SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.16 número2Trombólisis intratrombo simultánea en tromboembolia pulmonar y trombosis venosa profunda índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO

Compartilhar


Acta médica Grupo Ángeles

versão impressa ISSN 1870-7203

Acta méd. Grupo Ángeles vol.16 no.2 México Abr./Jun. 2018

 

Ensayos y opiniones

El éxito en la medicina

Success in medicine

Samuel Karchmer K1  * 

1 Director Médico. Hospital Ángeles Lomas. Ciudad de México, México.


La diferencia entre la persona exitosa y el resto de la gente

no es la falta de conocimiento, ni la falta de experiencia,

sino la falta de voluntad.

A.R. Wilde

Existen numerosos motivos e impulsos que hacen que los estudiantes se sientan atraídos hacia la medicina y que influyen en ellos después de haber ingresado a la escuela de medicina. Al término de sus estudios universitarios a menudo se les dice: “Ahora ustedes son hombres que están legalmente calificados para practicar la medicina y en condiciones de ofrecer a la sociedad un servicio sin supervisión ni control. Pertenecen ustedes a una profesión que trabaja independientemente y que asume grandes responsabilidades con relación a la vida y al bienestar humano. Excepto en el caso de una notoria negligencia de sus deberes, sólo tienen que rendir cuentas a la sociedad en general”. La verdad es que si un médico se mantiene alejado de la demanda y no compromete su nombre en la política o en revistas profesionales, puede ejercer la medicina casi en completo anonimato en lo que respecta a sus colegas y a la escuela de la cual se graduó.

En el fondo, creo, que los profesores de medicina tienen un concepto de lo que debe ser y hacer el producto de sus esfuerzos y lo definen en una enunciación de objetivos que aparecen en los programas de cursos, residencias o en los folletos anuales o prospectos. No obstante, si profundizamos más, frecuentemente resulta evidente que a pesar de los términos elegantes y los altos ideales, el concepto sigue siendo vago. En realidad es muy poco lo que se sabe sobre el éxito que una escuela de medicina, residencia, etc. alcanza en sus objetivos manifiestos y el éxito que sus egresados logran en la labor profesional. Es evidente que si queremos evaluar la labor de una escuela de medicina y sus profesores, debemos definir muy claramente el éxito. Pero es muy difícil expresar en palabras lo que significa el éxito y comparar sus distintos grados en las diversas actividades de los médicos. Sin embargo, la mayor eficacia en la labor educativa dependerá del concepto que se tenga de la calidad del producto final y de la forma en que los egresados de las escuelas de medicina se desempeñen en su vida profesional.

Por lo regular los comités de selección exploran el horizonte para los jóvenes con un “gran futuro”, pero el futuro está cambiando continuamente. Los profesores hacen su mejor esfuerzo para proporcionarles los conocimientos que necesitarán, pero en 10 años el progreso de la ciencia los relega al plano de lo anticuado. Las escuelas de medicina, sociedades médicas, congresos, etc. organizan cursos de repaso y actualización, así como programas de educación continuada en el mejor de los casos, pero el resultado final seguirá siendo oscuro según el interés e iniciativa de los que asisten y de los que no asisten a estos cursos. Tratamos de estimular a los perezosos, inspirar al individuo común y ayudar al ambicioso a acercarse más a ese ideal que, aunque vago, creemos que está representado por el médico que triunfa. Quizás ahora estimado lector, valdría la pena que se detuviese unos cuantos minutos a reflexionar y filosofar conmigo un poco sobre el significado del éxito y sobre la relación que existe entre lo que está usted haciendo ahora con su propio futuro y con el futuro de sus estudiantes.

Si volvemos atrás en la historia y estudiamos la profesión de la medicina a través de los siglos, no podemos dejar de llegar a la conclusión de que la función principal de una escuela de medicina es preparar médicos a fin de que ofrezcan atención médica al ser humano. Luego, se desprende que la calidad de la atención que brinde es un criterio, y por cierto uno de los más importantes, para juzgar el éxito que alcancen los egresados. Sin embargo, cualquiera que haya intentado evaluar la labor de los médicos en ejercicio, se ha enfrentado a obstáculos casi insalvables. Las variaciones entre las especialidades y el significado de la frase tan comúnmente utilizada, pero tan poco comprendida “el arte de la medicina” ha hecho sumamente difícil establecer criterios valederos y mantener una objetividad científica.

