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Migración y desarrollo

versión impresa ISSN 1870-7599

Migr. desarro  no.13 Zacatecas ene. 2009

 

Artículos

 

Movilidad laboral. Imposición estructural para la incorporación indígena a los mercados de trabajo en contextos globales

 

Lilián González Chévez*

 

* Profesora–investigadora del Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. C.E. lilianahora@gmail.com

 

RESUMEN

Los procesos de globalización han impuesto a ciertos conjuntos sociales subalternos como son las comunidades indígenas nahuas de Guerrero, formas de inserción a la economía que implican forzosamente una gran movilidad, flexibilidad y desregulación laboral como condición para su incorporación productiva en mercados de trabajo. Es justamente como fuerza de trabajo móvil que los indígenas están encontrando los elementos necesarios para su subsistencia ya que les permite enlazar su reproducción social a las corrientes de flujo y acumulación de capital que se caracterizan por atravesar particulares coordenadas espaciales de desarrollo y concentración de capital. Actualmente tres redes de movilidad, articuladas en un movimiento de conjunto, caracterizan su hipermovilidad y fluidez laboral y su multiterritorialidad: la que conforman como jornaleros agrícolas migrantes, la que los moviliza por los corredores turísticos y la que les articula a la migración internacional indocumentada, eslabonando entre sí nuevos encadenamientos migratorios. Una pregunta que se intenta responder en este ensayo es: ¿Por qué los indígenas son uno de los sectores sociales más vulnerables a la demanda de movilidad o, en todo caso, uno de los que mejor se <<adaptan>> a tal itinerancia bajo el régimen de acumulación flexible en los nuevos mercados globales?

PALABRAS CLAVE: migración indígena, nahuas de Guerrero, redes de movilidad, movilidad indígena, multiterritorialidad.

 

ABSTRACT

Globalization processes have affected certain subaltern social groups, such as the indigenous Nauha communities of Guerrero state in Mexico. These types of economic insertion forcibly imply great labor mobility, flexibility, and deregulation in order to achieve productive incorporation into given labor markets. Indigenous groups are performing as a mobile workforce in order to survive and socially reproduce in hubs of capital flow and accumulation that posses specific forms of development and capital concentration. Their hypermobility, labor fluidity and multi–territoriality currently manifest within three specific networks: migrant agricultural labor, tourism, and international undocumented migration. These, in turn, combine to produce new migratory chains. This article explores the reasons why indigenous people, as a social sector, are so responsive to mobility demands—or, in any case, why it is they are so adaptable to itinerancy under the flexible accumulation regimes of current global markets.

KEYWORDS: indigenous migration, Nahua of Guerrero, mobility networks, indigenous mobility, multi–territoriality.

 

INTRODUCCIÓN

El presente ensayo se inserta en lo que se ha dado en llamar antropología del movimiento (Tarrius, 2000b:46, 1987) y explora ciertas centralidades culturales específicas de la población indígena que coadyuvan a su hipermovilidad y fluidez laboral, lo que les ha dado carta de naturalización en la conformación de corredores migratorios, comunidades transnacionales y territorios circulares.

Para los indígenas nahuas del Alto Balsas en la región norte del estado de Guerrero su reproducción social ha quedado ineludiblemente ligada a la movilidad1 y emigración de sus lugares de origen, siendo su principal detonante la carencia estructural de empleo2 y la insustentabilidad de la actividad agraria temporalera.

Fuera de sus localidades, para ampliar sus oportunidades de empleo como mano de obra no calificada en mercados altamente competitivos, han conjugado diferentes procesos de movilidad tanto nacional como internacional, distinguiéndose por agregar a la oferta de su fuerza de trabajo su disponibilidad para incorporarse productivamente como fuerza de trabajo móvil. Según Gaudemar (1979: 37 y 133; Castillo, 1991: 17), la movilidad del trabajo remite a tres momentos dinámicos, complejos e interrelacionados: a) aquel en que el trabajador adquiere su característica de fuerza de trabajo móvil; b) el de su adecuación a las exigencias variables del mercado merced a su ubicuidad espacial y a las características de sus cualificaciones y c) aquél en que como fuerza de trabajo es sometida a todas las variaciones de duración, intensidad y productividad dentro del proceso de trabajo.

