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Tzintzun. Revista de estudios históricos

versión On-line ISSN 2007-963Xversión impresa ISSN 1870-719X

Tzintzun. Rev. estud. históricos  no.73 Michoacán ene./jun. 2021  Epub 21-Mayo-2021

 

Reseñas

CLAYFIELD, Anna, The Guerrilla Legacy of the Cuban Revolution

Enrique Camacho Navarro1 

1Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe Universidad Nacional Autónoma de México

CLAYFIELD, Anna. The Guerrilla Legacy of the Cuban Revolution. 2019. University of Florida, Gainesville: 218p.


Muy a pesar de la marcha de los años, la Revolución cubana mantiene una presencia significativa en el pensamiento político del ya avanzado siglo XXI. Luego de 61 años del triunfo revolucionario, así como más de tres de que falleció Fidel Castro, su líder histórico, la atención en torno a ese proceso impulsa hacia la existencia de nuevas propuestas cognoscitivas. Tal es el caso que se refleja a través de la reciente aparición del libro que aquí se inspecciona, obra de Anna Clayfield, especialista en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos de la Universidad de Chester, Inglaterra, así como egresada doctoral en esa área profesional por parte de la University of Nottingham, donde realizó sus estudios entre 2010 y 2013.

Desde el primer momento en que los lectores tenemos el libro en nuestras manos, es decir, al tener contacto visual con su atractiva portada, se hace factible la realización de reflexiones diversas. Gracias a la ilustración que se inserta en la carátula, puede sostenerse que Clayfield lanza un mensaje inicial sobre la temática que atiende en su obra. Allí, en literal referencia al legado guerrillero de la revolución en Cuba, el título se superpone a una imagen fotográfica —usada como telón de fondo— en la cual aparece parte de una casa con un techo construido a partir de tejas. La fotografía captura una pared blanca, en la cual se pintaron algunos coloridos dibujos. Luego del espacio ocupado por una banqueta, se supone que frente al muro hay una calle, sobre la cual circulan dos jóvenes montados en una bicicleta. Uno de ellos, un niño de aproximadamente once o doce años, y el otro, un joven que podría rondar entre los dieciocho de edad. Sobre la imagen en la pared, de manera particular se puede decir que el conjunto se aprecia deteriorado, con pintura descascarada. Pese a ello, es posible ver que se representa un elemento simbólico plenamente reconocible, como lo es una bandera. También aparece una especie de escudo en el cual se presentan tres bustos de personas, y algunas palabras o letras, todos ya difícilmente perceptibles debido a lo desgastado del inmueble. Esa es la recepción preliminar que los lectores tenemos del trabajo editorial desarrollado en The Guerrilla Legacy of the Cuban Revolution.

Sin que exista una referencia sobre la autoría de la imagen fotográfica usada en la portada, en ella se integran piezas ligadas con el simbolismo que se manifiesta a lo largo y dentro del proceso revolucionario cubano. Los elementos que allí se capturan, como la bandera, el escudo, y la propia gestualidad de los muchachos retratados, son parte de, iconológicamente hablando, una intencionalidad proveniente de la autora; o, en dado caso, del fotógrafo, quien actúa como intérprete de los intereses de Clayfield o de sus editores.

Al interior del libro, en las palabras iniciales de la autora se manifiesta una inmediata ubicación temporal. Se destaca el hecho de que, casi al haberse cumplido el 60 aniversario del triunfo revolucionario, la dirigencia revolucionaria fue ocupada por una persona distinta a los hermanos Castro Ruz. La llegada a la presidencia por parte de Miguel Díaz-Canel Bermúdez, sin que este haya pertenecido a aquella “generación histórica” que peleó en la Sierra Maestra durante el periodo de 1956 a 1959, se define como acto que rompe la continuidad, al menos al frente del poder, de la presencia de la progenie guerrillera que dominó la vida política cubana, con Fidel situado en un primer orden jerárquico durante décadas. Clayfield se preocupa por destacar que al tomar el mando Díaz-Canel, de quien señala que mantuvo previamente una pertenencia y lealtad de 35 años al sistema castrista, el nuevo gobernante se ubicó discursivamente como leal continuador del perfil socialista de la Revolución cubana; declarando que su presencia no se aleja de la idea de mantener al socialismo como vía para alcanzar la soberanía nacional.

