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Tzintzun. Revista de estudios históricos

versión On-line ISSN 2007-963Xversión impresa ISSN 1870-719X

Tzintzun. Rev. estud. históricos  no.78 Michoacán jul./dic. 2023  Epub 14-Sep-2023

 

Notas

EN BUSCA DE LA MEMORIA DE LA NACIÓN: EL QUEHACER HISTORIOGRÁFICO DE ENRIQUE FLORESCANO MAYET, 1937-2023

Gerardo Sánchez Díaz1 

1Instituto de Investigaciones Históricas Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo


I

Nació el 8 de julio de 1937, en San Juan Coscomatepec, Veracruz. Falleció en la Ciudad de México el 6 de marzo de 2023. Después de haber cursado sus estudios de Bachillerato ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad Veracruzana en el año de 1956 y dos años después a la Escuela de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de esa misma Casa de Estudios. A partir de ese momento, Enrique Florescano se enfrentó al dilema por cual de esos caminos continuaría. Finalmente optó por dedicarse a los estudios históricos. Entre 1962 y 1964 cursó la Maestría en Historia Universal en El Colegio de México, y de 1965 a 1967 realizó estudios de doctorado en la École Practique des Hautes Etudes de la Universidad de París, en donde obtuvo el grado de Doctor en Historia el 21 de junio de 1967, con la tesis titulada Le prix du maïs au Mexico, 1708-1813, (Los precios del maíz en México, 1708-1813), ante un jurado integrado, entre otros, por los prestigiados historiadores Fernand Braudel, Pierre Vilar y Ruggiero Romano, cuyo rigor de análisis de los procesos históricos influiría en forma determinante en su carrera académica.

A partir de enero de 1968, Enrique Florescano se incorporó como profesor-investigador de tiempo completo al Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, en donde poco después se hizo cargo, junto con el Dr. Jean Meyer, de la coordinación del Seminario de Historia Económica y Social. Sobre esta etapa inicial de su amplia carrera académica, el historiador Héctor Aguilar Camín recuerda: "en un medio académico un tanto anticuario, donde el único flechador de empresas grandes parecía ser don Daniel Cosío Villegas, Florescano era todo ebullición de proyectos. Tenía el impulso de fundar cosas y el dominio personal de la innovación. Quería ventilar la casona, abrirla a otros mundos, moverla a la exploración de nuevos temas, nuevos métodos, nuevas obsesiones que implantar en la conciencia de los historiadores de México.

Sus colegas lo miraban con escándalo e ironía, sus alumnos con un interés natural por la juventud invitadora de su estilo. No bien asumió la dirección de la revista Historia Mexicana, que editaba el Centro de Estudios Históricos, puso a sus alumnos a escribir reseñas de libros que habían escrito los maestros e hizo debutar a varios, como autores ya hechos en aquel modesto templo meritocrático, a cuyas puertas tocaban por años historiadores maduros para que les aceptaran un artículo. Había en Florescano una confianza temeraria en las nuevas generaciones. No miraba hacia atrás en busca de las enseñanzas de la historia, sino hacia delante, en busca de los historiadores que habrían de cambiar nuestra manera de mirar y enseñar la historia. Quería sacar la historia del claustro y llevarla a la plaza pública, no en el sentido de vulgarizarla, sino de hacerla parte de la reflexión sobre el rumbo deseable del país.

Como ningún otro de sus contemporáneos, Florescano presintió el terremoto cultural que se licuaba en la clase media ilustrada y los centros de educación superior a fines de los años sesenta, aquella oleada de críticas que quería una cultura viva capaz de responder a las preguntas ásperas y perturbadoras de la realidad. Florescano percibió, como ninguno, las fracturas de su generación y las siguientes, con el establecimiento político y cultural del México posrevolucionario. Nadie fue más generoso y abierto al pulso de aquella revolución cultural silenciosa que corría por la conciencia pública como una herida abierta desde los días trágicos del 68".