Justamente, para los nahuas de Guerrero, es su condición de fuerza de trabajo móvil lo que les permite enlazar su reproducción social a las corrientes de flujo y acumulación de capital que se caracterizan por atravesar particulares coordenadas espaciales de desarrollo y concentración de capital: ciudades globales, zonas fronterizas, regiones de agricultura intensiva y polos de desarrollo turístico.

Esta práctica espacial les impele a entrar y salir de múltiples y diversos nichos económicos y culturales (Kearney, 2000: 21) que implican necesariamente nuevas relaciones con respecto a otras personas, al tiempo y al espacio (Faret, 2001: 7), contribuyendo a la edificación de lo que Tarrius (2000a: 8) denomina <<territorios circulares>>,3 con sus idas y venidas, entradas y salidas entre mundos designados como distintos, lo que ha terminado por ubicarles como uno de los sectores subalternos más dinámicos y adaptables en el régimen de acumulación flexible de capital.

Inicialmente algún miembro de la familia se incorporaba al comercio ambulante en las ciudades, al servicio doméstico o a la industria de la construcción. En las últimas décadas, ante la desarticulación de sus economías locales y el debilitamiento de las sociedades campesinas, los procesos de globalización han impuesto a los indígenas de Guerrero nuevas formas de inserción a la economía, de manera que los ensayos de movilidad individual, familiar y comunitaria terminan por confluir con los que generan individuos, familias y grupos de otras localidades, municipios o regiones indígenas hasta conformar en algunos casos, verdaderas redes de movilidad, éstas terminan por articular las <<trayectorias individuales más atípicas con destinos colectivos más inciertos>> (Tarrius, 2000b: 40).

Son estas redes de movilidad articuladas en un movimiento de conjunto4 las que caracterizan la movilización laboral indígena, ya que, siguiendo a Gaudemar (Castillo, 1991: 17), adquieren su característica de fuerza de trabajo móvil, adecuable a las exigencias variables del mercado –merced a su ubicuidad espacial y a las características de sus cualificaciones– y sometible a todas las variaciones de duración, intensidad y productividad requeridas dentro del proceso laboral. Como señala Harvey (2007: 352), la libre movilidad geográfica de la fuerza de trabajo y su fácil adaptación a la cambiante circulación del capital en el espacio es hoy una condición necesaria para el trabajador desde el punto de vista del proceso de desarrollo capitalista.

En las familias indígenas es común que se entrelacen diferentes redes de movilidad. Por ejemplo, los padres e hijos pequeños continúan integrándose cíclicamente a las redes de movilidad asociadas a la agricultura intensiva, mientras que algunos de los hijos mayores ya se han asentado definitivamente en alguna de las zonas turísticas del país y otros más están incursionando como migrantes indocumentados en los Estados Unidos sin definir aún si su estancia será definitiva.

Estas redes de movilidad se han ido construyendo colectivamente a lo largo de varios lustros por una sola generación o por cohortes intergeneracionales de migrantes indígenas. Entre estas redes, la comunicación fluye a través de campos sociales comunes e interdependientes cuyos vínculos fluidos permiten que unas redes se enlacen y se superpongan a otras, articulando nuevas trayectorias y polos de atracción con las rutas hasta entonces consolidadas, sopesando en cada caso, la maximización de los beneficios y la reducción de riesgos. Estos enlaces y superposiciones, que algunos autores han denominado <<encadenamientos migratorios>> (Lara, 2006: 13), reformulan las prácticas de movilidad actuales entre la población indígena.

