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En-claves del pensamiento

versión On-line ISSN 2594-1100versión impresa ISSN 1870-879X

En-clav. pen vol.3 no.5 México jun. 2009

 

Artículos

 

El crisol del discurso civilizatorio occidental: África

 

Erick López Álvarez Tostado*

 

* Licenciado en Relaciones Internacionales. ela.tostado@gmail.com

 

Fecha de recepción: 05/02/2008
Fecha de aceptación: 30/10/2008

A la memoria del doctor Kande Mutsaku Kamilamba

El bienestar y el progreso de Europa han sido
construidos con el sudor y los cadáveres
de los negros, los árabes, los indios y los amarillos.
Hemos decidido no olvidarlo.

Frantz Fanon

No olvidemos, por consiguiente, que el siglo XIX
es también el siglo que consagra al Estado
y su identificación con la Nación; y que la experiencia
colonial sirvió a la Europa del siglo XIX como terreno
para identificar su propia naturaleza…

Fabien Adonon

Resumen

El presente texto es ante todo una reflexión sobre la forma en la que el discurso civilizatorio de Occidente se ha adecuado a las cambiantes circunstancias del mundo en que vivimos. Ante el discurso que ve su más álgida representación en lo que se ha denominado la globalización, es cada vez más común que se generalice y universalicen los esquemas de acción dentro de un Estado, así como las expresiones sociales y culturales que convergen en los parámetros nacionales. Aunque la lógica de la globalidad profiere una integración bajo un esquema común: democracia, derechos humanos y libre comercio, principalmente. Así, el nuevo esquema de distanciamiento y de segregación se hace a partir de la particularización. Es cada vez más común que se contemple un acontecimiento a partir de describirlo como ajeno a la lógica universalista —occidental—. La particularización nos deja ver elementos que hacen del orden social y político un problema específico, ajeno a las responsabilidades de Occidente. Y, el único paliativo que se encuentra, es el ideal civilizatorio, que ya no sirve para justificarse ante el otro, sino ante sí mismo. África sirve ante todo, como un espejo, a través del cual, Occidente se conmueve, se humaniza.

Palabras clave: discurso civilizatorio, orbis terrarum, África, globalización, desarrollo y subdesarrollo.

 

Abstract

The present essay entails a refection regarding the way in which the concept of modern civilization has been modifed through the years in order to change with the times. This Western discourse of civilization is best represented by the idea of globalization. Within this framework it is becoming more common to make generalizations that translate into the actions of a State, its social expressions and cultural values that converge within its national parameters. The logic of globalization refects interactions based on a common scheme, namely: Democracy, Human Rights and Free Trade. Thus, inside these universal schemes, there is a new configuration for exclusion and segregation: that of particularization. It allows us to look at the ways in which specifc social orders and political problems are freed from the responsibility of the West. And the only way to alleviate this process is to appeal to the ideal of Civilization. But ultimately it is useless for justifying any purpose other than self–justifcation. The situation in Africa is a clear example of all that was mentioned above since it can serve as a mirror that humanizes and moves Western countries.

Key words: civilization discourse, orbis terrarum, Africa, globalization, development and underdevelopment.

 

A la luz del olvido es donde se van forjando nuestras sombras. Mantener la mente aletargada, permite su triunfo sobre el orden y la jerarquía de las cosas. ¿Será a caso esta la consigna de la paz? ¿O es otro de los tantos derroteros que nos indican de qué forma afrontar? A la luz del presente esbozo, no olvidar significa confrontar, subvertir y reorientar. Al menos, en la medida de lo posible.

Durante décadas se ha hablado de un ideal, que servirá de eje rector para reencausar los malos hábitos y los caminos aparentemente mal tomados que algunos países o regiones han llevado a cabo. Generalmente la consigna viene de los países fuertes hacia los países con recursos comprometidos. Este ideal de progreso y en mayor medida de civilización, se ha visto catalizado, cristalizado y ejemplificado en las experiencias de los países más avanzados. Primordialmente la hoy conocida como la Europa de los quince y Estados Unidos. En una palabra, Occidente. A este punto se debe matizar que hay corrientes teóricas que perciben una movilidad histórica con respecto a esta noción. Occidente movilizándose hacia el occidente del globo terrestre. En un primer momento Europa, después ensanchándose hacia Estados Unidos. Y posteriormente lo mismo ocurriría hacia Japón e incluso se especula actualmente que tal movilización se seguirá dando, alcanzando así, al gigante asiático: China. Sin embargo, por motivos socioculturales, los dos últimos candidatos pueden ser descartados, ya sea por motivos étnicos o más bien raciales, aunque la acepción se marque en la academia como una forma políticamente incorrecta de aterrizar el debate. No olvidemos que después de todo, a los "amarillos" nunca se les quiso admitir como occidentales, a pesar de tener la capacidad tecnológica, económica y militar. Sin ánimos de entrar en una discusión sobre si se considera o no como Occidente a ciertos países del Pacífico Asiático, este ejemplo sirve para aclarar la importancia que tiene atender al debate sobre las formas en las que se nos dice, debemos alcanzar el desarrollo, o más bien, ser desarrollados. Y, por tanto, el ideal más alto y avanzado —en el sentido que la vanguardia profiere— de civilización.

En este sentido, resulta importante desglosar con qué mecanismos los países de Occidente operan, y en esa medida ejercen un control sobre su periferia. Generando al mismo tiempo un efecto homogenizador para sí, esto es, al interior de sus poblaciones. Es de suma importancia tener estos espacios de reflexión a fin de dar cuenta sobre los encauces teóricos y mediáticos con los que opera el discurso civilizatorio de Occidente —tanto dentro, como fuera de su demarcación espacial. Este tipo de interrogantes surgen al observar diversas contradicciones en el seno de dicho discurso civilizatorio—. Por un lado, Occidente lleva apoyo humanitario a las regiones periféricas, pero políticamente y económicamente fomenta la desestabilización de dichas regiones de forma directa. Una vía se hace consecuente con su proyecto civilizatorio, pero la otra concuerda con sus intereses, sobre todo económicos y geopolíticos.

