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Tzintzun. Revista de estudios históricos

versión On-line ISSN 2007-963Xversión impresa ISSN 1870-719X

Tzintzun. Rev. estud. históricos  no.64 Michoacán jul./dic. 2016

 

Reseñas

Zavala, Ana, Mi clase de historia bajo la lupa. Por un abordaje clínico de la práctica de la enseñanza de la historia, Montevideo, Trilce, 2012, 120 pp.

Dení Trejo* 

* Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México

Zavala, Ana. Mi clase de historia bajo la lupa. Por un abordaje clínico de la práctica de la enseñanza de la historia. Montevideo: Trilce, 2012. 120 pp.


Descubrí este libro gracias a su autora cuando vino a dar un curso a Morelia sobre el tema del análisis de prácticas docentes. Me apena no haberlo conocido antes, pues desde hace algunos años en los que he trabajado con profesores que hacen con nosotros la maestría en enseñanza de la historia, me enfrentaba junto con ellos, al momento de elaborar sus tesis de grado, que por lo general versaban sobre algún tema de su práctica docente, al problema de cómo analizar dichas prácticas. A este punto debían llegar luego de llevar a cabo alguna propuesta didáctica que de alguna manera partía de un cuestionamiento de las formas como venían realizándola con anterioridad. El problema que yo advertía en este proceso tenía que ver con el hecho de que en dicho análisis nos quedábamos en la superficialidad, en los lugares comunes de plantear, primero el cuestionamiento de las formas tradicionales de la enseñanza, luego, el deber ser de la enseñanza de la historia, seguida de una propuesta con la cual se alcanzaría este deber ser (formación ciudadana, interculturalidad, tolerancia, etcétera, o sobre las estrategias didácticas que serían más apropiadas según las teorías del aprendizaje más o menos novedosas), entre otros asuntos que plantea en buena medida la bibliografía dedicada al tema, para finalmente en un nuevo análisis exponer qué tanto se había logrado o frustrado el planteamiento del profesor.

Si bien puedo decir que hay algunos puntos de contacto entre ambos caminos, debo reconocer que la lectura del texto de Ana Zavala me iluminó sobre la posibilidad de lograr con los profesores, nuestros estudiantes, aquello que había sido mi frágil propósito, el de que lograran realizar una investigación de la práctica de su enseñanza, en la que el análisis se convirtiera en el elemento que nos permitiera reconocer, pensar, teorizar finalmente, con el apoyo de lo que Zavala denomina herramientas de análisis, nuestras prácticas en el aula. Ésa es la tarea que se propuso sistematizar Ana en su libro y que también llevó a cabo, desde su perspectiva clínica, con un grupo de profesores y estudiantes de la maestría en enseñanza de la historia de la Universidad Michoacana.

Precisamente porque he valorado la importancia que puede tener en la formación de posgrado actual de los profesores que enseñan historia, aunque podría servir asimismo para otras disciplinas, es que me he propuesto hacer esta reseña para comentar y sugerir a otros interesados su lectura.

El punto de partida de Zavala es cuestionar la literatura que desde algunas décadas se ha dedicado a estudiar la enseñanza de la historia. Sin entrar en mucho detalle, ni descalificarla, pues le reconoce ciertas aportaciones, sostiene que no aporta para el análisis de las prácticas, ni para un conocimiento profundo de ellas, pues siempre quedarían fuera de lo que le sucede al profesor en el aula y al pensar con anterioridad su clase, pues por lo general suelen marcar los derroteros que la enseñanza debería seguir bajo las nuevas perspectivas didácticopedagógicas, epistemológicas o historiográficas. Es decir, sostiene la autora que el mejor expositor de lo que sucede con su práctica es el profesor.

En ese sentido, lo que plantea en su libro es que el profesor debe asumirse como sujeto con voz. Reconoce que en general los profesores no son reconocidos para hablar por sí mismos de su propia experiencia docente (para ella el profesor es un sujeto subalterno), sino que son otros, los investigadores educativos, los que por lo general hablan por ellos e interpretan lo que hacen. Según Zavala esto lo puede hacer, y en esto sigue a Mireille Cifali, mediante el uso de la narración, que a su vez será el punto de partida del análisis de su práctica, pues en ese proceso puede reconocerse a sí mismo, a los otros que lo han formado (personas, textos), así como a las situaciones y circunstancias que operan en el aula para que dé una clase como la ha dado y no de otra manera.

En uno de los capítulos la autora hace un paralelismo entre la práctica de la investigación histórica y la práctica de la enseñanza, marcando sus elementos en común y sus diferencias: ambas, dice, trabajan sobre el pasado, un pasado que en el caso de esta última sólo puede ser narrado por el profesor y no importa que haya sucedido hace muchos años o ayer, lo importante es el tipo de análisis que motiva. También hace mucho énfasis en el tema de la intertextualidad, pues en ambos casos están implicados numerosos discursos hasta llegar, en el caso del profesor, al propio que hace con sus estudiantes, a lo mejor combinando su voz con la de ellos, pero siempre mediado por varios textos, los de los profesores y libros con los cuales se formó, el libro de texto, otros libros o escritos que le sirvieron para armar su clase, así como aquellos elementos textuales y no textuales que lo han conformado como tal (creencias, ideologías) y que sin duda permearán su clase.