II

Otro rasgo distintivo de la personalidad intelectual de Enrique Florescano es, sin duda, su disposición y talento para coordinar proyectos que han enriquecido el saber histórico y la cultura de este país. En opinión de Aguilar Camín, "Florescano ha sido desde sus primeros años, un gran organizador y animador de la cultura. Una cultura pensada para construir el país, cultura en el sentido de los valores que sustentan la vida profunda, la vitalidad renovada de una sociedad, no el inventario de las obras más o menos artísticas que lo adornan. Como organizador de la cultura, Florescano no confundió nunca independencia con antigobernismo, ni calidad con aislamiento y torres de marfil. Hubo siempre en él y queda intacta, la profunda fe en la cultura y las ideas como agentes civilizadores, y la fe en la educación, en particular la educación pública superior, como el lugar donde ha de pensarse en profundidad creativa el futuro de México.

Desde hace unos años, sus amigos lo hemos visto angustiarse y rebelarse una y otra vez por la pérdida creciente de tumbo y ambición intelectual de la universidad pública, por la burocratización de los claustros académicos que le quita sensibilidad y arrojo a sus comunidades intelectuales, por la reducción de los presupuestos destinados a la educación y la cultura que le roban impulso y centralidad a instituciones que fueron, en otro tiempo, rectoras del pensamiento y el desarrollo de México".

Otro eje del trabajo intelectual de Enrique Florescano tiene que ver con el desarrollo de grandes proyectos colectivos, que más adelante se convirtieron en colecciones de libros editados tanto por las instituciones académicas y culturales, como por algunas instancias gubernamentales. En este sentido, debemos resaltar la coordinación de la colección SepSetentas impulsada por la Secretaría de Educación Pública, que reunió más de 350 títulos, muchos de ellos derivados de tesis doctorales en diferentes campos de las Ciencias Sociales y las Humanidades. También, fueron relevantes las colecciones que fundó y dirigió sobre temas mexicanos en el Fondo de Cultura Económica y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, así como, en algunas editoriales no gubernamentales como Siglo XXI y Taurus. Una de sus preocupaciones fue sin duda el registro, estudio y difusión del patrimonio nacional, entendido en diversas vertientes como los recursos naturales, el patrimonio edificado, los testimonios arqueológicos, así como, diversos fenómenos naturales relacionados con la vida humana, además de las manifestaciones culturales. Siempre mantuvo un sentido crítico a lo que debería de ser publicado, insistía en que los textos deberían estar escritos en un lenguaje riguroso, pero a la vez entendible para los diversos componentes sociales. Como señala José Antonio Aguilar Rivera, "Como crítico Florescano siempre tuvo presente la importancia de que el conocimiento relevante fuera difundido a la sociedad. Por ello fue un gran cartógrafo de la inteligencia nacional: siempre estaba dibujando mapas delos distintos temas. Buscaba y reunía estudiosos: los obligaba a salir de sus estrechas disciplinas para dialogar con otros y pensar qué significaba lo que sabían para la sociedad en su conjunto. Lo hacía con una amplitud de espíritu y una inteligencia sin par.

La vocación civilizatoria que creó el peculiar ecosistema que habito Florescano sobrevivió el tránsito a la democracia en el 2000. Debe decirse que su concepción de la cultura y el conocimiento no estaba limitada a lo gubernamental. No era, nunca fue, un burócrata de estrechas miras como la casta miope que ahora nos gobierna. De ahí que entendiera el papel de la sociedad en su conjunto y forjara alianzas con las editoriales privadas. A Florescano lo que le importaba era que se publicaran libros importantes y necesarios: especializados, de divulgación y de texto"