Debemos estar conscientes que hay un interés particular detrás del ánimo totalizador de la "occidentalización del mundo".1 No para categorizarlo en términos maniqueos, sino para matizar el grado y la repercusión que tiene sobre el mundo. Ante el discurso que encarna la globalización, es cada vez más común que se generalice y universalicen los esquemas de acción dentro de un Estado, así como las expresiones sociales y culturales que convergen en los parámetros nacionales. Aunque la lógica de la globalidad profiere una integración bajo un esquema común: democracia, derechos humanos y libre comercio, principalmente. Así, el nuevo esquema de distanciamiento y de segregación se hace a partir de la particularización. Es cada vez más común que se contemple un acontecimiento a partir de describirlo como ajeno a la lógica universalista–occidental. La particularización nos deja ver elementos que hacen del orden social y político un problema específico, ajeno a las responsabilidades de Occidente. El único paliativo que se encuentra, es el ideal civilizatorio, que ya no sirve para justificarse ante el otro, sino ante sí mismo. África sirve ante todo, como un espejo, a través del cual, Occidente se conmueve, se humaniza. Atender a este aspecto es de suma importancia, sobre todo para aportar elementos que realimenten el debate sobre ciertos aspectos que se dan por hechos y en esa medida, escapan no sólo a la crítica, sino a la posibilidad de pensarse desde aristas muy distintas.

Resulta que África —y algunos sectores del mundo subdesarrollado—, a pesar de la escasa influencia que tiene sobre el sistema internacional, ha intervenido e interviene de manera decisiva en el proceso de maduración y consolidación de la identidad occidental, por lo menos, en lo que se refiere a su ideal civilizatorio.2 Complementando de forma muy concisa, las acciones de las instituciones y los organismos internacionales. ¿Qué sería de las operaciones de mantenimiento de paz? O de la atención a las denominadas "crisis humanitarias", que tanto enternecen y sensibilizan a la opinión pública internacional. La propaganda del sistema internacional en torno al tema de los Derechos Humanos, la Democracia y el Libre Mercado, encuentran su eco incandescente en el seno del subdesarrollo. Sin él, no encontrarían una verdadera noción para ser y hacer.

El presente análisis pretende esbozar y comprender, uno de los papeles que África desempeña en el plano internacional. Sobre todo, lo referente a la forma en la que el discurso convencional, de cuño occidental, hace con respecto al continente. Más allá de las implicaciones raciales —o como actualmente se hace alusión a lo mismo, pero de forma eufemística; de discriminación— de denominarlo, "el continente negro" con una evidente acepción negativa. Y el cúmulo de rasgos que la posicionan, casi en esencia, como una entidad prescindible en el sistema internacional. Lo aquí presentado tratará de sacar a flote la relevancia fundamental de África para el sistema internacional, sobre todo al pretendido amparo que se ha realizado con respecto a una tutela, en donde "los europeos se veían a sí mismos como agentes de una historia lineal de progreso [para] integrar a África en la senda de la historia, de la que había estado excluida".3 Así, el discurso civilizatorio de Occidente se ve refrendado por las imágenes que toma de la periferia. En este sentido, los grandes temas de la Agenda Internacional relativos a la democracia, los derechos humanos, el libre mercado y las nuevas tecnologías están generando nuevos lazos de coerción en el ámbito internacional, que permiten, antes que otra cosa, recomponer las estructuras sociales de Occidente. La importancia de esta aseveración, radica en los mecanismos e instancias que utiliza Occidente para traducir estos eventos ante la mirada de la opinión pública internacional, pero principalmente la que atañe a su esfera.

 

La conformación del discurso civilizatorio

El sistema civilizatorio que plantea Occidente tiene un surgimiento cuasi–mitológico y evidentemente ecuménico:

En la cosmografía del siglo XVI el prisma a través del cual se veía al otro, la idea que mediaba entre nosotros y los otros, era el cristianismo. En la ilustración la ignorancia era lo que se interponía entre los europeos y los no europeos. En el siglo XIX era el tiempo histórico, el tiempo evolutivo, lo que distanciaba a los primeros de los africanos o de los asiáticos. La civilización era la meta inevitable del desarrollo histórico, y civilizados–no civilizados era el criterio de las relaciones que se establecían. Los otros se encontraban en un estadio que Europa ya había superado hacía siglos.4

La importancia de este discurso, radica en la forma de incrustarse en el imaginario de sus dirigentes. Los vestigios de la expansión del sistema occidental, tiene sus orígenes en lo que la discusión historiográfica ha denominado, "La Isla de la Tierra".5 "La idea de que el orbis terrarum, la Isla de la Tierra que alojaba al mundo, contenía tres entidades distintas, Europa, Asia y África […] en esa jerarquía Europa ocupaba el más alto peldaño […] se estimaba como la más perfecta para la vida humana o, si se quiere, para la realización plenaria de los valores de la cultura".6 La relevancia del cristianismo, es como señala O'Gorman, haberse hecho de esas nociones.

Con lo antes señalado, se puede percibir un detonante evolutivo para la noción de la idea de Europa como cuna, portadora y garante de la civilización. Al comenzarse a forjar la noción de civilización, el primer obstáculo, al cual se enfrentó el precursor del hombre moderno, fue a una noción espacial lineal, en la cual, los límites terrestres representaban un reto a su cosmovisión y, sobre todo, el peldaño más difícil de escalar hacia su identificación dentro del mundo.7 Como veremos esta noción de mundo, sufrirá importantes cambios, a través de los cuales, se irá configurando la identidad del hombre occidental.

Una vez superados los límites terrestres y dejada de lado la idea de la linealidad de la tierra, se abren campos a nuevas posibilidades dentro del mundo. La tierra deja de concebirse como plana, y se descubre que es redonda. Al plantearse la redondez de la Tierra, se abre la posibilidad de poder circunnavegarla, y con esto, establecer nuevos límites físicos en el mundo. Lo que está pronto a delimitar el imaginario colectivo del hombre occidental, es la percepción y la superación de nuevos obstáculos, los marítimos. Las gigantescas franjas que rodeaban a la "Isla de la Tierra". Los océanos. Una vez alcanzada esta nueva etapa "evolutiva", surgen nuevas barreras a la concepción del mundo. Al haber finalizado la discusión de la insularidad o no de dicho mundo, el desenlace conceptual lógico fue la noción de los Continentes, significándolos como partes de un todo —a pesar de estar separados por los océanos—, facilitando la "continuidad" ecuménica de la Isla de la Tierra. El punto de inflexión más importante llegó precisamente al comprender que la tierra era redonda. Una vez explorada, dentro de los límites que lo permitían: la navegación de los océanos y la movilización terrestre. El hombre se enfrentó a nuevas dificultades. Las fronteras y los obstáculos dejarían de ser en una y dos dimensiones. Surge una nueva frontera poco perceptible. El aire. Y con esto una nueva concepción del mundo: el globo terráqueo. La diferencia entre saber que la tierra es redonda, o que es esférica, es abismal. Sobre todo en la representación que se hace de la misma. Como el lector debe estar infiriendo, esto nos introduce, ante todo, a la idea que actualmente concebimos como globalidad, y que necesariamente ha desembocado en una noción interdisciplinaria: la globalización.

