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Migración y desarrollo

versão impressa ISSN 1870-7599

Migr. desarro vol.8 no.14 Zacatecas Jan. 2010

 

Artículos

 

La teoría crítica del desarrollo: resultados y prospectiva

 

Ronaldo Munck*

 

*Profesor-Investigador de Dublin City University, correo-e: ronnie.munck@dcu.ie.

 

Resumen

En la actual coyuntura se ha hablado mucho sobre <<el colapso del globalismo>> y de ir <<más allá del Consenso de Washington>> a medida que el nuevo orden neoliberal dominante entra en una crisis de legitimidad. Por ende es un buen momento para (re)pensar la genealogía y la perspectiva actual de una teoría crítica del desarrollo, o más bien, de las teorías. En los años noventa, el triunfalismo capitalista consideraba al enfoque neoliberal del desarrollo como una corriente desbordada y que <<no tenía ninguna alternativa>> según predicaban los gurús del neoliberalismo. Ahora se presenta una oportunidad para proponer alternativas de desarrollo que pudieran tener una credibilidad popular real. La teoría crítica, de la mano del <<posdesarrollo>>, que considera la empresa del desarrollo como una ilusión, no dejaba rivales viables en el campo frente a la teoría ortodoxa del desarrollo. Mientras que el desarrollo encabezado por el Estado en el modo tradicional, incluida su variante radical, tuvo escasa credibilidad en un orden mundial cada vez más internacionalizado, el tema del desarrollo como teoría y como práctica para superar la pobreza y la desigualdad no se ha agotado como preocupación global vital. La pregunta en la actualidad consiste en saber si una revitalizada teoría crítica del desarrollo puede enfrentar estos desafíos.

Palabras clave: desarrollo, teoría crítica, teoría de la dependencia, post-desarrollo, neoliberalismo.

 

Abstract

In the current conjuncture there is much talk about <<the collapse of globalism>> and a move <<beyond the Washington Consensus>> as the dominant global neo- liberal order enters a crisis of legitimacy. It is thus a good moment to (re)engage with the genealogy and current prospects for a critical development theory or, rather, theories. In the 1990s, capitalist triumphalism saw the neoliberal approach to development in unchecked full flow and it seemed that <<there was no alternative>> as the gurus of neo-liberalism preached. Now we are presented with an opportunity to offer development alternatives that would have real popular purchase. Critical theory's embrace of a <<post-development>> which read the whole development enterprise as illusion left no viable challengers to orthodox development theory in the field. While state-led development in the traditional mode, including its radical variant, had little purchase in an increasingly internationalised world order, the issue of development as theory and practice to overcome poverty and inequality has not gone away as a vital global concern. The question today is whether a revitalised critical development theory can meet these challenges.

Keywords: development, critical theory, dependency theory, post-development, neo-liberalism.

 

Es así como imaginamos el ángel de la historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado.
En donde nosotros percibimos una cadena de eventos, él ve una sola catástrofe
que sigue amontonando desechos y los pone frente a sus pies. El ángel quisiera quedarse,
despertar a los muertos e integrar lio que fue aplastad
o. Pero una tormenta sopla desde el Paraíso,
se ha enredado en sus alas con tal violencia que el ángel ya no puede cerrarlas.
Esta tormenta lio impulsa irresistiblemente hacia el futuro al que vuelve la espalda,
mientras el montón de desechos se eleva al cielo. Esta tormenta es lo que llamamos progreso.

(Walter Benjamin, Tesis sobre la filosofía de la historia, IX)

 

INTRODUCCIÓN

Ahora que varios autores hablan abiertamente del <<colapso del globalismo>> (Saul, 2005) y de ir <<más allá del consenso de Washington>> (Broad, 2004), podría ser oportuno (re)examinar la genealogía y la perspectiva actual de la teoría o, más bien, de las teorías críticas del desarrollo. En los años noventa, el triunfalismo capitalista veía al enfoque neoliberal del desarrollo como un imparable flujo continuo y parecía que no había alternativa, como lo predicaban los gurús del neoliberalismo. La adopción del posdesarrollo por parte de la teoría crítica, que considera toda la empresa del desarrollo como un mito, no dejaba rivales viables frente a la teoría ortodoxa del desarrollo. Mientras que el desarrollo encabezado por el Estado a la manera tradicional, incluida su variante radical, tenía poca aceptación en un orden mundial cada vez más internacionalizado, el tema del desarrollo como teoría y práctica para superar la pobreza y la inequidad no ha desaparecido como una preocupación global vital. En la actualidad, la cuestión consiste en saber si una teoría crítica del desarrollo, revitalizada, puede enfrentar estos desafíos.

 

LA TEORÍA CRÍTICA

Podría decirse que la teoría crítica, en su sentido más amplio o ecuménico, comienza con Marx, continúa a través de la variante de la Escuela de Frankfurt, y llega al presente, con Foucault, bajo las pulsiones del feminismo, la ecología y el poscolonialismo, entre otras expresiones liberadoras. La teoría crítica es, en esencia, la crítica de la modernidad. En su variante de la Escuela de Frankfurt, la teoría crítica puede distinguirse de la teoría tradicional, según su propósito específico y práctico. Una teoría social es crítica en la medida en que busca la emancipación humana, es decir, <<liberar a los seres humanos de las circunstancias que los esclavizan>> (Horkheimer, 1982: 244). Esas teorías buscan explicar las circunstancias que esclavizan a los seres humanos y proporcionar las bases normativas para la búsqueda social que reduzca la dominación y aumente la libertad en todos sus aspectos. Siguiendo a Horkheimer, asumiré que la <<teoría crítica del desarrollo>> se refiere a los enfoques que explican qué está mal en el actual orden social, identifica a los agentes del cambio social y proporciona metas prácticas para la transformación social.

Hace cuarenta años, la <<gran negación>> de 1968 vio un florecimiento considerable de la teoría crítica. En la actualidad, pensadores como Herbert Marcuse están siendo (re)descubiertos en términos de lo que ellos tienen que decir en una época de transición paradigmática, como la que vivimos. Steven Vogel se refiere a la manera en que <<Marcuse, por supuesto, fue el gran filósofo de que todo era posible. Pensaba que las cosas realmente podían ser radicalmente diferentes de lo que son y que podríamos vivir otras formas de vivir>> (Vogel 2004: 240). Esta filosofía política es notablemente simple y sostiene que el mundo a nuestro alrededor no es ni natural ni eterno y que puede (en efecto, debería) ser transformado. La debilidad de la teoría crítica <<clásica>>, según expresa Horkheimer, fue su separación radical entre teoría crítica y cualquier concepción sobre un grupo social que podría ponerse en acción, como el proletariado de Marx. La teoría fue separada (nuevamente) de la práctica política dirigida a tomar el poder político para lograr la transformación social. Con el reavivamiento de la oposición social, desde la pérdida de confianza sobre el neoliberalismo más desarrollado, podríamos argumentar que una(s) teoría(s) crítica(s) rediviva(s) en la actualidad podría(n) buscar un destinatario de su mensaje. Esta vez, es poco probable que sea el proletariado clásico y podría incluir toda una gama de grupos sociales contestatarios, desde los campesinos hasta las capas medias no enajenadas.