Podemos decir que el doctorado en Francia y su incorporación al trabajo docente y de investigación en El Colegio de México, marcaron en forma definitiva su vida en dos directrices: la práctica del ejercicio del historiador y la creación de una nueva visión de la historia y en una nueva forma de enseñar la historia. Desde ese momento, Florescano ha sido en palabras de Aguilar Camín "Un maestro en la cátedra y en la investigación. También en el extraño arte de vincular la academia con el público, el público con la investigación, la investigación con proyectos editoriales, los proyectos editoriales con las finanzas que los hicieran posibles. Florescano ha dejado una huella fecunda en todos esos ámbitos porque ha tendido entre ellos, puentes convergentes de rigor intelectual, pasión por la reflexión pública y generosidad por abrir espacio a otros, un espacio de colaboración y de amistad, que envuelve y cimenta todo lo demás"

En este contexto, desde mi experiencia personal, puedo dar testimonio de lo antes aseverado desde aquella mañana del verano de 1977 cuando lo conocí en el Archivo Casa de Morelos. Yo buscaba información documental para mi tesis de licenciatura y Florescano guiaba a un grupo de sus estudiantes de instituciones de la Ciudad de México por el laberinto de las cifras de los registros de diezmos, guardados en ese repositorio documental y que años más tarde, darían lugar a varias tesis y a dos voluminosos tomos sobre Fuentes para el estudio de la agricultura colonial en la Diócesis de Michoacán. Desde entonces conocí de la disciplina en el trabajo que siempre trató de impulsar entre sus alumnos. Más tarde, en otras etapas de mi aprendizaje en esta profesión, me encontré nuevamente en el camino con Enrique Florescano y de ellas me he beneficiado de su generosidad y sus enseñanzas, sobre todo, cuando asistí a sus seminarios de maestría y doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. También cuando fungió como asesor de mi tesis de maestría y me invitó a participar con él en dos grandes proyectos relacionados con Michoacán: la reestructuración museográfica del Museo Michoacano y la hechura de la Historia General de Michoacán que, por encargo del Gobierno del Estado, coordinó entre 1985 y 1986. En este segundo proyecto me encomendó la coordinación del volumen correspondiente al siglo XIX, que constituyó un provechoso ejercicio de aprendizaje.

III

La obra historiográfica de Enrique Florescano se divide en dos grandes bloques. Las dos primeras décadas de su ejercicio profesional estuvieron dedicadas a investigar y promover la difusión de diversos aspectos de la historia económica, sobre todo, de aspectos relacionados a las estructuras agrarias y al desarrollo de la agricultura. En su primer libro, que se desprende de su tesis doctoral presentada en París, Precios del maíz y crisis agrícolas en México, 1708-1810, expresó: "Entre las muchas deudas que tienen pendientes los historiadores mexicanos con la historia de su país, figura el vasto capítulo de la historia agraria. Una preocupación obsesiva por los estruendos de la historia política, y más recientemente por diversos aspectos de la historia institucional, de la cultura y de las ideas, ha dejado de lado ese fragmento de la historia económica que tiene, sin embargo, una importancia capital para un país que por siglos ha sido señoreado por los problemas de la tierra".

Como parte de esa preocupación, en los siguientes años vinieron algunos libros en los que Florescano trató de encontrar una respuesta en perspectivas diferentes, a los problemas en torno a la historia agraria del país. Así, en 1971 dio a conocer un nuevo estudio sobre el Origen y desarrollo de los problemas agrarios en México, 1500-1821, "En esta obra indaga el origen y explica el desarrollo de los principales problemas agrarios que afectaron la historia de México por varios siglos. Los elementos básicos que fueron conformando los problemas agrarios de la época colonial son expuestos aquí en forma clara y sintética: propiedad de la tierra, fuerza de trabajo, capital invertido en la agricultura, crisis agrícolas, mercados, monopolios de la oferta de granos en las manos de los hacendados y latifundistas. Es decir, esta obra es un intento de relacionar la formación de los grandes latifundios con los otros elementos de la estructura agraria que condicionaron su desarrollo, con el fin de precisar sus características y comprender mejor los efectos que produjo esta institución sobre el campo y la ciudad. El último capítulo presenta los ataques que al final del virreinato se levantaron contra la gran propiedad latifundista y analiza la influencia que tuvo la crítica situación agraria en la división política que dio lugar al movimiento de independencia".