Esta nueva idea, ha permitido delimitar mejor al mundo. El globo terráqueo se presenta como el lugar común del Hombre. Y hasta ahora, ante la imposibilidad real, de ir más allá —aunque los avances científicos nos seduzcan a pensar en su posible expansión, por lo menos virtualmente y como una posibilidad: pasajera y mediata—, el mundo se expande hacia dentro. Una suerte de implosión, cuya finalidad didáctica es la construcción y fortalecimiento de interconexiones que nos acerquen cada día más los unos con los otros. Este fortalecimiento y construcción de conexiones se han hecho al amparo de los tres ejes fundamentales. Por un lado, el sentido económico se refuerza a través del discurso del libre mercado; el sentido político se fortalece con el discurso democrático; y, finalmente, el sentido social adquiere relevancia a través de la lógica discursiva que emana de los Derechos humanos. Pero hay un eje que entrecruza a los tres, y de hecho es el que permite el dinamismo de las interconexiones, la tecnología. Sobre todo, las Nuevas Tecnologías de la Información también llamadas TICs.

En esta nueva etapa de identificación del mundo en un espacio esférico, global, han surgido un sinnúmero de condiciones que han permitido el desarrollo y fortalecimiento de la concepción civilizatoria de Occidente. La etapa de la colonización, o la ya reconocida Era del Imperio, trajo consigo la configuración actual del sistema internacional. De tutelar hombres, se pasó a tutelar Estados.

Con la descolonización, el sistema internacional, sus organismos y su derecho, cumplen globalmente la función tutelar que las antiguas metrópolis cumplían y en alguna medida siguen cumpliendo…el derecho internacional, hijo de la práctica de los estados europeos, se convirtió así en el padre y tutor de los nuevos Estados africanos y la comunidad internacional centrada en las Naciones Unidas vino a reemplazar al colonialismo como la estructura de la ayuda moral, legal y material que mantenía a esos estados.8

Es así que se pasa a una nueva mutación de lo que Francisco Javier Peñas denomina los hilos civilizatorios. ¿O qué diferencia significativa podríamos encontrar entre la lógica mesiánica y evangelizadora del cristianismo, y la vehemencia actual del sistema internacional a refrendar nuestros Estados en parámetros de medición, eficiencia y evaluación de sus acciones a través de la lupa de los Derechos Humanos? Como señala Peñas, aún cuando en el Sistema Internacional se nos hace creer en una igualdad legal entre los Estados, en detrimento de la otrora nomenclatura para referirse a países civilizados, semicivilizados y salvajes. Si bien ya no se hace en papel, la lógica sigue permeando las mentes dentro y fuera de Occidente. Un Estado que no es democrático, que no abre sus mercados, o no implementa políticas públicas de la mano con nociones de Derechos Humanos, sigue siendo un Estado bárbaro, salvaje, o en el mejor de los casos, fracasado. "Las tres lógicas mencionadas (la político–estratégica, la comercial y la civilizatoria) y las tres figuras de las que son emblemas (el soldado o diplomático, el comerciante o la multinacional, y el misionero, cooperante, diplomático humanitario o el militar de las fuerzas de interposición) sigue en activo".9

 

La externalización de la catástrofe

En un principio, lo que Alicia Campos resalta como la sagrada misión de civilización, cuya carga moral era la ilustración y la disciplina de aquellos salvajes y atrasados, ha tenido una inflexión importante. Sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial. Ya no se trata, en mayor medida, de ilustrar y disciplinar, sino de mediatizar y sensibilizar a su propio entorno —el occidental— para no caer en las desmesuras y atrocidades que el propio fascismo su historia representó. No es casualidad que de forma inmediata, se creara una andanada de políticas destinadas a eliminar de sus flas a toda expresión de maldad, tal y como lo expresa Jean Baudrillard. "El caos sirve de límite a lo que sin él iría a perderse en el vacío absoluto […] los fenómenos extremos sirven, en su desorden secreto, de profilaxis por el caos contra una subida a los extremos del orden y la transparencia".10 La profilaxis permite que el fenómeno extremo ocurrido se vapulee a la distancia. Pero al hacer la profilaxis, ¿qué ocurre y a dónde van sus desperdicios? Su nuevo destino va a permitir esa distancia simbólica. Luego, vistos en el reflejo y ejemplo de lo que podría ocurrir, se generarán los lazos coercitivos que anteriormente fueron mencionados. "[V]amos a buscar allí algo para regenerar nuestra debilidad y nuestra pérdida de realidad […] una firma de absolución de la propia impotencia y de la compasión para con el propio destino". 11 El destino mismo de la civilización.

Al amparo de lo antes dicho resulta pertinente plantear la existencia de un uso normativo de las imágenes que a Occidente le llegan desde fuera, para adecuarlas y utilizarlas dentro de su propio entorno social. Para alcanzar esta pretensión, se utilizará como apoyo la visión que tiene Susan Sontag sobre lo que provocan dichas imágenes: entre otras cosas rebeldía, concitar la agresividad o fomentar la pasividad e incluso indiferencia. Resulta interesante notar que estas categorías corresponden a la percepción de lugares y partes involucradas directamente en lo que sucede al interior del contexto, desde donde la imagen es enunciada. Asimismo, se puede abordar desde otra perspectiva, esto es, lo que ocurre y el uso que se da a la percepción de un actor no involucrado directamente en dicho contexto. En este caso, Occidente, que filtra esa realidad sobre todo para tener controlado y vigilado a su propio entorno social. Y recordarles constantemente que en un aquí, "esas cosas [las atrocidades] ya no suceden".12 Pero lo más importante, ya no deben suceder. Este grado deontológico de la realidad, es lo que va a permitir marcar pautas y normas de comportamiento para los integrantes de su cuerpo social.

Dos ejemplos pueden ser particularmente esclarecedores de lo que aquí se desarrolla. En primer lugar, tenemos la situación que ocurrió en la España franquista y las atrocidades que Franco perpetrara, por un lado en el exterior y, por otro, al interior de España misma. "En aquel entonces sus víctimas habían sido los súbditos coloniales de piel más morena e infieles por añadidura, lo cual fue más grato para los poderes imperantes; ahora las víctimas eran sus compatriotas".13 El problema, y lo que surge como verdadera preocupación es que las atrocidades ocurran en un espacio vital cercano, propio. Sontag asevera que "las espeluznantes fotografías confirma una opinión ya compartida", esa opinión es, seguramente, el no querer esas atrocidades cerca.

En segundo lugar, las imágenes de Francisco de Goya pueden servir como ejemplo para encausar lo que aquí se pretende abordar como el ímpetu de Occidente por externalizar el sufrimiento y las atrocidades. "Las crueldades macabras en los desastres de la guerra pretenden sacudir, indignar, herir al espectador".14 Todas estas sensaciones son posibles, porque lo que se muestra involucra directamente al espectador —occidental—. Y están ahí, para recordar, que a pesar del humanismo y a pesar todo, también son proclives al sufrimiento autoinfligido. A este punto, cabría señalar la diferencia entre fotografía y dibujo o pintura. "Los artistas hacen dibujos y pinturas y los fotógrafos toman fotografías. Pero la imagen fotográfica, incluso en la medida en que es un rastro […] no puede ser la mera transparencia de lo sucedido. Siempre es la imagen que eligió alguien […] siempre ha sido posible que…tergiverse las cosas".15 La interrogante surge necesariamente, ¿por qué elegir tal o cual imagen? Seguramente se deba al azar, pero también para promover su consumo. Ya sean "víctimas, parientes afligidos, consumidores de noticias: todos guardan su propia distancia o proximidad ante la guerra [siempre] se espera que el fotógrafo sea más discreto con las personas que atañen más de cerca".16

"Las intenciones del fotógrafo no determinan la significación de la fotografía, que seguirá su propia carrera, impulsada por los caprichos y las diversas comunidades que le encuentren alguna utilidad".17 Lo cierto es que la utilidad más eficiente que se encuentra, es la de ejercer un control y disciplina sobre las acciones de los ciudadanos de una nación. Recordemos que una nación es, después de todo, lo que Benedict Anderson denominara: una comunidad imaginada.

Ya sea que se denominen guerras, hambrunas, enfermedades, todas aglomeran la constante de catástrofe. Sontag afirma que "las fotografías de las víctimas […] son en sí mismas una suerte de retórica. Reiteran. Simplifican. Agitan. Crean la ilusión del consenso [pues] la conmoción creada por semejantes fotos no puede sino unir a la gente de buena voluntad".18 La norma de comportamiento es precisamente, pertenecer a ese grupo de gente de buena voluntad, de forma tal que se presente una "identificación metonímica del propio aspirante con ese [grupo…] El proceso de autoidentificación es algo buscado".19 La relevancia de este tipo de imágenes, en suma, fotografías, es la reacción o más bien la percepción que se tiene ante el dolor de los demás. Así queda asentido un nosotros, que se congrega, pretendiendo una inusitada buena voluntad, que más que emancipar culpas, funciona como un marco que regula las conductas.

Apelar a la buena voluntad, no sólo representa una sintonía con el marco regulatorio. Es ante todo una provocación. "Mira, dicen las fotografías, así es. Esto es lo que hace la guerra. Y aquello es lo que hace, también. La guerra rasga, desgarra. La guerra rompe, destripa. La guerra abrasa. La guerra desmembra. La guerra arruina […] No condolerse con esas fotos […] serían las reacciones de un monstruo moral".20 Ésta es una muestra del nuevo entorno normativo y los mecanismos de coacción que el cuerpo social resignifica. "La representación de semejantes crueldades está libre de peso moral. Sólo hay provocación: ¿puedes mirar esto? Está la satisfacción de poder ver la imagen sin arredrarse. Está el placer de arredrarse".21 La provocación es un elemento seductor del temor, y por tal motivo, resulta más difícil escapar a su conducción.

Otra de las premisas útiles al presente análisis tiene un vínculo más estrecho con cuestiones técnicas, pero que por ello no están desvinculadas de su relación idiográfica: "La cámara aproxima al espectador, demasiado".22 Pero no deja de ser una distancia simbólica. "La realidad tal cual quizá no sea lo bastante temible y por tanto hace falta intensificarla; o reconstruirla de un modo más convincente".23 Una vez convencido, el espectador se involucra, a pesar de mantener su distancia.

Si las imágenes que se representan en una fotografía sirven, o se utilizan "como terapia de choque",24 también pueden fungir como catalizadoras del orden social. La idea general, estriba en una frase retomada por Sontag, a propósito de analizar las consecuencias de la Primera Guerra Mundial: "¡Colmad vuestros ojos de este horror! ¡Es lo único que puede deteneros!". Sin embargo, "las fotografías de una atrocidad pueden producir reacciones opuestas. Una llamada a la paz. Un grito de venganza. O simplemente la confundida consciencia, repostada sin pausa de información fotográfica, de que suceden cosas terribles".25 Ante esto, asumir un llamado de paz o un grito de venganza, implica un involucramiento directo al contexto de las imágenes. Las imágenes permiten conocer las catástrofes, y mientras más dramática se nos presente la imagen, más urgirán a la conmoción, concepto que "se ha convertido en la principal fuente de valor y estímulo de consumo".26

Hasta este punto, se han depositado ciertas características que la imagen contiene y las repercusiones que provocan dichas características. Además, se debe señalar que la imagen es una "transcripción o copia fiel de un momento efectivo de la realidad e interpretación de esa realidad".27 En lo que Sontag denomina la iconografía del sufrimiento, se puede rastrear la construcción del significado que se puede erigir sobre de dicha interpretación:

Los sufrimientos que más a menudo se consideran dignos de representación son los que se entienden como el resultado de la ira, humana o divina. (El sufrimiento por causas naturales, como la enfermedad o el parto, no está apenas representado en la historia del arte); el que causa los accidentes no lo está casi en absoluto: como si no existiera el sufrimiento ocasionado por la inadvertencia y el percance.28

Las últimas formas de sufrimiento solían ser, en primera instancia, indignas de representación. Pues se sabe que rebasan, por mucho, las capacidades humanas de alteración. Este punto puede ser discutido, pues en los últimos años se ha puesto en boga la iconografía del desastre, sobre todo al tratarse de un desastre natural. No es casualidad que en la agenda global aparezca con muchas menciones el tema del calentamiento global. Se sabe que, a pesar de pertenecer —o no— a la pretendida civilización más avanzada, ciertas presentaciones naturales son incontrolables.

La iconografía más sórdida está "destinada a conmover y a emocionar, a ser instrucción y ejemplo. El espectador quizá se conmisere del dolor de quienes lo padecen…pero son destinos que están más allá de la lamentación o la impugnación".29 Esta función, tiene sus orígenes en la esencia del cristianismo, desde ese pedestal se le mostró a Occidente, como actuar, como pensar y como construir y delegar su juicio moral. Es lo que Sontag denomina la inspiración por la fe y fortalezas modélicas que subyacen a los santos, los mártires y al Dios encarnado mismo.

Aquí se puede introducir un catalizador de imágenes, los medios masivos de comunicación. Cuya punta de lanza, resulta ser la televisión. Ésta ayuda a presentar las atrocidades como imágenes. El valuarte normativo que se imprime a las imágenes, se desencadena en gran medida en "los noticiarios de televisión, con un público mucho más amplio y por ello con mayor grado de reacción a las presiones de los anunciantes, operan con restricciones aún más severas, vigiladas en buena medida por ellos mismos, sobre lo que es apropiado transmitir".30 Esto tiene una relación intrínseca con el buen gusto y la anteriormente denominada buena voluntad, en esa medida, se regula el comportamiento. Se nos dicta qué hacer, cómo hacerlo y, lo más importante, cómo expresarlo. En una frase, se nos formula de antemano, un patrón de conducta a seguir y a asimilar, se nos enseña cómo reaccionar y llorar ante las atrocidades.

El África poscolonial está presente en la consciencia pública general del mundo rico —además de su música cachonda— sobre todo como una sucesión de inolvidables fotografías de víctimas de ojos grandes […] Las más recientes son las fotografías de familias enteras de aldeanos indigentes que mueren de sida. Estas escenas portan un mensaje doble. Muestran un sufrimiento injusto, que mueve a la indignación y que debería ser remediado. Y confirman que cosas como esas ocurren en aquel lugar […] la tragedia es inevitable en las regiones ignorantes o atrasadas del mundo; es decir, pobres.31

Es verdad, a pesar de mover a la indignación y al decoro mediante las falsas pretensiones de la ayuda internacional. Hay una función crucial de esas imágenes, y es mostrarles que ocurren en aquel lugar y no en éste. Esta situación exorciza todo posible horror originado desde Occidente, o al menos así lo pretende, para que "el pacífico estado de cosas actual parezca inevitable […] Por lo general, los cuerpos gravemente heridos mostrados en las fotografías publicadas son de Asia y África".32 Este panorama nos es casual, recordemos que "exhibir seres humanos exóticos, es decir, colonizados" era una antigua práctica secular, que ha ayudado y ayuda, a que Occidente ostente el olvido a las "consideraciones que [los] disuaden de semejante presentación de [sus] propias víctimas de la violencia; pues al otro, incluso cuando no es un enemigo, se le tiene por alguien que ha de ser visto, no como alguien […] que también ve".33

Como se estableció anteriormente, las imágenes que se proyectan son, ante todo, escenas escogidas entre muchas posibilidades descartadas. El resto, lo que ha sido previamente elegido para ser contemplado son "las fotografías que todos reconocemos […] en la actualidad [como] parte constitutiva de lo que la sociedad ha elegido para reflexionar, o declara que ha elegido para reflexionar. [Se] denomina a estas ideas recuerdos, y esto es, a la larga, mera ficción […] Pero si hay, [una] instrucción colectiva".34

La instrucción colectiva, sirve a la consecución de la paz social. Al haber una instrucción, surge un proceso coercitivo. El ejemplo más claro es lo que Sontag reconoce al analizar la falta de ciertos espacios iconográficos, que guarden la memoria de grupos históricamente oprimidos y marginados al interior de los Estados. La activación de los recuerdos, puede ser peligrosa para el orden imperante. "Recordar demasiado […] nos amarga. Hacer la paz es olvidar. Para la reconciliación es necesario que la memoria sea defectuosa y limitada".35 Para el recuerdo, los museos de la memoria, son y representan un profundo "no me olvides". La demostración más clara del uso que se da a las imágenes, se centra en este punto. Para ejemplificar, Sontag hace alusión a la ausencia de un museo de la memoria que evoque los recuerdos de la Esclavitud en Estados Unidos. Simplemente no existe. "Al parecer es un recuerdo cuya activación y creación son demasiado peligrosas para la estabilidad social [peor aún] sería reconocer que el mal se encontraba aquí. Los estadounidenses prefieren imaginar el mal que se encontraba allá, y del cual Estados Unidos —una nación única, sin dirigentes de probada malevolencia a lo largo de toda su historia— está exento".36

Fácilmente se puede sustituir la particularidad que arriba representa el caso estadounidense, por la palabra Occidente, y en cada país existirá una situación similar. Ligada, ya sea al racismo, a los crímenes, a la opresión, la tortura, en suma, todo aquello que la que se concibe como la más acabada y desarrollada de las civilizaciones nos ha dicho ha exterminado de sus flas. La relevancia del argumento esgrimido en el párrafo anterior radica en trazar un puente que permita seguir el camino que lleva de un aquí a un allá. Para no poner en riesgo la paz social, se nos hace olvidar. Y además, se da una suerte de noción, que en el presente artículo quedará conceptualizado como: la externalización de las calamidades, de esta forma, Occidente queda exento.

A propósito de Edmund Burke, Sontag retoma un pasaje que genera una reflexión en torno a generar un gusto patológico por ver imágenes, cuyos contenidos hacen una clara alusión al sufrimiento. "Estoy convencido de que nos deleitan, en no poca medida, los infortunios y sufrimientos de los demás […] No hay espectáculo buscado con mayor avidez que el de una calamidad rara y penosa".37 Pero siempre y cuando, no sea una que ocurra en el entorno propio.

La visión del sufrimiento, del dolor de los demás, arraigada en el pensamiento religioso, es la que vincula el dolor al sacrificio, el sacrificio a la exaltación: una visión que no podía ser más ajena a la sensibilidad moderna, la cual tiene al sufrimiento por un error, un accidente o bien un crimen. Algo que debe ser reparado. Algo que debe rechazarse. Algo que nos hace sentir indefensos […] La gente puede retraerse no sólo porque una dieta regular de imágenes violentas la han vuelto indiferente, sino porque tiene miedo.38

No sólo es retracción, sino un comportamiento y un actuar determinados, sobre todo, por el miedo. Miedo a que su entorno se transforme en lo que la imagen muestra.

"La piedad puede suponer un juicio moral si, como sostiene Aristóteles, se considera la emoción que sólo le debemos a los que sufren un infortunio inmerecido. Pero la piedad, lejos de ser el gemelo natural del miedo en los dramas de infortunios trágicos, parece diluirse –aturdirse— con el miedo, mientras que el miedo (el pavor, el terror) por lo general consigue ahogar la piedad".39 El miedo es autoinmune, incluso a la piedad.