Si hacemos un intento para evaluar algunos parámetros del desempeño médico en general como lo sería la investigación: la descripción detallada de lo que hacen en forma general, de los problemas de salud examinados, de la forma en la que se efectúan los diagnósticos, de la razón fundamental del tratamiento prescrito, de la atención dispensada en relación con aspectos preventivos y de la calidad de los registros mantenidos, etc. que podrían expresarse de un grupo hipotéticamente estudiado, sin duda algunos llenarían todos los requisitos de una práctica excelente, otros demostrarían serias deficiencias en la educación y preparación técnica, otros, que a pesar de sus comienzos prometedores, se encauzarían en una rutina que habría variado muy poco desde el día que salieron de la escuela de medicina (la mayoría en nuestro medio médico).

Si uno pudiera estudiar los antecedentes de cada uno de los teóricamente encuestados en la búsqueda de elementos que podrían influir en la variación de la calidad observada, de seguro no se lograría establecer una correlación absoluta con la escuela a la que se haya asistido y no necesariamente con los resultados del examen de admisión a la escuela de medicina, la duración del adiestramiento de postgrado, revistas leídas, etc. El éxito a nuestro ver se debe a influencias de carácter más amplio, que no se relacionan con los elementos que comúnmente se califican con notas elevadas en las escuelas de medicina. No se trata por supuesto del plan de estudios que se haya seguido ni de los conocimientos específicos aprendidos, sino de algo que afecta la “actitud” del médico, algo que mantiene vivo el deseo de realizar su labor de médico y de llevarla a cabo bien, a pesar de presiones y distracciones de otros asuntos.

“Hay médicos”, dicen, “que han sido buenos estudiantes de medicina y que han recibido un buen adiestramiento, pero que no son médicos excepcionales. Hay otros que a pesar de haber realizado una labor deficiente como estudiantes y un internado “regular” llegan a ser médicos de calidad superior. En otras palabras, lo que es importante a la larga es primero la persona y sólo en segundo lugar los detalles de su preparación y adiestramiento (¿está usted de acuerdo?). La calidad de los servicios profesionales que se presta al sector público es el resultado combinado de preparación técnica, características personales y la capacidad de sintetizar todo a fin de solucionar problemas existentes de un modo que difiere en su totalidad de los exámenes formales (eminentemente biologistas).

Si nos detenemos por un momento a considerar los elementos básicos del éxito, resulta evidente que el reconocimiento y el elogio público, ni siquiera el cargo oficial, constituyen todo lo que el éxito representa. Éstos son tan sólo los elementos exteriores que todo el mundo ve, pero hay otro aspecto importante: el sentimiento de satisfacción que el individuo experimenta en su interior. Ningún hombre es simplemente un instrumento de la actividad social, ni tampoco ningún médico constituye sólo un medio para procurar alivio a las enfermedades que nos afligen. Cada ser humano vive también su propia vida y no podemos hablar del éxito sin incluir este aspecto. No sólo de pan vive el hombre, pero tampoco puede vivir sin él.

¿Qué es lo que hace que el médico experimente esa satisfacción interior con respecto a su carrera, esa cálida irradiación interna que lo compensa por las largas horas pasadas en la consulta, la casa, el hospital o la biblioteca, aunque no llegue nunca a experimentar la sensación de que ha hecho bastante?, ¿qué es lo que le infunde coraje para enfrentarse a enfermedades incurables, problemas insalvables e innumerables situaciones humanas desagradables?, ¿por qué la historia nos presenta tantos médicos que han experimentado el impulso de practicar este “arte” incluso frente a grandes riesgos personales tales como la fatiga, la tensión, el contagio y la guerra? Cualquiera que sea la razón que les impulsa hacia delante, ésta tiene su origen en las primeras etapas de su vida y desarrollo, desde los motivos que inducen a los estudiantes a seguir la carrera de la medicina, las satisfacciones que anhelan y la intensidad de sus esfuerzos hasta alcanzar la posición de “doctor”. Si los profesores de medicina comprendieran cuáles son los elementos que constituyen las fuerzas que existen en sus estudiantes y adaptasen los métodos de enseñanza para cultivarlos, no tengo la menor duda de que el resultado sería una generación de médicos distinta a la que conocemos, que a la par proporcionaría un grado más alto de satisfacción al profesor y al estudiante.