En la medida en que el desarrollo está asociado con el desarrollo del capitalismo y de la modernidad, la teoría crítica está inextricablemente ligada con la modernidad aun cuando ofrezca una crítica de sus malestares. La teoría social puede actuar como apologista de la modernidad (al tiempo que ayuda a suavizar sus toscos bordes), puede actuar como un llamado conservador a favor de un nostálgico orden perdido o puede actuar de manera crítica/radical y luchar por la libertad humana (Beilharz, 2000: 46). Para algunos teóricos sociales, la Dialéctica de la ilustración, a la que hacían referencia Adorno y Horkheimer (1944) en su texto fundacional, revelaba el <<lado obscuro>> de la modernidad a un grado que no les deja otra opción que trasladarse al terreno <<posmoderno>> de la teoría, la pesquisa y la política. Los nuevos movimientos sociales de los años sesenta en torno a los temas de paz, género y ecología operaron también ese cambio, incluso sin la licencia de la teoría social.

La transición moderno/posmoderno servirá, en esta genealogía de los estudios críticos del desarrollo (ECD), como una disyunción o bisagra crucial entre varias teorías críticas del desarrollo que examinaremos, desde las teorías socialistas del desarrollo y la dependencia, pasando por el desarrollo generador y sustentable, hasta el <<giro cultural>> y el <<giro del lenguaje>>, para terminar con el <<posdesarrollo>>. Asumo, como hace Boa Santos, que <<el nuestro es, por ende, un tiempo de transición paradigmática>> (Santos, 1995: IX). Lo que no doy por sentado, aun cuando efectivamente ésa podría ser la conclusión de mi indagación, es <<la idea de que el paradigma de la modernidad ha agotado todas sus posibilidades de renovación, y que su continuada prevalencia se debe a la inercia histórica...>> (Santos, 1995: IX). Sea como fuere, es indudable que la tarea de los ECD es ofrecer una crítica radical del paradigma dominante y utilizar todos sus poderes imaginativos para desarrollar un nuevo paradigma que ofrezca nuevos horizontes de emancipación.

El modernismo crítico

El marxismo estuvo claramente configurado por el modernismo, y a la vez fue parte de él, pero también fue uno de los primeros motivadores de la teoría crítica (véase Berman, 1983). Carlos Marx hizo la famosa declaración en el sentido de que <<el país que está más desarrollado industrialmente sólo muestra, a los menos desarrollados, la imagen de su propio futuro>> (Marx, 1976: 91). Con el tiempo, empero, Marx comenzó a cuestionar la simpleza unilineal de este esquema evolucionista y teleológico. Así que para el momento en que llegó a corregir las pruebas en francés de El Capital, en 1875, ya había limitado específicamente la relevancia del modelo inglés a Europa occidental. Comenzó luego una notable correspondencia con sus seguidores rusos acerca de la naturaleza de la comuna campesina y acerca de si el capitalismo era de hecho una etapa inevitable en su evolución. Marx se vio impulsado a concluir que la revolución industrial de Inglaterra no necesariamente mostraba a Rusia <<la imagen de su propio futuro>> como él había argumentado anteriormente de manera tan categórica. En embrión, encontramos en el viejo Marx un reconocimiento de las estructuras únicas del capitalismo atrasado y una comprensión intuitiva del desarrollo desigual o dependiente.

Fue en relación con Rusia que Marx repensó su teoría del desarrollo en la década de 1880, entonces los marxistas, encabezados por Lenin, fueron capaces de realmente practicar el desarrollo, aunque en las circunstancias menos propicias. La transición al socialismo comenzó en lo que hoy habríamos llamado, cuando mucho, un país subdesarrollado. A medida que fracasaron las esperanzas en el occidente capitalista avanzado, Lenin volteó hacia el este en busca de la inspiración para el levantamiento revolucionario. Dentro de Rusia, la guerra civil en contra de las fuerzas contrarrevolucionarias se vio seguida de una lucha intestina dentro de la revolución que culminó con el triunfo de Stalin. En contra de las diversas estrategias de desarrollo propuestas por Preobrazhenski, Bukharin, Trotsky y otros, el <<socialismo en un solo país>> de Stalin resultó vencedor. Esto conllevó una industrialización a gran escala, intensiva en capital, para la sustitución de importaciones, encabezada por el Estado, con fundamento en términos rural-urbanos de comercio, que eran desesperadamente desfavorables para el campesinado.

Aunque el sentimiento dominante, posterior al colapso de la Unión Soviética, es que el comunismo simplemente fracasó, ello no debería impedirnos ver los ricos debates soviéticos de los años veinte en torno al desarrollo. Una gama excepcionalmente amplia de temas del desarrollo fueron abordados en estos debates, y habrían de tener un enorme impacto en el futuro del desarrollo socialista. En una época sin precedentes en términos de atrevimiento, creatividad y experimentación, se debatieron las opciones básicas del desarrollo. ¿Cuál era el saldo actual entre la agricultura y la industria y, dentro de esta última, entre la industria pesada y la de bienes de consumo? ¿Era posible (o deseable) el desarrollo autárquico o debería el nuevo Estado importar su tecnología desde el occidente? Alec Nove llega a decir que, de los economistas del periodo, <<podía decirse que habían sido los pioneros de la economía moderna del desarrollo>> (Nove, 1986: 73), dado su sofisticado análisis de los modelos de crecimiento y desarrollo.

La hoja acerca del saldo del desarrollo en el socialismo realmente existente no es particularmente iluminadora. Los indicadores de salud y educación con frecuencia han mejorado y ha ocurrido un cierto grado de industrialización. No obstante, no fue ese el caso para las variadas expresiones del <<socialismo africano>>, por ejemplo. Debemos ir más allá, para cuestionar si el socialismo fue alguna vez un proyecto de desarrollo y si la procedencia del modelo del desarrollo socialista, en el Tercer Mundo, en la revolución soviética, lo tornó <<socialista>> de alguna manera significativa. Como lo expresa Leftwich, en lo que respecta a esta política de desarrollo anti-occidental, <<ofrecía velocidad, ofrecía fuerza, ofrecía poder y podía ser llamada socialista. [Pero] a lo largo de este proceso de préstamo, emulación y adaptación del modelo leninista-stalinista, una deliberada omisión parece haber ocurrido>> (Leftwich, 1992: 36). Las vías socialistas al desarrollo rara vez llevaron al desarrollo del socialismo.

