblando en gran número esa tierra, no pueden considerarse como curiosos isleños, algo así como fenómenos accidentales, sino que deben ser vistos y estudiados como una variedad esencial de la especie humana —a despecho de la mayoría de los filósofos que niegan su existencia. Su misma muchedumbre aumenta su dignidad científica.49

Ya desde su primer viaje, en 1497, Vespucio anotaba que: ''todos los que veíamos que andaban desnudos parecía también que estaban en gran manera asombrados de vernos, sin duda (a lo que yo entiendo) por vernos vestidos y de semblantes distintos de los suyos''.50 Debido al interés científico que lo guiaba, podemos decir que si la perspectiva de Colón nos remite a la Edad de Oro, la de Vespucio ya está situada en la antesala de la Modernidad.

Desde un mirador renacentista, Vespucio quiso comprender el verdadero significado de las tierras que exploraba y las singularidades de los hombres y mujeres con quienes entraba en contacto, para ofrecer al mundo europeo una interpretación humanista, científica y estética del Nuevo Mundo, cuya característica más sobresaliente es el hombre y la diversidad cultural.

Si recordamos que el siglo XVI estuvo marcado por el derrumbe de las certezas (geocentrismo, catolicismo, ecumene tripartita), veremos en las posturas de Copérnico, Lutero y Vespucci, los inicios de una nueva concepción en torno a lo humano. A juicio de Lévi-Strauss:

Por primera vez el hombre cristiano no estuvo solo o cuanto menos en la exclusiva presencia de paganos cuya condenación se remontaba a las Escrituras, y a propósito de los cuales no cabía experimentar ninguna suerte de turbación interior [...] es verdaderamente en suelo americano donde el hombre empieza a plantearse, de forma concreta, el problema de sí mismo y de alguna manera a experimentarlo en su propia carne.51

A partir del desembarco de los europeos en 1492, haya sido en tierras inventadas o en tierras reconocidas, se inicia un proceso sobre el cual se ha reflexionado mucho en América Latina. Lo primero que puede afirmarse es que, tanto en la versión de Colón como en la de Vespucio, este continente no parecía tener más salida que la occidentalización o, lo que lo mismo, la renuncia a su propio ser y a sus singularidades. Ésa es la cuestión que quiso resolver Edmundo O'Gorman: ''la invención de América'', es decir, el modo en que Europa dota con su propio ser a un ente que ella concibe como distinto y ajeno.52 La invención desencadenó otro proceso, el de encubrimiento, que fue el resultado de la facultad que a sí misma se atribuía Europa para inventar el ser de otras sociedades, que se ven obligadas a encarar un falso dilema: ser occidental o no ser.

Así, hemos llegado a uno de los tópicos más interesantes del pensamiento histórico latinoamericano pues en la medida en que se interprete convenientemente el valor histórico de lo ocurrido en 1492 y sus consecuencias, seremos capaces de comenzar acomprender el ser latinoamericano. Será necesario pues comenzar a hacer uso de categorías más precisas y no de eufemismos, si lo que queremos es analizar adecuadamente nuestra realidad como latinoamericanos.

Es obvio que el término ''descubrimiento'' —y su connotación eurocéntrica— no sugiere lo mismo que ''encubrimiento'' y que, por lo tanto, los resultados del análisis incluirán o no el estudio del impacto que tuvo el hecho histórico por medio del cual quedaron conectados asimétricamente el Viejo y el Nuevo Mundo. Como vemos, América sencillamente no cabe en la geografía europea. No hay lugar libre en la tierra habitada, en la Ecumene, para ella y sus moradores que, por ende, no habitan la Tierra, sino otra cosa, otro espacio que no es terrenal, que no es humano. Tan alejada del Mediterráneo, del centro del cosmos, América será considerada como infernal o como paradisíaca, y sus habitantes como poseídos por el demonio o como pruebas vivientes de que hubo una época de oro. En suma, la reflexión debía desembocar en el análisis de las características de los naturales, a fin de considerarlos como humanos o bestiales e integrarlos o excluirlos de los proyectos utópicos que se diseñaban en el Viejo Continente.

¿Por qué se inventa América, por qué se le dota de un ser que no es el suyo? Éstas son preguntas que podemos vincular con nuestro presente, ya que de la nueva escritura de la historia —o lo que León-Portilla llama la visión de los vencidos— se desprenderán nuevas y apropiadas explicaciones que den cuenta, de manera más precisa, de nuestra circunstancia y de las posibilidades para alcanzar la justicia y la libertad o, lo que es lo mismo, concretar la utopía.

En La última Tule, Alfonso Reyes dejó escrito que en relación con América: ''El trabajo estuvo bien compartido: unos soñaron el Nuevo Mundo, otros dieron con él, otros lo recorrieron y trazaron, otros lo bautizaron, otros lo conquistaron, otros lo colonizaron y redujeron a la civilización europea, otros lo hicieron independiente. Esperemos que otros lo hagan feliz''.53

 

Notas

1 Señala Humboldt que esta carta llegó a ser célebre por la reimpresión italiana que hizo Morelli, el bibliotecario de Venecia, en 1810. (Alejandro de Humboldt, Cristóbal Colón y el descubrimiento de América, p. 28). Disponible para su consulta en la versión digital en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes en: http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/89142844320170586621457/ima0035.htm        [ Links ]

2 Véase Basilio Losada Castro, Cristóbal Colón. Madrid, Nuevo Auriga, RIALP, 1990.         [ Links ]

3 Víctor Bravo, ''Colón y Humboldt. Dos visiones sobre el Nuevo Mundo''. Disponible en: http://www.etcetera.com.mx/2000/362/ensayos.html        [ Links ]

4 Cristóbal Colón, Textos y documentos, relaciones de viajes, cartas y memoriales. Madrid, Alianza, 1982, p. 198.         [ Links ]

5 En 1904, Ugo Assereto halló en el archivo de Génova un documento fechado el 25 de agosto de 1479, en el que se señala que el negociante Lodovico Centuriones compró azúcar en la isla portuguesa de Madera, por mediación de su agente Cristóbal Colón, de unos 27 años. En Yákov Svet, Cristóbal Colón. Moscú, Progreso, 1972, p. 22.         [ Links ]

6 A. de Humboldt, Cristóbal Colón y el descubrimiento de América. Madrid, Monte Ávila, 1992, p. 30.         [ Links ]

7 La nao llevaba el nombre de ''Santa María'' (o ''La Gallega'', aunque Colón nunca refirió su nombre en el Diario) propiedad de Juan de la Cosa quien la perdió porque ésta naufragó en la noche del 24 al 25 de diciembre por descuido del grumete que iba llevando su timón; y las carabelas ''La Niña'' (cuyo nombre de pila era ''Santa Clara'') y propiedad de Juan Niño, y ''La Pinta'', de Cristóbal Quintero y la preferida del Almirante y cuyo mando tomaría para el regreso a España. Estas últimas eran más rápidas y ligeras, pero de menor tonelaje. (Ignacio Fernández Vial, ''Las naves del Descubrimiento'', en La Santa María, la Niña y la Pinta. Madrid, Sociedad Estatal Quino Centenario, 1991, pp. 68-70.         [ Links ])

8 Leopoldo Zea, comp., Descubrimiento e identidad latinoamericana. México, UNAM, 1990, p. 26.         [ Links ]

9 ''Colón no desembarcó en San Salvador según la revista National Geographic'', en El País. Madrid, 9 de octubre de 1986.         [ Links ]

10 Gustavo Vargas Martínez, ''1421: el año en que los Chinos descubrieron América'', en Archipielago. México, abril-junio, 2004, núm. 44, pp. 14-20.         [ Links ]

11 Enrique Dussel, 1492: el encubrimiento del Otro. Madrid, Nueva Utopía, 1992, p. 39.         [ Links ]

12 C. Varela, ''Introducción histórica'', en I. Fernández Vial etal., op. cit., pp. 23-24.

13 Idem.

14 Simon Wiesenthal (conocido cazador de nazis) asegura que Colón emprendió el viaje para conseguir un lugar en el que se establecerían los judíos tras su expulsión de España que ocurriría, como límite, el mismo día en que él partió: fecha y hora de salida coincidían con la marcada para la expulsión de los judíos de España en el Edicto de Granada, el 2 de agosto de 1492. En realidad es el 31 de julio cuando deben partir, según lo señala Jacques Attali; la confusión se explica porque el 2 de agosto corresponde al día de la destrucción de Jerusalén por los romanos en el calendario judío, es decir, el 9 del mes de Ab. (J. Attali, 1492. Barcelona, Plural, 1992, pp. 147 y 167.         [ Links ])

15 C. Colón, Diario de los cuatro viajes del Almirante y su testamento. México, Espasa-Calpe, 1986.         [ Links ] Referiré las fechas y no las páginas. Hay que recordar que sólo se conoce la relación compendiada por fray Bartolomé de Las Casas; si bien es una relación etnográfica algo rústica, es muy valiosa. El texto es más que un simple cuaderno de bitácora: inaugura el diario como género histórico-documental. Véase Joaquín Sánchez Mac Gregor, Colón y las Casas. Poder y contrapoder en la filosofía de la historia latinoamericana. México, FFL, UNAM, 1991, p. 47.         [ Links ]