A este libro, que pronto alcanzó varias ediciones y fue punto de partida para nuevas investigaciones, emprendidas por historiadores, antropólogos, sociólogos y economistas, más tarde se sumaron otros en los que el eje de investigación se centró en los usos de la tierra, especialmente en aspectos relacionados con la historia de la agricultura y la ganadería, entre los que sobresalen dos volúmenes sobre Fuentes para la historia de la crisis agrícola de 1785-1786 y más adelante otro dedicado a las Fuentes para la historia de la crisis agrícola, 1809-1811, a los que años después se incorporó Fuentes para el estudio de la agricultura colonial en la Diócesis de Michoacán. Éste último, basado en las estadísticas de los documentos del pago de diezmos depositados en el Archivo de la Casa de Morelos.

Dentro del campo de la historia económica, entre 1972 y 1980, el trabajo académico de Enrique Florescano estuvo orientado a la coordinación y promoción editorial de obras colectivas en torno al desarrollo económico de México y de América Latina, mismas que fueron resultado de seminarios y congresos sobre esas temáticas. Entre otros sobresalen, por su impacto al conocimiento de la historia económica, los siguientes libros: Historia económica de América Latina. Situación y métodos, 1972; Historia económica de América Latina. Desarrollo, perspectivas y bibliografía, 1972; Haciendas, latifundios y plantaciones en América Latina, 1975; Controversia sobre la libertad de comercio en la Nueva España en colaboración con Fernando Castillo, 1975; Descripciones económicas regionales de Nueva España: Provincias del Norte, 1790-1814 y Descripciones económicas regionales de la Nueva España: Provincias del Centro, Sureste y Sur, 1766-1827, ambos en colaboración con Isabel Gil, 1976; Ensayos sobre el desarrollo económico de México y América Latina, 1979; Análisis histórico de las sequías en México, en colaboración con Jaime Sancho y Cervera; y Bibliografía sobre el desarrollo económico de México, 1500-1976, publicado en 1980.

Por otro lado, el trabajo de investigación y difusión del conocimiento histórico de Enrique Florescano también tuvo en esos años como preocupación, el estudio de las catástrofes que han afectado a la población mexicana a lo largo de su historia. Fruto del interés por esos temas fueron un conjunto de Ensayos sobre la historia de las epidemias en México, en colaboración con Elsa Malvido, editado en 1982 y su Breve historia de la sequía en México, publicada en 1995 en coautoría con Susan Swan, obra que por primera vez llamó la atención sobre la urgencia de promover estudios acerca de los fenómenos y perturbaciones meteorológicas que han afectado sensiblemente y en forma cíclica el territorio mexicano.

La segunda gran preocupación intelectual de Enrique Florescano ha sido el dar seguimiento a la evolución del conocimiento de la historia de México, haciendo énfasis en cuáles han sido los acontecimientos más estudiados, cuáles han sido las aportaciones a ese conocimiento y qué aspectos han sido descuidados en el ejercicio profesional de los historiadores. En ese campo sobresalen, por la novedad con que fueron hechas las revisiones, libros El nuevo pasado mexicano, 1991; Tiempo, espacio y memoria histórica entre los Mayas, 1992; La historia y el historiador, 1997 y Para qué estudiar y enseñar la historia, éste último dedicado a plantear los problemas fundamentales del saber histórico a los profesores de enseñanza media y que se editó con un tiraje de cien mil ejemplares, que pocos libros sobre la materia han alcanzado en México.