A partir de los años treinta, la ortodoxia soviética impuso una concepción rígida y esquemática de las <<etapas>> del desarrollo. Esta empobrecida teoría marxista del desarrollo fue cuestionada, primero, por los marxistas latinoamericanos de mediados a fines de los años cuarenta (véase Frondizi, 1947; Bagú, 1949) y, luego, esa crítica fue retomada enérgicamente por los teóricos de la dependencia a principios de los años sesenta (para una visión panorámica, véase Kay, 1989). La perspectiva de la dependencia respondió muy concretamente al fracaso percibido de la teoría de la modernización impulsada por la Alianza para el Progreso en el periodo de la posguerra. La industrialización por sustitución de importaciones no estaba llevando al desarrollo nacional sino a un desarrollo dependiente en beneficio principalmente de las corporaciones multinacionales con sede en Estados Unidos. Los teóricos de la dependencia también estaban, quizá de manera menos explícita, respondiendo a la inclinación eurocéntrica de las teorías marxistas y leninistas del desarrollo y del imperialismo capitalistas que dejan de lado la <<visión desde el sur>>.

Aun cuando la teoría crítica del desarrollo, en cierta forma se codificó y simplificó en el norte por las prolíficas polémicas de André Gunder Frank, en América Latina la ciencia social produjo avances originales indudables en nuestra comprensión de la trayectoria que tomara el desarrollo capitalista en la periferia. La vulnerabilidad por la influencia externa en el desarrollo, la carga de la deuda externa, la dependencia financiera y tecnológica y el aumento en la marginalidad y en el sector informal, son todos debates que surgieron de las teorías de la dependencia. En la versión de Cardoso y Faletto (1979), había incluso una vinculación sostenida en la interacción entre acumulación de capital, desarrollo de las clases sociales y procesos políticos. Por supuesto que, a la distancia, la dependencia probablemente será recordada más por los títulos -menos detallados, pero más comprometidos- de los libros de Samir Amin, como Delinking (1990), y Maldevelopment (1990), que más o menos reducen la teoría social a lemas políticos.

Desde la perspectiva de la teoría crítica de nuestros días, la perspectiva de la dependencia parece estar severamente debilitada (para una visión contemporánea, véase O'Brien, 1975; Palma, 1981). La mayoría de las visiones o perspectivas, aunque no todas, eran economicistas y dejaban de lado el papel de las clases sociales y la lucha política. Los mecanismos precisos del desarrollo dependiente estaban bastante sub-especificados, por decir lo menos. Para la mayoría de estos autores, la opción era marcada: subdesarrollo o revolución. Por ende, el gran salto hacia delante de los países recientemente industrializados (los NICS: Newly Industrializing Countries), en los años setenta, los dejaba severamente limitados. La intuición de que el capitalismo atrasado no seguiría el camino de progreso trazado por Marx parecía no haberse probado. Sobre todo desde una perspectiva metateórica, la dependencia estaba debilitada porque:

a) Reflejaba, en términos aproximados, la teoría de la modernización dominante, invirtiendo simplemente sus postulados sobre, por ejemplo, el papel de las corporaciones multinacionales, que una veía como positivas y la otra como negativas, sin refutar de hecho los términos del discurso;

b) Estaba basada en la premisa de la existencia de algo que podríamos llamar <<desarrollo no dependiente>>, que nunca se especificaba realmente, y cuando se hacía, sonaba como una desvinculación poco atractiva e inviable respecto al sistema mundial;

c) Estaba configurada por el nacionalismo metodológico, en la medida en que tomaba al Estado-nación como una envoltura no problemática del desarrollo, que se reducía así, en términos aproximados, a un nacionalismo económico;

d) Su construcción esencialmente teleológica tendía a negar el papel de las clases sociales, la dimensión cultural y cualquier sentido real de agencia que no fuera el revolucionarismo ultimista que caracterizaba a muchas de sus variantes.

En una época en que la teoría de la dependencia de los años sesenta parece tan alejada de los actuales debates en torno al desarrollo, como lo estaban los debates soviéticos de la industrialización de los años veinte, ¿qué podría seguir siendo relevante en la (re)construcción actual de la teoría crítica del desarrollo? Primero que nada, desde aproximadamente el año 2000, las teorías del imperialismo están regresando, aunque en presentaciones conservadoras (Ferguson, 2003) y posmodernas (Hardt y Negri, 2000). Para comprender las dinámicas y mecanismos precisos de los procesos de globalización, necesitamos con urgencia una teoría robusta, renovada y relevante del imperialismo, si es que la teoría crítica del desarrollo ha de encontrar nueva vida y aplicaciones en la práctica. En cuanto a la perspectiva de la dependencia, ésta ha sido revivida bajo la forma del neoestructuralismo, que en la actualidad cuestiona activamente el paradigma neoliberal hegemónico (véase Sunkel, 1990). Cualesquiera que sean sus limitaciones, efectivamente se contrapone a los artículos de fe neoliberales desde una perspectiva modernizada o de cuasidependencia. Si volteamos hacia el desarrollo dominante, encontramos, por ejemplo, que en el Proyecto del Milenio de las Naciones Unidas, y sus muy difundidas metas, subyace el paradigma modernizador dominante, matizado por un reconocimiento explícito de las <<limitaciones estructurales>> al desarrollo, las raíces exógenas de los problemas del desarrollo y la diferencia creciente entre los países ricos y pobres, argumentos todos que en algún momento fueron elementos de la teoría de la dependencia.

 

GENERANDO Y ENVERDECIENDO LA MODERNIDAD

Durante la primera Década de desarrollo de las Naciones Unidas (1961-1970), las instituciones internacionales de desarrollo se configuraron bajo la égida del modelo capitalista liberal, que emergiera triunfante de la Segunda Guerra Mundial. Las mujeres sólo eran visibles en el discurso del desarrollo en relación con los debates del control demográfico. Las limitaciones ecológicas en la misión del desarrollo simplemente no eran vistas o reconocidas en el periodo de la posguerra. La relación entre el comercio internacional y el ambiente no se incluían en la agenda. En ambos frentes -género y ambiente-, lo que en algún momento se reservó a los nuevos movimientos sociales de los setenta, se había convertido en una parte del discurso y la práctica dominante para los años noventa. En particular, el Banco Mundial (BM) -pero también el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC)- demostraron ser permeables, primero a los temas ambientales y luego a los de género, en la medida en que éstos se veían como casos paradigmáticos de la manera en que la sociedad civil puede impactar en la gobernanza global (véase O Brien et al., 2000).

La teoría crítica feminista del desarrollo desafió el enfoque dominante y machista de la <<mujer en el desarrollo>> (para una visión panorámica, véase Rai, 2005). El tema no era visto como uno que <<llevara a la mujer adentro>> del proceso de desarrollo, sino de relaciones desiguales entre mujeres y hombres. No era la integración lo que se necesitaba sino el acceso al poder (empowerment) de las mujeres, con una visión hacia la transformación de las relaciones de poder desiguales. Tampoco era cuestión de simplemente <<añada mujeres y agite>> en el proceso de desarrollo, lo que se requería era una reconceptualización total del proceso de desarrollo desde una perspectiva de género y de equidad. El principal logro conceptual fue un cambio desde las <<mujeres>> (como carencia o como problema), hacia la división del trabajo por géneros en el hogar y en el trabajo asalariado como el principal determinante de la inequidad. El enfoque de género y desarrollo (Gender and Development approach-GAD) eventualmente desplazó al enfoque de las mujeres en el desarrollo, pero para sus críticos <<tan sólo tenemos que ver en cuál de las principales agencias de desarrollo nacionales e internacionales han adoptado la terminología del GAD para ser conscientes de los peligros de la coptación y de las limitaciones de su cuestionamiento>> (Rai, 2005: 234). Necesitamos tener en cuenta, constantemente, que cuando los ECD logran algún avance, las corrientes dominantes pueden intentar coptarlo.

