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En-claves del pensamiento

versión On-line ISSN 2594-1100versión impresa ISSN 1870-879X

En-clav. pen vol.3 no.5 México jun. 2009

 

Reseñas y noticias

 

Los graves componentes de la levedad

 

Emilio García Montiel*

 

Enrique del Risco Arrocha y Francisco García González. Leve historia de Cuba. Los Ángeles, Pureplay Press, 2007.

 

* Universidad Cristóbal Colón, egarciam@aix.ver.ucc.mx

 

Fecha de recepción: 24/03/2008
Fecha de aceptación: 06/06/2008

 

Vertebrada en un mordaz emplazamiento de la historia de Cuba como narrativa —y acaso única obra de la literatura cubana concebida como reto frontal hacia los sucesivos procesos de invención de una patria— leve historia de cuba es, ante todo, una escrupulosa desarticulación de los fundamentos de la enseñanza de esa historia, de los imaginarios heroicos compulsados por su aprendizaje y de la violenta y baldía retórica de su práctica cotidiana. Conformada por cuarenta relatos y viñetas (incluida una cronología) donde se alternan, en sustancial tono satírico, los más disímiles ejercicios literarios, esta excepcional parodia de la Historia de Cuba cuestiona menos los avatares de la verosimilitud que la mitificación de un discurso, y propone, a cambio de una —tal vez todavía para muchos— ilusoria reescritura redentora, otra más prudente heterogeneidad de escrituras.

Si bien es factible colegir la impugnación del discurso castrista como telón de fondo por excelencia de buena parte de la literatura cubana de la última década (en el muy amplio rango de aproximaciones colaterales o explícitas con que ello ha venido revelándose dentro y fuera de la isla), mucho más lo es el verificar que, para la ficción, cualquier acercamiento a ese discurso desde la construcción de la historia se ha mantenido manifiestamente supeditado a la lectura de sus arbitrariedades (y en el menor de los casos, a la de su inoperancia) dentro de la asfixiante cotidianeidad revolucionaria. En contraste con esta perspectiva eminentemente sincrónica, leve historia de cuba constituye una flamante articulación diacrónica del discurso castrista, donde no sólo lo hasta ahora evidenciado como telón de fondo deviene línea argumental mayor, sino las habituales alusiones al qué y al cuándo de esa inmediata realidad resultan contestadas desde el más ambicioso razonamiento del cómo y el por qué.

De ahí, y de la más abarcadora problematización de la historia como ficción, que el discurso castrista sea aprehendido no únicamente según su construcción de la Historia de Cuba, sino también —y en lo que constituye la pauta principal del libro— como discurso en la historia de Cuba. Si la experiencia de la cual parten los relatos es, comprensiblemente, la experiencia de politización de la historia dentro del periodo revolucionario, la dimensión en que resultan satirizados muchos de los temas, personajes y hechos de la historia cubana (léase José Martí, la bandera o la Protesta de Baraguá) rebasa, sustancialmente, ese contexto; ello no únicamente debido a la disputa entre el antagonismo político de dentro y de fuera de la isla por la relegitimación de tales símbolos como estandartes ideológicos y fundacionales de sus correspondientes causas —tal como puede asumirse de Rafael Rojas en Tumbas sin sosiego–, sino, sobre todo, a su persistencia en el imaginario común como entidades históricamente irrefutables, con independencia de filiaciones políticas o de una mayor o menor afinidad para con el proyecto revolucionario. En este sentido, más que un exhaustivo y paradigmático acto de desmitificación, leve historia de cuba comporta, sin duda, una acendrada crítica a la enseñanza determinista de la historia y a los modelos de educación modernos basados en la instrucción en la Verdad y el Bien y en la universalización de los arquetipos construidos; y apunta, con igual certeza, hacia la indagación —tal como propone Charlotte Linde— sobre el uso del relato de la historia como mecanismo de reproducción de una memoria colectiva, y en tanto instrumento normativo y de conformación de identidad.