Otra área de interés de la investigación histórica en la obra de Florescano, es la referente al estudio de los mitos mesoamericanos, a partir de la tesis de que los mismos han sido el germen de la memoria histórica de los pueblos. Sobresalen en esta línea: El mito de Quetzalcóatl, publicado en 1993; Mitos mexicanos, 1995 y Quetzalcóatl y los mitos fundadores de Mesoamérica, 2004; este último presenta una nueva interpretación de los mitos fundadores de Mesoamérica y de sus orígenes y sostiene como tesis central que el mito de la creación del Quinto Sol, el mito del reino maravilloso de Tollan y del gobernante sabio representado por Quetzalcóatl, nacieron en Teotihuacan a comienzos de la era actual y no en Tula, como se había establecido en los estudios anteriores relacionados con el tema.

En los últimos años, la principal preocupación historiográfica de Enrique Florescano, fue sin duda, el afán de desentrañar, comprender y hacer comprender a los demás, los elementos de la identidad acumulados en la memoria colectiva de diversas generaciones que con sus acciones han contribuido a la formación de la nación mexicana, sus instituciones y sus símbolos. Esta línea se inicia con la publicación, en 1987, de Memoria Mexicana, que se compone por "un recorrido crítico por la historia, que va desde los más remotos testimonios gráficos de las culturas mesoamericanas, hasta el arranque del movimiento por la independencia: seguir el rastro de las distintas imágenes históricas plasmadas por multitud de sociedades e individuos, e interrogarlas para obtener no un perfil único y definitivo, sino el cuadro del proceso de desarrollo y conformación de la nación. La obra representa un esfuerzo historiográfico notable y original no tanto por las dimensiones de su objeto de estudio, como porque plantea un enfoque novedoso y presenta una visión integral del pasado mexicano".

Más adelante, movido por una nueva inquietud, escribió Etnia, Estado y Nación. Ensayos sobre las identidades colectivas de México, que surge a partir del impacto que causó la rebelión indígena de Chiapas. De inicio, el propio Florescano declara que: "Este libro es una obra de la perplejidad. Cuando el movimiento zapatista conmocionó al país en enero de 1994, la pregunta que se me vino encima fue esta ¿Por qué después de nuestro largo conocimiento del problema indígena, otra vez estalla la rebelión en la tierra poblada por los campesinos mayas? Mis dudas acerca de nuestro supuesto conocimiento de la realidad indígena se multiplicaron al leer los artículos y declaraciones que negaban la participación de los propios indígenas en el estallido de esta rebelión, o los que celebraban el advenimiento de la revolución neo zapatista, y aducían a su favor los argumentos más inverosímiles. Advertí que, si bien los políticos de diversos partidos ignoraban la realidad agobiante de los grupos indígenas, no era menos cierto que los antropólogos e historiadores incurrían, salvo notables excepciones, en interpretaciones desafortunadas del proceso que condujo a la situación actual. Decidí entonces revisar las relaciones que desde los orígenes de nuestra historia ligaron el destino del país con las poblaciones autóctonas".

De esa forma, Estado, Etnia y Nación, resultó ser una reflexión extensa y profunda sobre la conformación de la identidad mexicana, "ese lazo mítico que une a los mexicanos" y que en realidad no es sino una idea vaga y fragmentada de la trayectoria política llena de diversas manifestaciones culturales construidas por los pueblos indígenas a lo largo de su historia y su relación con elementos similares producidos por otros sectores de la sociedad mexicana. La perspectiva historiográfica trazada en las dos obras anteriores tuvo continuación en Memoria indígena, en la que Florescano sostiene la tesis de que "el pasado, antes de que conocimiento especulativo acerca del desarrollo de los seres humanos, fue la memoria práctica de lo vivido y lo heredado aplicada a la sobrevivencia del grupo. Sobrevivir fue durante siglos la meta singular de los seres humanos. En los albores de la vida humana, la tarea más urgente fue satisfacer las necesidades que aseguraban la existencia colectiva. De esa dura experiencia vital nacieron las artes dedicadas a recolectar la memoria del grupo, los procedimientos para almacenarla en medios perdurables y los artefactos para heredarla a las generaciones futuras.