Una vertiente del enfoque de género y desarrollo se centró más claramente en el ámbito del patriarcado, la acumulación de capital y el trabajo. Hubo una intensa atención en la división sexual del trabajo y en el hogar como la ubicación de las relaciones desiguales de género. Los primeros estudios rechazaban en su totalidad la noción de que únicamente con que las mujeres tuvieran acceso equitativo al mercado -en términos de empleos, pago equitativo, provisiones para el cuidado de los hijos, etc.- se acabaría la posición de subordinación de las mujeres en la sociedad capitalista. En la dialéctica entre la opresión de clase y de género, ésta última era, a final de cuentas, vista como más determinante. Más tarde (véase Bakker, 1994; Sparr, 1994), hubo una mayor concentración de la atención en la naturaleza de género de la política macroeconómica y en el impacto de los programas de ajustes estructurales. El principal elemento en la relación feminista con el discurso y la práctica del desarrollo en los años noventa fue un mucho mayor énfasis en las políticas prácticas que las agencias como el BM necesitaban adoptar para realizar la planeación por género en el desarrollo (expresada de manera clara en Moser, 1993). Aquí, un avance en términos de políticas relacionadas con el género, fue una cierta domesticación de políticas que alguna vez fueron radicales.

La crítica feminista posmoderna de los años noventa adoptó un giro bastante diferente. Por un lado, hubo un cambio, dentro del feminismo crítico del periodo en que estaba en la agenda un futuro entrelazado (aunque debatido) del marxismo y el feminismo (véase Barrett, 1980), pasando por un <<cambio de paradigma>> hacia el feminismo posmaterialista, postestructuralista del feminismo de los años noventa (véase Barrett, 1991). Un elemento que resultaba distinto en la desestabilización de la teoría dominante fue aquel al que Chandra Mohanty refirió como <<los desafíos de los noventa planteados por las feministas negras y del Tercer Mundo [que] pueden señalar el camino hacia una política feminista más precisa, transformadora>> (Mohanty, 1992: 75). La crítica feminista de la teoría del desarrollo dominante adoptó varias formas, incluido el desafío del feminismo marxista del Tercer Mundo a la ortodoxia (véase Sen y Grown, 1988), la crítica feminista postestructuralista del proyecto totalizador del capitalismo global (Gibson-Graham, 1996) y la imaginativa (re)integración de los elementos productivos, reproductivos y virtuales de la economía política global (Spike Peterson, 2003).

El enverdecimiento de la teoría del desarrollo tomó un camino que por momentos fue paralelo al de ser dotada de género (véase Castro, 2004 para una panorámica), aunque su aceptación por la corriente principal fue mucho más marcada. La crítica del ambientalismo dominante se centraba en torno a su conservadurismo innato que dejaba las estructuras sociales intocadas. Durante los años setenta, la deseabilidad del crecimiento, desde un punto de vista ecológico, fue cuestionada consistentemente (Meadows et al., 1974), aunque de maneras muy distintas. Mientras que las vertientes radicales en el campo enfatizaban el desarrollo y la obtención de poder desde las bases, la <<máquina de desarrollo>> dominante adoptó una laxa postura básica de <<desarrollo sustentable>> como su leitmotif. Un enunciado fundacional de su intención fue Our Common Future (wced, 1987), que seguía los pasos del keynesianismo global del Reporte Brandt (Report of the International Commission, 1981). El desarrollo sustentable abordaría tanto las causas ambientales como las relacionadas con la pobreza y crisis ambiental, a través de una estrategia diseñada para atacar las <<necesidades básicas>> y reconocer los <<límites ambientales>> establecidos por la tecnología y la organización social.

Hay muchas vertientes de las teorías críticas de la ecología dentro de los ecd. Muchos teóricos de la tradición radical intentan salvar el espacio existente entre ecología y socialismo modernista. De tal modo, Michael Redclift (1984) argumentó que la creciente preocupación por la crisis ambiental del sur en los años setenta no se correspondía con una comprensión de las relaciones económicas globales y la distribución desigual de recursos obtenidos por diferentes grupos sociales en el mundo. Otra síntesis verde/roja ha sido desarrollada por Bill Adams (1990, 1995), para quien el enverdecimiento de la teoría y la planeación del desarrollo necesitan ir más allá de una preocupación por el ambiente y adoptar la política del desarrollo y la necesidad de dotar de poder a los pobres para determinar el futuro de su propio ambiente. Más allá de este escenario, se encuentran los <<ecologistas profundos>> con sus modelos de desarrollo ecocentristas y biocentristas que plantean una crítica fundamental, por no decir fundamentalista, de las concepciones utilitaria, reformista y gerencial del ambiente.

También ha habido una crítica claramente posmoderna o posdesarrollista de las políticas ambientales. La noción, actualmente en boga, de <<desarrollo sustentable>> es vista como una operación discursiva para evitar la oposición de los años setenta y ochenta que se daba entre los ecologistas del norte y las preocupaciones del sur en cuanto al desarrollo. Según Sachs, <<promete nada menos que cuadrar el círculo: identificar un tipo de desarrollo que promueve a la vez la sustentabilidad ecológica y la justicia internacional>> (Sachs, 1999: 76). Pero esta misión no se puede lograr desde una perspectiva posdesarrollista, desde la cual el <<desarrollo>> es una forma de pensar que está actualmente vigente en la medida en que ha sido incapaz de difundirse en el espacio y de ser sustentable con el tiempo. El desarrollo sustentable podría verse simplemente como una contradicción de términos, como retórica pura, mientras que la única alternativa sería un llamado que se reconozca como utópico a favor de cambios civilizatorios desde las clases consumidoras globales.

En la actualidad, el discurso dominante sobre el desarrollo -según se ve cuando se le compara con el de los años cincuenta, por ejemplo- plantea como objetivos centrales explícitos el desarrollo <<de género>> y <<sustentable>>. Sería fácil argumentar que la <<ubicación como dominantes>> de las preocupaciones de género y ecológicas ha llevado a que sean efectivamente coptadas por la teoría y las instituciones tradicionales del desarrollo. Hay, empero, un argumento reformista encomiable en contra de la visión de que las instituciones de desarrollo están respondiendo más a las necesidades de las mujeres y las ecologías del Tercer Mundo en comparación a lo que hicieron en tiempos pasados. Además, en su síntesis de las dos vertientes consideradas en esta sección, el <<ecofeminismo>> ofrece un modelo alternativo de desarrollo radical, antipatriarcal y sustentable (véase Salleh, 1997). Finalmente, como lo expresa Michele Barrett, hay buenas bases para negarse a situar al feminismo, ya sea como una empresa modernista o posmodernista, y ahora podemos argumentar que <<el feminismo se desvía y por ende desestabiliza la separación binaria entre moderno-posmoderno>> (Barrett, 1992: 216).