A través de dichas prácticas, la población indígena busca anclarse en una amplia gama de empleos precarios, asumiendo la contingencia de su inestabilidad, inseguridad e insuficiencia. Esta estrategia de flexibilidad y desregulación laboral les coloca en condiciones de intercambio desigual y en nichos económicos relegados o desestimados por otros grupos sociales, no obstante, parece ser una importante oferta de puestos de trabajo para la población migrante (Canales, 2000: 171), lo que les permite ir construyendo <<territorios circulatorios>> que, como señala Tarrius, tienen también el estatuto de su saber circular como productoras de memorias colectivas y de prácticas de intercambio sin cesar más amplias, donde los valores éticos y económicos específicos crean cultura y diferenciación con las poblaciones sedentarias, a la vez que expresan jerarquías sociales y disimulan a los ojos de las sociedades sedentarias, violencias y explotaciones no menos radicales (Tarrius, 2000b: 58; 2001: 76).

Así, las redes de movilidad con sus enlaces migatorios configuran las migraciones indígenas actuales, las cuales, como señala Canales y Zlolniski (2000: 633) ya no se refieren necesariamente a un acto de mudanza de la residencia habitual, sino que se transforman en un estado y en una forma de vida, tornando caducas las diferenciaciones entre movilidades y migraciones (Tarrius, 2000a: 43).

 

1. REDES DE MOVILIDAD INDÍGENA

En el caso de los nahuas de Guerrero, su movilidad multipolar se ha consolidado en torno a tres patrones migratorios no excluyentes entre sí: el que conforman como jornaleros agrícolas migrantes, el que los moviliza por los corredores turísticos para la venta de artesanías y el que les incorpora a la migración internacional indocumentada, configurándose dichos procesos de movilidad como parte sustantiva de una forma de vida específica de la población indígena.

 

1.1 Movilidad vinculada a los mercados de agricultura intensiva

Como jornaleros agrícolas, las redes de movilidad laboral indígena son absorbidas por los mercados de trabajo asociados a la agricultura intensiva de exportación o a empresas agroindustriales que se desarrollan fundamentalmente en el noroccidente y centro del país, donde la población indígena de Guerrero abastece la mayor proporción de mano de obra que se desplaza continuamente en territorio nacional.

El Programa de Atención a Jornaleros Agrícolas estima en 3.4 millones el número de de jornaleros agrícolas en el país, de éstos, casi dos terceras partes son jornaleros locales o población avecindada en las zonas de agricultura intensiva y 1.2 millones son migrantes provenientes de localidades lejanas (Sedesol, 2006: 1). Entre estos últimos, la proporción de población indígena se ha ido incrementando, pasando a constituir el 48.9% de la fuerza de trabajo migrante en 2003 (Sedesol, 2006: 7).

En 2000, casi tres de cada diez jornaleros agrícolas (27.86%) en los corredores agrícolas del país provenían de Guerrero (Arroyo, 2001: 112). Este dato se confirma en la Encuesta a Hogares de Jornaleros Migrantes en Regiones Hortícolas de México: Sinaloa, Sonora, Baja California Sur y Jalisco (C. de Grammont y Lara, 2004:50), donde también se constata que el lugar de nacimiento de los (as) jefes(as) de hogar corresponde en un mayor porcentaje a población proveniente de Guerrero –29.3%– muy por encima de Oaxaca con 24.2% y Veracruz con el 17.6%. Dicha encuesta, también señala que estos jornaleros en su mayoría –79.5%– no están establecidos en la región hortícola (C. de Grammont y Lara, 2004: 59). No obstante, como señalan Lara y Ortiz (2004: 4), las fuentes estadísticas de que disponemos como la Encuesta Nacional de Empleo y la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) no proporcionan información fidedigna acerca de la gran movilidad que tienen los trabajadores agropecuarios para poder tener acceso al mercado de trabajo, de manera que el dato suele ser impreciso y dinámico año con año.

Una característica de la migración indígena en los mercados de agricultura intensiva es su carácter comunitario, es decir, engloba a individuos, parientes o familias de un mismo lugar de origen. Más de la mitad de los jornaleros viajan en familia para poder emplear toda la fuerza de trabajo disponible y así obtener un mayor número de salarios, incluyendo el aporte económico de 17.8% de los niños de entre 6 y 14 años de edad (Sedesol, 2006). En general, las localidades de origen son pequeñas, de menos de 1,000 habitantes, dedicados a la agricultura de subsistencia (Lara y Ortiz, 2004: 7), siendo las principales razones por las que migran la falta de trabajo y de ingresos monetarios (Arroyo, 2001: 107).

La tendencia actual es a mantenerse en el mercado de trabajo asalariado como jornaleros agrícolas de manera continua siguiendo la trayectoria y temporalidad de las cosechas de uno o varios estados durante un periodo de cuatro a seis meses (Sedesol, 2006), ya que las ganancias obtenidas de la actividad jornalera contribuyen sustancialmente a la manutención de la familia durante el resto del año en sus lugares de origen (Barrón, 2003: 122). Aun cuando la mitad de los jornaleros refiere tener tierra en su pueblo de origen, ha disminuido la proporción de jornaleros que continúan desempeñándose como pequeños productores en sus propias localidades –del 35.7% en 1998 al 16.2% en 2003 debido al deterioro agroecológico, su bajo rendimiento o por falta de recursos– (Sedesol, 2006: 4).

Por otra parte, el valor estratégico que la migración jornalera tiene para la reproducción indígena también puede vislumbrarse por el número total de jornaleros agrícolas que migran. En 2006, el Programa de Atención a Jornaleros Agrícolas (paja) de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), Delegación Guerrero, registró la migración de 39 mil 948 jornaleros y jornaleras, cerca de la mitad eran niños y niñas menores de 15 años (PAJA–Sedesol, 2007). En síntesis, como señala Lara (2006: 11), la migración jornalera es un fenómeno que conecta movilidades en distintas direcciones y articula espacios de distinta naturaleza.

 

1.2 Movilidad ligada al mercado artesanal

A partir de los años sesenta en que la producción y venta de artesanías sustrajo a algunos pueblos nahuas del Alto Balsas de las redes de movilidad agrícola para insertarlos en una nueva modalidad de movilidad, esta vez dirigida a los centros turísticos del país para la venta directa de sus productos artesanales –y otras artesanías– como vendedores ambulantes (Good, 1988: 37; García, 2006: 4; González, 2003: 4).

Los artesanos del Alto Balsas desarrollaron en sus inicios una movilidad circunscrita a las ciudades y centros turísticos del propio estado y regiones circunvecinas: Acapulco, Taxco, Iguala, Chilpancingo, Ixtapa–Zihuatanejo, Cuerna vaca y la Ciudad de México fueron sus primeros circuitos migratorios (García, 2006: 4; Good y Barrientos, 2004: 11).

Más tarde, el mercado artesanal se expandió a los lugares turísticos de las costas tanto del Pacífico como del Caribe, así como en las ciudades turísticas del interior en todo el territorio nacional. En la actualidad, son más de cincuenta puntos en la República Mexicana donde se puede ubicar la presencia de los comerciantes nahuas de Guerrero y cuentan con sólidas redes migratorias en las principales capitales y centros turísticos de México donde algunos han comenzado a asentarse (García, 2006: 4).

No obstante, después de este periodo de relativa bonanza, la contracción del mercado interno tuvo como consecuencia el desplome dramático en sus ganancias (Good y Barrientos, 2004: 36), de manera que, ante la crisis del mercado artesanal, los nahuas del Alto Balsas redireccionaron sus flujos migratorios hacia otros mercados de trabajo nacionales y estadounidenses, reactivando los circuitos migratorios formados por sus paisanos desde la época del Programa Bracero (García, 2006: 4).