16 C. Colón, Libro de las Profecías. Madrid, Alianza, 1992, p. 14.         [ Links ]

17 A. de Humboldt, op. cit., p. 28.

18 Ibid., pp. 46-47.

19 Tvetan Todorov, La conquista de América. La cuestión del otro. México, Siglo XXI, 1987, p. 57.         [ Links ]

20 Ibid., p. 37.

21 C. Colón, Diario de los cuatro viajes del Almirante y su testamento. 28.10.1492.         [ Links ]

22 C. Colón, Libro de las Profecías, p. 15.         [ Links ] Es el único libro de Colón que se sabe es escrito de su puño y letra. Se conserva en la Biblioteca Colombina de Sevilla.

23 Kay Birgham, Cristóbal Colón. Su vida y descubrimiento a la luz de sus profecías. Barcelona, Clie, 1990, p. 57.         [ Links ]

24 José Luis Abellán, Historia del pensamiento español. De Séneca a nuestros días. Madrid, Espasa-Calpe, 1996, p. 102.         [ Links ]

25 José Juan Arrom, Imaginación del Nuevo Mundo. México, Siglo XXI, 1991, pp. 25-27.         [ Links ]

26 Josefina Zoraida Vázquez, La imagen del indio en el español del siglo XVI. Xalapa, Universidad Veracruzana, 1991, p. 28.         [ Links ]

27 Édouard Glissant, Introducción a una poética de lo diverso, p. 21.         [ Links ]

28 Horacio Cerutti Guldberg, Presagio y tópica y descubrimiento, p. 16.         [ Links ]

29 C. Colón, Diario de los cuatro viajes del Almirante y su testamento. 12. X. 1492.         [ Links ]

30 Ibid., 1. XI. 1492.

31 Ibid., 4. XI. 1492.

32 Ibid., 6. XI. 1492.

33 Ibid., 16. XII. 1492.

34 Arturo Andrés Roig, ''Descubrimiento de América y encuentro de culturas''. Disponible en: http://www.ensayistas.org/antologia/XXA/roig/culturas.htm        [ Links ]

35 Carta a D. Luis de Santángel, escribano de ración de los señores Reyes Católicos. Disponible en Biblioteca virtual Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/colon/01383853166915529202802/ima0217.htm        [ Links ]

36 Carta al señor Rafael Sánchez, tesorero de los serenísimos monarcas. Disponible en Biblioteca virtual Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/colon/01383853166915529202802/ima0227.htm        [ Links ]

37 J. Attali, op. cit., p. 180.

38 Juan A. Ortega y Medina, Imagología del bueno y del mal salvaje, p. 21.         [ Links ]

39 J. J. Arrom, op. cit., p. 23.

40 Arrom afirma que este calificativo se lo dieron a sí mismos los taínos, toda vez que el término está formado por la base taü ''bueno, noble'' y el sufijo -no, signo del plural masculino. (Ibid., p. 24.)

41 Roberto Fernández Retamar, Calibán. Apuntes sobre la cultura de Nuestra América. Buenos Aires, La Pléyade, 1984, p. 24.         [ Links ]

42 C. Colón, Diario de los cuatro viajes del Almirante..., 26.XI.1492.

43 Ibid., 4.XI.1492.

44 Ibid., 17.XII.1492.

45 Ibid., 11.XII.1492.

46 Ibid., 11.XI.1492.

47 Roger Bartra, El salvaje en el espejo. México, Era, 1992, p. 13.         [ Links ]

48 L. Zea, op, cit., p. 14.

49 Antonello Gerbi, La naturaleza de las Indias nuevas. De Cristóbal Colón a Gonzalo Fernández de Oviedo. México, FCE, 1978, p. 55.         [ Links ]

50 Martín Fernández de Navarrete, Viajes de Américo Vespucio. Madrid, Espasa-Calpe, 1999, p. 25.         [ Links ] (Las cursivas son mías).

51 Claude Lévi-Strauss, ''Las tres fuentes de la reflexión etnológica'', en José Llobera, comp., La antropología como ciencia. Barcelona, Anagrama, 1988, pp. 17-18.         [ Links ]

52 Edmundo O' Gorman, La invención de América. Investigación acerca de la estructura del Nuevo Mundo y del sentido de su devenir. México, SEP/FCE, 1984.         [ Links ]

53 Apud Abelardo Villegas, ''Un conflicto de interpretaciones'', en L. Zea, op. cit., p. 223

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