 

EL GIRO CULTURAL

<<Una de las más notables características de la ciencia social al final del sigo xx ha sido el creciente interés en la cultura y un giro que la aleja de la economía. El giro cultural ha sido especialmente fuerte en la ciencia social radical...>> (Ray y Sayer, 1999: 1). El postestructuralismo y el posmodernismo descansan en el giro cultural y en el giro del lenguaje (del que hablaremos más adelante). En la política radical, ello lleva o coincide con un giro que los aleja de la igualdad como centro de la <<política de la diferencia>>. Definitivamente sepultó al debilitado economicismo -incluso la determinación por la economía <<en última instancia>>- de los científicos sociales radicales, incluidos aquellos involucrados con los estudios del desarrollo. El giro cultural estuvo -aparte de sus orígenes disciplinarios y su génesis en los <<estudios culturales>>- inextricablemente vinculado también con la crítica de las metanarrativas que se refieren usualmente al socialismo y al feminismo, pero que deben incluir también al desarrollo, una metanarrativa par excellence.

Ya en los años ochenta, Peter worsley había señalado que la cultura era el <<concepto faltante>> en los estudios de desarrollo (Worsley, 1984). En 1988, las Naciones Unidas habían proclamado la Década Mundial para el Desarrollo Cultural, ubicando sólidamente a <<la cultura y el desarrollo>> (CyD) en el ámbito conceptual y de desarrollo de políticas. El argumento básico era que el desarrollo económico no puede disociarse del contexto cultural en el que se sitúa. Esta perspectiva dominante es descrita de tal forma por los antropólogos críticos Marcus y Fischer: <<Aquello que no podemos entender se asigna respetuosamente a la misteriosa categoría residual de cultura. Lo cultural, para estos pensadores, constituye primordialmente una categoría de resistencia, que debe ser tomada en cuenta para la planeación del cambio>> (Marcus y Fischer, 1986: 39).

La cultura, así, se convierte en un elemento clave en la administración del desarrollo, mientras que también podría verse como parte de un cuestionamiento de las nociones dominantes sobre el desarrollo.

El desafío de Peter Worsley, en el sentido de desarrollar el <<concepto faltante>> de la cultura, ha sido asumido por varios teóricos y practicantes (véase Tucker, 1997). Vincent Tucker realizó esta tarea basado en su argumento de que <<el pensamiento sobre el desarrollo debe sostenerse en una conceptualización de la cultura como un proceso dinámico y conflictivo>> (Tucker, 1999: 17). Quizá es mejor ver este cambio en términos de llevar la política cultural a la teoría crítica del desarrollo, en otras palabras, proponer una crítica cultural del desarrollo. Es en este punto que la crítica cultural del desarrollo se acerca al ámbito de la teoría de los movimientos sociales y su rica concepción de la <<cultura de la política y la política de la cultura>> (Álvarez, Dagnino y Escobar, 1998). Nos movemos aquí hacia el ámbito de la crítica poscolonial (de la que hablaremos más en las siguientes páginas).

Por supuesto que no hay una escuela o perspectiva única sobre <<la cultura y el desarrollo>> (CyD), sino que su propósito general es renegociar el desarrollo desde la perspectiva del interculturalismo. Buena parte de su trabajo está firmemente fincado dentro de la problemática dominante de la modernización, con concepciones dualistas y funcionales de tradición/modernidad, particularismo/ universalismo, y así sucesivamente. En cuanto a su variante de la teoría crítica, Nederveen Pieterse argumenta que <<una manifestación del callejón sin salida de la teoría de la cultura y el desarrollo es el actual pensamiento anti-desarrollista. Obviamente, la posición de rechazo no es la mejor plataforma para redefinir el desarrollo; puede, de hecho, dar rienda suelta a la situación reinante de siempre>> (Neder-veen Pieterse, 2001: 69). Al añadir la cultura en la ecuación del desarrollo, no necesariamente lo redefine en la práctica y el discurso hegemónico neoliberal es bastante capaz de absorber las reflexiones que en última instancia provienen de la antropología, marcada ella misma por sus orígenes coloniales.

Una crítica posiblemente más fundamental del desarrollo dominante provino del <<giro del lenguaje>> inspirado en Foucault y en la deconstrucción radical del concepto mismo de desarrollo. El giro lingüístico en los estudios culturales dirigió nuestra atención a la importancia crucial del lenguaje por medio de un énfasis en la discursividad y la textualidad. Siguiendo a Escobar, podríamos argumentar que <<el pensamiento crítico debería ayudar a reconocer el difundido carácter y funcionamiento del desarrollo como un paradigma de autodefinición>> (Escobar, 1995: 215). Desde esta perspectiva fluyó la crítica del desarrollo como discurso con los muy diferentes resultados de parte de la crítica del desarrollo como economía política. El discurso del desarrollo desde el siglo XIX en adelante, y en particular desde la Segunda Guerra Mundial, es visto como creador del objeto del desarrollo y sus alteridades en la forma de <<subdesarrollo>>, los <<pobres>>, los <<sin tierra>>, las <<mujeres del Tercer Mundo>> y todos aquellos conformados y marcados por la mirada totalizante del desarrollo.

La noción de Foucault sobre el discurso fue generada para deconstruir los elementos de poder /conocimiento de lo que se ha conocido como <<desarrollo>>. El desarrollo - y su otro, el <<subdesarrollo>>- están lejos de ser categorías naturales, evidentes por sí mismas o previamente ordenadas. El desarrollo no es simplemente un instrumento para el control económico y político del Tercer Mundo, sino, en cambio, una estrategia para definir al Tercer Mundo y sus supuestos problemas. En palabras de Escobar: <<El desarrollo ha sido el mecanismo primario a través del cual el Tercer Mundo ha sido imaginado y se ha imaginado a sí mismo, marginando o evitando de este modo otras formas de ver y hacer>> (Escobar, 1995: 212). Es al buscar otras formas de <<ver y hacer>> que puede construirse (alguna) otra alternativa o un contradesarrollo. Son los nuevos movimientos sociales los que son vistos como los que poseen la imaginación para pensar en un mundo fuera del creado por la maquinaria del desarrollo.

Los aspectos disciplinarios del discurso del desarrollo se manifestaron con mayor claridad en los años noventa bajo la <<agenda de la buena gobernanza>>, la democracia (en su versión occidental) se convirtió en una precondición de la ayuda para el desarrollo. En la siguiente sección regresamos a la cuestión de si el <<posdesarrollo>> es una alternativa política viable. Por el momento, debemos hacer notar que el enfoque del discurso del desarrollo en los años noventa es lo que fuera la dependencia en los años sesenta. La dependencia fracasó en la teoría y en la práctica en su intento de ofrecer una alternativa a la teoría de la modernización, ahora renacida como globalización neoliberal. Escobar, y su crítica inspirada en Foucault, reflejan una nueva era de radicalismo en el norte (en particular en Estados Unidos), en donde el ambiente y la destrucción de las culturas aborígenes son asuntos cruciales. Para David Lehman, <<el post-modernismo puede resultar una marca tan importante como lo fue la dependencia, y puede ir más a profundidad intelectualmente que el neoliberalismo. La pregunta es si dejará una marca en la historia, o simplemente en la nostalgia de sus... protagonistas>> (Lehman, 1997: 569-70).

La crítica de la crítica cultural del discurso de la teoría dominante del desarrollo es, para aquellos familiarizados con los debates más amplios de la teoría social, bastante predecible. <<Añádase cultura y mezcle>> es visto como un medio de ensalzar la autoridad de la teoría y la práctica dominantes del desarrollo por medio de la coptación de la autoridad de la antropología. Para Nederveen Pieterse, <<el discurso de política de C&D [Cultura y Desarrollo] tiende a ser una visión despolitizadora porque, al insertar a la cultura, saca a la política del desarrollo, mientras que saca a la política de la cultura al suponer que hay fronteras culturales establecidas>> (Nederveen Pieterse, 2001: 68). En otras palabras, el desarrollo no es reproblematizado y sus elementos esenciales, en términos de modernismo y modernización, quedan intocados. En cuanto el análisis del discurso del enfoque foucauliano se aplica a la teoría del desarrollo, se le considera <<largo en historia y corto en futuro, fuerte en la crítica y débil en la construcción>> (Nederveen Pieter-se, 2001: 69). Sea como sea, tomamos esta deconstrucción de la teoría dominante del desarrollo como un gozne teórico, abriendo el camino para nuestra consideración de alternativas al desarrollo o a la radical contra-explosión del posdesarrollo a la teoría del desarrollo modernista.

 

¿MÁS ALLÁ DE LA MODERNIDAD?

Si el <<giro cultural>> abrió el desarrollo como discurso a opciones más allá de la modernidad, la adopción explícita de una perspectiva de <<posdesarrollo>> en los años noventa llevó el cambio a una etapa más adelante. Gustavo Esteva expresa esta perspectiva hipercrítica de la manera más clara cuando afirma que:

Si actualmente vives en la Ciudad de México, eres rico o insensible si no logras darte cuenta de que el desarrollo apesta... las tres <<décadas del desarrollo>> fueron un experimento enorme, irresponsable, que, en la experiencia de una mayoría mundial, fracasó de manera lastimosa (Esteva, 1987: 138).

Podríamos argumentar que la gente que vive en China e India en la actualidad podría dar testimonio, por el contrario, del dinamismo y la <<destrucción creativa>> que todavía constituye el modus operandi del capitalismo, con todos los efectos contradictorios que ello implica. Incluso en América Latina, después de la <<década perdida>> de los años ochenta, el desarrollo, en términos de acumulación capitalista ha seguido su ritmo. Ciertamente que este proceso de desarrollo ha sido desigual y ha generado, en su avance, grandes niveles de exclusión social respecto a ese proceso. El desarrollo puede apestar, pero está lejos de estar muerto o simplemente de que se le conserve vivo por el inteligente discurso del BM.

Así que, ¿a dónde nos llevan los teóricos sociales críticos del posdesarrollo con su crítica del desarrollo dominante? Hay muy distintas vertientes en la literatura del posdesarrollo, desde el convincente tono crítico de Gilbert Rist (2002), hasta los tonos más bien fundamentalistas y que lo rechazan del The Post-Development Reader (Rahnema y Bawtree, 1997). Este último es una mezcla sesuda de Ivan Illich, Eduardo Galeano, Mahatma Ghandi, Vandana Shiva y del propio Majid Rahnema. Para este último, el saldo de la trayectoria y registros del desarrollo es claro: <<fue efectivamente un regalo venenoso para las poblaciones a las que se propone ayudar>> (Rahnema, 1997: 381). No es en absoluto que los proyectos de desarrollo sean malos, sino que <<la ideología del desarrollo resquebrajó [el] universo familiar en el que predominaban las relaciones humanas y en el que un fuerte deseo de enfrentar en conjunto las necesidades comunes formaba parte del lenguaje de la ayuda y la esperanza mutuas>> (Rahnema, 1997: 384).

Esta versión o modalidad del posdesarrollo es, en muchos aspectos, una repetición de las clásicas críticas antimodernistas o románticas de la modernidad. Es totalmente comprensible que después de medio siglo de que el <<desarrollo>>, como lo conocemos en la actualidad, no cumpliera sus optimistas promesas originales, los críticos bien puedan desear regresar en busca de inspiración a una era de predesarrollo. En la narrativa de Gilbert Rist (2002), el posdesarrollo adopta tonos menos apocalípticos. Rist utiliza un lenguaje vago de empoderamiento y valorización propia: <<la principal tarea es restablecer la autonomía política, económica y social de las sociedades marginadas>> (Rist, 2002: 244). Según esta perspectiva, debemos rechazar todo el discurso de la economía y el concepto de utilidad y regresar a lo que equivale básicamente a una versión de <<la vida buena>>. Además de producir un halo cálido, es muy poco lo que esta perspectiva podría añadir a los actuales debates sobre la globalización y la manera en que las redes sociales de la oposición podrían contrarrestar en la práctica sus efectos negativos. Ciertamente no ofrece una alternativa convincente a la estrategia del posdesarrollo o a cualquier otra.

Si tomamos las teorías del posdesarrollo en su amplia generalidad podemos señalar varias debilidades en términos de lo que constituye una teoría crítica del desarrollo en nuestra época. Stuart Corbridge esboza algunas de estas debilidades:

a) El posdesarrollo esencializa la historia del <<occidente contra los demás>> (West vs the rest) con distinciones binarias que se reducen a un simplista malo contra bueno;

b) Equipara la razón con la tecnología y niega todo papel progresista a la ciencia;

c) A la inversa, romantiza las <<culturas del suelo>> de las mayorías globales;

d) No ve una desventaja en la desvinculación como alternativa al proyecto global del desarrollo. (Corbridge, 1998: 142-5).

Básicamente, es la simple ecuación del modernismo con etnocentrismo lo que constituye el principal problema con esta visión del mundo. Es un clásico ejemplo de <<logocentrismo>> en el sentido de Derrida, en donde el primer término pertenece al ámbito del logos y no necesita explicación alguna, mientras que el segundo término se define únicamente en relación con el primero. Lo que distingue al logo-centrismo, según Kate Manzo, quien lo aplica al movimiento de la conciencia negra en Sudáfrica, <<es una nostalgia por los orígenes; por una fuente fundacional de verdad y significado que está más allá de toda duda y crítica; y para el punto de vista y un estándar supuestamente independiente de la interpretación y de la práctica política>> (Manzo, 1995: 238).

Necesitamos ir más lejos para cuestionar la relevancia de las teorías del posdesarrollo en términos de nuestros propios objetivos. Hace algún tiempo, Michael Edwards planteó la pregunta de la <<relevancia>> de la teoría del desarrollo en términos del contraste entre la creciente pobreza y explotación en el Tercer Mundo y un cuerpo creciente de investigación sobre desarrollo con escasos efectos demostrables en los problemas que intenta abordar (Edwards, 1989, 1994). El papel del experto de fuera y la denigración del conocimiento local son vistos como la raíz de esta desconexión. El asunto que se plantea es si las perspectivas <<desde abajo>> y <<participativas>> o el retomar el conocimiento autóctono conlleva por sí mismo mayor relevancia o si ello está condenado a ser coptado o ser considerado irrelevante. Tras haber tenido éxito en debilitar el discurso sobre el desarrollo en su versión de los años cincuenta, al estilo de la perspectiva de la modernización de Walt Rostow, ¿puede el posdesarrollo ayudarnos a entender la globalización y sus inconformidades en el siglo XXI y luego pasar a articular formas inteligentes para <<trabajar los espacios del neoliberalismo>>? (Laurie y Bondi, 2005).

Si las teorías del posdesarrollo no nos indican, en el presente, hacia una dirección poscapitalista, ¿cuál sería la relevancia del poscolonialismo en ese sentido? El poscolonialismo podría verse como una adecuada alternativa del discurso crítico. En la práctica, ha sido marginado dentro de los estudios culturales, siendo ignorados sus sostenes centrales y su epistemología por una buena parte de las ciencias sociales. Su propia indisciplina podría constituir una razón para esta marginación, pero también hay una muy difundida suposición en el sentido de que todo lo que tenga que ver con el posmodernismo concierne sólo al norte rico, pudiente, que va con rumbo al modo postindustrial. No obstante, basta con que exploremos la <<hibridez>> (crucial para la empresa poscolonial) para ver el valor político de un pensamiento poscolonial que se rehúsa a las jerarquías imperiales entre colonizador y colonizado o la contraposición, potencialmente peligrosa, de las concepciones esencialistas o nativistas de la identidad y el retorno a un origen precolonial mítico.

En términos de políticas de desarrollo, creo que Edward Said estaba en lo correcto cuando criticaba <<todas las energías derramadas en la teoría crítica... [que] ... han evitado el horizonte político principal, yo diría determinante, de la cultura occidental moderna, a saber, el imperialismo>> (Said, 1995: 37). Mientras que el propio trabajo previo de Said de deconstrucción, Orientalism (Said, 1978), proveyó un impulso a los teóricos del posdesarrollo, como Arturo Escobar, son posibles lecturas más abiertamente políticas. De tal modo, Robert Young, en una influyente revisión del poscolonialismo argumenta que: <<combina las innovaciones culturales epistemológicas del impulso poscolonial con una crítica política de las condiciones de la poscolonialidad>> (Young, 2001: 57). Una teoría crítica del desarrollo contemporánea necesita, siguiendo este argumento, tener en su núcleo una concepción de la poscolonialidad y su impacto en las condiciones económicas, sociales y culturales del sistema global en el que vivimos.

Una política poscolonial del desarrollo tendría varios rasgos que le darían verdadera incidencia en los impasses reales y percibidos en la teoría del desarrollo. Ilan Kapoor hace referencia, en este sentido, a la <<relativa amnesia del desarrollo acerca del (neo)colonialismo.>> (Kapoor, 2008: XV). Decolonizar la imaginación es una tarea integral y esencial para construir una nueva teoría crítica del desarrollo para el siglo XXI, en la que no juega un papel menor el cuestionamiento de las construcciones del poder/conocimiento. Cualesquiera que sean las ambigüedades del término mismo de <<poscolonialismo>> (que no son menores en un contexto latinoamericano), nos dirige claramente hacia las continuidades del desarrollo desigual y hacia el persistente privilegio de los países dominantes del occidente/norte. Es precisamente un desafío epistemológico el imaginar un futuro genuinamente poscolonial que nos lleve más allá de las falsas promesas del discurso de la globalización en el sentido de que todo eso ya quedó atrás. La decolonización también implica un nuevo paradigma de poder/conocimiento adecuado para el propósito en la era de la globalización, al menos para quienes ven la necesidad de sacudirse de su puño y su poder seductor. También es una estrategia para el poder porque reconoce las continuidades de las disparidades económicas del norte/sur y se rehúsa a la sujeción férrea que impone a los prospectos vitales de la mayoría de la población mundial. Ciertamente, el poscolonialismo, en su versión académica occidental, ha tendido a cierto culturalismo, pero no hay nada intrínseco en su apariencia que evite que se considere la abrumadora realidad de los factores económicos que continuamente hacen y reproducen el subdesarrollo. Tampoco habremos, necesariamente, de ser románticos en cuanto al conocimiento de lo subalterno, que, en última instancia es una negación, pero no una alternativa a las prescripciones económicas falsamente universales y una fe ciega en la ciencia y el progreso occidentales como antídotos contra el subdesarrollo.

Finalmente, los estudios críticos del desarrollo (ECD), en la actualidad, necesitan reconocer explícitamente que el proyecto del desarrollo como cartabón para el desarrollo económico nacional ha sido superado por el proyecto de la globaliza-ción. Siguiendo la periodización de McMichael, podríamos argumentar que: <<el posdesarrollismo refiere al fracaso del proyecto en el que los Estados buscaban el crecimiento económico administrado nacionalmente>> (McMichael, 1996: 148). El marco de referencia para <<el desarrollo>> es ahora, en la actualidad, un marco global y es el mercado, y no los gobiernos nacionales, el que desempeña el papel de conductor. En este sentido, efectivamente estamos viviendo en una era de posdesarrollo y la política del poscolonialismo bien podría ser el modo de articular una poderosa respuesta social. Desde esta perspectiva, el antimodernismo difícilmente puede ofrecer una respuesta viable a las limitaciones del modernismo: sólo una teoría crítica posmoderna puede llevarnos a un nuevo terreno. Como lo expresa Sousa Santos: <<el pensamiento crítico debe por tanto asumir una postura paradigmática a favor de una crítica radical del paradigma dominante desde el punto de vista de una imaginación lo suficientemente sana para proponer un nuevo paradigma con [un] nuevo horizonte emancipatorio>> (Santos, 1995: x).