 

1.3 Movilidad hacia los Estados Unidos

La tercera red de movilidad es resultado de la contracción del mercado de trabajo interno a finales de los años ochenta y principios de los noventa, de las políticas de reforma estructural y la puesta en marcha del TLC. En este escenario, los indígenas nahuas del Alto Balsas, como muchos otros indígenas y campesinos provenientes de zonas rurales de los estados de Puebla, Guerrero y Oaxaca (Durand y Massey, 2003: 85) orientaron la dirección de su flujo migratorio hacia la migración internacional, donde podían desempeñar labores tanto en el sector primario, como en el secundario y terciario.

Entre los nahuas del Alto Balsas las capitales migratorias5 fueron Chicago, Los Ángeles y Houston, extendiendo su movilidad hacia dieciocho estados de la Unión Americana (García, 2003: 2; González, 2003: 4). Estas ciudades globales operan como cabeza de puente a través de las cuales se experimenta una gran movilidad hacia nuevos polos de atracción tanto rurales como urbanos de la Unión Americana, siempre en la búsqueda de mejores oportunidades de trabajo y de ingreso.

La yuxtaposición de estas redes y espacios de movilidad laboral ponen al descubierto la complementariedad entre una inscripción relacional en redes familiares y de sociabilidad y un eje de integración por el trabajo (Castel, 1997: 418). También evidencian el funcionamiento de lo que Haesbert (2004: 180) denomina territorios–red, cuyas conexiones, imprescindibles en la reproducción social de individuos y grupos, dan origen a una nueva percepción del espacio: la multi–territorialidad. <<[...]conectando sus parcelas discontinuas, tenemos el fortalecimiento. .. [de] una miríada de 'territorios–red' marcados por las discontinuidades y por la fragmentación (articulada) que posibilita el pasaje constante de un territorio a otro, en un juego que denominaremos aquí, más que como desterritorialización o declinación de los territorios, de su 'explosión' o, en términos más consistentes, de una multiterritorialidad>>. La multiterritorialidad se destaca así por la posibilidad de conexión a diversos territorios, entendidos <<como el espacio imprescindible para la reproducción social, ya sea de un individuo, de un grupo o de una institución>>.

La multiterritorialidad contextuada en el marco de esta hipermovilidad y fluidez laboral parece ser el destino productivo–reproductivo de ciertas poblaciones móviles, en donde es notorio que algunos conjuntos sociales se ven mejor representados que otros, éste es el caso de las comunidades indígenas.

 

2. LA MOVILIDAD LABORAL INDÍGENA ¿ES SÓLO UN ASUNTO DE ECONOMÍA POLÍTICA O TAMBIÉN DE CULTURA?

Una pregunta aparentemente ociosa es: ¿Por qué los indígenas son uno de los sectores sociales más vulnerables a la demanda de movilidad o, en todo caso, uno de los que mejor se <<adaptan>> a tal itinerancia bajo el régimen de acumulación flexible en los nuevos mercados globales?

Se podría anticipar una respuesta siguiendo las afirmaciones de Harvey (2008: 265): <<las prácticas espaciales y temporales nunca son neutras en las cuestiones sociales, siempre expresan algún tipo de contenido de clase o social>> que, en este caso, se basa en el intercambio desigual del valor (Kearney, 2000: 14).

En efecto, el régimen de acumulación flexible impone a ciertos sectores de las clases subalternas como condición para su incorporación productiva subordinada en los mercados de trabajo, una dialéctica socioespacial de gran movilidad (Harvey, 2008: 248). Dicha movilidad forma parte de la organización espacial de la producción y le resulta ampliamente rentable si la articula a la segregación –étnica o de género–, a la flexibilidad y a la desregulación laboral, en la medida en que precisamente el origen étnico–, la capacidad laboral móvil –efímera, fluctuante, periódica– y/o su condición de indocumentados lo que contribuye a la construcción de mercados laborales segmentados, con costes laborales de reproducción diferenciales y relaciones de poder asimétricas (Narotzky, 2004: 124, 131).