Para la mayoría de los estudiantes de medicina el interés y la atracción que sobre ellos ejerce la medicina parecen tener su origen en sentimientos humanitarios y de compasión, aunque éstos no siempre se expresan en palabras. También existen otras atracciones, como la remuneración financiera, el prestigio, la independencia y la ciencia, pero el incentivo de trabajar con sus enfermos ejerce una poderosa influencia. Todos los profesores de medicina advierten esto en el interés que demuestran los estudiantes en las ciencias básicas por las aplicaciones clínicas de sus estudios y en la importancia que tiene para los estudiantes en los años de estudios clínicos adquirir experiencia que les ayudará más tarde en la práctica. El estudiante experimenta satisfacción en la medida en que puede desempeñarse y sentirse médico, el médico de sus sueños. Para el médico que ejerce, dudo que haya alguna compensación que le satisfaga más que el sincero agradecimiento que manifiestan los pacientes y sus parientes cuando se les ha devuelto la salud, restaurado la confianza, incorporado con toda felicidad un nuevo bebé a la familia u otro de los servicios humanos que puede prestar el médico. “El impulso del hombre por sanar y consolar a su vecino es una característica básicamente humana y el alivio que se siente al compartir el dolor y el temor es casi universal”. He aquí un sentimiento de satisfacción que alentado de modo constructivo puede constituir una fuerza que impulsará hacia una carrera, una vocación para aprender y una meta elevada.

Los estudios sobre la personalidad humana que se han realizado son diversos, todos ellos pueden arrojar cierta luz sobre la motivación y sobre las fuerzas que impulsan al hombre a la medicina y luego lo conducen al éxito. La supervivencia del “más apto” ha sido la fuerza más potente de la evolución que todos reconocen, pero también existen otros factores en la historia biológica de los individuos, que si bien son menos tangibles no por ello son menos poderosos. La devoción de la madre a sus hijos, la subordinación del individuo a los intereses de la comunidad, la visión de lo que podría ser y la lenta marcha hacia la meta son también características evolucionarias que ejercen influencia en la vida de todos. Éstas determinan en cierto grado la importancia de la realización del individuo y la acción combinada de todas, el progreso que también logra la sociedad. Quizás yo estoy exagerando este punto, pero considero que si queremos comprender el significado de todo esto, debemos remontarnos al equilibrio entre el individuo y la sociedad, la propia conservación, el yo, etcétera.

En todos nosotros existen los elementos de compasión humana y curiosidad por aprender, pero el estímulo o supresión de éstos depende del conjunto de situaciones sobre las cuales el individuo puede no tener control. Por ejemplo, todos conocemos a algunas personas en el campo de la medicina que no pueden soportar la frialdad y aislamiento de la “torre de marfil” de la ciencia básica y que en cambio experimentan satisfacción solamente cuando se encuentran entre el grupo de seres humanos. Sabemos que hay otros que se apartan de la gente y prefieren trabajar solos, ser independientes y tratar asuntos objetivos concretos. Las satisfacciones personales que sienten, ya sea abierta o inconscientemente influyen en la elección de una carrera y en la intensidad con la cual se ocupen de la misma.

Sin embargo, el mundo sabe muy poco de estos asuntos personales y no se preocupa por ellos. A pesar de que las mismas escuelas de medicina pueden reconocer vagamente la existencia de estas fuerzas, no se exploran todas las posibilidades que encierra el individuo a fin de guiar a los estudiantes para que se conviertan en estudiosos independientes y médicos triunfantes. Quizá yo demuestre cierta parcialidad y exagere la importancia de esta idea, pero me parece que es posible relacionar estas satisfacciones personales y los factores que las producen con el logro del éxito. Para las personas que experimentan estas satisfacciones desde el comienzo de su carrera, la medicina se ha convertido en su profesión predilecta y se han consagrado totalmente a ella. Para los demás, en cambio, la educación en cierto modo no ha logrado darles la visión y los medios para avanzar o quizá no han logrado descubrir las deficiencias originadas en la niñez y no les ha proporcionado la ayuda necesaria para superarlas.

Además de la satisfacción personal que el individuo experimenta en su carrera y en su trabajo, el éxito en la medicina se ha atribuido a una serie de fuerzas. En un sentido general muchas de estas fuerzas se han documentado en las biografías de destacados médicos y maestros y en las fórmulas que estas personas ofrecen a los estudiantes en las ceremonias de entrega de diplomas o en las entrevistas periodísticas.