Cada vez que un grupo construyó una base social estable, banda, tribu, cacicazgo, reino, estado, nació el apremio de darle continuidad. La función inicial de la memoria fue afirmar la identidad del grupo y asegurar su continuidad". Estos han sido los elementos, que según el autor, han dado lugar a los engranajes constructores de la herencia del saber histórico de los mexicanos de todos los tiempos y el seguimiento de los modelos de construcción de ese discurso histórico transmitido de una generación a otra, ha quedado plasmado en una obra reciente editada con el título de Historia de las historias de la nación mexicana, que presenta un panorama de las diversas visiones con las cuales se han elaborado los libros que han servido para la difusión y la enseñanza de la historia de México, unas veces para ayudar a legitimar modelos políticos y otras para afianzar la identidad nacional.

De esta forma, el trabajo historiográfico y la creatividad intelectual de Enrique Florescano estuvo comprometido con una profunda visión social de la historia y que propuso como modelo para quienes aspiren a serlo en los medios académicos de nuestro país. Así lo expresa, en la declaración contenida en su ensayo De la memoria del poder a la historia como explicación, en la que sostiene que es imprescindible, "organizar científicamente el trabajo del historiador quiere decir, dominar el sistema productivo que lo hace posible, asimilar todos los procesos y adecuarlos a un ejercicio crítico, coherente y estratégico en la actividad científica. La condición de una conciencia social más clara del para qué de la historia implica, tanto el dominio de los procedimientos científicos, como las condiciones sociales en que se realiza la producción científica. Politizar la investigación a través de la participación representativa y democrática de quienes la realizan es, pues, un requisito indispensable para el desarrollo de una ciencia social verdaderamente integrada a la pluralidad social que la produce".

Culmina esta vertiente de la obra historiográfica de Florescano relativa a cómo se gestaron y desenvolvieron las visiones utilitarias de la historia, como instrumentos constructivos de la identidad nacional, con la publicación de dos libros fundamentales: La bandera mexicana. Breve historia de su formación y simbolismo, en la que afirma que: "La bandera mexicana se distingue de otros emblemas porque en su factura confluyen tres tradiciones: la indígena, la herencia religiosa colonial y la tradición liberal que propuso fundar estados autónomos y soberanos. Contra la idea de una posición indígena inerte este libro muestra que en la época colonial y en las primeras décadas del siglo XIX los grupos indígenas y mestizos defendieron tenazmente sus símbolos de identidad y mantuvieron un dialogo horizontal con los legados procedentes de Europa. Asimismo, esta historia de la bandera mexicana constata que los símbolos visuales siempre han sido los transmisores más eficaces de mensajes políticos y culturales de la sociedad".

A esa primera versión de la Historia de la bandera, se sumaron otras que culminaron en los estudios acompañados de una amplia iconografía contenidos en la obra monumental Símbolos patrios. La Bandera y el Escudo Nacional, en colaboración con el historiador Moisés Guzmán, que constituye una amplia visión histórica que actualiza y enriquece el conocimiento acerca de los dos elementos fundamentales de la identidad nacional mexicana. De esa obra se derivó después un libro Historia de la bandera mexicana 1325- 2019, también en coautoría con Moisés Guzmán, en el que de entrada se afirma que, "Contar la historia de la bandera mexicana implica recorrer un largo proceso de choque y fusión de símbolos de identidad. Desde los orígenes prehispánicos del escudo nacional, pasando por la prohibición y triunfo del emblema indígena durante el virreinato, la Independencia y la adopción de los colores de la bandera del Ejército Trigarante, la unificación de los símbolos patrios en el Porfiriato, los avatares de la bandera y el escudo durante la Revolución, hasta llegar al establecimiento del Día de la Bandera y la más reciente legislación sobre las características y el uso del escudo, la bandera y el himno. Este libro cuenta esa historia de cambios y permanencia de forma erudita como entrañable".