No obstante, la economía política no parece despejar todas las incógnitas ya que otros sectores depauperados podrían también ejercitar de igual modo esta oferta de movilidad laboral y, si bien esto ocurre en el ámbito internacional, a nivel nacional son los indígenas los mejor representados en los mercados de trabajo que implican gran movilidad, como es por ejemplo, el que les involucra como jornaleros agrícolas en los corredores agrícolas del noroccidente y centro de México. Por tanto, la pregunta podría afinarse de la siguiente manera: ¿qué ámbitos de la cultura indígena se entreveran con su condición de clase favoreciendo su movilidad laboral como estado y forma de vida?, dicho de otra manera, la movilidad laboral indígena ¿Es sólo un asunto de economía política o también involucra procesos históricos y simbólico–culturales?

Para dar respuesta a estas preguntas seguiremos la propuesta de Gaudemar (1987: 113–116), quien propone ir más allá de la idea de que la oferta de trabajo se adapta a una demanda de trabajo determinada por las necesidades de producción, subrayando que la relación específica entre el trabajo y el capital está incrustrada en otras relaciones sociales que no son exclusivamente económicas. Para ello plantea, basándose principalmente en el concepto de habitus de Bourdieu, que las <<condiciones de existencia>> son generadoras de habitus en el sentido de ser tanto <<estructura estructurada>> como <<estructura estructurante>> y por tanto, capaz de ser interiorizada.

En este marco, es importante señalar que el condicionamiento de la población indígena a un esquema laboral de gran movilidad ha sido un fenómeno histórico presente al menos desde el periodo colonial (Sánchez, 2001: 314), cuando importantes contingentes de población acudían como jornaleros a las haciendas durante determinados periodos del año como parte de una economía indígena que tradicionalmente articulaba la producción de una agricultura de subsistencia con un segmento de economía de mercado (Perafán, 2000: 3). Dicha movilidad se mantuvo presente al menos hasta el periodo prerevolucionario (Warman, 1975: 189). Posteriormente, la articulación de las comunidades indígenas con una economía de mercado nuevamente les impele al desplazamiento en el ámbito interregional o intrarregional, sea para la venta de los recursos extraídos de su territorio comunal, la comercialización de sus artesanías o la venta de su fuerza de trabajo como peones asalariados en zonas de agricultura comercial o como obreros en la industria de la construcción.

Esta movilidad laboral indígena estaba –y aún está– fuertemente configurada por criterios de temporalidad, siendo su habitus de campesino temporalero el eje estructurador de su espacialidad, en la medida en que el tiempo cíclico asociado al periodo lluvias–secas es el que definía su movilidad. Ello siguiendo a Tarrius, quien al elucidar las relaciones entre espacialidad y temporalidad afirma que son las temporalidades –flujos, tiempos, ritmos, secuencias– los elementos fundadores de la movilidad espacial y las que expresan lo mejor posible las continuidades y discontinuidades constitutivas de los procesos de transformación social (2000b: 47).

En ese sentido, podría suponerse que el tránsito contemporáneo de la actividad primaria en sus comunidades de origen a las secundarias y terciarias que actualmente desempeñan a nivel nacional e internacional tienen por consecuencia una violenta ruptura con sus condiciones históricas y laborales precedentes, es decir, con este habitus de campesino temporalero. No obstante, parece ocurrir lo contrario, este dispositivo cultural, altamente sensible a la concepción cíclica del tiempo, opera como una clave intrínseca incorporada en todas su actividades colectivas y por tanto, forma parte del ordenamiento de su vida social (Wuthnow et al., 1988: 280), brindándoles a los indígenas ciertas competencias inadmisibles para otros sectores sociales, como es por ejemplo, una gran capacidad de adaptación a condiciones fluctuantes en el proceso laboral, imprevisibles o que involucran periodicidad o ciclos en el tiempo. Como señala Gurvitch (citado por Harvey, 2008: 248): <<hay formaciones sociales que se asocian a un sentido específico del tiempo>> estableciéndose lazos que pueden ser muy complejos y que resultan de muchos tipos de prácticas entre las relaciones productivas y los sistemas simbólico–culturales (Escobar, 2000: 180; Thompson, 2002: 130).

La observación del potencial de este dispositivo cultural –el de su habitus temporalero– se desprende a partir de un seguimiento a las trayectorias migratorias y productivas del pueblo de Temalac, una comunidad indígena nahua ubicada en el norte de Guerrero, en la cual, en tan sólo 20 años han pasado de ser en su comunidad campesinos temporaleros a desempeñarse como vendedores ambulantes en las playas de Puerto Vallarta su enclave actual a nivel nacional y como obreros en Waukegan, Illinois a nivel internacional,6 sin dejar de transitar, los sectores más pobres de la comunidad, por los corredores migratorios del noroccidente de México como jornaleros agrícolas (González, 2003: 5). Precisamente, este habitus, entendido como <<un conjunto de relaciones históricas 'depositadas' en los cuerpos individuales bajo la forma de esquemas mentales y corporales de percepción, apreciación y acción>> (Bourdieu y Wacquant, 1995: 23), es el principal código semiótico que les permite adaptarse a sus nuevos nichos económicos y laborales.

De manera que, el provenir de una comunidad que por siglos –quizás milenios– se ha ocupado de labrar la tierra bajo el régimen del temporal, ha contribuido a introyectar una concepción cíclica del tiempo que les capacita mejor que a otros colectivos para adaptarse al régimen de temporadas altas y bajas en el turismo nacional y en la industria manufacturera norteamericana, ávida de mano de obra flexible y barata a la que se le sustrae de la actividad productiva conforme a la demanda durante ciertos periodos del año.

En efecto, el régimen agrario temporalero ha habilitado a las comunidades indígenas para:

a) Concebir periodos cíclicos de abundancia–escasez como grandes configuradores del tiempo. Así por ejemplo, la culminación del ciclo agrícola anuncia, en el mejor de los casos, un lapso –aunque breve– de abundancia de alimentos. Una señal clara de esta relativa abundancia es que la troje o silo se encuentre lleno. La figura de la troje llena o vacía vale como metáfora de esta concepción cíclica de periodos de abundancia en contraparte con periodos de escasez, éste es uno de los elementos ordenadores del núcleo duro de la cosmovisión indígena que el migrante portará en su mochila como parte de su acervo de conocimiento a mano en los mercados internacionales y en su periplo laboral como jornaleros agrícolas en los corredores migratorios nacionales.

b) De manera análoga a la producción en tierras de temporal en las que obligadamente se <<descansa>> a la tierra durante las secas, en los Estados Unidos su fuerza laboral conlleva implícitamente un periodo de descanso forzado. En efecto, su trabajo en las yardas, en los restaurantes al aire libre, como obreros de la construcción y como obreros subcontratados en los parques industriales de los alrededores de Waukegan topa con la eventualidad de que se les <<descanse>> durante los meses del periodo invernal. En el caso del trabajo en las yardas, y los restaurantes al aire libre, ello se debe fundamentalmente a que, por las condiciones climáticas los campos de golf, los parques y las terrazas se mantienen cerrados, inhabilitados o requieren poca demanda de mano de obra, lo mismo ocurre en la industria de la construcción. Es entonces cuando este contingente de trabajadores desempleados busca insertarse durante este periodo en las empresas que subcontratan personal, con la esperanza de engrosar las filas de los obreros fabriles. Este excedente de fuerza de trabajo en el invierno, permite que las empresas subcontratistas circulen la mano de obra mayoritariamente femenina en el sector fabril, es decir, respondiendo a una ley básica del capitalismo: la recomposición permanente de los procesos de producción (Gaudemar, 1979; 1991: 18) que circulan la mano de obra y evitan la permanencia de los empleados en un lugar, impidiendo que éstos afiancen lazos, creen vínculos o supongan derechos de antigüedad.

c) Para este periodo crítico en que son desplazados del mercado de trabajo, los indígenas de Temalac conforme a su habitus temporalero ya han internalizado la necesidad de implementar otras estrategias de reproducción en el grupo doméstico, apostando al relevo ocupacional y a la diversificación y complementación de las actividades productivas a nivel familiar. De manera que la complementariedad productiva y la polivalencia, son parte de ese acervo de conocimiento a mano en la guía para la supervivencia en el régimen de acumulación flexible.

 

CONCLUSIONES

La construcción cultural de identidades contrastantes es una base potencial para las desigualdades en el juego del valor (Kearney, 2000: 14) en la que los criterios raciales, étnicos, culturales o geográficos contribuyen a la construcción de una fuerza laboral segmentada conforme a las exigencias del capital. La acumulación flexible señala Harvey (2008: 325), suele explotar este amplio espectro de circunstancias geográficas presuntamente contingentes, reconstituyéndolas como elementos estructurados internos de su propia lógica abarcadora.

En este contexto, la hipermovilidad y fluidez forma parte estructural el habitus temporalero de la población indígena que opera como un dispositivo cultural, código o memoria colectiva que de una u otra manera les habilita mejor que a otros grupos sociales para lidiar con la incertidumbre y la adversidad de los <<regímenes temporaleros capitalistas expoliadores de acumulación flexible>>.

Como señala Tarrius (2000b: 53):

[...] lo que parece a primera vista como minoría, intersticio o enclave revela a menudo ser portador de centralidades específicas. Estas nuevas centralidades se sobreimponen a la organización social y espacial de la ciudad de recepción; son inteligibles sólo en relación a lógicas que le son exteriores, sin embargo influyen en su dinámica interna [...]

Como todo código cultural, el que nos ocupa cambiará y transitará hacia nuevos significados en la medida en que sus portadores realicen consistentemente otras actividades productivas que demanden nuevas señales simbólicas, mientras tanto, en el hoy por hoy, como dijera Warman (1976: 12), podemos seguir considerándolo <<pasado vivo, vigente y actualizado>> cuya inteligibilidad implica sin duda un plus para los empleadores que lo instrumentalizan en provecho propio para una explotación diferencial de su fuerza de trabajo.

 

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NOTAS

1 La movilidad según Faret (2001: 8) es por definición una <<deslocalización>>, aparece también como un desplazamiento y una reconfiguración de los referentes de identificación del individuo.

2 Fuera de la producción de mercancías tradicionales como las artesanías, la venta al menudeo en circuitos locales o regionales o el trabajo esporádico en actividades agrícolas o no agrícolas.

3 Tarrius (2000a: 8 y 124; 2000b: 55) acuña el término de <<territorios circulares>> referidos a ciertos grupos de población en los que el movimiento es una característica; son las idas y venidas, entradas y salidas entre mundos designados como distintos. La noción de territorios circulatorios pone de manifiesto la socialización de espacios conforme a lógicas de movilidad.

4 Según Gaudemar <<por movilización es preciso entender los procesos sociales que implican las formas de movilidad y que no solamente las hace posibles, sino que además las articulan en un movimiento de conjunto>> (Castillo, 1991: 23).

5 La capital migratoria se distingue por un nivel muy alto de concentración de migrantes en alguna ciudad del país de destino (Durand y Massey, 2003: 102)

6 Siendo indocumentada el total de la migración de Temalac a los Estados Unidos, los trabajadores indígenas compran documentos falsos y tramitan, mediante <<oficinas laborales>> –empresas de subcontratación– su ingreso en los mercados de trabajo.

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