"La compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita".40 Estas acciones pueden ser claramente rastreables y en Occidente tienen una doble función, por un lado y al interior de sus fronteras se encausa mediante la disciplina, el fomento de la civilidad y, por ende, la promoción del orden público. Por otro lado, hacia el exterior se encausa la razón de ser del quehacer internacional: promoción del desarrollo, ayuda humanitaria, operaciones de mantenimiento de paz, entre otros. "Si sentimos que no hay nada que nosotros podamos hacer —pero ¿quién es ese nosotros?— y nada que ellos puedan hacer tampoco —y ¿quiénes son ellos?— entonces comenzamos a sentirnos, aburridos, cínicos y apáticos".41

Un factor común, entre los planteamientos de Zygmunt Bauman y los de Susan Sontag es el tema del temor. El miedo que se infunde en el consumidor–espectador. Las imágenes que consume, serán su norma moral y ética, en suma, de comportamiento. Las imágenes presentan un contexto, un comportamiento, diferente del suyo —esto para el caso de la realidad occidental y las imágenes de una realidad pauperizada— una suerte de ejemplo a no seguir. El temor de caer presa de la realidad que circunscribe al otro, permitan que no se salga del "juego del consumo". El consumidor fallido le recuerda las implicaciones que tiene el dejar de jugar:

Si esas decantaciones de los residuos se detuviera o mermara, no se les mostraría a los jugadores el aterrador espectáculo de lo que les espera […] si abandonan el juego. Esas visiones [imágenes] son indispensables para lograr que sigan dispuestos a soportar las penurias y las tensiones provocadas por una vida dentro del juego […] y es necesario mostrárselas repetidamente para que no olviden el duro castigo que reciben la pereza, el descuido, y así mantener viva la voluntad de permanecer en el juego.42

 

El uso de África como concepto

África adquiere relevancia en el imaginario de Occidente, al este último dotar de un sentido tangencial y muchas veces ajenos a su propia realidad, la cotidianeidad africana. Esto se presenta a través de un impulso mediático. Muy parecido a lo que Edward Said denunciara como "el reforzamiento de los estereotipos a través de los cuales se observa […] la televisión, las películas y todos los recursos de los medios de comunicación han contribuido a que la información utilice moldes cada vez más estandarizados".43 Lo más claro es la forma de tratar y darle seguimiento a temas como la hambruna, los desastres humanitarios, los niños en las guerras, el SIDA, entre otras catástrofes, que hacen consciente al mundo occidental de "la realidad de sus sufrimientos, culturalizándola, por supuesto, teatralizándola para que pueda servir de referencia en el teatro de los valores occidentales, entre los que se encuentra la solidaridad […] Toda nuestra sociedad [la occidental] se embarca así en la vía de la conmiseración en el sentido literal del término, bajo la apariencia de un phatos ecuménico".44

De esta forma, para Occidente, mientras África sensibiliza, el Medio Oriente surge como emblematización del mal, "manteniendo la demología del 'misterioso Oriente' ",45 al "negar el consenso universal sobre todas esas buenas cosas […] posición de degeneración absoluta de los valores occidentales de progreso, racionalidad, moral política, democracia, etcétera".46 En términos reales, África no representa una amenaza a Occidente, con todo y las percepciones de degeneración y lasitud de la condición humana. En este sentido, representa "la luz al final del camino". Pues se erige, como el arquetipo que posibilita y nutre la sensibilización de los occidentales con respecto al otro. Y no ya, la experimentación y padecimiento en uno mismo. África, no como continente, sino como la construcción de un concepto que le permite a Occidente representar los estragos más amargos que no quiere experimentar en carne propia.

La visión occidental ha generado un estridente revisionismo del ser africano. Sobre todo en lo referente a la construcción de un conocimiento propio. Dejando así de lado las concepciones deontológicas que el mundo civilizado se ha empecinado en recomendar. Es ya del común argot académico escuchar consignas que se refieren a una clara dicotomía en la concepción de la idea de África. Sea por percepción, o por un verdadero apego a la realidad que vive el continente, las discusiones se dan en función de una construcción de opuestos que generan una suerte de dialéctica en el continente:

Para unos, incluyendo a los organismos de Bretton Woods, África es un continente que se muere, una catástrofe permanente, el continente de todas las calamidades, a la deriva; en suma, un Apocalipsis en cámara lenta. Pero otros ven en este mismo continente a otra África: alegre, trabajadora, que vive o sobrevive, como queramos verla […] los ecos lejanos de las noticias de estas Áfricas sólo nos llegan cuando las guerras o conflictos considerados como relevantes las ponen de moda, una moda muy efímera.47

Desde el final de la Guerra Fría, África es considerada como un continente no necesario para los planes de los que tienen y deciden en el mundo, es un continente déclasé que no representa gran cosa en la geopolítica y diplomacia del mundo de las grandes potencias. Fuera de las situaciones de emergencia que exigen intervenciones humanitarias, a nadie le interesa.48

Sin embargo, allí se vive, se sueña, se construye y se desarrolla. Más de setecientos millones de personas, en más de cincuenta países, nutren y desarrollan innumerables actividades de las que jamás escuchamos y oímos hablar. No sólo se ignora todo sobre la vida cotidiana de África, sino que también allí ocurren cosas positivas y prometedoras incluso en el terreno económico.49

En cualquiera de los casos se trata al concepto de lo africano desde un punto de vista o sumamente positivo o espléndidamente negativo. Para fines prácticos ambos construyen a África como concepto. El marco positivo se utiliza para los que viven dentro y el marco negativo para los que viven fuera. Desde dentro, ser optimistas permite amortiguar las fatalidades y desde fuera la fatalidad ayuda a organizarse para no contagiarse. Las calamidades relevantes ponen de moda a la región que se pretende exhibir. Es lógico, pero lamentable, que fuera de las intervenciones humanitarias, a nadie le interese el continente o alguna región del continente. Las intervenciones humanitarias son parte neurálgica de la conformación del discurso civilizatorio de Occidente, sin un lugar común de aplicación sería difícil refrendarlo tal y como lo ha hecho a lo largo de la historia. Si se ignora su vida cotidiana, es porque no es útil a los fines de Occidente.

Fabien Adonon menciona una cita realizada por Pierre Messmer, a propósito de la existencia de un país africano, que expresa claramente la funcionalidad que estos países tienen para Occidente: "Le Tchad n'existe pas. C'est une fiction destinée aux diplomates. Ca ¿?pays n'existe que dans les rapports des chancelleries mais, sur le terrain, il n'y a pas de Tchad".50 Efectivamente esa visión se ha reproducido, ni Chad, ni África existen. Más que en el inconciente colectivo: la ficción. Son creaciones de los reportes diplomáticos y los intereses que guardan tras de sí. Pero curiosamente se deja entre ver una dialéctica que construye imágenes de un mundo pauperizado. Cuyas calamidades deben marcarse ajenas, para así encausar una finalidad. La misma que ha circundado las mentes desde la creación misma de la idea de un Occidente civilizado. Con esto se debe ser cauteloso, en ningún momento se pretende deslegitimar la realidad africana o marcarla como inexistente, físicamente existe, incluso aunque de forma mediocre, jurídicamente también. Después de todo no podemos soslayar el hecho de que la igualdad, aunque jurídica de los Estados, sigue siendo una quimera de facto. Es por ello que sólo importa para encubrir el juego de la diplomacia, en esa medida adquiere un sentido para el sistema internacional, que por supuesto está cimentado en la doctrina Occidental.51

Un acercamiento más claro a los elementos que se han desarrollado, puede ejemplificarse con la relación que se ha construido entre el SIDA, hambruna y subdesarrollo en las sociedades africanas. Para este fin se debe entender la configuración social del continente. A diferencia de Occidente, muchas regiones de África se identifican no con el individuo, sino con la colectividad. El proceso de subjetiviación no se identifica con el "yo", sino con un "nosotros" que da forma y sentido a la comunidad, al cuerpo social, particularmente: la familia. "El proyecto del yo, por consiguiente, no se plantea como entidad rígidamente estructurada que se distingue totalmente del otro y se le enfrenta, sino que se define precisamente con relación al otro".52 Por esta misma cuestión, la problemática del SIDA en África tiene repercusiones de orden social muy amplias. Las consecuencias más visibles son el control de la natalidad, el rompimiento abrupto de la dinámica familiar y el desabastecimiento de la mano de obra: África se sigue despoblando. Así se presenta, el caso de la inseguridad alimentaria y el subdesarrollo. La estructura social en su conjunto se resquebraja. Esto no es un elemento que se ponga en tela de juicio, sino como hasta ahora se ha enfatizado, la importancia radica en la forma que Occidente traduce estos eventos, ante la mirada de la opinión pública internacional. "El SIDA sirve de argumento a una nueva prohibición sexual, pero ya no es una prohibición moral, sino una funcional sobre la circulación del sexo […] Y entonces de golpe, al aparecer el SIDA: embargo contra el sexo […] un antídoto contra su principio de liberación sexual".53

Es así, como Occidente, va adecuando las realidades que le son ajenas, a fin de intervenir de forma directa, en la concepción y la relación que se tiene con el entorno, los otros, y consigo mismo. Así, "el africano se ha vuelto no sólo el Otro quien es todo excepto Yo, pero más bien la llave que, en sus diferencias anormales, especifica la identidad de lo Mismo".54 Ser todo, excepto el occidental, es desde esa misma perspectiva, lo mismo. A Occidente le funciona, toda vez que no ocurre ningún cambio sustancial en la esencia de lo que para Occidente constituye lo ajeno. Al permanecer inmóvil, pasivo y dependiente del accionar que se tutele desde el centro, nada cambiará. Perpetuando así, la relación existente.

 

Conclusiones

Con lo que hasta aquí se ha esgrimido, no se pretende deslegitimar la visión que se tiene desde el continente. Se debe actuar con cautela para no entrar en la dinámica excluyente de Occidente, al particularizar los discursos. La pretensión de este análisis ha sido el tratar, en la medida de lo posible, de proporcionar una explicación del porqué desde Occidente se genera una imagen tan incisivamente negativa con respecto al continente, sus gobiernos y sus habitantes. A pesar de las evidentes carencias y retos a los que se enfrenta el continente, es de suma importancia llevar la discusión a otros paramentos. Es común advertir que la discusión sobre África se ciñe en torno a la forma y los medios por los que África es considerada como "una calamidad", un "continente no necesario", un continente que no inspira a hablar sobre los aspectos positivos de sus sociedades acerca de los cuales "jamás escuchamos y oímos hablar". Lo que debería saltar a la vista y sobre todo a la discusión académica, es advertir los mecanismos que hay detrás de este discurso, y que por tanto, lo posibilitan. Sobre todo en un sentido doble, encarna una apología de la verdadera noción de la condición humana, su fragilidad, pero sobre todo, su proclividad al desastre y la hecatombe. No es casualidad que sólo ciertos conflictos aforen a la luz pública internacional y al mismo tiempo se pongan "de moda". ¿Por qué saltarían a la vista, en la mayoría de los casos, las catástrofes que enaltecen las intervenciones humanitarias?

El mundo occidental ha entrado en un punto de trance, en donde la negación de sus atrocidades históricas es el puente de salida a la culminación de la idea totalizadora que humaniza y nutre las esperanzas de un futuro promisorio. Lo que lo hace posible es "la sustitución mediática de los acontecimientos, de las ideas, de la Historia, que hace que cuanto más los escrutemos, cuanto mejor delimitemos sus detalles para entender sus causas, más dejarán de existir, más dejarán de haber existido […] esta conversión mítica [mediática] es la única operación que puede no ya disculparnos moralmente, sino absolvernos fantasmagóricamente de ese crimen original".55

Estas reflexiones han sido tan sólo un vértice para intentar ampliar el debate. Es importante resaltar que con lo aquí apuntalado no se pretende, de forma alguna, dejar de lado la otra parte del discurso —más allá del civilizatorio— el que incide directamente en los intereses geoestratégicos del orbe desarrollado, que es claramente visible en las intervenciones directas para hacerse de recursos estratégicos como el uranio, el coltán, el cobre, los diamantes, el oro, el caucho, el petróleo, etcétera, y toda la serie de incentivos que permiten entrever la mano de las antiguas metrópolis para seguir, no sólo con la dinámica del tutelaje, sino de una directa y abierta intervención. El tutelaje surge en la mayoría de los casos, como un eufemismo retórico.

En este sentido, qué nos hace —y qué nos ha hecho— pensar, que si "el colonialismo era inconsistente con el desarrollo económico [pero] absolutamente consistente con sus propios intereses y objetivos",56 no lo sigue siendo ahora. Ya no como discurso colonial, sino en la configuración del nuevo emblema que exporta, desarrollo y progreso, al mundo subdesarrollado. Pero sobre todo, más allá de los aspectos económicos y comerciales, si se pretende desligar la imagen del hombre colonizado que denunciaba Fanon, habría que atender a lo que fortalece esos discursos y la concepción tradicional de un Occidente que se erige en cuna, destino y adalid de la civilización. No es el hecho de analizar las formas y los medios a través de los cuales se presenta en una suerte de prestidigitación, los hilos civilizatorios que profiere Occidente, sino la forma en la que lo adecua, y lo utiliza, a fin de adquirir una funcionalidad dentro del sistema internacional. Baste ver la serie de galerías que se han creado, en conmemoración de las atrocidades que han provenido de ese mundo alejado de nuestra —en realidad la suya— realidad. Como ejemplo, la más reciente creación de una de estas estratagemas en agosto del 2007 en la ciudad de Liverpool, una galería que permitiría a propios y extraños "interpelar la ignorancia y la no comprensión del importante y permanente impacto que la esclavitud y la trata negrera tuvieron para África, Sudamérica, Estados Unidos, el Caribe y Europa Occidental".57 El propio título del artículo es por demás emblemático a los fines del presente ensayo: "Esclavitud, drama que transformó el rostro del mundo". Es justamente esta forma de sensibilización, la que en una verdadera corresponsabilidad, tenga anclado del subdesarrollo a los que se convertiran en un ejemplo claro, de hasta qué extremos, la experiencia humana puede resultar contraveniente a los intereses de Occidente. "Así, la catástrofe puede revelarse como una estrategia bien atemperada de la especie, o mejor dicho nuestros virus, nuestros fenómenos extremos, muy reales, pero localizados, permitirían conservar intacta la energía de la catástrofe virtual, que es el motor de todos nuestros procesos, tanto en economía como en política, en arte como en historia".58

 

Notas

1 Kande Mutsaku Kamilamba, "Desarrollo en América Latina", en Desarrollo y liberación: utopías posibles para África y América Latina. México, Tecnológico de Monterrey Campus Estado de México/ Miguel Ángel Porrúa, 2003, p. 209.         [ Links ]

2 En este sentido Francisco Javier Peñas añade que: "El estándar de 'civilización' ayudó a definir la identidad internacional y las fronteras externas de la sociedad internacional dominante en el siglo XIX. Identificada inicialmente con la Cristiandad y Europa, la sociedad internacional de los estados europeos, añadió, en su proceso de expansión, miembros no europeos y vino a considerarse en términos más generales como la sociedad de estados 'civilizados'" (F. J. Peñas, 2000, p. 52). Éste es el contexto que actualmente prevalece, y el que por todos los medios, se buscará preservar.

3 Alicia Serrano Campos, "La aparición de los estados africanos en el sistema internacional. La descolonización de África", en Francisco J. Peñas, coord., África, en el sistema internacional. cinco siglos de frontera. Madrid, Los libros de la Catarata/UAM, 2000, p. 17.         [ Links ]

4 F. J. Peñas, "Diplomacia humanitaria, protectorados y política de cañoneras: África subsahariana, estatalidad, soberanía y tutela internacional", en op. cit., pp. 51–52.

5 Para ver más a detalle el encause de esta discusión véase el libro La invención de América de Edmundo O'Gorman.

6 E. O'Gorman, La invención de América. Investigación acerca de la estructura histórica del nuevo Mundo y del sentido de su devenir. México, FCE, 2006, pp. 146–147.         [ Links ]

7 En este punto, es importante resaltar la conceptualización que O'Gorman hace con respecto a Mundo: "Es ante todo, la morada cósmica del hombre, su casa o domicilio en el universo, antigua noción que los griegos significaron con el término ecúmene […] supone un sitio y cierta extensión, pero su rasgo definitorio es de índole espiritual" (ibid., p. 68).

8 F. J. Peñas, "Diplomacia humanitaria, protectorados y política de cañoneras: África subsahariana, estatalidad, soberanía y tutela internacional", en op. cit., pp. 53–54.

9 Ibid., p. 54.

10 Jean Baudillard, Pantalla total. Barcelona, Anagrama, 2000, p. 16.         [ Links ]

11 Ibid., pp. 59–60.

12 Susan Sontag, ante el dolor de los demás. Madrid, Punto de Lectura, 2005, p. 42.

13 Ibid., p. 17.

14 Ibid., p. 56.

15 Ibid., p. 57.

16 Ibid., p. 74.

17 Ibid., p. 50.

18 Ibid., p. 14.

19 Zygmunt Bauman, vidas de consumo. México, FCE, 2007, pp. 115–116.         [ Links ]

20 S. Sontag, op. cit., p. 16.

21 Ibid., p. 52.

22 Ibid., p. 75.

23 Ibid., p. 76.

24 Ibid., p. 23.

25 Ibid., p. 21.

26 Ibid., p. 32.

27 Ibid., p. 36.

28 Ibid., p. 51.

29 Ibid., pp. 51–52.

30 Ibid., p. 56.

31 Ibid., pp. 84–85.

32 Ibid., pp. 85–86.

33 Ibid., p. 86.

34 Ibid., p. 99.

35 Ibid., p. 132.

36 Ibid., p. 102.

37 Ibid., p. 111.

38 Ibid., p. 114.

39 Ibid., p. 88.

40 Ibid., p. 116

41 Idem.

42 Z. Bauman, op. cit., pp. 177–178.

43 Edwar Said, Orientalismo. Barcelona, Debolsillo, 2004, p. 52.         [ Links ]

44 J. Baudrillard, op. cit., p. 61.

45 E. Said, op. cit., p. 52.

46 J. Baudrillard, op. cit., p. 45.

47 Fabien Adonon Djogbénou, ¿África hoy? México, UNAM/FCPS , 2003, p. 192.         [ Links ]

48 K. Mutsaku Kamilamba, "Desarrollo en América Latina", en op. cit., p. 196.

49 Esto es un fragmento del epígrafe utilizado por el doctor Kande Mutsaku en el capítulo "El desarrollo en la filosofía africana", de su libro Desarrollo en América Latina y África: Proviene de le nouvel afrique asie. Janvier, 1998.

50 La traducción sería: "Chad no existe. Es una ficción destinada a la diplomacia. Ese país no existe más que en los reportes de las cancillerías, pero en su sitio —lugar— no hay nada". (F. Adonon Djogbénou, op. cit., p. 192.

51 Para una referencia más elaborada con respecto a la influencia y preponderancia de Occidente en el Sistema Internacional se recomienda ver el libro de Immanuel Wallersteun, Universalismo europeo. México, Siglo XXI.

52 F. Adonon Djogbénou, op. cit., p 307.

53 J. Baudrillard, op. cit., p. 13.

54 En el original: "The African has become not only the Other who is everyone else except me, but rather the key which, in its abnormal differences, specifies the identity of the Same" (V. Y. Mudimbre, The Invention of Africa. Gnosis, Philosophy and the Order of Knowledge. USA , Indiana University Press, 1988, p. 12).

55 J. Baudrillard, op. cit., p. 28.

56 V. Y. Mudimbre, op. cit., p. 3.

57 Noticia tomada del periódico El Universal, "Esclavitud, drama que transformó el rostro del mundo". Disponible en línea: http://www.eluniversal.com.mx/cultura/53803.html Domingo 19 de agosto del 2007.         [ Links ]

58 J. Baudrillard, op. cit., p. 17.

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