Con cuidadoso énfasis, en la obra se refiere la edad de Díaz-Canel Bermúdez, quien contaba con 57 años cuando fue nombrado presidente de Cuba (el 19 de abril de 2018). Así, nacido el 20 de abril de 1960, se señala que su caso es —entonces— el de un político formado después del triunfo de la revolución. El hecho de no ser un integrante de la estirpe que luchó en la etapa previa al triunfo castrista es un aspecto que ronda en la propuesta que, a lo largo de su libro, desarrolla Clayfield. Para ella, el nuevo mandatario representa un cambio, pese a su discurso de continuidad política, logrando con éxito llamar la atención en ese sentido.

Aun cuando en el libro no se incluyen imágenes fotográficas de la toma presidencial, la autora, mediante un ejercicio de écfrasis, con la acotación a ese evento, hace patente la diferencia iconográfica que se refleja entre Raúl Castro y Díaz-Canel; contraste que se destaca al resaltar la edad de ambos, con una diferencia de décadas, y que se enfatiza al aludir el caso de su vestimenta. El atuendo del nuevo presidente cubano no es definido a partir de su gusto personal (es decir, no podría vestir el uniforme militar aun cuando él mismo hubiese querido ataviarse con el verde olivo), sino que responde a una tendencia simbólica que se originó desde la etapa insurreccional del castrismo. Díaz-Canel no viste el uniforme verde olivo de tipo militar que Fidel usó durante años y años; y que Raúl y sus antiguos compañeros de armas, que continúan con vida, todavía visten. Su imagen —la de Díaz-Canel— no cuenta con aquel distintivo que se otorga a quienes participaron en la lucha insurreccional contra Fulgencio Batista, aun cuando estos no hayan seguido una formación militar, institucionalmente hablando. En efecto, el señalamiento de Anna Clayfield es acertado, la vestimenta de Díaz-Canel contrasta con la que corresponde al estereotípico guerrillero; y en ese tenor, más que como imagen continuadora, también puede “leerse” como posible imagen de ruptura.

Cuando Fidel Castro dejó el mando político a su hermano Raúl, en 2008, la visión militarizada que se asignó al régimen revolucionario por parte de políticos y estudiosos, precisamente a raíz de la vestimenta guerrillera, no sufrió alteración alguna. Su transformación sí sería expresada con la cesión de la presidencia a Díaz-Canel. La alternancia política entre los hermanos Castro se llevó a cabo con una vestimenta evocadora de la lucha en Sierra Maestra; atmósfera que, dicho sea de paso, fue aprovechada como contraparte por el anticastrismo para impugnar el relevo sucedido entre Fidel y Raúl, acusándolos de autoritarios y dictatoriales. Se buscó en la ropa de campaña guerrillera una identificación con la historia negra de algunos gobiernos militares latinoamericanos.

La lectura del libro hace pensar en una actitud de moderación por parte de su autora, ya que distingue al castrismo como un régimen que no puede ser mirado como cualquier dictadura del continente; señalando la existencia de quienes sí hacen una comparación mecánica. Su propuesta sostiene que el uniforme verde olivo, que supone la pertenencia a una fuerza militar, no tiene el mismo significado que el representado por las dictaduras convencionales latinoamericanas, aun cuando se le haya dado una imagen de autoritarismo a ultranza y de presencia coercitiva al proceso político en Cuba. Por el contrario, el liderazgo de los revolucionarios cubanos se ha consolidado a partir de una legitimidad popular, para Clayfield precisamente alcanzada por esa vinculación con la lucha guerrillera que permitió al castrismo llegar al poder.