Al divertimento en la parodia de los manuales de historia al uso —leitmotiv fundamental de ese relato paralelo que es la construcción de la Historia de Cuba— sucede la propia parodia del texto histórico en tanto interpretación, en un fino tamiz de los sustratos de las vidas imaginarias de Marcel Schwob, pero, sobre todo, de la Decadencia y caída de casi todo el mundo de ese Will Cuppy satirizador de Gibbon y de la ortodoxia de la narrativa histórica. La notoria complejidad estructural y estilística de cada uno de los relatos —desde la llegada de Cristóbal Colón hasta la ansiosa espera de los héroes de la historia de Cuba por el próximo arribo del Comandante en Jefe a la celestial gloria cubana— está perfilada, ante todo, por una cuidadosa decantación de la ironía dentro de una prosa que sostiene esa cierta distancia inherente al testimonio, pero que resulta igualmente hábil en satirizar la asepsia del relato histórico convencional o en recrear referentes estilísticos puntuales dentro de la literatura cubana. En consonancia, la multiplicidad de narradores, contextos y puntos de vista —que convergen en disquisición lúdica con los enfoques de la historia de la vida cotidiana y de la microhistoria— disecciona transversalmente lo históricamente aprendido y compulsa, inexorablemente, a una relectura conjetural que pone a prueba, como mínimo, la fiabilidad de la memoria. Asimismo, los exergos de cada relato —elegidos de manuales escolares, relatos, billetes de banco o discursos revolucionarios— funcionan no sólo como eventuales contrapuntos humorísticos, sino también como documentos (exactamente a la manera en que el historiador evidencia sus fuentes) y dimensionan tanto la perspectiva legitimada del tema contestado como el contexto vivencial que da origen a la propia obra. De ello, de la coherente sutileza con que estos y otros recursos igualmente rigurosos resultan hilvanados en el propósito del libro, que la parodia alcance en leve historia de cuba ese nivel de excelencia que —glosando a Alejandro Dolina— no se verifica únicamente en la destreza estilística para ridiculizar al referente, sino, sobre todo, en la capacidad del conjunto para complejizarlo.

Esta capacidad de resolución de la parodia queda, asimismo, definida por un recurso estructural mayor —irónicamente modulado desde la propia retórica del discurso oficial de la isla— que, aparte de su esencial función como tamiz de recursos como los antes mencionados, resulta el articulador definitivo del emplazamiento de la historia de Cuba como narrativa. Una lectura cuidadosa advertirá que el conflicto de cada uno de los relatos puede revelarse como diacrónicamente reversible: la insistencia del castrismo en una historia de Cuba signada por la continuidad de una única lucha independentista y revolucionaria resulta, así, parodiada como la continuidad de una diversidad de historias no revolucionarias en el contexto de acontecimientos medulares, pero, fundamentalmente, como la continuidad —por otros medios— de ciertas condiciones de sometimiento, estancamiento económico, clasismo, carencia de libertades y desesperanzas sobre las cuales se sigue asentando la muy parcial noción revolucionaria de pasado. Este sutil y acaso paradigmático uso del anacronismo —tal vez como metáfora de la propia condición anacrónica del discurso oficial en su esquematización heroica de la historia— más que ilustrar la ubicuidad y ambigüedad subyacentes en la retórica revolucionaria, o reseñar la multiplicidad de convergencias entre el conocido antes y después de la historia de la isla, propone, ante todo, un radical cuestionamiento de la génesis y la circularidad del conjunto de relatos que han construido la historia de Cuba.

Haciendo a un lado el minucioso andamiaje estilístico, argumental y de claves con el que todo ello se configura en el desarrollo del libro, probablemente sea necesario precisar que no todos los relatos se desenvuelven en trasfondo humorístico; si bien pueden considerarse como constantes la ironía y la sátira, en relatos como "Carnaval" o "Compañeros son los bueyes" estos recursos se revelan en un plano muy ulterior al de los protagonistas, especialmente al de las víctimas, y sugieren, básicamente, el modo en que el discurso oficial ha solapado o preterido las dudas, los descreimientos o las atrocidades de sus héroes, pero no diluyen nunca la tragedia descrita. La presencia de estos, y aún de otros recursos de distanciamiento eventualmente líricos, no sólo corrobora la complejidad asumida en el abordaje del texto como parodia, sino también la clara conciencia articuladora de la obra. Hay ocasiones en que los términos de catalogación bibliotecológica aciertan a concluir, con envidiable seguridad, el propósito de un libro: leve historia de cuba ha sido clasificado como cuba–Historia–Ficción, y cuba–Historia–Revolución, 1959–Ficción. Dentro de la literatura cubana contemporánea, y en esencial contraste con las innumerables lecturas contingentes de la realidad de la isla, leve historia de cuba establece, sin lugar a dudas, una muy categórica pauta para la problematización tanto de la invención de la Cuba revolucionaria como de la construcción histórica de los imaginarios de nación; una respuesta que tal vez, tácitamente, se haya esperado mucho más de la novela que de un relato de relatos con humor.

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