La visión de la bandera y los símbolos que se entretejen en la en la unidad nacional, se complementa con la obra Imágenes de la Patria, publicada por Florescano en 2005, conformada por el análisis del discurso y la iconografía que los imaginarios en tiempo largo, de la época prehispánica al siglo XX conformaron la identificación de los pobladores con lo que hoy constituye el territorio nacional.

Por otro lado, en forma paralela, en las últimas dos décadas el trabajo intelectual de Florescano estuvo orientado a profundizar en los orígenes de la nación mexicana en las raíces del ejercicio del poder político y religioso en los pueblos mesoamericanos. Primero en su monumental libro Los orígenes del poder en Mesoamérica, publicado en 2005 y después en ¿Cómo se hace un dios? Creación y recreación de los dioses en Mesoamérica, editado en 2016 y más adelante en Dioses y héroes del México antiguo, 2020, que en conjunto constituyen un recorrido por los cimientos de la identidad nacional a través de las creencias políticas y religiosas como una forma de entender y explicar la forma en la que la memoria ancestral del pueblo mexicano ha estado sujeta a cambios y permanencia en un continuo proceso de renovación.

Durante las últimas cuatro décadas, el Dr. Enrique Florescano mantuvo una permanente vinculación con la comunidad de historiadores de la Universidad Michoacana, a través de la impartición de conferencias, seminarios, como sinodal en exámenes recepcionales, presentaciones de libros y desarrollo de proyectos colectivos. Esos vínculos se dieron fundamentalmente con el Instituto de Investigaciones Históricas y en algunas ocasiones con la Facultad de Historia. Personalmente puedo dar testimonio de cómo se generaron y mantuvieron esos vínculos. Durante mis estudios de maestría asistí al seminario que Florescano impartía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y fungió como mi asesor de tesis.

Poco después de que fue nombrado director del Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Dr. Enrique Florescano me invitó a colaborar en dos proyectos que él mismo coordinó: la renovación museográfica del Museo Regional Michoacano y la publicación de la Historia General de Michoacán. En ambos proyectos colectivos, mi trabajo se centró en el siglo XIX. Después, me invitó a participar en el proyecto que dio origen al libro El juguete michoacano, publicado en 2006 por la Editorial Taurus en colaboración con el Gobierno del Estado de Michoacán, que, a su vez, estuvo asociado a una feria artesanal y una exposición sobre el mismo tema. Años después, en forma conjunta ambos coordinamos un proyecto colectivo en el que participamos historiadores, antropólogos y biólogos en diversas especialidades, que dio origen al libro El pescado blanco en la historia, la ciencia y la cultura michoacana, editado en 2018.

En reconocimiento a su trayectoria como estudioso del pasado mexicano y su colaboración con la Universidad Michoacana, en junio de 2004 el Consejo Universitario le confirió la distinción del Doctorado Honoris Causa, bajo las siguientes consideraciones: "Por su destacada trayectoria académica por varias décadas en la docencia y la investigación histórica, el gran reconocimiento que a nivel nacional e internacional ha merecido su obra y su pensamiento, su amplia, rigurosa y creativa labor teórica, expuesta en aproximadamente 300 publicaciones entre libros y ensayos acerca de la historia económica, social y la historiografía mexicana, por su labor editorial cuya congruencia y convicción teórica ideológica y moral siempre ha estado a la par con su compromiso irrebatible en favor de la racionalidad y la actitud crítica en contra de todo dogmatismo y su continua defensa de las universidades públicas de nuestro país". Dicha distinción le fue entregada junto a los notables historiadores Friedrich Katz y David A. Brading y en 2018 por acuerdo del Consejo Técnico se impuso su nombre al auditorio del Instituto de Investigaciones Históricas.

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