Durante la primera mitad del siglo XX William Osler, uno de los más destacados médicos del mundo de habla inglesa, ofreció en varias ocasiones su fórmula del éxito. En una conferencia pronunciada en 1903, ante los estudiantes de medicina en la Universidad de Toronto, Canadá, se expresó en los siguientes términos: “Estimo que es un deber ineludible en esta ocasión ser honrado y franco, de modo que me propongo contarles el secreto de la vida tal como yo la conozco y he tratado de vivirla [...]. Quiero compartirlo con ustedes con la esperanza, más aún, con la plena seguridad de que por lo menos algunos de ustedes se apoderarán de él para beneficio propio [...]. Representa la llave de cualquier portal, el gran igualador del mundo, la verdadera piedra filosofal que transforma en oro todos los metales de baja ley de la humanidad [...]. La palabra clave es el trabajo [...]. He tenido tres ideales personales. El primero ha consistido en hacer bien el trabajo de cada día sin preocuparme del mañana [...]. El segundo, actuar de acuerdo con la regla de oro, hasta donde yo la conozco [...]. El tercer ideal ha consistido en cultivar el grado de ecuanimidad que me permita soportar el éxito con humildad, el afecto de mis amigos sin orgullo y estar preparado para recibir el día de la desgracia y el dolor cuando llegue, con el valor digno de un hombre”.

El conocimiento científico se ha ampliado a tal punto que ningún médico, o grupo de médicos, puede absorber ni utilizar todos los conocimientos que existen, incluso en una sola especialidad. Han surgido las nuevas ciencias de la psicología, la sociología, la antropología y la psiquiatría como parte de la preparación que requiere un médico. Tal vez la fórmula del éxito de Osler era demasiado simple y estaba impregnada de la conciencia puritana de su educación para satisfacer la nueva psicología de nuestra época. No obstante, lo llevó a él y a muchos otros a una cumbre de éxito y prestigio en la que es difícil destacar. Sin embargo, nadie que conozca a los estudiantes y a los profesores de medicina puede dejar de reconocer que a través de la historia “la mejor de las profesiones” ha constituido un inmenso estímulo para los que ingresaron a ella con serios propósitos.

En términos razonables, una fuerte motivación hacia la medicina merece elogios, pero más allá de ciertos límites se convierte en un riesgo y un obstáculo para el éxito. Por ejemplo, a algunos estudiantes les parece que los profesores están contra ellos. Deben librar una batalla y ganarla a cualquier costo. Nada puede detenerlos, nada puede oponerse a su adelanto sin suscitar enojo y mayor determinación. Estos estudiantes a menudo se muestran agresivos, dominantes, poco compasivos y egoístas. Trabajan arduamente para aprender todo lo que sea posible a fin de pasar los exámenes y acercarse a la obtención del título. Son impacientes con el profesor que no señala claramente cuáles son los puntos importantes que hay qué aprender, tampoco tienen paciencia con los enfermos que no “cooperan” o tienen dificultad en explicar sus síntomas y dolencias. Muestran una tendencia a no saber comprender los sentimientos y necesidades de otras personas y sólo les impele un sentido de urgencia para con sus propias necesidades. Este tipo de personas nunca falta en las clases de estudiantes e incluso en los mismos grupos de profesores. Estos individuos dondequiera que se encuentren o cualquier cosa que hagan, procurarán obtener reconocimiento, remuneraciones y poder, el rumbo a seguir no tiene importancia. Dadas las circunstancias favorables y el efecto suavizador del tiempo, algunos de éstos pueden escalar las grandes cimas del éxito, aun con enormes riesgos para ellos y para los demás.