Pero ¿cuáles son esas herramientas de las que habla la autora en este libro que le ayudarán al profesor a analizar su práctica? Su origen es diverso y muy posiblemente, señala, puede acrecentarse. Partiendo de la idea de que toda clase tiene un proyecto, es decir un planteamiento inicial más o menos desarrollado y explícito, nos propone que el análisis puede partir de entrever las diferencias entre el ideal (el proyecto, el programa, el plan de trabajo, las ideas u objetivos) y lo acontecido (Boutinet). Para este momento sigue una línea que ha nutrido cierta bibliografía francesa que trabaja sobre la investigación de prácticas diversas y no sólo de la enseñanza (Beillerot). Otra línea que sigue en buena medida el análisis propuesto por Zavala y que deviene en herramienta de éste es la de la filosofía y teoría de la historia, dado que por su semejanza con la construcción historiográfica, la clase de historia puede bien asumir ciertos presupuestos con los que se analiza aquélla, de manera que autores como Ricoeur y Certau son constantemente llamados para analizar el papel de la narración, de la escritura, de la construcción del otro en la historiografía, de las complejidades del discurso historiográfico que siempre es interpretación y por lo tanto una versión del pasado. La propia historiografía, dice Ana, está ahí siempre, pero como tanto en el discurso de los especialistas como en el de los profesores las más de las veces hay la tendencia a ocultar al sujeto emisor del discurso para garantizar el efecto de realidad que tiene toda narración, así sea la de ficción, pareciera que dichas versiones y, por lo tanto, historiografías, en plural, no existen y la historia sería única y verdadera. Este elemento del discurso historiográfico y de la clase de historia ya desmitificado por varios autores, entre ellos Roland Barthes, sirve, dice Zavala, para que el profesor piense en los textos que atraviesan su discurso. Esa y otras minucias del lenguaje y de la escritura de lo histórico hacen necesario en el análisis herramientas hermenéuticas y semióticas. Particularmente la idea de que la historia es interpretación, es algo que, insiste Zavala, debe asumirlo el profesor como una herramienta, pues su propio discurso oral con sus alumnos es una interpretación. Por supuesto esto implicaría también hacer un trabajo de reconocimiento de las propuestas historiográficas que subyacen en el trabajo del profesor y que por lo general suelen quedar ocultas.

El psicoanálisis también es incorporado como una herramienta más de análisis, pues la propia propuesta de Ana de trabajo clínico, en el sentido de narrar la propia historia de una experiencia docente que uno ha significado por alguna razón, parte de esta disciplina, pero también la idea de hacer una interpretación, aunque no por otro sino por el propio profesor con la colaboración del grupo de profesores que en conjunto siempre participan en el análisis iniciado por uno de ellos. También a través de algunos conceptos que atraviesan sin duda la práctica de la enseñanza, como, padre, deseo, amo. Asimismo, conceptos como el de poder u otros provenientes de la sociología, sugiere pueden servir para entender lo que sucede "en mi aula" debido a que ésta es un espacio institucionalizado y no puede quedar fuera o aislada de la red institucional en la que se inscribe y a la que está adscrito cada uno de los profesores.

Me queda claro que el sentido más profundo de la propuesta de Ana Zavala es la de provocar la reflexión de los profesores sobre su propia historicidad en el momento de hacer consciente su práctica docente, es decir el de saberse sujetos históricos. Ella misma habla de que se mueven en este tipo de análisis ideas acerca de la identidad o identidades que asumimos en determinadas circunstancias los maestros, y por supuesto también hace referencia a la superposición de temporalidades que maneja el profesor al hacer un análisis en el presente sobre una práctica docente que ya sucedió, que a su vez toca un posible tema de otro pasado que estudió en una bibliografía que investigó ese tema en otro tiempo distinto al suyo como profesor, etcétera. Asimismo, el análisis de su clase pasada que está haciendo el profesor en el presente es siempre con la idea de hacer o modificar algo en el futuro.

A diferencia de la historiografía, que tiene como destinatario a un público que se desconoce, aunque en principio el historiador profesional lo reconoce en sus pares, y el del profesor que sabe que el destinatario de su discurso son sus estudiantes, el análisis que hace el profesor de su propia práctica docente le sirve a él, dice la autora, porque en la medida que lo elabora, lo piensa, lo teoriza, construye su inteligibilidad, es decir su comprensión, pero también le permite dialogar a través de él con sus pares sobre la pertinencia de ésa y de otras experiencias y encontrar los puntos de reconocimiento y de diferencia. Todo ello con una finalidad que seguirá retroalimentándose de manera continua mientras uno lo desee, que es la de tratar de comprender para mejorar nuestras prácticas de enseñanza. Investigación práctica que produce teoría y que puede ser, como lo plantea la autora, una buena herramienta en la formación de los profesores y alimentar una actitud crítica de las prácticas docentes entre los profesores "ya formados".

Finalmente he de decir que aquí, por obvias razones, el planteamiento de Ana Zavala está muy simplificado y ha sido expuesto sin seguir el orden preciso del capitulado y atendiendo más a mis propias inquietudes; además he omitido casi toda referencia a la numerosa bibliografía (de filosofía de la historia, teoría de la historia, sociología, psicoanálisis, historiografía, entre otras disciplinas) que sostiene su propuesta, la cual no es sino uno de sus pilares. El otro es sin duda su experiencia de análisis de prácticas docentes que ha realizado a través de los años en el Instituto Universitario (Centro Latinoamericano de Economía Humana), institución uruguaya que cuenta con una maestría en didáctica de la historia y en cuyos seminarios Zavala inició estos análisis con sus estudiantes, cuyos frutos han dado lugar a varias publicaciones que han salido bajo el sello de la Biblioteca Nacional de ese país.

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