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En-claves del pensamiento

versión On-line ISSN 2594-1100versión impresa ISSN 1870-879X

En-clav. pen vol.4 no.7 México jun. 2010

 

Reseñas y noticias

 

Pensar nuestra historia: entre lo acontecido y lo vivido

 

Dora Elvira García G.*

 

Carlos Sola Ayape, El reencuentro de las águilas: España y México (1975–1978). México, Porrúa/Tecnológico de Monterrey, 2009.

 

* Profesora/investigadora de la Escuela de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey (RZMCM).

 

Fecha de recepción: 12/12/2009
Fecha de aceptación: 04/01/2010

 

Me honra enormemente realizar un comentario en torno al libro de Carlos Sola, porque he compartido con él el proceso en el que se fue gestando. Muchos encuentros fortuitos en los pasillos de nuestros cubículos —en el seno de nuestra universidad— que a la par de ser enlace de estos últimos lo han sido de nuestros pensamientos. Muchas charlas en torno a las cuestiones trabajadas por Sola que nos han vinculado. Por mi parte, el interés siempre por los asuntos en torno al republicanismo español —del que abrevé mi visión del mundo y mis hondos pensamientos— que me forjaron desde mi más tierna niñez hasta mis avatares previos a la vida universitaria.

Esas conversaciones —en medio de prisas y de investigaciones propias de cada uno— en muchas ocasiones se alargaban porque mi buen amigo Carlos Sola sabía que era un tema que, por muy apurada que estuviera, me iba a mantener firme como un imán. Por ello, me siento muy contenta de ver que están acrisolados en este texto los esfuerzos de mi amigo y colega Carlos Sola que como todo el trabajo académico realizado por él, mantiene siempre un rigor casi monástico, con la seriedad de un profesional de la historia que caracteriza a su autor.

Doble gozo. Por un lado ver la aparición de un libro tejido de pensamientos serios y prudentemente evaluados y sopesados en torno a un tema que vitalmente no puedo obviar. Por el otro, porque es un libro que pone el dedo en la llaga en relación a las cuestiones políticas mexicanas y españolas en los años considerados en este libro (1975–1978), que fueron muy relevantes para la causa republicana. No me cabe duda de que generará discusiones por las diversas formas de interpretación, aún a sabiendas que Sola, como historiador juicioso se apoya en fuentes historiográficas serias. Con ello, el libro da muchas luces en torno a las relaciones entre dos países cuya historia ha sido llena de acuerdos y desacuerdos, de luces y sombras, de verdades a medias generadas por ambigüedades propiciadas por los mismos hechos históricos. Todos estos avatares fueron dando la pauta para la generación de cambios en las mismas relaciones entre una España que finalizaba un periodo que había sido herencia de una guerra intestina que sembró la muerte, en las familias, en los pueblos y en las provincias. La Guerra Civil española dividió de tajo a los españoles en bandos irreconciliables y obligó a los perdedores, —quienes no iban a acallar y someter sus ideales y que sabían que siendo así las cosas tenían que elegir entre la muerte o el exilio—. No fue fácil para quienes tomaron la segunda opción. Sin embargo, el mundo entendió su batalla y fueron acogidos por algunos países que, como el nuestro, compartía sus luchas ideológicas y sus anhelos profundamente humanos. Fueron recibidos en nuestro país en un episodio por todos conocido, y sus herencias marcaron los derroteros en diversos ámbitos. Uno de los espacios en donde dejaron vasta estela fue en el campo de la cultura y la educación. Quienes me acompañan en esta mesa seguramente señalarán mucho mejor —por su amplio conocimiento en estos temas— las cuestiones diplomáticas y políticas de cada uno de los países. Por mi parte, quiero referirme a las herencias que los exiliados españoles moldearon en generaciones de mexicanos. Esto no es poca cosa.

Las hondas huellas que dejaron aquellos republicanos en quienes hoy somos herederos de una formación rigurosa y exigente con todo lo humano, nos requería un compromiso de coherencia para con nosotros mismos pero también para con nuestra comunidad. Como alumnos, esas enseñanzas quedaron selladas en nuestro espíritu y nos dejaron marcados de manera indeleble en nuestras formas de pensar y de actuar, perviviendo en nuestro ser de manera constante, en el intento siempre decidido de no doblegarse, tal como lo hicieron nuestros maestros. Ellos, trasterrados educadores eran verdaderos maestros que enseñaban con el ejemplo de vida sustentado en principios inviolables. Aquellos maestros, como los nombrábamos, no nos hablaban de coherencia, pero nos la mostraban, no nos hablaban de valores, pero los aprendíamos, no nos daban retahílas de teorías éticas o sobre la educación, las practicaban con nosotros en su trabajo cotidiano y en su trato por igual a aquellos que eran hijos de presidentes o de rectores, así como quienes eran hijos de quienes limpiaban los baños o de quienes cuidaban a los alumnos en los camiones escolares, o los hijos de quienes eran los porteros de los edificios escolares, o de los jardineros que velaban los jardines y las flores y barrían las hojas de los árboles. El trato que nos daban era exactamente el mismo; las oportunidades en los salones de clases, en los patios y en los espacios escolares eran idénticas. Quienes éramos alumnos aprendíamos estas cuestiones en la cotidianidad y no las veíamos extrañas. Hoy, después de muchos años de haber vivido esos sucesos de manera cotidiana, pienso que bajo todas esas cuestiones había una raigambre de enorme sabiduría. Era esa sabiduría de vida que se alcanza por la consistencia de un pensar y un actuar que se logran cuando aún poniendo en juego la vida, se defienden ideales, los cuales, para ellos eran fundamentales y estaban sustentados en conceptos tales como igualdad, congruencia, justicia, libertad, democracia y legitimidad, términos propios del republicanismo de más tradición: el latino.

Al presente cuando hago los minuciosos recuentos de los legados que aquellos republicanos exiliados dejaron —puedo decir como tantas veces lo comenté a Carlos Sola— que, en la mayoría de quienes tuvimos el privilegio de su cercanía, los saldos son, a mi modo de ver, excepcionales. En el centro de sus pretensiones, en tanto educadores, estaba el ánimo incansable de hacernos personas reflexivas, con la posibilidad de un pensamiento libre, con la libertad de creer en lo que prefiriéramos y aceptando otros credos y otras ideas. Conceptos importantes como el de la igualdad que generaba la inclusión en diversos campos como el de la economía, como recién lo apunté, así como el de la inclusión de las mujeres en tono de equidad en todos los quehaceres humanos.

Una noción era fundamental: el respeto a los demás y la comprensión clara de que nuestras acciones sí tenían repercusiones, para bien y para mal. Y si eran acciones reprobables, había que asumir el error frente al grupo en el que estuviéramos en ese momento y la promesa de que intentaríamos no repetirlo. Se nos señalaba con claridad y sin empacho alguno que si pensábamos que era incorrecto pues así deberíamos hacerlo en la práctica, en nuestras acciones diarias. Creo que lo que subyacía a toda esa forma de educación era un compromiso profundo con lo humano y a sus valores más nobles. El sentido de justicia fue algo que esos educadores republicanos dejaron grabado en mi ser. Ese sentido que se acompañaba de fuertes conceptos de libertad y fraternidad, pensados siempre en clave de congruencia.

Para mí, compartir el republicanismo en el exilio fue una fuente de conocimiento y comprensión de "lo posible", de la búsqueda de una vida libre y justa; pero también de las posibilidades más ruines que puede haber en lo humano. Ver el Guernica de Picasso en la oficina del director general significaba el enorme dolor que me hacía quedarme atónita al comprender el sufrimiento humano, así como de lo miserable que es la guerra y de lo mezquino que resulta tener que dejar la patria.

El exilio para los republicanos fue —como suelen ser todos los exilios— parte de una situación desgarrada que marcó una distancia fundamental con el origen, una nostalgia por el lugar a donde remiten los recuerdos. Esta situación de desplazados hizo que, en el caso de los republicanos españoles, se refugiaran en sus ideas. Estas ideas se convirtieron en ideales absolutos en sus vidas, que entre sus muchas preocupaciones, siempre resaltaba y salía a relucir el momento en el que Francisco Franco cayera. En ese momento podrían retornar y poner en práctica todos sus principios e ideales. El ánimo que los mantuvo vivos fue precisamente esa idea que diariamente aparecía en sus vidas: ¡hoy cae Franco! Hay tantas historias contadas, como las de los lugares de reunión de estos grupos de intelectuales. Uno de esos cafés era el café Tupinamba. Según contaban —quienes compartían un café con aquellos republicanos, eran largas las horas de charlas y discusiones en torno a la política española en la que aparecía invariablemente la deseada República, y ante la nostalgia siempre ilusionada del retorno—, las mesas del ruidoso café, decían las malas lenguas, estaban marcadas por los señalamientos diarios de los diferentes clientes republicanos españoles que apuntaban con el dedo índice la citada frase, "hoy cae", "hoy cae", "hoy cae". La esperanza de la oportunidad del regreso no fue vista ni vivida por muchos de ellos que quedaron en tierras mexicanas para siempre. Esperaron casi cuarenta años, por lo que quienes llegaron con más edad a México, la muerte no les permitió la posibilidad del retorno a su tierra. Ese grupo de republicanos que airada e incansablemente exclamaron su perfil ideológico durante esos cuarenta años, dejó una huella imborrable en muchos que tuvimos la enorme fortuna de estar cerca de ellos. Eran hombres y mujeres de una pieza, incólumes. Muchos de ellos verdaderos maestros, verdaderos ejemplos a seguir. No sé si me acuerdo bien a bien de los contenidos de las materias, supongo que mucho quedó, pero lo que más recuerdo es su enseñanza de vida.

Por eso, en las incontables ocasiones en que hemos hablado de esto, a Carlos Sola seguramente le parecía interesante y hasta quizá extraño, esa gratitud tan desbordada que yo manifiesto con enorme orgullo. Resulta de sumo interesante ver todo aquello que dejaron los republicanos en tantos mexicanos, pero quizá lo más llamativo es sobre todo "cómo" lo lograron. Mucho puede hablarse de esto.

Cuando finalmente el dictador ya no estaba y se daba inicio a una nueva etapa en la España peninsular, surgía una nueva controversia, señalada con toda pertinencia y claridad por Carlos Sola en su libro. Dejo sus propias palabras que son lúcidas y contundentes: "encontrarse con una [España] [porque estaba la republicana, es decir la del exilio y la territorial] suponía despedirse de la otra [...] La republicana se convertiría de la noche a la mañana en la España incómoda, en un obstáculo que debía apartarse para dejar expedito el camino y normalizar así la relación con la España 'territorial' (p. 74). ¿Cómo se adjetivaba a la España republicana? Se pregunta el autor. "¿Era la aérea, la supraterritorial, la espiritual? ¿A qué había quedado reducida la España del exilio, que durante tantos años acabó siendo un verdadero emblema para el presidencialismo mexicano? Después de cuatro décadas, la memoria seguía pesando en el horizonte colectivo de ambos países, y la causa republicana española tuvo presente antes, durante y después del reencuentro oficial, a pesar de que sólo dos mil quinientos exiliados, según la prensa del momento, quedaban sobre el papel en aquel México de López Portillo" (p. 74).

Se fue escampando el panorama para poder lograr el reencuentro que implicaba la ruptura de las relaciones con la España del exilio, sin embargo, el gobierno buscaba la manera cómo respetar a la República a la par que se reiniciaran las relaciones con el gobierno español. Quien era el real guía de la transición democrática era el rey Juan Carlos, paradójicamente, si vemos los orígenes del Republicanismo en contra de la Monarquía, quien "cerraba por completo cualquier posibilidad, por remota que ésta fuera, de ver consagrado un retorno republicano al estado en que las cosas estaban antes del "alzamiento nacional" del 18 de julio de 1936" (p. 77). Por ello es que Carlos Sola apunta que "el desenlace acertado, conclusión eficaz de casi cuatro décadas honrosas para ambas partes, debió haber sido con otro pacto republicano y no el financiamiento de relaciones con una monarquía espuria, heredera del franquismo" (p. 97).

Quizá, como algo que no se hubiera esperado, —pero con una gran muestra de honor y calidad humana— el jefe del Gobierno de la Republica Española en el Exilio aceptó con enorme sabiduría y madurez (en marzo de 1977) su reconocimiento público de la deuda de gratitud hacia el país que nunca quiso reconocer al régimen franquista y que mucho hizo al mantenerse fiel a los principios republicanos y democráticos por cuarenta años, aún en contra de sus mismos intereses materiales (p. 78). Y fue el 18 de marzo de 1977 —apunta nuestro autor— cuando se dio fin a las relaciones del gobierno mexicano con el gobierno republicano en el exilio. Esto no significaba ruptura —apunta Carlos Sola—, porque no se pretendía cancelar y abandonar los principios que el gobierno mexicano compartía con el gobierno republicano (como fue señalado por José Maldonado ante el presidente López Portillo). Sola señala: "lo que Franco no pudo lograr, lo hicieron aquellos españoles en México" (p. 82) y de manera paradójica también, según nuestro autor, lo que sepultó al republicanismo español en el exilio fue la democracia en España (p. 83).

De los ocho años1 que duró la República Española se han escrito innumerables historias, porque ciertamente fue tan breve el tiempo de su vida, pero tan profunda su huella que resulta sorprendente su impacto. Una República parlamentaria y constitucional de trabajadores de todo tipo, organizada sobre conceptos de libertad y justicia, que declaraba la no confesionalidad del Estado, que introducía el matrimonio civil y el divorcio, que otorgó el voto a las mujeres y reconoció en la ley el elemento vertebral, sucumbió presa de antagonismos internos deudores de muy diversas ideologías. La dificultad de consolidación de los diversos partidos como el Radical, La Acción Republicana, el Partido Radical Socialista, la Derecha Liberal Republicana y sus diversas ideologías de los socialistas, de las organizaciones sindicales y de las uniones de trabajadores encontraron enormes dificultades para consolidarse. Todo esto sumado a que quieres eran los dirigentes, del estilo de Manuel Azaña, eran intelectuales y profesores que no pudieron controlar la "abundancia del desorden" que finalmente dio pie a la debacle. Y de ahí el exilio de quienes pudieron huir a países como el nuestro que les dio cobijo, quedado rotas las relaciones con una España dictatorial. No fue sino hasta el año 1977 que se recompusieron tales vínculos diplomáticos, como lo relata Carlos Sola, señalando atinada y críticamente que a la par se rompió con quienes ideológicamente habían sido tan cercanos y quienes continuarían su lucha hasta que, continúa nuestro autor, se restablecieran la libertad y la democracia. Éstas son las banderas de la lucha de absoluta raigambre republicana que, el pueblo ha de detentar, y es quien tiene el poder y la legitimidad, según estos mandatos republicanos. Ésta legitimidad sería la que el 15 de junio de 1977 sepultara políticamente a la República en el Exilio mediante el poder de la participación del pueblo en las urnas.

Termino con un poema de Antonio Machado, quien fuera testigo de aquellas esperanzas de la primavera de 1931 con el inicio de la República, y quien lloró su ruina en sus versos cuando decía:

"[...] trazó una odiosa mano, España mía,/ancha lira, hacia el mar, entre dos mares/zonas de guerra, crestas militares/en llano, loma, alco y serranía, Manes de odio y la cobardía/cortan leña de tus encinares,/pisan la baya de oro en tus lagares,/muelen el grano que tu sueño cría. ¡oh triste España¡,/cuanto se anega en viento y mar se baña/juguete de traición, cuanto se encierra/ en los templos de Dios mancha el olvido,/cuánto acrisola el seno de la tierra/se ofrece a la ambición, ¡todo vendido!"

 

Nota

1 Del 14 de abril de 1931 al mes de abril de 1939.

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