Esta forma de reacción no es la única que afecta la labor llevada a cabo en la escuela de medicina o el éxito después de la graduación. Los estudiantes que han crecido bajo una disciplina familiar estricta y han recibido una educación muy autoritaria, reaccionan de manera diferente. Se adaptan, por lo menos externamente, y aceptan una posición subordinada. Es probable que los que llegan a la escuela de medicina han seguido fielmente a sus dirigentes y han trabajado en forma intensa y prolongada para ver realizadas las esperanzas de sus superiores y modelos, a menudo sus padres médicos. Esta actitud persiste en la escuela de medicina. Cuando este joven médico se da cuenta de repente de que es independiente, que está libre de presiones externas, posiblemente disminuyan sus fuerzas, se sienta tambalear y pierda interés. Si no se repone, es comprensible que se resienta la calidad del ejercicio de su profesión y su habilidad para mantenerse al tanto de los nuevos adelantos. Por otra parte, la visión cada vez más amplia de lo que es la medicina, el estímulo continuo que representa el paciente y los adelantos de la ciencia médica, aunados a una buena instrucción pueden conducir a una inversión de estas actitudes. El resultado final puede ser un nuevo grado de dedicación al trabajo profesional y un mayor progreso producidos por la atracción en vez del temor o sentimiento de compulsión. La medicina tiene muchos discípulos de “Hipócrates” que aman la vida, que encuentran los días demasiado cortos y que hallarán su propia forma del éxito, pase lo que pase.

Para la mayoría de nosotros, estudiantes y profesores, no existen cómodas casillas para clasificar intereses, impulsos y éxitos. Empezamos por tener una vaga e inocente atracción, emprendemos el camino, nos sentimos culpables si no nos va bien o si fracasamos al querer presentar a familiares y amigos un expediente brillante. Proseguimos el camino porque es demasiado penoso volver atrás. Descubrimos en grado creciente que la medicina en sí misma proporciona estímulos y un sentido de realización que en ninguna forma podríamos haber apreciado si alguien nos lo hubiera dicho. Se elige cada curso, plaza de interno, tipo de residencia, lugar de práctica, uno a uno cuando llega el momento. La oportunidad y la casualidad modifican cualquier plan que hayamos trazado. Llegamos al medio siglo o alrededor de esa edad con algunos éxitos, algunos fracasos, muchas deficiencias, muchas satisfacciones y tal vez unos cuantos elogios. No se ha seguido ninguna fórmula propiamente dicha para salir adelante y obtener éxito. Sólo hemos vivido nuestra profesión con intensidad y lo hemos tratado de hacer lo mejor posible.

Durante muchos años presencié los exámenes de selección para los candidatos a las residencias médicas en nuestro país. Solamente se aceptaba una parte de ese total (plazas en el sistema de salud). Los exámenes se conducían con notable habilidad y eficiencia, pero me ha quedado un sentimiento de descontento porque en esa selección casi no se le había prestado atención -más bien nunca- a las características personales y humanas del aspirante. Esto es imposible utilizando esos métodos en masa. Mi sentimiento de frustración me impulsó a investigar mediante entrevistas personales a los candidatos a las residencias en los hospitales donde laboré y fui profesor titular de postgrado de la especialidad de ginecología y obstetricia. Presento mis conclusiones en este capítulo no como un modelo, sino como un ejemplo de métodos que podrían desarrollarse aún más si los profesores consideraran que el asunto lo merece. Será necesario recurrir a la imaginación y a experimentos si se desea llevar tales intentos preliminares al nivel de utilidad práctica. Es alentador saber que los expertos en evaluación sostienen que hay métodos para juzgar prácticamente cualquier característica que puede definirse claramente. La tarea que los educadores médicos tienen ante sí es definir qué es lo que entendemos por éxito y cuáles son los factores que influyen en él.

Las características más apreciadas en un médico, a mi manera de ver y entender, pueden resumirse en los siguientes puntos:

  1. Conocimientos de medicina y habilidad para utilizarlos en forma inteligente en la solución de problemas de salud.

  2. Un trato amable y cordial con las personas, una personalidad en cierto grado extrovertida y un deseo sincero de ser útil.

  3. Talento para concentrar toda la atención en la persona y el problema de salud que se le presenta. La habilidad para organizar y restringir sus actividades a fin de lograrlo.

  4. Habilidad para asumir responsabilidades y tomar decisiones, pero con disposición para cambiar de opinión si las circunstancias lo justifican.

  5. Una filosofía que rija sus relaciones con la naturaleza, el mundo de los seres humanos y con las demás personas; desinterés, dedicación, ideales, tolerancia, ecuanimidad y la razonable modestia.