 

REGRESAR A LA POLÍTICA

Si ahora nos movemos, efectivamente, más allá de la etapa <<fácil>> de la globaliza-ción que en los años noventa preveía que la homogenización económica y la democratización política se difundirían fluidamente por todo el mundo, entonces, ¿podría haber espacio para un reavivamiento y una reconsideración de las teorías críticas del desarrollo? Podríamos argumentar que la única alternativa a la globalización neoliberal o la <<globalización realmente existente>> no es una era vagamente utópica de posdesarrollo, sino, en cambio, una aproximación desarrollista a la globalización. En este punto, como lo expresa Nederveen Pieterse: <<el desarrollo se convierte en desarrollo mundial, un horizonte radicalmente diferente de la Gestalt original del desarrollo>> (Nederveen Pieterse, 2001: 168). Es este el espacio, en otras palabras, en el que la teoría crítica del desarrollo se transforma en estudios críticos de la globalización. Nos lleva más allá del nacionalismo metodológico y todo el énfasis en el desarrollo nacional, para dirigirnos hacia los nuevos desafíos del desarrollo en la era de la globalización.

Los estudios del desarrollo, como área de investigación/formación de políticas, de hecho se está reinventando continuamente para enfrentar los desafíos de la época, un punto que se aplica tanto a las perspectivas dominantes como a las críticas. Hace 50 años, la meta del desarrollo era simplemente lograr la modernidad dentro de los límites de un determinado Estado-nación. En la actualidad, incluso las perspectivas dominantes más conservadoras reconocen el papel de las limitaciones ambientales, por ejemplo. La superioridad que alguna vez se asumió fácilmente del modelo de desarrollo occidental está siendo cuestionada por India y en particular por el notable impulso hacia el desarrollo en China, que está dirigido a cambiar el centro mismo de aquello en lo que creen los estudios del desarrollo. John Humphrey, en una amplia revisión de los estudios del desarrollo de la posguerra, muestra cómo sus parámetros han sido repensados continuamente para enfrentar los desafíos de un mundo cambiante. Argumenta, convincentemente, que <<tal reinvención debe llevar a la ideología -en el sentido de cuestionar las visiones de lo que es el desarrollo y cómo puede lograrse- de regreso hacia el desarrollo>> (Humphrey, 2007: 19). Ya sea que le llamemos ideología o política, queda claro que los estudios del desarrollo deben acabar con su autoimagen estudiadamente apolítica y tecnocrática. John Saul (2006) ha presentado recientemente una reflexión inicial de cómo podría reconstruirse el desarrollo para la era de la globalización, en especial en lo que él llama el <<acosado sur>>. Es ese precisamente el debate al que necesitamos unirnos, evitando las tentaciones de las corrientes dominantes, por un lado, y la irrelevancia autoimpuesta de los teóricos del antidesarrollo, por el otro. Las apuestas son altas, como argumentara Amartya Sen, el desarrollo es esencialmente acerca de hacer que progrese la libertad y remover las condiciones de la falta de libertad (Sen, 1999). Por supuesto que debemos comprometernos creativamente con todas las facciones en cuanto a que significa realmente <<libertad>>.

Hace veinte años hubo un turbulento debate en torno a lo que en ese entonces se veía como el impasse en la teoría del desarrollo (véase Booth, 1985). Se consideraba que el impasse había surgido debido a un compromiso con una teoría que era a la vez dogmática y determinista. Aunque se culpaba a una vertiente althusseriana específica del marxismo, era muy fácil en el ánimo del <<colapso del comunismo>> de fines de los años ochenta, culpar al marxismo tout court. En la actualidad, cuando se reconoce ampliamente un impasse en la teoría de la globalización y la ilusión de que <<no hay alternativa>> se disipa, ¿cuáles son las perspectivas para una rediviva teoría crítica del desarrollo? El marxismo ha arreglado cuentas de manera amplia con su pasado economicista, determinista, teleológico, maniqueo y eurocéntrico (véase Munck, 2000). Desde esa perspectiva crítica de renovación marxista postestructural podemos ahora examinar el gran dinamismo, así como las crecientes inequidades, del desarrollo global contemporáneo. Manuel Castells, en su influyente tratado neomarxista sobre el sistema mundial contemporáneo, escribe que: <<por desarrollo yo denoto(...) el proceso simultáneo de mejora en los estándares de vida, cambio estructural en el sistema productivo, y creciente competitividad en la economía global>> (Castells, 1996: 113). En contra de todos los discursos antidesarrollistas, <<el desarrollo>> en el sentido convencional y en el sentido marxista clásico, está ahora dando forma, muy activamente, a los mundos de millones de personas en China, India y en la mayor parte de América Latina. A pesar de la evidente exclusión de la mayor parte de África de este proceso, Castells acierta bastante al enfatizar que esta <<es una realidad mucho más diversificada y dinámica que la imagen presentada por la versión dogmática de la teoría de la dependencia>> (Castells, 1996: 115).

El desafío de la teoría crítica del desarrollo no puede, siguiendo este argumento, enfrentarse simplemente con renunciar al desarrollo como se le planteó, sino que, en cambio, <<el desafío es imaginar y practicar el desarrollo de manera diferente>> (Gibson-Graham, 2005: 6). Es probablemente el eurocentrismo lo que se interpone más decididamente en nuestro camino y, por ende, lo que necesitamos es desarrollar una epistemología del sur (por ponerlo en términos espaciales o geográficos), de modo que recompongamos el equilibrio y produzcamos un conocimiento global para la transformación. Santos señala agudamente hacia el poderoso obstáculo del pensamiento de la Ilustración por medio de lo que él llama su monocultura del conocimiento, de clasificación del tiempo lineal, que produce lo premoderno <<no-existente>> o lo subdesarrollado frente al declarado objetivo de la modernidad (Santos, 2004). Una nueva teoría social crítica de las ausencias se centraría en las alternativas frente a las prácticas hegemónicas eurocéntricas o, más precisamente, las prácticas <<noratlanticistas>> y articularía las formas concretas en que, sin duda, otro mundo es posible, y no sólo deseable. Es claro que no podemos regresar a las teorías y prácticas socialistas del desarrollo de principios del siglo XX, pero debemos analizar las diversas opciones contemporáneas para el desarrollo global que están sometidas por la lógica neoliberal dominante. En el mundo que nos rodea existe una amplia gama de prácticas no capitalistas que constituyen contramovimientos de corte polanyiano frente a la ideología dominante del libre mercado (véase Gibson-Graham, 2006). Es un panorama caracterizado por diversidad, complejidad y potencialidades. Necesitamos regresar a los debates originales en cuanto a la naturaleza del capitalismo a escala mundial (Rosa Luxemburgo sobre la necesidad de sectores no capitalistas), los aspectos contradictorios del capitalismo (Joseph Schumpeter sobre la <<destrucción creativa>> por ejemplo) y los debates clásicos sobre las diferentes vías hacia el capitalismo (desde Alexander Gershenkron en adelante), al mismo tiempo que vemos hacia el futuro más allá del neoliberalismo. Pero entonces también necesitamos dejar fluir el imaginario político sin limitaciones y no temer a (re)pensar en términos utópicos, que pueden ser la única forma de que todos vayamos más allá del insostenible presente por medio de la teoría crítica del desarrollo.

 

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NOTA

Nota: Traducción del inglés por Luis Rodolfo Morán Quiroz.

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