Cabe señalar que, cuando en la obra se delinea esa modificación en torno a la indumentaria, la escritora utiliza tal referencia como preámbulo para señalar cuál es su objetivo. A saber, presentar su interpretación sobre la fortaleza que tuvo el simbolismo expresado alrededor del verde olivo, relacionando a este con la presencia de la guerrilla, y en referencia directa del color con la tenacidad de los guerrilleros quienes la impulsaron y sostuvieron (aunque hayan muerto en el proceso). Se resalta la permanencia del uso de la vestimenta verde olivo como elemento que definió la consolidación del sector político que ha tenido en sus manos las prerrogativas para manejar el gobierno en Cuba por más de seis décadas.

Las circunstancias en que se desarrolló el movimiento opositor a Batista generaron ciertas condiciones que, a final de cuentas, y probablemente sin que hubiese habido una conciencia plena de lo que resultarían, encaminaron hacia la creación de una serie de valores y hechos que consolidarían, y dieron legitimidad, al proyecto revolucionario. Se creó una nueva fórmula de cultura política, en la cual la esencia guerrillera jugó un papel fundamental. Así, para la autora, la propuesta de su libro apuesta a sostener que el legado guerrillero de la Revolución se constituyó en componente fundamental del proceso político cubano.

Desde esa perspectiva, puede decirse que la figura del guerrillero impactó en la cultura política y, por lo tanto, remitiría a los cubanos a adquirir un sentimiento de respeto hacia la historia, hacia tales antecedentes históricos. Así, se daría significación a la misión que sería definida por el castrismo: persistir en la lucha patriótica secular. Mantener el color verde olivo en la mente de los individuos adquirió significado al fomentar una firmeza ante la empresa revolucionaria. Darle peso y continuidad a la figura del guerrillero, fuese mediante la figura de Fidel, fuese a través de otras personalidades, como fue el exitosísimo caso del Che “kordiano”, o hasta la innumerable cantidad de militantes del Ejército Rebelde, se convirtió en una tarea necesaria para mantener el sentido de la permanente batalla por la independencia a lo largo de la historia de Cuba. De esa manera puede pensarse en que el liderazgo castrista se mostraría, y sería considerado en el imaginario social, como parte de una fuerza dinámica, siempre en lucha, actuando sin descanso alguno, día tras día, para salvaguardar la vigencia del proyecto revolucionario.

Una empresa más que contempla Clayfield es la de mostrar que el discurso político revolucionario practicó una exaltación sagaz de la amalgama entre los combatientes castristas y los luchadores de la época martiana. Fue una función que para el gobierno de la revolución triunfante del 59 era necesario advertir. El caso del luchador mambí Antonio Maceo es observado de manera particular en el libro, destacando el paralelismo que se manifestó desde la perspectiva oficialista entre esa destacada y ejemplar figura de la lucha contra la monarquía española, quien murió a fines de 1896, y el Che Guevara, con su lucha antibatistiana. La glorificación de los héroes posibilitaría el que los propios cubanos encontraran en el combate contra el tirano Batista una idea de que era necesaria la etapa de resistencia que —en su momento— correspondía seguir al lado de Fidel. De esa forma se perseguía finiquitar la larga lucha iniciada por José Martí ante el poderío imperial español, batalla misma que se frustró con la intervención estadounidense en la lucha por la independencia.

Anna Clayfield propone que se atienda la herencia guerrillera de la revolución como componente medular de la cultura política cubana. La historia y la tradición revolucionaria han sido consideradas como elementos constitutivos de una cultura política en la isla. Sin embargo, la estudiosa sugiere explorar la esencia del guerrillero como elemento sustancial de dicha cultura, elemento que no ha sido trabajado suficientemente, como también sostiene la autora.