(Todo esto en la atención del paciente)

Como futuro profesor:

  1. Entusiasmo por la materia y la carrera.

  2. Ilustración, refinamiento y cultura.

  3. Amplitud de intereses, curiosidad, deseo de compartir sus experiencias con los demás.

  4. Salud, energía, diligencia y entusiasmo.

  5. Aptitud para expresar sus ideas en forma fácil y clara.

  6. Habilidad e inventiva para la enseñanza, tanto dentro como fuera de la escuela.

Estoy seguro, estimado lector, de que esta lista es perfectible, seguramente la “suya” es tan correcta como la mía o como cualquier otra, ya que no existe una lista estándar o “correcta”.

El paso siguiente es analizar el presunto origen de estas cualidades en la vida como en la educación y asegurarse de cuáles pueden ser modificables y cuáles no. Hace dos siglos la “sangre” se hubiera considerado probablemente lo más importante. Un siglo atrás se hubiera dado más importancia a las influencias del ambiente, ya que se pensaba que el éxito podía ser alcanzado por el trabajo intenso, la educación y la “buena suerte”.

En el presente siglo la naturaleza de las características mencionadas se ha colocado en una base psicológica más clara. Se ha hecho evidente que existe la posibilidad de aumentar muchas de estas características mediante la educación y la práctica, pero estamos en la etapa de discrepancias entre conocimientos y práctica. Tengo la impresión de que gran parte de la educación superior se imparte con base en una filosofía que ha cambiado muy poco desde los tiempos en que se inventó la imprenta.

Por mi parte, creo que el elemento más importante en un estudiante de medicina y futuro doctor es una conciencia social, un interés en el bienestar humano, un deseo de socorrer al prójimo en momentos de aflicción. Si bien las escuelas de medicina al establecer sus objetivos han reconocido este elemento, en la práctica en cambio, le han prestado poca atención, lo que puede ser comprensible si se tienen en cuenta las presiones provenientes de otras direcciones, la falta de métodos concretos para seleccionar estudiantes y la carencia de un plan de enseñanza que incluya la posibilidad de cultivar la personalidad y el carácter. Por otra parte, no dudo que si la profesión médica empleara la misma inteligencia y energía que ahora dedica a las ciencias físicas para definir, cultivar y evaluar estas cualidades humanas que influyen en el éxito, los resultados serían igualmente importantes e impresionantes. Para lograr esta finalidad debemos buscar ayuda más allá de los horizontes de nuestra propia profesión y utilizar los conceptos y métodos de especialistas en ciencias sociales. Estoy seguro de que con la colaboración de expertos en el campo de la evaluación podrían desarrollarse mejores métodos de selección basados en la evaluación de las cualidades que consideramos son importantes para lograr el éxito.

¿Puede enseñarse cómo alcanzar el éxito? Si lo que se acaba de decir en el presente capítulo es cierto, entonces las escuelas de medicina quizá reconozcan las ventajas que tendría modificar la filosofía bajo la cual operan actualmente. Podría resultar conveniente añadir un nuevo parámetro a los métodos de selección de estudiantes y alcanzar un nuevo equilibrio en el campo de la enseñanza entre las ciencias y las humanidades. Uno de los objetivos debe ser asegurarse de que cada estudiante llegue a reconocer su propia vocación e intereses. Si la elección de una carrera y especialidad no le produce satisfacción personal alguna ni agrega deleite a su rutina, no se puede esperar que como médico vaya a mantenerse en las líneas delanteras del progreso. Debemos buscar las formas de proporcionar a cada estudiante a “comienzos” de su carrera (o en sus años previos de estudio a la medicina) una experiencia que le permita sentir la aventura de la investigación científica y el estímulo de un proyecto en el campo del bienestar social. Después de esto el estudiante estará en mejor posición para comprender la importante elección que se presenta a todos los futuros médicos: el servicio versus la ciencia.

Si por consiguiente hacemos la siguiente pregunta: ¿puede enseñarse en la escuela de medicina cómo alcanzar el éxito?, mi respuesta es afirmativa. Evidentemente muchas conferencias formales o cursos planeados no lograrán nada. Sin embargo, según la manera en la que instruyamos, los ejemplos que demos y las relaciones que establezcamos con los estudiantes, podemos influir en la realización de los graduados y en la satisfacción que experimenten. Logramos esto cuando organizamos el plan de estudio, elegimos los profesores y dictamos clases en los salones de conferencias, laboratorios y salas de hospitales. Nuestros esfuerzos probablemente resultarían más eficaces si aprovecháramos más los motivos que impulsan al estudiante a la medicina y los lleva a seguir adelante después. ¿Hay alguna razón, tanto básica como clínica, para que la enseñanza no se imparta en un ambiente de enfermedad y sufrimientos humanos, de condiciones sociales relativas a la salud y de nuevos descubrimientos que representan promesas de soluciones? Estos son los puntos de contacto con los intereses de los estudiantes y los temas centrales en los cuales se puede estimular y ampliar el conocimiento. Es necesario que el estudiante experimente la sensación no sólo de que llena los requisitos de una sólida educación, sino de que avanza hacia sus propios objetivos al mismo tiempo que satisface sus aspiraciones.

