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Tzintzun. Revista de estudios históricos

versión On-line ISSN 2007-963Xversión impresa ISSN 1870-719X

Tzintzun. Rev. estud. históricos  no.67 Michoacán ene./jun. 2018  Epub 17-Mar-2020

 

Entrevistas

El presente y el futuro de los estudios chicanos. Entrevista a Louis Mendoza, director de la School of Humanities, Arts and Cultural Studies en la Universidad Estatal de Arizona.

J. Ricardo Aguilar González1 

1Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo


Introducción

La vitalidad de los estudios chicanos se nutre de la necesidad de los chi­canos o xicanos de colmar los espacios de expresión y de comunicación que les han sido negados históricamente, tanto en los Estados Unidos de Norteamérica (EUN) como en los países —mayoritariamente hispanoha­blantes— donde se encuentra su origen familiar. Esto —una perspectiva que se vuelve indispensable exhibir en el actual ambiente político, en el cual campea el discurso que hace apología de la supremacía racial— lo hizo evidente Louis Mendoza, actual director de la School of Humanities, Arts and Cultural Studies de la Universidad Estatal de Arizona, en la entrevista que me concedió en su visita a la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, el 18 de diciembre 2014, al concluir su conferencia In their own words: inmigration, latinoization, and the changing geography of the United States 1 en el Instituto de Investigaciones Históricas.

Una de las cuestiones centrales que Mendoza acertó es la enorme distan­cia que existe entre el discurso oficial norteamericano respecto a la composi­ción étnica de los EUN y lo que la evidencia demográfica enseña: en resumen, en el curso de los siguientes 50 años los EUN pasarán a convertirse en un país habitado por una mayoría de origen hispano; muy a pesar de esta perspecti­va, el mito de un origen sajón-anglófono de los EUN como nación olvida los tres siglos de ocupación hispánica y los dos de ocupación francesa —sin men­cionar los 1 500 años de vida sedentaria de los indígenas americanos sobre ese territorio o los 15 000 de los diversos grupos trashumantes que migraban anualmente por este mismo espacio de forma estacional.

Y esta realidad es evidente también en la historia política, literaria y cul­tural de los EUN. De acuerdo con el examen sobre la presencia de los hispano­hablantes en los EUN hecha por Vicki Ruiz —ella los refiere como latino(s)—, 2 estos han sido una representación constante, una fuerza actuante con gran influencia, tanto en la política norteamericana como en la de sus países de ori­gen. Su recuento está plagado de notables biografías y obras escritas que, antes de la creación de los centros universitarios de estudio de la cultura chicana, habían pasado inadvertidos en la gran literatura y que ella organiza en torno de tres fechas con un significado preciso para los hispanohablantes y para la política de los EUN: 1848 y el Tratado de Guadalupe —en donde México acor­dó “ceder” lo que hoy son los estados de California, Arizona, Nevada, Nuevo México, Wyoming y parte de Colorado a cambio de 15 millones de dólares de indemnización por los daños ocasionados por la guerra en el territorio mexi­cano—, 1898 y la Guerra de los EUN contra España, en la cual se disputó la posesión de Cuba y 1948, año en que los latinos se organizan para demandar el acceso a puestos públicos y en contra de la explotación laboral, el racismo y la segregación escolar, y en el que el Congreso de Pueblos de Habla Hispana tendrá un gran protagonismo.

En 1848, los residentes —de 75 000 a 80 000— de los territorios “cedi­dos” se convirtieron en ciudadanos de segunda clase, a quienes se les negó su derecho a poseer tierras, el acceso a la justicia y a títulos nobiliarios. Las condiciones sociales de toda una generación cambiaron para lo peor, de esto da muestra la obra de María Amparo Ruiz de Burton —la primer escritora hispano-mexicana del suroeste de Norteamérica— The Squatter and the Don. 3

El año de 1898 fue el de las guerras contra España y de la ocupación de las Filipinas, lo cual significó el exilio de los independentistas cubanos y puerto­rriqueños. Quizá ninguna biografía como la del oriundo de La Habana, José Martí, nos muestre de mejor manera los devenires de este periodo y de las relaciones de los EUN con América Latina. Este escritor —poseedor de una abundante y generosa obra, no abarcable en un escrito como el presente—, teniendo como base la ciudad de Nueva York, planteó cuestiones que la histo­ria política moderna y contemporánea del continente americano han probado como profecías y que en su tiempo parecían advertencias pertinentes. Es im­perativo que nuestros vecinos —decía—, los EUN, nos conozcan bien, ya que, si la ignorancia sobre nosotros persiste, pueden llegar a querer ponernos las manos encima. 4 La propuesta de Martí es por la identidad americana fincada en la supervivencia del pasado colonial y en la unión de los pueblos america­nos, una unidad auténtica lejos de los caudillos de ocasión que la proclaman.

A fines del siglo XIX, a la par de la migración de cubanos y puertorrique­ños hacia las costas del sureste de los EUN —principalmente al estado de Flori­da— y a Nueva York, una gran masa de mexicanos comenzaría una diáspora hacia los Estados Unidos que, con altibajos, continúa hasta nuestros días. A razón de las boyantes relaciones comerciales entre los EUN y México durante el Porfiriato —en las cuales, los nacionales mexicanos bilingües encontrarían mejores condiciones de desarrollo económico en el norte que en el sur del Río Bravo— y continuado para huir del estado de violencia e inseguridad causa­do por la Revolución Mexicana, la población de origen latino engrosaría por igual las ciudades y el campo del suroeste y centro de los EUN. 5

Esto dio pie a que cuando los EUN entraron a la Segunda Guerra Mundial hubiera un número de 500 000 latinos que se enlistaron en el ejército norteame­ricano. Ya en 1948, una vez concluida la Guerra, aquellos latinos que habían re­gresado a los EUN como veteranos, poseían una consciencia de ser merecedores, por derecho y por méritos, de la nacionalidad norteamericana. Sin embargo, la sociedad norteamericana y las propias leyes que impedían a los descendientes de latinos de una vida civil completa, les negaron el ejercicio de sus derechos de nacionalidad. Entre estos hechos se encuentra la negativa para que el cuerpo del soldado Félix Longoria, muerto en los últimos días de batalla, fuera enterrado en el cementerio local de la localidad de Three Rivers, Texas, debido a su origen latino. Posteriormente, el G.I. American Forum, asociación de veteranos latinos a favor de la educación y en contra de la segregación de los hispanohablantes, conseguiría que fuera enterrado en el cementerio de Arlington. A partir de esto, los latinos y los hispanohablantes en general harían suya la fuerza de la organi­zación, de la participación y la representación política y de las manifestaciones públicas para hacer visible las inequidades en los sistemas de justicia, educativo, laboral y de salud para los migrantes y residentes de origen latinoamericano en los EUN. En su camino encontraron puntos de comunicación y empatía con las causas sociales de otros grupos étnicos y raciales —principalmente con los afrodescendientes y su lucha en los años sesenta— que han compuesto a la so­ciedad de los EUN.

Esta realidad llegó al sistema educativo norteamericano. El comité educati­vo de la Mexican American Political Association (MAPA), por medio de su diri­gente Manuel H. Guerra de la Universidad del Sur de California, hizo evidente que las prácticas segregativas de la sociedad y el sistema de justicia norteame­ricano en contra de los hispanohablantes estaban bien presentes al interior del sistema académico universitario, en primer lugar, ante la discriminación del español como lengua utilizada incluso fuera de las aulas de clase. 6 El crecimien­to de la matrícula de latinos en las universidades, la continuada participación política y la formación de sociedades estudiantiles y el arribo de los chicanos a la literatura académica —por medio de El Grito: A Journal of Contemporary Mexican-American Thought editado en la Universidad de California en Bec­kley—, así como la creación de un discurso panamericano de autoafirmación —primero en El Plan de Santa Bárabara y después en El Plan Espiritual de Aztlán (1969)— dieron como resultado el establecimiento del primer Chicano Studies Institute en la Universidad de California con sede en Santa Bárbara.

La apetencia desbordada por la comunicación de la cultura, el goce de la expresión de las múltiples realidades de lo xicano —de los cuales la resistencia y el ir a contracorriente de la cultura anglófona y del doxilingüismo del espa­ñol es claro ejemplo raúlsalinas and the Jail Machine: My weapon is my pen, Selected Prison Writings (1963-1974), sólo por mencionar alguno—. Como lo relata Mendoza en esta entrevista, todo es apetencia una vez que entiendes que el sistema hegemónico de dominación cultural es fundamentalmente irracional y que la cultura propia no necesita justificación, ajuste, ni domador. Apoyándose en los filósofos franceses Gilles Deleuze y Felix Guattari (1975), Mendoza nos explica que la literatura menor transgrede en bien de la recupe­ración del ethos del grupo, del xicano en este caso, pero también, en bien de la literatura que no ha sido rebasada por la autoconmiseración institucional y en eso, sin quererlo, ejerce toda su universalidad. Puesto de otra forma, Shakes­peare, Chaucer, Cervantes o Rulfo definitivamente no sabían (¿rehuían como en el caso de Bob Dylan?) que se iban a convertir en fundadores o en parte de un cannon literario.

De esta vitalidad es muestra la vida de Mendoza en la publicación de sus escritos Historia: The Literary Making of Chicana and Chicano History (2001) en donde hace un repaso por, pero también, de sus empresas en la di­rección de los centros de estudios chicanos de la Universidad de Minnesota (del 2012) y del de la Universidad de Arizona (del 2015 al presente), que lo lleva a participar activamente en los medios digitales (véase su Conversation on race transmitida por el canal norteamericano CNN el 29 de julio del 2010). 7 Si esto no fuera suficiente, y siguiendo la premisa de Gabriel García Márquez de que si quieres escribir, tienes que vivir, Mendoza emprendió en el año 2009 el recorrido en bicicleta A journey across America, en donde documentó la inhibición por parte de los norteamericanos de la existencia de los indocu­mentados de origen latinoamericano que laboran en los EUN. El trayecto de Mendoza, que requirió de la optimización de su cuerpo, mente y piernas para poder recorrer 13 700 kilómetros en bicicleta por los EUN de la costa este, co­menzando en Santa Cruz California en el 2007, a la costa oeste, lo condujo por la búsqueda del motor invisible de la industria alimentaria y de servicios en los EUN. Cuando Mendoza llegaba a una localidad preguntaba a los locales en dónde había latinos, la respuesta era “aquí no hay”. Como esta forma de conducir su búsqueda le enseñó que no iba a encontrar lo que buscaba, apren­dió a que debía irrumpir en las cocinas de los restaurantes: allí encontró a los indocumentados latinoamericanos y sus relatos de la diáspora en los EUN. Las reveladoras historias que encontró en su jornada ciclista justificaron el esfuer­zo, la soledad y el luchar más allá de los límites físicos. Un imperativo literario justificó su periplo: las estadísticas —por ejemplo, aquellas que nos hablan de la cantidad de latinoamericanos emigrados a los EUN o de los deportados— son sólo números, pero las conversaciones que mantuvo con los protagonistas de la diáspora, la crítica a las relaciones contractuales, el activismo sofocado, las aspiraciones del migrante y su vulnerabilidad emocional se hacen, todas, evidentes en este recorrido.

Como nos muestra la entrevista, el futuro de los estudios chicanos se de­bate entre la pertinencia, la extensión de los temas desde los estudios de mi­gración, más de corte económico o sociológico, al activismo o a los estudios literarios, culturales y subalternos. Este debate denota acaso que su indefini­ción es más bien un signo de vitalidad, antes que un problema institucional. en dónde había latinos, la respuesta era “aquí no hay”. Como esta forma de conducir su búsqueda le enseñó que no iba a encontrar lo que buscaba, apren­dió a que debía irrumpir en las cocinas de los restaurantes: allí encontró a los indocumentados latinoamericanos y sus relatos de la diáspora en los EUN. Las reveladoras historias que encontró en su jornada ciclista justificaron el esfuer­zo, la soledad y el luchar más allá de los límites físicos. Un imperativo literario justificó su periplo: las estadísticas —por ejemplo, aquellas que nos hablan de la cantidad de latinoamericanos emigrados a los EUN o de los deportados— son sólo números, pero las conversaciones que mantuvo con los protagonistas de la diáspora, la crítica a las relaciones contractuales, el activismo sofocado, las aspiraciones del migrante y su vulnerabilidad emocional se hacen, todas, evidentes en este recorrido.

El presente y futuro de los estudios Chicanos. Entrevista a Louis Mendoza

Traducción de Margarita Ponce, 20 de enero de 2015

Instituto de Investigaciones Históricas, UMSNH

Ricardo Aguilar (RA): ¿Nos podrías hablar un poco acerca del porqué te interesaste en la literatura chicana, tanto así como para hacerla tu campo de especialización?

Louis Mendoza (LM): Claro. Me es un difícil ser breve en esta respuesta. La decisión de convertirme en un estudioso de la literatura chicana y de es­tudios culturales está formada por mi educación y experiencias personales. Crecí en una comunidad predominantemente mexicoamericana de clase tra­bajadora en Houston, Texas. Asistí a una primaria católica y a una secundaria pública, y posteriormente a una preparatoria sólo para hombres. Los prime­ros ocho años de educación tuvieron lugar en mi barrio, los cuales definieron mi vida ya que mi familia, la iglesia y mis amigos eran de esta comunidad. Experimenté el racismo en mi vecindario, pero fue relativamente poco fre­cuente. Como primera generación de inmigrantes, mis padres tenían la fuerte creencia de que la educación era una herramienta para la movilidad social, así que nos enviaron a escuelas católicas para garantizarnos la mejor educación posible. Desafortunadamente, fue difícil para ellos costear ese tipo de educa­ción. La escuela preparatoria a la que asistí estaba ubicada en la parte rica de la ciudad. Muchos estudiantes tenían sus propios autos, tarjetas de crédito y se vestían mucho mejor de lo que yo lo hacía. La escuela no era muy racial o étnicamente diversa, con apenas tres o cuatro afroamericanos, mexicoameri­canos y asiáticos en cada clase.

Experimenté mucho racismo en la escuela por parte de mis compañeros y maestros, poniéndome sobrenombres, burlándose de mi cultura y cerran­do toda oportunidad de alcanzar la excelencia escolar o de algún deporte. A esta corta edad yo no tenía la capacidad verbal para enfrentarlos y decirles lo incorrecto de sus actitudes hacia mí. En vez de esto, internalicé mucho de lo que estos chicos decían de mí, al punto de sentirme avergonzado de quien era. Por otro lado, el hecho de que el programa escolar tratara únicamente estudios anglosajones, no me ayudaba en lo absoluto, pues así no tenía cono­cimiento histórico de mis propias raíces —a pesar de que, en muchos aspec­tos mi familia estaba enraizada en la cultura mexicoamericana—. Pasé de ser una persona extrovertida y segura de sí misma, a ser alguien introvertido que se avergonzaba de sus raíces étnicas y pasado histórico. Me volví tranquilo y callado, me decía a mí mismo que esto iba a ser lo que me podría esperar si consideraba ingresar a la universidad. Entonces, no quise tener nada que ver con la educación superior.

Terminé la preparatoria y tuve acceso a becas para asistir a la universidad, pero me reusé a inscribirme. En vez de eso, comencé a trabajar en un negocio que rentaba equipo para la construcción. Cuando tenía 22 años, mi superior en el trabajo me envió a la universidad comunitaria 8 a tomar clases de ingenie­ría mecánica. Fue entonces que recordé lo mucho que me gustaba aprender y me inscribí a la escuela nocturna mientras, por otro lado, seguía trabajando de tiempo completo. En 1985 (cuando tenía 25 años) tomé una clase de literatura mexicoamericana porque me pareció interesante y yo no tenía la menor idea de que existiera ese tipo de literatura, ya que nunca antes había leído algo de eso en mis años de estudiante. Esta clase cambió mi vida.

A través de la poesía, historias cortas y el teatro, comencé a aprender acerca de mi herencia en ambos lados: México y Estados Unidos. Me fue fácil llevar esa clase, ya que yo solía ser un acérrimo lector y escribía acerca de la literatura medieval británica. Comencé a ver las diversas partes de mi vida, mi familia, mi comunidad y a relacionarlas con el papel y la importancia de la literatura en la cultura y de cómo la educación empodera tanto a las comunidades como a los individuos. Me di cuenta de que tenía algo que decir y que quería ser un escritor y académico. Conocer la literatura mexicana me dio educación, sentido y un propósito. Me regresó mi voz.

No había conocido a nadie que se hubiese graduado de la escuela, pero cuando una maestra me motivó a solicitar mi inscripción, porque creía que lo haría bien, lo hice. Solicité mi inscripción a la Universidad de Texas en Austin y fui aceptado. Recién habían abierto un doctorado con especialidad en Etnicidad y literatura del tercer mundo, así que me inscribí y me convertí en un activista político y académico.

RA: Parece que la escuela nocturna fue un parteaguas para ti. ¿Hubo escritores, activistas o maestros que hayan sido una influencia para ti? Mi pregunta en particular es si hubo un tiempo, una lectura o un libro que hicieron sentido y en los cuales sentías que estaban hablando, dando voz como dices, a lo que tú sentías y pensabas.

LM: Mi maestro de esta clase fue Tomás Vallejos. Hubo muchos escritores que me impresionaron… Una mención especial es la del libro Y se lo trago la tierra de Tomas Rivera; una colección de poemas de Raúl Salinas, Un Trip Thru the Mind Jail y Otras Excursions (más tarde conocería a Raúl y nos volveríamos grandes amigos, publicamos este libro juntos y coeditamos una colección de escritos hechos durante su tiempo en la cárcel); la poesía de Evangelina Vigil Piñón; las novelas de Alejandro Morales, entre otros. Lo que me impresionaba de sus escritos es cómo hacían que el español sonara tan poético, pero que al mismo tiempo sonara como la verdadera lengua vernácula cotidiana de las calles. Esto fue lo que abrió mi panorama y profundizó mi entendimiento acerca de los Chicanos. Lo más importante fue que me ayudaron a comprender que nuestras vidas estaban llenas de expresiones literarias y de cómo tenemos la capacidad de afirmar nuestro sentido de identidad a través de la literatura.

RA: Entonces, ¿qué dirías si tuvieras que describir la literatura Chicana como género?

LM: Como puedes imaginar, en el contexto de Estados Unidos, la iden­tidad es un verdadero problema. La palabra Chicano está inherentemente relacionada de forma política y de forma polémica. Hace una declaración y asume como una postura de resistencia (no tanto como mexicoamericano o hispano). Tal vez, la manera más fácil de categorizar a la literatura Chicana es como una “literatura menor”, subalterna de contestación y resistencia, en la cual yo rescato dos aspectos que la conforman.

Primera. Por literatura menor me refiero a la definición hecha por Gilles Deleuze y Feliz Guatarri. La literatura menor es la desterritoriarización de una lengua importante a través de una minoría literaria escrita en la lengua principal de una marginada o desde una posición minoritaria. Al discutir el primer elemento de la “literatura menor”, Deleuze y Guattari explican que no surgen de una literatura escrita en un lenguaje “menor” o en un idioma antiguamente colonizado. Más bien está escrita en una lengua importante, o como el caso de antiguos países colonizados, los idiomas colonizados. De acuerdo a Deleuze y Guattari “la primer característica de una literatura me­nor en cualquiera de los casos es que, la lengua es afectada con alto coeficiente de desterritorialización”.

Segunda. Una característica de esta literatura es su naturaleza política. Todo en ella es político. El individuo es inextricable de lo social, el sujeto está ligado a lo político: su espacio obliga a cada intriga individual a conectarse inmediatamente a la política. El interés individual, por tanto, se hace aún más necesario, indispensable, magnificado, porque toda otra historia está vibran­do en él.

La tercera es la del valor enunciativo colectivo. Lo que cada autor dice individualmente constituye una acción cotidiana y lo que ella o él dicen, o no, necesariamente político, incluso si otros no están de acuerdo. La esfera de lo político ha contaminado cada declaración (énoncé). Pero por encima de todo, porque la conciencia nacional o colectiva es a menudo inactiva en la vida externa y siempre en el proceso de descomposición, la literatura se encuentra cargada positivamente con el papel y rol de lo colectivo, e incluso la enuncia­ción revolucionaria.

Su valor enunciativo es político y colectivo; por tanto, lo que dice cada autor individualmente… [es] necesariamente político… e incluso revolucio­nario. El individuo, entonces, habla en una voz colectiva, pero una voz tam­bién “contaminada” con la dominación política. A pesar de que una literatura menor es escéptica, produce una “solidaridad activa” entre los miembros del colectivo. El potencial evolutivo de una literatura menor está escrita desde los márgenes, desterritorializando la “frágil comunidad” desde la frontera hasta donde es posible expresar otra posible comunidad y forjar los medios de otra conciencia y de otra sensibilidad.

RA: Como extranjero puedo ver que —además de ser político, fuera de lugar [refiriéndose a la lengua dominante] y colectiva— esta literatura de las minorías tiene un componente vital. Pienso que los autores que has mencio­nado (los escritos hechos desde la cárcel de Raúl Salinas, por ejemplo; tu bús­queda de identidad y el abrazar la literatura chicana y convertirla en tu ocu­pación de tiempo completo y proyecto de vida); la escritura como una manera de sobrevivir, escribir porque no hay otra opción. ¿Cuál es tu opinión acerca de este componente vital?

LM: ¡Absolutamente! Muchos escritores chicanos hablan de la necesidad de escribir, como una manera de terapia, curación o empoderamiento, todo esto sugiere que es una actividad esencial o una praxis para el bien colectivo e individual, sea o no publicado.

RA: ¿Cuál es tu opinión del ejercicio de la literatura desde una perspectiva minoritaria de representación política? Me refiero a la forma en que desde la literatura y la academia se puede incidir en la reflexión de la política nortea­mericana, si tienes como origen una cultura, como la chicana, que no es con­siderada como literatura mayor.

LM: Aprendí eso con el poder de las palabras, uno puede ayudar a mol­dear la realidad. Yo vengo de los politizados mediados de los ochenta, cuando la inmigración era un problema controversial, social y político, tal como aho­ra. Yo estaba muy inmiscuido en todo lo relacionado con abogar por los dere­chos de los migrantes, ya que encontraba ofensivo que como nación formada por inmigrantes, las personas en Estados Unidos quisieran satanizar y explo­tarlos obligándolos a vivir bajo la tierra o bajo la sombra de la ley cuando ellos estaban haciendo una gran labor cultural, social y económica por nuestra so­ciedad, como los inmigrantes siempre lo han hecho. Mis abuelos emigraron del norte de México, así que aunque yo no haya sido criado hablando español, la cultura y el lenguaje mexicano fueron partes integrales de mi formación y siempre he estado muy orgullosos de ello. Mirando al pasado, es difícil imaginar que un presidente tan conservador como Ro­nald Reagan hubiera visualizado una amnistía migratoria que tuviera un impacto tan positivo en la vida de tantas personas, permitiéndoles tener un estatus legal dentro de Estados Unidos.

Treinta años después, hemos ido tan lejos y al mismo tiempo hemos progresado tan poco. El sentimiento antiinmigrante, el culpar al otro y la explotación de este problema para asuntos políticos en Estados Unidos, está más fuerte que nunca. De todas las maneras imaginables, los latinos representan el futuro de Estados Unidos —somos y continuaremos sien­do la más grande minoría étnica en el país y Estados Unidos se convertirá en un país mayoritariamente minoritario dentro de los próximos 25 años—. El miedo es palpable, pero al mismo tiempo irracional. La única manera de salir del hueco de la ignorancia es a través de la educación y de las experiencias de primera mano, esto se logrará cuando las personas se conozcan entre sí y establezcan una base de convivencia en donde la empatía, la compasión y un entendimiento de que nuestros destinos y nuestro bienestar están entrelazados. La literatura puede ayudarnos a que esto suceda, puesto que es una ventana hacia otras realidades.

RA: ¿Cuál es el estado de los estudios Chicanos hoy en día? ¿Exis­ten mejores condiciones de investigación y estudio? ¿Más personas se interesan en estos temas que antes? [Permíteme reformular la última pregunta:] ¿Cuál es el estado de los estudios Chicanos hoy en día, res­pecto al momento en que decidiste tomar los primeros cursos en este campo? ¿Cuál es el estado de los estudios Chicanos hoy en comparación con el momento de su aparición a finales de los años sesenta? ¿Cómo ha cambiado la agenda para los estudiosos y latinos interesados en estudios Chicanos?

LM: Creo que en un sentido, el desafío será uno por encontrar una definición. ¿Cuál es nuestra relación con otros latinos, especialmente los centroamericanos que, aunque diferente, han tenido una experiencia si­milar con el desplazamiento, la desterritorialización y diáspora? ¿Vamos a intervenir en la definición de ellos o permaneceremos más o menos dedicados exclusivamente a las personas de ascendencia mexicana? En última instancia la pregunta aquí sería: ¿Tenemos que decidir?

La otra cuestión es, si estamos o no teniendo mayor impacto en la uni­versidad y nuestra comunidad. Es decir, aquí la cuestión es si queremos seguir siendo unidades académicas autónomas o si nos esforzaremos para ser inte­grados a las disciplinas tradicionales. No me imagino si hay una respuesta simple para estas preguntas. Realmente, algunos abogarán por posiciones en continuas posibilidades.

RA: A manera de concluir con esta entrevista, en tu opinión, ¿cuáles son los retos para el futuro de los estudios Chicanos?

LM: Algo de lo que te había mencionado con anterioridad responde esto, pero yo añadiría que todavía existe un fuerte compromiso con la comunidad, estos estudios deben permanecer como pertinentes para la comunidad. Sin embargo, muchos académicos de los estudios chicanos están comenzando a utilizar un marco internacional para ampliar su análisis. Es decir, los estudios de migración no únicamente para examinar la vida de los migrantes cuan­do llegan a Estados Unidos, sino también para entender cómo una identidad transnacional se forma y se mantiene. Los historiadores ya no consideran que 1848 fue un momento decisivo para definir la relación entre mexicanos y chi­canos. Además, muchos están pensando en utilizar un marco relacional para pensar a los chicanos en relación con otros latinos o grupos étnicos, de forma que los chicanos no sean vistos de forma exclusiva, sino más bien en su simul­taneidad con otros grupos.

Al igual que ha pasado con la sociedad, los estudios chicanos han evolu­cionado para ser mucho más incluyentes que los estudios de género y sexuali­dad, y como proyecto político que ahora abarca el feminismo y estudios LGTB, aún y cuando muchos de ellos representen intereses y posiciones en compe­tencia entre los estudiosos de estas disciplinas.

Referencias bibliográficas

Bustos Hernández, Juan Alberto, “Louis Mendoza: Estados Unidos, responsable de la inestabilidad en estados de América Latina”, en Cambio de Michoacán, 19 de diciembre del 2014, http://www.cambiodemichoacan.com.mx/nota-242638. [ Links ]

Ruíz de Burton, María Amparo, “Nuestra América: Latino History as United States History”, en The Jour­nal of American History, Diciembre 2006, pp. 665-672. [ Links ]

Martí, José, “Nuestra América”, en Observatorio social de América Latina (publicado originalmente en La Revista Ilustrada de Nueva York el 10 de enero de 1891 y en El Partido Liberal, México, el 30 de enero de 1891), año XI, núm. 27, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2010, pp. 133-139. [ Links ]

Acuna, Rodolfo, “From Student Power to Chicano Studies”, en The Making of Chicano/a Studies: In the Trenches of Academe, New Brunswick, Rutgers University Press, 2011, pp. 36-58. [ Links ]

1El reportaje de esta conferencia se puede consultar en Juan Alberto Bustos Hernández, “Louis Mendoza: Estados Unidos, responsable de la inestabilidad en estados de América Latina”, en Cambio de Michoacán, 19 de diciembre del 2014 http://www.cambiodemichoacan.com.mx/nota-242638

2 Ruíz de Burton, María Amparo, “Nuestra América: Latino History as United States History”, en The Jour­nal of American History, Diciembre 2006, pp. 665-672.

3 Ruiz de Burton, “Nuestra América”, pp. 660-661.

4 Martí, José, “Nuestra América”, en Observatorio social de América Latina (publicado originalmente en La Revista Ilustrada de Nueva York el 10 de enero de 1891 y en El Partido Liberal, México, el 30 de enero de 1891), año XI, núm. 27, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2010, pp. 133-139.

5 Ruiz de Burton, “Nuestra América”, pp. 665-666.

6 Acuna, Rodolfo, “From Student Power to Chicano Studies”, en The Making of Chicano/a Studies: In the Trenches of Academe, New Brunswick, Rutgers University Press, 2011, pp. 36-58.

7La entrevista se puede ver a partir del hipervínculo: https://goo.gl/AmF4F6

8 Community College es una institución educativa que capacita a los estudiantes en alguna habilidad laboral o que los prepara para ingresar a la universidad [N. T.]

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