La obra destaca la importancia de los elementos simbólicos que impactaron en la creencia y los valores que fueron promovidos para fomentar unas respuestas ciudadanas que fuesen favorables al proyecto revolucionario. Por tal motivo, alude a lo visual como uno de los aspectos que explican el trabajo, y lo cual se ve reflejado en la portada que ya bosquejé al empezar esta reseña, así como en unas pocas imágenes más que se incluyen dentro de la edición (apenas 8 figuras, ubicadas entre las páginas 65 y 70). Indudablemente, con atender el caso de las imágenes se puede respaldar la propuesta planteada en el libro que se reseña. Sin embargo, la autora no se apoya en las de tipo visual, sino en las imágenes creadas dentro de las expresiones textuales, las escritas. La investigación es sustentada de manera categórica a partir del análisis del discurso textual, siendo su base documental la constituida por materiales que reflejan la opinión institucional hacia el legado guerrillero. Los discursos de Fidel y Raúl Castro, los testimonios del Che, así como múltiples interpretaciones hacia los escritos elaborados por estas figuras, son la parte medular del estudio de Clayfield. A ellos se suma el seguimiento y análisis de textos publicados en Granma, Verde Olivo, además de los difundidos en una historiografía que emanó indiscutiblemente de una visión oficialista, como lo ejemplifica la activa presencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) dentro del aparato editorial de ese tipo de literatura.

Abro un espacio para ofrecer, al menos, un par de valoraciones particulares sobre la obra. Una tiene que ver con el caso de Verde Olivo, fuente hemerográfica que la autora utiliza de manera constante. El asunto es que su atención se centra en publicaciones de esa firma editorial, pero no se aprecia en todo el caudal documental que se produjo en la revista Verde Olivo. La referencia que se hace de artículos allí existentes comienza con textos de 1970, cuando en la publicación hay vestigios muy importantes para el trabajo de Clayfield que fueron editados desde 1959, el propio año cuando se fundó la revista bajo la dirección de Raúl Castro, y con una notable participación del Che. Para respaldar este comentario, cabe mencionar la investigación del Mtro. Andoni Rodríguez Vázquez, intitulado: La construcción del combatiente cubano, vista a través de ‘Verde Olivo’, 1959- 1962,1 trabajo clave en el tratamiento particular de esa valiosa fuente documental. Incluir una revisión de los primeros números de aquella revista, mucho hubiese apoyado las premisas sostenidas en este libro que se reseña. Otra observación es la vinculada a una referencia que Clayfield hace en su página 144 sobre la revista Bohemia. Ella menciona un artículo editado en el número del 1° de enero de 1999, conmemorativo del 40 aniversario de la Revolución. Sin embargo, en realidad se trata de una propaganda —y no de un escrito interpretativo o ensayo— en la que la cubana Editorial Política se suma al acto celebratorio del triunfo castrista. Al final de cuentas, la tesis de la autora se mantiene firme. Sin embargo, el origen de sus referencias queda en tela de juicio.

Para ofrecer un resumen de la estructura del libro, aquí una mención de sus partes. El capitulado de la obra inicia con una presentación somera de la lucha armada, a partir del ataque al cuartel Moncada (julio de 1953), incluido en el capítulo 1. En el apartado 2, el análisis discursivo se centra en el periodo 1959–1968, atendiendo la retórica castrista que impone a la guerrilla como la táctica fundamental para alcanzar el poder y mantenerse en él desde aquel primer año. Los siguientes capítulos, 3 y 4, abarcan temporalmente una década, las de 1970 y 1980, respectivamente, mostrando que durante todos esos años se mantuvo el discurso apologético sobre la importancia del heroísmo guerrillero como explicación del triunfo revolucionario, así como estímulo para continuar la lucha contra el asedio imperialista. De manera particular, en la cuarta sección se destaca que, si bien se mantuvo una loa hacia la figura guerrillera, la atención prioritaria puso su mirada en la importancia de mantener un marco referencial socialista por encima de todo. En el capítulo 5, se dedica la autora a mostrar que, en los noventas, con el denominado “Periodo Especial en Tiempos de Paz”, el manejo de la retórica del “guerrillerismo” se fortalece de nueva cuenta. La experiencia vivida en esa dramática fase hace volver al rito del ideal guerrillero. Su uso sirve como intento de reanimar a la población cubana para enfrentar el colapso político y económico que resultó de la caída de la Unión Soviética. En el último apartado, el 6, el legado del ideal guerrillero se estudió entre los dos años previos a la llegada institucional de Raúl Castro al poder (que fue en 2008), y hasta el 2018, al dar la estafeta política a Díaz- Canel en el cargo presidencial.

Cerrando su texto, Clayfield adopta como lógico, habiéndose mantenido durante seis décadas la presencia de combatientes guerrilleros en la cúpula del poder político, que el gobierno revolucionario cubano haya impulsado la creación y mantenimiento de dicho estereotipo. Sin embargo, al destacar que el número de los guerrilleros que sobreviven en la vida política activa son muy pocos, la autora se pregunta qué hará Díaz-Canel —u otros políticos que nacieron luego de 1959— para legitimar su presencia en los círculos del poder. Parte de su propia respuesta aparece en las conclusiones del texto, donde señala que Díaz-Canel ya enfrenta las dificultades generadas dentro de la sociedad, en particular por los jóvenes cubanos quienes no sienten cubiertas aquellas expectativas que fueron aguijoneadas por el conjunto de reformas del periodo de gobierno de Raúl Castro. Pero una mayor contundencia de su parecer puede identificarse en la portada del libro, de la cual no hace mención informativa alguna en ninguna parte de la edición. No obstante, su simple existencia posibilita la siguiente lectura iconológica.

La imagen del escudo, acompañada por el lábaro patrio que pareciera darle legitimidad nacional, es la representación del emblema de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) de Cuba. Se trata de un símbolo creado en 1962. Contiene los perfiles de Julio Antonio Mella (1903-1929), Camilo Cienfuegos (1932-1959) y de Ernesto Che Guevara (1928-1967), habiendo sido adicionado este último en octubre de 1967, luego de su muerte en Bolivia. Es una de las 8 figuras que se incluyen en el libro, pero al interior el escudo sí es reproducido con una alta resolución. Encima de los rostros se ubican las palabras “Estudio”, “Trabajo” y “Fusil”, mismas que añadió Virgilio Martínez, creador del diseño.2

La reproducción de calidad que se hace del escudo contrasta con la imagen que se aprecia en la portada. En esta, las condiciones de la pared (por el paso del tiempo, las condiciones climáticas, la falta de mantenimiento del inmueble, entre los motivos del deterioro), se manifiestan como pistas con las cuales seguir la intencionalidad para poner esta iconografía como primera pieza ante los posibles lectores del libro. El mensaje, y respuesta a la pregunta que se hizo Anna Clayfield, es el de emitir una opinión de que los símbolos del “guerrillerismo” están sumamente “gastados”, en decadencia, sin la fortaleza de antaño. Los jóvenes montados en la bicicleta buscan un camino en el cual la presencia de los símbolos ya no tiene importancia alguna. Sus metas están circunscritas a otras necesidades e ideales. Por lo tanto, los nuevos gobernantes, al no contar con el respaldo ideológico del “verde olivo”, no podrán mantenerse como legítimos herederos del compromiso y proyecto revolucionario. Así, la autora pareciera que entiende el futuro de Díaz-Canel —y sus sucesores en el puesto— como un porvenir político nada halagüeño.

1RODRÍGUEZ VÁZQUEZ, Andoni, La construcción del combatiente cubano, vista a través de ‘Verde Olivo’, 1959- 1962 [Tesis de Maestría en Estudios Latinoamericanos], México, Universidad Nacional Autónoma de México, División de Estudios de Posgrado, 2018.

2MORALES AGÜERO, Juan, “Biografía del emblema de la Unión de Jóvenes Comunistas”, Juventud rebelde. Diario de la juventud cubana, 2 de abril de 2010. En https://www.juventudrebelde.cu/cuba/2010-04-02/biografia-del-emblema-de-la-union-de-jovenes-comunistas [Consultado el 10.02.2020].

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