A pesar de las crecientes presiones que existen para que enseñemos más ciencias, la lección que se desprende de un análisis del éxito en la medicina es que también debemos enseñar más humanidades y modificar la enseñanza de la ciencia, de modo tal que influya en el desarrollo del estudiante como persona. Es evidente a todas luces que las ciencias por sí mismas no pueden proporcionar todo el aliciente que requiere el éxito. De alguna forma es preciso combinar la ciencia con el sentido de humanidad, puesto que es la persona con sus intereses y actitudes particulares la que en última instancia determina cómo se aprovechará la ciencia y la tecnología y si ésta ha de caer o no en el olvido.

En general las escuelas de medicina parten de la base de que los estudiantes antes de iniciar sus estudios profesionales ya han adquirido un conocimiento adecuado en humanidades -sin embargo la experiencia nos demuestra lo contrario- se ha prestado muy poca atención a la manera en que esas materias pueden enseñarse dentro de una escuela de medicina, pero no creo que sea imposible. El problema reside en hallar la fórmula de hacerlo sin quebrantar demasiado la enseñanza actual, por una parte estimo que el estudiante de medicina necesitará también cierto tiempo libre para digerir lo que está aprendiendo en un significado más amplio. También necesita tiempo libre que puede dedicar a cursos de su elección o a participar en actividades culturales. Quizá si se hiciese un análisis del sistema de enseñanza actual, podría dividirse el material de cada curso en dos partes, una de las cuales representaría las necesidades mínimas de cada individuo y la otra, las necesidades mínimas de un interés particular. En las escuelas de medicina hay también lugar para la enseñanza de historia, problemas sociales, relaciones humanas, filosofía, ética, incluso literatura. Con la debida planificación esto podría también hacerse dentro de la esfera médica, manteniendo al mismo tiempo los valores correspondientes en un enfoque más amplio. Parte de todo esto puede aprenderse también por emulación.

El mayor obstáculo que probablemente se presenta en el desarrollo de esta naturaleza es la falta de preparación del profesor científico. Y como lo hemos anotado, cada materia de estudios, por muy científica que sea, representa una oportunidad de influir en las actitudes, personalidad y carácter del estudiante. Sin embargo son muy pocos los profesores que saben ver esta oportunidad y la aprovechan.

No puedo creer que la ciencia merezca tan elevada prioridad para que el humanismo y el altruismo deban eliminarse de las vidas de los estudiantes de medicina. Creo que el hecho de que los estudiantes de medicina no dediquen cierto tiempo a participar en las innumerables actividades culturales que ofrece la universidad moderna debe ser motivo de preocupación para los profesores. ¿Es realmente sólo una sombra que pasa cuando el sistema de exámenes se convierte en una batalla de ingenio y todo el proceso de educación se asemeja a la proverbial “carrera de locos”?, ¿estamos desviándonos hacia la situación en la que la enseñanza universitaria se convierte sólo en disciplina y sumisión y la educación en su verdadero sentido se obtenga clínicamente después de completarse los años de escuela?, ¿por qué no dar más oportunidades al desarrollo del estudiante como persona, a sus más amplios intereses y a su filosofía de la vida en relación con los tiempos?, ¿sería mucho pedir que se dedicaran algunas horas cada semana a fomentar las cualidades que permitan al estudiante ser un científico más eficaz y un mejor médico general?, ¿no podríamos modificar un poco la fórmula actual para inculcar en todos los principios más elevados al mismo tiempo que construimos laboratorios más grandes?

¿Usted que piensa…?

Aprobado: 24 de Marzo de 2017

*Autor para correspondencia: Samuel Karchmer K. Correo electrónico: s.karchmer@saludangeles.com

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons