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Tzintzun. Revista de estudios históricos

versión On-line ISSN 2007-963Xversión impresa ISSN 1870-719X

Tzintzun. Rev. estud. históricos  no.67 Michoacán ene./jun. 2018  Epub 17-Mar-2020

 

Artículos

Del poder insurgente a la subordinación trigarante. El indio Pedro Asencio Alquisiras, 1818-1821

From the insurgent power to the subordinate of the army the trree guarantees. The indian Pedro Asencio Alquisiras 1818-1821

Du pouvoir insurrectionel à la subordinatión des trois garanties. L’indien Pedro Asencio Alquisiras 1818-1821

Eduardo Miranda Arrieta1 

1Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo


Resumen

El artículo habla sobre un insurgente de origen indígena que tuvo una importante participación en los años finales de la guerra por la independencia mexicana. Al alejarnos de la visión encomiástica de los estudiosos del personaje, buscamos redescubrir sus acciones para entender el modo en que ejerció su poder entre los pueblos en su zona de dominio que le dio notoriedad. Los elementos coercitivos y el de persuasión son parte de la explicación, como también sus prácticas de guerra. Se trata de mirar cómo en un escenario le fue más propicio alcanzar el éxito, lo que no sucedería en otro cuando se unió al Ejército Trigarante donde se le exigía actuar mediante políticas de prudencia y moderación.

Palabras clave Insurgencia; poder; independencia; guerra; indio

Abstract

The article is about an insurgent of indigenous origin who played an impor­tant role in the final years of war for Mexican independence. Moving away from the encomiastic vision scholars characterize him in, one can rediscover his actions in order to understand how he came to power and how he exer­cised his power among the people in the region. We also seek to understand what made him notoriously known. Coercive practices, such as persuasion are part of the explanation, but war practices and tactics also played a major role. It is about understanding how the environment or setting helped bring success. This success could not have been possible in a different one and this is evident when he joined the Trigarante Army where he was required to act through prudential policies and moderation.

Keywords Insurgency; power; independence; war; native

Résumé

L’article traite sur un insurgé d’origine autochtone qui a eu une participation importante dans les dernières années de la guerre d’indépendance mexicaine. Après nous être éloignés de cette vision encomiastique des spécialistes du per­sonnage, nous cherchons à redécouvrir ses actions pour comprendre la façon dont il a exercé son pouvoir entre les peuples dans leur zone de domaine et qui lui a donné notoriété. Les éléments coercitifs et de persuasion font par­tie de l’explication, mais aussi leurs pratiques de guerre. Il s’agit de regarder comment, dans un scénario lui a été plus propice atteindre le succès, ce qui ne succéderait pas dans l’autre quand il s’est joint à l’Armée des Trois Garanties où il lui était demandé d’agir par de politiques de prudence et de modération.

Mots clés Insurrection; pouvoir; indépendance; guerre; autochtone

Preliminar

El insurgente Pedro Asencio Alquisiras, según los clásicos del siglo XIX, adquirió una presencia relevante en la etapa final del proceso independen­tista mexicano; su imagen y sus actuaciones han merecido diferentes opi­niones. Carlos María de Bustamante dice que era “un genio de la guerra, y un hombre extraordinario, a quien por tal proclaman sus mismas proezas militares”. 1 Lucas Alamán lo identifica, sin embargo, como un hombre de crueles costumbres en la guerra, pues si bien el Gobierno virreinal ponía en libertad a presos por infidencia y determinaba no se fusilasen, los comba­tientes realistas que caían en poder de Alquisiras eran pasados por las armas inmediatamente. 2 Julio Zárate menciona que era un “hombre de impávido valor”, y que llegó a ser “uno de los más temibles y audaces sostenedores de la independencia en las tierras del Sur”. 3 Carrión señala que era un personaje valeroso de inmensa popularidad entre los indios y por ello, era el más idó­neo “para levantar con buen éxito el estandarte de la revolución en el Sur”. 4 Gamaliel Arenas lo describe como un hombre de talento natural en la guerra, teniendo como su principal criterio “exterminar a los enemigos de la patria sin consideración alguna, pero peleando en buena lid y llevando como únicos recursos el valor y la oportunidad”. 5

Los historiadores contemporáneos han hecho un esfuerzo importan­te por develar la imagen histórica de este personaje pero, con excepción de algunos, sustraen lo escrito por los historiadores arriba mencionados anteriormente, mostrando siempre un sentido encomiástico hacia este in­surgente. Sin duda, Anne Warren es la estudiosa más productiva, no sólo porque ha escudriñado todas las fuentes impresas sobre el personaje, sino porque algunos hallazgos documentales le han permitido constatar nuevos datos de su vida, como el hecho de que Alquisiras murió como integrante del Ejército Trigarante. 6

Pedro Asencio Alquisiras era un indio originario del pueblo de Aquit­lapán cercano al pueblo de Teloloapan, al sur de la intendencia de México. Hablaba la lengua náhuatl y entendía el otomí y mazahua producto de las relaciones, principalmente comerciales, que tenía con los pueblos vecinos al norte de su tierra natal. De ser un tibio insurgente a lado de Rayón, y más tarde del “guerrillero” Vicente Vargas, se convirtió durante los tres años que antecedieron a la independencia mexicana, en uno de los más firmes y leales combatientes de la insurgencia americana. Bajo el mando de Vicente Guerrero tuvo una decidida participación en el territorio “montuoso y muy áspero” de Tlatlaya, sin embargo, su espacio de acción insurgente se exten­dió hasta los pueblos de Sultepec, Temascaltepec, Tejupilco, Lubianos, Tru­chas, Pochote, Cutzamala, Tlalchapa, Teloloapan, Lahuistlan, Zacualpan, Ciénega, Acatempa, Simatepec, Goleta, Ixtapan, Taxco e Iguala. Su fama como combatiente en contra de los ejércitos realistas llegó a ser notable, tanto, que la Gaceta del Gobierno de México se ocupó en difundir sus ope­raciones mucho más que las que venían propagándose del caudillo prin­cipal de la insurgencia, Vicente Guerrero. Uno de sus biógrafos menciona que cada vez que la Gaceta publicaba algo acerca de Alquisiras, “ese día se agotaban todos los ejemplares”, y “se hablaba de él en todos los círculos y en todas las clases de la sociedad”. 7

La Gaceta del Gobierno de México era tanto receptora como difusora de los informes y los partes de guerra que enviaban los oficiales realistas a la capital para notificar al Virrey de sus movimientos militares. Lo que se publicaba en dicho noticioso acerca de Alquisiras no eran solamente sus excursiones “terribles” en contra de los ejércitos realistas, sino también su comportamiento temible frente a las poblaciones de patriotas realistas y los prisioneros de guerra, relatándose “escenas sangrientas y horrorosas”. Los lectores se enteraban cómo el insurgente “incendiaba y saqueaba poblacio­nes enteras, degollaba ancianos, mujeres y niños, imponía tributos y talaba campos, ahorcaba a los sacerdotes y violaba doncellas, en fin, era percibido como un bandido el “más feroz y más salvaje del mundo”. 8 Desde luego lo suscrito en la Gaceta es calificado, por la mayoría de sus biógrafos, de falsedades oficialistas y de la mayor exageración; con el objeto de disimular esas opiniones, se han ocupado en resaltar sus hazañas militares frente a las tropas del ejército realista bajo el distintivo de que lo único que hacía era servir a su patria.

Si bien la percepción histórica de este personaje en el fondo es con­trovertida, no ha existido ningún argumento histórico o documental que obscurezcan sus hazañas y acciones militares a favor de la independencia mexicana. Lo que puede ser interesante, como punto de análisis sobre este insurgente, son los medios que utilizó para alcanzar sus fines, ya que el poder que ejerció en su zona de influencia no fue precisamente a raíz de esa fuerza de dominio tradicional o carismático que podía tener un líder a través del tiempo y su comportamiento, sino mediante acciones coerciti­vas, tareas de negociación y muestras de persuasión para sostener la causa de acuerdo a lo que le dictaba su conciencia y los objetivos políticos que de­fendía la insurgencia. Fue un cabecilla que actuó según las circunstancias de la guerra, siguiendo sus propios juicios y veredictos castrenses que lo hicieron eficaz, pero al mismo tiempo supo integrarse a una dirigencia in­surgente que le proveyó de legitimidad a sus actuaciones, adquiriendo con ello mayor notoriedad. Sobre esto, Bustamante menciona que Alquisiras llegó a mandar hasta trescientos indios “sobre quienes ejercía un ascendien­te poderoso y de ellos era tan temido, como amado y obedecido”. 9

Exponer cómo ejerció este poder en la región que dominaba puede ser significativo al conllevar un entramado de reacciones y vicisitudes que ex­plican el comportamiento del insurgente. Pero más interesante aún es saber la manera en que buscó mantener ese poder en un momento diferente al que estaba habituado. Como veremos Alquisiras, junto con su jefe Vicente Guerrero, acordaron con Agustín de Iturbide unirse y defender lo conveni­do en el Plan de Iguala. Reunidas sus tropas formaron el Ejército Trigarante que propagaría y defendería dicho plan. Desde entonces para Alquisiras todo empezaría a ser diferente porque sus movimientos y su poder como luchador insurgente estarían sujetos a un nuevo orden de administración política y militar. El presente trabajo trata sobre este tema; abordaremos acerca del modo en que Alquisiras extendió su poder en un territorio bajo la intercesión del gobierno y las instituciones insurgentes; luego analizaremos sus facultades de dominio pero en un momento diferente, es decir, después de haber jurado el Plan de Iguala que proclamaba la independencia mexi­cana y luego de haber aceptado el conducirse dentro de un nuevo marco institucional y un nuevo liderazgo.

Soldado del ejército insurgente

Después de militar bajo las órdenes del insurgente Vargas, el indio Pedro Asencio Alquisiras decidió actuar por sí solo sosteniéndose en el curato de Tlaltaya. Producto de los infortunios que le afligían se ocultó en una barranca de los alrededores donde encontró ocultos “siete fusiles que agre­gó al que traía y con ello armó otros tantos hombres”. 10 Hostilizando a los españoles fue haciéndose, paso a paso, de un mayor número de armas y partidarios indios. Entre los años de 1817 y 1818 no aparece como un in­surgente de renombre. Los comunicados de los realistas que actuaban en los cantones cercanos a Tlatlaya lo describían, por sus actuaciones, como un cabecilla de sórdido perfil parecido al de los bandidos. Para este tiempo se percibe relativamente alejado de cualquier vínculo con la dirigencia o institucionalidad insurgente ya que, junto con el cabecilla Pablo Campos, se dedicaba a sorprender convoyes y transeúntes que circulaban por los caminos. Las noticias que comenzaron a llegar al Virrey sobre este rebelde hablaban de ello. Se decía que por los caminos que comunicaban San Fran­cisco, San Gabriel y Cuernavaca, el indio Alquisiras, junto con Campos, atacaban a los hombres, “traficantes mecánicos”, de las minas de la región, a quienes llegaron a tratar con viva crueldad. 11

Con prácticas como estas su fama como insurgente implacable se fue extendiendo. Las descripciones que hacían los realistas de la dureza de sus actos eran complementadas con explicaciones sobre lo difícil que era poder atraparlo; después de un ataque sorpresivo a personas o cuerpos militares realistas, se retiraba “violentamente internándose en los montes” y, aunque se hacían persecuciones sobre él, ninguna lograba tener éxito. Producto de esta inoperancia el capitán Cayetano Pérez de León, con fuerzas destinadas a perseguirlo, llegó a ofrecer a los pueblos del rumbo, en el mes de octu­bre de 1818, hasta la cantidad de “quinientos pesos de su peculio a quien aprend[iera] a dicho faccioso”. 12 El ofrecimiento mostraba las serias dificul­tades que tenían los realistas de contener a este insurgente que comenzó a usar sus propias tácticas de defensa. Alquisiras sabía muy bien esconderse en los cerros, minas y socavones que conocía para no ser visto. Los mismos realistas propagaron el mito de que se atacaba a un brujo porque así como desaparecía de un lugar aparecía en otro casi inmediatamente. Mucho de­bió haberle ayudado para acrecentar esta creencia que su hermano Simón, quien también llevaba el nombre de Asencio, operara como insurgente en la misma región. Sin embargo, los oficiales realistas pronto pudieron iden­tificarlo y le atribuyeron una conducta peor a la de su hermano; informa­ban que éste era de los que solicitaban la gracia del indulto y, después de conseguirla, volvía otra vez a “su antigua carrera” de rebelde, con mayo­res ímpetus de perversidad. Simón dejó de actuar hacia finales del mes de septiembre de 1818 al ser aprendido en una emboscada preparada por las tropas realistas. Las órdenes de aplicarle la pena a la que se hizo acreedor fueron inmediatas y no volvió a saberse más de él. 13 Pero su hermano, Pe­dro Asencio, seguiría asechando en muchas partes de la región de Tlatlaya y Sultepec, utilizando sus propios métodos de guerra, combatiendo y eva­diendo a las partidas de realistas “disfrazadas” que buscaban capturarlo.

Pedro Asencio Alquisiras nunca dejó de ser percibido por los jefes rea­listas como un indio violento y despiadado, atribuyéndole trastornos, ame­nazas, saqueos y aflicciones en los pueblos a donde llegaba. Sin embargo, desde la perspectiva del historiador insurgente Carlos María de Bustaman­te, las acciones que emprendía correspondían a un “plan de operaciones y hostilidades que le producían efectos muy favorables”. La amenaza hacia los poblados que habían mantenido la fidelidad al Rey, el desalojo de es­pañoles que le eran molestos en lugares como Acatempa, Amatepec, La Goleta, Truchas y Pochote, la sustracción de fusiles y cañones de localida­des importantes, fueron una constante para lograr multiplicar sus fuerzas y agrandar su autoridad en la región. Con los pueblos que no mostraron oposición y le fueron leales, organizó compañías militares en cada uno de ellos con sus correspondientes oficiales, “dispuso que el resto de la gente se ocupara en la labor del campo, y que sólo en lances extraordinarios se reuniesen”; los demás debían habitar en sus casas en espera de relevar a los otros. De este modo organizó a su ejército “con buen armamento y discipli­na, alimentados de sus mismas casas, y nos les permitió que se uniforma­sen en el vestuario, sino que usasen el común ordinario” para posibilitar que sus soldados al caer en manos del enemigo no fuesen tratados como prisioneros de guerra sino como paisanos. Con este ejército emprendió nu­merosas marchas atacando cantones enemigos. Sus soldados de caballería montaban en mulas y no en caballos porque eran más propias para trepar los cerros y texcallis. Bajo su mando formó una especie de compañía mi­litar volante que atacaba al enemigo cuando menos se los esperaba, “y de esta suerte los tenía en brida y en continuo temor”. 14

Metido en los montes y pueblos, apareciendo y desapareciendo en dis­tintos lugares, Pedro Asencio aparentaba no tener orden ni coordinación, menos aún un mando superior que legitimara sus acciones. Si bien, en un principio fue percibido como un líder sin orientación ni rumbo dentro del movimiento, al ir construyendo su propia fuerza pronto encontró enlaces importantes con otros miembros y líderes de la insurgencia. En el mes de marzo de 1818, después de haber sido tomado el fuerte de Jaujilla donde residía la Junta Subalterna (único órgano de gobierno que había queda­do después de la muerte de Morelos y la desintegración del Congreso), los vientos y el sentido de la guerra comenzaron a cambiar para el insurgente.

Los principales jefes insurgentes al buscar conservar su órgano de gobierno y mantener sus atribuciones y facultades, habilitaron para todos los cabecillas la legalidad de sus acciones. Siempre peregrina en busca de refugio rumbo al sur, la Junta Subalterna siguió emitiendo órdenes gene­rales para sostener y acreditar el movimiento. Aunque su autoridad a veces fue poco reconocida por jefes rebeldes descontentos, supo sobreponerse echando mano de fieles líderes insurgentes que le ayudaron a gobernar. En­tre los más notables estaba Vicente Guerrero, quien siendo reconocido por los miembros de la Junta por su “acreditada subordinación y disciplina”, delegó en él muchas responsabilidades. De las más importantes, después de haber sido elegido como comandante general del Ejército del Sur, fue­ron las comisiones que le asignaron para sanear los conflictos que existían entre algunos jefes insurgentes en las provincias de México y Michoacán, con el compromiso, además, de seguir fomentando los ideales insurgentes por la libertad mexicana y en beneficio de la república. 15

Entre el mes de octubre de 1818 y los últimos meses de 1819, Vicen­te Guerrero no sólo desempeñó esta clase de tareas asignadas, asimismo lanzó y distribuyó entre la gente proclamas públicas, ofreciendo indultos a los realistas y recompensas a las comunidades que abrazaran la causa de la independencia y juraran su alianza a la Junta de Gobierno. 16 Su influjo poco a poco fue teniendo mayor cobertura pues, además del dialogó que emprendió con varios de los cabecillas insurgentes más allá de su zona mi­litar, ayudó con sus soldados a sortear algunos apuros de sus compañeros extenuados por los ataques realistas. Los testimonios apuntan que Guerre­ro llegó a ser reconocido por la mayoría de los cabecillas insurgentes que operaban en localidades de Michoacán, Guanajuato, Sultepec y Temas­caltepec. Aceptaron su liderazgo con el ánimo de restablecerse y resistir. El historiador Mario Salcedo dice que los esfuerzos de este cabecilla por reorganizar a la insurgencia “le ganaron alianzas insurgentes operando al oeste y suroeste del valle de Cuernavaca dentro del distrito militar de Te­mascaltepec [que] eran lideradas por Pedro Asencio, Pablo Campos y el vicario José Manuel Izquierdo”. 17

El historiador Carrión señala que Pedro Asencio Alquisiras, en algún momento, “se le presentó a D. Vicente Guerrero mandando a trescientos indios armados de fusiles, lanzas, machetes, flechas y hondas”. 18 No se co­noce con precisión la fecha exacta en que iniciaron las relaciones milita­res de ambos personajes, pero los testimonios señalan que Guerrero había realizado incursiones en las regiones de su dominio desde finales de 1818. Sin embargo, fue hasta el año siguiente cuando éste acudió a la zona donde operaba Pedro Asencio, respondiendo a una solicitud de ayuda por parte del padre Izquierdo que se hallaba fortificado en el cerro de la Goleta, no muy lejos de Amatepec y Zacualpan. Allí se encontraba también Alquisiras junto con los cabecillas José Ma. Ayala, José Romero, Tomás Tavera, José Calderón, Pablo Campos y “tres de los Ortices”. 19 Vicente Guerrero acudió a ese lugar como parte de las funciones delegadas por la Junta de Gobierno. Lo hacía asimismo, como se lo dijo en una carta a Izquierdo, con la in­tención de trabajar “incansablemente” para “salvar nuestra madre patria, [siendo] necesario que todos nosotros hagamos lo que esté en nuestras ma­nos para realizar el sagrado objetivo”. 20 Aunque estas palabras estaban di­rigidas al padre Izquierdo, llegaron con intenciones de ser difundidas entre los demás partidarios de la insurgencia y con el propósito de transmitir las intenciones políticas de la Junta. A partir de entonces, la traza que habría de mostrar Pedro Asencio Alquisiras sería otra, más apegada a la insti­tucionalidad insurgente personificada por la Junta, y más tarde a Vicente Guerrero, cuando dicho cuerpo delegó en él toda la autoridad y mando. 21

Desde entonces hasta el logro de la independencia mexicana, Pedro Asencio sostuvo una inquebrantable lealtad a Vicente Guerrero. Quizá nunca existió en él una ideología consistente para definir ideas y juicios que dieran claridad a sus acciones, pero algunos testimonios permiten de­terminar que mantenía la suficiente instrucción sobre los objetivos políti­cos que perseguía la dirigencia insurgente. Nunca renunció, ciertamente, a sus duros y antiguos métodos militares castigando con severidad a sus enemigos y a los pueblos que se negaban a colaborar con él, pero demostró estar lo suficientemente avisado de lo que se buscaba de acuerdo al dis­curso político que propagaba el principal líder de la insurgencia. Ambas conductas las dejaría demostradas en varias acciones de guerra que em­prendió, y así lo esclarecen algunos documentos. Por ejemplo, en el mes de noviembre de 1819 que se hacía la defensa de la Goleta, una junta de jefes insurgentes encabezada por Vicente Guerrero ordenó al insurgente saliese a los pueblos a solicitar víveres; a su regreso dio parte a sus compañeros de armas de que en su marcha había atacado a una partida de sesenta hom­bres de Zacualpan, dispersado a igual número en otro lugar quitándole sus fusiles y caballos, e iniciando su retorno pasó al pueblo de Posontepec y, sabiendo que su gente se manifestaba siempre “fidelísima” al Rey, lo saqueó completamente a causa de no haber querido nunca esta gente “sucumbir a sus criminales ideas, como todos los demás”. 22

Ciertamente el rigor de sus procedimientos militares fue siempre el mismo, no obstante esta conducta, que llevaba implícita la coacción, era en situación de lograr que los pueblos, sobre todo indios, mostraran su adhe­sión a la causa insurgente y no al Rey. La carta de un cabecilla subalterno de Pedro Asencio, enviada en agosto de 1820 al gobernador de Alahuistlán Francisco Antonio y Lucas Francisco, es mucho más esclarecedora al res­pecto. Como lo observara un oficial realista, en ella se trataba de seducir a los pueblos “con halagos y amenazas”, pero al mismo tiempo se hacían saber las razones de la lucha insurgente. El comunicado decía:

Mi muy estimado señor mío, querido amado, le pongo una palabra para ustedes con todos sus hijos del pueblo de Alahuistlán, hijos míos si quieren presentarse con nuestra Patria de la Mérica (sic) están ustedes libres con el señor gral. D. Pedro Asen­cio Alquisira, y así ya vieron ustedes que susto se llevaron muchos trastos que lo llevaron pero por esto de S. Juan y Santa María, estos tenían la culpa porque viene a dar barriada, todos son indios, por eso dijo D. Pedro Asencio más enemigos los indios que los enemigos, y ahora cuando vino D. Pedro Asencio venía a matar a todos, a los hombres y las mujeres, pero yo metió la cabeza por ustedes hijos míos, y ahora si se presenta con Sr. General con mucho gusto yo les hablo por ustedes, y darán pues hijos míos no más el palabra de ustedes quiere saber si me dan más que están en el pueblo, pero dalialo (sic) a lo corazón ustedes a D. Pedro Asencio, porque ya es hora para ganar nuestra Patria de la américa, y así hijos apúrense, ya se van otra vez, irán a atacar se de la tropa de la Mérica (sic), y no más Dios que la vida.

Como se puede observar, el cabecilla seguidor de Alquisiras descubría en su carta dirigida al gobernador de Alahuistlán el modo de proceder de su jefe cuando los indios se negaban a apoyarlo, pero al mismo tiempo mostraba el sentido político de la lucha que daba justificación a sus de ac­ciones, es decir, se actuaba de ese modo para conquistar la “Patria Ameri­cana”. Los oficiales realistas calificaron este comunicado como una “carta seductora de los rebeldes” y era el modo de manejarse del insurgente. Fren­te a todo esto, los realistas también pudieron darse cuenta que la gente de estas comarcas era muy diferente a la de otros lugares de la Nueva España, en cuanto a lealtades se refiere. 23

Las acciones que emprendieron los oficiales realistas en contra de Pe­dro Asencio para frenar su influjo tuvieron un gran parecido a las de este insurgente, y quienes más padecieron fueron los pueblos indios que se en­contraban cerca de las conflagraciones. Armijo informó al Virrey que para sitiar y desgastar a los sublevados del cerro de la Goleta dispuso que en los pueblos de San Miguel y San Pedro se destruyeran todos sus sembradíos. 24 Al soportar la presión de los ejércitos, el sentido de la guerra para los pue­blos pudo ser nada atractivo al tener que lidiar con ambos frentes. 25 No hay muestras de fuertes resentimientos en muchos de ellos hacia el régimen virreinal establecido, pero la presencia de fuerzas castrenses que los obliga­ban a participar en una guerra que les destruía todo en nombre del Rey los hacía tomar sus propias decisiones. Los comandantes realistas expresaron continuamente su disgusto hacia los indios de la zona que dominaba Al­quisiras, exponiendo sus formas ambiguas de comportamiento al revelar el modo resbaladizo de sus lealtades hacia ellos. Es decir, los pueblos indios tuvieron más aprecio a las invitaciones de Pedro Asencio, con todo y sus métodos coercitivos, que a los realistas con sus frecuentes ofrecimientos de perdón y explícitos estímulos para quien suscribiera su fidelidad al Rey. Desde Tejupilco el oficial realista Juan Nepomuceno Rafols explicaba sobre esta realidad al virrey Conde del Venadito:

Ellos [los indios] están desnudos, sin jacal, ni hogar, sin víveres ni recursos algunos, viviendo en los breñales como las fieras y con todo están obcecados; es verdad que se han indultado cerca de mil en cuatro meses, pero todavía que­dan los suficientes para el engreimiento de sus cabecillas […] Pues con todo que los pueblos ya presentados ven a los rebeldes decaídos y las tropas en buen estado y operando, hacen más aprecio de un papel [como el arriba citado] que de nuestras bayonetas, y este es el motivo porque en esta demarcación ha ha­bido muchas épocas de que la insurrección haya decaído y fomentado luego. 26

Esta información Rafols la envió al Virrey el 12 de agosto de 1820. Para entonces, con el regreso de la Constitución española, se habían multiplicado los ofrecimientos de perdón de las autoridades virreinales hacia los pueblos indios y cabecillas insurgentes como parte de una estrategia para finalizar la guerra. Para las autoridades virreinales, el documento constitucional traería grandes beneficios en la pacificación de los rebeldes que actuaban dentro y cerca de la jurisdicción militar de Pedro Asencio. Su contenido podría interesar a muchos de ellos y los comandantes realistas aprovecharon muy bien esta coyuntura para convencerlos de que se sujetasen a este nuevo orden ju­rídico aceptando la indulgencia que se les ofrecía. Sin embargo, nada logra­ron con Alquisiras que sostenía y revalidaba lo mismo que su jefe principal, Vicente Guerrero, quien siempre se negó a aceptar algún perdón.

Esta conducta fue calificada por los jefes realistas no como una muestra de fidelidad a la causa que defendía, sino de una fuerte incapacidad de Pedro Asencio de entender la nueva realidad política novohispana en este momen­to de nuevas libertades que otorgaba la vuelta de la Constitución. Para el comandante Rafols, luego de saber que el padre Izquierdo había mostrado interés el Código español y que no tenía ningún embarazo en indultarse, expuso al Virrey que de este clérigo se podía “sacar algún partido, es un hombre bien relajado; pero de los ignorantes Asencio y Campos es difícil empresa porque no tienen conocimiento de Dios, de Religión, de Gobierno, ni es fácil hacerlos entender a mi creer son más idiotas estos indios que antes de la conquista de este Reino”. 27

Rafols descubriría, en efecto, la naturaleza y diversidad entre los in­surgentes que actuaban en una misma zona. Izquierdo era un eclesiásti­co propietario en la región de Sultepec; se había decidido por la causa de la insurrección desde el año de 1810 y había participado, al lado de otros insurgentes, en diversos combates enfrentando a las tropas realistas. A Iz­quierdo se le identificaba como hombre de criterio y de saber, mientras que a Pedro Asencio como un indio de baja instrucción, propenso a realizar actos de barbarie y sin muestra de tener incentivos juiciosos para alguna negociación. Frente a esta imagen, el oficial realista Rafols no dudó en decir al Virrey que lo único que podría vencer a Pedro Asencio para que se pre­sentase a la gracia del indulto era “tal vez la codicia”, asegurando no se re­sistiría a “alguna cantidad que le satisficiese” mediante un escrito que él le hiciera llegar. El ofrecimiento que la autoridad hizo al insurgente (y en este momento también a Pablo Campos) fue de 600 o mil pesos, algunas tierras realengas y “otras ventajas de esta clase o de las de militares urbanos”. 28

Pero Rafols no acertó en la apreciación que tenía de Pedro Asencio, ya que ninguna de las cartas que le envió que contenían estas ofertas, recibió contestación. Por el contrario, pronto se dio cuenta que las acciones puniti­vas que realizó Alquisiras, por órdenes de Vicente Guerrero, en contra del cabecilla Campos y del padre Izquierdo quienes mostraron estar más inte­resados en conseguir indultarse, mostraban su misma obstinación. Resul­tado de ellas, Campos pereció “a manos del Sr. Brigadier Alquicira”, y así lo informó Vicente Guerrero al comandante Armijo diciéndole que Pedro Asencio no había hecho otra cosa “que cumplir con mis órdenes en ir qui­tando a los díscolos de entre nosotros”. Izquierdo también fue capturado por las gavillas de Asencio y Guerrero, pero logró escapar antes ser ejecu­tado, poco después firmó un convenio con los realistas para indultarse. 29

Estas acciones respondían a una nueva cruzada militar y política que había iniciado Vicente Guerrero después de conocer los efectos que iba produciendo el regreso de la Constitución española entre los insurgentes y los pobladores novohispanos. Castigar la traición de quienes alguna vez juraron defender el gobierno insurgente y la causa de la independencia fue una tarea que realizó con mucha determinación. El principal líder de la insurgencia encontró en Pedro Asencio a su más firme y fiel colaborador. Cuando era posible se reunían para sacar acuerdos y para persistir en la causa que mantenían. Los coroneles realistas que lo combatían sabían que estos acuerdos no eran más que el de afanarse por la total independencia del Reino. Así se lo hizo saber Armijo al Virrey explicándole que Guerrero y los demás rebeldes obstinados “rehúsan el bien que se les propone del perdón, y medios de una cómoda subsistencia, diciendo que a ellos no les parece entrar por los términos de la Constitución [española] siendo lo que pretenden la independencia de estos dominios”, y añadía: “estos rebeldes, Señor Exmo., están muy distantes [reacios] de conocer el bien del sabio Có­digo que actualmente nos rige, y aunque se los evidenciasen de una suerte feliz y pacífica con la observancia de él, jamás prescindirán del bárbaro sistema de robar, asesinar y practicar toda clase de ferocidad y crímenes en que están constituidos”. 30

Pedro Asencio Alquisiras, hacia el año de 1820, había alcanzado no­table presencia dentro de la insurgencia. Mediante su reconocimiento y colaboración con el principal líder la insurgencia, Vicente Guerrero, no sólo legitimó sus actos sino que agrandó su propia “autoridad entre los de su origen”. 31 Guerrero mucho confió y se apoyó en él al poder confirmar su lealtad y sus sinceras convicciones de luchar por la “Patria America­na”, y porque como ningún otro le proporcionó un contingente de tropa constante y dispuesta a continuar en la lucha. 32 Los métodos para seguir sosteniendo esta presencia militar en su zona de dominio siguieron siendo los mismos. Armijo no se equivocaba en decir al Virrey que los rebeldes, y al alcance estaba Alquisiras, nunca prescindirían del bárbaro sistema de robar, asesinar y practicar toda clase de ferocidades y crímenes para al­mantener su poder. Si bien, en un principio parecía no estar supeditado a ningún dominio y autoridad, a partir de la presencia de Vicente Guerrero sus acciones se mantendrían dentro de una nueva jurisdicción de dominio que le daba sustento. El insurgente siguió presionando y castigando a los pueblos que no le eran totalmente fieles, quemando sus casas y sus sem­bradíos; continuó robando y asaltando a los que hallaba en los caminos; se echaba sobre los bienes y propiedades de los hombres que consideraba desafectos a la causa; mataba sin provisión alguna a espías y correos que caían en sus manos; castigaba duramente y hasta con la muerte a seculares espiones portadores de papeles seductores escritos por los comandantes realistas, entre otras cosas más.

Ni la Junta de Gobierno durante su existencia, ni Vicente Guerrero, pusieron freno a sus acciones y durezas, al contrario, las concibieron de mucha utilidad para robustecer el movimiento insurgente que en muchos momentos se veía prácticamente aniquilado. El propio Guerrero ejecutó acciones bastantes rigurosas hacia los pueblos que buscaron conducirse dentro de la esfera administrativa virreinal y el orden constitucional res­tablecido. De ello pudieron darse cuenta los habitantes de Tlapehuala y Pungarabato, a quienes les impidió formar sus ayuntamientos constitucionales y, frente a su obstinación, padecieron “un total saqueo e incendio en general”. 33

Los reportes de los oficiales realistas al Virrey estaban cargados de noticias sobre las acciones de Pedro Asencio y Vicente Guerrero. Habían pasado varios años de continuos fracasos para derrotarlos o atraparlos; habían transcurrido ya algunos meses de buscar convencerlos, con ofertas infructuosas, de que de­jaran las armas y se decidieran por el nuevo orden constitucional. La incapaci­dad militar para combatirlos puso al virrey Apodaca en alerta constante. Así, en frecuente estado colérico arremetía en contra de sus coroneles realistas que sólo le comunicaban sus inútiles y a veces desastrosos enfrentamientos con las tropas insurgentes. Especialmente en el año de 1820 mucha información llegó sobre Pedro Asencio Alquisiras, acerca de sus múltiples estrategias militares que usaba para atacarlos, de las acciones despiadadas que emprendía, ya fuera engañando a sus atacantes, rodando piedras de un precipicio para aplastarlos, o enfrentándolos directamente para luego huir dejando grandes pérdidas.

José Gabriel de Armijo, que tenía más de seis años combatiendo a los in­surgentes en el sur de la Nueva España, el más duro e implacable perseguidor de los rebeldes en esas regiones, tampoco logró dar un golpe definitivo y fue presionado por el Virrey solicitándole mejores resultados frente a este implaca­ble insurgente y su jefe principal Vicente Guerrero. El intercambio epistolar que mantuvo personalmente el Virrey con este dirigente, las proclamas y los mani­fiestos para convencer a los pueblos de volver a la paz, los frecuentes enfrenta­mientos que seguían sosteniendo sus coroneles contra las fuerzas insurgentes, daban cuenta de esfuerzo que se hacía la autoridad por poner fin a una guerra que no terminaba. Para tratar de remediar esta inaceptable realidad, en el mes de noviembre de 1820 relevó el cargo del comandante Armijo para nombrar en su lugar a Agustín de Iturbide. El impaciente y decepcionado Virrey buscó con este reemplazo terminar eficazmente las hostilidades en aquellos puntos en que la obediencia al Rey y a la Constitución no lograba alcanzarse con plenitud. 34

El nuevo comandante del sur, después de arreglar algunas secciones militares en diferentes puntos del sur, acordó combatir a los adversarios insurgentes que quedaban y de ello presumió muchas esperanzas. Entre uno de sus blancos principales, desde luego, estaba Pedro Asencio y así se lo hizo saber al Virrey en el mes de enero de 1821: “no desisto del proyecto de darle un golpe de sorpresa”. Empero, en el mismo comunicado, Iturbide reconocía lo difícil que era lograr su objetivo, decía que “vive con una pre­caución suma: muda con frecuencia de posición, muchas veces dos o tres ocasiones en la noche”. Si bien Iturbide iba lleno de jactancia y marcadas pretensiones, la realidad le mostró una cara diferente. Sus tropas fueron varias veces sorprendidas por las de Pedro Asencio a través de emboscadas que le preparó. En el corto tiempo que llevaba su campaña llegó a ser tal su preocupación y obsesión por el rebelde que, desde su llegada al sur, la correspondencia de Iturbide enviada al Virrey por lo común no trataba sino de Ascencio. 35

Iturbide había pedido al Virrey para alcanzar éxito en su empresa mi­litar el regimiento de infantería de Celaya. Y para cubrir algunas deser­ciones que había tenido le solicitó se quedase a sus órdenes la fuerza del regimiento de Murcia (destinada a Temascaltepec) que sería reservada a combatir simultáneamente a Vicente Guerrero y a Pedro Asencio. 36 Itur­bide recibió la mayoría de los apoyos solicitados al Virrey y obtuvo sumas de dinero prestadas de personalidades eclesiásticas del virreinato, como el obispo de Guadalajara, “para alivio de la tropa”. 37 Sin embargo, todas sus movilizaciones, estrategias, fortificaciones y recomposiciones dirigidas a combatir al brujo Alquisiras y a su principal jefe se toparon con una fuerte resistencia, lo que hizo que al poco tiempo modificara el rumbo de sus planes militares. Bustamante menciona que de diciembre de 1820 a enero del siguiente año:

[…] las tropas de Iturbide sufrieron cinco ataques terribles por los americanos del Sur; experiencia que le hizo mudar de rumbo en su plan de operaciones, y que desengañado de que no podría subyu­garlos por la fuerza, recurrió al acomodamiento […] En razón de esta resistencia física, procuró multiplicar su diligencia para hacer entrar en sus ideas a Guerrero y Ascencio, caudillos principales que no podían menos de verlo con horror y recelo. 38

Un importante intercambio epistolar se generó entre Agustín de Itur­bide y Vicente Guerrero durante los meses de enero y marzo de 1821. El primero invitaba al jefe de la insurgencia a cesar las hostilidades y a sujetar las tropas de su cargo a las órdenes del gobierno con el ofrecimiento de mantener el mando de su fuerza y auxilios para la subsistencia de ella. Esta medida era en atención a que habiéndose ya marchado representantes al congreso de la Península con la disposición de manifestar “todo cuanto nos es conveniente” y entre otras cosas que todos los hijos del país sin distinción alguna entren al goce de ciudadanos y que tal vez venga a México un sobe­rano de la dinastía reinante, ya no tenía sentido en continuar la guerra. Le advertía que si persistía en sus afanes él tenía tropa sobrada de que disponer y la prueba estaba en que había marchado ya una sección por Tlacotepec al mando del teniente coronel Antonio Berdejo, y que él personalmente iría “por el camino de Teloloapan, dejando todos los puntos fortificados con sobrada fuerza, y dos secciones sobre D. Pedro Alquisira”. La contestación de Vicente Guerrero fue muy precisa y clara. Le dijo que los peninsulares habían dado muestras de altivez al no conceder la igualdad de represen­tación de nuestros diputados a Cortes, ya que “ni se nos quiere dejar de reconocernos con la infame nota de colonos, aún después de haber decla­rado a las Américas parte integral de la monarquía”; que dichos diputados no alcanzarían “la gracia que pretenden” y que nosotros no teníamos “que pedir por favor lo que se nos debe por justicia”. Le hacía notar a Iturbide que siendo americano había obrado mal y que la patria esperaba de su persona una mejor acogida, por lo que lo invitaba más bien a que se decidiese “por los verdaderos intereses de la nación”, que solo así tendría la satisfacción de verlo militar a sus órdenes. Más adelante le expresaba que nada le sería más degradante que admitir el perdón que le ofrecía el gobierno contra quien sería contrario hasta el último aliento de su vida, pero que no desdeñaría de ser su subalterno “en los términos que digo”, que con el mayor placer entre­garía en sus manos el bastón con que la nación lo había condecorado; que ésta era su resolución y que no quería discurrir sobre propuestas ningunas porque su única divisa era libertad, independencia o muerte. 39

Aunque Agustín de Iturbide mostró cierta aprensión sobre la deter­minación de Vicente Guerrero no desaprovechó, conforme a sus intereses políticos, la oportunidad de seguir negociando y buscar un arreglo. En otra carta suscrita el 4 de febrero de 1821 le indicaba que en breve deseaba darle un abrazo como amigo, que no le era posible explicarle en una carta to­das sus ideas, pero le aseguraba que dirigiéndose ambos a un mismo fin, únicamente restaba “acordar por un plan bien sistemado” (sic). Aunque le expresó que deseaba tener una conferencia cercana con él para comunicarle sus planes, ella nunca se verificó y el intercambio de ideas se dio a través de sus representantes y el envío de cartas. Mas se aprecia que en todas es­tas negociaciones pudieron llegar a importantes acuerdos que más tarde quedarían inscritos en el Plan de Iguala, documento que fue elaborado por Agustín de Iturbide y el cual juró defender, circulándolo a todos los habi­tantes de la América Mexicana. Al poco tiempo, Iturbide invitó a Vicente Guerrero para que en algún lugar que determinase procediese también a su juramento. Esto quedó al poco tiempo confirmado y la cita se cumpliría en el pueblo de Teloloapan.

Pedro Asencio Alquisiras fue convocado por Vicente Guerrero a acudir a la cita que acordó con Agustín de Iturbide para hacer oficial juramento y defensa del Plan. La cita de encuentro fue, en efecto, en el pueblo de Telo­loapan. Como todavía se desconfiaba mucho de Iturbide, Alquisiras decidió esperar en el pueblo cercano de Acatempa con toda su gente. Vicente Gue­rrero acudió al encuentro “con indistintos oficiales de su fuerza” e Iturbide lo recibió con toda su tropa de caballería e infantería con que contaba. En este mismo día (14 de marzo de 1821) se realizaron los preparativos y las celebraciones para “la jura de independencia” que públicamente había de efectuar Guerrero y sus oficiales. Los términos del juramento fueron de la siguiente forma: “juráis defender la religión, la independencia, la unión de Europeos y Americanos, y al Rey constitucional, con cuyas tropas no nos hemos de chocar, sino con las del virrey”. El juramento se cumplió positiva­mente y, al día siguiente de esta ceremonia, se trasladaron al pueblo vecino de Acatempa. 40

En Acatempa se encontraba el resto de la fuerza de Guerrero, con Pedro Asencio Alquisiras esperándolo. Había un total de 1800 hombres cuyo as­pecto no dejó de asombrar a los oficiales invitados quienes avizoraron frente a ellos, para su presentación, una concentración de al menos 400 soldados vestidos y “el resto encuerados y los demás enteramente debilitados y en­fermos”. Pero del número total, formados en un amplio espacio del pueblo, solamente 800 recibieron a Iturbide con salvas, el resto de la tropa se man­tuvo acampada en las márgenes y los lugares cercanos a esta reunión por el recelo que se tenía al militar realista. Esta desconfianza pronto se disipó no sólo por las muestras de aquiescencia y confraternidad que debieron expresarse ambos jefes frente a ellos, sino porque Iturbide hizo visible la entrega de armamento para emprender la causa que se había jurado. 41 Pero lo más importante fue que Vicente Guerrero, en ese momento, hizo saber a Alquisiras y al resto de sus soldados que él personalmente reconocía “al sr. Iturbide como el primer jefe” del Ejército Trigarante. 42 Posteriormente en un manifiesto suscrito por él rescataría esta postura de la siguiente ma­nera: “el mundo todo sepa que los militares de la primera y tercera división del ejército de las Tres Garantías, y demás individuos que dependen de éstas, han jurado obediencia, y defender a costa de sus vidas al primer jefe, lo mismo que la religión, independencia y unión”. 43

Soldado del Ejército Trigarante

Después de los eventos en Acatempan —decía un informante realista— los insurgentes marcharon por el rumbo de Tetela y todos los haberes milita­res que les proporcionó Agustín de Iturbide los condujeron para el cerro de Barrabás donde se aseguraba se iban a fortificar. El primer jefe del Ejér­cito Trigarante, por su parte, se encaminó rumbo a la ciudad de Valla­dolid para unir sus fuerzas con las del Sr. Negrete, teniendo como labor principal convencer a otros oficiales del movimiento militar que se estaba emprendiendo y de hacer jurar el Plan de Iguala. Vicente Guerrero había recibido la orden de dirigirse al puerto de Acapulco para apoderarse de lo que conducían los comerciantes de Manila, y así contar con puntos de sostenimiento al movimiento. Pedro Asencio Alquisiras fue destinado a permanecer en su zona de dominio, no sin antes cumplir con la orden de Iturbide de acudir a Teloloapan para apropiarse del cargamento militar que allí existía, además de lo que pudiera extraer de la hacienda de dicho pueblo y de Zacualpan. 44 Esta tarea encomendada la cumplió ansioso y con mucha precipitación debido a que deseaba regresar a la demarcación de su mando, pues según él los pueblos querían se acercase a ellos para reunirse, aclamándolo “por su único jefe”. 45

Desde ese momento quedó claro para Pedro Asencio Alquisiras que el bastón de mando, que antes poseía Vicente Guerrero, había sido entre­gado a Agustín de Iturbide. El encuentro en Acatempan no sólo fue un protocolo de unión entre estos dos jefes militares, sino una demostración del traslado de poderes donde el primero dejaba al segundo la autoridad y el gobierno. De todo ello estuvo muy consciente Pedro Asencio porque, a partir de aquella ceremonia, sus cartas, avisos y solicitudes estarían dirigi­dos al principal jefe del Ejército Trigarante; a él debía hacer partícipe, como lo expresaría en sus cartas, lo que se debía “hacer en adelante”. 46

Pedro Asencio emprendió su campaña militar convencido e instruido de los conceptos y objetivos esenciales del movimiento trigarante. En pue­blos importantes donde había ayuntamientos constitucionales convocaba a todos los habitantes para celebrar una junta con el propósito de jurar “la Independencia, Religión y Unión… conforme a la ritualidad recibida”. Pero también, su campaña militar fue incisiva en cuanto alcanzar los pla­nes del movimiento. Era conocido que detenía y perseguía a los “desafec­tos” con el objetivo de contener a los que él ahora llamaba “enemigos del orden,” 47 y sancionaba a los obcecados que se resistían a pertenecer al go­bierno mexicano.

El discurso de Pedro Asencio muestra el sentido de pertenencia y obe­diencia a ese nuevo gobierno con sus dirigentes que andaban en campa­ña militar. Si bien algunas veces Alquisiras pudo tomar determinaciones propias para arreglar algunos asuntos en nombre de ese gobierno, siem­pre lo hizo bajo la obligación de comunicárselo a su jefe superior Agustín de Iturbide. Esto sería precisamente el cambio substancial que habría de militares que, aunque mostró mucha disposición en fortalecerse, tuvo que sortear muchos problemas sobre las formas de proceder en esta campaña. Acostumbrado como insurgente a resolver los asuntos de guerra a su ma­nera, es decir, imponiendo su autoridad mediante métodos personales, sin ni siquiera consultar a sus jefes superiores, a partir de este nuevo evento militar y diferente gobierno las condiciones ya no pudieron ser iguales. Como soldado de un ejército nacional, Pedro Asencio fue conminado a mantener un comportamiento diferente, y procurar en adelante mantener una “política de urbanidad y comedimiento”. 48

Sin embargo, Pedro Asencio trató de ajustarse a este nuevo orden mi­litar y político, varias complicaciones empezaría a experimentar en sus expediciones militares. Lo primero que pudo percibir fue que, ante la ne­cesidad de contar con recursos para sostener y vestir a sus tropas, ya no lograba conseguir lo necesario porque Iturbide le ordenaba solo recurrir a lo que tenían los ayuntamientos en alcabalas, diezmos y contribuciones, haciéndole presente evitar echar mano de otras cosas; y si las rentas públi­cas no le producían lo necesario para cubrir sus necesidades, tenía la orden de acudir a sus viejos compañeros, como el señor Vicente Guerrero, para que le ayudasen con algunos gastos; además, no debía pasar por alto que para el pago de sus soldados, la compra de armas, y otras atenciones que exigían “muchos gastos de consideración”, era necesario extremar “todas las reglas de economía”, para que esos vacíos económicos que él demanda­ba pudieran “cubrirlos los recursos con que contamos”. 49

Las cartas enviadas a Agustín de Iturbide dan cuenta del esfuerzo de Pedro Asencio por acomodarse a esta política que lo conminaba a tener un comportamiento militar distinto. Pero también se observa la desespe­ración que invadió muy tempranamente al antiguo insurgente para obrar con arreglo a los planes y ordenamientos que le transmitían. Pedro Asen­cio comunicó a Iturbide lo siguiente: “algo me contiene al no tener con que sostener mis tropas, lo que antes no me pasaba pues de las plazas que lla­mamos enemigas me sostenía”. 50 Para justificar su inquietud advertía que sus partidas andaban por todas partes y algunas habían llegado hasta Tolu­ca; y que se tomase en cuenta que Armijo ya había avanzado hasta Iguala.

En los días finales del mes de abril de 1821 el desasosiego de Pedro Asencio fue mayor. Después de dar cuenta de las dificultades por las que venía atravesando por falta de recursos, de mostrar su desilusión con la política de “urbanidad y comedimiento”, a la cual no estaba acostumbrado, escribió a Iturbide lo siguiente:

Estos hechos ya me tienen impaciente y por lo mismo estoy resuelto (con el permiso de Usted) a romper la guerra con todo servil que se me presente en masa, y a echarme sobre todos los bienes de los delincuentes desafectos a nues­tro sagrado sistema, pues acusa dolor, y aun vergüenza, los procedimientos de tanto ingrato, que abusan de la dulzura con que se miran por nuestras armas: más dolor ocasiona el ver que por nosotros se conservan las propiedades y las personas de los hombres aun delincuentes y ver venir las tropas enemigas y apoyan con unas y con otros con lo que experimentamos que nuestra misma lenidad sirve de armas al punto contrario. Dolor insufrible es ver mi tropa que pasa de 800 plazas, muertos de hambre, desnuda y llena de miserias por guardar decoro y respeto a las posesiones de los Cortines y otros, y luego veo con estos mismos bienes triunfar y reírse de nosotros a las tropas enemigas. Nuestra conducta es buena: el sistema adoptado, pero esto es para otro gé­nero de gobierno, pero para el del Venadito no es regular porque no guarda ni han guardado ni el derecho de guerra ni el de gentes, ni el moral […] En este concepto se hace indispensable que Usted tome la resolución de que ata­quemos y usemos los bienes del delincuente o remitir cada un mes el nume­rario necesario para suvenir la estrechas escaseces de esta sufrida sección. 51

Pedro Asencio Alquisiras quedó esperando respuesta o alguna ins­trucción de Iturbide sobre este comunicado que nunca llegó. Por el con­trario, el líder del Ejército Trigarante le propuso siguiera conduciéndose bajo la política de urbanidad y mesura como ya se lo había participado. El antiguo insurgente trató de acomodarse a esta política dando muestras de ello en Taxco. Luego de participárselo a Iturbide, recibió de éste sus felici­taciones diciéndole que con ello “llenará Usted mis deseos que son de ganar la voluntad de todos, especialmente de aquellos que, o por engañados, o por tímidos con los horrores antiguos no se deciden como deben a traba­jar por la patria”. La invitación de Iturbide a mantenerse por esta senda de cordialidad, aunque fue asumida con una voluntad de soldado leal, marcó en Pedro Asencio una inevitable contrariedad. Para él la falta de mayor determinación para sanear sus necesidades financieras había dado ocasión a que muchas tropas no se decidieran por el movimiento trigarante, pese a que mucha gente ansiaba reunirse con él, seguían colaborando con las tropas “del Venadito”. Esto era lamentable y de difícil resolución ya que, era ocasión de dar a conocer que la recomendación que le había hecho Iturbide de solicitar socorros al señor Guerrero no había progresado, ya que dicho comandante “no tuvo a bien remitirme ni un peso”. 52

Su desaliento se agrandó más todavía cuando empezó a entrever que su presencia dentro del Ejército Trigarante y frente al mismo Iturbide era muchas veces minimizada. Es decir, su esfuerzo no parecía merecer la nece­saria atención de su jefe superior y, peor aún, su persona, en el ámbito de las relaciones militares, era prácticamente relegada. Por ello llegó a comunicar a Iturbide lo siguiente:

No obstante en la presente ocasión lograr con mi reunión algún buen re­sultado de que tendría Usted los oportunos comunicados, esperando de su bondad me diga de los de Usted que todo lo ignoro, y si algo sé es por medio de otros jefes a quien usted lo comunica, haciéndome a mí en esto, motivo de sentimiento, pues como aquellos deseo saber el éxito de las operaciones de Usted como tan interesado [estoy] en el bien de la Patria. 53

Las contestaciones de Iturbide a Pedro Asencio siguieron siendo esca­sas y poco detalladas. El trato o comunicación personal que el líder del Ejér­cito Trigarante estableció con los principales militares comprometidos con el movimiento, distaba mucho de lo que Pedro Asencio quería. El ámbito de relaciones militares comenzó a ser para Iturbide más amplio y a un nivel conocer, al conjunto de los soldados, no sólo el progreso del movimiento, sino las directrices políticas que creía le darían sustento. Comunicaba, por ejemplo, que la proclamación de la independencia de la América Septen­trional, después de la experiencia horrorosa de tantos desastres desde el año de 1810, fijó como otro principio la unión general entre americanos, europeos e indios, por lo que les pedía “seguir con la moderación que os es característica, con el respeto que os distinguís y con la unión y celo que os anima”, para que el mundo “vea aquel Ejército que dio su patria la libertad ha sabido conservarla con bizarría y con prudencia”. 54

Pedro Asencio mostró su desencanto por el trato desairado de Iturbi­de. Sin embargo, conservó la suficiente voluntad para conducirse por esta vertiente política sugerida por su jefe principal. Ciertamente en el mine­ral de Taxco había tenido un comportamiento ejemplar durante su visita que hizo el 21 de mayo de 1821, luego de llegar y celebrar la “Junta” para el juramento de la Independencia con los habitantes, notificó a Iturbide lo siguiente: “Nada tienen que decir los tasqueños de nuestra parte: todos fueron bien tratados; ni personas ni propiedades fueron en manera alguna molestados”. 55 En otros lugares y momentos también actuó buscando no salirse de las previsiones que dictaba el novo gobierno y, cada vez que to­maba una decisión propia, sabía que tendría que ser acreditada por la auto­ridad que se estaba constituyendo. Por ejemplo, hizo saber de la existencia de coroneles realistas que le habían solicitado unirse a su ejército con su mismo grado y, al ver que su ingreso podría ser muy útil a la patria, accedió a sus peticiones, pero esto lo había hecho con el pleno juicio de comunicár­selo a la autoridad superior para que conociera de “sus circunstancias y ser­vicios”, y lo hiciese partícipe “al Soberano Congreso para su aprobación”. 56

Si bien Pedro Asencio trató de actuar de un modo distinto, mostró intranquilidad e incomodidad dentro de la campaña militar que sostenía. Los recursos con que contaba le seguían siendo insuficientes, lo que le di­ficultaba organizarse adecuadamente para seguir avanzando en contra de las fuerzas realistas y “los enemigos del orden”. Su condescendencia con las nuevas formas de proceder lo fueron alejando cada vez más de sus formas tradicionales de ejercer su poder militar y dominio territorial. Avanzaba fuera de lo que era su costumbre, con ataduras disciplinarias que le fueron mermando sus capacidades de acción y autoridad. Sería de tal magnitud este proceso de cambio que a los tres meses de haber jurado el Plan de Iguala comenzaría a sumar sus fracasos militares que serían irreversibles durante sus próximas encomiendas militares.

Como parte de las estrategias del Ejército Trigarante, Pedro Asencio tuvo que asumir compromisos militares más allá de su área de dominio. Después de sus andanzas como miembro del Ejército Trigarante en los pueblos cercanos (inclusive resolviendo ordenes de coordinarse y auxiliar al padre José Manuel Izquierdo que había vuelto a tomar las armas), fue solicitado adelantar sus tropas hasta los frentes de Mezcala y Apastla con el fin de apoyar los movimientos de Vicente Guerrero que se dirigiría a Tlapa desde la costa. Se iniciaban operaciones que tenían por objeto dar mayor fuerza a un nuevo avance que ya se intentaba sobre Acapulco. El plan prin­cipal era enfrentar al oficial realista Márquez Donallo quien, habiendo ido a aquel puerto para recuperarlo del dominio de Vicente Guerrero, recibió una orden del Virrey para que regresase a la capital.

Márquez Donallo después de abandonar Acapulco, receloso de encon­trar oposición en el paso del río Mezcala, hizo previsiones con sus oficia­les aliados para sortear cualquier dificultad en su camino. Pedro Asencio, aprovechando la oportunidad que le ofrecía la todavía lejanía de Márquez, inició sus primeros movimientos preparando un ataque al pueblo de Tete­cala para después abrirse paso rumbo a Acapulco. Dionisio Boneta era el comandante realista de aquel lugar y tan pronto como supo de la intención de Alquisiras solicitó ayuda a un compañero suyo de nombre Húber. Sin atraso éste se dirigió hacia Tetecala con su escasa tropa, los urbanos de Tepe­cuacuilco, Huitzuco y los mozos armados de la hacienda de San Gabriel. Pe­dro Asencio al no lograr la intimidación y rendición de Boneta, emprendióel ataque a la población repitiendo varios asaltos los cuales fueron rechaza­dos. Al ser notificado de la marcha de Húber que venía desde la hacienda de San Gabriel para atacarlo, personalmente salió a su encuentro con un trozo de infantería y caballería. Encontró a su enemigo en el paraje las Milpillas donde se batieron decididamente, pero “al cargar a la arma blanca”, Pedro Asencio fue alcanzado de un machetazo que le proporcionó Francisco Agui­rre, dependiente de la hacienda de San Gabriel. El encuentro fue fatídico para Pedro Asencio, en él encontró la muerte. El ánimo de su gente se derrumbó y la mayoría se dio a la fuga. El propio Vicente Guerrero que se hallaba en el río Mezcala se replegó franqueando el paso de Márquez Donallo que “no encontró estorbo en su marcha” rumbo a la capital. 57

La cabeza de Pedro Asencio fue enviada a Gabriel Armijo que se en­contraba en Cuernavaca y fue expuesta en un paraje público. Muchos de los que se hallaron en la acción en contra de tan famoso personaje reci­bieron ascensos, gratificaciones y un escudo. Era el mes de junio de 1821 y en la Ciudad de México hubo un ambiente casi festivo. El Virrey había recibido a Márquez, dice Lucas Alamán, “con el mayor aplauso, saludando desde su balcón a los oficiales y soldados, y premiando a los primeros con un grado al más antiguo de cada clase, a los segundos con una gratificación de 4 pesos a cada individuo. El padre capellán fue propuesto para que se le diesen los honores de predicador del rey”. 58

Alamán recogió estas descripciones de la Gaceta del Gobierno de Mé­xico. Aunque este historiador se distinguió como duro crítico de los an­tiguos insurgentes, reconoció posteriormente que Pedro Asencio fue un “hombre de valor y mucha viveza para el género de guerra de montaña que era acomodado al terreno que ocupaba”; que había sido “obra de sus esfuerzos todo lo más importante que se hizo en el Sur, aunque se haya aplicado a otros la gloria de ello; que ni siquiera su nombre fue inscrito en el salón del Congreso, “en el que se ha(bían) puesto los de varios que no hicieron tanto como él”. Para Alamán la muerte Pedro Asencio Alquisiras demostraba lo fácil que hubiera sido destruir a la gente que buscaba reali­zar la independencia en el sur si se hubiesen empleado oportunamente los medios adecuados pues, al valorar los acontecimientos, advertía que “la parte más florida de ella, apenas salió de las esperezas en que se guarnecía, fue desbaratada por los sirvientes de una hacienda y los urbanos de algu­nos pueblos”. 59 Esta visión que hace alusión al dominio que tenía Pedro Asencio de su territorio tiene mucho sentido porque, como hemos podido constatar, parte de su fama como insurgente se debió a las capacidades y el conocimiento que tenía de la zona en que operaba, donde sabía esconderse, atacar, escapar y hacerse de recursos. Pero ahora entendemos que había algo más. Pedro Asencio, en esta etapa diferente en la que participó dentro del Ejército Trigarante, nunca logró mantener la misma firmeza y supre­macía porque fueron fracturadas sus formas de operar; la falta de sintonía con el nuevo modo de proceder militarmente, que lo obligaba a utilizar una política de “urbanidad y comedimiento”, lo condujeron por una senda que le fue muy difícil caminar.

Conclusiones

El indio Pedro Asencio Alquisiras tuvo una participación muy activa en los años finales de la guerra por la independencia mexicana. Al lado de Vicente Guerrero encontró una mejor integración al grupo insurgente y al organismo político que le daba legitimidad. En su zona de dominio, al sur de la intendencia de México, operó exitosamente obligando a los pueblos a participar en la lucha emancipadora. Sus actuaciones que en un princi­pio eran libres y semejantes a las de un bandolero, se transformaron en acciones con un sentido político más visible y vinculado a la instituciona­lidad insurgente, llegando a ser identificado como hombre obstinado por la independencia de la “Patria Americana”. Mediante la intimidación y la amenaza buscó hacerse de partidarios, pero también utilizó los halagos y la persuasión para conseguir apoyos entre los pueblos indios. Su notoriedad como insurgente se debió a los duros métodos que utilizó para sostener la guerra y hacerse de recursos, igualmente por la inquebrantable lealtad que demostró al líder de la insurgencia Vicente Guerrero, desestimando todos los ofrecimientos realistas para indultarse. En el territorio que dominaba se volvió un insurgente casi imbatible, cualidad reconocida por los oficiales realistas y por el propio Agustín de Iturbide, tanto que fue requerido para combatirlo, junto a los demás insurgentes en el sur.

Las negociaciones entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero an­ticiparon; sin embargo, cualquier otra maniobra militar para destruir las fuerzas de Pedro Asencio. El encuentro en Acatempan no sólo significó para el indio Alquisiras un protocolo para jurar y sostener el Plan de Igua­la, también representó el traslado del poder y mando del jefe de los insur­gentes al primer jefe del Ejército Trigarante. Esta transacción fue muy clara para Pedro Asencio y, como soldado del nuevo ejército, mostró a la presen­te autoridad su lealtad y obediencia. Pero lejos de encontrar con Iturbide las concordancias necesarias para seguir actuando como él estaba acos­tumbrado, tuvo que modificar sus métodos para cumplir las órdenes del primer jefe de actuar mediante una política de urbanidad y comedimiento para conservar el principio fundamental de la unidad entre los pobladores novohispanos. Para Pedro Asencio, no existía otra manera para seguir sos­teniendo a sus tropas que el sometimiento, los saqueos y la intimidación. Desde los primeros días de actuación dentro del nuevo ejército, mostró su inconformidad a tan refinada política porque percibía personalmente su debilidad y relegación militar que lo limitaba a seguir actuando con ventaja en contra de los enemigos y desafectos al Plan de Iguala. El advenimiento de una dura derrota que sufrió durante una comisión militar fuera de su área de dominio, y en donde encontró la muerte, mostraría finalmente que su firmeza e influjo que gozó como insurgente se había debilitado en esta nueva etapa de lucha por la emancipación mexicana.

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2 Alamán, Lucas, Historia de Méjico desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, México, Editorial Jus, 1942, tomo 5, p. 62.

3 Riva Palacio, Vicente, México a través de los siglos, México, Editorial Cumbre, 1976, tomo III, p. 613.

4 Carrión, Antonio, Indios célebres de la República mexicana o biografía de los más notables que han florecido desde 1521 hasta nuestros días, México, 1860, p. 465. http://www.bicentenario.gob.mx

5 Arenas, Gamaliel, Pedro Ascencio Alquisiras, p. 250. https://goo.gl/q8hJjb

6 Warren Johnson, Anne, “Un caudillo olvidado: la participación de Pedro Asencio en la lucha insurgente”, en Jaime Salazar Adame, (coordinador), Independencia y revolución en el estado de Guerrero, México, Gobierno del Estado, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2011, p. 304. Hay que añadir en este seguimiento historiográfico las obras de: Miquel I Vergés, José María, Diccionario de insurgentes, México, Editorial Porrúa, 1980, pp. 22-23; Villaseñor y Villaseñor, Alejandro, Biografías de los héroes y caudillos de la independencia (Biblioteca de autores mexicanos 76), México, Imp. de V. Agüeros, 1910, pp. 419-423. https://goo.gl/fUZFDC; López, Héctor F., Diccionario geográfico y lingüístico del estado de Guerrero, México, Editorial Pluma y Lápiz de México, 1942, pp. 43-44; Nava Díaz, Arturo, Diccionario enciclopédico del estado de Guerrero, México, Guerrero Editorial o Comercial, 1999, p. 21.

7 Carrión, Indios célebres de la República mexicana, p. 467.

8 Carrión, Indios célebres de la República mexicana, p. 467.

9 Bustamante, Cuadro histórico, tomo V, p. 86.

10 Bustamante, Cuadro histórico, tomo v, p. 86.

11 Tomás Cagigal a José Gabriel Armijo, 20 mayo de 1817, Archivo Histórico de la Nación Mexicana, (en adelante agnm), Operaciones de Guerra, vol. 87, ff. 245-246. En una de las acciones que tuvieron pasaron a degüello a siete hombres y un niño moriría también al ser alcanzado por la ira de los rebeldes; de no ser por la intersección de José Cadrecha que de rodillas y lágrimas en los ojos les rogó no les quitasen la vida, las víctimas podrían haber sido más.

12 Francisco de Avilés al virrey Juan Ruiz de Apodaca, Iguala, 1º de octubre de 1818, AGNM, Operaciones de Guerra, vol. 80, f. 151.

13 Mateo Guiley a José Gabriel Armijo, Zacualpan, 1º de octubre de 1818, AGNM, Operaciones de Guerra, vol. 80, f. 163. Anne Warren, sin embargo, menciona que Simón Asencio murió en una batalla que ocurrió el 25 de enero de 1821, cuando su hermano Pedro se enfrentó al jefe realista Miguel Torres en las cercanías de San Pablo, rumbo a Totomoloya. WARREN, “Un caudillo olvidado”, p. 303.

14 Bustamante, Cuadro histórico, tomo V, pp. 86-87

15 Guerrero a Juan Arango, Cuartel General de la Provincia de México en Canario, julio 30 de 1819, AGNM, Operaciones de Guerra, vol. 911.

16 Salcedo Guerrero, Mario, Vicente Guerrero's Struggle for Mexican Independence, Universidad de California, tesis doctoral, 1978, p. 119.

17 Salcedo, Vicente Guerrero's, p. 120.

18 Carrión, Indios célebres, p. 465.

19 Tomás Francisco Díaz a Armijo, Alahuistlán, marzo 15 de 1819, AGNM, Operaciones de Guerra, vol. 86, ff. 242-246; Alejandro de Aranas al virrey Apodaca, Tejupilco, agosto 11 de 1819, AGN, Operaciones de Guerra, vol. 441, ff. 122-123.

20 Salcedo, Vicente Guerrero's, p. 124. Este autor cita el siguiente documento: Vicente Guerrero a José Manuel Izquierdo, 28 de enero de 1819, AGNM, Operaciones de Guerra, vol. 86.

21No sabemos con precisión en qué momento la Junta de Gobierno insurgente depositó en Vicente Guerrero “toda la autoridad y el mando” cuando ella finalmente terminó por desmembrarse durante su incierta carrera por sobrevivir. Lo que sí está claro es que Guerrero ya llevaba esta responsabilidad al momento de encumbrar las montañas de Xaliaca en el mes de julio de 1820. Esto se revela en el informe de la misión confidencial del cura Epigmenio de la Piedra, donde relata la conversación que tuvo con Vicente Guerrero en esas montañas para convencerlo de dejar las armas. Cuando le hizo esta solicitud, Guerrero le respondió que no dependía solamente de él darle una resolución pues, desde que la Junta de Gobierno depositó en él “toda la autoridad y el mando”, debía de consultar a todos sus subalternos. Durante las negociaciones con Agustín de Iturbide también hace referencia a esta responsabilidad. En la carta que le envío, en enero de 1821, le dijo que él no tendría problema en entregar en sus manos el “bastón con que la nación me ha condecorado”. Lemoine, Morelos y la revolución, p. 419; véase también carta de Vicente Guerrero a Agustín de Iturbide, enviada desde Rincón de Santo Domingo el 20 de enero de 1821, Bustamante, Cuadro histórico, tomo V, p. 104.

22 José Francisco del Paso a José Gabriel Armijo, Tejupilco, 8 de noviembre de 1819, AGNM, Operaciones de Guerra, vol. 82, ff. 232-254.

23Carta seductora de los rebeldes. Basilio Antonio al señor gobernador Francisco Antonio y Lucas Francisco, Tejupilco, 12 de agosto de 1820, Archivo General de Indias (en adelante AGI), México, 1503.

24Relato de Armijo al virrey sobre un reconocimiento en la trinchera de S. Gaspar, a operar sobre los rebeldes situados en el cerro de la Goleta, 24 de septiembre de 1819, AGNM, Operaciones de Guerra, vol. 82, ff. 100-104.

25Sobre este tema véase a Escamilla, Juan Ortiz, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México (Colección Nueva América 1), España, Instituto Mora, Colegio de México, Universidad Internacional de Andalucía, Universidad de Sevilla, 1997.

26 Juan Nepomuceno Rafols al virrey Conde del Venadito, Tejupilco, 12 de agosto de 1820, AGI, México, 1503.

27 Juan Nepomuceno Rafols al virrey de Nueva España, Tejupilco, 12 de agosto de 1820, AGI, México, 1503.

28El Virrey de Nueva España a Juan Nepomuceno Rafols, México, 21 de agosto de 1820, AGI, México, 503.

29Carta de Vicente Guerrero a José Gabriel Armijo, 10 de septiembre de 1820, AGI, México, 1502. Juan Nepomuceno Rafols al virrey Conde del Venadito, Tejupilco, 28 de noviembre de 1820, AGI, México, 1678.

30 José Gabriel Armijo al virrey Conde del Venadito, Teloloapan, 23 de septiembre de 1820, AGI, México, 1502.

31 Alamán, Historia de Méjico, tomo 4, p. 459.

32Desde luego debemos mencionar a otros insurgentes como Juan Álvarez, Francisco Mongoy, Montes de Oca, los señores Agüero y Sarco, Gordiano Guzmán, en la costa, la tierra caliente y de las provincias vecinas, siguieron luchando muy decididos. El primero, por ejemplo, en el mes de septiembre de 1820 escribió cartas y publicó proclamas buscando levantar los ánimos de la gente costeña para seguir sosteniendo la lucha insurgente y sacudir el yugo del tirano enemigo. Carta de Juan Álvarez a Fermín Galeana, Perrito de Agua, 6 de Septiembre de 1820, AGI, México, 1502; Proclama de Juan Álvarez a los amados patriotas del pueblo de Atoyac y Hacienda de San Jerónimo, dirigida desde Perro de Agua el 6 de septiembre de 1820, AGI, México, 1502.

33El intendente de Valladolid sobre instalación de los ayuntamientos de Huetamo, Coyuca y Pungarabato y disolución del último por las hostilidades del señor Guerrero, Valladolid, 16 de diciembre de 1820, AGNM, Ayuntamientos, vol. 183, exp. 6.

34Varias cartas entre el virrey y Armijo muestran la desesperación del primero y las fricciones que tenían ambos sobre la carencia de resultados de las tropas realistas en el sur. El virrey inclusive llegó a entrometerse sobre asuntos de estrategia militar y emprendió negociaciones directas con los rebeldes para llegar a acuerdos. Por ejemplo mientras Armijo, en septiembre de 1820, exigía al virrey recursos y su autorización para iniciar “una constante persecución” sobre los rebeldes, porque ya no aguantaba más para hacerlo, el virrey le contestó que se estuviera tranquilo y sólo a “la defensiva y observación”, pues en esos momentos se encontraba en negociaciones directas con el cabecilla Guerrero. Muchos otros ejemplos se pueden observar en el expediente extraído del AGI, México, 1502. Sobre lo citado arriba en particular véase carta de José Gabriel Armijo al señor virrey Conde de Venadito, Teloloapan, 23 de septiembre de 1820; y Del Venadito al coronel José Gabriel Armijo, México, 29 de septiembre de 1820.

35 Bustamante, Cuadro histórico, tomo V, p. 90.

36 Bustamante, Cuadro histórico, tomo V, p. 94.

37 Bustamante, Cuadro histórico, tomo V, p. 95.

38 Bustamante, Cuadro histórico, tomo V, p. 99.

39 Bustamante, Cuadro histórico, tomo V, pp. 101-105.

40 Tomás Cagigal al Comandante General del sur José Gabriel Armijo, Taxco, 18 de marzo de 1821, AGNM, Operaciones de Guerra, vol. 89, ff. 345-348.

41 Tomás Cagigal al Comandante General del sur José Gabriel Armijo, Taxco, 18 de marzo de 1821, AGNM, Operaciones de Guerra, vol. 89, ff. 345-348.

42 Zavala, Lorenzo de, Ensayo histórico de las Revoluciones de México desde 1808 hasta 1830, México Instituto Cultural Helénico, Fondo de Cultura Económica, 2010, p. 92.

43 Bustamante, Cuadro histórico, tomo V, p. 148.

44 Tomás Cagigal al virrey Conde del Venadito, Real de Taxco, 3 de abril de 1821, f. 352, AGN, Operaciones de Guerra, vol. 89; Zavala, Ensayo histórico, p. 92.

45Carta de Pedro Asencio Alquisira a Agustín de Iturbide, Meza, 26 marzo de 1821, Archivo Histórico de la Defensa Nacional (AHDN), XI/481.3/162.

46Carta de Pedro Asencio Alquisira a Agustín de Iturbide, Teloloapan, 29 marzo de 1821, AHDN, XI/481.3/162.

47Carta de Pedro Asencio Alquisira al Señor Teniente Coronel Don José Manuel Izquierdo, Malinaltenango, Mayo 9 de 1821, AHDN, XI/481.3/162.

48Carta de Agustín de Iturbide a Pedro Asencio Alquisira. Mayo 19 de 1821. AHDN, XI/481.3/162.

49Carta de Agustín de Iturbide a Pedro Asencio Alquisira. Salvatierra, Abril 18 de 1821, AHDN, XI/481.3/162.

50Carta de Pedro Asencio Alquisira a Agustín de Iturbide. Zacualpan, abril 6 de 1821, AHDN, XI/481.3/162.

51Carta de Pedro Asencio Alquisira a Agustín de Iturbide, Zacualpan, abril 28 de 1821. AHDN, XI/481.3/162.

52Carta de Pedro Asencio Alquisira a Agustín de Iturbide, Zacualpan, mayo 24 de 1821. AHDN, XI/481.3/162.

53Carta de Pedro Asencio Alquisira a Agustín de Iturbide. Zacualpan, mayo 24 de 1821, AHDN, XI/481.3/162.

54Manifiesto de Agustín de Iturbide, Iguala, febrero de 1821, AHDN, X/481.3/155.

55Carta de Pedro Asencio Alquisira a Agustín de Iturbide, Zacualpan, Tonatico, mayo 7 de 1821. AHDN, XI/481.3/155. Desde el 23 de abril de 1821 el comandante realista Cagigal que guardaba aquel Real se retiró rumbo a la ciudad de México. Pedro Asencio tenía como objetivo atacar esa población rica en recursos. Pero después de la salida de Cagigal sólo comunicó a Iturbide que el Ayuntamiento de ese lugar, así como su vecindario, estaban decididos por el partido de la independencia y que no había querido visitarlos “para no dar lugar a que mitiguen sus temores porque si de mí los tienen muy grandes mayores son los míos por su obcecación sin gratitud”. Carta de Pedro Asencio Alquisira a Agustín de Iturbide, Zacualpan, abril 28 de 1821. AHDN, XI/481.3/162.

56Carta de Pedro Asencio Alquisira a Agustín de Iturbide, Zacualpan, abril 30 de 1821. AHDN, XI/481.3/155.

57 Alamán, Historia de Méjico, tomo 5, p. 133.

58 Alamán, Historia de Méjico, tomo 5, p. 133.

59 Alamán, Historia de Méjico, tomo 5, p. 133.

Recibido: 14 de Junio de 2016; Aprobado: 13 de Diciembre de 2016

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